“Espíritu nacional”
1694 «Ma donde mai potè forgere? donde? donde? Bisogna dirlo in chiare note: da spirito nazionale. […] Solo all'entrare, che vi se questo spirito maledetto, cioè questo amore, o sregolato, o smoderato, che fosse, alla gente propria, cominciò quella Comunità sì perfetta a dare tal crollo, che, segli Apostoli non vi provedevano in ora, con levare sì all' une Vedove, come alle altre, quel ministero, che era stato l'origine del tumulto, potea provarne di leggieri un disordine irreparabile.» (Paolo Segneri S. I. [1624-1694], Prediche dette nel Palazzo Apostolico, e dedicate alla santita de nostro signore Papa Innocenzo duodecimo, “Predica Sesta. Di quanto danno sia nella Chiesa le spirito Nazionale”, Roma 1694, pág. 118-120.)
1721 «Hagamos recuerdo de aquellos primitivos tiempos de el nacimiento de la Iglesia, que fueron los más perſectos. Era entonces el nuevo Pueblo Cristiano, como dejó escrito San Lucas, un alma, y un corazón: Cor unum, & anima una (Act. 4, 32). Un corazón en la conformidad de los juicios; y un alma en el consentimiento de los afectos. Y sobre esto, como aquel campo estaba recién regado con la copiosa Sangre de nuestro Redentor, ¿quién podra explicar la fervorosa caridad con que unos a otros se amaban? Solo os diré, que fue entonces cuando los Fieles, habebant omnia communia (Act. 2, 44), tenían todos los bienes comunes, que es lo sumo a que puede llegar la verdadera amistad. Viviendo, pues, todos en tan alta paz, y tranquilidad (¡quien lo creyera!) se levantó de repente un torbellino tan fuerte, que pudo perturbarla, y perderla toda. Pero ¿de dónde se originó? Digámoslo claramente: del espíritu nacional, del amor desordenado a la propia patria. Fue el caso: En el repartimiento de las limosnas comunes, que entonces eran muy copiosas, servíanse los Apóstoles con más gusto de las Viudas Hebreas, que de las Griegas; porque como notó Beda, eran las Hebreas más prácticas de el País, y sabían mejor las necesidades, para repartir con mayor equidad las limosnas, que no las Griegas. Cuando de repente los Griegos, poco antes reducidos a creer en Cristo, juzgándose agraviados por aquella mayor confianza, comenzaron a quejarse, y a levantar un murmullo universal, no tanto contra las Viudas Hebreas preferidas, como contra los mismos Apóstoles que las habían preferido. […] Con todo, estas repetidas violencias, no solamente no fueron bastantes para turbar la paz, y concordia de la Iglesia, sino que cuanto más atroces eran las peleas, los asaltos, las angustias, más se solidaba la misma Iglesia en su firmeza, como lo hace el escollo, cuanto más combatido de las ondas. Pero luego que entró en aquella sagrada compañía este malvado espíritu nacional, este desenfrenado amor de la patria, y nación propia, comenzó aquella comunidad tan perfecta a dar algunos vaivenes, de suerte, que a no haber acudido prontamente con el remedio los apóstoles, apartando de este ministerio a las Viudas de entrambas Naciones (pues de aquí nacía toda la inquietud) hubiera peligrado con daño irreparable.» (Pablo Señeri S. I. [1624-1694], Sermones dichos en el palacio apostólico a la santidad de Inocencio XII [1694], traducidos del idioma toscano al castellano por D. Juan Melo y Girón, sacerdote valenciano. “Sermón VI: Cuánto daño ocasionan a la Iglesia los espíritus nacionales”, Valencia 1721, pág. 127-129.)
1729 «27. De este espíritu de pasión nacional, que reina casi en todas las Historias, viene que en orden a infinitos hechos nos son tan inciertas las cosas pasadas como las venideras.» (Feijoo, “Amor de la Patria, y pasión nacional”, Teatro crítico universal, tomo 3, discurso 10, Madrid 1729.)
1784 «Copia de la Orden que S. Exc. se dignó poner al Autor de esta Gazeta. Incluyo a Vm. copias de una Real Orden de 26 de Marzo de 83, y de mi Oficio de ayer al Real Tribunal del Consulado para que Vm. las inserte en la próxima Gazeta, y el Público tenga en mi espíritu nacional un ejemplo, y una viva y eficaz exhortación. = Dios guarde a Vm. muchos años. México 22 de Enero de 1784. = Matías de Gálvez. = A D. Manuel Antonio Valdés.» (Carlos III erige en México un Banco Nacional con Cajas en las principales Metrópolis de ambas Américas Españolas, Gazeta de México, miércoles 28 de enero de 1784, nº 2, pág. 16.)
1787 «Las cartas del primer tomo son nueve, escritas desde Mantua, lugar de su residencia. En la primera que sirve de Prefacio hace mención de varios Españoles, de un mérito distinguido, y en las demás habla de Ferrara, Bolonia, Florencia, Pisa, Sena y Roma. Ya trate del espíritu nacional, ya refiera los monumentos y establecimientos dignos de la atención del público, en todo manifiesta exactitud, juicio, y sólida erudición.» (“Juicio de los Diaristas de Florencia, sobre las cartas familiares del Abate Don Juan Andrés, a Don Carlos su hermano. Tomo I”, Espíritu de los mejores diarios literarios que se publican en Europa, de hoy lunes 26 de noviembre de 1787, nº 64, pág. 603.)
1789 «Debía preverse que permitiéndose en Francia la entrada de las manufacturas inglesas, se les abría un consumo infinitamente mayor que el de las inglesas en Francia, con solo considerar el carácter y el espíritu nacional de los franceses, sin atender a otros muchos motivos que debían contribuir a que tuviesen la preferencia, y que después se manifestarán.» (“Consideraciones sobre el tratado de comercio entre la Francia y la Gran Bretaña”, Espíritu de los mejores diarios literarios que se publican en Europa, de hoy lunes 16 de noviembre de 1789, nº 207, pág. 253.)
1790 «El Conde de Hertezberg leyó después un tratado en que S. E. manifestó el objeto, y los designios de las Asambleas Académicas, dirigido a fomentar el espíritu nacional; y consecutivamente publicó los nombres de los nuevos Miembros que la Academia acababa de elegir con Real aprobación; a saber, como Miembro ordinario, al Sr. Gedicke, Profesor y Consejero del gran Consistorio de esta Ciudad, y como Miembros honorarios, al Sr. Muller, Consejero privado y Secretario de Gabinete en Maguncia, y al Sr. Robert, Profesor en París: el primero, muy conocido en la República literaria por su excelente historia de la Suiza, y su tratado sobre la alianza de los Príncipes de Alemania: el 2.º, distinguido igualmente por sus viajes históricos y filosóficos de Suiza, y por muchas obras de geografía, y señaladamente por sus observaciones estadísticas sobre los Estados de Prusia.» (“Berlín”, Mercurio de España, Madrid, febrero de 1790, pág. 120.)
1800 «Las preocupaciones, que colocando las fábricas entre los oficios bajos y viles, retraían de ellas los talentos y los caudales; un mal sistema gubernativo que no veía en las fábricas más que un recurso para hacer dinero por medio de imposiciones, y jamás una de las basas principales de la prosperidad pública; la falta absoluta de espíritu nacional, y la más escandalosa preocupación a favor de todas las producciones extranjeras, son las causas de la languidez y destrucción de la industria francesa.» (“Ensayo sobre la perfección de las Artes químicas en Francia, por J. A. Chaptal”, Correo mercantil de España y sus Indias, del jueves 10 de julio de 1800, Madrid, pág. 434.)
1802 «Es para temer el elegir entre ellos si se considera que estando divididos por las leyes, por los usos y por las costumbres, y estando habituados en todo a opiniones diferentes, casi es imposible que se dé un hombre, que renunciando a todo sistema particular, pueda sacar la masa del pueblo de sus hábitos antiguos, y darle un espíritu nacional.» (“Relación de lo ejecutado por la consulta extraordinaria de la República cisalpina en León”, Mercurio de España, Madrid, febrero de 1802, pág. 105.)
1804 «Este silencio en ambas Cámaras pudiera haberse reputado de un síntoma de indiferencia a todo lo concerniente al bien general; pero los mismos que han observado este fenómeno parlamentario, creen que es efecto del espíritu nacional, el cual sabe derogar oportunamente la misma constitución para asegurarla y conservarla mejor: suspender a veces el ejercicio de los derechos del ciudadano para mantenerlos, y sacrificar el momento presente a la duración de lo venidero.» (“Parte política. Gran Bretaña”, Mercurio de España, Madrid, 20 de febrero de 1804, pág. 226.)
«Estos hechos son dignos de referirse, por cuanto caracterizan el espíritu nacional, que siempre se dirige a perfeccionar aquellos medios con que la Gran Bretaña ha aumentado su poder naval hasta el punto en que hoy se le ve.» (“Gran Bretaña”, Mercurio de España, Madrid, 15 de marzo de 1804, pág. 309.)
1805 «Siempre se ha manifestado el espíritu nacional en los nombres que los diversos navegantes han dado a los países que han descubierto. Los ingleses particularmente tienen una ambición insaciable para poner nombres a su antojo a todos los parajes del mundo: y si se limitase acaso a países desconocidos, deshabitados y sin nombre, o al menos sin nombre conocido, no sería condenable este orgullo; porque siempre es laudable el afán de querer elevar a su patria al mayor auge y grandeza. Pero suprimir un nombre sabido, dado por navegantes anteriores, para substituir otro inglés, a fin de querer aparentar un descubrimiento que no han hecho, es pretensión odiosa, y capaz de incomodar a cualquiera.» (fragmento del Dictionaie universel de Geografie por M. de Grandpré, Memorial literario, 20 agosto 1805, nº XXIII, págs. 192-193.)
«Mas dado que tuviera razón en todas las observaciones críticas que promete, de lo que resultaría que el Quijote no sería ni una obra mediana, ¿qué amor patriótico, ni qué espíritu nacional, que debe animar a todo buen ciudadano, podría caber en el Setabiense, cuando trata de desacreditar la obra que ha merecido más elogios en todas partes, respecto de su estilo, de su argumento, de sus episodios, de sus gracias, de su objeto, de su amenidad, y en fin de su verdadero mérito?» (“Carta a los editores del Memorial Literario, sobre la censura que han hecho del Prospecto de la obra del Anti-Quijote”, Memorial literario, 20 agosto 1805, nº XXIII, págs. 229-230.)
1806 «Los Húngaros se quejan de un Gobierno que nada hace por su industria, que constantemente mira con celos sus privilegios, y se muestra inquieto de su espíritu nacional.» (“Francia. París 25 de noviembre”, Gazeta de México del sábado 15 de febrero de 1806, tomo XIII, nº 14, pág. 106.)
1808 «¿No nos avergonzaríamos al pensar que habíamos doblado la cerviz a esa caterva de bandidos gobernados por un monstruo? ¿Qué dirán las demás Naciones al vernos abatidos y seducidos a una miserable colonia de esclavos? ¡Ah! Alejemos de nuestra memoria ideas semejantes, inflamémonos de aquel espíritu nacional que hace a los hombres invencibles: despreciemos con generosidad a estos hombres cobardes indolentes, que temiendo morir, y creyendo ser solos y despreciados de los demás hombres procuran esparcir voces de terror y de miedo para acobardarnos, y hacernos compañeros de su esclavitud.» (“Proclama del Excmo. Señor Cuesta después de la jornada de Cabezón [Mayorga 19 de junio de 1808]”, Colección de papeles interesantes sobre las circunstancias presentes, cuaderno segundo, Madrid 1808, pág. 120-121.)
«Si el árbitro de los destinos de Europa hubiera meditado esto; si fuera tan gran político como le suponen el miedo y la adulación, no hubiera pensado jamás en sojuzgar a los Suecos ni a los Ingleses, en quienes aun se conserva su espíritu nacional: y ni aun se atrevería a soñar que pudiese extender su tiranía sobre la España, sobre la Nación por antonomasia, sobre la única que se puede llamar Grande. La Francia no lo es; ni aún es Nación. Es un residuo de lo que fue: un borrón de sus mayores: un agregado de tumultuarios y de facciosos.» (“La gran Nación…”, Diario de Mallorca del miércoles 28 de septiembre de 1808, nº 45, pág. 183.)
«La Nación española, más que ninguna otra, ha vivido agitada de extraordinarios acontecimientos, que han influido poco o nada en sus habitantes y costumbres. […] Los españoles, muy diferentes del Imperio Germánico dividido entre una multitud de principados, y muy propio para que las tramas lo debiliten sembrando cizaña, no tienen más que un solo gobierno, una sola religión, un solo interés, y sobre todo están dotados generalmente de un espíritu nacional mucho más sublime que el de ninguna otra nación del continente de Europa. Con todas estas causas para producir unidad de acción, y ardiendo de indignación para vengar los repetidos ultrajes y multiplicados insultos amontonados sobre ellos por un espíritu maligno con máscara de amigo, serán tan irresistibles los progresos de armas, que arrojarán de su tierra a los insidiosos invasores. Una vez echados los franceses al lado de allá de los pirineos, jamás podrán penetrar a un país defendido por innumerables desfiladeros y montañas fragosas, y donde en cada hombre encontrarán un soldado que pelea por todo lo que le es más caro, y está resuelto a conservar su libertad o a morir. F.» (“Estados-Unidos de América, New-York 5 de agosto”, Gazeta de México del miércoles 9 de noviembre de 1808, tomo XIV, nº 122, pág. 854.)
1809 «La manera con que el infame Corso contó en sus diarios esta acción desgraciada del ejército de Extremadura, manifiesta como todas sus producciones, aquel aturdimiento y falta de reflexión, con que sin reparar en las más groseras contradicciones y sin respeto alguno a la verosimilitud, pinta los sucesos, y llena la Europa de mentiras absurdas, que solo se creen porque no se analizan ni comparan sus expresiones. En el diario 2º de su ejército dice que la pérdida de sus tropas se redujo a 12 o 15 muertos, y 50 heridos. […] En un párrafo del mismo diario, llama a la España nación valiente, y poco después da esta idea brillante del arrojo y espíritu nacional. “Las tropas españolas no han podido contrarrestar un instante la marcha de los ejércitos franceses. Con solo la vista de un regimiento de cazadores, quedó desordenada la caballería del ejército de Extremadura, y no ha vuelto a parecer.”» (“Resumen de los sucesos militares de España desde principios de Noviembre hasta el presente”, Semanario Patriótico, Sevilla, jueves 4 de mayo de 1809, nº XV, págs. 4-5, nota 1.)
«El día 26 de este mes ha disfrutado esta Ciudad uno de aquellos espectáculos, que inflamando el espíritu nacional, abate y debilita la soberbia y altanería de nuestros contrarios. Seiscientos prisioneros de sus mejores tropas, 24 oficiales, adornados algunos de ellos con las decoraciones de la legión de honor, han atravesado sus calles, escoltados por aquellos mismos militares a quienes miraban con desprecio e injuriaban con motes viles e indecentes. En medio de su desgracia, estos prisioneros han recibido pruebas nada equivocas de la generosidad española, pues a excepción de muy pocos, todos los restantes han conservado cuanto tenían sin que les hayan despojado de otra cosa que de las armas.» (Diario de Mallorca del domingo 4 de junio de 1809, año II, nº 155, pág. 626.)
«El Archiduque Palatino de Hungría ha dirigido al ejército de insurrección de la Nobleza húngara una enérgica proclama en que hace ver la urgente necesidad de que inmediatamente avance a las fronteras del reino. “Ha llegado, dice, el tiempo en que todos los obstáculos y aun las imposibilidades aparentes se deben superar para mantener el honor de la valerosa Nobleza de Hungría. El valor y espíritu nacional, y la fidelidad a nuestro Soberano y a nuestra Patria, deben suplir todo lo que pueda faltarnos para el logro de tan ardua y gloriosa empresa. La Patria está en manifiesto e inminente peligro, y nuestra resolución debe ser libertarla o morir.”» (“Austria, Viena 6 de mayo”, Gazeta del Gobierno, Sevilla, viernes 30 junio 1809, págs. 655-656.)
«La religión de nuestros padres, y el único y verdadero culto, son sostenidos en toda su pureza y esplendor: los ramos de administración y economía pública, organizados, distribuidos con prudente arreglo, y señalados los límites al ejercicio del poder: la justicia libre de aquellas trabas y escollos que impedían su curso, por el respeto, la venalidad y la malevolencia de los hombres: los talentos protegidos, la ignorancia o la inepcia confundidas o derrocadas: la sabia teoría de los papeles públicos, ese gran resorte de la política para crear un espíritu nacional, sostenida y floreciente; en una palabra, todos los elementos de una verdadera regeneración social insinuados o desplegados.» (“Discurso político”, El Observador político y militar de España, Valencia, 15 julio 1809, nº II, pág. 22.)
«Del 16 de junio. En un periódico Alemán se lee una exhortación que el Archiduque Palatino de Hungría dirige a los habitantes de aquel Reino. “Ha llegado les dice el tiempo en que todos los obstáculos, y aun las imposibilidades aparentes se deben superar para mantener el honor de la valerosa nobleza de Hungría. El valor y espíritu nacional, y la felicidad de nuestro Soberano y de nuestra patria deben suplir todo lo que pueda faltarnos para el logro de tan ardua y gloriosa empresa. La patria está en peligro, y nuestra resolución debe ser libertarla o morir. La unión, la actividad y la constancia son únicos medios de preservarnos del más ignominioso yugo.”» (Diario de Gerona, del miércoles 11 de octubre de 1809, nº 284, págs. 1185-1186.)
«Los ejércitos franceses del mediodía, esto es, de España, deben esperarse en Pamplona que acosados y perseguidos por los nuestros se verán en la precisión de retirarse a aquella parte, si no quieren ser envueltos. Esto es lo más cierto: así lo podemos colegir de las medidas que los enemigos van tomando para la retirada: de los movimientos de nuestros ejércitos tan poco inteligibles para el enemigo, como acordados y combinados por nuestros expertos Generales; el espíritu nacional, el buen aspecto político de nuestras cosas, todo, todo indica y hace esperar la confinación del enemigo hasta más allá de las cordilleras del Pirineo con que la naturaleza misma nos ha separado de una nación ambiciosa y sacrílega.» (“Noticias particulares. Lérida 4 de setiembre”, Diario de Mallorca, del sábado 28 de octubre de 1809, pág. 1206, nota.)
«La proclama siguiente, fijada en los parajes públicos de Viena, manifiesta que el espíritu nacional de aquellos habitantes, sus sentimientos respecto a los franceses, se parecen mucho a los que reinan en España. Dice así: …» (Diario de Mallorca del jueves 16 de noviembre de 1809, nº 141, pág. 1286.)
1810 «En fin, quebróse el buen orden y economía de la sabia disciplina, y el mal crece con el tiempo: el descontento es general, y se mira con profundo desprecio a un Soberano que sirve de lugar teniente a Bonaparte. Pedro I, Ana, Isabel, Catalina y aun el mismo Paulo I, acostumbraron a la nación a otra especie de honor y miramiento; y es muy difícil después de obtener grandes ventajas en el decurso de un siglo, renunciar la superioridad que se ha alcanzado. El abatimiento del gobierno ruso no se concilia con el espíritu nacional; y la política del Emperador Alejandro es tan odiosa al ejército, como Bonaparte odioso a la Rusia.» (“Carta escrita por un viajero a 26 de Octubre en Riga sobre el estado del ejército y la marina en Rusia”, Diario de Mallorca, del domingo 11 de febrero de 1810, año III, nº 42, págs. 171-172.)
«Esta ha sido la suerte de España. Ninguna nación de Europa necesitaba más mudanzas. Todos saben el abatimiento en que se hallaba durante el reinado de Carlos cuarto y de su favorito; pero no todos han considerado la serie de males que la habían traído a este punto. La España nación que se puede decir agregada de muchas según la progresiva accesión de los reinos que la componen, no había tenido tiempo de reunir a sus habitantes por el influjo de un gobierno feliz e ilustrado que bajo la uniformidad de las leyes hace olvidar a los pueblos las preocupaciones de rivalidades antiguas. En vez de atender a este grande objeto, el Emperador Carlos quinto, que había recibido la España de mano de su abuelo mal reunida, y recién destrozada por las guerras civiles, solo cuidó de abatir el espíritu nacional, distrayendo a los Españoles en guerras extranjeras, y usando de ellos como de meros instrumentos de sus miras; conducta no muy distante de la que observa Napoleón en nuestros días. Nadie ignora la infeliz administración de los reyes austriacos, ni los males que ocasionó el establecimiento de la familia francesa en el trono Español.» «Solo había un remedio que aplicado en tiempo, acaso podía salvarla: tal era la reunión de un congreso legítimo de la nación, que siendo dueño de la opinión pública, eligiese un poder ejecutivo respetable a los ojos de los españoles, y excitase con sus discusiones el espíritu nacional que iba desapareciendo.» (José María Blanco White, “Reflexiones generales, sobre la revolución española”, El Español, Londres, 30 abril 1810, nº I, págs. 7-8 y 21.)
«Así es que en mi nota del 8 de Septiembre he declarado en términos generales, que los intereses de la alianza exigen una entera mudanza en el departamento militar del gobierno español: que ninguna mejora puede hacerse en el sistema del gobierno militar sin una previa corrección de la debilidad e ineficacia del poder ejecutivo, sin el debido fomento de los recursos nacionales, sin el uso arreglado de la fuerza entera, y un esforzado empleo del espíritu nacional de España; y, en fin, que el poder ejecutivo no puede tener autoridad ni fuerza, influencia ni actividad mientras que no esté ayudado y sostenido por el saber reunido de la nación, y por la leal energía del pueblo.» (“Sir A. Wellesley a Mr. Canning (Sevilla 15 septiembre de 1809)”, El Español, Londres, 30 julio 1810, nº III, págs. 204-205.)
«El 8 de octubre debían juntarse en Praga los Estados de Bohemia a celebrar una sesión extraordinaria. Los Estados y Dietas que se conservan aun en el Norte, como en Suecia, Sajonia, Bohemia, Hungría &c. han degenerado tanto como sus príncipes; y son en el día los que confirman y protegen las debilidades de los que están sirviendo de instrumento a las infamias de Bonaparte: éste se ha empeñado en degradar al hombre, y por desgracia lo ha conseguido en gran parte de la Europa; pero si sus infamias han producido tales efectos, también en España han causado los contrarios, reanimando nuestro espíritu nacional, obligándonos a salir de nuestra apatía, y poniéndonos en la precisión de reunir nuestras Cortes, bien diferentes de lo que fueron, y de lo que son esas miserables Dietas, y Estados, en que él influye. ¡Viva la heroica constancia de España! mucho sufrimos; pero mucho vale no ser esclavos. ¿Y qué gloria más grande, ni más pura será dada al hombre sobre la tierra, que la de tener el envidiable nombre de Español?» (El Conciso, Cádiz, sábado 8 de diciembre de 1810, pág. 287.)