Filosofía en español 
Filosofía en español


[ David Koreff ]

[ Sobre el uso por Samuel Hahnemann de la belladona contra el contagio de la escarlatina ]

Noticia comunicada a Laennec sobre el uso de la belladona contra el contagio de la escarlatina, por el Doctor Koreff, Consejero del Rey de Prusia y Catedrático de la Universidad de Berlín

Deseáis, mi sabio comprofesor, tener algunas noticias sobre el uso que hemos hecho en Alemania de la belladona o belladama (Atropa belladona) para atajar y mitigar la escarlatina, cuyas epidemias han desolado muchas veces estos países. Conocéis sin duda las ideas ingeniosas del Doctor Hahnemann que ha reunido bajo el nombre de homeopatía y que sin razón ha creído bastante vastas para hallar en ellas el principio de un sistema general, defecto demasiado común a muchos médicos que han encontrado una ley orgánica y se apresuran demasiado a hacer de ella la base de una teoría exclusiva. Sabéis que el principio fundamental de esta teoría de homeopatía es que las diferentes enfermedades se curan con remedios capaces de producir síntomas análogos a los de la enfermedad y que el remedio es tanto más apropiado cuanto sus efectos se parecen más a los síntomas del mal que ha de combatir.

El Doctor Hahnemann ha pretendido al mismo tiempo que era inútil y aun nocivo emplear los remedios en grandes doses, y que las menores cantidades bastaban para combatir las enfermedades y extinguir algunas veces la disposición a males análogos a los síntomas producidos por el remedio, así como un átomo de vacuna ya basta para libertar de las viruelas y un átomo del veneno de la peste para comunicar este terrible azote. No se puede negar que verdades importantes y conformes a la acción de las leyes vitales han dimanado ya de este modo de considerar la naturaleza orgánica. El Doctor Hahnemann apoyado en el principio general de su doctrina, habiendo observado que la belladona tomada en dosis muy pequeña producía síntomas parecidos a los de la escarlatina, sacó la conclusión que aquella planta debe ser el antídoto de esta enfermedad. La experiencia continuada después por muchos años ha confirmado singularmente una conjetura que parecía al principio demasiado atrevida para merecer una seria atención.

La observación muestra efectivamente que la belladona tomada por algún tiempo en polvo o en extracto produce, principalmente en los niños, una rojez ya muy fugaz, ya más duradera, sobre la piel, una sequedad y sensación de ardor en la garganta, una dilatación de la pupila, una especie de ansia, una fijación de los ojos y aun algunas veces una tumefacción de las glándulas submaxilares, síntomas que tienen mucha semejanza con los que acompañan a la erupción de la escarlatina. El efecto de la belladona tiene también de común con esta enfermedad, que ambas no producen siempre la rojez en la piel, mientras que los síntomas mencionados de la garganta son siempre constantes. Sin embargo, confieso que todas estas analogías no me parecieron bastante fuertes para hacerme creer que se puede hallar en esta planta un preservativo contra la escarlatina, igual al que nos ofrece la vacuna contra las viruelas. Solamente fue por la autoridad del célebre Sommerring, quien me aseguré en el año XIII haber obtenido de esta planta los efectos más saludables contra este azote que se manifestaba epidémicamente sobre el teatro de la guerra, que me determiné yo a ponerla en uso. Esta enfermedad, acompañada de los más funestos síntomas, habiendo cambiado totalmente de carácter, hacía entonces unos estragos casi tan mortales como el tifo contagioso. Yo tuve entonces por la primera vez la dicha de libertar de este terrible contagio a casi todas las personas que tomaron la belladona con alguna continuación, y son muchos millares. Desde entonces no he perdido de vista este descubrimiento que es tanto más precioso, cuanto la escarlatina ha ganado treinta años hace más violencia y extensión en muchos países, y he logrado constantemente el mismo efecto en los diferentes climas y en epidemias de un carácter totalmente opuesto. Muchos otros médicos han confirmado igualmente el efecto preservativo de esta planta, y los periódicos alemanes están llenos de pruebas diarias de un beneficio que iguala para muchos países el de la vacuna. La Francia, cuya capital y muchas provincias parecen estar menos amenazadas de epidemias desoladoras de esta enfermedad que la Alemania, la Suiza, el Tirol, la Polonia y todo el Norte en genera], ha puesto también menos atención en este descubrimiento y lo ha desechado, es preciso decirlo, demasiado ligeramente y sin ningún examen previo, como se ve con sorpresa en el artículo belladona del Diccionario de las Ciencias médicas. Yo no me acuerdo más que de una sola relación del Doctor Meglin sobre este punto importante en el nuevo Diario de Medicina, noviembre de 1821, en que da cuenta del uso que ha hecho de este preservativo en una epidemia de escarlatina en Colmar y que confirma todas las observaciones de los médicos alemanes. La falta de un riesgo presente es quizá la causa de esta indiferencia para un descubrimiento, que ya importante por sí mismo podrá ser fecundo en aplicaciones a otras enfermedades. Me limitaré aquí a presentar los resultados que observaciones repetidas sobre un grandísimo número de individuos colocados en circunstancias muy diferentes nos han permitido deducir, sin hacernos incurrir en la tacha de no haber procedido de un modo bastante riguroso.

Nos servimos según las fórmulas siguientes o de los polvos de la planta mezclados con azúcar, o de un extracto hecho con mucho esmero del zumo de la planta fresca.

Extracto de belladona, tres granos disueltos en una onza de agua de canela. Se administra de la solución una gota de más que los años que tiene el individuo, una sola vez al día y en ayunas.

Polvos de raíz de belladona, dos granos mezclados con dos dracmas de azúcar blanco y divididos en sesenta doses. Se da a un niño de seis meses hasta dos años, cuatro veces al día, una media dosis hasta una entera a los niños de tres hasta seis años, una dosis entera hasta una y media; a los de seis a nueve, dos doses hasta dos y media; y a los de diez a doce tres doses hasta cuatro y media.

La observación ha enseñado que cuando la epidemia es muy desoladora o el contacto con los enfermos es muy frecuente y muy íntimo, es más seguro aumentar un poco la dosis. No hemos podido determinar todavía de una manera precisa cuanto tiempo se necesita para amortiguar con este remedio la disposición al contagio de la escarlatina. Todo nos induce a creer que el uso de este remedio tomado muy poco tiempo para resguardar del contagio modera aun singularmente la malignidad del mal. Sabemos positivamente que no extingue la disposición a la escarlatina para siempre, pues es preciso recurrir a su uso en cada nueva epidemia.

Hemos observado constantemente que el más íntimo contacto con los enfermos no comunica la escarlatina, con tal que se haya usado este remedio por ocho o nueve días antes de ponerse en relación con los enfermos y se le continúe hasta la época de la descuamación, ventaja bien preciosa para los enfermeros.

Parece ser más seguro empezar por doses un poco más fuertes y disminuir la cantidad después de algunos días para fortalecerse contra la primera impresión del contagio. Nunca se ha notado el menor efecto, ni visible, ni desventajoso, producido por el uso prolongado de esta pequeña cantidad de belladona. Hasta ahora no se ha visto que las estaciones, ni las localidades, ni otras circunstancias hayan disminuido el efecto preservativo de la planta.

Parece resultar de muchas observaciones que la belladona no goza en el mismo grado de la fuerza preservadora contra la escarlatina miliar y la escarlatina con rojez lisa y aplanada. Esta observación no había escapado a Hahnemann, quien por lo mismo se creyó autorizado, a hacer dos especies diferentes de la púrpura miliar y de la escarlatina, separación que no se puede admitir, porque se ve con demasiada frecuencia que una especie hace salir la otra indistintamente. Parece probable que la escarlatina combinada con la purpura miliar y la esquinencia gangrenosa, complicación que yo he observado desde el principio de la enfermedad en una epidemia muy mortífera, supone un carácter más intenso del virus, y que convendría oponerle doses más fuertes del preservativo para prevenir su propagación. Yo me creo autorizado a esta suposición por unas observaciones que he tenido la ocasión de hacer junto con el Doctor Coindet, en el curso de una epidemia muy maligna, en el hospital militar de Ginebra durante los años XIII y XIV. Esto parece tanto más probable, cuanto yo he observado con muchos otros médicos que un uso más fuerte de la belladona hace muchas veces nacer una erupción miliar sobre todo el cuerpo.

En una epidemia muy asoladora, en que la erupción miliar apareció con mucha frecuencia y que devastaba las cercanías de Berlín en el año XVIII, hice distribuir este remedio por muchos Curas en las tierras del Príncipe de Hardenberg y logré extinguir la enfermedad en todas las partes en que quisieron servirse del preservativo, habiendo observado que ningún individuo fue acometido de la escarlatina miliar, cuando la belladona había producido una erupción semejante.

En algunos individuos, cuando el uso de este remedio se ha prolongado muy poco y no ha podido sino moderar la enfermedad, las secuelas, como la hidropesía &c. parecen aun ser un poco más frecuentes que después del curso no moderado de la dolencia. Esto no debe parar perjuicio alguno al preservativo, siendo la razón de aquel hecho muy sencilla, y es que la enfermedad parece entonces tan ligera que los enfermos creen poderse dispensar de toda especie de precauciones; lo que hace a menudo provenir efectos consecutivos.

No creáis, mi sabio comprofesor, que estos resultados se hayan sacado con demasiada ligereza, o de un numero demasiado pequeño de individuos, o con ocasión, de unas epidemias poco violentas, pues son ciudades y provincias enteras afligidas por este terrible azote, son las epidemias más devastadoras en todas las estaciones y en las localidades más opuestas, son individuos de todas edades y condiciones, los que han dado lugar a las observaciones hechas con la mayor exactitud, de que hemos sacado estos resultados.

Hemos tenido demasiada felicidad en atajar muchas veces al instante una terrible epidemia y hacerla desaparecer como por encanto, para no creer de nuestra obligación el dar la mayor publicidad a un descubrimiento que puede colocarse cerca de la vacuna y que bastaría solo para inmortalizar el nombre del Doctor Hahnemann, a quien me complazco tanto más en tributar homenaje, cuanto nuestros contemporáneos afectan ignorar su mérito y no hacen más que recalcarse en las extrañezas y analogías forzadas que ha incluido y expuesto en su sistema.

De este sistema de la Homeopatía de Hahnemann muy extendido por toda la Alemania, que ha empezado ya a cundir en Italia, particularmente en Nápoles, y que no deja de presentar muchas ideas útiles a la práctica, sobre todo en la curación de ciertas enfermedades, daremos la competente noticia en alguno de nuestros números. Entretanto diremos que el Diario de Medicina publicado algunos años hace por el célebre Hufeland, primer Médico del Rey de Prusia, está lleno de observaciones de muchos distinguidos médicos alemanes que en diferentes epidemias y países confirman cada día más y más la certeza de la virtud preservativa de la belladona contra el contagio de la escarlatina. Aunque esta enfermedad no es comúnmente entre nosotros tan violenta y mortal cómo en el norte, no deja sin embargo de ser funesta muchas veces, especialmente por la anasarca y otras secuelas que suele acarrear, y siempre puede ser muy útil el conocimiento de su preservativo. Tenemos algunos datos para pensar que esto quizá también podrá servir contra él contagio del sarampión (Morbilli), exantema no menos frecuente ni funesto, que presenta algunos síntomas semejantes a los de la escarlatina y a los que produce el uso de la belladona, habiendo en otro tiempo sido confundido con aquella. No perderemos la ocasión de confirmar tales datos, luego que se nos proporcione.