Ciencias médicas
Nueva medicina alemana, o doctrina de la Homeopatía
“El más importante, o más bien el único objeto del médico es poner sanos a los que están enfermos; y la perfección del arte de curar consiste en la restauración pronta, fácil y duradera de la salud, o en la destrucción completa de la enfermedad por el método más corto y más seguro.” Así es como se expresa el doctor Hahnemann en los prolegómenos de su Organon{1}; y seguramente si las bases de su sistema están tan bien establecidos, y los buenos resultados de su aplicación son tan incontestables como estos axiomas preliminares, podría proclamarse el creador de una nueva era en la historia de la ciencia, y el bienhechor de la especie humana.
Fundar un sistema universal de medicina sobre una sola proposición; explicar claramente al enfermo de qué modo podrá efectuarse su curación, sustituir a los términos vagos y oscuros del arte un catálogo de síntomas distintos y precisos; en fin, reemplazar la odiosa práctica de tomar medicinas por la simple y elegante diversión de tragar algunas pastillitas de azúcar, con gran perjuicio y desesperación de los boticarios; tales son las innovaciones, atrevidas de la nueva terapéutica, de la que el doctor Hahnemann es el creador. Esta doctrina, conocida bajo el nombre de homeopatía, hace después de una veintena de años mucho ruido en Alemania; pero casi se ignora entre nosotros, y no es más conocida en Francia. La única mención que se ha hecho de ella en Inglaterra se encuentra en la obra del doctor Granville; y esta mención es muy imperfecta y superficial. Por otra parte, el doctor Broussais no ha hablado de ella una sola palabra en su exposición de las diferentes teorías médicas. Pero bien sean las doctrinas de Hahnemann tan verdaderas como son agradables, o tan falsas como son extraordinarias, ha llegado el tiempo de hacerlas conocer. Si la Alemania es la patria de los sueños y de las hipótesis, es también la de Leibnitz y de Euler. Esto debe bastar para que las ideas que la preocupan y agitan no sean refutadas sin examen y con una orgullosa ligereza. Nos interesaremos en este artículo en dar a conocer los principios fundamentales de la nueva medicina alemana, pero sin tomarla bajo nuestra responsabilidad, aunque para hacer nuestra exposición más rápida adoptemos algunas veces el lenguaje de los homeopatistas.
Verdadera o falsa, la homeopatía no debe confundirse con el empirismo. Si tiene algunos signos exteriores de la charlatanería, no tiene sus caracteres esenciales. No es un misterio concebido solamente para atrapar el dinero a tontos, sino una doctrina expuesta con claridad, y sometida al libre examen del público. No es tampoco un refugio más para la ignorancia: el médico que quiere aplicarla debe, al contrario, haber hecho estudios profundos, poseer un conocimiento exacto de las diversas partes, y de todas las funciones del cuerpo humano; de la patología, igualmente que de la fisiología; de la botánica, de la química, y de las aplicaciones de estas dos ciencias. No es una ilusión peligrosa que convierta las esperanzas de los valetudinarios en instrumentos de muerte, un cáliz que brilla por sus bordes, y oculte un brebaje fatal; no acarrea un corto alivio momentáneo minando lentamente el enfermo con sus aplicaciones sucesivas; ni se burla con los primeros resortes de la vida. Recomienda sobre todo la templanza; y por confesión de sus mismos enemigos, si no hace bien, apenas puede hacer algún mal.
Por otra parte, no se puede negar que no haya algo de charlatanismo en la forma y estilo de Hahnemann. Suponiendo sin cesar que su sistema y la verdad son idénticos, habla, como cosa convenida, de sus derechos a la infalibilidad; proposición que suena mal en los oídos ingleses. Toma un tono de vanidad solemne siempre que habla de sí, que provoca al mismo tiempo la risa y el disgusto. “Sabe para qué fin ha venido al mundo.” “La homeopatía es un magnífico don que Dios ha hecho al hombre;” y otras cien frases semejantes que no se pueden sobrellevar sino recordándose que en el país de Hahnemann cada uno sostiene sus opiniones con una convicción profunda y un entusiasmo grave, que ha sido el principio de tantas insulseces literarias, de tantas quimeras adornadas de nombres pomposos como se enseña en las universidades.{2}
Otra cosa que comprometerá tal vez más su autoridad entre nosotros, es que aconseja, aunque con restricciones, el uso del magnetismo animal; prescribiendo reglas para su aplicación en cortas dosis, y citando curas milagrosas que pretende que esta especie de ciencia oculta ha producido. Pero la peor de todas sus faltas contra el buen sentido y el buen gusto son sus continuas invectivas a los médicos que no pertenecen a la facción sagrada de los homeopatistas. Prosigue sin cesar sus injurias comunes a todos aquellos que no han adoptado sus doctrinas. “Estos son ignorantes, que tienen ojos para no ver, y orejas para no oír,” o casi también “charlatanes criminales.”
Los adversarios de Hahnemann han aprovechado las armas que él mismo les ha suministrado por su petulancia. El doctor Heinnroth, que ha dirigido las más fuertes baterías contra los baluartes de la Homeopatía, entre otras cosas dice: “Si la nueva doctrina es la única que sea buena, y si todos los médicos anteriores fueron ignorantes o bribones, ¿cómo es que se han hecho curaciones en otro tiempo? La certeza de las antiguas curaciones, continúa, hace ver toda futilidad de las pretensiones de Hahnemann.” Con todo eso, aunque esta observación sea un castigo merecido de la presunción del fundador de la nueva escuela, no basta para derribar su doctrina. Aun cuando sus medios curativos no sean los solos, podrían a lo menos ser los más seguros, los menos peligrosos y los más prontos.
El principio fundamental de la homeopatía (ὁμοιος πάθος) está expresado por su nombre. Este es, según el doctor Granville, “el arte de curar fundado sobre las semejanzas;” o en términos más claros, “la doctrina que enseña cómo cada enfermedad puede curarse por medicamentos que produzcan en una persona sana síntomas semejantes a aquellos que caracterizan la enfermedad dada.”
En oposición con el antiguo dogma de la medicina paliativa, contraria contrariis, la observación, la reflexión y la experiencia de Hahnemann le han llevado a dar esta sentencia similia similibus curantur, o en el lenguaje del poeta:
...One fire burns out anothers burning
One pain is lessen’d by another's anguish:
Take thou some new infection to the eye,
And the rank poison of the old wil die.
Versos que prueban como Shakespeare{3} decía ya tantas cosas sin saberlas, era también un homeopatista.
Parece que hasta el tiempo de Hahnemann ningún médico había aun echado mano a este modo tan simple de curación. Sin embargo, si en este gran principio se halla la verdad, tal como la asegura el autor del Organon, habrá debido, sin estar reconocido de una manera absoluta, dejar durante la larga sucesión de las edades algunas huellas de su desarrollo ocasional: esto es en efecto lo que ha sucedido. La atención de Hahnemann fue excitada por primera vez cuando después de haber tomado quina en estado de salud experimentó síntomas de la calentura intermitente. Sorprendido de este fenómeno, consultó una multitud de autores para saber si existían hechos análogos. Cuarenta páginas de citas prueban que sus investigaciones no han sido vanas. Indicaremos algunos de los hechos más notables citados por él.
Hipócrates en su libro quinto dice{4} que un ateniense, atacado por el más violento cólera, se curó tomando eléboro, que según las observaciones de Forestus, Ledelius, Reimann y algunos otros, produce él mismo una especie de cólera, y que por otra parte es muy conocido, porque es un purgante muy violento. La sueta inglesa, que apareció por primera vez en 1485, y que fue de tal modo mortífera que de cien enfermos noventa y nueve perecían, no fue dominada sino cuando se recurrió a la aplicación de los sudoríficos. Fritze y De Haen vieron convulsiones acompañadas de delirio que habían sido causadas por una especie de yerba mora; y ¡cosa rara! con pequeñas dosis de la misma especie de yerba mora se curó un delirio y convulsiones semejantes.{5} Entre los numerosos síntomas provocados en las personas sanas por la belladona, Grimm, Camerarius, Santer, Cullen y otros médicos han notado la imposibilidad de dormir, la dificultad de respirar, una sed ardiente, y al mismo tiempo el horror que los enfermos experimentan por los líquidos que se les presentan, la imposibilidad de tragar, y un violento deseo de morder las personas que tienen delante; en una palabra, la imagen perfecta de esta especie de hidrofobia que Tomás de Mayerre, Munch, Buchholz y Neimike han completamente curado por medio de esta planta. Cuando la belladona es ineficaz para curar la hidrofobia, Hahnemann supone que lo es porque se ha dado en dosis demasiado considerables, o porque el caso, no siendo perfectamente análogo, exigía la aplicación de otros específicos. El estramonio y el beleño (hyoscyasmus niger) hacen igualmente parte de los remedios de la farmacopea homeopática contra esta terrible enfermedad.{6}
Pero a la lista de todos estos casos acumulados por la erudición de Hahnemann oponen sus antagonistas dos objeciones. Los unos, a cuya cabeza está el doctor Forg, le acusan que hace citas falsas; y cuando son exactas ve que las atribuye un sentido que no tienen. Por nuestra parte declaramos que todas las veces que hemos verificado las citas de Hahnemann las hemos siempre hallado fieles. Pero el doctor Heinroth, sin disputarle la exactitud, ataca las conclusiones que Hahnemann saca de ellas. Las curaciones, dice, pueden haber sido ejecutadas por específicos cuya aplicación parecería conforme al principio similia similibus; pero esta conformidad no sería sino aparente; y esto sería un verdadero petitio principii. En apoyo de su gran principio observa que se cura un miembro helado frotándole con nieve.
De las alturas de su erudición Hahnemann desciende después a las prácticas ordinarias de la vida común. El cocinero advertido, cuya mano se ha escaldado en el ejercicio de su útil empleo, la acerca al fuego superando con valor el dolor más vivo que experimenta, convencido por la experiencia que el mal cesará después de algunos minutos de paciencia. Otros aplican sobre la quemadura espíritu de vino caliente o aceite de terebintina, y se curan al cabo de algunas horas, mientras que el agua fría no haría sino agravar el mal, y que los ungüentos refrigerantes prolongarían muchos meses. Sobre este punto el empirismo se encuentra apoyado por autoridades respetables. Fornelius aconseja arrimar fuego a la parte quemada; John Hunter hace otro tanto, y condena igualmente el uso del agua fría. Sydenham y Benjamin Bell se declaran por el espíritu de vino; Kentish, y John Bell aconsejan el aguarrás.
“Así, pues, exclama Hahnemann en este lugar de su libro, ha habido de cuando en cuando médicos que entrevieron esta importante verdad, que los medicamentos curaban únicamente las enfermedades por la propiedad que tienen de excitar afecciones semejantes en las personas sanas. Así es como el pseudo Hipócrates en su libro περί τόπων των κατ άνθρωπον, ha escrito estas palabras notables: διά τα όμοια νούσος γίνεται, και διά τα όμοια προσφερόμενα εκ νοσεύντων υγιαίνονται, διά το εμέειν έπετος παύεται.” Después continúa y hace ver que Boulduc{7} atribuía a la facultad purgativa del ruibarbo la propiedad que tenía de curar la diarrea; que Detharing explica la propiedad que tiene el sen de curar el cólico por su tendencia a provocarlo en las personas sanas{8}; que Betrholou afirma que la electricidad puede producir en las personas las afecciones que cura en las que están enfermas{9}; que Van Stoerck dice positivamente que el estramonio pue de útilmente emplearse en curar la locura, visto que provoca los síntomas de ella cuando se administra a personas que gozan de su razón{10}; y que Stahl, cirujano danés, ha dicho también de un modo más explícito que el antiguo método de curar por los contrarios es del todo erróneo, y que las enfermedades pueden tratarse por medios que podrían producir los mismos síntomas.{11} ¡Tanto los hombres estaban aguardando esta verdad! Pero dice Hahnemann, todo esto no tuvo jamás más consistencia que un pensamiento fugaz; las absurdas ideas de la antigua escuela se mantienen hasta nuestros días, en que se ha en fin sustituido un método simple, pronto, infalible de curar. Seguro, como imagina, de la verdad de su principio, lo funda por hechos imponentes, no considerando Hahnemann que sea muy importante dar de él una explicación filosófica. Pero el público alemán no es de tan fácil composición; y cuando no se le pueden dar buenas razones, es menester al menos dárselas plausibles. Quizás el lector colocará en esta categoría las de Hahnemann. Como quiera que ellas sean, vamos a procurar presentarlas rápidamente en sumario.
Cada enfermedad, cuando no es del dominio de la cirugía, no es otra cosa que una perturbación más o menos violenta de la economía animal, manifiesta por los síntomas: por medio de medicamentos convenientes se la convertirá en una enfermedad artificial semejante, pero más enérgica, que cederá a su vez a la acción reparatriz de la fuerza vital. En efecto, la economía del cuerpo humano es más susceptible de afectarse por la virtud de los medicamentos que por las infecciones naturales; porque puede modificarse por los primeros en todo tiempo, y casi bajo el imperio de todas las circunstancias, en tanto que no puede ser atacada por las últimas sino cuando existe una predisposición en el organismo. Resulta de aquí que la enfermedad artificial absoluta subyugará la otra que es condicional y menos enérgica.
Mas para que esta enfermedad artificial tenga toda su eficacia, es preciso que sea semejante a la que debe curar. Para llegar a la demostración completa de esta proposición, veamos desde luego lo que pasa cuando dos enfermedades naturales desemejantes llegan a encontrarse en el cuerpo humano. 1.° Estas dos enfermedades o son de igual fuerza, o bien la antigua es la más fuerte de las dos; en este caso, la nueva afección se disipará prontamente, pero sin que la fuerza de la primera se debilite: Así es que la peste de Oriente no ataca a los que tienen tiña o lepra. 2.° Si al contrario, la segunda enfermedad es la más fuerte, entonces la antigua se suspenderá hasta el momento en que la nueva haya curado, después de lo cual volverá a aparecer sin haber disminuido de ninguna manera por esta suspensión temporal. Así es como Tulpius refiere que dos niños, sujetos a convulsiones epilépticas, se curaron por un tiempo durante el cual habían tenido tiña; pero la epilepsia volvió luego que la tiña desapareció. La manía que sobreviene cuando una consunción pulmonar ha principiado sus estragos, hace desaparecer los síntomas de ella; pero si la manía cesa, la consunción reaparece inmediatamente. 3.° Sin embargo, algunas veces sucede que la nueva enfermedad concluye una alianza con la antigua, y que las dos reunidas hacen una guerra ofensiva contra la constitución del enfermo. Esta complicación de las enfermedades naturales es felizmente bastante rara. Durante una epidemia de sarampión y de viruela sobre trescientos enfermos, Russel no vie en ella sino uno solo que fue atacado simultáneamente por los dos contagios, Rainey Maurice en toda su larga práctica no han observado más que dos veces la reproducción del mismo hecho; y Zencker habla de una vacuna que siguió su curso natural, aunque el enfermo tuvo al mismo tiempo el sarampión y la escarlatina; y Jenner vio igualmente una vacuna cuyos progresos no se turbaron por la presencia de una afección sifilítica, sujeta a un tratamiento mercurial. La complicación de las enfermedades es mucho más frecuente cuando la que se presenta en último lugar ha sido causada por los errores del médico.
Pero el resultado es muy diferente cuando se encuentran dos enfermedades semejantes; esto es, cuando a una enfermedad anterior se la junta otra de la misma especie, pero de una energía más grande. Entonces el hombre puede recibir una lección de la naturaleza, porque cuando esto sucede la una de las enfermedades no excluye la otra sin experimentar en sí misma modificación como en el primer caso de las enfermedades desemejantes no la deja volver más después de haber únicamente interrumpido el curso de ella como en el segundo caso; en fin, no resulta entonces una enfermedad doble o compleja como en el tercer caso. Al contrario, dos enfermedades semejantes en sus síntomas, aunque diferentes en su origen, se destruyen recíprocamente. Así es como, aunque una violenta inflamación de los ojos sea muchas veces ocasionada por la viruela, las inflamaciones crónicas del mismo órgano se han curado perfectamente por la inoculación del virus variólico, según afirma Dozeteux y Leroy. Según el testimonio de Closs, la sordera se ha curado algunas veces de la misma manera. Hardege refiere que ha visto la ligera calentura que acompaña la vacuna destruir una calentura intermitente en dos personas, en conformidad al principio reconocido por John Hanter, que dos calenturas no pueden existir en el mismo individuo.
Conforme a estas proposiciones, verdaderas o falsas, es como Hahnemann ha dividido el arte de curar en tres ramos. El primero es la homeopatía, único método de imitar la naturaleza en sus más hábiles procedimientos; el segundo, la alopatía, que hasta la presente ha sido el método más en uso, y que intenta curar las enfermedades, excitando afecciones desemejantes; el tercero, la enantropatía o antipatía (la paliativa), que, oponiendo los contrarios a los contrarios, produce algunas veces alivios momentáneos, pero que termina por aumentar el mal de una manera permanente. Una prueba de la gran celebridad de Hahnemann, entre sus compatriotas, es que estas sabias distinciones se han hecho vulgares en Alemania. Allí se distinguen hoy en el día los dispensadores de la ancianidad y de la salud en homeopatistas o alopatistas.
Del principal teorema de la homeopatía resultan dos corolarios que no han excitado menos debates que el gran principio mismo. El primero es que la enfermedad no es sino una agregación de síntomas, y que por consecuencia en el tratamiento de las diversas afecciones el empeño del médico debe ser extinguir estos síntomas, porque entonces se tendrá destruido el principio del mal. Un antiguo adagio dice: cessante causa tollitur effectus; pero Hahnemann sostiene que lo contrario no es menos exacto. Sin embargo que había hecho un estudio profundo de la patología, desecha todas las indicaciones en uso, sean vulgares o científicas. Declara no entender nada en
All feverous kinds convulsions, epilepsies, fiers catarrhs.{12}
No se ocupa sino de los dolores locales y de las debilidades del que se forman estas enfermedades y las demás. Un médico homeopatista no os pregunta si tenéis calentura, reumatismo o un ataque de gota, pero os interroga con el mayor cuidado sobre el estado de vuestra cabeza, examina el de vuestras entrañas, de vuestra piel, &c. No comprende lo que queréis decir cuando os quejáis de un dolor de cabeza, de oído, de estómago; es preciso que sepa en qué parte de la cabeza, de los oídos, del estómago se encuentra el dolor, y de qué naturaleza es. Porque, en atención a que por los síntomas se guía su práctica, es preciso que tenga un completo conocimiento de ellos; los persigue al través de todas las categorías desde dónde, cuándo, cómo, con una inquisición minuciosa, que ningún práctico, según los métodos comunes, sabría igualar. Dos páginas del Organon, copiadas en pequeño texto, indican los puntos sobre los cuales debe hacerse esta investigación, y dejan aun un etc. indefinido que debe rellenar la sagacidad del médico.
Aunque esta manera de considerar las enfermedades no sea nueva, pues que Gaulius mismo ha dicho: morbus est complexus symptomatum, y que en su práctica la mayor parte de médicos, hablando siempre de atacar las causas, no curan en el fondo sino los efectos; esta definición y las consecuencias que Hahnemann saca de ella, han encontrado sin embargo la más viva oposición. También se han dirigido contra ella argumentos sacados de la psicología, tal como este hecho, que en el entendimiento humano la síntesis precede al análisis, pues que el niño conoce primero su ama antes de haber distinguido en ella la nariz, la boca, los ojos, las manos, &c. Pero los enfermos que quieren ante todo curarse, se ocupan muy poco de la metafísica. Cuando entran en una convalecencia durable y segura, por la destrucción de todos los síntomas peligrosos o incómodos, les importa poco las cuestiones de precedencia entre las causas supuestas y los efectos. La causa primera del hambre aún no ha sido probada; pero sabemos por experiencia que un manjar suculento hace cesar las angustias de ella. Hahnemann no se para lo más mínimo, como sus antagonistas, de una curación parcial o pasajera; no queda satisfecho sino cuando ha obtenido una completa supresión de todos los síntomas y el restablecimiento durable de la salud.
Según la doctrina que exponemos, siendo los síntomas el solo punto que debe atacarse, y debiendo desaparecer estos síntomas por aplicación de los medicamentos que los provocarían en un sujeto sano, es muy fácil formar una farmacopea homeopática. Para esto basta proporcionarse un cierto número de individuos, que gozando perfecta salud, y de un carácter dulce y paciente, consientan que se haga en ellos los ensayos farmacéuticos. Después de haber tomado una cantidad conveniente de sustancia vegetal, mineral o animal, se someterán a un régimen que no pueda modificar la acción de estos, y notarán cuidadosamente todos los efectos que podrán resultar de ellos, conforme a las reglas dadas por Hahnemann en su arzneimittellehre, o doctrina de los medicamentos. Con este motivo observa el doctor Heinroth, que siendo venenos muchas sustancias las más apreciables para los homeopatistas, no se las podría ensayar, sin exponerse a cometer homicidios; mas este argumento es en el fondo tan poco lógico, como lo peor de su Organon; porque un hombre puede tomar un veneno en cantidad suficiente paca juzgar de sus efectos, sin prolongar sus experiencias hasta el panto que tuviesen consecuencias fatales.
La mayor parte tienen idiosincrasias, particularidades de constituciones que arrojarían mucha incertidumbre sobre el resultado de las pruebas. Así es, por ejemplo, que tal individuo llega a tomar impunemente una cantidad de láudano que podría llevar a cinco a la tumba. Pero esta objeción es una exageración grosera, una especie de libelo contra la naturaleza humana. Hahnemann afirma que él y los individuos de su elección, que: hacen en sí mismos la medicina experimental, no tienen ninguna idiosincrasia maligna; y su arzneimittellehre, o doctrina de los medicamentos, obra que es el producto de la experiencia personal adquirida por este partido patriótico, sube ya a ocho volúmenes en octavo, de un grueso muy razonable. El doctor Kitchiner, de gastronómica memoria, recomienda su libro de cocina a la atención de los conocedores, declarando que ha ensayado todas las recetas que da; ¡pero como se ha de comparar esto con los trabajos de Hahnemann y sus discípulos, que se ingenian de mil maneras para causarle males! Ha sido atormentando sus intestinos, donando a sus cerebros dolores agudos, como han aprendido cuanto saben; y el resultado de sus investigaciones no admira menos por su carácter de exactitud minuciosa, que por su extensión. La lista de los síntomas es prodigiosa bajo cada título de la materia médica. Así es como la nux vómica produce más de mil doscientos síntomas; la calcarea carbónica de la contha de la ostra mil noventa; y el succus sapiae mil doscientos cuarenta y dos. Aun en la hipótesis en que la mitad de estos síntomas fuesen puramente imaginarios, o bien el resultado de viciosas particularidades de constitución, se tendría todavía una suma de hechos propios a apresurar el desarrollo de la ciencia farmacéutica. Ahora vamos a desenvolver el segundo corolario del gran principio de la homeopatía. Puesto que el tratamiento de una enfermedad no precisa emplear sino medicamentos propios a provocar síntomas de la naturaleza de aquellos que ya existen, estos medicamentos obrarán en un temperamento predispuesto a afectarse de ellos; y siendo mucho más enérgico el poder de la medicina que el de la enfermedad natural, una pequeñísima parte del medicamento será suficiente para obrar en una constitución así preparada. El más ligero agravamiento de la enfermedad, por los medios puramente curativos, constituirá una enfermedad artificial bastante poderosa para contrarrestar y hacer desaparecer la otra; y cuanto más ligera sea esta enfermedad artificial, más fácilmente cederá a la acción del principio vital.
De esta teoría resulta la necesidad de las pequeñas dosis; pero la forma práctica que toma esta conclusión es la parte más notable de todo el sistema de Hahnemann, y la que excitará más la credulidad del lector. Yendo paso a paso en sus reducciones, el fundador de la homeopatía ha adoptado proporciones desconocidas basta aquí, y que parecerán increíbles. La millonésina parte de un grano es una dosis ordinaria; pero algunas veces estas reducciones descienden hasta la billonésima, la trillonésima, y aun la decillonésima parte. Describiendo el método de preparación daremos una idea más clara de estas extrañas prescripciones. Supongamos que el medicamento pertenece al reino animal; se toma un grano, si es posible, bajo la forma de polvo, que se tritura durante una hora con noventa y nueve granos de azúcar de leche; se toma después un grano de esta mezcla, que se tritura segunda vez con noventa y nueve granos de azúcar de leche, de manera que cada grano de esta segunda composición contiene únicamente la decimamilésima parte del grano primitivo. La tercera trituración reduciría la proporción a la millonésima; la sexta a la billonésima, y así de seguida si se juzga a propósito llevar más lejos la reducción. En las preparaciones mercuriales un grano de azogue puro se reduce de la misma manera al millonésimo grado; un solo grano de polvo obtenido así se disuelve en noventa y nueve gotas de espíritu de vino; una gota de esta solución se mezcla después a otras noventa y nueve gotas de la misma sustancia; y por otra operación semejante, teniendo la mezcla reducida al millonésimo grado, se humedecen en este líquido algunos pedacitos de azúcar, del grueso de un grano de semilla de adormideras, y constituyen una dosis. Seguramente sería imposible encontrar un modo de medicinar que fuese más agradable.{13} Aun la deglución de estas pequeñas fracciones no siempre la juzga necesaria, cuando el imán es solamente por el tacto como se produce el efecto medical. En más de un caso Hahnemann prescribe limitarse a tocar la redomita que contiene las píldoras; y aun, según algunas insinuaciones que se encuentran acá y acullá, parecerá creer que ciertas drogas se pueden tomar como algunos adeptos comprenden la música, a la simple vista. Aun cuando disminuyésemos de esta doctrina de las dosis infinitesimales estas últimas extravagancias, todavía quedaba en ella bastante para confundir a los más apasionados amigos de lo maravilloso. Por consiguiente, esta parte del sistema de Hahnemann es contra la que sus adversarios han lanzado sus más picantes y chistosos tiros, o sus argumentos más sólidos. El jocoso doctor Sachs, de la universidad de Kœnigsberg, dice que el médico homeopatista, con sus pequeñas dosis puede compararse a un carretero que quisiera hacer arrastrar la carga de cuatro caballos a una mariposa. Otro adversario observa, que si la decillonésima parte de un grano tiene alguna eficacia, una onza arrojada en el lago de Ginebra bastaría para medicinar todos los calvinistas de la Suiza. A esta chanza se ha juzgado a propósito responder con gravedad: 1.° que no hay ninguna analogía entre estos términos de comparación: 2.°, que la masa del líquido del lago no podía, aun cuando se la agitase por un furioso huracán, combinarse con el medicamento tan íntimamente como lo exigen las prescripciones homeopáticas. En fin, se ha opuesto a Hahnemann sus propias contradicciones. Parece que en 1797 ha hablado en un escrito de los maravillosos efectos de la ignatia amara en una calentura epidémica que atacaba a los niños, que trató haciéndoles tomar dos granos a los menores de tres años, y dos a tres granos a los de siete a diez años, repitiendo estas dosis cada doce horas: al presente considera como suficiente la trillonésima y aun la cuatrillonésima porción de un grano; de modo que trataría hoy en el día los habitantes de todo un sistema solar con lo que daba a un niño de teta. Así es como en los reumatismos el Hahnemann de los antiguos días administraba de treinta a cuarenta granos de alcanfor cada día, mientras que en su práctica actual sería menester crear un nuevo universo para la consumación de una dosis tan grande.
Mas la acusación de contradicción no constituye un verdadero argumento. Sería absurdo suponer que porque un hombre se ha engañado una vez, debe errar siempre. Además de esto, es muy natural que esta extraña doctrina de dosis infinitesimales haya encontrado contradictores e incrédulos; por lo que a nosotros toca, nada hemos visto en ella sino un nuevo resultado de este espíritu quimérico que ha invadido todas las ramas de la filosofía y de la literatura alemana, o por lo menos un medio empleado por Hahnemann de llamar sobre sí la atención pública por la extrañeza de sus paradojas.
Pero veamos lo que el fundador de la Homeopatía dice en su defensa. Principia en ella apelando a los hechos, y observa que es absurdo controvertir lo que una experiencia diaria atestigua; tras lo cual ensaya dar una explicación racional de una doctrina tan extraordinaria. Según él, los incrédulos no consideran bastantemente el sacudimiento y frotación que se dan a las preparaciones homeopáticas. No solamente las sustancias medicinales experimentan por estas violentas percusiones numerosas modificaciones, sino que adquieren un prodigioso acrecentamiento de fuerza. Cada cual, dice, puede reconocer por sí mismo los asombrosos efectos del rozamiento. El paisano que ha encendido su pipa con un pedernal y un eslabón no se hace cargo de la fuerza que su acción ha desarrollado en las materias que ha puesto en contacto; sin embargo, con un microscopio, y aun a simple vista, se pueden ver partecillas de acero en fusión; lo que prueba que durante el roce se ha desenvuelto un calor de tres mil grados de Fahrenheit. La simple frotación basta para extraer el calórico latente: así es como se llega a calentar una alcoba, frotando con velocidad planchas de metal unas con otras. El cuerno, los huesos, el marfil y algunas otras sustancias, aunque sean inodoras cuando están aisladas, esparcen un olor muy fuerte cuando se les frota. Igualmente indica Hahnemann otras modificaciones en las propiedades de la materia que están más directamente en apoyo de su sistema. Cita diversas sustancias insolubles en su estado ordinario que se hacen solubles después de la trituración en agua o en espíritu de vino. La tinta que se extrae del choco, en su primitiva condición, no es soluble sino en el agua; pero después de la preparación homeopática, lo es igualmente en el espíritu de vino. La magnesia, el mármol y otras sustancias calcáreas, después de haber sufrido esta preparación se vuelven perfectamente solubles, aunque antes no hubieran podido combinarse ni con el espíritu de vino, ni con el agua. Hahnemann se presenta como el primer observador de estos hechos químicos; pero sobre todo se gloría del partido que de ellos ha sacado para el arte de curar, probando el gran aumento de fuerza que los medicamentos experimentan por la frotación y alteraciones que se les imprime. Este aumento es tan fuerte, que una gota de drosera administrada a un niño que tiene tos convulsiva, puede comprometer su existencia después de haber atenuado al decimotercio grado, pero agitada fuertemente veinte veces a cada reducción; en tanto que si la agitación no se repite sino dos veces, una simple píldora de azúcar, humedecida en este líquido al treinteno grado de atenuación, operará una cura pronta. Tal es a lo menos el modo con que Hahnemann explica la potencia de sus dosis infinitesimales.
Mas por especiosa que sea esta explicación, conocemos bien que no basta, y que las teorías extraordinarias no pueden tener por apoyo sino hechos bien confirmados. Así, pues, volviendo al método aristotélico que Hahnemann mismo ha indicado como el mejor medio de experimentar su sistema, vamos a ver si las ventajas están garantizadas por curaciones bien auténticas. Se encuentra un gran número de curaciones citadas en los Archiv fur die hom. Heilkunst; pero por muy poderosas razones que haya para que sea necesario indicarlas, nos contentaremos con citar un corto número de hechos que nosotros mismos hemos observado, o que nos han sido garantizados, no solamente por hombres del arte, sino por personas del primer rango o de la mayor inteligencia en Austria y Sajonia, las dos provincias de Alemania donde la nueva doctrina está más en boga.
En Senftenberg, villa de Bohemia, hacía grandes estragos la cruel enfermedad conocida bajo el nombre de disentería. Los métodos ordinarios de la medicina se habían practicado inútilmente para contener sus progresos. En desesperación de causa se prueban preparaciones homeopáticas con una ventaja inmediata y uniforme. Un cazador del barón de Senftenberg estaba en el extremo de echar el último aliento: se le administraron algunas píldoras homeopáticas, y a los dos días se levantó de la cama por su pie, y al siguiente día recorría el bosque con su fusil, cuando, según los pronósticos de sus primeros médicos, en este día hubiera muerto: un incrédulo decidido testigo de este hecho se volvió inmediatamente un partidario entusiasta de la nueva doctrina. Un caballero de Bohemia tenía una de las especies más asquerosas de lepra, complicada con desorden completo de las facultades digestivas. Sus médicos lo habían declarado incurable; y hemos visto en Inglaterra afecciones del mismo género declararlas igualmente incurables. No obstante esto, al cabo de algunos meses los medicamentos homeopáticos y la dieta hicieron desaparecer todos los síntomas de la enfermedad, y el paciente llego al colmo de la felicidad humana de no sentir más que tenía estómago. Uno de los hijos de un caballero muy conocido en Londres llego al continente moribundus. Su físico parecía aniquilado por los efectos de una calentura cerebral. Había experimentado muchos médicos, muchas medicinas, muchas aguas termales, pero sin ningún suceso. Ha debido su restablecimiento a la Homeopatía, y prueba el más vivo reconocimiento de uno de nuestros amigos a quien había obligado a experimentar sus remedios. El director del teatro de Praga tenía cuatro niños enfermos con anginas: uno murió; dos curaron secundum artem después de muchas fatigas y tiempo; el cuarto se trató homeopáticamente y se curó en un día.{14} A este mismo director se curó a su mujer otra enfermedad igualmente con prescripciones homeopáticas, y manifestó su agradecimiento desde un palco de su teatro al doctor Loewe que la había curado. Un negociante de Leipsick tenía una afección inveterada del estómago, constipación habitual, náuseas; conato a vomitar luego que tomaba algún alimento eran los síntomas más benignos de su enfermedad. Después de la primera dosis homeopática propinada por el doctor Hartlaub, el mal principió a disminuir; continuando esta curación con suceso siempre en aumento; y dicho negociante se halla en el día tan bueno como cualquiera que lo esté en Sajonia. Si hiciésemos conocer todas las circunstancias de esta curación, no parecería menos notable que las que ha citado el doctor Granville.
Cuando el príncipe de Schwartzenberg, personaje muy importante para atreverse a jugar con él, consultó al doctor Mahzenzeller, que ejercía entonces la medicina en Praga, este médico le cito en prueba de las ventajas del sistema que había adoptado cien curaciones que había hecho en esta ciudad. Mahzenzeller está ahora en Viena y sigue prescribiendo dosis infinitesimales con el mayor suceso. Se nos censuraría que aumentábamos la lista de nuestras observaciones personales citando jaquecas, dolores de muelas, de garganta, y otras indisposiciones que sin embargo no son bagatelas, cuando es cierto, como últimamente decía un sabio doctor, que toda afección dolorosa, por ligera que sea la causa, tira a abreviar nuestra existencia. Todas estas curaciones se han efectuado con píldoras de azúcar que tal vez contenían la decillonésima parte de un grano de medicina.
Aun cuando a pesar de todos estos hechos la homeopatía fuera falsa, sería por lo menos muy apetecible que aquellos que tienen la funesta costumbre de medicinarse por sí creyesen en la realidad de esta doctrina. Se lograría a lo menos la ventaja de no aumentar las numerosas víctimas de la farmacopea doméstica. La facilidad del trasporte de la farmacopea homeopática es una de sus más notables propiedades. En este momento tenemos a la vista un estuche de tafilete del tamaño de una biblia de faltriquera que contiene ochenta y cuatro frasquitos de píldoras homeopáticas, suficientes para curar la tripulación de un navío de alto bordo durante un viaje alrededor del mundo.
Estos hechos, y otros muchos que podríamos citar, además de nuestras observaciones personales, parecen demostrar la eficacia de las pequeñas dosis. El número y notoriedad de las curaciones hechas por este orden es lo más dificultoso que tiene para los antagonistas de la homeopatía. Un número igual de curaciones desgraciadas sería la mejor respuesta que se hace a todo el sistema de Hahnemann; pero nada hemos encontrado que se parezca a esto en las refutaciones que hemos leído del Organon. El caso del príncipe de Schwarzenberg es el único hecho que oponen los Alopatistas.{15} Este eminente personaje, después de haber consultado al doctor Mahzenzeller, se fue a Leipsick para recibir por sí mismo los consejos del gran Hahnemann. El príncipe vivía en el cuarto que habitaba el rey de Sajonia en 1813, y murió el día aniversario del en que había hecho la captura de este ilustre prisionero. El doctor Sachs insinúa es cierto que Hahnemann da en su práctica dosis más grandes que las que indica en sus libros, y que se ha retirado a Kaethen, su residencia actual, para evitar las persecuciones que autorizan las leyes sajonas contra los médicos que preparan por sí mismos las medicinas. Añade que habiendo sido autorizado uno de sus discípulos para hacer prescripciones en los hospitales de Berlín bajo la inspección de una comisión nombrada por el rey, se descubrió que procuraba burlar la vigilancia de sus miembros, dando a escondidas medicinas a los enfermos; pero la homeopatía no es responsable de las culpas ocasionales de apóstoles inhábiles o de mala fe. Si hubiera algo de verdad en las causas a que Sachs atribuye la retirada de Hahnemann, ¿cómo seis médicos que siguen su método en Leipsick podrían ejercer tranquilamente su arte, rodeados como lo están de un ejército de doctores alopatistas, entre los cuales se hallan los profesores de la universidad?
La homeopatía insiste en la dieta, como en los medicamentos; y respecto a nosotros debemos reconocer que ha adoptado principios perfectamente juiciosos. Los tratados acerca del régimen están en general escritos para individuos cuyos órganos digestivos se hallan desordenados, y para el resto de la humanidad que se encuentre en las mismas circunstancias que ellos. Un valetudinario que no puede digerir la manteca, ni dormir del lado izquierdo, nos aconseja acostarnos del lado derecho, y abstenernos de este agradable producto de nuestros establos. No hay regla universal para los estómagos, y Hahnemann no ha procurado establecerla. Advierte que cuando un enfermo toma sus dosis debe evitar todo lo que pueda contrariar en él su acción, y por consecuencia abstenerse de toda sustancia que tenga propiedades medicinales; por cuya razón reprueba severamente toda clase de especias, la mostaza, las yerbas medicinales, y muchos vegetales, como las cebollas, la remolacha, los nabos, &c. Igualmente reprueba los patos, ocas, pollos muy pequeños, la ternera, el carnero, el puerco y los alimentos muy grasos o muy salados; los vinos muy fuertes y los pellejos y huesos de las frutas. Prohíbe el uso de perfumes y lana aplicada inmediatamente a la piel. No es menos contrario a todo género de sangrías. Permite a sus enfermos lavarse a su gusto; pero les prohíbe los baños: los trabajos mentales o corporales, los afanes, los recuerdos tristes deben evitarse cuidadosamente, como también la concurrencia a los teatros y conciertos, y en general a todas las reuniones excitantes. Se indican también como muy contrarios al suceso de las curaciones homeopáticas un criado torpe y una mujer áspera. Temblamos añadir que el té y café están en el número de los artículos prohibidos. No da cuartel alguno al café, porque ha escrito un libro entero acerca de sus propiedades mortales; y si es cierto que dos de los más grandes nombres de nuestro siglo fueron víctimas de él, Napoleón y el lord Byron, no se podrá menos de ser de su dictamen. Pero tenemos algunos consuelos que ofrecer a nuestros bebedores británicos de té. No se prohíbe a los alemanes sino porque beben tan poco, que obra en su constitución como una medicina. Hemos conocido en este país algunas personas que rehusaban una taza de exquisito té, respondiendo políticamente que no estaban incomodados, dando gracias por el celo que se les manifestaba. Pero en cuanto a nosotros, bebedores inveterados de la infusión chinesca, se nos recomienda solamente tomarla ligera, y solo beberla una vez al día.
La lista de los alimentos autorizados es por lo demás muy considerable. La vaca, el carnero, la ternera de dos meses, los pollos grandes, pavos, la caza, el pescado, las papas, los guisantes, las habas, las espinacas, el arroz, el trigo, la cebada, los macarrones, los vinos flojos, las frutas, el chocolate, la leche, la manteca, el queso que no sea muy añejo, y otros muchos alimentos se permiten cuando no existen idiosincrasia que los prohíba. Añadiremos que hemos comido tres días seguidos en una mesa extranjera, cuya abundancia difícilmente sobrepujaría, en Inglaterra, en nuestras tertulias más a la moda, y donde sin embargo cada plato estaba conforme a las reglas homeopáticas.
Acerca de esto Hahnemann también es acusado de inconsecuencia por el doctor Sachs. Parece que en otro tiempo tenía una franqueza excesiva para la dieta. Así es, por ejemplo, que autorizaba a las mujeres paridas a tomar vino, cerveza, café a discreción, mientras que en el día les prohíbe el estimulante de agua de lavanda. Hemos apreciado en su justo valor la tacha de inconsecuencia, hablando de la pequeñez de las dosis. Por otra parte, el doctor Heinroth condena la dieta homeopática desde luego porque no es nueva, y además porque no contiene bastantes reglas positivas. Pero el fin de Hahnemann era únicamente acerca de este punto hacer prescripciones negativas: “No debéis, dice, hacer nada, comer o beber lo que sea contrario a la acción de mis medicamentos; podéis por lo demás seguir vuestro gusto en tanto al menos que no sea dañoso a vuestra constitución.”
Es muy extraño que después de haber condenado el régimen prescripto por Hahnemann, el doctor Heinroth encuentre en él la causa de las maravillas producidas por la homeopatía. Ve aquí los cuatro modos por los cuales explica estos prodigios. 1.° Este sistema puede obrar por el methodus espectativa, no haciendo violencia alguna en la organización, y dejando el campo libre a la energía de la naturaleza: o bien todavía la sensibilidad enfermiza del sistema nervioso no tiene necesidad de medicinas, por ejemplo, narcóticos, que juegan un grandísimo papel en la materia médica de Hahnemann, y cuyas propiedades están aún lejos de comprenderse perfectamente. Estos principios han sido ya indicados por Brown; pueden, según Heinroth, ser aplicables cuando existe una gran excitación; pero en los enfermos que no son puramente nerviosos deben hacer mucho mal, y principalmente en las inflamaciones. Mas, ¿por qué Heinroth no cita ejemplos de estos peligrosos efectos? Era esto tanto más necesario, cuanto los discípulos de Hahnemann sostienen que su método es sobre todo útil en las enfermedades inflamatorias. 2.° Las vivas esperanzas que excita en los enfermos, por la confianza que tiene en las nuevas operaciones, pueden ser también una causa de curación. Sea en buen hora; sin embargo, esta causa no existe para los niños y lunáticos; y se asegura que recobran prontamente la salud por la homeopatía. 3.° Las curaciones pueden ser aparentes y seguidas de recaídas fatales. Repetiremos de nuevo, ¿por qué no se citan ejemplos de ella? El príncipe Schwartzenberg murió, es verdad, pero se asegura que estaba desahuciado antes de consultar a Hahnemann. Seguramente que si las recaídas fueran multiplicadas en los enfermos tratados según este sistema, el doctor Heinroth hubiera encontrado numerosos ejemplos de ellas en Leipsick, población de 42.000 almas, que contiene seis médicos homeopatistas. 4.° La dieta puede ser el agente principal de todos estos milagros. Sabemos por la historia del anciano Cornaro, y la de otros muchos, los grandes efectos que es susceptible de producir una atención perseverante en el régimen; pero aunque en las afecciones crónicas en que la homeopatía tiene necesidad de muchos meses, y aún de muchos años, para efectuar sus curaciones, el concurso de la dieta puede ser muy útil a quien puede servir en el tratamiento de las enfermedades agudas, donde no precisa más que un día, y algunas veces menos, para que el medicamento homeopático ejerza toda su acción, y que el enfermo se restablezca enteramente. Lo que es, como se ve, la completa realización del cito, tuto el jucunde de Celsus.
No podemos prestar a la historia de las enfermedades crónicas de Hahnemann toda la atención que merecen las investigaciones que en ella se encuentran, y la sagacidad que asimismo ha desplegado. Atribuye las numerosas afecciones de este género a algún miasma que en alguna u otra época habrá infestado la constitución, y las clasifica todas en cuanto a su origen bajo estos tres grandes títulos: el sypfilis, la sycosis y la psora, no considerando a las dos primeras sino como variedades de la afección venérea, y aplicando el último nombre a la numerosa serie de las enfermedades cutáneas, desde la lepra hasta la sarna; cree que un octavo de las afecciones crónicas toma su origen en las variedades de las afecciones venéreas, y que los siete octavos de las demás vienen de la psora.
La psora es la más antigua, al mismo tiempo que la más fecunda de estos terribles manantiales de enfermedades. Los antiguos monumentos históricos la representan como excesivamente extendida. Moisés habla de muchas de sus especies. Era conocida de los griegos, como de los israelitas, de los árabes y de los europeos de la edad media. Durante este último periodo se dio a conocer mucho tiempo bajo el aspecto de fuego de san Antón; a la vuelta de las cruzadas tomó la forma más formidable hasta ahora de lepra; y de tal manera extendió sus estragos, que en 1226 había solo en Francia dos mil hospitales para recibir leprosos. Costumbres más delicadas, y más medios de limpieza, disminuyeron de tal modo las manifestaciones exteriores de esta enfermedad, que hacia el fin del XV siglo, precisamente cuando el syphilis principiaba a aparecer, los síntomas exteriores de la psora habían tomado la forma más suave de una simple afección cutánea; pero sus miasmas, los más peligrosos y los más esparcidos de todos, no solamente se encuentra en los hospicios, las fábricas, las prisiones, en todos los asilos donde se amontonan los pobres, sino en los edificios más magníficos, así como en los más aislados, en el palacio de los príncipes, como en la ermita del anacoreta. Las enfermedades crónicas que derivan de ella son, de diferentes especies, y tienen diversos grados de intensidad, pero su nombre es legión. En la descripción que de ella hace Hahnemann hay enumerados cerca de quinientos síntomas; y los términos de la patología común, en la que se les ha clasificado sin razón como enfermedades distintas, están lejos de apurar las modificaciones de este monstruo de cien cabezas.
Según Hahnemann, el tratamiento seguido hasta ahora para la curación de la psora ha sido enteramente erróneo. Se ha considerado muy generalmente las afecciones cutáneas como enfermedades locales que tienen su origen en la piel, que no afectan el resto de la organización, y que pueden segura y suficientemente destruirse por las preparaciones de azufre, zinc, mercurio, &c. Al contrario, Hahnemann sostiene que las enfermedades cutáneas no son sino los signos exteriores de la enfermedad interna que ha penetrado toda la organización antes de manifestarse en las superficies del cuerpo. De allí resulta que haciendo desaparecer estas indicaciones exteriores adquiere más fuerza la enfermedad interna, y señala su aumento de potencia bajo las formas más multiplicadas y espantosas. Veinte y cinco páginas están llenas con el catálogo de los funestos resultados de estos errores; catálogo suministrado por la historia médica de todas las edades, desde él caso de aquel ateniense, de quien trata el libro quinto Έπιδημιών, que murió de una hidropesía después de haber hecho cesar una afección cutánea tomando los baños termales de Melos. La homeopatía ataca la psora bajo todos sus aspectos, y en todas sus fases; y se asegura que es muy eficaz en la curación de toda esta clase de afecciones crónicas, lo mismo que para las del syphilis y del sycosis y de su horrorosa familia.{16}
Terminaremos aquí nuestra exposición de la doctrina y operaciones de la homeopatía, remitiendo a los lectores que quieran tomar de ella un conocimiento más profundo a las obras mismas que ha publicado su fundador.{17}
(Edinburg Review.)
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{1} Organon der Heilkunst von Samuel Hahnemnan. IV. edit. Dresden und Leipsig, 1829.
{2} Nota del traductor francés. Podrá formarse una idea de alguna de estas ciencias fundadas en Alemania por una filosofía extravagante, indicando los cursos que se daban en Gottinga durante una temporada que estuve allí en otro tiempo. Tyschen explicaba lecciones sobre los salmos, las profecías concernientes al Mesías, la lengua y la literatura de los descendientes de Sem; Schulce, sobre la lógica, la enciclopedia de la filosofía y de la metafísica, y la ley de la naturaleza en relación con la teoría filosófica de la ley criminal; Thibaut, sobre el análisis del finito y la geometría analítica. Había también algunos otros cursos, pero cuyos títulos eran tan extravagantes que serían intraducibles en francés.
{3} “Un fuego, apaga otro fuego; una pena se dulcifica por otra nueva; que tu ojo contraiga una nueva afección, y la antigua fenecerá.” (Un clavo saca otro clavo.)
{4} Επιδημιών. Galeno no creía que el libro fuese de Hipócrates, a pesar de la autoridad de Plauto y de Quintiliano, sino de su sobrino Hipócrates el joven.
{5} Las expresiones de De Haen son notables: Dulcoamara stipites majori dosi convulsiones et deliria excitant, moderata vero spasmos, convulsiones que solvunt. (Ratio medenci, tom. iv). Se ve, como observa Hahnemann, que De Haen estaba muy cerca de la doctrina de la homeopatía.
{6} A estos remedios, según Hartlaub y Trinks, es menester añadir las cantáridas. La eficacia de este poderoso preservativo contra las consecuencias de la mordedura de los perros rabiosos ha sido demostrada por hechos numerosos: se hace de ellas generalmente uso en Polonia, en Hungría y en la Grecia. El profesor Rust asegura que se ha convencido durante una práctica de diez y ocho años que cuando se toma como profiláctico no deja jamás de contener el desarrollo del virus rábico. El doctor Axter, de Viena, garantiza el mismo hecho después de una experiencia de treinta años. Aun después de los síntomas de la rabia bien pronunciados, Rust, Axter e Hildreth aseguran que han recobrado enfermos dándoles cantáridas en cortas dosis. Estos hechos son sobre todo muy importantes para la Alemania, en donde nada menos que en los estados del rey de Prusia 694 individuos han muerto de hidrofobia desde 1820 hasta 1826.
{7} Memoires de l'Academie royale, 1710.
{8} Eph. Nat. Cur. Cent. X. obs. 76.
{9} Medicin. Electr. II. p. 15 et 282.
{10} Memoire lu a l'Academie de Caen.
{11} In Hummelii commet. de Arthritide, 1798.
{12} “Todos los géneros de calenturas, las convulsiones, las epilepsias, los catarros violentos.”
{13} Hahnemann asegura que el azúcar de leche y el espíritu de vino, después de sus combinaciones con las sustancias que emplea no conservan ya por sí mismas ninguna propiedad medical.
{14} La prescripción homeopática para esta peligrosa enfermedad es: 1.° el aconitum cada seis o doce horas: 2.° la spongia cada cuatro días.
{15} Se cita también otro hecho, pero en forma de chuscada. Una dama asistida por un práctico Homeopatista tuvo la culpa grave de morir, a pesar de sus prescripciones. Confundido de esta incongruencia, obtuvo la autorización de examinar el cadáver. Peto se halló que para gran satisfacción suya encuentra en el agujerito de un diente careado las píldoras homeopáticas, que hubieran curado la enferma si hubiesen llegado a su destino.
{16} La prescripción homeopática para esta peligrosa enfermedad es: 1.° El aconitum cada seis o doce horas. 2.° La spongia.
{17} Vé aquí los títulos más importantes de aquellas obras.
1.° Organon der Heilkunst von Samuel Hahnemann. IV. edit. Dresde et Leipsick in 8.° 1829.
2.° Die chronisch en Kraneitken, ihre cigenthiiliche Natur und homœopathische Heilung von Samuel Hahnemann. Dresde et Leipsick 3 vol. in 8.° 1828.
3.° Reine Arzneimttellehre von Samuel Hahnemann, Dresde. 6 vol in 8.° 1822-1827.
[ En la presente transcripción se han renumerado las notas y sustituido Homœopathia por Homeopatía, &c. ]