Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Conducta de la Francia con relación a la España ]

Crónica extranjera

Dimos en el primer artículo de esta crónica una idea de nuestro modo de pensar acerca de la conducta de la Francia con relación a la España: pero como nuestra opinión no es infalible, creemos del caso insertar los artículos que hagan más referencia a este asunto; ya coincidan sus ideas con las que hemos emitido, ya sean en algo, o en todo discordantes. Sabida la justa libertad con que se explican los diaristas de todo país constitucional, nadie extrañará que se halle en los escritos de los mismos franceses una total oposición de sentimientos y de pareceres. Nosotros, que no queremos ser más que unos relatores exactos de lo que en los países extranjeros se publica, copiaremos de cuando en cuando algunos de sus artículos, sea cual fuere su sentido, persuadidos de que los lectores sabrán apreciarlos en su verdadero valor, atendiendo siempre al color del periódico de donde los extractemos. Llevados de este principio de imparcialidad, del cual nos hemos propuesto no separarnos nunca; y ciertos de que el mejor medio de ilustrar la opinión, es presentar en su verdadero aspecto el pro y el contra de todas las cuestiones políticas, pasaremos a trasladar un artículo del Constitucional de París, en el que se refuta otro de la Cotidiana, periódico bastante conocido por sus tendencias al despotismo y a lo que ellos llaman legitimidad, como si hubiese otra que la que nace de la Soberanía nacional. Dice así:

Espíritu de la prensa francesa

“La Cotidiana, extasiada a más no poder por los sucesos de D. Carlos, publica hoy un artículo que sería digno de figurar en la relación de las aventuras del ilustre caballero de la Mancha y de su fiel servidor el gobernador de la Isla Barataria. {1} He aquí algunos de los Castillos en España {2}, que acaba de levantar la Cotidiana sobre la expedición del Pretendiente.

“Ha llegado ya el momento de poder contar con una España monárquica {3}. Don Carlos está en Valencia {4}; dentro de ocho días estará en Madrid {5}. El desenlace se acerca, y será tal como lo habíamos previsto siempre {6}. Primer Castillo.– Una vez instalado D. Carlos en Madrid, pregunta la Cotidiana: ¿Qué vamos a hacer de la Constitución portuguesa? Evidentemente, se contesta a sí mismo este periódico, Doña María queda gravemente comprometida: suministró tropas contra D. Carlos, provocando toda especie de represalias {7}. Doña María cederá pues el puesto a D. Miguel {8}. Segundo Castillo.– Ahora, dice la cotidiana, queda la revolución francesa. Citamos textualmente. ¿Qué va a hacer la Cotidiana de la revolución francesa? La restauración de Carlos V forzará a la revolución francesa a que oculte su bandera, a pesar de su distancia de la Rusia {9}. Tercer Castillo.

“Como don Carlos no es todavía dueño de Valencia {10}, continúa el Constitucional, la Cotidiana tendrá la bondad de permitir que la revolución de Portugal, la de Francia y todas las demás revoluciones posibles respiren un instante, del cual nos aprovecharemos para preguntar al ministerio si comprende ahora lo que significa el tratado de la cuádrupla alianza {11}. No es nuestra intención dar demasiada importancia a las baladronadas de la Cotidiana. Que los legitimistas fanfarroneen con la revolución francesa, es una monstruosidad ridícula, que todos conocemos: que la Cotidiana haga viajar la restauración de Madrid {12} a Lisboa, de Lisboa a Londres, de Londres a París, todo esto son cosas únicamente buenas para los realistas centenarios del arrabal de San Germán. Ya lo sabemos. Pero lo que hay de cierto y muy cierto es, que los legitimistas de Francia y de fuera de Francia miran a don Carlos como una especie de Mesías {13}; y es también cierto y más que cierto que una restauración en Madrid sería un grave revés para la Francia {14}”.

——

{1} En efecto, con ningún personaje se podía comparar mejor el menguado Pretendiente, que con el Caballero de la triste figura.

{2} Castillos en España llaman los franceses, a lo que nosotros Castillo en el aire. ¡Vaya una idea!

{3} Poco a poco, Señora Doña Cotidiana: España monárquica lo es todo el país donde reina Isabel 2ª; y con esta única España puede Vd. contar. Lo restante no es más que España insurreccional; y a excepción de las provincias que se llaman exentas, todo lo que ocupan las hordas carlistas, es esencialmente Cristino, habiendo enseñado al Pretendiente una fatal experiencia que solo es suyo lo que pisa, que en todos los puntos donde hay una fuerza, por corta que sea, se le hace resistencia; y que si sus fanáticos secuaces le decían que su aparición a la derecha del Ebro había de producir el entusiasmo que causó en Francia la llegada de Napoleón de la isla de Elba, se han equivocado de medio a medio; pues se halla solo resistencias, o a lo menos apatías, cosa muy distinta de la que sin duda se figuraba. Por lo tanto, no crea la Cotidiana que por haber pasado el Ebro haya llegado el momento de cantar victoria el Carlinismo: muy al contrario, a pesar de los inmensos esfuerzos pecuniarios hechos por los absolutistas para encajar a su maniquí en Madrid, el mismo paso del Ebro, junto con los notorios resultados que ha tenido este acontecimiento, son la más evidente prueba de la total nulidad e impotencia del partido retrógrado, el más seguro presagio de inminente ruina, y el indudable triunfo de la Constitución de 1837, áncora que por sí sola bastará para salvar la España, si todos los españoles nos penetrásemos de su mérito y de sus circunstancias. Esta idea va cundiendo por todas partes, y bajo este aspecto nos lisonjeamos de poder decir muy en breve que el momento del desenlace ha ya llegado.

{4} Distingo: está en el reino de Valencia, concedo; en la ciudad de dicho nombre, nego. ¿Ni como había de entrar en semejante capital, quien tan vergonzosamente se estrelló en Vinaroz y Castellón de la Plana? Estas son cosas, Señora Cotidiana, que Vd. se las halla hechas pero que por acá no acechan.

{5} Más han pasado desde el día de la fecha, y sin embargo no hay quien le saque a nuestro hombre de las orillas del Ebro. Tal vez si no hubiese dado tan mal tropezón en Chiva, se habría arriesgado a dar algunos pasos más hacia adelante; pero como se le apareció por allá el gigante Malambrano, y le rompió yelmo y celada, no ha habido más remedio que hacer Madrid de Cantavieja, y retirarse a aquel rincón a todo escape. Pero ni allí podrá subsistir. Viva Vd. pues persuadida, Señora Cotidiana, de que eso de ir a Madrid, no diremos en ocho días, como Vd. supone, pero ni en ocho años.

{6} Eso quisiéramos nosotros, que se acercase el desenlace. Cuál ha de ser éste todos los sabemos; el cuándo es lo que nos mata. Estamos plenamente convencidos de que si desde un principio Isabel y Carlos hubiesen tenido que luchar con sus propias fuerzas, sin influjo alguno bueno ni malo, venido de extranjis; el desenlace habría llegado ya tiempo ha; pero como D. Carlos, aunque no representa más que una fracción muy insignificante de la opinión española, tanto por el número, como por las clases; está apoyado por el oro, protección y manejos de todo el absolutismo europeo, poderoso, tenaz, y dispuesto a no perdonar medio alguno para sostener la vieja monarquía por derecho divino; de aquí resulta que el liberalismo español ha encontrado un mar de dificultades que vencer, para combatir a un enemigo, que cual otra hidra lernea, cuantas cabezas se le corten, otras tantas retoña inmediatamente.

{7} Era muy justo que S. M. Fidelísima nos las suministrase en cambio de lo que habíamos hecho antes nosotros, para la pacificación de su reino. Por lo que toca a represalias, no podemos menos de decir que en buen paraje está Don Miguel, para obtener del papa excomuniones a docenas, única represalia que está en su mano emplear.

{8} Esto será cuando el último Dey de Argel vuelva a su regencia, cuando la familia de los Wasas reine de nuevo en el trono que ocupa el guardia nacional de la república francesa; y el joven duque de Burdeos dicte leyes desde el palacio de las Tullerías. Mala época es la del día para que los reyes destronados recobren sus perdidas coronas. Nescit amissa reverti, mayormente si ha de servir su restauración para consolidar el despotismo.

{9} Cierto es que las simpatías del Zar son por los destronados; pero también lo es que todos sus afanes se estrellan contra la astuta política de Luis Felipe y el poder colosal de Inglaterra. En tanto que estas dos naciones estén unidas, la Rusia tendrá pues que reprimir su desmedida ambición, limitándose a la sempiterna lucha que sostiene contra los circasianos, que solos y aislados arrostran todo su poder. Tendrá, pues, que sufrir, mal que le pese, que ondeen en toda la Francia los tres hermosos colores de la libertad Europea.

{10} Ni lo será: ¿Qué es decir de Valencia? Del menor punto fortificado de España, donde no encuentre un traidor que se lo venda.

{11} Tal vez en esto convenimos con ustedes; pero no enteramente. Ya nos hemos explicado en otro artículo.

{12} Para que la restauración logre pasar de Madrid a Lisboa, y de allí a otros puntos, es menester que antes llegue a dicha Corte; y no nos podrá negar la Cotidiana, cuando reciba noticias ciertas del teatro de la guerra, que las cosas de palacio van muy despacio. Habrá sin duda el buen rey equivocado el camino, pues a haber tomado el bueno, podía haber ido y venido repetidas veces, desde que verificó el paso del Ebro que tanto lo extasía.

{13} Cuidado con eso de alusiones, y no mezclemos sacra profanis. Yo no sé qué punto de comparación puedan tener Don Carlos y el Mesías; pero si..., ya estamos. Sera por aquello de Sui autemi non cognoverunt eum. En efecto, judíos somos, si es el nuevo redentor, pues no lo queremos conocer los españoles. Si así como predica él y sus falsos apóstoles con tanto decreto y exhortación, hiciera algunos milagros, fuera tal vez mayor el número de los Creyentes. Pero nosotros somos de parecer que no es Cristo, si no Anticristo, a pesar de su famoso pendón de los Dolores, que adoptó sin duda en profecía por los que le aguardaban este año.

{14} Decimos que tiene mucha razón el Constitucional de París. Deliran, es verdad los carlistas; pero sus delirios se convertirían en verdades muy amargas para la Francia, si entronizándose Carlos V en Madrid, se les antojase a los señores del Norte poner en ejecución unos planes, que si no verifican es únicamente porque en el día carecen de toda posibilidad. Pero esta existiría siempre que el absolutismo pudiese levantar cabeza tanto en esta parte de los Pirineos como en la otra del Rin. ¿Y qué? ¿Faltarían acaso fautores del sistema despótico hasta en el seno mismo de la Francia? Si llegase el momento de estallar la contra revolución, ¿no se reunirían los legitimistas a los republicanos para derribar al Coloso de Julio? Y siendo tantas en el día las conspiraciones, tantos los tiros, tantas las máquinas infernales que el odio inventa contra Luis Felipe; ¿cómo podría este monarca hacer frente a los esfuerzos de semejante antipatía y guerra abierta, cuando el despotismo oculto bajo la máscara de la legitimidad, se apareciese airado en todas las fronteras de la Francia, llevando consigo los innumerables batallones que la ceguedad servil aprontaría para su propio daño?

¿Y en tal caso, sería tal vez posible que la dinastía de Orleans opusiere más resistencia que la que logró oponer al héroe del siglo, el gran Napoleón? Mucho sabe Luis Felipe; pero si creyese poderse sostener largo tiempo en el trono francés, habiendo en Inglaterra un ministerio y un parlamento tory, un Carlos V en España, un Miguel primero en Portugal, y un rey de Holanda en Bélgica; no nos cabe la menor duda de que tarde o temprano reconocería un error, que le habría costado muy caro, y que él y toda su familia lo llorarían cuando no hubiese remedio.

Como es imposible que estas observaciones se hayan escapado al monarca francés; y como dado caso que en efecto no las hubiese hecho la Cotidiana y otros periódicos de su país se las están haciendo todos los días; no podemos dudar los españoles del éxito de nuestra causa, y de que por ningún estilo reinará en España Carlos V, como lo está soñando la Cotidiana.