Filosofía en español 
Filosofía en español


[Tomás García Luna]

Intereses materiales

Hubo un tiempo, y aun no dista mucho de la época actual, en que se creía que el hacer aplicaciones de las ciencias a las cosas positivas de la vida, era rebajarlas de su dignidad y exponerlas al descrédito. Los que habían gastado largas horas de estudio en adquirir sublimes conocimientos, se desdeñaban de fijar su atención en aquellos asuntos que más íntimo enlace tienen con nuestras necesidades y con los medios de satisfacerlas: erradamente se atribuía la inteligencia de las cuestiones prácticas a los que, mas por rutina que por ciencia verdadera, pasaban su vida en formar expedientes, sin ser capaces de dar cuenta de lo que en ellos había de real y positivo: los que de puro expedir oficios y comunicar decretos y circulares habían adquirido cierta destreza mecánica en este ejercicio, y aprendido a repetir unas cuantas palabras cogidas al vuelo, y cuyo sentido las más veces se les ocultaba entre los dobleces de las hojas que zurcían, eran mirados como oráculos y se tenía robusta fe en sus asertos. Desvariando de este modo, no se echa de ver cuan posible es el que se consuman muchos años en las afanosas tareas de una oficina, sin que, el que vive condenado a este tormento, adquiera ideas de utilidad inmediata y de aplicación factible: no se reparaba en que es muy de sospechar que de tantos antecedentes laboriosamente recogidos y dispuestos de manera que aparezcan ajustados a todos los requisitos de nuestra complicada administración, no quede más señal en la mente que la que deja la planta en el agua; y confundiendo dos cosas entre sí distintas, y que de modo alguno supone la una el conocimiento de la otra, se estimaban como aventajados en materia de caminos, puentes y calzadas a los que quizá carecían de las nociones más sencillas acerca de todas estas cosas.

Por fortuna, este concepto equivocado ha ido rectificándose poco a poco: hombres distinguidos por su talento y por su saber han conocido, que las cuestiones prácticas, miradas antes como de importancia secundaria, eran si no demás, por lo menos de tanta gravedad como las que habían hasta entonces absorbido su capacidad toda entera; que era empeño vano el buscar su solución donde solo existe la historia administrativa, si es lícito denominarla así, de algunos malogrados canales y caminos; y que únicamente, haciendo oportunas aplicaciones de las teorías de las creencias físicas y matemáticas, era hacedero el plan de mejorar todo lo que contribuye a aumentar el bienestar de la humanidad.

Así vemos en el día que, en Francia y en Inglaterra, los más dados a los estudios especulativos de las alturas adonde la contemplación les ha elevado, bajan los ojos hacia la tierra; y acordándose de que el espíritu de esta suerte se dirige a las sublimes regiones de la ciencia, está unido a un cuerpo material, aquejado por mil necesidades, y sujeto a mil apetitos y deseos que es deber suyo satisfacer en parte, y en parte tener a raya, cifran su mayor gloria en dedicar sus tareas a esta nueva especie de investigaciones. Por esta razón se observa, que de continuo ven la luz pública obras cuyos títulos hubieran sido tal vez ininteligibles para nuestros antepasados, y que [147] ahora logran el más cumplido favor del público, y la acogida mas lisonjera de las personas sensatas que de veras quieren el bien de su país. Las eternas contiendas sobre la metafísica del mundo político van cayendo en desuso de día en día: la opinión de que las reformas en el gobierno son solo apetecibles como medios de granjearse otros bienes mas sólidos y positivos, se acredita al paso que las pasiones que despertaron los sucesos pasados se resfrían y recobran los ánimos el sosiego perdido: persuádense todos de que sí es cierto que es libre el pueblo que tiene en las manos los cordones de su bolsa, no lo es menos que su felicidad depende de la distribución adecuada que sepa darse a las monedas que esta misma bolsa contenga; y que el verdadero secreto, para acercarse a la igualdad que soñaron los utopistas, está en los trabajos del ingeniero, que acierta a poner en contacto pueblos separados antes por la naturaleza, en los cálculos del economista que sabe reunir en un fondo común multitud de cortos capitales infructíferos, mientras la previsión no les supo dar dirección conveniente, y en suma, en la de los que procuran mejorar la instrucción pública, corregir más bien que exterminar a los delincuentes, y proporcionar trabajo, y por consiguiente, sustento a las clases más abyectas y menesterosas.

Nuestra desventurada España está en el día en la mejor coyuntura para que estas saludables ideas den en su seno frutos abundantes; perdidas para siempre nuestras colonias: agotados los recursos del país por una guerra funesta y prolongada: perplejos entre la variedad de opiniones políticas que pugnan por el poder, y casi desesperanzados de que ninguna de ellas sea el específico para curar los males que nos abruman, ¿qué ocasión más oportuna puede darse para que toda la actividad de los españoles se dirija hacia estos objetos?

No hay que encarecer el atraso en que estamos respecto de los extranjeros, en todo lo que tiene relación con la agricultura, el comercio y la industria, es tan de bulto esta verdad, que basta solo con apuntarla para que alcance unánime asentimiento: el estado miserable de nuestras cárceles y presidios muestra bien a las claras, que las ideas filantrópicas y cristianas de sistema penitenciario y de corrección de los criminales, son aquí tan desconocidas como en el interior del África: la falta de un plan de estudios acomodado a lo que exige la época presente, es indicio manifiesto de que las luchas intestinas y perdurables, que por desdicha han distraído la atención de los funcionarios públicos, no les han dejado tiempo de pensar en el porvenir: entretenidos con sus debates, casi siempre importunos, olvidaron que era deber sagrado de su ministerio el cuidar de que, una dirección equivocada, no extraviara el entendimiento y pervirtiese el corazón de la juventud: de asociaciones apenas hay que hablar, por palpables que sean sus ventajas, por más que saltó a los ojos que solo el concurrir muchos capitales reunidos es el medio de hacer realizables empresas, que de otro modo aparecen gigantescas y punto menos que quiméricas; no ha sido hasta ahora posible el disipar añejas prevenciones y el lograr que cese el espíritu de aislamiento que nos domina: de caminos, de puentes, de canales, de carriles de hierro, solo ocurre el lamentarse de que todavía no se haya aprovechado lo que la experiencia de los extranjeros pudiera habernos servido, y en fin, no hay ramo ninguno de los que se versan con el uso de la vida, y que contribuyen a hacerla cómoda y agradable para el mayor número, que no acuse nuestra desidia y no nos excite a mudar de proceder en adelante.

Si a dicha nuestra, llegasen a prevalecer entre nosotros estas ideas, en breve, los que ahora se odian más encarnizadamente teniéndose por enemigos irreconciliables, se mirarían como hermanos: los que asustados por los gritos de la anarquía temen ante todo los bullicios y las turbulencias populares y claman sin cesar por el orden, para que la sociedad no se disuelva, verían que el trabajo es el mejor agente de la moral pública, y que los que tienen su jornal asegurado y satisfechas sus necesidades, no se prestan a servir de dóciles instrumentos a los revoltosos de oficio: los que se [148] precian de amigos del pueblo, contemplarían con placer, que los bienes que proporciona la sociedad se extendían a sus protegidos: y en suma, los escépticos e indiferentistas que han producido las resoluciones, no podrían menos de creer en los bienes positivos que habían de nacer de este nuevo orden de cosas, y depondrían su incredulidad y su independencia.

T. G. L.