[ Juan Martínez Villergas ]
Doctrinas
[ Liberal, qué quiere decir en la actualidad esta palabra ]
D. Circunstancias es un caballero bastante conocido en el mundo político, y podría muy bien excusarse de manifestar sus principios políticos; pero conoce muy bien el terreno que pisa, es decir, que sabe que vive en un país donde los hombres gustan de doctrinas sin ser doctrinarios, como podría demostrarse con datos numerosos si fuese necesario. Aquí no se contenta la gente (y hace muy bien) con que uno diga que es cristiano católico, ni basta la certificación que acredite haber recibido el bautismo; nada de eso es bastante para pertenecer al gremio de los fieles, si no se sabe de memoria el catecismo, en términos de hallarse un hombre dispuesto a todas horas a sufrir un examen de doctrina. Esto, bien mirado, más bien es un mérito que una falta, como se demostrará antes de que Dios venga a juzgar a los vivos y a los muertos, que es como si dijéramos, antes que los billetes del Banco de San Fernando recobren el crédito que han perdido.
Es el pueblo español hasta tal punto aficionado a las doctrinas, que las exige en todas las materias, ya se trate de política o religión, ya de ciencias, literatura y artes; y en prueba de esta verdad, puede citarse la carta que recibió el desgraciado D. Ramón Joaquín Domínguez, de uno de sus suscritores al Diccionario nacional: “Señor D. Ramón Joaquín Domínguez, decía la carta: he visto con sorpresa las primeras entregas de su Diccionario en el cual, se entretiene usted en explicarnos el significado de las palabras, diciéndonos, por ejemplo, que abuelo es el padre del padre o de la madre; acerola, la fruta que da el acerolo, y otras cosas por el estilo. Me atrevo a aconsejarle que adopte otro rumbo, porque si continúa como hasta aquí, preveo que va usted a quedarse sin suscritores. Aquí, señor Domínguez, no necesitamos, porque lo sabemos tan bien como usted, que se nos explique lo que significa acerola ni lo que se entiende por abuelo, ni si la A es la primera letra del alfabeto; lo que nosotros necesitamos y lo que apetecemos es doctrinas, señor Domínguez; doctrinas, y se lo digo a usted para su gobierno, advirtiéndole que si en la primera entrega que publique no sigue mi consejo, dejará de ser suscritor a su Diccionario, N. F.”
Véase, pues, como D. Circunstancias podrá dispensarse de exponer sus doctrinas, al emprender la publicación de un periódico político, cuando hay hombres en este país que prefieren las doctrinas a las definiciones en un Diccionario de la lengua. ¡Imposible! Y por otra parte el heredero del Tío Camorra tiene un gusto especial en mostrarse tal cual es ante el justo tribunal de la opinión pública.
Porque la gente mundana
maliciosa alguna vez,
no vaya a pensar insana
que se ha convertido en rana
el que siempre ha sido pez.
Dijo D. Circunstancias en su primer brochazo, y lo repite en el segundo, que es liberal; pero vivimos en un país, como queda dicho, en que los cristianos tienen obligación de recitar el catecismo para no pasar por moros, y estamos además en unos tiempos de tan escasa moralidad política, que las palabras no hacen fe. En 1820, al 23 por ejemplo, decía uno, yo soy liberal o yo soy absolutista, y por punto general podía creerse que los que se llamaban absolutistas, lo eran, y que los que blasonaban de liberales no eran absolutistas. Desde aquella época han variado tanto los nombres como las cosas, pudiendo decirse que hoy día las palabras del diccionario político no son más que un tejido de goma elástica que se estira o se afloja a gusto del consumidor. No quiero que se me tache de poco veraz y antes de pasar adelante voy a evacuar algunas citas en corroboración de mi aserto.
“Liberal.” ¿Qué quiere decir en la actualidad esta palabra? Me parece difícil explicarlo, aun después de aquellas notables con que se despidió el señor Escosura de la lid periodística. “Aquí ya no hay más que dos dominaciones; serviles y liberales.” –Si yo me viese precisado a dar la definición de la palabra liberal, no me rompería ciertamente los cascos en superfluas cavilaciones, y diría desde luego: “Liberal” véase su equivalente “comodín.”
En efecto, la palabra liberal ha venido a ser un comodín en la época presente, y la prueba está en que de todos los partidos políticos en que la nación está dividida, no hay uno que la rechace. Pregúntese a los hombres de nuestra comunión como se llaman, y todos di remos a una voz, somos “liberales.” Esto no tiene nada de particular, porque nosotros somos liberales, entendiéndose por esto como debe entenderse que somos amantes sinceros y decididos de la libertad. Pero échese una ojeada por cualesquiera de los periódicos moderados, y les veremos aplicarse también el epíteto de liberales con tanta formalidad como si tuvieran razón. Cuando reflexiono sobre este punto, me devano los sesos, y digo lo que uno de mis condiscípulos de matemáticas cada vez que oía una explicación difícil, que para él lo eran todas: “Yo no entiendo esto.” Y ello es más que claro: los moderados y nosotros no nos parecemos en nada, absolutamente en nada. ¿Por qué nos hemos de parecer en el nombre? Ellos marchan lentamente, pero hacia atrás como el cangrejo; nosotros vamos hacia adelante ganando horas como el vapor. En la bandera de ellos esta escrita la palabra restricción; en la nuestra dice latitud. Ellos quieren reducir el derecho de votar a la más simple expresión; nosotros creemos que todos los ciudadanos deben ser electores. Ellos temen la discusión, y nunca se levantan de la cama sin haber concebido una nueva traya para la imprenta; nosotros deseamos que todos los ciudadanos puedan imprimir libremente sus pensamientos. Ellos se llaman moderados, y con la mayor facilidad del mundo se suben a la parra: nosotros nos llamamos exaltados, y somos los primeros en dar pruebas de templanza y sensatez. Creo que hasta ahora el pincel de D. Circunstancias no ha discrepado un ápice en la pintura de los partidos. Así, pues, ¿qué razón hay para que los moderados y nosotros, nos comprendamos bajo la común denominación de liberales? He aquí un punto digno de una discusión razonada, en que D. Circunstancias sostendría su opinión contra cualquiera de los periódicos moderados, y si alguno de ellos no teme la contienda, que levante el dedo. Entretanto, me inclino a creer que los moderados deben devolvernos, es decir, restituirnos, dejarnos usar exclusivamente la calificación de liberales, obedeciendo al refrán que dice: “dad a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César” o en virtud del saludable principio religioso que prohíbe tomar lo ajeno contra la voluntad de su dueño.
Si continuamos en nuestra revista de los partidos, nos encontraremos con el bando montemolinista; el partido de la inquisición y los frailes; el que en 1814 aplaudía a Elio, en 1825 al conde de España, en 1830 a Moreno y en 1837 a Cabrera. Este partido se presenta en 1848 en actitud hostil, y viene diciéndonos una cosa que no sabíamos ni la hubiéramos adivinado en la vida, a saber: que Montemolín se ha vuelto liberal.
Ahora bien, señores, ¿por qué nos estamos rompiendo la cabeza en inútiles querellas? ¿por qué ha de haber facciosos, ni revolucionarios, ni prisiones, ni suplicios, si todos somos unos? Nosotros somos liberales, los moderados se llaman liberales y Montemolín también se ha hecho liberal. Todos somos ya liberales, sea enhorabuena; ya no nos falta nada... para rabiar.
Pero aquí se verifica una cosa muy parecida a aquello que dice Moliere en una de sus mejores comedias: “¿Y cuando yo hablo, hablo en prosa o en verso? –En prosa. –¡Bendito sea Dios; cuarenta años hace que estoy hablando en prosa y no lo sabía.” Alabado sea Dios, podía decir D. Circunstancias. Nosotros nos llamamos liberales, los moderados se llaman liberales y Montemolín también se llama liberal. ¿Qué soy yo en resumidas cuentas? Treinta años hace que vivo en concepto de liberal, y ahora me encuentro con que no sé lo que quiere decir liberal.
Tendamos la vista por las afueras de España, a ver si están las cosas de distinto modo, o si la confusión que reina entre nosotros es hija del galimatías en que por espacio de muchos años ha estado envuelta la Europa. Ahí tenemos a Fernando II de Nápoles, que según dicen ciertos periódicos es un rey liberal, lo cual no quita para que dicho señor haya puesto las peras a cuarto a sus súbditos por liberales. Cerca le anda S. S. Pío IX, que es, sin comparación, más liberal que Fernando II; y no obstante, dicen que está poco menos que horripilado al ver los progresos del espíritu liberal. No le anda muy distante el rey Carlos Alberto, que aunque vino voluntariamente a España a quitar la libertad en 1823, se jacta de ser sumamente liberal, y sin embargo ese señor ha dado al traste con la independencia italiana, por no estar deacuerdo con el partido liberal. ¿Qué significa todo esto? Que en Italia como en España, y por lo visto, en todo el mundo, las lenguas vivas son como los jeroglíficos egipcios, se ha perdido la clave, y no hay anticuarios capaces de hacer una buena traducción. Antes de concluir este punto, séame permitido decir algunas palabras más sobre el liberalismo de Carlos Alberto. Este eminentísimo caudillo, cuyos talentos militares hemos visto celebrados en veinte idiomas, podrá no ser liberal; pero lo que es como guerrero no hay otro, sobre sus pies. La prueba es evidente. Desde que vio que la Lombardía repugnaba su yugo, echó en calcular para ser derrotado todo el tiempo que otros emplean para asegurar la victoria. Forjóse un plan que las futuras generaciones conocerán con el nombre de “Plan de los desastres,” y esperó a Radetzki diciendo:
Viejo Radetzki, no dudo
de la experiencia que tienes;
sé que has estudiado mucho;
sé que eres un bravo jefe.
Mas no habrás imaginado,
pongo un duro contra siete,
la singular estrategia
que trato yo de ofrecerte.
Si entrasen la lid conmigo
quiero que el triunfo te lleves;
pues aunque eres mi contrario
me intereso por tu suerte.
Si tienes hambre del triunfo,
si derrotarme pretendes,
anda que en esta partida
cantarás victoria siempre;
porque sobre ser más ducho,
más práctico y más valiente,
tu juegas al gana-gana
y yo juego-al gana-pierde.
Firme Carlos Alberto en este sistema, ha ido preparando sus derrotas con un talento maravilloso: primero una, luego otra, después otra, en fin, no hay palabras conque ponderar la pericia que ha desplegado el rey de Cerdeña para proporcionar laureles al general tudesco, su enemigo. No puede decirse a punto fijo quién ha manifestado más ingenio, si Napoleón para ganar batallas o Carlos Alberto para perderlas; pero sí puede decirse que Carlos Alberto es un Napoleón en sentido contrario, un Napoleón por antífrasis, un Napoleón vice-versa, y esto es tan cierto como que Carlos Alberto no podía dar mucho de sí yendo como iba al combate animado de más egoísmo que amor hacia la causa de la libertad y de la independencia italiana. También puede decirse que los lombardos han perdido un gran rey en Carlos Alberto: que este señor hubiera hecho felices a sus nuevos súbditos, y esto tiene traza de ser tan cierto como que Montemolín es liberal.
Si no fuera por el afecto que D. Circunstancias profesa a la palabra, o por mejor decir, a la idea que representa la palabra liberal, casi casi estoy por decir que renunciaría a ella, cansado de ver que todo el mundo la explota cuando le conviene. Pero, no, D. Circunstancias no puede renunciar a una cosa que de derecho le corresponde: lo que hará es fijarla, para evitar equivocaciones y usurpaciones, y después veremos quién es el majo que se atreve a llamarse liberal no siéndolo y exponiéndose a que le hagamos dar laexplicación que se acostumbra cuando un ciudadano pega un pisotón a otro: “Usted dispense.” Se entiende que para estos casos queda abolido el complemento de la fórmula: “No hay de que.” D. Circunstancias es liberal, no porque él quiera darse este título sino porque lo hará bueno con sus doctrinas, de las cuales ofrece un cuadro en miniatura para el domingo próximo, que es uno de los días elegidos por el artista para ofrecer sus cuadros a la exposición pública.
Por hoy hemos dado a este asunto alguna extensión, y no podemos detenernos como no sea para justificar la afición del pueblo a las doctrinas. ¡Qué diablo! Estamos ya cansados de bizcos políticos que parece que miran al plato y miran a las tajadas. Hay muchos absolutistas que se apellidan liberales por un error involuntario, y otros que yerran voluntariamente. Moderados conozco yo bien progresistas, y también hay progresistas bien moderados; todo lo cual es algo monstruoso por más que vivamos en un tiempo en que se dice que Montemolín se ha hecho liberal. Conviene demostrar hasta la evidencia, y no se necesitan grandes esfuerzos para conseguirlo, que Montemolín, no es ni puede ser otra cosa que Montemolín: que los moderados son lo que son, lo que fueron siempre y lo que no pueden menos de ser; y en fin, que los progresistas son progresistas. Después de estas importantes explicaciones, el que desee pasaporte para pasar al campo liberal, es necesario que haga muchos méritos, si se le ha de otorgar con el indispensable requisito de: Va sin enmienda.