Filosofía en español 
Filosofía en español


Rafael Hernando

Réplica a los artículos de D. Mariano Soriano Fuertes,
publicados con el epígrafe de Real Conservatorio de Música y Declamación

I


Grande es nuestro pesar al emprender la réplica de unos artículos que han ocupado tantos días la atención de los lectores de la Gaceta Musical de Madrid, y que, a pesar de la galanura y atractivos de su seductora frase y correcto estilo, acaso habrán apesadumbrado a muchos de ellos.

Empero una luciente esperanza ha debido mitigar el desaliento artístico de los que no conocen el Conservatorio, así como el justo patriótico enojo de los que, de bastantes años acá, hayan presenciado su brillante movimiento artístico, cual es: la de que resultando tan censurado y tan malparado, y no viniéndose a resumir la larga censura con la propuesta de un plan de práctico adelanto, con razón habrán dicho: ni el Conservatorio podría haberse sostenido andando tan torcidamente, ni posible es hallar persona alguna que dé crédito a las aserciones del Sr. Soriano Fuertes, porque todos conocen el axioma de: Quien todo lo niega nada prueba. Y esto es tan evidente en este caso, que toda la supuesta mala marcha del Conservatorio se desvanece con solo considerar que la achaca con insistencia el Sr. Soriano a un torpe proselitismo; y como no podría acontecer así más que en una agrupación de necios, ni el más extraño de los extraños osaría imputar tan fuerte calificativo al profesor menos importante de una corporación que registra tantos nombres de ilustres artistas.

Así, pues, nada de cuanto podemos decir en nuestras refutaciones habrá dejado de ocurrir a la mente de los ilustrados lectores de la Gaceta que conozcan bien el estado del Conservatorio, por lo cual necesitamos nos acuerden toda su indulgencia; mucho más siendo, como somos, autor del Proyecto-memoria que tanto se menciona en casi todos los artículos, y que por lo repetidamente vapuleado que aparece, podrían tal vez dudar si constituye el asunto principal. Mas no se crea que su defensa sea la que nos hace tomar la pluma, no; a ello nos mueve y obliga una digna consecuencia. Teníamos lanzado a la arena artística un noble y patriótico reto; y algunos han llegado a suponer que ese sea el que haya motivado los artículos del Sr. Soriano: nosotros no lo podemos creer; pero esto no basta, y deber nuestro es demostrar que lo dicho en aquel reto está en toda su fuerza, pues no ha sido rebatido en nada. En el número 2.882 de La Correspondencia de España, edición de la noche, correspondiente al 22 de Diciembre último, lo publicamos; y para que los lectores de la Gaceta puedan tener conocimiento de él, si ya no lo tenían antes, concluiremos por hoy insertándolo íntegro a continuación, proponiéndonos entrar de lleno en nuestra réplica en los números siguientes.

Rafael Hernando.

Decíamos así:

Cuestión artístico-musical

La viva polémica que en la prensa periódica ha suscitado el nombramiento de director del real Conservatorio de música y declamación, salió pronto de los justos límites en que podía haberse debatido sin menoscabo de persona alguna, y se llevó al odioso terreno de la personalidad, al que nos arrastra constantemente esa destructora costumbre de hoy día, y al que vamos siempre con la exageración propia de nuestro apasionado carácter meridional.

Los Sres. D. Adelardo López de Ayala y D. Hilarión Eslava, no solo son dignos de ocupar elevados cargos, sino que sus respectivos talentos están hace tiempo juzgados, siendo imposible dudar de que son dos legítimas ilustraciones de nuestro país.

La polémica, pues, debió limitarse a si el Conservatorio habría de ser dirigido por un músico o por un poeta: mas lejos de suceder así, hasta un suscritor de Las Noticias, que, según decía en el remitido que publicó, había visto los toros desde el balcón, y venía a tomar parte solo para resumir cuanto se había dicho en pro y en contra, pero no para atacar ni defender a dichos señores, tan no cumple su propósito, pues los ataca, excediéndose cual ningún otro, sino lo que es más lastimoso, formula de una manera más determinada la injusta y por lo menos errónea aseveración que había dado a entender ya algún periódico, y que recaía sobre un hombre ilustre, gloria de nuestra nación, cuya reciente pérdida no ha habido tiempo aún para llorar, y cuya memoria sólo deberá inspirar siempre aplauso y patrio orgullo.

Al decir el autor de dicho remitido que el actual ministro de Fomento tenía el plan, para cuando llegara el caso desgraciado de que el Excmo. Sr. D. Ventura de la Vega dejara de existir, de hacer una reforma radical en el Conservatorio, quiere consignar un hecho de tan bastarda idea, que desde luego rechazamos y calificamos de falso, por ser impropio del carácter del noble marqués, cuyas intenciones acerca del Conservatorio pudimos apreciar detenidamente en el mes de Setiembre, y por existir oficialmente la comprobación indestructible de los extraordinarios adelantos del Conservatorio en los nueve años que duró la dirección y administración del ilustre autor de El Hombre de mundo. El sucesor que el gobierno ha nombrado, lo expresó en el solemne acto de la toma de posesión en bien sentidos, nobles y bellos conceptos.

Toda creación humana que no sea susceptible de mejora, está muerta de hecho. Reforma en una escuela puede llegar a calificarse así hasta a un arreglo del personal y a algunas alteraciones de detalles suplementarios. Reforma radical significa alteración esencial de su plan científico, de su doctrina teórica y práctica, y refiriéndose al Conservatorio, completa trasformación en los programas de sus enseñanzas, en el régimen de los concursos públicos y en todos los demás actos académicos.

Esto, no sólo no se ha pensado, ni se ha podido imaginar, sino que no podría llegar a intentarse sin derrumbar el Conservatorio.

Por eso rechazamos como ofensiva a la memoria de D. Ventura de la Vega la aserción de esperarse su muerte para hacer una reforma radical en el Conservatorio, y nos presentamos con ánimo esforzado a defender y probar que durante su época todas las enseñanzas musicales han llegado a constituirse en tal grado de adelanto, que responden, por lo menos en su plan directivo, al más adelantado Conservatorio que posea el mundo musical: que si la enseñanza de la declamación no ha quedado constituida tan clara y determinadamente como las musicales, no ha sido por no haberse intentado y debatido, ni aun por las dificultades que pudieran presentarse para fijar el programa de sus estudios en cada año, sino por las enfermedades que en estos últimos han aquejado a sus profesores, impidiéndoles la asistencia asidua u obligándoles a largas ausencias; y finalmente, que ningún interés artístico que tenga relación con el Conservatorio, ni un solo aspirante a seguir sus enseñanzas, tenga que congratularse de la muerte de tan notable eminencia, por haber sido en su época directiva óbice del logro de ninguna legítima aspiración.

Si el respeto debido a su grata memoria, el cariño al amigo y el odio a la injusticia, no nos hubieran impulsado siempre a hacerlo así, un deber de conciencia nos lo exige imperiosamente. Varias veces en sus últimos años, al sentir que su esforzado espíritu, único sostén de su existencia, se desvanecía por completo en alguno de los angustiosos accesos de la enfermedad que tan cruelmente le agobiaba, mostró la intención de dimitir su cargo de director del Conservatorio, a cuyo intento, si nos interpusimos siempre con cariñosa amistad y amor patrio, por considerar que el autor de La Muerte de César debía morir en posesión de un cargo que por mil y mil circunstancias la pública opinión consideraba que le estaba tan propiamente adecuado, lo hicimos principalmente por estar convencidos de que su época había sido brillantísima para la escuela del arte músico español. Con suma facilidad nos proponemos probarlo, y si alguna duda quedara, esta sola manifestación le exime de todo género de censura, una vez que declaramos que a no haber sido por el aprecio que dispensaba a nuestra probada y leal amistad, haría uno, dos o tres años que habría hecho renuncia de un cargo que como utilidad pecuniaria solo le producía cinco mil reales más del sueldo que como cesante hubiera percibido.

Relevados hoy día de una circunstancia que ya no nos impide, como en otras ocasiones, abordar públicamente esta cuestión, vamos a exponer las proposiciones que estamos dispuestos a defender, advirtiendo, que abandonaremos nuestro trasparente seudónimo, en cuanto deje de ser esta forma la usada por el autor del susodicho remitido:

1.ª Que la época en que fue director del real Conservatorio de música y declamación de Madrid el Excmo. Sr. D. Ventura de la Vega, ha sido la más brillante para la escuela del arte músico español, puesto que todas sus enseñanzas han llegado a quedar organizadas respeto a la dirección con la mayor claridad y buen orden en los programas de los estudios escolares, basados sobre los mayores adelantos del arte; de tal modo, que los discípulos concluyen sus estudios tan completamente como en el primer Conservatorio de Europa. Prueba de ello es que hay jóvenes escolares de esta época que se hallan dispuestos a lidia artística en materias de armonía, de contrapunto y fuga, y de composición musical en los tres géneros dramático-religioso y puramente instrumental, con cualquiera de los compositores de épocas y escuelas anteriores.

Y 2.ª Que durante la mencionada época, no sólo se han formado y presentado proyectos para escuelas sucursales, escuelas corales y cuanto se ha considerado conducente al complemento del Conservatorio, o beneficioso para instrucción de las clases obreras, sino que el Conservatorio, extralimitándose en cierto modo de su esfera natural, ha estado a la cabeza del movimiento del arte músico español, iniciando o secundando vigorosamente todo lo importante que este ha realizado.

Si a estas proposiciones se creyese necesario, para mayor esclarecimiento, agregar alguna otra análoga, estamos dispuestos a la defensa; pero con la inquebrantable condición de excluir absolutamente toda cuestión personal. Sólo en la parte de relación con las ideas se nombrará a las personas. También, si para el franco y leal debate que proponemos pareciese más apropósito una pública discusión, estamos dispuestos a aceptarla. No tenemos costumbre de hablar en público, pero para citar y exponer hechos verdaderos, todos servimos. La autorización para hacerlo estamos seguros que nos será acordada, porque nuestro intento redunda en prez de un ilustre patricio y en merecido esplendor de un importante establecimiento que sostiene la nación. El arte carece de vida entre nosotros, y para que llegue a tenerla, y figuremos en el prodigioso movimiento del mundo musical con digna representación nacional, precisas son manifestaciones de pública discusión, no sólo bajo el aspecto artístico-científico, sino abrazando todas las diversas y esplendorosas fases que en sí contiene en el orden moral, y los importantes y numerosos ramos de industria y comercio que puede desarrollar, a fin de que nuestro país llegue a formar verdadero juicio acerca de si se destina oficialmente mucho dinero para la música, como algunos suelen decir, o si, como nosotros consideramos, debería destinarse mucho más a tan beneficioso arte.

No dejaremos la pluma, siquiera sea para no tener otro día que volver atrás, sin decir acerca de la persona aludida en el intencional principio del susodicho remitido, y que nos es muy cercana, que al siguiente día del muy triste en que exhaló el último suspiro D. Ventura de la Vega, fue cuando estuvo en las oficinas del ministerio; que lo hizo cumpliendo con los deberes de participar tan fatal desventura y de hablar acerca de la fúnebre ceremonia de conducción del cadáver; que terminados ambos objetos, y sólo como consecuencia natural de su carácter oficial, fue cuando indicó su parecer acerca de la dirección del Conservatorio, manifestando que si recaía en el catedrático Sr. Eslava, y con sólo una gratificación sobre el sueldo de profesor como sucede en otras escuelas, se presentaba la más propicia ocasión para formar el tan solicitado reglamento orgánico definitivo, que, según los estudios ya hechos, contendría, además de todo lo bueno que se practica, cuanto es necesario prescribir para el mayor progreso, y en el que, con el sobrante del suelo del director y el importe de otro recurso recientemente propuesto, aparecían dotados y clasificados los profesores con arreglo a la ley de Instrucción pública, de cuyas ventajas correspondientes, sólo ellos son los que se hallan privados: que sólo esta vez se permitió hablar de este asunto, cuando todavía no existía candidato alguno: que sin embargo; ahora menos que nunca quería ocultar que era también su propia opinión, mas no derivada de íntima amistad, aunque de la frecuente y cordial que media se honra mucho, porque virtud, talento y saber es en los hombres lo que ama, admira y respeta, si no como consecuencia de sus firmes y arraigadas convicciones artísticas, las cuales, si el gobierno llegara una vez a considerar que el director del Conservatorio debía ser un músico, le aconsejarían dar su voto a Eslava como al más docto, y ser el que por hoy reúne más circunstancias recomendables; sin que en este juicio haya vacilado un momento por cuanto en estos días se ha dicho acerca de su edad y estado: antes bien, la peregrina idea de los intereses políticos sirvió para hacerle reparar en que el presbítero Sr. D. Hilarión Eslava y Elizondo es con relación al arte, más liberal que los negociadores del vigente Concordato, puesto que no ha cejado en defender un solo día la bandera de secularización de las plazas de maestro de capilla y organista, que con tan plausible afán enarboló el año 1855.– Un músico.»

Rafael Hernando.



Gaceta Musical de Madrid
Madrid, 28 de abril de 1866
año segundo, número 30
páginas 120-121

Polémica entre los señores Soriano Fuertes y Hernando

Hemos recibido la siguiente carta, en la cual, como verán los lectores, se hace ya cargo el Sr. Soriano Fuertes del primer artículo del Sr. Hernando, si bien manifestando que espera a conocer los demás para entrar de nuevo en el fondo de la cuestión que ha motivado la actual polémica.

Dice así el Sr. Soriano Fuertes:

«Señor director de la Gaceta Musical:

Muy señor mío y amigo: No pesar grande, sino verdadero placer he experimentado al leer el primer artículo de la Réplica que me dirige el Sr. Hernando.

En ella, sin duda alguna, va el arte a reportar un provecho, y yo, a más del honor de ser contestado por el secretario que ha sido tantos años del real Conservatorio de música y declamación, aprender lo que tal vez haya ignorado hasta el presente.

Doy las gracias a dicho señor por tan señalada merced; sintiendo sólo que de pesar le sirva emprender una tarea que tanto brillo puede dar al Conservatorio; sin que por esto ponga en duda, ni lo haya puesto nunca, esté sin él un establecimiento que tan distinguidos profesores cobija.

Cese, pues, en mi antagonista, ese nublado de disgusto con que ha empezado su Réplica, en gracia siquiera de que con ella, según sus palabras va a quitar la pesadumbre que a muchos lectores han causado mis pobres artículos; y demando escusa, tanto a ellos como al Sr. Hernando, si por la rudeza de mi lenguaje o por un celo extremado en favor del arte y del profesorado español, he podido cometer alguna inconveniencia. Falta que pueden estar seguros no tardaré en remediar, si así me lo hace conocer el autor de la Réplica, en la contestación que tendré el honor de darle tan pronto como termine su trabajo.

Queda suyo afectísimo amigo Q. S. M. B.

M. Soriano Fuertes.

París 18 de Abril de 1866.»


Rafael Hernando

Réplica a los artículos de D. Mariano Soriano Fuertes,
publicados con el epígrafe de Real Conservatorio de Música y Declamación

II

Penoso sería que para llegar a aspirar alguna fragante rosa, su cultivador nos hiciese recorrer extenso campo lleno de maleza; pero lo cruel y lamentable sería que se nos guiase por sendas hábilmente preparadas y sembradas de algunas flores, para por fin conducirnos a un triste y estéril campo que sólo nos presentase abrojos y espinas.

Mas tarea harto enojosa es por cierto, para dejar de concretar y andarse por las ramas, la de tener que refutar todo lo esencial de unos artículos que en su parte literaria contienen bellos conceptos, ideas nobles y sanas máximas que seducen desde luego, por más que después el recto juicio sienta y deplore su torcido empleo.

Verdad es que habiéndose permitido el Sr. Soriano Fuertes en su segundo artículo calificarnos de tener poca conciencia artística, con razón nos era dado divagar algún tanto; pero como a nosotros ni aun las atrevidas licencias de lo que está vedado hablar, sin ser precedido de convincentes y luminosas pruebas, nos harán desviar ni una línea de la franca y recta senda que nos tenemos trazada para todas las acciones de la vida, entraremos de lleno en la obligada cuestión con toda la claridad que reclama, y alguna más, siquiera sirva para evitar al Sr. Soriano que, disgustado, tenga que motejar también este escrito por su oscuridad. Comencemos.

Que en el campo del arte músico-español yacía la propuesta de un importante y oportuno debate, lo prueba el número 2.882 de La Correspondencia de España, que es el periódico de Madrid que más circula por todas partes.

Que el pseudónimo, que por conveniente consecuencia usamos al publicar la propuesta era tan trasparente, que dejaba ver el nombre del autor cual si se hallase bajo ligera y clarísima gasa, fue público y notorio, no sólo entre los artistas, sino también entre los lectores que pararon mientes en la cuestión, según nos consta por los que conocemos.

Que los extremos para el debate no podían ser más latos, y la forma en que pudiera verificarse más franca, no admite duda; pues que además de ser ya precisos y completos aquellos, se declaraba estar prontos a debatir sobre cuanto conducente al objeto se creyese deber añadir, y hasta en pública discusión, forma la más solemne y adecuada para tratar bien la cuestión principal, y para el completo esclarecimiento de las múltiples cuestiones artístico-científicas que naturalmente habrían de derivarse, y que surgiendo a cada momento, tendrían que debatirse con ideas propias y sin ajeno auxilio.

Por último, que esencial y sustancialmente el debate propuesto versaba sobre lo mismo que aparece motivar los artículos del Sr. Soriano Fuertes, está clarísimo; una vez que el fin principal de estos es querer probar «que si el Conservatorio no ha llegado a dar todo el fruto debido, ni a salir de la esfera de una enseñanza vulgar, culpa ha sido sólo de los directores o viceprotectores que ha tenido, legos unos, descuidados otros y todos ellos desconociendo o teniendo en poco la educación artística, diferente de la mecánica, las necesidades del profesorado, &c., &c.;» y el reto lo motivaba el estar prontos a sostener «que la larga administración del último viceprotector y director del Conservatorio, D. Ventura de la Vega, había sido la más «gloriosa para la escuela del arte músico-español, puesto que durante ella todas las enseñanzas musicales habían llegado a quedar directivamente organizadas bajo los mayores adelantos del arte, concluyendo los discípulos sus estudios tan completamente como en el primero de los Conservatorios de Europa.»

Y siendo, pues, así, que el fin principal y provechoso de todo análisis o estudio del Conservatorio había de concluir o demostrar su estado actual, ¿por qué no comenzó el Sr. Soriano Fuertes, como bajo todos conceptos procedía, por hacerse cargo del reto, ya que no para recogerlo, para analíticamente rechazarlo como incompleto e inconducente?...

No alcanzamos a comprenderlo: nos ha dedicado tantas y tantas líneas con motivo de nuestro Proyecto-memoria, sin necesidad alguna que lo justifique, que ni aun puede ocurrirse la duda, rechazable siempre, de que por desdén al retante se había desentendido del reto, aprovechando la circunstancia de que fue lanzado bajo pseudónimo. Así es, que continuamos casi en la misma incertidumbre que nos quedamos, cuando, en vista de los tres primeros artículos, suspendimos la lectura de los restantes hasta su completa terminación. Debíamos contestar, y si bien es cierto que aun para formar nuestra privada opinión sobre cualquiera obra o escrito, jamás abandonamos el leal procedimiento de comenzar estudiando su totalidad, a fin de apreciar bien su tendencia general y poder juzgar con acierto de la plausible o censurable idea del autor, también lo es que en esta ocasión nos impulsó a tan rotunda determinación la esperanza de que en la totalidad de los artículos resultaría la nueva idea, el plausible objeto; así lo manifestamos a los que nos indujeron a leerlos.

Muchos otros, tan declamatorios, de palabras tan ahuecadas, de frases de tanto relumbrón, y tan vacíos de sana crítica como de verdadera doctrina artística, recordábamos haber leído en diversas ocasiones; pero con aspiración conocida y fin determinado: mas el Sr. Soriano Fuertes no podía aspirar a ninguna de las plazas que figuran en el actual presupuesto del Conservatorio: su marcada tendencia, hasta ahora, parecía haber sido la de llegar a ocupar en el arte músico-español el envidiable puesto que desempeñan o han desempeñado en otros países Scudo, Castil Blaze, de la Fage, y otros concienzudos críticos, con gran beneficio para el arte y los artistas, por la tan elevada como tangible tendencia de sus escritos, que revelan siempre verdaderos conocimientos artístico-científicos de la música, que es la sola manera de llegar a adquirir toda la importancia y autoridad crítica que a estos les fue acordada.

En fin, cuando el Sr. Soriano Fuertes se ha desentendido por completo del reto que había para tratar el mismo asunto con diverso rumbo, sus razones habrá tenido: a nosotros toca ya el probar que su trabajo ha sido tan estéril como superficial e inestudiado, y para ello, fuerza es marchar por el camino que él ha seguido.

Así lo haremos en el siguiente número, ya que las dimensiones de la Gaceta nos precisan a dividir en dos partes la materia, que en nuestro plan debía comprender sólo este segundo artículo.

Rafael Hernando.



Gaceta Musical de Madrid
Madrid, 5 de mayo de 1866
año segundo, número 31
páginas 123-124

Rafael Hernando

Réplica a los artículos de D. Mariano Soriano Fuertes,
publicados con el epígrafe de Real Conservatorio de Música y Declamación

III

Una breve historia del Conservatorio es necesaria al Sr. Soriano Fuertes para explanar sus ideas sobre este Establecimiento. Sírvenle de base y norma para hacerla los reglamentos orgánicos que se hallan impresos, y de la letra de estos derívanse las deducciones y consecuencias que expone.

Por consiguiente, constituyendo los reglamentos orgánicos el nudo gordiano, digámoslo así, que enlaza toda la argumentación del Sr. Soriano, necesariamente habrá de resultar en sus artículos demostrado de una manera clara y terminante, cuál de los tres que cita es, si no el perfecto, el mejor; si este lo es el último, la necesidad que hubo de derogar los anteriores, y si no la inconveniencia de haberle hecho: y sobre todo, si el mejor contenía cuanto debe prescribirse para el completo resultado que, según su opinión, debe dar el Conservatorio; y de no contenerlo, deberá quedar bien apuntado, por lo menos, todo cuanto faltare y deba prescribirse. Busquemos, pues, tan lógicas como provechosas conclusiones.

Más es en vano: sólo se halla que el Sr. Soriano Fuertes dice del primitivo reglamento, en su segundo artículo, y precediendo a la cita que hace de algunos períodos de las consideraciones y bases que presidieron para fundar el Conservatorio, y que deplora que muchas no se hayan llevado a efecto, que en él no hay una base fija para el verdadero ser de una institución nacional de música, sino mucha anfibología en las palabras y mucho amor propio en quien las hace suyas: del segundo, de 5 de Marzo de 1857, dice, aunque de paso, que era muy bueno para la parte práctica de la enseñanza; y del vigente y provisional de 14 de Diciembre del mismo año, y no de 1858, solamente, que tal vez apareció para poner al Conservatorio más en armonía con la ley de instrucción pública; aunque si bien más adelante parece deducirse que merece su beneplácito la creación que contenía de una cátedra de historia y literatura del arte dramático y de la música; pero nada más.

Y, ¿a qué detenerse más sobre los reglamentos, que, si bien han sido la pauta elegida para los artículos, el objeto de estos es el dejar asentado que la culpa de las supuestas faltas, la cometieron exclusivamente los directores y vice-protectores que ha tenido el Conservatorio? Empero, uno de estos últimos líbrase del anatema general, y es él solo, el solo que resulta digno de mención y elogio. El Sr. Soriano, como verídico historiador, para todo se apoya en hechos: así que para tan especial elogio cita una Real orden, que es la única que contienen sus artículos. (Véase el VI.) Comiéncese por hacer en él una rectificación respecto al año en que dice se verificaron los exámenes propuestos por el señor marqués de Tabuérniga, sustituyendo al de 1856 con el de 1855: después, léase el citado documento oficial que se halla inserto, y teniéndose muy presentes todas las deducciones y consecuencias que de él saca y hace mérito el Sr. Soriano en todo el artículo, aplíquense no a quien él se refiere, sino en debido loor del Excmo. Sr. D. Joaquín María Ferrer, que fue a quien el Gobierno daba en él las gracias por las importantes reformas que llevó a cabo en el Conservatorio, según se patentizó en la siguiente auténtica exposición de hechos, sacada de los documentos originales y oficiales que se citan.

El Excmo. Sr. D. Juan Felipe Martínez de Almagro, viceprotector del Conservatorio, no nombrado por el Sr. Soriano Fuertes, y a quien esta institución tendrá que recordar siempre como a uno de sus más dignos protectores y que más importantes servicios la prestó, comprendió la oportunidad y necesidad en que se estaba de dotar al Conservatorio de un reglamento que respondiese a una organización diferente de la que hasta entonces había tenido. Redactado que fue por su encargo un proyecto de reglamento orgánico, lo presentó a la Junta facultativa para su examen y aprobación: esta invirtió para su discusión, con la comisión que lo redactó, veintiuna largas sesiones, que se celebraron desde el 24 de Octubre hasta el 18 de Diciembre de 1854, en que se terminó.– Habiendo sido relevado de su cargo el Sr. Martínez de Almagro, antes de elevar aquel proyecto a la superioridad, y nombrado que fue en su sustitución, en 13 de Marzo de 1855 el señor marqués de Tabuérniga, este viceprotector estimó conveniente verificar unos exámenes generales de revisión de alumnos, a fin de clasificar y hacer constar en el grado de conocimientos en que se hallaban, como así se practicó; mas como por real orden de 21 de Noviembre del mismo año de 1855, fue también relevado de este cargo, no llegó a exponer ni a formular disposición ni plan alguno acerca de la enseñanza ni de la organización del Conservatorio, quizá por falta de tiempo para llevar a cabo lo que tuviera preconcebido.– Reemplazole inmediatamente en el viceprotectorado el Excmo. Sr. D. Joaquín María de Ferrer, y enterado de que existía paralizado el mencionado proyecto de reglamento orgánico ultimado por la Junta facultativa, lo examinó y aceptó; y presentándole nuevamente a revisión definitiva de la misma Junta, quedó completamente aprobado, así como también el proyecto del régimen interior, cuyo estudio y redacción merecimos igualmente el honor de que nos fuese encomendado, y elevados ambos proyectos a la aprobación del gobierno, fue autorizado su planteamiento, en calidad de ensayo, por real orden de 1.º de Marzo de 1856.– Poco tiempo parecía, y en efecto lo era, el que restaba hasta la terminación del curso para establecer un sistema tan nuevo de exámenes generales, como era el que prescribían estos reglamentos, que es el mismo que desde entonces se practica, y que comprende los estudios que deben hacerse en cada año académico. Venciéronse con ánimo fuerte todas las dificultades que parecían insuperables, y se consiguió su realización, así como la de los concursos públicos a los premios que son su complemento; innovación que causó la mayor sorpresa a todos, y que mereció el más unánime y entusiasta elogio de la prensa periódica de Madrid, que comprendió no cabía más solemne y pública manifestación de los trabajos y régimen de una escuela. Se elevaron los estados generales de estos actos al gobierno, y en su vista fue cuando a nombre de S. M. se dieron las gracias al Excmo. señor D. Joaquín María de Ferrer en la real orden que inserta, con aplicación diversa, el Sr. Soriano en su artículo VI; y que desde entonces viene reproduciéndose análoga manifestación oficial en casi todos los cursos académicos del Conservatorio.

Hecho este minucioso y convincente relato, ¿no seríamos hasta crueles en exponer las consideraciones que estarán en la mente de los ilustrados lectores de la Gaceta, respecto de la veracidad histórica del Sr. Soriano Fuertes, sobre un importante hecho, al que ha dado tan diversa versión como extraviada aplicación?...

Harto hemos sentido el vernos obligados a tener que andar con rectificaciones que se relacionan con personas cuya memoria, por justísimas y debidas consideraciones, sólo deseamos remover para elogio y aplauso: mas culpa es solo, de quien, al querer hacer historia y sin tener muy presente la sana máxima de dar al César lo que es del César, no sólo se empeña en sostener con tenaz obstinación una errónea aseveración que alcanza a personajes respetabilísimos siempre, sino que para tratar de sostenerla con más visos de autenticidad, altera también las verdaderas fechas de los hechos que le conviene desfigurar, aplicándolos a su antojo. ¡Como si la inexactitud, tanto en las citas históricas como en los datos estadísticos, no fuese arma ofensiva que se vuelve contra el que la emplea, pues que mata, con la duda por lo menos, hasta la verídica parte que en lo restante pudiera hallarse!

Conste, en fin, que los mencionados elogios tributados por el Sr. Soriano en su sexto artículo, corresponden al Excmo. Sr. D. Joaquín María de Ferrer; y también que el reglamento orgánico del año 1857, que califica de muy bueno para la parte práctica de la enseñanza, en el que se conservó, respecto a esta, cuantos adelantos contenía el discutido por la junta facultativa y que venía rigiendo en calidad de ensayo, fue obra del Excmo. Sr. D. Ventura de la Vega, que sucedió a aquel en el vice-protectorado; debiéndose a los muy particulares trabajos de este en la junta que formuló la vigente ley de Instrucción pública, la inclusión en ella del Conservatorio, a pesar de sufrir de sus resultas la rebaja de veinte mil reales en su sueldo al verificarse la trasformación del cargo de Vice-protector en el de Director.

Siendo la extensa época de esta dirección la que estábamos prontos a defender en nuestro reto, y pudiendo circunscribir a ella cuanto tenemos que refutar de lo dicho por el Sr. Soriano, una vez que ya lo dejamos hecho respecto al plan general de sus artículos, a ella nos limitaremos en el resto de esta réplica, tanto por ser nuestro obligado objeto, cuanto por considerar inútil el divagar en más largo espacio, acerca de una institución que no ha dejado de existir, y cuyo principal estudio debe ser el examen de su último período artístico-escolar. Para juzgar de la fuerza y robustez de un mancebo a quien quisiéramos confiar un importante servicio, ¿no sería un procedimiento erróneo y vicioso informarse minuciosamente de las enfermedades de su niñez, sin detenerse a investigar con el debido cuidado y diligencia el estado actual de su salud, y los antecedentes inmediatos de su vida anterior?...

Continuaremos.

Rafael Hernando.



Gaceta Musical de Madrid
Madrid, 12 de mayo de 1866
año segundo, número 32
páginas 128-130

Rafael Hernando

Réplica a los artículos de D. Mariano Soriano Fuertes,
publicados con el epígrafe de Real Conservatorio de Música y Declamación{1}

IV

Conservatorio.– Cosa que resguarda, conserva y mantiene.
(Diccionario de la Academia.– Primera edición.)

Esta oportuna cita precede al primero de los artículos del Sr. Soriano Fuertes; en el que después de exponer las creencias y consideraciones que le movieron a emprender la defensa del arte músico-español y con todas las altas cualidades del ferviente cristiano y más cumplido ciudadano, hállanse los siguientes párrafos:

«Un centro de educación artística conocemos, que es el Conservatorio de música y declamación, y a este centro nos dirigimos hoy, porque en él se ha de mantener nuestro decoro y antigua gloria, conquistada por los grandes maestros que hemos tenido en el arte; se ha de conservar nuestro género de música, resguardándolo de cualquier adulteración que lo pervierta y mancille, y se ha de formar el principio de nuestra verdadera educación artística, que mejore las costumbres y haga desaparecer la intolerancia corrompida, el proselitismo ridículo y las mezquinas personalidades.

»Es preciso que el Conservatorio sea, no una escuela de primera enseñanza o de mecanismo, sino un colegio superior y general de enseñanza de la ciencia y del arte de la música; que forme escuela, y que llene en todas sus partes la idea de su creación, bien manifiesta en el real decreto de 15 de Julio de 1830.{2}»

De estos ampulosos párrafos, en que nos ocuparemos más de una vez por la indeterminada y errónea aplicación doctrinal que en el primero se halla, dedúcense ya las dos fases principales que en sí tiene el Conservatorio, y sobre las que puede y debe ser examinado y considerado, a saber: como escuela y como influencia directa y derivativa de aquella para el adelanto del arte en todas sus consecuencias. De ambas cosas parece querer tratar el Sr. Soriano en sus artículos; pero como lo hace de una manera tan intrincada y enlaberintada, nosotros habremos de comenzar por agrupar las ideas que correspondan a cada una de ambas fases, a fin de apreciarlas debidamente por separado. De otro modo, ni podría hacerse una réplica provechosa, ni los lectores de la Gaceta Musical, a quienes dedicamos la nuestra, y que han de ser sus principales jueces, podrían fallar con toda la seguridad y convencimiento necesarios.

Reunamos, pues, cuanto acerca del Conservatorio como escuela diga el Sr. Soriano en todos sus artículos además de los párrafos citados, y enlacémoslo con estos en el sucesivo orden, para que aparezca en toda su fuerza y valor el criterio artístico y principios científicos que le hayan guiado para el examen de la fase más esencial y principal de este instituto.

En su tercer artículo, que comprende el período del reglamento primitivo, hállase:

«¿Por qué no se dieron reglas generales en las cátedras de composición para escribir el género nacional?»

En el 4.º –«Si el Conservatorio no había de ser sino una escuela vulgar, ¿a qué etcétera, &c.»

En el 5.º –«Se redujo el Conservatorio a una enseñanza vulgar por falta de conocimientos en su dirección, &c. &c.»

En el 6.º, que comprende el período de nuestra defensa, e inmediatamente a las notables alteraciones de fechas y equivocación de la real orden de que nos hemos hecho cargo en nuestro anterior artículo, hállase, con referencia al actual reglamento, el siguiente párrafo:

«Nuevas esperanzas volvieron a concebirse para el mejoramiento del arte, pero volvieron a desaparecer al poco tiempo de concebidas, puesto que el Conservatorio volvió otra vez a su habitual marasmo, el reglamento provisional no fue observado en todas sus partes, la enseñanza no pudo ser completa, y por consiguiente, no se cumplió con lo que marcaba la antedicha ley de instrucción pública

Ea el 7.º –«He aquí las consecuencias de una educación sin principios.»

En el 8.º –«En el año 1858, estando en Madrid, preguntamos a un respetable maestro del Conservatorio qué plan de enseñanza se seguía en dicho establecimiento, y nos contestó que ninguno. Y esta respuesta nos la confirma el hecho de que hasta el año 1861 no se publicaron las Instrucciones para el buen desempeño de las enseñanzas, y para el régimen y disciplina del real Conservatorio

Más adelante, en el mismo artículo: «¿Cuáles han sido las causas de no corregirse los vicios y de entorpecer el progreso instructivo y artístico? –El proselitismo; ideas de interés particular; abandono en la dirección artística.»

Y por fin, hállanse en su último artículo los siguientes párrafos, que en verdad, por más que participan de las tendencias de lo dicho en todos los artículos, vienen a constituir, por su más templada crítica, una prueba evidente de inconsecuencia; dicen así:

«Creemos haber probado, no por nuestra exclusiva opinión, sino con datos y hechos, que si bien el Conservatorio, como escuela práctica o de mecanismo, es un establecimiento digno del mayor respeto por los sobresalientes profesores con que cuenta, como conservador y promovedor del arte músico-español, en general, nada ha hecho en los treinta y cinco años que lleva de existencia, ni ha cumplido con sus reglamentos, y por consiguiente, la instrucción de los discípulos, ni ha sido ni es todavía completa, según la ley de instrucción pública. Creemos también haber probado que el Conservatorio no ha conservado, ni resguardado, ni mantenido, como debiera, el pabellón artístico español, porque ha carecido hasta el presente de una dirección enérgica y artística, que, abatiendo el proselitismo y las costumbres viciadas de su fundación, haya enarbolado el estandarte de verdaderos adelantos con la independencia y actividad que debiera.»

Esto, y nada más, es cuanto se halla en todos los artículos del Sr. Soriano Fuertes acerca del examen del Conservatorio como escuela. Escudríñese hasta el resto de los mismos párrafos que citamos incompletos y se verá que se relaciona con las otras varias cosas de que en ellos habla.

Hemos puesto sumo cuidado en no omitir nada, aun a riesgo de que se nos moteje de pesados y difusos, ya porque todas las conclusiones de censura de cualquier período las hace extensivas el Sr. Soriano a todos los directores, y sobre todo porque siendo esta la fase esencial del Conservatorio, no debía truncarse, bajo pretexto alguno, la doctrina artística, ni los principios científicos que guiasen al Sr. Soriano para el indispensable examen del plan general de enseñanza, de las obras didácticas o alguno de los métodos prácticos, del régimen de los exámenes o de los concursos públicos, o para cualesquiera de los otros actos académicos.

Nada, acerca de estas bases constitutivas de toda escuela, dícese en sus artículos; mas sin duda habrá consistido en considerarlo inútil e innecesario el Sr. Soriano para las contundentes y plausibles conclusiones y calificaciones de que se ha servido, y que en resumen son: Que el Conservatorio es una escuela sin principios fijos; que su enseñanza es vulgar; que ni siquiera se han dado reglas en las cátedras de composición para escribir el género nacional; y que en él ha imperado el proselitismo, que todo lo ha viciado y retrasado, por la impericia o abandono de todos los directores que ha tenido en los treinta y cinco años que cuenta de existencia esta institución, según aparece fundado y demostrado en la irrechazable prueba de los datos y hechos aducidos. Estos mismos datos y hechos se reducen, según se ha visto, a la pregunta que en su octavo artículo refiere que hizo en 1858 a un profesor del Conservatorio, y al haber hallado confirmada la respuesta, que dice le dio aquel, en el hecho de que hasta el año de 1861 no se publicaron las instrucciones para el buen desempeño de las enseñanzas, y para el régimen y disciplina del real Conservatorio, documento que nos alegramos conozca el Sr. Soriano Fuertes, lo cual conviene tenerse muy en cuenta.

¿Qué reglas deberán preceptuarse para escribir en género nacional los tres esenciales de la composición musical, religioso, dramático e instrumental?

¿En qué se fundará y que significará lo de enseñanza vulgar, y en qué escuela musical estará basada la enseñanza en principios más fijos y más determinados que en nuestro Conservatorio?

El tan repetido y variadamente adjetivado proselitismo, que se ha sobrepuesto a todo y a todos, ¿en qué estará fundado, a qué particulares fines habrá servido, y su censura, a quiénes alcanzará, a sus propagadores o a los catequizados?

Estas y otras muchas preguntas podríamos dirigir al Sr. Soriano; pero ahora sólo tratamos de refutar tantas inmotivadas frases de sus artículos, no exentas de algún efecto por sus ahuecadas palabras, y demostrar con claridad el fundamento de nuestro juicio y el de nuestras calificaciones, separándonos completamente del contrario procedimiento, harto en boga, y tan característico del charlatanismo, de que se lamenta y tan justamente dice el Sr. Soriano, que todo lo destruye, y con cuya apreciación estamos conformes.

De ampuloso y doctrinalmente erróneo hemos calificado el primer párrafo que insertamos en este artículo, de los del Sr. Soriano Fuertes.

Parécenoslo así, porque sonando muy bien lo de «mantener nuestro decoro y antigua gloria, conquistada por los grandes maestros que hemos tenido en el arte,» y lo de «conservar nuestro género de música, resguardándolo de cualquier adulteración que lo pervierta y mancille, &c., &c., &c.» todo ello nada fija de positivo y doctrinal para base de una escuela; y cuanto para una musical pudiera derivarse de las consecuencias de tan vagas ideas e inestudiadas proposiciones, resultaría erróneo, respectivamente, para todos los Conservatorios. Y si no, circunscribiéndonos al nuestro, ¿podrían determinarse los autores modelos de nuestro género nacional religioso, dramático e instrumental, y señalarse las diferencias constitutivas, los procedimientos artístico-científicos que hayan empleado para caracterizar sus composiciones y a qué deberá limitarse la escuela, para resguardarlos de toda adulteración que los pervierta y mancille?

Como las naturales consecuencias de esta proposición prestarían materia por sí solas para un graciosísimo folleto, y como la música española, italiana, alemana, francesa y de todas partes donde es bella arte, está basada sobre los mismos principios científicos, la significación de Conservatorio será siempre para nosotros la de conservar todos los adelantos del arte, preceptuados en verdadera doctrina teórico-práctica que impulse a su sucesivo mayor progreso.

Para ser verdadera doctrina artística ha de derivarse de principios científicos, y estos, a la vez que han de servir de crisol para preceptuar todo nuevo adelanto, son los que la resguardan de los extravíos en que pueden incurrir los grandes genios, sean nacionales o extranjeros, que, como nótase asaz frecuentemente, no están exentos por su humana inteligencia de enlazarlos con los mayores adelantos.

Preceptuada así la enseñanza, es como en todas partes se pueden mantener el decoro y gloria nacional que hayan conquistado sus antepasados, pues que sus sucesores para proseguirlos, se hallarán educados bajo todos los adelantos del arte, ya procedan de los Ramos de Pareja, Morales, Victoria y Eslava, o de los Palestrina, Martini, Cherubini y Rossini, o de Haydn, Mozart, Beethoven y Meyerbeer; de Lesseur, Bérton, Reycha y Auber.

La claridad, fijeza y determinación de materias en los métodos, prueba es la más patente del grado de adelanto en que se halla la enseñanza y cultivo de cualquier ramo del saber humano.

La precisa división de aquella, y sobre todo su determinación en años académicos, que es el mayor comprobante de la claridad y fijeza, había parecido un problema de difícil o imposible resolución en los estudios de casi todas las Bellas artes, y principalmente en los de la música, y el Conservatorio de Madrid es el que más satisfactoriamente lo ha resuelto.

Esta patente solución, hállase clara y determinada en las citadas Instrucciones impresas en 1861, muy mejoradas en la práctica de cada uno de los años que han trascurrido, porque habiéndose profesado la adelantada máxima de que los reglamentos tienden a que no se haga menos de lo que prescriben, ningún año ha pasado sin marcar un nuevo mejoramiento.

Luego, aun cuando estos no hayan podido ser apreciados por el Sr. Soriano por no haber querido, o no haber podido venir a presenciarlos, con sólo el conocimiento que tenía de las Instrucciones tal cual fueron impresas en 1861, que contienen hasta en sus más pequeños detalles todo cuanto es necesario para poder juzgar del plan constitutivo y directivo de nuestro Conservatorio, era suficiente para que hubiera formado un juicio exacto de él, y comparándolo con el del Conservatorio más adelantado de Europa, llegara a demostrar el fundamento de sus aventuradas aseveraciones.

No habiéndolo hecho así de manera alguna, pues ni aun se nota el propósito de intentarlo en sus artículos, calificamos todas y cada una de sus resumidas aseveraciones, de injustas y erróneas, porque la de enseñanza vulgar es una frase hueca que nada significa; la de carecer de principios fijos la enseñanza, hasta es inconcebible conociendo las mencionadas instrucciones, que constituyen un plan directivo tan completo y determinado cual no conocemos que posea ningún otro Conservatorio; la de que en las cátedras de composición no se hayan dado reglas para escribir el género nacional, aparte del error doctrinal que como escuela ya hemos hecho notar que contiene tal proposición, es inexplicable por la prescripción que se halla en las instrucciones, de que todos los trabajos de examen de los diversos años, se harán sobre letra española, y hasta porque las obras de texto son de autor español; puesto que las de composición, las de armonía superior, de solfeo y alguna otra, producto son todas del primer catedrático de composición del Conservatorio, el sabio maestro D. Hilarión Eslava.

Además, la carrera del compositor, la más científica y principal de todo Conservatorio, se hace en menos años y más completa en el nuestro que en ninguno otro, como lo prueba el que los exámenes de fin de carrera consisten en la composición, en clausura, de una pieza dramática y otra religiosa sobre letra dada, castellana para la primera, y latina para la segunda, siendo así que en París y Bruselas el examen más avanzado que hacen los alumnos y que corresponde a un sistema general, bien inferior por cierto, es el de fuga.

Estas importantísimas ventajas en tan elevado nivel, debían ser más que suficientes para satisfacer al más entusiasta por los adelantos patrios, y aún más en asuntos como este, que debe ser algún tanto difícil y muy especial, puesto que casi todas las tentativas que se han hecho por particulares y diversas corporaciones para plantear en nuestro país escuelas musicales de más o menos importancia, han fracasado por falta de un buen plan directivo, aun aquellas que por varias circunstancias parecía facilísimo que llegasen a obtener los resultados propuestos.

La mucha extensión de este artículo no nos permite detenernos más en esta materia ni ocuparnos de lo del proselitismo, que también estará en su lugar al considerarla otra fase del Conservatorio que nos resta tratar para completar nuestra réplica, y a la que dedicaremos nuestro próximo artículo.

Terminamos, pues, el presente, por creer completamente esclarecida la importantísima cuestión que en él nos proponíamos dilucidar, y probadas hasta la saciedad la injusticia y sinrazón de las rudas e inmotivadas aseveraciones del Sr. Soriano Fuertes, cuya conducta es tanto más censurable, cuanto que tenía conocimiento de las mencionadas instrucciones, que, como hemos indicado, constituyen un documento importantísimo por su completo y bien estudiado plan directivo, que hace honor a nuestro Conservatorio, y que firmadas por el Exmo. Sr. D. Ventura de la Vega, comprueban lo dicho en nuestro reto, de que durante su época directiva quedaron completamente organizadas todas las enseñanzas musicales.

Rafael Hernando.

——

{1} Véanse los números 28, 30 y 31 de la Gaceta, y téngase presente que en la primera plana de este último, segunda columna, hay una errata de imprenta, que consiste en la omisión de un no con que debe empezar la línea diez y seis. [errata ya salvada en esta edición.]

{2} Téngase bien presente que el reglamento primitivo formado para el desarrollo de este real decreto, es del que, en su segundo artículo, dice el Sr. Soriano, que en él no hay una base fija para el verdadero ser de una institución nacional de música, sino mucha anfibología en las palabras, &c., &c.



Gaceta Musical de Madrid
Madrid, 3 de junio de 1866
año segundo, número 35
páginas 139-140

Rafael Hernando

Réplica a los artículos de D. Mariano Soriano Fuertes,
publicados con el epígrafe de Real Conservatorio de Música y Declamación

V

Reunir ordenadamente cuanto el Sr. Soriano Fuertes haya dicho con relación a la fase del Conservatorio de que nos vamos a ocupar, que por ser derivativa de la concreta y esencial de que ya hemos tratado, y por la variedad de aspectos y de ideas en que puede ser considerada, se presta a más vagas e indeterminadas apreciaciones, sería muy largo, cansado y embarazoso, aun dado caso de ser factible hacerlo.

Con citar que entre los cargos de culpas hállase: «¿Por qué en el Consejo de instrucción pública no ha de haber un miembro que represente y defienda los intereses del arte?» y también la extrañeza de que existiendo el Conservatorio pueda acontecer en el comercio musical, que se publique una romanza compuesta sobre letra francesa, traduciendo esta al idioma italiano en vez de al de Cervantes, demostrados quedan los exagerados límites que el Sr. Soriano cree debe alcanzar la influencia de nuestro Conservatorio.

Considerándola natural y fácil en tan extenso diapasón, que comprende desde la mayor altura hasta el extremo en que el criterio artístico siempre estará supeditado al comercial, cuyo principal móvil es facilitar la mayor y más pronta venta en publicaciones de actualidad, como a la que hace referencia, tampoco nos era posible seguirle en todas sus consecuencias: porque cuando atribuye al Conservatorio tal poder y libertad de acción que lo censura por no encontrar hecho lo que sólo el gobierno puede realizar, tendríamos que limitarnos a asegurar que durante la época de nuestra defensa se ha formulado y elevado a la superioridad cuanto artística y filosóficamente, según los adelantos de Europa, podía contribuir a esparcir en España por todas las clases sociales la beneficiosa influencia de la música; y cuando refiriéndose a dichos de otros los dá como hechos positivos, sin otro examen propio que el de convenir así, sin duda alguna, a su propósito, no podemos hacer de otro modo, para no hastiar a nuestros lectores, sino refutar todos a la vez, como lo hacemos, ya por su impropia y débil procedencia, como también por la puerilidad de la mayor parte de ellos, y la inexactitud y contradictoria significación dada a otros, como sucede respecto a los que contiene el párrafo en que dice el Sr. Soriano en su artículo octavo, que el Conservatorio invitó al maestro compositor Verdi para que oyese cantar a sus discípulos el cuarto acto del Trovador en italiano. Los lectores juzgarán si la manera que tuvo el Conservatorio de recibir al ilustre huésped que se hallaba entonces en Madrid, y que deseaba conocer esta institución, merece tal género de censura, o si, como nosotros creemos, constituye una incontestable prueba de verdadero valer.

El Sr. Soriano, con esa particular entonación que tienen sus artículos, da a entender que esta recepción debió ser una demostración hispano-histórico-musical; y la dirección creyó en su patriótica lealtad que lo más digno y conveniente, tratándose de tan verdadera eminencia, era exponerle la escuela tal cual era, dejándose de inusitadas ejecuciones y vanos aparatos impropios de quien tiene la conciencia de que es lo que debe de ser. Efectivamente, los discípulos, entre otras piezas, cantaron también en escena el cuarto acto del Trovador; y el programa tuvo, como era de desear, esta atenta y significativa muestra de aprecio y respeto; pero debido fue a estar ensayado con antelación, y sin este objeto, por la clase de mímica aplicada al canto; circunstancia que favoreció para no quebrantar en nada el firme propósito de que la sola preparación fuese un himno en loor del célebre maestro, compuesto por el discípulo de último año de composición que la suerte designase; y que ejecutasen los alumnos de las clases de canto y de los instrumentos de orquesta, de cuyos exclusivos elementos se formó, como igualmente los coros y a solos, que los cantaron en el idioma de Fray Luis de León y del manco de Lepanto.

Esta redundante aclaración, innecesaria por demás para cuantos conocen el Conservatorio, y saben muy bien que toda la música que en él o para él se ha compuesto, a excepción de la religiosa, ha sido sobre letra castellana, forzoso nos es hacerla, ya que el Sr. Soriano ignóralo por completo, o así lo da a entender, en su espontánea, larga y aventurada censura. Y aunque esto cause asombro al que considere que este crítico ha debido estudiar bien la historia del Conservatorio al intentar censurarlo, y aun cuando con lo dicho ya en este artículo y en nuestro anterior, respecto a la sinrazón con que ha querido tachar al Conservatorio de falta de nacionalismo, plácenos detenernos aún en esta materia.

No concedemos a nadie que nos aventaje ni un ápice en sentimiento de amor patrio, y nos conduele, como a todos los que alientan verdadero, noble y generoso espíritu, que al abrigo de su mágico poder se propalen erróneas exageraciones, siempre lamentables, por ser estériles, por lo menos, para el verdadero progreso.

Todas las diversas manifestaciones artístico-musicales son recomendables, por contribuir a esparcir y difundir la afición y gusto por el arte que cotidianamente proporciona los más puros goces sociales.

La música vocal, propia expansión del natural sentimiento humano, es la que responde más completamente a la idea político-filosófica que aconseja a los gobiernos más ilustrados de Europa a trabajar con afán para que su beneficioso influjo llegue, bajo las varias gradaciones de canto coral, hasta las clases más inferiores de la sociedad.

Constituyendo el canto bien dirigido el más beneficioso solaz que el pueblo puede tener en sus ocios; siendo además de enérgico auxiliar para las corporales faenas, su obligado dulcificador; y sirviendo de constante elemento de civilización, por la cualidad que tiene de hacer fijar más indeleblemente en la imaginación las máximas e ideas que contengan las palabras cantadas, preciso es que estas correspondan al idioma nacional. De ahí la merecida protección, cuidado y esmero que dedican al repertorio de la música coral orfeónica y a la ópera nacional, que constituyen el manantial en que debe hallar saludable alimento aquella moral, patriótica, civilizadora y filosófica idea. En las naciones en que el idioma carece de la dulzura y condiciones necesarias para ser musicalmente cantable, la idea artística ha ido introduciendo modificaciones tales, que han establecido notables diferencias de pronunciación entre el idioma cantado con el hablado, como acontece con el alemán, el francés y otros varios.

¿Estas diferencias existen en nuestro idioma? No, hasta ahora.

El canto en italiano ¿puede perjudicar a silabar bien el español, y deberá en su consecuencia proscribirse de las clases del Conservatorio? Tampoco; porque además de que la razón indica desde luego la analogía que entre ambos idiomas existe, la práctica ha venido a demostrar con frecuencia que las discípulas de este establecimiento que han sido contratadas para el teatro de la Zarzuela, su mayor éxito lo han logrado generalmente en el año de su estreno.

¿Se ha reconocido la necesidad de alterar los procedimientos de la enseñanza del canto en español de la que se hace en italiano? Nosotros creemos que el que pronuncia bien el español hablando y declamando, no necesita de estudios especiales para la aplicación del canto a nuestro idioma. Una prueba de todo lo que llevamos dicho sobre esta materia, es que, habiendo sostenido durante dos o tres temporadas teatrales la empresa de la Zarzuela una escuela de canto y declamación exclusivamente para facilitarse más artistas escénicos con todas las mejores condiciones; que siendo los señores Barbieri, Gaztambide, Salas y Olona los que la constituían, e interesados por consiguiente en el más brillante éxito de su propósito, y con todos los elementos para conseguirlo con facilidad, habrían planteado cualquier modificación que hubieran creído conveniente; pero no sólo dejaron de dar resultado alguno ostensible los gastos que les ocasionó la escuela, sino que también nos consta que nada intentaron en este sentido.

Inútil es decir más acerca de una cuestión tan secundaria por las condiciones de nuestro idioma y por las encontradas opiniones que sobre la enseñanza del canto pueden aducirse, y entre cuya diversidad de sistemas, la historia del arte registra el hecho, aunque tal vez algo exagerado, de haberse formado algún célebre cantante en la época más famosa de la escuela italiana, que lo fue el siglo pasado, con sólo estudiar y perfeccionar durante cuatro o cinco años los ejercicios contenidos en un pliego de papel. Empero, conste que en las clases de canto de nuestro Conservatorio, se han enseñado en castellano todas las piezas del repertorio español que los profesores han juzgado convenientes, según es público y notorio a cuantos han asistido a los ejercicios que con frecuencia se celebraron, para acostumbrar a los discípulos a cantar ante numeroso auditorio. También añadiremos a lo ya consignado, de que todas las composiciones musicales que en él o para él se han escrito lo han sido en español, que no se ha pasado un solo acontecimiento plausible para España, sin que haya sido solemnizado por el Conservatorio con la composición y ejecución de una o más obras musicales.

Cuando la guerra de África, no sólo se compusieron para las funciones que celebró a beneficio de los heridos de nuestro vencedor ejército una gran cantata y una zarzuela conmemorativas, sino que a la entrada triunfal de las tropas en Madrid, muchos estudiantes de los establecimientos de instrucción pública de la Universidad central de España, secundando la invitación que les dirigieron los del Conservatorio, presentaron el bellísimo y culto espectáculo de salir a recibirlas, no en discorde, aunque patriótica algazara, sino en armónico coro de aplauso, que al compás de rítmica marcha cantaban con entusiasmo, precediendo así dignamente a los bravos guerreros en su triunfal entrada hasta la plaza del regio alcázar, en donde permanecieron mientras duró el desfile. La dirección del Conservatorio, iniciadora exclusiva de esta idea, escribió la composición, dirigió los ensayos y costeó la banda de música que fue necesaria para realizar tan armónica manifestación. Este significativo hecho bastaría por sí solo a patentizar si tenía presente o no la idea filosófica de que emanaba, y para cuyo servicio ya hemos indicado que proyectó y propuso a la superioridad cuanto pudiese contribuir musicalmente a su mayor esplendor, sin olvidar el canto coral orfeónico en todas sus gradaciones y morales tendencias. Respecto a la creación de la ópera nacional, su anhelo era aún mayor, por tener el convencimiento de que ínterin no exista, el Conservatorio no podrá recoger todo el debido fruto de sus trabajos, que tan gloriosos y útiles pueden ser para el país. Sin embargo, jamás le pudo ocurrir que directamente pudiera crearla este Instituto, y mucho menos que entre los catedráticos, maestros honorarios y adictos facultativos se discutiese y pusiese en práctica el corte, giro y carácter de nuestra ópera española. Esta proposición del Sr. Soriano es tan extravagante y peregrina, que resulta ridiculizada por él mismo de las consecuencias de un hecho que cita en el mismo artículo que la contiene, y que es el tercero. ¿Y cómo habrá olvidado el Sr. Soriano que su proposición fue el gran problema que hizo estériles las reuniones que celebraron durante algunos años varios distinguidos maestros y artistas, según nos lo manifestaron los Sres. Gaztambide y Salas, que a ellas asistieron, en víspera de los primeros ensayos de la moderna zarzuela?

El Conservatorio tiene discutido y puesto en práctica cuanto es necesario para la ópera española y cualquiera otra producción artístico-musical, que jamás se sujetarán en su parte estética a planes determinados y discutidos, como podrá convenir para las construcciones o artefactos que deban supeditarse a una pauta dada. Verdad en las ideas, novedad, corrección en la estructura, ideal armónico, buen gusto, enlace de unidad y variedad en todos los procedimientos del arte: he aquí las bases constitutivas de toda buena creación musical; estas bases las enseña con claridad y fijeza en sus cátedras, y ellas harán germinar lozanamente cuanto deba instituirse, que se instituirá sin duda alguna, pues la buena semilla va sembrada ya de algunos años, y hace imposible que vuelva la influencia de las ideas empíricas que pudieran entorpecer sus adelantos.

Que de la colectividad de opiniones pudiera resultar la obra de arte que solo produce el genio y la inspiración, es tan absurdo, como pretender que de las aulas del Conservatorio salga ya el artista consumado; error que, pareciendo inconcebible, hemos oído alguna que otra vez formulado más o menos determinadamente, y que nos ha hecho exclamar: ¡Qué habría sido de todas las celebridades si hasta el desarrollo de su genio característico las hubieran retenido en las escuelas!

No siendo ni pudiendo ser la misión de ningún Conservatorio la de crear directamente todo lo que en su fantasía desea el Sr. Soriano Fuertes, y que quizás haya sido la que lo colocó respecto del nuestro en la cima de tan resbaladiza pendiente de aventurada censura, vamos a demostrar, en refutación de lo que, en interrogaciones, dice en su artículo V, la influencia que el Conservatorio de Madrid ha tenido en casi todos los adelantos que se han realizado.

Nuestro teatro lírico constitúyelo la moderna zarzuela, que existe sin interrupción desde el año 1849, en que algunos ensayos, coronados del mejor éxito, motivaron se formase la primera empresa teatral para su explotación. Entre los numerosos discípulos del Conservatorio que constituyen la mayoría del personal artístico que ha tenido y tiene este espectáculo, hállanse: 1.º el autor de dos de aquellos ensayos, que fue escriturado como director y compositor exclusivo de las zarzuelas que la citada empresa hubiese de poner en escena; 2.º el compositor más fecundo y popular de este género, que no ha cesado de producir obras desde el año 1850; y 3.º otro más moderno, también de un talento musical verdadero y muy adecuado para la zarzuela, demostrado desde la primera que escribió, tan luego que hubo ganado la medalla de oro en el concurso de fin de la carrera de maestro compositor.

Nuestra escuela de música religiosa ha de ser conservada por los maestros de capilla y organistas. Cinco magisterios se han provisto por oposición en pocos años, y todos los obtuvieron cuatro discípulos del Conservatorio, pues el que ocupa el más importante de las catedrales de España, que lo es la Primada de Toledo, ganó y desempeñó antes el magisterio en la de Jaca. De entre ellos, dos pasaron a ocupar tan importante puesto desde el aula, sin haber terminado su carrera escolar; lo cual prueba lo completa que ésta es ahora, y lo que hay que esperar para el mejoramiento y progreso de las capillas de música de unos jóvenes cuya superior instrucción comprende todos los adelantos modernos, y además el conocimiento exacto de las más bellas joyas artísticas de nuestra antigua escuela, salvadas para siempre por la importantísima publicación de la colección de obras de música religiosa española hecha exclusivamente por D. Hilarión Eslava, director de la sociedad que las ha editado y maestro de aquellos jóvenes maestros.

Respecto a la música clásica, el Conservatorio, desde hace muchos años, es el que ha venido reproduciendo honrosas y plausibles tentativas para hacerla conocer y gustar, con esmeradísimas, solemnes y bien dirigidas ejecuciones. Él, a pesar del sardónico dicterio de música sabia, que significaba fastidiosa, y con que la ridiculizaban hasta los no extraños al arte, hizo oír por primera vez en Madrid importantes piezas y obras de los más célebres autores; y para conseguir mejor su objeto, intentó traducir al español la letra de algunas, poseyendo una buena traducción de la poesía italiana de las siete palabras de Haydn: y en él, por fin, se ha visto despertarse, formarse y desarrollarse el gusto del público por la música clásica, y a tal grado, que oye ya con complacencia y marcado interés la obra de mayores dimensiones, apreciando todas sus bellezas hasta en sus más delicados detalles. Los conciertos de la Sociedad artístico-musical de socorros mutuos, organizados sobre la base de los importantes elementos del Conservatorio, cuya escuela ha educado artistas para formar más de una numerosa orquesta de primer orden; y así mismo, las sesiones de la Sociedad de Cuartetos, celebradas también en su local han obtenido y coronado este gran triunfo artístico de tan beneficiosas y trascedentales consecuencias para el arte músico-español.

Y la benéfica asociación que bajo tantos aspectos es uno de los más importantes adelantos de este, ¿en dónde ha nacido y reside? En el Conservatorio.

¿A quién ha debido toda la mayor protección? Al Conservatorio.

¿De dónde eran sus principales fundadores? Del Conservatorio.

Probada suficientemente la influencia del Conservatorio en todos los adelantos, así como la sinrazón del Sr. Soriano Fuertes para haberle censurado del modo que lo ha hecho, procuraremos en nuestro próximo artículo de resumen y conclusión, denotar algo más lo que oficialmente se haya proyectado y propuesto durante la época directiva de que nos ocupamos.

Rafael Hernando.



Gaceta Musical de Madrid
Madrid, 17 de junio de 1866
año segundo, número 37
páginas 147-149

Rafael Hernando

Réplica a los artículos de D. Mariano Soriano Fuertes,
publicados con el epígrafe de Real Conservatorio de Música y Declamación

VI
(Conclusión)

Para resumir esta réplica, fáltanos decir acerca del proselitismo lo que no pudimos incluir en nuestro último artículo, por lo muy extenso que nos resultó. Los lectores de la Gaceta nos disimularán lo hagamos preceder de lo que en el primer artículo dijimos para rechazar ante todo la significación de aquel dicterio, y que fue: «que no pudiendo imperar el torpe proselitismo más que en una agrupación de necios,» ni el más extraño de los extraños osaría imputar tan fuerte calificativo al menos importante de los profesores de una corporación que registra tantos nombres de ilustres artistas.

Nada mejor que esta consideración podía denotar, a nuestro juicio, la imposibilidad de haber existido en el Conservatorio el tan variadamente adjetivado proselitismo, que con tenaz empeño hallase repetido en los artículos del Sr. Soriano, y que de haber sido un hecho, la ofensiva censura que resulta alcanzaría solamente a los que hubiesen soportado su funesta influencia; porque no bastaría que el Sr. Soriano al hacer referencia hubiese dirigido su puntería a otro blanco, para que la bala dejase de dar en el que a todas luces es su lógica y natural consecuencia.

Hecha esta aclaración, y haciendo constar que comenzamos cual debíamos, por rechazar tan incomprensible suposición, que zahería más al profesorado que a la dirección, vamos a exponer con relación a esta, que es la que ha menester de nuestra defensa, dos hechos públicos y patentes que consideramos de suma oportunidad, y que prueban que ese tan decantado proselitismo no ha existido en ninguna clase respecto de las otras del Conservatorio, ni en este respecto a las demás escuelas particulares que pueda haber en España.

El primero lo constituye el art. 137 de las instrucciones vigentes, impresas, como ya saben nuestros lectores, en 1861; refiérese a los ejercicios mensuales, y dice así:

«Siendo el objeto de estos ejercicios acostumbrar a los alumnos a practicar el arte ante el público, y dar a conocer los adelantos que vayan haciendo, es interés de todos los profesores del Conservatorio cooperar con el mayor celo posible a los fines de esta utilísima medida. Será, pues, obligación suya asistir a los ejercicios, y presentar a la dirección las indicaciones que les sugiera su celo e inteligencia en provecho de la enseñanza en general, o de una clase determinada, o DE ALUMNOS EN PARTICULAR.

El segundo es si cabe más significativo, pues consiste nada menos que en la renuncia de la prerrogativa que concede el reglamento orgánico provisional al Conservatorio; de que todos los profesores de número y supernumerarios, serán nombrados por el gobierno a propuesta hecha en dos ternas, que remitirá el director, una formada por él, y otra por la junta general de profesores en favor del sistema de pública oposición que rige para la provisión de casi todas las plazas facultativas de la instrucción pública.

Ambas disposiciones emanaron de la dirección del Exmo. Sr. D. Ventura de la Vega, aquella prescribiéndola en las mencionadas instrucciones que fueron producto de generales y discutidos estudios; y esta, iniciándola a la junta de profesores que unánimemente la aceptó y practicó, y que después, por un acuerdo solemne y en forma de súplica, ha elevado a la superioridad, para que todas las plazas de profesor se provean por el sistema de pública oposición.

Acerca de la primera, inoportuna sería la más ligera consideración, pues harto denotado se halla en ella el proselitismo local al declarar obligatorio para los profesores el exponer cuanto crean ventajoso, no sólo con respecto a la enseñanza en general o de una clase determinada, sino hasta de cualquiera de los alumnos en particular. Empero nos permitiremos hacer observar que de esta facultad y obligación resulta la imposibilidad para que ningún profesor, adicto, facultativo, ni maestro honorario del Conservatorio haya podido decir fundadamente, ni aun en el año 1858, que en él no se seguía plan alguno de enseñanza, pues el que las instrucciones no hayan sido impresas hasta el primer mes de 1861, jamás puede significar que antes no rigiese cosa alguna de lo que prescriban. Además, los concursos públicos datan de 1856, y no podrían haber existido cual son sin un ordenado plan de enseñanza.

Respecto a la segunda, comenzaremos por decir:

Que el Conservatorio, abdicando un privilegio como el de propuesta para todas las plazas de profesor, que, según el juicio del Sr. Soriano, debería constituir el más potente elemento de proselitismo, y que en consecuencia de alguna de sus suposiciones, usaría exclusivamente en favor y provecho de sus discípulos, ha demostrado patentemente: 1.º el justo respeto y debido interés que profesa a todos los artistas, sea cual fuere la escuela de que procedan; y 2º, un solo y constante anhelo por los mayores adelantos del arte, principal objeto que puede significar su deseo porque rija el sistema de pública oposición, digno palenque accesible para todo el que desee dar pruebas de suficiencia como profesor de enseñanza, cuyo ramo requiere conocimientos especiales, de que pueden carecer aun ciertas celebridades musicales. En tan noble lid artística, desea ver triunfar a sus discípulos, y con determinarles esa senda provechosa para el arte y para el país, cree dispensarles la protección que más puede contribuir al progreso de ellos y al mayor brillo del Conservatorio, porque, convencido el discípulo que aspire a suceder a su maestro en la enseñanza, que sólo por la solemne prueba de su mayor saber podrá conseguirlo, continuará ensanchando los límites de sus conocimientos con aplicado estudio, en vez de malgastar su tiempo y enervar su inteligencia con la constante preocupación de adquirir importantes relaciones sociales, que cada día absorbe más la atención de la juventud, por considerar que son el medio más seguro para cualquier triunfo. Si tales miras merecen censura, y llegan a ser motejadas de proselitismo funesto, lo sentiremos, porque deseamos imperen en toda la juventud española, para bien de nuestra patria.

Rechazada, pues, alguna atrevida suposición que contiene un párrafo del décimo y último artículo del Sr. Soriano, sólo añadiremos que quizás el Conservatorio no se vería privado de la cátedra de historia y literatura del arte dramático y de la música, que le fue acordada después de haberla solicitado durante algunos años, aunque con tendencias de estudios complementarios, si para el nombramiento de profesor hubiera regido el sistema de pública oposición; pues manifestado en este acto el programa de los estudios, los discípulos habrían comprendido su utilidad, y se hubieran matriculado, evitando la principal causa que tuvo presente el gobierno para suprimirla.

Una breve interrupción. Acabamos de leer nuestro último artículo impreso, y hemos notado que al hablar de la visita que hizo el maestro Verdi al Conservatorio, omitimos decir que el acuerdo directivo de que la suerte designase el discípulo de último año de composición que había de componer el himno con que habían de saludar los alumnos del Conservatorio al célebre compositor citado, al ponerse en práctica, sufrió la acertada modificación, que justificó el inmejorable éxito que se obtuvo, de que fuese a elección de los catedráticos de esta enseñanza, y en su consecuencia, el señor D. Emilio Arrieta, de entre sus discípulos, eligió a D. Tomás Fernández, a quien confió esta composición.

No vislumbrando cosa alguna de entre las muchas que respecto al Conservatorio ha dicho y supuesto el Sr. Soriano Fuertes en sus artículos de aventurada censura, que no quede razonadamente refutada en nuestra réplica, creemos haber cumplido completamente nuestro propósito de demostrar que su trabajo había sido tan estéril como superficial e inestudiado; 1.º, siguiéndole en su breve historia basada sobre los reglamentos orgánicos; 2.º, venciendo cuanto había dicho con relación al Conservatorio como escuela; 3.º, rebuscando el hecho o motivo en que se fundaba para negar la legítima influencia del Conservatorio y para tacharle de falta de nacionalismo; y últimamente, hasta deteniéndonos demasiado, como acabamos de hacer, con relación a un dicterio de tan ridículas consecuencias como extrema debilidad, que no resiste al más ligero considerando.

Por la argumentación doctrinal y exposición de hechos de pública autenticidad oficial que hemos empleado, queda probada la absoluta carencia de razón de los artículos del Sr. Soriano, y señalados los lamentables extravíos que en cambio contienen, y que por conocerlos nuestros lectores y haber quedado fija y claramente citados en todos y cada uno de los diversos aspectos en que hemos dividido nuestro examen, omitimos toda nueva mención, que sería impropiado nuestro carácter. Demostrado queda asimismo que la época de la administración del Excmo. Sr. D. Ventura de la Vega ha sido la más fecunda para el Conservatorio de Madrid, por haber quedado organizadas todas las enseñanzas musicales bajo un plan directivo tan completo y adelantado como el primero de los Conservatorios de Europa; hecho verdaderamente meritorio, en razón a tener que atenderse en nuestro Conservatorio a toda la educación completa del artista, desde la más elemental, lo cual no acontece en la mayor parte de otros Conservatorios en que las plazas de alumnos están limitadas a un número fijo, y se eligen para cubrir las vacantes a los aspirantes que presentan más determinadas disposiciones artísticas y mayor grado de instrucción musical. Así se efectúa en los de París y Bruselas; pero pueden hacerlo por las diversas instituciones de pública instrucción musical que como auxiliares de aquellos existen en estas naciones, además de enseñarse la música en las escuelas de educación primaria.

No sucediendo así en España, preciso ha sido no poner límites a la enseñanza elemental para descubrir entre las masas las necesarias aptitudes artísticas, y justísimo y conveniente proporcionar a los demás una adelantada educación musical de cultura. Hábilmente combinadas estas atenciones, el Conservatorio de Madrid ha prestado un eminente servicio esparciendo esa inteligencia artística que se nota en varias clases modestas de la sociedad, y que tan beneficiosa es bajo los aspectos artístico y filosófico. Para el mayor servicio de este, quiso instituir para el pueblo una clase de enseñanza coral, que fuese modelo de los cuidados que reclama para sus completos resultados morales, y para conseguirlo, igualmente que otras importantes mejoras, ha hecho cuanto ha estado a su alcance. Y para demostrar que a estos proyectos no presidía la idea de hacer valer su importancia con cifras de numeroso personal, ya innecesarias, basta indicar que existían los concursos públicos, cuyos premios son los que dan derecho a titularse discípulo del Conservatorio, y a que este los acepte y declare así en el respectivo diploma. Hecho de verdadero valer, así como lo es el de proponer la pública oposición para todas las plazas de profesor, que, con la obligación preceptuada a todos los catedráticos para proponer y exponer cuanto crean conveniente para la enseñanza, demuestran que presidia en todo la idea de facilitar el paso a toda legítima aspiración.

Interminable sería decir cuanto en esta época de desarrollo del Conservatorio, consecuencia natural del enlace lógico de los anteriores trabajos, se ha proyectado y propuesto, y fuerza es hacer punto final. Suficientemente esclarecido queda lo que nos hemos propuesto defender, y justificado el reto que lanzamos en La Correspondencia de España para con él rechazar desde luego la suposición ofensiva a la memoria de D. Ventura de la Vega, de que se esperaba su fallecimiento para hacer una reforma radical en el Conservatorio. Conocedores de que la dirección de este establecimiento era un lauro más sobre los muchos que inmortalizan la memoria del insigne poeta, si un sentimiento patriótico nos hubiera hecho salir siempre a la defensa del ilustre amigo, consideraciones del deber y la justicia nos lo imponían para con el cariñoso y deferente jefe, mayormente cuando apenas había expirado.

La digna y obligada consecuencia nos hacía, pues, ineludible esta nuestra severa réplica. De no hacerlo, se hubiera creído, por lo menos, que quedaba rebatido nuestro reto. Los artículos del Sr. Soriano, si bien en el fondo son ofensivos a cuantos hayan tenido alguna parte en la marcha del Conservatorio, aparezcan o no mencionados, en su forma dirígense ostensiblemente a atacar el espíritu de nuestra propuesta defensa. La hueca frase de enseñanza vulgar, que solo puede zaherir al profesorado como único regente de las cátedras, y cuyo sambenito repetido consecutivamente en nueve artículos, no basta a destruir unas líneas de conclusión laudatoria, puesta está, sin embargo, con el solo objeto de lanzarla como punzante saeta a todos los directores; igual propósito tienen otros inconvenientes dicterios; en fin, a todos los directores refiérense las conclusiones de cualquiera censura hasta en las correspondientes a la época primitiva de este instituto. Tan extraño proceder ninguna duda deja acerca de aquel intento. Que el Sr. Soriano Fuertes se hallase fuera de España, no era razón para que ignorase el reto lanzado a la arena artística sobre el mismo asunto que tan detenidamente quería tratar; y sobre todo, conocido era de los amigos que aquí tiene y con quienes mantiene relaciones de verdadera amistad. Luego, desentendiéndose completamente de él, a pesar de aludir directamente a su autor en todos los artículos, nosotros no podíamos, no debíamos entrar en polémica con el Sr. Soriano.

Esto es lo que nos restaba hacer constar clara y terminantemente, con manifestación de las imperiosas causas que nos lo impedían. Nuestro trabajo, por sí solo, deja entender que no entrábamos en polémica, pues si la hubiéramos querido entablar, pocas líneas habrían bastado para refutar unos artículos que carecen de toda argumentación y fundamento doctrinal. El solo digno camino que por las referidas circunstancias podíamos a nuestro juicio seguir, era el de dirigirnos, como lo hemos hecho, a los lectores de la Gaceta Musical, erigiéndolos en árbitros y jueces de nuestra obligada cuestión.

Confiados en su ilustración y en la justa y patriótica causa de nuestra defensa, sólo nos hemos ocupado de presentar argumentación doctrinal y hechos de pública autenticidad oficial, y sin la más mínima discrepancia, pues la insignificante que notamos resultaba en un hecho episódico, por omisión de un pequeño detalle que en nada alteraba su significación, nos hemos apresurado a dejarla corregida en este artículo. Indispensable nos ha sido proceder así, por no caber rectificación alguna a esta nuestra réplica, estando, como estamos, decididos a no volver a tomar la pluma sobre un asunto que dejamos completamente esclarecido. Si así no pareciese a quien quiera que sea, dispuestos nos hallamos a continuarlo, debatiendo en pública y solemne discusión oral, que es la forma más adecuada para tratarlo debidamente, por la precisión que puede darse a todas las cuestiones; en la que más fructuosamente puede aprovecharse el tiempo, y la que da completamente seguridad de no molestar a nadie que no tenga interés en asistir.

Por lo cansada que debe haberse hecho a nuestros lectores esta réplica, tanto por la carencia de las convenientes condiciones literarias, como por las forzosas interrupciones que a pesar nuestro ha sufrido, tenemos que pedirles la mayor indulgencia: las cuestiones tratadas reclamaban extensión y claridad; y para que no fuésemos motejados de haberlo hecho con auxilio de ideas ajenas, ni aun hemos podido cortar la aridez y monótona severidad de las nuestras, amenizándolas con los medios que estaban a nuestro alcance.

Para la plena indulgencia que demandamos, sírvanos, pues, de circunstancia meritoria, la de que, siendo autor del tan vapuleado consabido Proyecto-Memoria, no hayamos faltado a nuestra promesa de no decir nada acerca de lo que a él se relacionase, ni aun a impulso de la inmensa satisfacción que hemos sentido al ver que los renglones que de él ha creído deber entresacar resistían victoriosamente a la tremenda prueba a que el Sr. Soriano los ha sujetado: resultado que jamás pudimos suponer, pues tal procedimiento es capaz de desvirtuar hasta a un sagrado texto. Verdad es que si escribimos el susodicho Proyecto-Memoria, fue porque su fin le considerábamos beneficioso para el progreso del arte, y de los que le profesan, como también para mayor brillo y gloria del país; y porque no conocíamos ningún otro trabajo que para el objeto se hubiese hecho, sobre todo, con las tendencias de general apreciación; tan necesarias hasta para las regiones oficiales en que no puede esperarse hallar con facilidad los especialísimos conocimientos que exige el científico arte de la música. Creemos que nadie podrá hallar otro espíritu en nuestro proyecto, y como comenzamos por hacerlo público, para que todos pudiesen emitir su opinión, cada cual puede exponerla según le dicte su conciencia: la que a nosotros nos inspira sabrá aconsejarnos el momento oportuno y decoroso para la discusión.

En nuestra carrera artística, hasta ahora, a ninguno hemos molestado por seguirle demasiado cerca las huellas, y mucho menos por interponernos en las sendas que haya hecho practicables con beneficio general, ni aun siquiera con la intención de aminorar el aplauso debido a sus trabajos. Cuanto hemos hecho para el arte, o por el arte, ha sido para responder a una desinteresada aspiración de nuestra pasión artística. La interna satisfacción de verla satisfecha, nos ha hecho reparar con indiferencia el que se haya tratado de amenguar lo que con más o menos fortuna hayamos realizado en favor del objeto querido, porque cuando un autor hace un trabajo con verdadero amor, le impacienta menos verlo amenguado por algunos, que aplaudido públicamente, atribuyéndole varios hechos no realizados, pero que pudo realizar. Y como ejemplo de estas naturales condiciones de nuestra manera de ser, citaremos el siguiente hecho:

El Sr. Soriano Fuertes imprimió en el año 1859 el cuarto tomo de su Historia de la música española: en él trató del principio de la moderna zarzuela, que sin interrupción viene constituyendo nuestro actual teatro lírico-español. La extraña e inconcebible confusión con que presentaba los primeros pasos dados de tan pública y notoria autenticidad, y sobre cuyos sucesos existía tan prolija y exacta documentación, podía habernos impulsado a no dejar correr sin el condigno reparo la parcial tendencia que aparece en contra de lo que, con beneficio general, nos deparó la suerte llevar a cabo. Y no lo hicimos entonces, ni después, porque consideramos que sin pasar a exponer juicios trascendentales, con sólo salir a rectificar diciendo; que en la página 382, sexta línea, en vez de 1848, debía ser 1849: que en la 384, había que sustituir el nombre citado como del autor de la música de la zarzuela Palo de ciego, con el del verdadero autor que lo fuimos nosotros; y que en la 385, al leerse El Duende, comedia con música, debía entenderse zarzuela, que fue como siempre se tituló, asestábamos un dardo punzante a dicha Historia. La consecuencia natural era la duda fundada que engendraba acerca de la veracidad de todos los demás hechos históricos, el pensar en la ligereza, inexactitud y parcialidad con que estaban presentados sucesos de actualidad, y en cuya narración resaltaba la circunstancia agravante de dedicar el autor a sí mismo más de una página, con motivo de haber compuesto por aquella época la zarzuela El tío Caniyitas.

Harto sentimos haber tenido que hacerlo ahora para prueba de que, como habíamos dicho, siempre procedemos a estudiar en el conjunto de una obra las buenas o malas tendencias de su autor. Plausible nos pareció la idea del Sr. Soriano de dotar a España de una historia musical de que carecía, y su trabajo, aun en el caso de que por ser el primero en tan delicada materia, hubiésemos conceptuado no había de servir más que de base para otros ulteriores, siempre habríanos inspirado aprecio y respeto. Lo mismo nos hubiera sucedido si en el conjunto de sus artículos sobre el Conservatorio existiese un fondo de justicia y verdad, aunque después resultasen exageradas ciertas ideas de mejoras, siempre plausibles en quien aspira al verdadero progreso del arte, en cuyo caso nos hubiéramos abstenido de la más mínima censura ni rectificación.

Rafael Hernando.



• Mariano Soriano, “Real Conservatorio de Música y Declamación” (11 enero a 24 de marzo de 1866)
• Rafael Hernando, “Réplica a los artículos de Mariano Soriano Fuertes a propósito del Real Conservatorio” (14 abril a 3 de junio de 1866)
• Mariano Soriano, “Contestación a la réplica de Rafael Hernando sobre el Real Conservatorio” (12 de mayo al 29 de julio de 1866)