[ Los italianos pretenden imponer a los argentinos sus costumbres y su idioma ]
Desde Buenos Aires
Sr. Director de La Unión Católica
Buenos Aires 5 de Mayo de 1888.
Mi estimado amigo: Una cuestión trascendental preocupa hoy vivamente a la prensa de la república Argentina.
Sabido es que la colonia italiana, después de la española, es la más numerosa aquí de entre todas las demás colonias europeas. Quizás envalentonados por sus propias fuerzas o excitados por el Gobierno del Quirinal, los italianos residentes en Buenos Aires pretenden fundar un Estado dentro de otro Estado, imponiendo a los argentinos sus costumbres y su idioma.
Los italianos no rechazan su nacionalidad tan prontamente como los españoles, seguramente porque tras de un italiano está el Gobierno de Italia. Pues bien; fundándose en la carta fundamental de esta república, que permite a los extranjeros, cualquiera que sea su nacionalidad, fundar en este país escuelas y enseñar en ellas aquello que mejor les parezca, siempre dentro de los límites de la moral pública, los italianos han fundado sus escuelas para dar educación a los hijos de italianos nacidos en Buenos Aires, no con el patriótico ideal de hacer de sus hijos ciudadanos argentinos amantes de la tierra en que nacieron, sino con el fin de sustraerlos a las influencias de las costumbres nacionales e idioma nacional, que pudiera hacerles en breve plazo olvidar la patria de sus progenitores para amar a su verdadera patria, a la república Argentina.
Pues bien; esto es lo que no quieren los italianos, y como no quieren que el nombre de Italia se borre de la memoria de sus descendientes, les enseñan el idioma italiano, haciéndoles odiar la lengua castellana que es el idioma nacional; les enseñan la historia de Italia, anulando la enseñanza de la historia de esta república; les enseñan a amar a Italia y a aborrecer a Buenos Aires; en una palabra, los hacen patriotas italianos, pero nunca patriotas argentinos.
Naturalmente, estos procedimientos están en pugna con el sentimiento nacional de los argentinos, y hoy ya se pide no la nacionalización de las escuelas italianas, sino la clausura de estas escuelas, consideradas como elementos antisociales y agrupaciones dispuestas a conspirar contra la autonomía social.
La batalla que aquí riñe la prensa nacional contra la prensa italiana, es ruda y sangrienta, y esto espera acabar mal, si no toma cartas en el asunto el Consejo de Educación Nacional o el ministro de Instrucción Pública.
Para que se comprenda hasta qué extremo están irritados los ánimos, véase lo que dice con motivo de las escuelas italianas, el importante periódico de Buenos-Aires, La Unión: –«Cuando un ministro italiano ha llamado a nuestro país colonia italiana, y otro ministro italiano nos ha amenazado con el envió de una escuadra destinada a hacer aceptar aquí algo así como un protectorado italiano; cuando aquí mismo amenazan diarios de esa nacionalidad que, porque les hemos dejado a sus connacionales deshonrar una de nuestras plazas con la estatua de un Mazzini, suelen tratarnos con bastante desprecio, hay hasta razón para afirmar que si esas escuelas no son un peligro son por lo menos un insulto, un desafío. La gran mayoría de los italianos son, se dice, bastante sensatos para no aprobar las intemperancias de lenguaje de su prensa; pero eso no basta: debieran ser también bastante razonables y delicados para cambiar en la marcha de sus escuelas lo que no está arreglado a derecho, y lo que justamente hiere la susceptibilidad nacional.»
Los indios han vuelto a sus correrías por la frontera, saqueando algunas poblaciones. Las fuerzas del ejército en la frontera son escasas para rechazar estas invasiones que tantos perjuicios originan a la civilización.
Es imperdonable la incuria de estos gobernantes en lo relativo a las invasiones de los indios. No somos partidarios del exterminio del salvaje; pero sí creemos que se le debería tener siempre a raya, no dejando que saquearan como saquean, las poblaciones cristianas, porque sobre ser esto inhumano, se retrae la emigración y se desacredita ante el extranjero la república Argentina.
No han bastado los horrores que se han dicho contra las corridas de toros, para que esta fiesta genuinamente nacional, esté en vías de desaparecer por completo de la América del Sur.
Hoy los sentimentalistas se lanzan contra las carreras de caballos pidiendo la supresión de las fiestas hípicas por considerarlas espectáculos inmorales. Antes se tenía compasión del toro; ahora se tiene compasión del caballo. ¡Animalitos! Y si todos estos espectáculos se suprimen, ¿qué va a quedar para divertirse? Estos sentimentalismos argentinos no dejan de tener gracia, porque parecen demostrar que hemos llegado al último límite de la perfección moral, que ni la tienen los pueblos ni la tendrá nunca el hombre, mientras no sea dueño de dominar sus instintos y pasiones.
Los católicos argentinos han celebrado con inmenso júbilo el primer aniversario de la coronación de Nuestra Señora de Lujan. A estas solemnes fiestas celebradas en la histórica villa, ha asistido nuestro Prelado acompañado del Cabildo Metropolitano.
Corre como verídica la noticia de que en breve cesará en su cargo nuestro digno compatriota Sr. Durán, ministro de España en Buenos Aires.
El próximo lunes inaugurará sus tareas la Cámara de diputados de la nación.
Se espera con interés el mensaje del presidente Juárez.
Hasta otro correo se despide de V. su afectísimo amigo q. b s. m., Gramunt.