“Idioma nacional de los argentinos”
→ “Idioma nacional”, rótulo utilizado por el español americano Ospina en 1715 y por Feijoo en 1726
1899 «Monsieur et cher confrère, En me communiquant votre dessein de faire paraitre une étude sur l’Idiome national des Argentins, vous voulez bien me demander mon avis sur l’opportunité de cette publication. […]», inicio de la introducción del gramático Louis Duvau [1864-1903], firmada en París el 15 de octubre de 1899, al libro de Luciano Abeille, Idioma Nacional de los Argentinos, París 1900, pág. XVII. En la portada de este libro que, salvo la introducción, está escrito en español (o quizá en argentino), figura como lema: «Pretender reducir el argentino al español no sería sino querer borrar los caracteres y rasgos que le dan todo su precio. Louis Duvau.»
«Y como el lunes no había ocurrido ningún suceso notable en el mundo, ni aun en el campo de la lucha angloboer, fue el príncipe Odescalchi y ¡zas! interpeló al Senado de su país pidiéndole que trate de obtener de nuestro gobierno la adopción del idioma italiano como segunda lengua oficial. […] Hubiera dirigido su petición al objeto de que el gobierno argentino redujese a media lengua el idioma oficial, y nadie lo habría extrañado, porque no es la abundancia de palabras lo que constituye la prosperidad de un país; pero ¿que se agregue otra lengua más? […] En justa reciprocidad, el gobierno del Rey Umberto debía también incorporar el habla criolla a su idioma nacional, italianizando por lo menos las frases y los vocablos más característicos.» (Eustaquio Pellicer [1859-1937], “Sinfonía”, Caras y Caretas, Buenos Aires, 23 de diciembre de 1899.)
1900 Luciano Abeille, Idioma Nacional de los Argentinos, Librairie Émile Bouillon, Éditeur. 67, Rue de Richelieu, Au premier. París 1900, xxiv+434 páginas. El Prefacio del autor firmado en Buenos Aires el 8 de enero de 1900.

Idioma Nacional de los Argentinos
Por el Dr. Luciano Abeille, profesor de lengua latina en el Colegio nacional de la capital «Buenos-Aires», de francés en la Escuela Superior de Guerra, miembro de la Sociedad de Lingüística de París
Con una introducción, por el Dr. Louis Duvau, profesor-director de Gramática comparada en la Escuela práctica de Altos Estudios de París, miembro de la sociedad de Lingüística
«La pretendida pureza de un idioma lejos de ser un título de honor para la inteligencia de un pueblo, constituiría por el contrario una prueba de insensibilidad y de indiferencia.» Michel Breal.
«Pretender reducir el argentino al español no sería sino querer borrar
los caracteres y rasgos que le dan todo su precio.» Louis Duvau.
Librairie Émile Bouillon, Éditeur
67, Rue de Richelieu, Au premier
París 1900
En preparación: Cambios fonéticos en el Idioma Nacional de los Argentinos.
Lucien Abeille nació en Burdeos en 1859 y tras doctorarse en Sagrada Teología en París es enviado en 1889 como misionero a la Argentina. En la sesión de la Société de linguistique de Paris de 9 de mayo de 1891 su presidente, M. de Rochemonteix, lee una carta del abate Lucien Abeille, desde Buenos Aires, en la que solicita ser admitido a la Sociedad; le presentan los señores Rochemonteix y Möhl: dos semanas después resulta elegido miembro. En las relaciones de miembros de la Société de linguistique de Paris de 15 abril 1893 y 10 mayo 1896 figura: “Abeille (L'abbé Lucien), Iglesia San Nicolás, Artes y Corrientes, Buenos Aires (République Argentine).– Élu membre de la Société le 23 mai 1891.” Fue su amigo Carlos Pellegrini (presidente de la Nación Argentina de 1890 a 1892) quien favoreció que el abate Abeille fuera nombrado en 1892 profesor de latín en el Colegio Nacional de Buenos Aires, donde ejerció durante treinta años; enseñando además francés, más adelante, en la Escuela Superior de Guerra. Al publicar en 1896 su Gramática latina (varias veces reeditada en Buenos Aires) ya ha hispanizado –o quizá argentinizado– su nombre, y se dice Luciano.
Por entonces el presbítero se reduce al estado laical y parece que hubo criolla burguesa porteña que con él matrimonió. En la lista de miembros de la Société de linguistique de Paris de 30 junio 1897 ya no figura como abate: “Abeille (Lucien), professeur de langue latine au Collège national, Casilla del Correo 1162, Buenos-Ayres (République Argentine).– Élu membre de la Société le 23 mai 1891; membre perpétuel.” En 1900 publica en París el libro que le hizo más conocido: Idioma Nacional de los Argentinos (París 1900, xxiv+434 páginas), que dedica precisamente a su benefactor: “Al doctor CARLOS PELLEGRINI ex-presidente de la República Argentina, homenaje de profunda admiración y sincero aprecio, El Autor”. El 25 de junio de ese mismo año ya se refleja su pluriempleo en las relaciones de la asociación parisina: “Abeille (Lucien), professeur de langue latine au Collège national, professeur de français à l'École supérieure de guerre, Casilla del Correo 1162, Buenos-Ayres (République Argentine).– Élu membre de la Société le 23 mai 1891; membre perpétuel.”
En 1910 publica en folletito Mr. Roque Saenz Peña president de la Republique Argentine, tirada aparte de La Gran Revue (París 25 abril 1910, págs. 809-815), apologética glosa ante el público francés de quien había se ser presidente argentino desde octubre de ese año: “Tel est le pilote expérimenté qui, le 12 octobre prochain, prendra le timon de l'Etat et fera continuer à l'Argentine sa marche sûre et tranquille sur l'Océan de progrès et de paix où, illuminée par le Soleil de Mai, elle vogue majestueusement en ce Centenaire de son Emancipation glorieuse.” Días después, en mayo, publica también en la capital de Francia el libro L'Esprit démocratique de l'enseignement secondaire argentin (H. Champion, París 1910, 276 págs.): “Il met en lumière l'incontestable influence de l'esprit français sur la formation et le développement des collèges nationaux de ce pays, dont quelques-uns de nos compatriotes, émigrés de France au 2 décembre 1851, furent les fondateurs. […] Le public français accueillera avec sympathie ce livre qui est un hommage à la France, la France dont le souvenir, les idées, l'influence et la penseée règnent el dominent depuis si longtemps dans cette lointane contrée.” (Journal des débats politiques et littéraires, París 19 julio 1910); “C'est un privilège que l'Argentine tire de son caractère de pays neuf.” (La Grande Revue, París, 10 abril 1911). El 18 de enero de 1912 pronuncia, en la parisina Ecole del Hautes Etudes Sociales, la conferencia “L'Argentine contemporaine: l'Etranger en Argentine”; y un año más tarde, en la misma institución: “M. Lucien Abeille, professeur à l'Ecole de guerre et au Collège national de Buenos-Aires donne en ce moment… une série de conférences très intéressantes sur ‘l'Argentine contemporaine’” (La Petite République, 25 enero 1913). Pero el presidente Roque Sáenz Peña enfermó, y se acabó muriendo en agosto de 1914, cuando ya había arrancado la Gran Guerra, &c. Humanidades, publicación de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de la Plata, recoge en 1948, volumen 31, página 580: «Ce n'est qu'en 1900 que le Docteur Lucien Abeille dit dans une conférence faite à l'Ecole Supérieure de Guerre: “Le vrai but en général de l'enseignement du français, c'est de former des élèves qui sachent parler le français et écrire le français”.». Ya nonagenario, el agente Luciano Abeille muere en Buenos Aires en 1949.
Prefacio
Cuatro opiniones condensan las teorías diversas que se han creado acerca de la lengua hablada en la República Argentina. Hay los que creen que el Idioma Nacional es simplemente el Castellano: los que afirman que es sólo un dialecto: los que sostienen que es una lengua genuinamente argentina: los que velan por el purismo castellano.
Doctrinas tan distintas me han llevado a hacer el presente trabajo. Estudiar la cuestión únicamente bajo el punto de vista de la gramática castellana, era restringirla, empequeñecerla sin resolverla. Los horizontes de la materia son más extensos: para contemplarlos, es necesario pedir auxilio a la lingüística “que, como dice el sabio Michel Bréal, en lugar de considerar el lenguaje como lo considera todo el mundo, en sus apariencias, examina, por decirlo así, el revés de la tapicería, estudia la composición de la trama, mira donde los hilos empiezan, se anudan, se cruzan y se interrumpen. Por eso los descubrimientos de la lingüística tienen un atractivo particular. Parece que se penetra en el interior del taller intelectual. Se asombra uno de la grandeza y de la variedad de los resultados comparadas con la sencillez de los medios y no se deja de admirar la industriosa actividad con la cual trabaja inconscientemente el genio popular.”
Y en efecto, la investigación de los procedimientos que el Argentino aplica a la expresión del pensamiento me ha proporcionado espectáculos variados y misteriosos. He presenciado la aparición de nuevos vocablos, de nuevos giros de frase, de nuevos sonidos; he asistido a retornos a la vida, a recaídas en la nada, a resurrecciones y al adiós final de muchas palabras.
Cada vez que he encontrado un fenómeno filológico o lingüístico en el “Idioma Nacional de los Argentinos” lo he explicado y documentado con testimonios y pruebas de sabios que han hallado el mismo fenómeno en otras lenguas. Esta es la razón de la abundancia de citas que se hace indispensable en una tesis de esta índole: estas citas son como la nómina de testigos de calidad que vienen a declarar para ilustrar la causa. He disminuido el tecnicismo, para evitar a los lectores la aridez que, por sí, encierra semejante tema, y por ser este libro, una preparación a la lectura de otra obra que he de publicar sobre Cambios fonéticos en el Idioma Nacional de los Argentinos.
Una vez más, he comprobado que la ciencia de las lenguas es la ciencia de los pueblos: Este estudio me ha hecho entrar en el alma misma del pueblo argentino que se distingue por su inteligencia esencialmente clara y por su sensibilidad superiormente exquisita.
Durante la confección de este trabajo, he contraído muchas deudas de gratitud para con las personas que me han hecho preciosas indicaciones o me han proporcionado interesantes documentos. Que me sea permitido recordar particularmente a mis colegas Doctor José Popolizio y señor José J. Biedma, a mis amigos señores Cecilio López, capitán de Fragata Luis D. Cabial y Fabián Panelo.
Los numerosos e inmerecidos aplausos que muchos argentinos me han prodigado, me han alentado en mi tarea.
Quedo sumamente agradecido a La Prensa y a La Nación por los honrosos conceptos vertidos acerca de la preparación de la presente obra: al sabio lingüista y eminente profesor de la Escuela práctica de Altos estudios, Doctor Louis Duvau, que me escribía, a propósito de esta obra, –entonces en preparación,– una carta, de la cual extracto las siguientes líneas:
«El trabajo que Vd. prepara, querido colega, sobre el idioma argentino, me parece muy interesante y Vd. se basa sobre una idea completamente justa. El argentino no debe ser el castellano de Europa, porque representa, bajo todos los puntos de vista, una tradición diferente, o por lo menos una bifurcación de la tradición primitiva, merced a las demás corrientes tradicionales –francés, italiano, lenguas indígenas, inglés, alemán– que con él se han mezclado.
Igualmente –y los españoles nada podrían objetar a este argumento,– el latín trasplantado en España por la conquista romana, no ha quedado idéntico al latín de Italia: pues con la corriente tradicional itálica se han aglomerado las corrientes indígenas, –ibero, galo, godo, árabe, &c.
El lenguaje se asemeja, a un cuadro de bronce, en el cual cada generación y cada elemento etnográfico ha grabado algunas líneas: pretender reducir el argentino al castellano, no sería sino querer borrar los caracteres y rasgos que le dan todo su precio. Es como si se redujera el español al latín: tentativa no solamente vana e ilógica, sino también contraria a la historia y a la lingüística.»
En fin, cumplo un deber al agradecer al Doctor Servando A. Gallegos, cuya amistad me ha cedido, durante el año pasado, la suplencia de su cátedra de Idioma Nacional, en el Colegio Nacional de la Capital, para facilitarme la ocasión de hablar algo ante sus alumnos, del libro que escribía y que publico hoy, bajo el título de Idioma Nacional de los Argentinos.
Buenos Aires, 8 de Enero de 1900
Capítulo I
Lenguas y Naciones
“Una nación, ha escrito Renan, es una alma.” La manifestación de la actividad de esta alma se traduce por la lengua. Si el estilo es el hombre, así también la lengua de un pueblo es este mismo pueblo. Y en efecto, los hechos demuestran que la especialidad de las lenguas se halla en relación con la especialidad de impresión, de tendencia y de carácter que distingue los pueblos entre sí y forma su genio propio. De donde resulta, que la especialidad de las lenguas es el resultado de la acción del genio del pueblo sobre la lengua.
Esta opinión la corrobora Humboldt, al decir: «La lengua es una ἐνέργεια y no un ἔργον del hombre. Las lenguas consisten únicamente en el trabajo del espíritu que convierte el sonido articulado en la expresión del pensamiento, trabajo que se renueva continuamente, y la diversidad que ofrece la ley interna de las diferentes lenguas es la consecuencia rigorosa de la diversidad que presenta el genio de las distintas naciones.»
De modo pues que una lengua, es simultáneamente la expresión del alma de una nación y la producción de la actividad de esta misma alma. Hombres agrupados en un mismo territorio, encerrados dentro de las mismas fronteras, que se encuentran en las mismas condiciones climatológicas, que se hallan regidos por la misma forma de gobierno, amparados por las mismas leyes y unidos por las mismas costumbres, expresan todas sus sensaciones, todas sus ideas, todos sus pensamientos, todos sus actos por medio de procedimientos externos propios o vocablos que constituyen su lengua propia.
Pero si la lengua es el vehículo de la actividad intelectual de una nación, es natural, lógico, que el desarrollo intelectual de esta nación imprima una viva impulsión a la lengua. Las modificaciones que las lenguas experimentan, ponen de relieve esta influencia de los pueblos sobre ellas. Como los panales de miel tienen el perfume de las flores cuyos cálices fueron libados por las abejas industriosas, así cada nación elabora su lengua con formas especiales que son en relación inmediata con su cultura. La lengua pues es el resultado de las acciones individuales y colectivas que constituyen la vida común de la nación, y no el fruto de los gramáticos: Grecia tenía su literatura cuando apareció su primer gramático.
* * *
La palabra griega idioma –ίδίωμα– significa: propiedad. Sentido sugestivo que nos explica el uso que hacemos de este vocablo para designar la lengua de una nación. La palabra latina patria –pater, patrias– significa: herencia transmitida por el padre. Estos dos sustantivos son sinónimos en realidad, puesto que ambos equivalen a propiedad. Pero ambos se completan para darnos una idea exacta de aquello que llamamos patria.
La patria es el suelo donde se mecieron nuestras cunas y en el cual son cavadas las tumbas inmóviles que guardan las cenizas de nuestros ascendientes, el suelo donde se desarrollaron los acontecimientos históricos del pueblo a que pertenecemos, el suelo donde se conservan y veneran las glorias nacionales, el suelo donde están reunidos los hombres, que anima la misma voluntad de hacer fructificar el patrimonio común legado por los antepasados, a fin de transmitirlo a su turno a las generaciones venideras.
La patria es también la lengua. La política sabe perfectamente que uno de los medios más adecuados para granjearse los pueblos vencidos consiste en imponerles su idioma. Una nación que carece de idioma propio es una nación incompleta. Le es tan necesario tener una lengua que se diferencia de las demás, como le es indispensable poseer una bandera propia. La bandera es el símbolo de la patria: en sus pliegues agitados por un soplo de almas, la bandera lleva el recuerdo de los muertos que cayeron para la defensa de la patria. He ahí porqué cuando pasa, la multitud se descubre, se recoge y saluda después con entusiasmo. La lengua es la misma patria: en la lengua vibran los sentimientos que han hecho y hacen latir el corazón de un pueblo, y por esto la lengua es uno de los medios más adecuados para captarse los pueblos vencidos.
Estos matices delicados los analiza artísticamente Sófocles, en su tragedia titulada Filóctetes:
El héroe griego ha sido abandonado por los jefes del ejército, en Lemnos, isla salvaje, y desierta. Hace diez años que lleva una vida solitaria, cuando de repente algunos hombres se presentan ante él.
¡Extranjeros! exclama Filóctetes, ¿quiénes sois? ¿Qué patria os puedo atribuir sin equivocarme? Reconozco es cierto, el traje griego que tanto quiero: pero es vuestra voz que deseo oír.
Y el héroe experimenta una emoción indecible al «encontrar de nuevo en los labios de sus compatriotas esta lengua que ha aprendido en su niñez, y que desde tanto tiempo no habla con nadie».
*
Por lo cual, si la lengua es uno de los principales elementos constitutivos de la nación, cuando se afirma que en la República Argentina se debe hablar el idioma Español, es emitir teorías contrarias al derecho inherente a un pueblo de hablar un idioma especial, es sostener principios adversos a la formación de los idiomas; y los esfuerzos que se harían para impedir la evolución y transformación del Español en la Argentina, serían tan inútiles como lo fueron los de aquellos colonos que intentaron impedir el paso a la locomotora que, por primera vez, cruzó sus campos. Estaban ocupados en sus faenas agrícolas cuando un silbido estridente y un ruido sordo llamó su atención. Con estupefacción apercibieron la máquina a vapor que se acercaba. La esperaron, y cuando estuvo delante de ellos la atacaron con sus guadañas. El monstruo, sin experimentar el menor sacudimiento y sin recibir la menor herida, prosiguió su marcha, derribando a sus enemigos y aplastando sus cadáveres.
¿Y por qué se negaría a un pueblo el derecho reivindicado por Horacio para los poetas?
Quid autem
Cœcilio Plautoque dabit Romanus ademptum
Virgilio Varioque?
¡Un pueblo no podría formarse un idioma y sería permitido a un autor enriquecer la lengua con vocablos nuevos!
Ego cur, acquirere pauca
Si possum, invideor, quuim lingua Catonis et Enni
Sermonem patrium ditaverit, et nova rerum
Nomina protulerit? Licuit semperque licebit
Signatum præsente nota producere nomen.
En vano se levantaría barreras, llámense Academias, institutos, diccionarios, gramáticas, para detener a una nación en el magnífico trabajo que lleva el nombre de creación de una lengua. Las Academias prestan su cooperación a la labor popular, pero son impotentes para contener sus esfuerzos porque la lengua es simplemente la explosión del alma de un pueblo.
Y, cosa maravillosa, la lengua de un pueblo lleva el sello de su genio de tal manera que hay conexión estrecha entre las cualidades físicas y morales de un pueblo y su lengua. La lengua de un pueblo produce la sensación exquisita del contacto de la cohabitación del pensamiento con el vocablo. El idioma de una nación es tanto más hermoso cuanto su alma es grande, magnánima. El genio de una nación adorna el esplendor de su intelectualidad con palabras adecuadas y nunca cubre la belleza de su pensamiento con harapos descoloridos y sórdidos.
He ahí por qué la lengua de un pueblo es el cristal puro a través del cual se lee en el alma de este pueblo.
El alma griega y el alma latina son muy distintas. Los habitantes del Ática poseen una imaginación brillante y poderosa, un espíritu activo, infatigable, una vida intelectual intensa; los habitantes del Latium se distinguen por el sentido práctico, la reflexión, la paciencia, la constancia, el espíritu de orden y de disciplina. Estas cualidades opuestas de ambos pueblos son las mismas que se reflejan en sus lenguas respectivas. La lengua griega no conoce el rigorismo de las reglas ni tampoco el capricho y la incoherencia del laisser-aller: ocupa un justo medio entre los dos excesos. De ahí proviene la gracia helénica. La frase latina al contrario obedece a una construcción rigorosa, geométrica. La subordinación de sus períodos es la imagen exacta de la subordinación que se encuentra en la vida política y que se traduce por la subordinación del soldado romano hacia sus jefes, del hijo hacia su padre, del ciudadano hacia el Estado.
*
Si la lengua es la manifestación natural más directa y más inmediata del alma de una nación, el uso de un vocablo basta, a veces, para revelar una faz del estado psicológico de una nación.
La imaginación de los Griegos había poblado el Olimpo, la tierra, el agua, con una multitud de divinidades, y atribuía un origen divino a todos aquellos que habían realizado grandes hazañas. Por eso Homero da a su héroe Ulises el epíteto de δίος.
Virgilio llama a su héroe Eneas, pater, porque en Roma el jefe de familia tiene un poder ilimitado sobre los suyos.
El patrius sermo ha sido convertido por los Franceses y los Alemanes en lengua materna. Si entre todos los pueblos civilizados se halla realizada la palabra de Legouvé: «La madre es el único Dios sin ateos», no por eso deja de ser cierto, que en Alemania y en Francia, se tributa a la madre un verdadero culto. Al cambiar el patrius sermo en lengua materna, ambos pueblos, inducidos por el respeto y el amor filial, ponen de manifiesto el papel que desempeña la madre cerca de su hijo: le enseña a susurrar los primeros vocablos y por medio de la lengua que con tanta ternura, paciencia y abnegación le ayuda a aprender, le hace tomar posesión del mundo.
Mientras los extranjeros llamamos española la lengua de España, los Españoles la llaman castellana, recordando así incesantemente la preponderancia política de Castilla sobre todos los reinos de la Península, así como la preponderancia lingüística de la lengua castellana, que ha hecho pasar al estado de dialectos, el gallego, el catalán, el valenciano que, durante más o menos tiempo, tuvieron su literatura propia.
El sustantivo nación y su derivado nacional se usan con mucha frecuencia en la República Argentina, –no me refiero al sentido político o constitucional de estas palabras empleadas por oposición a federal. Mientras en cada país respectivo se dice, por ejemplo: la bandera francesa, el comercio inglés, la industria alemana, &c., aquí se dice con preferencia, la bandera nacional, el comercio nacional, la industria nacional.
El uso de estos vocablos revela claramente el alma del pueblo argentino, cuya nacionalidad de creación no lejana, –pues aún no tiene un siglo,– la induce a estremecerse de un orgullo legítimo y hace resonar sus fibras más íntimas.
El sentimiento de esta nacionalidad toma cada día mayor consistencia en el espíritu y en el corazón de los ciudadanos que anhelan formar una gran nación por su agricultura, su comercio, su industria, sus artes, sus ciencias, su lengua llamada idioma nacional. Semejante denominación prueba que los Argentinos aceptan y favorecen la evolución del idioma español trasplantado en este país, evolución que concluirá por la constitución de una lengua propia, nacional, o sea el idioma argentino.
Capítulo II. Lenguas y Razas [ 10-38 ]
Capítulo III. Contagio de las Lenguas [ 39-65 ]
Capítulo IV. Neologismo [ 66-132 ]
Capítulo V. Derivación. Analogía [ 133-158 ]
Capítulo VI. Cambios sintácticos [ 159-201 ]
Capítulo VII. Ideología [ 202-213 ]
Capítulo VIII. Trozos selectos [ 214-281 ]
Capítulo IX. Influencia del francés sobre la sintaxis argentina [ 282-295 ]
Capítulo X. Metáforas. Comparaciones [ 296-314 ]
Capítulo XI. Fonética [ 315-333 ]
Capítulo XII. Alteraciones fonéticas argentinas [ 334-387 ]
Capítulo XIII
Principales rasgos del carácter argentino
Como lo hemos dicho, la lengua de un pueblo es este mismo pueblo. Por lo tanto, el “Idioma Nacional de los Argentinos” pone de relieve el alma nacional argentina. Es indispensable, en esta obra, presentar algunas consideraciones sobre los principales rasgos del carácter argentino, puesto que los cambios y los desarrollos de toda lengua son basados sobre la semejanza de las cualidades morales.
Al hablar de los cambios sintácticos en el idioma argentino, hemos notado el uso que esta lengua hace de la conjugación perifrástica, observando que dicha conjugación hace el período más abstracto, más analítico y más claro. El argentino no solamente introduce en su sintaxis este modo de expresión, sino también conserva las formas perifrásticas de que se sirve el español, como por ejemplo: estoy escribiendo, se halla ausente, queda comprobado.
Igualmente, en argentino, –lo hemos demostrado– hay mayor profusión de artículos que en castellano. Raoul de la Grasserie dice que “considerado bajo el punto de vista psicológico y morfológico, este pequeño vocablo, vástago del pronombre personal, que él mismo lo es del adverbio, da al lenguaje un aspecto especial. Mientras se encuentra en las lenguas más antiguas, donde desempeña el papel de concretismo, el artículo se desarrolla con la civilización, domina las lenguas derivadas y es uno de los más poderosos instrumentos de análisis, de abstracción y de claridad… Penetra la gramática, permitiendo al pensamiento de formarse entre los momentos de expresión de las ideas de acción y de substancia. Triunfa a causa de su debilidad, y ha crecido entre los intersticios de la frase como una hiedra vivaz, pero en lugar de quebrantarla, la llena y la sostiene”.
La frase argentina es clara porque la claridad constituye uno de los caracteres de la inteligencia argentina. La inteligencia argentina es clara como el sol del escudo nacional: como los colores de la bandera patria: como la superficie del majestuoso Río de la Plata: en la cual chispean millares de salpicaduras de un blanco inmaculado: como los paisajes luminosos y azulados que se contemplan en este país: como la Cruz del Sur, aquella admirable constelación que brilla con un resplandor sin igual.
Esta transparencia intelectual la República Argentina la refleja en su idioma, porque, nueva Atenas, aspira a ser la propagadora de las ideas nuevas, en esta parte del continente americano, como lo ha sido ya de la libertad y de la independencia política.
*
“La pretendida pureza de un idioma, lejos de sor un título de honor para la inteligencia de un pueblo, constituiría por el contrario una prueba de insensibilidad y de indiferencia.” Estas palabras de Michel Bréal que repetimos, se aplican, sin restricción alguna, al idioma y al pueblo argentino.
El pueblo argentino es eminentemente sensible:
Contrariamente a lo que se observa entre los pueblos semíticos, los de raza indo-europea usan vocablos acariciadores, infantiles, όνόματα υποκοριστικά, como decían los griegos. Lo más a menudo estos vocablos tienen la forma de diminutivos. Y en efecto, la presencia o la designación de criaturas débiles, pequeñas, despiertan en nosotros la idea de afección, de protección: hay así conexión natural, espontánea, entre el término y la noción de ternura. Esta es la razón de la multitud de diminutivos que se encuentran en los varios sistemas onomásticos de las lenguas indo-europeas. La ley psicológica, a la cual se acaba de hacer alusión, es la que motivó su creación. Más tarde, el uso de estas formas hipocorísticas no fue sino un artificio gramatical para aumentar el número de términos, y con la repetición desapareció el sentimiento de delicadeza que encerraban.
El Argentino usa mucho los diminutivos, se oyen resonar continuamente en el seno de la familia, y no es esto un efecto de la costumbre: estos diminutivos suben del corazón y brotan en los labios. El hogar argentino es un compuesto de ternura donde no se conoce la severidad del padre para con el hijo. Las relaciones de los padres con los hijos son muy íntimas, sin que esta intimidad sea un peligro para la autoridad paterna porque en el hogar argentino se halla completamente realizada la teoría desarrollada por Ernest Legouvé en su obra: “Les pères et les enfants au dix-neuvième siècle”, teoría que el mismo autor resume en estos términos: “... Los niños, es decir unos seres puestos en el mundo por nosotros y no para nosotros, unos dueños futuros de sí mismo. Nuestro primer poder sobre ellos consiste por lo tanto, en enseñarles a gobernarse solos y a pasarse de nosotros. De este modo, la autoridad paterna no es solamente, como lo era antes, una dignidad real de derecho divino, sino también una dignidad real de derecho humano, es decir fundada sobre beneficios. Un padre ya no es más un soberano absoluto: es un soberano constitucional. El papel es más difícil, pero mucho más hermoso para el padre: no disminuye su autoridad, pero sí, la moraliza. El ejercicio de su derecho no es sino el cumplimiento de un deber. Tiene cargo de alma y no derecho de embargo y de aprehensión. Así entendida la paternidad produce naturalmente este doble hecho: la educación del hijo por el padre, y la educación del padre por el hijo, ameliorando se ameliora.”
*
La fonética depende del organismo humano, pero está también en relación con las facultades morales. El acento, es decir las inflexiones de voz que usamos en el lenguaje, se adapta siempre al estado de nuestra alma; nuestro tono varía con los sentimientos que experimentamos. Lo que sucede con el individuo acontece también con las naciones. Cada lengua en efecto, tiene un acento nacional que es como un sello de familia puesto sobre su idioma por el genio de un pueblo. Por eso, al oír una persona que habla una lengua que no es la suya, decimos: tiene el acento alemán, inglés, francés, italiano, &c.
El acento argentino rechaza la aspereza y el énfasis, debilita los sonidos guturales. Sus articulaciones son suaves, su vocalismo fluido, cristalino. Armoniza los matices de los sonidos de un modo que satisface el oído. La impresión general de dulzura proporcionada por el acento argentino es el eco de la simpatía que el alma argentina profesa hacia sus semejantes.
J. de Maistre dice con ironía que ha encontrado Ingleses, Alemanes y Rusos, que sabe aún, por haber leído Montesquieu, que uno puede ser Persa; pero en cuanto al hombre en ninguna parte lo ha encontrado. Más noble y magnánimo que de Maistre, el Argentino no ha dejado circunscribir su afección por los ríos, ni por las montañas, ni por los límites de los imperios o de las naciones, y por doquiera ha encontrado un semejante, ha visto en él, no solamente un hombre sino también un hermano.
Por eso la República Argentina posee la Constitución más liberal que existe. Constitución que favorece eminentemente a los extranjeros que vienen a radicarse en el Río de la Plata. Con razón decía Sarmiento: “Las Naciones, hijas de la guerra, levantaron por insignias, para anunciarse a los otros pueblos, lobos y águilas carniceras, leones, grifos y leopardos. Pero en las de nuestro escudo, ni hipogrifos fabulosos, ni unicornios, ni aves de dos cabezas, ni leones alados, pretenden amedrentar al extranjero. El sol de la civilización que alboreaba para fecundar la vida nueva; la libertad con el gorro frigio sostenido por manos fraternales, como objeto y fin de nuestra vida, una oliva para los hombres de buena voluntad; un laurel para las nobles virtudes; he aquí cuanto ofrecieron nuestros padres, y lo que hemos venido cumpliendo nosotros, como república, y harán extensivo a todas estas regiones como Nación, nuestros hijos.”
*
¡La sensibilidad Argentina! Pero ella es la fuente de tantos hechos generosos que encontramos en cada página de la historia de este país, hechos que son una sublime lección porque nos enseñan la necesidad, la fuerza y la dulzura de la fraternidad.
Abramos esta historia, y recojamos alguna espiga de esta tan abundante gavilla de heroísmo:
El 12 de Marzo de 1813 la Asamblea General Constituyente decreta la libertad de los indios, y ordena que se respete en ellos la personalidad humana. Acto emancipador por excelencia que reconoce en estos desgraciados los Derechos del Hombre, les abre las puertas de la sociedad, donde en adelante cada uno de ellos es alguien y no algo.
Las consideraciones cortas pero elocuentes que preceden el tenor del decreto son a la vez un grito de humanidad “en desagravio de los miserables indios que han gemido bajo el peso de su suerte” u un grito de indignación provocado por “el humillante pormenor de las vejaciones que han sufrido nuestros hermanos, del destierro que han padecido en su misma patria, y de la muerte que han vivido”.
Este grito en favor de los indios recuerda el que arrojó un día Cicerón al pie de una cruz donde habían clavado un Romano menospreciando así los derechos, las prerrogativas y la dignidad del soberbio “Civis Romanus”.
Damos a continuación el decreto expedido por la Asamblea General Constituyente, y sus traducciones en lenguas indígenas.
Decreto
La Asamblea General sanciona el decreto expedido por la Junta Provisional Gubernativa de estas Provincias en 1º de setiembre de 1811, relativo a la extinción del tributo y además deroga la mita, las encomiendas, el yanaconazgo y el servicio personal de los indios, bajo todo respecto y sin exceptuar aún el que prestan a las iglesias y sus párrocos o ministros, siendo la voluntad de la Soberana Corporación, el que del mismo modo se les haya y tenga a los mencionados indios de todas las Provincias Unidas, por hombres perfectamente libres, y en igualdad de derechos a todos los demás ciudadanos que las pueblan, debiendo imprimirse y publicarse este Soberano Decreto en todos los pueblos de las mencionadas Provincias, traduciéndose al efecto fielmente en los idiomas Guaraní, Quichua y Aymará para la común inteligencia.
Dr. Tomás Valle, Presidente.
Hipólito Vieytes, Secretario.
Versión guaraní del anterior documento
Mburubichabeté ñemoñongusúpe oporoquaitaba opácatu Yosáámo haé taba pábé mbia peteíppe oñoirúbaerehe, Asamblea General Constituyente yaba, Aba pabengatupe oiquu uca áng yquaitaba catupíri. Yyipiberamo co araguibe ohecoboña acó quaitaba omboypibaecue capitanguásu Roi ambae ohasabaecue 1811 setiembre ñepiruarape. Maramoye oiquaipemee boihagua Abarayeveri tributo yaba, ni mita, ni encomienda ababeupe. Upeichabe ababé tembiguairano oyapobeihagua Aba amo, ni tupa ága: ni payabare: ni mburubichu: ni abatetiroa emonaube co mburabichabeté guenimbotaurupi oiquaca opacatu mbiapabeupe, abacue a opacatu ang guibe, abapoguiritequarey catupiriramo opitahaba opa caraiambuaecuerami: Harireabe, oyecohú yoyahagua aco tecopisiro moñangaba caraicuera tabaigua papé aguerecobarche. Corire, opa ang quaitaba toyeyabapi quahape, hae, papengatu reinduharamo oicohagua. Abacuera opacatu ñeepipe tomboyehunperamibe, opa aba tetiro oiqua hagua, tuba opacaturupi toñehenduca Upeichacatú toiquaá capitandusú, Supremo Poder Executivo éhá, ombuaye catupirihagúa áng orequaitaba pabengatu.
Versión quichua
Tucuy Llactacunamanta acllasccas Jatuchec Yayuspac Checcam Tataspacri Asamblea General Constituyente sutioc tantacuspa cay punchaypi quelccarccancu Ccamachisca cimi ccaticucta.– Queparin cunam punchaymanta unanchascca camuchisca cimi Quelcasca Jatum Justiciaraycu Junta provisional niscca cay uma Llactamanta naupac punchaypi isccon quillamanta guarancca pusac pachac chunca venioc Guatapi, pitispa tributusta, astaguanrri Quechusccata. Jaquem Mittata, Encomiendasta, Yanaconasta, Ccasi serviciotaguam ama conancupac Iglesiasman curasman, subdelegadosman, Ccasi quesnintumanpis: Caspa Munaynim, cay Apu Asambleac, Quiquillantacmin, canancuta recsimancuta niscca runacunata tucuy uma Llactasmanta Ccarrisraycu Sumac Quespisccas, cusca atiynincupi Tucuy Llacta Masis nincuam paycunaguam Cavsacta; Cayri Apu Camachisccam Cimita Quelcachum, caparicuchum Tucuy Llactaspi, Jatum vmampiguam churacuspa chaypas quiquillanta Guarani cimipi Quesguapi Aymarapiguan, Tucuy yachanancupac. Jinatam Apenca vnanchasccata pichus Asamblea sutimpi tucuyta camachin Supremo Poder Executivo niscca Camachinampac Rurachinanpacpis.
Versión aymará
Apu camachiri quelcañaca chiri acataque marcananacam asquihaampataqui sumachaccaña pataqui iscaamsa achamza máá cuscaañataqui. Hamavtanaca ichauruna amtapge Camisateg naira hillirinaca aca naira quimsa mara camachirinaca uca taque marcanaca, ichasti guasitaraquipi amtapge camisatejanaira Justicianaca camachicjaana uca maraquipi ichaasti amtapge camachipge taque guaguapam, Guaguapataquisa aparata cancañipataqui quiñayamguiñanpataqui tributus taque pacha marcanacam aparatagua Mittas cedula sat sutini ucaasa aparataraquigua iglesianacasahaque sirvirinacasa, ni chachasa, ni guarmiisa sibempaguaiquisiti encomiendasatsutini aparataraquigua; guannaman guaguapataqui unanchapgan humanacasa yaticpam iatichausim guaguanacam guaguapataquisam taqquepacha taqueaparatagnacanqui hucama guaqquelea achata taque tata curanacasa hilirinacmasa yatipa: taque Huquenacasa camisateja higuasanacampi mayaqniinigua taqque camachirinaca hichauruta acoatoqueru guiñaypachataqui umanacaasa libertanipactapi Aqquesa Gneracochasa mayaquipigua cuscagua guarmisu, chachasa aca camachiristi icharupii quellca ichautaqueacañacam iscansa achansa iatipachanipataqui.
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Citaremos otra hazaña de generosidad del pueblo argentino en beneficio de otras naciones sud-americanas.
Dejamos la palabra al erudito catedrático de Historia Argentina señor José Juan Biedma, cuya competencia en la materia es bien conocida:
“Con fecha 30 de Mayo de 1823, el gobierno de Buenos Aires reconoció en el carácter de comisionados de S. M. C. a los SS. Luis de la Robla y Antonio Luis Pereyra, de reciente llegada al Río de la Plata, y como a tales les acordaba la inmunidad correspondiente y ordenaba les fueran guardadas todas las consideraciones debidas a tan alto rantro.
“Un año antes (10 de Mayo de 1822) el Estado de Buenos Aires, por medio de sus representantes legales, había hecho una declaración (secretamente mantenida hasta mediados de Julio de 1823) reconociendo el principio de que “Es subversivo de todo derecho el intento de destruir las constituciones y gobierno que no emanen de la voluntad espontánea de aquellos que por privilegios se juzgan exclusivamente autorizados para hacer o dejar de hacer justicia a los pueblos”; profesión de fe política formulada a invitación del gabinete portugués que insinuaba la alianza defensiva con el argentino en sostén de tan elevado principio, a consecuencia de la cual los representantes bonaerenses autorizaban al ejecutivo a negociarla mediante arreglos preliminares cuyo principal involucraba la desocupación por el Brasil de la Banda Oriental del Uruguay.
“Poco después, en 16 de Agosto de 1822, sancionaban, usando de la soberanía ordinaria y extraordinaria de que estaban investidos, la ley de esa fecha, autorizando al gobierno para negociar la cesación de la guerra del Perú, poniéndose previamente de acuerdo con los pueblos de la antigua unión y con los gobiernos de Chile y Lima; así como para utilizar todos los recursos pacíficos a su alcance conducentes a establecer la tranquilidad y orden en las provincias argentinas que se hallaran agitadas por disensiones civiles.
“Así que, recibidos y reconocidos como tales los señores comisionados del gobierno español, la Cámara de Representantes se apresuró a declarar, con fecha 19 de Junio del 23, que el gobierno, conforme al espíritu de aquella ley, no celebraría tratados de neutralidad, de paz ni de comercio con el español, sin previa cesación de la guerra en todos los nuevos Estados del continente Americano y el reconocimiento de su Independencia, debiendo quedar sin efecto esta disposición en el acto que cualquiera de esos Estados se anticipara a tratar independientemente del de Buenos Aires sobre su reconocimiento con el de S. M. C. o que, sin esa anticipación, exigiera alguna otra condición fuera de las prefijadas.
“Establecidas netamente las bases de la negociación con España, entróse a tratar el asunto: los comisionados españoles se mostraban dispuestos, aunque con las reticencias del caso, a reconocer la Independencia Argentina sin ocultar su pretensión de dividir de Buenos Aires a las demás repúblicas o Estados que luchaban por su independencia, con el objeto sin duda de debilitar al adversario y sacar el mayor partido posible, pero escollaron en la firmeza y previsión patriótica de Rivadavia, que ajustaba sus procederes a ese altruismo político que caracteriza la diplomacia argentina de todos los tiempos y nos ha dado por resultado positivo hasta hoy ser los benefactores de todos y los damnificados por todos… Fernando VII dio el golpe de muerte a estas negociaciones. El cañón de Ayacucho respondió a las esperanzas de nuestros padres”.
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El “Idioma Nacional de los Argentinos” se aleja de la lengua castellana en su vocabulario, en su sintaxis, en su fonética. Su período se ha libertado de las frases incidentes tan comunes en el período español, y se ha organizado un mecanismo sintáctico propio que va derecho a la expresión más precisa y más clara.
Este trabajo, esta independencia en el idioma, es la imagen de la independencia política que el pueblo argentino ha sabido conquistar. Ávido de libertad para sí, lo ha sido también para las demás naciones de esta parte del continente americano. No se ha contentado en conseguir su emancipación, también la proporcionó a medio mundo, que atónito escuchó las estremecedoras palabras:
“Oid mortales el grito sagrado:
¡Libertad! Libertad! Libertad!
Oid el ruido de rotas cadenas,
Ved en el trono a la noble igualdad.”
“Nuestro signo, como nación reconocida por todos los pueblos de la tierra, ahora y por siempre es esa Bandera Nacional, exclama Sarmiento, ya sea que nuestras huestes trepasen los Andes con San Martín, ya sea que surcaran ambos Océanos con Brown, ya sea en fin que en los tiempos tranquilos que ella presagió, se cobije a su sombra la inmigración de nuevos arribantes, trayendo las las Bellas Artes, la Industria y el Comercio.
“El general Belgrano en los campos de Tucumán, con esa Bandera en la mano, opuso un muro de pechos generosos a las tropas españolas: que desde entonces retrocedieron y no volvieron a pisar el suelo de nuestra Patria, siendo nuestra gloriosa tarea, de allí en adelante, buscarlas donde quiera conservasen un palmo de tierra en la América del sur, hasta que por el glorioso camino de que Chacabuco y Maipu fueron solo escalones, nos dimos la mano en Junin y Ayacucho con el resto de la América, independiente ya de todo poder extraño.
“Y sea dicho en honor y gloria de esa Bandera. Muchas repúblicas la reconocen como salvadora, como auxiliar, como guía en la difícil tarea de emanciparse. Algunas, se fecundaron a su sombra: otras brotaron de los jirones en que la lid la desgarró. Ningún territorio fue, sin embargo, añadido a su dominio: ningún pueblo absorbido en sus anchos pliegues; ninguna retribución exigida por los grandes sacrificios que nos impuso.”
Estas mismas ideas las expresa el Doctor Antonio Bermejo al escribir: “Pasando al examen de los principios invocados por la diplomacia Argentina en sus diversas cuestiones de límites, hallaremos el mismo resultado: siempre y en todas partes la supremacía de la razón y del derecho: la posesión civil constatada por documentos auténticos y su corolario forzoso, el arbitraje de derecho, como salvaguardia de la paz y la fraternidad entre las Repúblicas hispano-americanas.
“La breve reseña que haremos de las cuestiones de límites que la Nación Argentina ha sostenido con los Estados limítrofes, pondrá de manifiesto lo elevado de su política. Puede ella decirlo con satisfacción: jamás ha fijado su vista en el mapa del nuevo mundo con la mira de ensanchar sus fronteras legales; si alguna vez las ha pasado, ahí está la historia para glorificarla: ella enseña que se la vio en el Paraguay, en el Alto Perú, en Chile, en Lima y Ecuador, donde ha dejado jirones de su bandera, no para conquistar territorios sino para redimir pueblos hermanos”.
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En la raíz de todo hay un estado de sensibilidad.
Este estado de sensibilidad que se encuentra en el “Idioma Nacional de los Argentinos” así como en la Historia de este pueblo, este estado de sensibilidad que alimenta la raza argentina es para esta nación un poderoso factor de engrandecimiento. Menos desconfiada que otros pueblos no se ha aislado del resto del mundo y no profesa la inmovilidad en el pasado como su primer deber hacia sí misma. Su sensibilidad ha convencido su razón de los grandes destinos que le son reservados. Por lo cual, su espíritu claro y vigoroso que la predispone a todo comprenderlo y a todo asimilarse, estudia y aprovecha los grandes adelantos de la humanidad entera en las letras, en las ciencias, en las artes, en el comercio, en la agricultura, en la industria, haciendo colaborar así a su progreso el genio de cada pueblo.
Este estado de sensibilidad ha inducido a la República Argentina a abrir sus puertas de par en par a los representantes de todas las nacionalidades, sin temor de que el elemento extranjero perturbe el alma nacional, y persuadida por el contrario de que a este elemento extranjero el alma nacional se lo asimila y lo hace suyo.
Esta doctrina que profesa la República Argentina, ha sido puesta de relieve en el congreso Argentino por el diputado nacional Doctor Emilio Gouchon: “Es posible, señor presidente, que esto sea cierto, ¿que el espíritu extranjero contamine el alma nacional?
“La historia, los hechos, nuestra sociología demuestran todo lo contrario. Hemos empezado a tener las primeras visiones de la libertad y de la independencia de nuestra patria, precisamente cuando hemos podido franquear la limitación que la madre patria nos imponía y tener contacto con el espíritu extranjero.
“La noción, la idea de la independencia, nació inmediatamente después de las invasiones inglesas, cuando hombres de otras razas, de otros idiomas, se pusieron en contacto con el espíritu argentino. Su acción fue sumamente benéfica y tan benéfica, que fue precursora de la independencia nacional.
“Las armas británicas, vencidas por los criollos, triunfaron precisamente infiltrando el espíritu nacional de sus costumbres y de sus aspiraciones: el gobierno propio, el gobierno de la libertad.
“Pero ¿cómo podríamos, señor presidente, evitar esto que se llama la contaminación del espíritu nacional? Para que esto fuera posible, para que estas palabras dejaran de ser solamente palabras, sería necesario que no tuviéramos detrás de ellas sino hechos reales: sería necesario que nuestro país estuviera secuestrado del mundo, sería preciso que no tuviera contacto ni relación intelectual con esos pueblos, porque las ideas, las costumbres, las aspiraciones, los ideales, se adquieren con las relaciones, con la intelectualidad extranjera. Y nosotros, acaso, ¿tenemos en nuestro idioma los medios necesarios para penetrar todo el caudal inmenso del saber que constituye hoy el patrimonio de la humanidad? No tenemos originales, ni traducidas al español obras en que se encuentre el conjunto de progresos que, en las ciencias, en las artes, en las letras y en la industria, constituyen el alimento intelectual de la humanidad; y, si no queremos condenarnos a permanecer en la ignorancia, tenemos forzosamente que mantener relaciones intelectuales con los demás pueblos de la tierra; y, por consiguiente, se producirá irresistiblemente esta contaminación que se dice se quiere evitar con el proyecto.
“Decía que, con las ideas expuestas, deberíamos forzosamente admitir el estado primitivo, el estado indígena contra el estado actual de nuestra civilización, porque nuestra patria no es sino un pedazo de la Europa, trasportado aquí: porque a la patria no la constituye la tierra. La patria la constituyen los habitantes con sus costumbres, con sus ideales, con todos los elementos de la vida nacional.
“Un eminente pensador, cuya autoridad es reconocida, Alberdi, ocupándose precisamente de estas cuestiones, decía:
“Recordemos a nuestro pueblo que la patria no es el suelo. Tenemos suelo hace tres siglos, y sólo tenemos patria de 1810. La patria es la libertad, es el orden, la riqueza, la civilización organizadas en el suelo nativo bajo su enseña y en su nombre. Pues bien: esto se nos ha traído por la Europa, es decir, la Europa nos ha traído la noción del orden, la ciencia, la libertad, el arte de la riqueza, los principios de la civilización cristiana. La Europa, pues, nos ha traído la patria, si agregamos que nos ha traído la población, que constituye el personal y el cuerpo de la patria. No temáis pues, la confusión de razas y de lenguas. De la Babel, del caos saldrá algún día brillante y nítida la nacionalidad sud-americana. El suelo prohíja a los hombres, los arrastra, se los asimila y hace suyos. El emigrado es como el colono; deja la madre patria por la patria de su adopción. Hace dos mil años que se dijo esta palabra que forma la divisa de este siglo: Ubi bene, ibi patria.
“Tenía razón este gran estadista: tuvo la visión clara del porvenir. Hoy está plenamente demostrado que sólo por el elemento extranjero hemos podido llegar a ser lo que somos. Nuestro comercio, nuestras industrias, nuestras artes, todo es obra del extranjero, que ha venido a compartir con nosotros el trabajo nacional: que ha venido con su idioma, distinto del nuestro, que ha venido con sus costumbres, con sus ideales, y sin embargo se ha asimilado perfectamente a nuestra patria. La estadística nos demuestra que el extranjero que ha venido a nuestro país ha hecho de esta su segunda patria en virtud del poder enorme de asimilación que se tiene. Los extranjeros que han conseguido aquí fortuna, riquezas, y han regresado a Europa, han permanecido muy poco tiempo alejados de este país y han vuelto a él porque se encontraban mucho mejor que en su propia patria nativa.”
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En el “Idioma Nacional de los Argentinos” repercute en fin la evolución en que ha entrado el país entero. Para darse una idea del progreso de la Argentina, basta contemplar Buenos Aires que, con sus ocho mil habitantes, ha llegado a ser la segunda ciudad latina del orbe y la primera del hemisferio austral: basta contemplar esta capital surcada de tramways, encerrada en hilos telegráficos y telefónicos, estriada de vías férreas, iluminada por millares de focos eléctricos, cortada por calles espléndidas, adornada con edificios soberbios, ceñida por numerosos diques, que han surgido, como por encanto, donde recién ayer se extendía una inmensa playa solitaria.
Multitudes de buques son amarrados en estos diques, y debajo de esta selva extensa y tupida de drizas, de vergas, de arboladuras, símbolo de esperanzas, de peligros y de aventuras, todo es vida y movimiento.
“Han cruzado la inmensidad del océano, enormes y veloces, las naves modernas, dice el Doctor Carlos Pellegrini, y al amarrarse a estos diques, depositan el tesoro de su carga, fruto del trabajo de todos los pueblos, en wagones que se deslizan como culebras enormes, conduciéndola en alas del vapor por toda la extensión de la república y a todos los países vecinos. Regresan estos, cargados con el fruto del trabajo americano, que, pasando a las inmensas bodegas y atravesando el océano ofrecen el símbolo más grande de la fraternidad humana, vinculando el trabajo de todos los pueblos, para realizar el bienestar común.”
Uno de los rasgos especiales de la Capital en materia de adelanto lo presenta la prensa argentina. Esta prensa sintetiza en efecto, la evolución del idioma, la prontitud del desenvolvimiento y la energía del trabajo. Ella es una causa productora a la vez que transmitidora de la prosperidad.
Los diarios de la tarde, El Diario, El Tiempo, Tribuna, con sus dos, tres y hasta cuatro ediciones, satisfacen ampliamente una necesidad social, intelectual y comercial: son órganos de rápida y completa información, tal como los exigen sus lectores, que, en el momento de la publicación de estos periódicos, se hallan entregados a lo más arduo de las faenas cotidianas.
Los diarios de la mañana, La Prensa, La Nación, El País no pueden ser más completos. Su servicio telegráfico, que es sencillamente maravilloso, proporciona, en sus mínimos detalles, las noticias de actualidad del globo entero. Tienen una acción muy importante sobre el movimiento de las ideas porque, a la información, agregan artículos doctrinarios acerca de todos los ramos de la actividad humana. Dejan sus columnas un amplio sitio a las correspondencias extranjeras siempre confiadas a escritores muy bien colocados para ver y juzgar los acontecimientos. He ahí algunos nombres de esta falange de escritores: Henry Houssaye, Marcel Prévost, François Coppée, François de Nion, de Amicis, Núñez de Arce, –Prensa– Henry Fouquier, André Theuriet, Hugues Le Roux, Anatole France, Max Nordau, Alfred Ebelot, Miguel de Unamuno, Juan Valera, –Nación– Gabriel Hanoteaux, Cornély, Louis Nicolás Grandeau, Montovani, AYilliam Curtis, –País –.
La altura en que se han colocado La Prensa y La Nación, representa una suma considerable de esfuerzos, de labor, de constancia, de sacrificios y de inteligencia, acumulados durante muchos años.
El País, que ha visto la luz el 1º de Enero de 1900, se ha puesto, desde el instante en que ha aparecido, al nivel de sus dos mayores: Como Minerva salió armada de la cabeza de Júpiter, así El País ha salido armado de la cabeza de la industria nacional.
Si el estado psicológico del pueblo argentino tiene una gran influencia sobre la formación del “Idioma Nacional de los Argentinos”, este idioma una vez fijado, influirá a su turno, sobre el alma argentina. Este doble fenómeno lo corroboran la lingüística y la etnografía.
Conclusión
Terminada esta exploración lingüística, es fácil emitir un juicio sobre las cuatro principales opiniones, que se han formado, respecto del Español trasplantado en la República Argentina:
1º El “Idioma Nacional de los Argentinos” es meramente el Español:
2º El “Idioma Nacional de los Argentinos” no es más que un dialecto:
3º El “Idioma Nacional de los Argentinos” es genuinamente argentino:
4º El “Idioma Nacional de los Argentinos” debe ser el Castellano puro.
Son distintas de estas teorías las ideas que se desprenden de los hechos observados.
1º El “Idioma Nacional de los Argentinos” no es meramente el Español: ha sufrido y experimenta continuamente alteraciones profundas en el léxico, en la sintaxis, en la fonética.
2º El “Idioma Nacional de los Argentinos” no es un dialecto. El dialecto es una subdivisión de la lengua que corresponde a una subdivisión del pueblo o de la nación, así como en Grecia el dialecto dorio era hablado por los Helenos de la Dóride, el ático por los habitantes de Atenas, de su territorio y de sus colonias. No debe olvidarse que cuando un dialecto no ha producido literatura y sólo ha servido para el uso popular, se llama patois. Sostener que el “Idioma Nacional de los Argentinos” constituye un dialecto es incurrir no solamente en un error lingüístico, sino también histórico. Los habitantes del Río de la Plata ban dejado de ser súbditos españoles: forman un pueblo libre: y la República Argentina no es más una colonia española: es una nación. La lengua de un pueblo, de una nación, no es un dialecto, pero sí, un idioma. En el caso contrario las lenguas neo-latinas castellano, francés, italiano, portugués, romano, serían dialectos y no idiomas.
3º El “Idioma Nacional de los Argentinos” no es genuinamente argentino. Si bien se han producido, en él, y se producen siempre cambios importantísimos, alteraciones profundísimas, no por eso deja de dominar, el elemento español, en la lengua hablada en el Río de la Plata. No está formado aún el idioma argentino.
4º El “Idioma Nacional de los Argentinos” no puede ser el español puro que aquí está desviado de su tradición. A la tradición primitiva se han agregado nuevos elementos: lenguas indígenas, idiomas francés, italiano, inglés, alemán, &c. Estos elementos, aunque de procedencia extranjera, constituyen un fondo original que pertenece en propio al “Idioma Nacional de los Argentinos”. Además, del español trasplantado en la Argentina, una parte está petrificada y muerta, o bien modificada. Lo que queda posee vida orgánica y es por lo tanto capaz de evolucionar.
En resumen, el “Idioma Nacional de los Argentinos” es presentemente el principio, el primer período de una transformación, cuya última evolución será el “Idioma Argentino”. Tengamos presente que el “Idioma Nacional de los Argentinos” se divide ya en lengua literaria, en lengua familiar, en lengua popular.
Al pie del árbol latino siempre fecundo, ha crecido un vigoroso vástago: en cada nudo hay ramas, en cada rama hay hojas que, en el centro de su nacimiento, dejan ver los pimpollos bermejos de la florescencia futura. La forma y los matices de estos renuevos indican la familia a la cual pertenecen. Un soplo caliente de primavera agita el arbusto, se oye el murmullo de la savia que sube hasta la extremidad de las ramas, y esta vegetación exhala un penetrante perfume de verdor que encanta y embriaga.
Señalar la época venidera del apogeo del “Idioma Nacional de los Argentinos” no está en nuestro poder. “La creación y la extinción de los idiomas, dice Renan, no se hace en un momento determinado, ni por un acto único, sino por medio de cambios insensibles.”
Sin embargo agrega Darmesteter, “cuando la fuerza revolucionaria obra sola, la lengua precipitada en la vía de los cambios, se transforma con una rapidez increíble, y la historia nos presenta este desarrollo desenfrenado, esta carrera irresistible de algunas lenguas”. Este es el caso del “Idioma Nacional de los Argentinos”, y al juzgar de la velocidad de la primera etapa, se puede augurar que, –relativamente a la evolución de las lenguas neo-latinas,– este idioma llegará en un porvenir no lejano a su grado más intenso de evolución, es decir a su creación definitiva.
Decimos: relativamente a la evolución de las lenguas neo-latinas, por haberse hallado estas lenguas, durante mucho tiempo en estado de elucubración. Este largo período de construcción resultó de la dificultad que para unirse, experimentaron los pueblos que debían formar un conjunto homogéneo y que son, por lo que a la España se refiere: los misteriosos Iberos, los Celtas, los Fenicios, los Griegos, los Egipcios, los Cartagineses, Romanos, los Godos y los Árabes.
En la Galia, los Romanos conquistadores encuentran una lengua muy distinta de la suya: empiezan luego por no entenderse: después, estas dos lenguas se alteran mutuamente y esto exigió tiempo. Más tarde aparecen los Francos en el Norte, los Visigodos en el Sur, los Burgundas en el Este, pueblos cuya lengua, de base germánica, se diferencia igualmente del latín y del galo. Nuevo caos y nuevo atraso. Después se presentan las Árabes en el Sur, y otros Germanos, los de la época carlovingia se esparcen por todas partes. Su lengua es aún una variante del germánico. A su turno se presentan los Normandos con otro matiz tudesco.
Tantos sacudimientos, tantas revoluciones, tanta multiplicidad y diversidad de lenguas impiden que se fije el idioma nacional de cada pueblo latino, de tal manera, que mil años después de la conquista romana, los idiomas neo-latinos se hallan aún en elaboración.
El latín al contrario, 500 años después de la fundación de Roma había ya producido Ennius, Plauto, Terencio; y dos siglos más tarde resplandecía el siglo de Augusto. Es que los Romanos, pueblo reducido al principio, se habían asimilado los demás pequeños pueblos vecinos que hablaban la misma lengua.
El Indostani formado del indi, del persa y del árabe, no tiene todavía 300 años de existencia (véase pág. 36).
Los idiomas neo-latinos no son, como podrían creerlo algunos, fragmentos de un conjunto armonioso que hubiera sido hecho pedazos. Cada una de estas lenguas se ha desagregado de la unidad primitiva en virtud de leyes orgánicas conocidas. Ahora bien, estas lenguas están en perpetuo contacto en la República Argentina, donde domina la inmigración latina. Con el español trasplantado en estas comarcas y que ha sido alterado por las lenguas indígenas se mezcla el francés y el italiano. El inglés, el alemán, y otras lenguas entran en proporción más pequeña en esta mezcla, por ser menos numerosos los representantes de estos idiomas. De modo pues, que el castellano del Río de la Plata se halla contagiado por varios idiomas, –por el francés y por el italiano especialmente– en su vocabulario, en su sintaxis, en su fonética.
Y como los principales elementos lingüísticos de contagio son de origen latino, la evolución del “Idioma Nacional de los Argentinos” ha de ser rápida, si sigue, en forma de inmigración la afluencia de la población extranjera en la Argentina, y todo induce a creer, que la maravillosa fertilidad y las inmensas riquezas de la República, atraerán contingentes de inmigración siempre más numerosos y cuyo elemento latino ocupará siempre la cúspide.
Podemos aplicar a la evolución del “Idioma Nacional de los Argentinos”, lo que el Doctor Carlos Pellegrini dice de la evolución de la República Argentina en materia de progreso y engrandecimiento:
“Creo firmemente que el siglo XX que ya alborea, será el siglo de América y ese porvenir previsto nos impone especiales deberes.
“Los fértiles e inmensos desiertos de nuestro continente, no son nuestros en el sentido de que podríamos sustraerlos a la exigencia humana: fueron colocados ahí por la mano del Creador para servir a la humanidad entera, y si nos toca administrarlos, es a condición de que pertenezcan a nosotros, a nuestros hijos y a todos los hombres del mundo que quieran fecundarlos con su trabajo, al amparo de nuestras leyes liberales.
“Cuando la tierra en viejas naciones se siente fatigada después de siglos de labor continua, y sus senos exhaustos niegan ya el alimento bastante al enjambre humano, entonces la emigración se produce, como ley de vida, hacia las tierras nuevas: y la Europa derrama sobre América su población exuberante, como ella la recibió del Oriente en siglos lejanos.
“Esa emigración no se produce por éxodos en masa. Hay un trabajo de selección que se opera naturalmente y que ha dado resultados patentes.
“El hombre que abandona el hogar, la familia, la patria, para lanzarse a tierras desconocidas sin más capital para mejorar su suerte que el vigor de sus brazos, revela en ese solo hecho una energía y valor arriba del nivel común. Son estos hombres los que forman las masas de inmigrantes que nos llegan y que, absorbidos por nuestro ambiente y nuestra vida, son fuente y raíz de la población nacional, que hereda así en la cuna ese rasgo distintivo de energía, de actividad y audacia que caracteriza a los pueblos americanos.”
La ley del amor es el gran factor de la procreación de las razas, y la mezcla de la sangre es a su vez la causa principal de las perturbaciones y alteraciones fonéticas. “Si existen, dice Renan, lenguas menos resistentes unas que otras, más friables y más prontas a caer en cenizas, debe atribuirse a los órganos fonéticos del pueblo.”
“El pueblo, escribe Jaenicke, corrompe hoy las palabras extranjeras casi, con tanta desenvoltura y arbitrariedad como lo hacía mil años atrás.”
La pronunciación gala es la que empezó la demolición de la lengua latina; esta pronunciación constituye la originalidad de la lengua francesa.
Con la conquista normanda se produce en Inglaterra el gran advenimiento del francés que Guillermo el Conquistador intentó generalizar en su reino. Hé ahí las primeras líneas de su código: “Ce sont les leis que ti reis William grantut a tut le peuple de Engleterre, apres le conquest de la terre”. En el siglo XII el francés –lengua de “oil”– no se encuentra, en ninguna parte, tan hermoso como en los libros escritos por los ingleses. A medida que se operaba la fusión de las dos razas anglo-sajona y franco-normanda, la alteración de los idiomas también se hacía más sensible, pero siempre con perjuicio del franco-normando que desapareció, no sin dejar en la lengua inglesa de 25 a 30.000 palabras, que la fonética de este pueblo ha adaptado a su pronunciación: marriage, abondance, elegant, prudent, nature, créature, océan, action, monster, render, &c.
El pueblo acomoda siempre a la pronunciación nacional las palabras de origen extranjero y si así no fuera, “en Francia, en Italia, en España, dice Renan, se hablaría aún hoy la baja latinidad”.
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Los boyeros normandos habiéndose convertido en grandes señores de la Inglaterra, la lengua de estos rústicos fue naturalmente el idioma de la aristocracia del nuevo reino. Entre tanto los Thanes y los Earls, estos altos barones de la víspera, despojados en un día, proscritos, declarados fuera de la ley, outlaws, perseguidos en las selvas y las montañas, siguieron hablando su idioma nacional: la lengua del vencedor la odiaban. Sin embargo, la fuerza de las cosas hizo acercarse a los partidos y el Anglo-Sajón se vio obligado a aprender y a mezclar con la suya, la lengua francesa que el Normando hablaba con orgullo. El tiempo creó un verdadero compromiso entre ambas lenguas: el súbdito inglés, pequeño propietario, agricultor, criaba su ox, su sheep, su pig, su calf; pero el animal despedazado, vendido al detalle, era comprado por el rico o Franco-Normando, bajo el nombre de beef –bœuf;– el sheep se volvía mutton –mouton:– el pig porc, y el calf veal, –veau.
Algo más o menos semejante presenciamos en la República Argentina. El Español come judías y el Argentino porotos; el Español pide judías verdes y el Argentino le da chauchas; el Español cría cerdos y el Argentino chanchos; el Español mata ratones y el Argentino lauchas.
Los ingleses tienen realmente dos lenguas en una sola, y como sinónimos de las palabras francesas sus vocablos anglo-sajones: liberty y freedom, terror y fright, science y knowledge, maternal y motherly, &c.
La fusión, en la República Argentina, de las lenguas indígenas, del francés, del italiano –estas en fuertes dosis;– del inglés, del alemán, &c. –estas en dosis menores;– con el español trasplantado en el Río de la Plata, fusión que ha empezado, dando por primer resultado el actual “Idioma Nacional de los Argentinos”, prepara, para un porvenir cercano, una nueva lengua neo-latina, “El Idioma Argentino”, idioma característico, de mucha abstracción, análisis y claridad, de gran riqueza, de suave armonía y de incomparable hermosura, digno de la raza superior que se halla en gestación en la Argentina y que, todo lo hace prever, será apta a realizar progresos indefinidos y cernerse en las más altas esferas de la especulación mental.
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Antes de concluir esta obra, se nos permitirá formular las siguientes indicaciones:
Si bien es cierto que nada puede detener la evolución del “Idioma Nacional de los Argentinos”, es menester sin embargo favorecerla y ayudarla. Se impone por lo tanto, la necesidad de darle en la enseñanza del “Idioma Nacional” un sitio que hasta ahora no tiene. En los establecimientos de instrucción, los alumnos aprenden castellano puro y no idioma nacional. Todo neologismo es rechazado, toda frase que no esté vaciada en el molde castellano, se halla irremisiblemente condenada, todo sonido que no pertenece a la fonética española queda censurado. Se enseña por ejemplo que el sonido z es dulce, que lo es también c seguida de e, i. Esto es cierto en español, pero falso en argentino. Es menester que la enseñanza del “Idioma Nacional” sea conforme a su evolución y no en contradicción con ella, so pena de viciar y falsear la lingüística argentina y perturbar así el alma nacional que se refleja en el idioma.
Es preciso igualmente que se estudien trozos de escritores y oradores argentinos, poniendo de manifiesto los cambios sintácticos por ellos introducidos en la lengua, y hacer resaltar de este modo el mecanismo sintáctico argentino.
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Sería de desear también que en la Capital, en Corrientes, en Catamarca, en Santiago del Estero, &c., se crearan cátedras de guaraní y de quichua. De estas lenguas que han proporcionado ya un buen contingente de vocablos al “Idioma Nacional”, y que están a punto de caer en las sombras sin memoria del pasado, se pueden extraer muchas palabras para colocarlas en la lengua argentina: así se salvarán hermosas, y todavía fecundas riquezas, que son la herencia de los primeros habitantes de estas comarcas y han de dar al idioma argentino en formación, un carácter original a la vez que nacional.
Debería dedicarse más tiempo al estudio del francés en los institutos de enseñanza secundaria: valor artístico de la forma, claridad de las ideas, humanidad: tales son los caracteres de la lengua francesa. Estos mismos caracteres los encontramos en el “Idioma Nacional de los Argentinos”. Estas cualidades provienen de la naturaleza misma del espíritu de ambos pueblos. Pero no basta la naturaleza sin la educación. Por ser fijada, la lengua francesa modela, amasa el espíritu del pueblo. El alma argentina al contrario, forma actualmente a su semejanza el “Idioma Nacional”, y psicológicamente nada recibe por el instante de su lengua en evolución: la lengua no puede retribuir sino cuando se halla constituida. Y puesto que, por una parte, la educación es indispensable para el desarrollo de las facultades naturales: que por otra parte, no hay entre el alma argentina y el “Idioma Nacional de los Argentinos” la influencia necesaria y recíproca que las lenguas fijadas y los pueblos, ejercen mutuamente sobre sí, nada más natural y más conveniente que el espíritu argentino busque un alimento apropiado a su naturaleza: pero este alimento, dada la semejanza mental, no lo puede encontrar sino en la lengua francesa.
Estos motivos nos inducen a abogar en favor del francés, cuyo estudio redundaría en beneficio del “Idioma Nacional de los Argentinos”.
Al estudio del francés y del inglés debería agregarse el estudio del alemán y del italiano. Aprender cuatro idiomas al mismo tiempo que las otras materias comprendidas en los programas de la enseñanza secundaria, es el mejor sistema para no poseer ninguno de ellos. Que los alumnos tengan la elección de un idioma vivo y que se dediquen a su cultivo, durante todos sus estudios secundarios: así seguirán la inclinación de su inteligencia, sabrán perfectamente el idioma de su predilección, y la analogía podrá introducir en el “Idioma Nacional de los Argentinos” un mecanismo sintáctico especial. Así la evolución de la lengua será eficazmente ayudada: arriba, los letrados introducirán cambios sintácticos; abajo, el pueblo llevará a cabo los cambios en el vocabulario y las alteraciones en fonética, basta que llegada a su apogeo, la evolución armonice, en un conjunto propio, todos los elementos preparados por la selección, y semejante a una chispa eléctrica los cristalice en un todo homogéneo o “Idioma Argentino”.
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También juzgamos necesario el estudio del griego y del latín. Repetiremos con Renan: “Los idiomas derivados, no teniendo la ventaja de poseer en sí mismo sus raíces, no tienen más repertorio de vocablos que las lenguas antiguas. Aun cuando la lengua moderna se levanta a la dignidad de lengua literaria, no por eso, la lengua antigua deja de conservar un carácter especial de nobleza. Subsiste como un monumento necesario para la vida intelectual del pueblo que la ha dejado atrás, como una forma antigua en la cual el pensamiento moderno, deberá venir a amoldarse, a lo menos para el trabajo de su educación… La existencia de las lenguas clásicas es una ley universal en la historia de las literaturas, y la elección de estas lenguas, así como nada tiene necesario para todos los pueblos, nada arbitrario tiene para cada una de ellos.”
En fin, debemos citar las palabras que encierran todo un programa y que han sido proferidas por el actual ministro de Instrucción pública en Francia, M. Leygues, de quien se ha dicho, a causa de sus brillantes y excepcionales servicios prestados a la instrucción pública y a las bellas artes, que era ministro por vocación como otros lo son por ocasión: “Se equivocan, declara M. Leygues, aquellos que piensan que, en una democracia, la instrucción debe ser, ante todo, profesional y técnica. Así entendida, la instrucción comprometería el mismo progreso social al cual pretendería servir, suprimiendo la cultura general y las altas especulaciones que no conducen a fines inmediatos, pero que acostumbran el espíritu a ver de alto y de lejos, que estimulan las ambiciones generosas y forman el capital moral de una nación”.
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Que la evolución empezada por el “Idioma Nacional de los Argentinos” siga su periodo ascendiente y llegue pronto a su máximum de intensidad; que desde los límites de Bolivia, del Paraguay y del Brasil hasta el estrecho de Magallanes, desde las orillas del Río de la Plata hasta la cumbre de los Andes, resuene, en un cercano porvenir, el “Idioma Argentino”. Que por doquiera flote la bandera bicolor, compuesta de dos bandas azules horizontales y de una blanca en el medio, se oiga el “Idioma Argentino”; que en la gran familia de los idiomas neo-latinos surja, en fin, la lengua que comienza a esbozarse en las comarcas bañadas por el Río de la Plata, así como desde el 25 de Mayo de 1810,
“Se levanta a la faz de la tierra
“Una nueva y gloriosa nación”.
Y que la aparición del nuevo idioma haga brotar en todos los corazones y en todos los labios el verso inspirado:
“Al gran pueblo Argentino, ¡Salud!”
FIN
«Mas si tantas exageraciones sólo sirven para que ni a los periodistas, ni a los senadores, ni a los hombres de Estado de la gran República conquistadora y absorbente se les caiga ni un minuto de los labios la tan asendereada doctrina de Monroe, fuera de estos meros fuegos de artificio, se trabaja sin descanso y con fines más positivos, por ver de arrancar a la América de nuestra sangre los símbolos y las prendas de su unidad de origen, que son las supremas garantías de su unidad de intereses. Ya España no habita en América como nación colonizadora y soberana; pero sus 18 hijas emancipadas, aún llevan el sello inmortal de su origen en su fe, en su sangre y en su lengua, y contra estas bases fundamentales de su constitución común étnica, es sobre la que ahora se dirigen los tiros más certeros y encaminados a transformarlas y proscribirlas. En la Argentina, donde una escuela entera de jóvenes Góngoras han concebido un atentado, que será pasajero y transitorio, contra nuestra rítmica y contra todas las formas de nuestra poesía, se ha revelado recientemente otra escuela, que hace su propaganda por medio de libros de sugestiva erudición, y que tiende a fundar un idioma nacional. ¡Un idioma nacional! ¿Qué quiere decir esto? Contra los Góngoras de la nueva escuela de la Argentina, que ha logrado contaminar y formar ramificaciones en otros Estados, se levantó con su sabio magisterio, aunque eludiendo la polémica, el lamentable y recientemente perdido ingenio de Eduardo de la Barra, que procuró desde Chile restablecer las reglas de la armonía y del buen gusto. Contra la tentativa de la lengua nacional de la Argentina, también se ha levantado otro ilustre escritor de Guatemala: “¿Puede existir –exclama– problema de la lengua en las naciones que de España hemos recibido un origen común? ¿A dónde vamos? Hoy que necesitamos tantos vínculos de unión, ¿habríamos de renunciar a la unión por el idioma? Esto es una verdadera degradación o una verdadera locura. Si la lengua es la nación, si la lengua es la encarnación del espíritu de las naciones, conservemos este tesoro que nos erige a todos los iberoamericanos, aunque individualizados por nuestras divisiones geográficas y políticas, más que en una sola, grande y poderosa nación, en una sola, grande y poderosa familia. Cuando desaparecen los idiomas, también desaparecen las naciones que los hablan, y el gran secreto del supremo poder que alcanzan los Estados Unidos, estriba en haber conservado todas las partes que constituyen aquella federación inmensa su primer vínculo étnico: su idioma inglés. Pero además, ¿qué hacen los mismos yankees, para asimilarse lo que conquistan o se anexionan? Lo primero proscribir los idiomas que hablan, y después obligarles a hablar el inglés. Ayer se ha anexionado a Cuba y Puerto Rico y arrebatado a España las Filipinas. En todas las relaciones oficiales ya está proscrito el castellano, y la lengua inglesa es ya la obligatoria en las escuelas. ¿Con qué idioma la Argentina piensa sustituir la lengua española? ¿Intentará un habla artificial, como la ridículamente universal del Sr. Sotos Ochando? Aunque así fuera, ¿la reservaría para sí propia? ¿Se disgregaría por este simple acto de la fraternidad común a todos los pueblos hispanoamericanos? ¿O nos querría imponer a los demás el habla ridícula que engendrase? Esas innovaciones no son innovaciones, sino locuras de mentes ociosas y extraviadas. Si no tuviéramos la fortuna los pueblos independientes americanos de origen español, de tener en nuestra propia defensa este símbolo de unidad y de unión, sería necesario crearlo. Todo lo que tienda a unirnos, será lo benemérito; lo demás equivale a inducirnos a los demás y a abrazarse el mismo innovador al suicidio. Lejano vemos el sueño de la unión iberoamericana; pero confesémoslo alto: esta es la más sublime aspiración de todas las jóvenes nacionalidades de América que hemos salido cultas, cristianas y libres del amado regazo maternal de España”.» (Iob [Juan Pérez de Guzmán Gallo, 1841-1928], “Revista Hispanoamericana”, La España Moderna, Madrid, 1 de agosto de 1900, año 12, tomo 140, págs. 154-156.)
«Lo que no puede ya ponerse en tela de juicio es la urgencia de discutir y procurar solucionarlo: cada día que pasa las dificultades aumentarán, y se corre peligro de encontrarse en presencia de un nudo gordiano, por poco que se descuide el estudio del asunto. Esa urgencia la comprueba elocuentemente la reciente aparición del libro del escritor francés, monsieur L. Abeille, titulado: El idioma nacional de los argentinos. Publicado con motivo de la actual exposición de París, estudia en 434 páginas el problema de la lengua en la región del Río de la Plata, y arriba a conclusiones diametralmente opuestas a las sostenidas en el presente opúsculo.» «El libro del señor Abeille merece serio estudio. Su autor es profesor de francés en nuestra escuela superior de guerra, y enseña además el latín en uno de los colegios nacionales. A pesar de su residencia, relativamente larga, entre nosotros, no ha podido escapar a la especialísima idiosincrasia de sus compatriotas, para los cuales la hermosa y flexible lengua francesa es tan superior a las demás, que involuntariamente las amolda a su sintaxis, revistiendo con palabras de aquellas sus giros e idiotismos.» «Con razón, pues, escritor tan liberal como Mariano de Vedia –a quién el señor Abeille menciona como uno de los más convencidos en pro de su tesis– se ha visto obligado a declarar en su diario: “El doctor Abeille ha llegado a extremos que realmente espantan, en materia de idioma argentino; y al ver la lista de ciertos argentinismos, el espíritu huye de ellos horrorizado.”» (Ernesto Quesada [1858-1934], El problema del idioma nacional. ¿Debe propenderse en Hispano-América a conservar la unidad de la lengua castellana, o es acaso preferible favorecer la formación de dialectos o idiomas nacionales en cada república?, Buenos Aires 1900, viii+157 págs.)
1901 «Tres cuestiones capitales parecen preocupar hoy a los publicistas hispanoamericanos: las relaciones políticas entre las diferentes Repúblicas, particularmente las de Sudamérica; la reforma y difusión de la enseñanza, y la lucha entre las influencias sajonas y las latinas, íntimamente ligada con las nuevas corrientes hispanófilas que todos conocemos. De todas tres veremos ejemplos repetidos en los resúmenes que siguen, juntamente con otros asuntos de no menor importancia. La Argentina cuenta con muchas revistas científicas y literarias de gran interés. Entre ellas figura la Revista Nacional, que acaba de entrar en su año XVI y dirige D. Rodolfo W. Carranza. […] Además, ha inaugurado recientemente una sección especial de Letras españolas, redactada por el compatriota Sr. Monner y Sans, prueba elocuente de estar al tanto de nuestras publicaciones. En otras cosas ha dado también muestra la Revista Nacional de sus simpatías a España. Citaremos el notable estudio de D. Ernesto Quesada sobre El problema de la lengua en la América española y un discurso del Sr. Monner, leído en la fiesta que el “Centre Catalá”, de Buenos Aires, dio a los marinos de la “Sarmiento”. El autor es contrario a la tesis sostenida por el Sr. Abeille en un libro reciente, El idioma nacional de los argentinos, que pretende probar la existencia de un habla argentina diferente de la castellana y que debe reemplazar a ésta en la enseñanza primaria. La cuestión tiene innegable gravedad para nosotros, y el Sr. Quesada la estudia con profundidad y abundancia de datos, exponiendo su estado actual a la vez que la solución que él cree más acertada.» (Hispanus [Rafael Altamira Crevea, 1866-1951], “Lecturas americanas”, La España Moderna, Madrid, marzo 1901, año 13, n.º 147, págs. 138-139.)
«El problema del idioma nacional, por Ernesto Quesada, C. de la Academia Española, Presidente del Ateneo de Buenos Aires. Buenos Aires 1900, 4.º mayor, VIII, 157 págs. Nuestra raza, por el mismo. Buenos Aires 1900, 8.º, 85 págs. […] Es el señor Quesada uno de los escritores más cultos, y más fecundos también, de la República Argentina. […] De El problema del idioma nacional tienen ya noticia, aunque sumaria, nuestros lectores (nº de Agosto-Octubre, 1900). El autor se ha propuesto, especialmente, combatir la tesis sostenida por el señor Abeille en un reciente libro, El idioma nacional de los argentinos, que aspira a probar la existencia de un habla indígena diferente de la castellana y que debe reemplazar a ésta en la enseñanza oficial. La cuestión tiene gravedad innegable para nosotros, sobre todo porque coincide con movimientos separatistas que empiezan a notarse en algunos literatos del Perú, Chile, Méjico, &c.; y aunque es cierto que esta desviación de la lengua madre tiene origen, tan solo, en ciertas intransigencias de la Academia de la Lengua que han disgustado a varios escritores de aquellos países, y más aún en la excesiva importancia que estos mismos dan (muy superior a la escasísima que le damos los españoles) a la autoridad de esa Academia sobre la evolución y vida del idioma, no por eso debemos preocuparnos menos de estos movimientos que hoy amenazan la letra y podían llegar –aún sin querer sus iniciadores– a herir de muerte el espíritu hispano y latino, que con tanta elocuencia defendió recientemente Rodó (Ariel, V. el n.º de la “Rev. crít.“ correspondiente a Junio-Julio 1900).» (A. [Rafael Altamira Crevea, 1866-1951], Revista Crítica de Historia y Literatura españolas, portuguesas e hispano-americanas, Madrid, junio 1901, año VI, número VI, junio 1901, págs. 176-177.)
1902 «Y la lengua del criollo es el español, siendo ilusiones, fundadas en gran parte en imperfecto conocimiento del estado y vida actuales del castellano que en España se habla, todo eso de la lengua nacional argentina. Al Dr. Abeille le faltó venir a España a aprender el español que aquí se habla.» (Miguel de Unamuno, “La Educación”, La España Moderna, Madrid, febrero 1902, nº 158, págs. 43-44.)
1903 «El tema del otro libro es de interés más general. Bajo el título de El Criollismo en la literatura argentina (Buenos Aires 1902, 4.º, 131 págs.), el Sr. Quesada discute la opinión muy corriente, en españoles y argentinos, que considera “únicamente como genuina producción de la literatura argentina lo escrito en el lenguaje diario de las clases populares que moran el Río de la Plata”, es decir, la que se denomina literatura gaucha. “Esa tendencia literaria neo-patriótica –añade el autor– quiere reconocer tan sólo como argentino lo que lleve el sello criollo, con todos sus inconvenientes, pero con su carácter típico, que lo diferencia de las razas de otros pueblos. Tiempo hubo cuando se enlazó, a su vez y a cuerpo descubierto, con la pretensión de que debemos independizarnos del castellano –para completar así, según los neo-criollos, la independencia política de 1810,– formando un idioma nacional de los argentinos, que se rija exclusivamente por el uso diario y libérrimo de nuestro pueblo soberano... y cosmopolita”. El Sr. Quesada es contrario a esta tendencia, que lleva en su seno una extemporánea intención política, un revivir malsano de antiguos rencores y que, literariamente, no es menos peligrosa.» (Hispanus [Rafael Altamira Crevea, 1866-1951], “Lecturas americanas”, La España Moderna, Madrid, marzo 1903, año 15, n.º 171, pág. 136.)
«En esto nadie ha pecado más que el Dr. Abeille, que se metió a escribir del idioma nacional de los argentinos sin conocer apenas más castellano, de España, que el escrito, y aun éste no bien.» (Miguel de Unamuno, “Literatura hispanoamericana: Miguel Cané”, La Lectura, Madrid, octubre 1903, número 35 página 238.)
1904 «En España (número de 16 de Marzo), el Sr. Cané comenta el ya discutidísimo libro del Sr. Abeille sobre el idioma argentino […], pero, a más de dudar (creo que con toda razón) de muchas de las ligeras afirmaciones y de las fantasías que el Sr. Abeille se permite, defiende bravamente el espíritu del castellano, tronco de todos los idiomas de Hispano-América: «Lo que sí se puede y se debe sostener es que todos los aportes, los enriquecimientos, las adquisiciones por conquista, cambio, compra, violencia y todo otro modo de adueñarse da lo ajeno, se sometan a las reglas generales por las cuales se rige la comunidad. Si el quichua nos trae charqui y en el acto formamos el verbo charquear, conjuguémoslo según lo enseña la Gramática castellana, y no otra. Si en virtud de esos fenómenos de derivación que tan bien estudia el Sr. Abeille, de cardo sacamos el lindo y expresivo cardal; de bellaco, bellaquear, o de baquía, baqueano, añadamos sencillamente esas palabras a nuestro léxico propio, como todos los otros países americanos añadirán a los suyos las que formen por el mismo procedimiento, y hagámoslo con la seguridad de que, al hacerlo, en nada adulteramos los principios fundamentales de nuestra lengua, que no es “el idioma de los argentinos” ni el “idioma nacional”, sino simple y puramente el castellano. […] El Sr. Abeille, que es un entusiasta de nuestra tierra (uno no puede menos que conmoverse al verle entonar el himno nacional a propósito de lingüística), tiene tal debilidad complaciente con la jerga que hablamos, y que él rotula “idioma nacional de los argentinos”, que llega hasta justificar los cambios sintáxicos que hemos introducido en el español, sosteniendo que “el uso de algunos de ellos es realmente criticable en una lengua fijada”, pero que ese uso “debe favorecerse en una lengua en evolución, como la nuestra”».» (Hispanus [Rafael Altamira Crevea, 1866-1951], “Lecturas americanas”, La España Moderna, Madrid, mayo 1904, año 16, n.º 185, págs. 146-147.)
1907 «No puedo pasar por alto el Idioma nacional de los Argentinos, de Luciano Abeille, profesor de latinidad en el Colegio Nacional de Buenos Aires, el cual, sin conocimiento alguno de la lengua castellana ni del lenguaje particular de América, saqueó brutal y descocadamente la obra del Sr. Granada.» (Julio Cejador [1864-1927], “Bibliografía sobre el castellano en América”, La España Moderna, Madrid, agosto 1907, año 19, n.º 224, pág. 16.)
1909 «[Ramón Menéndez Pidal] —Nueva York es el centro principal de los trabajos españoles, porque allí reside la Hispanic Society of América. Bien conocido es de nosotros mister A. Huntington, fundador y dotador de esta Sociedad; él la enriqueció, la proveyó de un elegante edificio construido al estilo del Renacimiento español, y la está dotando, gracias a un perseverante esfuerzo, de una copiosa biblioteca, abundante en incunables, libros preciosos y manuscritos españoles. Así se organiza el gran centro para el culto y estudio de la tradición española en el Nuevo Mundo, mientras algún americano del Sur sueña con crear el “idioma nacional de los argentinos”.» (“España en América. El culto de nuestra literatura. El viaje de Menéndez Pidal”, El Imparcial, Madrid, domingo 27 de junio de 1909, pág. 1.)
1922

Arturo Costa Álvarez - Nuestra lengua
Sociedad Editorial Argentina - Buenos Aires 1922 - 351 páginas
Índice general ❦ Introducción. Este libro, 9. Los idiomólogos. Echeverría y la lengua, 21. Alberdi y la lengua, 31. Sarmiento y la lengua, 43. Gutiérrez y la lengua, 57. La disciplina académica y la lengua. 71, La incultura popular y la lengua, 89. El libro de Abeille y la lengua, 107. El buen sentido y la lengua, 123. La lengua misma, 137. Los traductores. El traductor libre y el traductor de oído. Los repentistas del arte, 157. El traductor adornista. Una de tantas Bellas Infieles, 165. El traductor maníaco. Hijo de uno de los deslices de la crítica, 179. El traductor grafista. La mecánica como recurso estético, 187. El traductor inepto y el mal traductor. Sus vicios mayores y menores, 197. El traductor y sus enemigos naturales. Los malos escritores, 209. La traducción de la poesía. Posibilidades e imposibilidades, 219. Los diccionarios. El mal diccionario de la lengua. Sus definiciones vagas, insuficientes y contradictorias, 235. El diccionario ideológico de la lengua. Necesidad de esta obra magna, 249. El diccionario Benot de Ideas Afines. Su inutilidad práctica, 265. Los ‘diccionarios”argentinos. Un par de obras de bambolla y de impericia, 271. Las lenguas. El valor comparativo de las lenguas. Un paralelo imposible, 285. La paronomasia en la traducción. Una zancadilla del diablo, 299. Un problemita de etimología. Santiago, Diego, Jacobo, Jácome, Jaime, 313. Nuestros clásicos franceses. Sus incomparables enseñanzas, 323. Índice analítico. Temas tratados, 341. Autores citados, 347.
Este libro se acabó de imprimir el día 15 de noviembre de 1922
en la Imprenta López, calle Bolívar 535, Buenos Aires
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El libro de Abeille y la lengua
Las 428 páginas que contienen Idioma Nacional de los Argentinos por Luciano Abeille, doctor en teología, pueden dividirse en tres partes iguales, correspondientes a los tres temas que en ellas trata el autor promiscuamente: una parte comprende la exposición y análisis de los hechos confirmativos de la teoría que ha inspirado el libro; otra parte, 140 páginas, está dedicada a presentar al autor como entendido en lingüística; en la tercera parte restante hay 100 páginas de homenaje a los argentinos, y las demás las ocupan la tesis y las conclusiones. Es evidente que la obra ha sido escrita con tres propósitos: plantear y demostrar una tesis, ostentar erudición, y hacernos zalamerías; y también es evidente que, para el autor, los tres propósitos tienen una importancia igual, dado el espacio parejo que les ha dedicado. Ahora bien: para nosotros, los lectores, en este libro sólo tiene interés lo que se refiere a nuestra lengua; porque, en cuanto al homenaje, la cortesanía nos empalaga, y en cuanto a la erudición, no acostumbramos admirar la ciencia en abstracto sino la aplicación concreta de los conocimientos.
La consecuencia de esta diversidad de criterio, para apreciar el interés de las tres materias que esa obra abarca, es que el lector va salteando en su lectura las dos terceras partes de las páginas. Es sabido que el libro así leído se olvida en seguida; el autor no tiene arte para concentrar la atención del lector en un punto, intenta hacerle seguir varios caminos a la vez, perturba así su ánimo en vez de impresionarlo, y a causa de esto el lector se distrae en su lectura, sigue distraído cuando la ha acabado, y toda la vida hablará distraídamente de un libro leído de esa manera. Cuando pedimos a alguien su opinión sobre Idioma Nacional de los Argentinos, el interrogado responde invariablemente: «Hombre, vamos a ver… espere… yo le diré»… y sale del paso recordando la conclusión a que llegó Groussac, o Cané, o De Vedia, o Quesada, o Terán, o Ricardo Rojas. Salvo los críticos, nadie ha podido hacer juicio propio sobre la obra de Abeille, y la causa de esto queda dicha.
Como sería deplorable que pasara lo mismo con este estudio sobre ese libro, debo tratar de que el lector, en vez de leer distraídamente, concentre su atención en mi trabajo, en cada una de sus partes. En consecuencia, no debo adoptar el plan mixto del autor: no debo mezclar los hechos y demostraciones de la tesis con las zalamerías propiciatorias ni con las disertaciones eruditas. De modo que voy a examinar cada una de estas materias por separado, y en este orden: empezaré por lo insignificante, para seguir con lo indiferente, y descartada esta paja, trataré el grano, que es lo importante.
*
Lo insignificante es el homenaje a los argentinos, consistente en un capítulo de «Trozos selectos» y en otro sobre «Principales rasgos del carácter argentino».
Por primera vez en mi vida he visto intercalada en un tratado científico una antología destinada a texto de lectura; y por primera vez en mi vida he visto «trozos selectos» de autores no selectos, porque los elegidos no son nuestros mejores poetas ni nuestros mejores prosistas, aunque el autor presenta sus 68 páginas de extractos como muestras de nuestro lenguaje literario (p. 415). Ahora bien, ¿a qué responde esta aparatosa exhibición de ejemplos si el libro está ya profusamente provisto, en cada lugar oportuno, de transcripciones de textos de tales escritores? Responde a la intención de rendir homenaje al pueblo argentino; el autor honra en esa forma a algunos de nuestros grandes pensadores, grandes estadistas y grandes políticos, elevándolos de repente, y sin aviso previo, a la dignidad de modelos de la lengua. Esta cortesanía lo explica todo acabadamente: el título impropio y el texto innecesario del capítulo, y la incorporación del florilegio a la obra erudita.
El otro capítulo persigue el mismo fin cortesano. Tiene por objeto convencernos de que hay claridad en la inteligencia argentina, y sensibilidad en el alma argentina. La claridad de nuestra inteligencia resulta únicamente de nuestro apego a la sintaxis francesa. La sensibilidad de nuestra alma se prueba de varios modos: con nuestra afición a los diminutivos, con la dulzura de nuestro acento, con nuestra Constitución que abre el país al inmigrante, con nuestro decreto que dio la libertad a los indios, y con una de nuestras intervenciones diplomáticas en favor de otras naciones sudamericanas. En cuanto a lo primero: no se aflija el lector al pensar que, fuera de Francia y de su sintaxis, no hay en ningún pueblo de la tierra claridad de pensamiento; tal vez Abeille no ha querido ir tan lejos. En cuanto a lo segundo: es cierto, no podemos negar que somos supersensibles, pero no tanto que subordinemos nuestra inteligencia al sentimiento; por ejemplo, no estamos dispuestos a creer todo lo que se nos diga porque se nos hable con sonrisitas en los labios, guiñaditas en los ojos y palmaditas en el hombro.
En un libro de ciencia esta cortesanía es contraproducente: la zalamería predispone el ánimo contra el zalamero. Pero invito al lector a que la pasemos por alto generosamente.
*
Lo indiferente, lo que no importa al caso, en el libro de Abeille, es el despliegue que en él se hace de ciencia teórica.
Llamo ciencia teórica la que consiste en el conocimiento de las leyes naturales de un orden dado, y de sus métodos de observación e investigación; y la distingo así de la ciencia práctica, que examina hechos determinados para clasificarlos convenientemente. En un libro de enseñanza no puede haber sino ciencia teórica; en un libro como el de Abeille no debe haber sino ciencia práctica. Este libro no ha sido escrito para enseñar al lector la lingüística; su objeto es demostrar que en un caso, que el autor llama «idioma nacional de los argentinos», la lingüística ha estudiado los hechos y ha establecido su carácter. Y esto último es lo que interesa al lector, que no ha tomado el libro de Abeille para conocer leyes y métodos, principios y procedimientos.
Pero el punto de vista del autor es otro. Abeille considera que el lector no creerá sus conclusiones si antes no le demuestra que él es una autoridad en la materia. El hombre no ve que esto es inútil; que nadie lo va a juzgar por la actitud, los ademanes y los gestos, ni por la voz, ni por el tono, sino por lo que diga en substancia sobre el caso concreto. El hombre no ve esto, y resuelve hacer alarde de erudición. Al efecto, apela a estos recursos: escribe minuciosamente las definiciones más elementales; presenta como revelaciones las verdades más triviales; suelta de tiempo en tiempo una rociada de voces técnicas; otras veces sube hasta la metafísica y se pierde en las nubes del embolismo; se complace en transcribir textos latinos y griegos; hace con cualquier pretexto las más extravagantes digresiones; prueba los principios expuestos con un centón de ejemplos sacados de todos los tiempos, desde la antigüedad, y de todas las lenguas, inclusive las muertas; las autoridades que cita abarcan casi el elenco completo de las ciencias, tanto las del ramo: lingüística, filología, semántica, etimología y gramática, como las más heteróclitas: filosofía, historia natural, etnografía, antropología, historia social, biografía, geografía, sociología; y en dos ocasiones intercala dibujos geométricos en el texto. En fin, el hombre hace la ostentación necesaria para que se le tenga por otro Pico de la Mirándola, capaz de tratar de omni re scibili… et quibúsdam aliis.
El efecto que esto causa es otro: el lego suelta el libro, a medio leer, con un bostezo profundo de aburrimiento; el lingüista mira al autor con saña, como a gallina en corral ajeno; el crítico suspira dolorosamente, y procura seguir leyendo con paciencia y ecuanimidad. Pero, por benévolos que seamos, no podemos menos de menear la cabeza compasivamente cuando empezamos a notar que el autor habla pocas veces por su cuenta, y prefiere el recurso de reproducir ostensible o solapadamente páginas y páginas de escritos ajenos, y largas compilaciones hechas por otros. Y de pronto damos una boqueada de asombro al advertir que en esas compilaciones se plagia tres veces (pp. 71, 100, 114) el Vocabulario Rioplatense Razonado de Granada, y el folleto íntegro (cap. XII) de Gastón Maspero sobre el lenguaje gauchesco, dos obras a las que ni una sola vez cita Abeille en su libro. Et pour cause…
Seamos generosos otra vez, lector. Limitémonos a considerar indiferente esta parte de la obra. Juzgaremos la autoridad de Abeille cuando lo veamos aplicar su ciencia en concreto a los hechos que se propone presentar y explicar.
*
Al fin hemos llegado a lo importante. Tenemos ya ante nosotros la tesis de Abeille y sus fundamentos, los hechos que la confirman y las conclusiones de esta demostración.
La tesis… Hay que hacer una digresión por fuerza.
Es corriente comparar la lingüística con la historia natural, por cuanto su objeto es el estudio de organismos vivos: las lenguas de la humanidad. Ahora bien: en la historia natural, ciencia de observación y no de especulación, no cabe el método racional sino el experimental: hay que examinar los casos para determinar sus caracteres específicos y comunes, y establecer así el orden a que pertenecen. Este principio de lógica es simple buen-sentido: no hace falta conocerlo para aplicarlo instintivamente. Cuando un lector cualquiera, docto o indocto, toma el libro de Abeille en sus manos, espera encontrar en él esto: que el examen de ciertos hechos ha llevado al autor a descubrir que existe un «idioma nacional de los argentinos». Gran sorpresa recibe, pues, al ver que ha sucedido todo lo contrario: Abeille plantea a priori la existencia de ese idioma, fundada en razones, no en hechos; luego elige, para probarla, los casos que tienden a confirmar tal tesis, y descarta los que la desmienten… Sospechábamos ya que Abeille no era lingüista; ahora nos entra el recelo de que no es hombre de ciencia de ninguna especie.
Vuelvo al tema. La tesis de Abeille es imperativa. El autor la expone en su lengua particular, que es un castellano a la francesa, y en un estilo entre florido y declamatorio. En substancia, esa tesis se reduce a esto: «Cada nación elabora su lengua con formas especiales que son (sic) en relación inmediata con su cultura (2)… Una nación que carece de idioma propio es una nación incompleta; le es tan necesario tener una lengua que se diferencie de las demás, como le es indispensable poseer una bandera propia (3)… Es derecho inherente a un pueblo hablar un idioma especial (5)… Hay relación entre la evolución de las lenguas y la evolución de las razas… En la República Argentina se forma una nueva raza; por consiguiente, el idioma español ha de evolucionar hasta formar un idioma nuevo (35)… Negar la evolución del idioma en la República Argentina es declarar que la raza argentina no llegará a su completo desarrollo» (37).
El dogmatismo es la escuela filosófica de Abeille. De ahí su tono magistral, sus afirmaciones ex cátedra y su pontifical prosopopeya. Hay en esto resabios de disciplina eclesiástica y de pedagogía pedantesca: asoman en el hombre el seminarista conciliar y el docente autoritario. Ahora bien: puede ser que esta manera de hablar baste para convencer al lector; también puede ser que no. En todo caso, al lector le conviene tener presente, si quiere hacer juicio propio sobre el valor de esa viejísima tesis, demoledora del castellano en América, la opinión científica de un argentino eminente, que trató el tema por incidencia veinte años antes que Abeille.
Vicente Fidel López, en la interesante monografía lingüística que ha escrito como introducción del Diccionario Filológico-Comparado de Calandrelli, dice lo siguiente: «Es menester hacer una diferencia substancial entre las nacionalidades que se forman por conquista y las que se forman por colonizaciones homogéneas en tierras desiertas. Las primeras se corrompen con mayor rapidez por la ineptitud de las razas conquistadas para mantener intactas las formas puras de la lengua que se les impone; en las segundas, la homogeneidad de las razas suplantadas (colonizadoras) hace que duren con mayor fuerza y por más tiempo las leyes propias de la lengua madre».
El análisis de las circunstancias en que se produce una evolución lingüística determinada, análisis hecho a la luz de los sucesos que registra la historia de la humanidad, es lo que lleva a López a formular esa ley. Y es obvio que se funda en ella y no en un impulso sentimental, estético o patriótico, cuando, en el curso de esa misma monografía, hace este vaticinio: «Un idioma cualquiera puede desaparecer de la tierra en que se ha hablado, por conquista o por absorción, sin dejar rastro ninguno de su existencia. La conquista española ha dado la muerte a los idiomas americanos. En algunos siglos habrán desaparecido de nuestro continente, y quedará sólo el español».
En el mismo estudio López llama la atención sobre el hecho de que la lengua general que se corrompió en las colonias emancipadas del imperio romano no fue el latín clásico sino el latín popular que hablaban los soldados y los colonizadores: «una mezcla de dialectos viejos y vulgares (los italopelasgos) fundidos por el uso, que adolecían por supuesto de todos los vicios y caracteres patológicos de una baja latinidad». Doy al lector este dato para que se arme con él toda vez que algún idiomólogo quiera hacerlo llorar diciéndole que «por ley histórica» el castellano debe correr en América la misma suerte que el latín tuvo en España. No hay comparación posible entre ambos casos: el castellano llegó aquí ya formado, como lengua fija, y con literatura popular escrita; y el latín no se perdió en las colonias romanas por haber pasado a ser habla de otros pueblos en lejanas tierras, sino por la razón que apunta López, y que tiene su confirmación en el hecho de que el latín vulgar se perdió simultáneamente en el Lacio mismo, esto es, en su propia cuna, aunque en esa tierra no se había impuesto al pueblo autóctono una lengua exótica.
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Veamos ahora cómo demuestra el autor que los argentinos tenemos un idioma privativo, o un principio de tal ganga.
He dicho ya que, para confirmar esa tesis planteada a priori, Abeille no presenta toda la lengua que hablamos los argentinos sino la parte de ella que se acomoda a su idea; también he dicho que, para él, no existen nuestros mejores literatos. De modo que el autor se limita a exponer las diferencias entre el castellano peninsular y el idioma que se habla y se escribe aquí en determinados círculos; e interesado en abultar los hechos, falsea en dos formas esa comparación, viciada ya en sus raíces. En primer lugar, no tiene en cuenta el habla popular en las diferentes regiones de España; a su juicio, el castellano peninsular es el que establecen el diccionario y la gramática de la Academia, y en consecuencia toma por alteraciones fonéticas nuestras estas transgresiones prosódicos: la pronunciación sibilante de la ce y de la zeta, y la confusión entre la elle y la ye consonante, y también los metaplasmos del lenguaje gauchesco, fenómenos que se observan igualmente en algunas regiones de España; en segundo lugar, presenta como argentinas ciertas voces, acepciones y modismos que son comunes a toda la América de habla española, como reliquias del castellano colonial. Este proceder de Abeille pone en evidencia su ignorancia o su malicia.
He aquí la lista de los supuestos fenómenos argentinos; los presento en el mismo orden elegido por el autor, un orden contrario al que siguen los lingüistas cuando exponen los materiales de una lengua.
Vocabulario: 101 vocablos indígenas (p. 71); 120 nombres geográficos también indígenas (83); 4 vocablos onomatopéyicos también indígenas (100); 84 vocablos franceses (101); 84 casos de desviación semántica (114); 93 derivados (136); 23 modismos (160); 35 frases hechas (302).
Sintaxis: Nada de lo que el autor agrupa en este capítulo importa una alteración de la concordancia o de la construcción del castellano: todas son formas de expresión que violan preceptos de retórica, y que por consiguiente no se refieren al fondo de la lengua sino a la manera de usarla. De modo que nada de esto tiene que ver con la tesis, porque la manera de usar una lengua no la transforma en otra. La lista es ésta: Repetición de la preposición «de» y otras (166) de los artículos (170) y del posesivo «su» (172); sustitución del enclítico por el proclítico en el indicativo (175); de la voz activa por la pasiva (176); de los tiempos simples por los compuestos (181); de la construcción subordinada por la coordinada (190); del substantivo por el infinitivo como nombre de acción (191).
Morfología: Supresión de la e en el plural de los vocablos indígenas que terminan en a, e, i acentuadas (152). En la conjugación de los verbos, alteraciones de las formas de la segunda persona del singular de los presentes de indicativo y subjuntivo, y del imperativo (343). Al examinar esto último se advierte otra vez ignorancia o malicia en el autor. Abeille no dice que, para formar en nuestro lenguaje familiar la expresión «vos querés» y todas las demás por el estilo, nosotros no empleamos la segunda persona del singular, ni en el pronombre ni en el verbo; calla eso, y presenta «querés» como una alteración fonética de «quieres», esto es, dando a entender que nosotros decimos «tú querés» y que hemos proscripto enteramente de nuestra lengua la forma «tú quieres». A esta falsa demostración están destinadas trece páginas del libro.
Fonética: Alteraciones de la pronunciación vernácula en la adaptación de vocablos indígenas (336); sustitución de la efe inicial por hache (340); asimilación del sonido de la zeta y de la ce suave con el de la ese (340); confusión, en cuanto a la dicción, entre la elle, la ye consonante y la i en diptongo inicial de palabra (340); sonido especial de la ye consonante (340). En fin, los metaplasmos del lenguaje gauchesco (353) rebautizado por el autor con el prestigioso nombre de «lengua popular». Otra observación se impone en este capítulo, y es la siguiente. Para la lingüística, el metaplasmo no es alteración fonética sino después que ha prevalecido en el uso suplantando la forma anterior, que ha acabado por desaparecer de la lengua. Para Abeille, como hemos visto ya, toda la lengua culta ha desaparecido entre nosotros; así lo exige su tesis, y es otra consecuencia natural de ella esa elevación a la categoría de alteración fonética del metaplasmo no sancionado, simple transgresión prosódica a la que la gramática llama barbarismo. La ciencia puede tomarse todas las libertades que quiera para especular con las cosas de la naturaleza y con las cosas de los hombres; pero el sabio deja de serlo cuando permite que su ciencia se sobreponga en él a la cordura. No puede uno menos de pensar que Abeille, al querer manejar la lingüística, arma para él desconocida, se ha hecho una lesión en el cerebro. Porque al presentar así, como muestras de una lengua nueva, los vicios de pronunciación que han dado origen a los barbarismos gauchescos, este autor patrocina en nombre de la ciencia el ceceo, el gangueo, el lambdacismo y el iotacismo de los tartajosos y media lenguas, se ríe de la patología, que considera estados mórbidos el mutacismo, el rotacismo y demás formas de parafonía, y haciendo de esos vicios plebeyos virtudes nobles, proclama el supremo imperio de la lengua estropajosa.
Estos son los hechos con que Abeille demuestra su tesis. No los refiere a sus causas inmediatas, que son: el analfabetismo y la lengua trabada de los campesinos, la falta de instrucción elemental en las clases suburbanas, el descuido del léxico y de la gramática en las clases cultas, la afición servil e ininteligente de nuestros escritores al neologismo inútil y a la construcción galicada, o por lo menos, su poco acierto para dar con la preposición que une el verbo al complemento, o con la debida concordancia del subjuntivo con el indicativo y potencial. Abeille no hace tal cosa porque su punto de vista no es la gramática sino la lingüística, y por consiguiente nuestra incultura en el lenguaje no es para él deformación de cosas viejas sino creación de cosas nuevas. Obligado, pues, por su tesis sentada a priori, busca las causas remotas, como si dijéramos los primeros principios y las razones universales, de los barbarismos y solecismos nuestros; y como para la ciencia todo se rige por leyes, desde el nacimiento y la vida hasta la enfermedad y la muerte, al autor no le es difícil referir a leyes los hechos que examina. Lo malo es que tales aproximaciones de cosas extremas redundan a veces en chuscadas involuntarias, como la siguiente. Afirma Abeille (333) que, al decir «letor», «dotor», «protetor», etcétera, nuestros analfabetos «siguen la gran ley de la evolución fonética» (la de preponderancia de la explosiva); y de esto resulta que los que pronunciamos las palabras como es debido estamos contrariando torpemente las leyes de la naturaleza. Abeille procede así como el sabio ya chiflado que se opone a que se cure una enfermedad y se impida la muerte, porque «las leyes de la evolución» patológica deben ejercer su acción.
Pero no es posible llamar sabio a Abeille, ni con tales atenuaciones. De la analogía, que es un carácter, hace una ley, la de asimilación (152/6, 351) y para él, las leyes fonéticas históricas y ocasionales que rigieron las alteraciones de las lenguas romances antes de su fijación, son leyes constantes y universales, que rigen perpetuamente las lenguas de la humanidad; y de este absurdo general deduce este otro absurdo particular «los cambios en la conjugación argentina no obedecen al capricho ni a la ignorancia» (348).
En fin, haciendo así espaldas en la ciencia, el autor declara científica la corrupción del castellano entre nosotros; y después de haber proclamado con eso el derecho del morbo al organismo atacado, formula esta conclusión: «La fusión, en la República Argentina, de las lenguas indígenas, del francés, del italiano, éstas en fuertes dosis, del inglés, del alemán, etcétera, éstas en dosis menores, con el español transplantado en el Río de la Plata, fusión que ha empezado, dando por primer resultado el actual «idioma nacional de los argentinos», prepara, para un porvenir cercano, una nueva lengua neolatina el «idioma argentino» (122).
Al inmigrante residente en Buenos Aires se le han subido a la cabeza la inmigración y el antropocentrismo porteño. Este le hace ver que en el país entero se habla el galimatías cosmopolita de la gran capital; la otra le ofrece una visión beatífica; el indio conquistó este suelo en lucha con la naturaleza, el español lo conquistó luego en lucha con el indio, el argentino lo conquistó después en lucha con el español; y ahora el inmigrante lo conquistará, a su vez, en lucha con el argentino, y una lengua cosmopolita será el sello de esta conquista.
Tal es el pensamiento filosófico de Abeille, que, después de expresarlo así, vuelve a los arrumacos… ¡ah pillín!… y acaba su libro cantando en la última línea el último verso del himno nacional argentino.
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Tranquilícese el lector, que no pasará tal cosa. Si Abeille dice eso, su libro prueba lo contrario. Lo que resulta en plata de los hechos por él observados y comentados es que, para la lingüística, aquí no está sucediendo nada.
Aquí no está sucediendo nada porque las cosas que están pasando son las que han pasado y pasan naturalmente e indefectiblemente en toda lengua, desde que el hombre logró formar la primera, mejor dicho, desde que los hombres lograron formas las primeras. Toda lengua es un organismo vivo; y uno de los caracteres esenciales de los seres es esta función alternativa: asimilar elementos extraños y desprenderse de otros propios, en un cambio recíproco de substancias con el medio en que viven. ¿Qué vemos, si no eso, en la vida de todas las lenguas de la humanidad? Por esa función biológica, una lengua forma constantemente palabras nuevas, ya sean primitivas o derivadas, para designar nuevos conceptos, y mantiene sujetos sus vocablos a continuas desviaciones semánticas que les hagan seguir la evolución de las cosas representadas; y no por estos neologismos la lengua se transforma en otra. Todos los pueblos toman de otros pueblos las palabras que no tienen en su habla; y no por estos extranjerismos la lengua se transforma en otra. En todos los países se conserva a las localidades sus nombres indígenas, y no por estas toponimias la lengua se transforma en otra. Ningún idioma nacional representa el habla uniforme del pueblo entero, sino la parte común de esa habla; y la existencia de voces, acepciones y modismos regionales, de lenguaje familiar, de jergas especiales, de dialectos literarios, de verdaderas lenguas a veces, no es indicio de que el idioma nacional está por transformarse en otro. En todas las naciones hay gente ignorante y gente inculta que pronuncia mal las palabras, y escritores indisciplinados, y barbáricos, y plebeyos, que, por lógica razón, no pueden manejar la lengua sin estropearla; y no por los barbarismos y solecismos consiguientes la lengua se transforma en otra.
En primer lugar, pues, no vemos que suceda entre nosotros algo que no suceda en los demás países; en segundo lugar, no vemos que, porque sucedan esas cosas, las lenguas del mundo se estén transformando en otras. De modo que sólo la necesidad de sostener una tesis sentada a priori puede dar carácter de extraordinarios en nuestro país a los hechos corrientes en todas partes. Por eso, para Abeille, tales cosas no suceden sino aquí: sólo en este país hay neologismos, extranjerismos, toponimias indígenas, modismos regionales, lenguaje familiar, jergas especiales, y gente que estropea la lengua al hablar y al escribir. Además, para este portavoz de los idiomólogos, esas cosas, aparte de ser extraordinarias, son trascendentales; la trascendencia resulta principalmente de la influencia de la inmigración cosmopolita, factor importantísimo en la transformación de la lengua (36, 418). Pero la historia dice que una lengua ya fijada no se ha transformado nunca en otra; no ha habido conquista, ni colonización, ni inmigración que haya podido obrar tal milagro. Lo que se explica porque, en lingüística como en zoología, la evolución de los seres es una serie continua de transiciones tan insensibles como involuntarias. La creencia en las metamorfosis maravillosas, repentinas y facultativas, es una superstición del tiempo de Maricastaña. He dicho ya que Abeille no es lingüista ni sabio; debo agregar que es supersticioso.
Creen los idiomólogos que, para hacer que en este país el castellano se transforme en otra lengua, bastará cambiar las voces y las acepciones, y modificar las concordancias y las construcciones. Pero ¿existe acaso un idioma que, con vocabulario y sintaxis propios, tenga la fonética y la morfología de otra lengua? Para transformar así, artificialmente, una lengua en otra, habría que empezar por dar otro sonido a las letras y a sus combinaciones; y por buscar otras desinencias para el número, el género y el grado, otras flexiones para las declinaciones y las conjugaciones, y otras terminaciones para los diminutivos, aumentativos, despectivos y frecuentativos. Podrían los idiomólogos crear declinaciones, como en latín; hacer del artículo un apéndice del nombre, como en rumano; suprimirlo totalmente, como en ruso; adoptar un signo para el verbo, como en inglés; dar al infinitivo una terminación única, como en alemán… por ahí se empezaría a transformar de veras la lengua. ¿Qué representa, al lado de esta colosal tarea previa, el puñado de voces y acepciones, de locuciones y modismos, y de giros sintácticos que hemos introducido en nuestro castellano? Un principio, dicen los idiomólogos. ¡Bah! los edificios no se construyen abriendo y tapiando a tontas y a locas puertas, ventanas y tragaluces en las paredes de una casa ya hecha; para edificar hay que empezar por la base. Que se echen a pechos los idiomólogos la reforma sistemática de la fonética y de la morfología castellanas. Estos son los cimientos; después hablaremos de la sintaxis y del vocabulario, que son las paredes y el techo.
Dejemos en paz a la lingüística, inoportunamente llamada a diagnosticar y pronosticar a propósito del estado patológico en que los idiomólogos han puesto a nuestra lengua. Bien ha hecho esa ciencia al mandarnos un Dulcamara que hable en su nombre, para decirnos que, a fin de que se cumplan las leyes de la evolución, hay que enfermar más al enfermo hasta que muera, y para recetarnos al efecto la supresión del castellano en las escuelas, la enseñanza en ellas del guaraní y del quichua, una dosis más cargada de francés y la publicación de trozos selectos de nuestros escritores indisciplinados.
No sacrifiquemos nuestro buen sentido en aras de la superchería a que Abeille da el título de «lingüística argentina». Seamos racionales, hagamos que el sentimiento de humanidad se sobreponga a nuestra avidez de experimentos: curemos al pobrecito enfermo, pongamos a su cabecera doctores en medicina y no en teología. Váyanse los Abeille; vengan los Monner Sans, los Calandrelli, los Selva.
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A la aparición del libro de Abeille, en el mismo año 1900, cinco escritores nuestros hicieron público su juicio sobre esa obra, en este orden cronológico: Mariano de Vedia, en Tribuna de julio 30 y agosto 7; Carlos Olivera en este último número de ese diario bonaerense; Ernesto Quesada en El problema del idioma nacional; Miguel Cané en La Nación de octubre 5; Paul Groussac en los Anales de nuestra biblioteca nacional (I, 385). Más tarde juzgan también este libro Juan B. Terán y Ricardo Rojas: el primero en Estudios y Notas (1908) el segundo en el primer tomo (p. 529) de su Historia de la literatura argentina (1917). Ninguno de estos escritores estudia la obra a fondo: todos se limitan a considerar su tesis y algún detalle de la demostración; y, con la única excepción de Olivera, todos la condenan decididamente.
El artículo de Olivera no es crítico sino declamatorio; y está basado desde el principio hasta el fin en la teoría juvenil de Alberdi, repetida por De Vedia en 1889, de que el pueblo argentino, diferente del español en varias características, debe tener por eso una lengua distinta del castellano, cuyo cultivo sería una rémora para nuestro progreso. Olivera se abraza, pues, a una teoría que repudió su creador mismo, y de la que De Vedia acababa de renegar a su vez; y, parapetado en ese baluarte dos veces derrumbado, aplaude el libro de Abeille.
De Vedia, después de explicar su actitud de 1889, favorable entonces a la formación de un idioma americano, hace esta declaración «Las épocas han cambiado tanto… han variado de tal manera las circunstancias, que quien aparecía en aquellos tiempos recordados como el heraldo de la nueva lengua, probablemente estaría hoy por la antigua, amplia, buena y sonora habla castellan». Y rechaza el libro de Abeille en estos términos: «El doctor Abeille ha llegado a extremos que realmente espantan en materia de idioma argentino; y al ver la lista de ciertos argentinismos, el espíritu huye de ellos horrorizado… Consideramos literariamente malsano, e inconducente a sus fines científicos, el libro del Dr. Abeille».
Quesada niega que sean autoridades de la lengua los «diputados y ex diputados, políticos y alguna que otra vez escritores» que presenta Abeille como modelos de la literatura argentina, y llega a esta conclusión: «Ni la lengua hablada familiarmente, ni la corruptela del habla del campo, ni la redacción febriciente del periodismo pueden seriamente tomarse como ejemplos de hablistas, o siquiera como manifestaciones de la lengua de un país, vale decir, de su lengua escrita y literaria. La lingua nobilis no puede estudiarse en fuentes tan turbias, so pena de caer en exageraciones de tal calibre que produzcan estupefacción».
La conclusión de Cané es ésta: «La circunstancia especial de ser éste un país de inmigración hace más peligrosa la doctrina que informa el libro del Dr. Abeille, y más necesaria su categórica condenación. Sólo los países de buena habla tienen buena literatura, y buena literatura significa cultura, progreso y civilización. Pretender que el idioma futuro de esta tierra, si admitimos las teorías del Sr. Abeille y salimos de las rutas gramaticales del castellano, idioma que se formará sobre una base de español, con mucho italiano, un poco de francés, una migaja de quichua, una narigada de guaraní, amén de una sintaxis «toba», tiene un gran porvenir, es lo mismo que augurar los destinos del griego y del latín a la jerga que hablan los chinos de la costa o a la jerigonza de los levantinos, verdadero volapuk sin reglas, creado por las necesidades del comercio. Paréceme que, si el Sr. Abeille, a más de tener todo el cariño que muestra por esta tierra y que creemos sincero, fuera hijo de ella, sentiría en el alma algo instintivo, que le enderezaría el razonamiento en esta materia».
Groussac no se digna nombrar a Abeille ni a su libro. En su citado artículo, titulado A propósito de americanismos y destinado a exponer un método científico para la investigación etimológica, agrega al pie de una nota (p. 387) estas palabras, que resumen su juicio desdeñoso sobre esa obra: «No merece mención una rapsodia reciente, en que la ignorancia absoluta del asunto, comenzando por el castellano, toma la forma de una baja adulación al criollismo argentino».
Terán se expresa así «Si os hablo de “la manera argentina” del idioma castellano no es porque participe de la tesis temeraria y falsa del “idioma nacional de los argentinos” que pretende sustentar don Luciano Abeille, que forma este nuevo idioma, que nadie conoce, con las locuciones bárbaras de la gente rústica o la jerigonza cosmopolita de algún barrio suburbano. Esa afirmación supone el desconocimiento de la experiencia universal de que, al lado de la lengua culta, vive la lengua vulgar, en dialectos múltiples, que no destruyen por eso la unidad de aquélla, que se conserva, como observa Bréal, en la lengua escrita. Las desviaciones dialectales propias de nuestro país, como de todos los países, no fundan un nuevo idioma, desde que no impiden la inteligencia y la comunicación con otros pueblos que hablan una misma lengua clásica, como por ejemplo el castellano. Aparte, pues, de que no existe, ni siquiera es deseable la existencia del idioma argentino como un patuá pintoresco, pero pobre y local».
Rojas dice: «No en opiniones caprichosas sino en pruebas documentales y en el conocimiento de nuestras fuentes lingüísticas fundo mi disidencia con casi todos los trabajos que, hasta hoy, se ha escrito en nuestro país sobre este problema que suele llamarse “el idioma nacional de los argentinos”. No comparto en ellos ni su método ni su tendencia. Repudio un libro como el del Dr. Luciano Abeille, porque carece de sistema científico y porque fomenta las inclinaciones más barbarizantes y vanas del patrioterismo criollo».

Ernesto Quesada - La evolución del idioma nacional
Comentario a Nuestra lengua, de Arturo Costa, publicado en Nosotros, revista mensual…, Buenos Aires, año XVII, nº 164, enero 1923, págs. 5-31; y nº 165, febrero 1923, págs. 175-207. Usando la misma composición tipográfica, como solía encargar Ernesto Quesada, apareció también como libro de 68 páginas, fechado en 1922… aunque es probable que se trate de un alarde de Quesada como eficiente, pues Nuestra lengua lleva de colofón el 15 de noviembre de 1922. (Texto íntegro disponible en filosofia.org desde agosto de 2024.)
«Estudia allí [Arturo Costa: Nuestra lengua] la evolución de la lengua castellana como idioma nacional nuestro, siguiéndola a través de las doctrinas literarias de Echeverría, Alberdi, López, Sarmiento, y Gutiérrez, como dii majores, y de la pléyade posterior; ocupándose sucesivamente de la disciplina académica, la incultura popular, el hoy olvidado libro de Abeille, el buen sentido definitivamente triunfante, y la unidad de la lengua misma.» (3-4), «Sólo Pellegrini –y de él evita enigmáticamente ocuparse este libro: ¿por qué?– apoyó sin atenuación alguna la tesis lingüística del francés de marras, que quizá imaginó adularnos colgándonos el sambenito de un “idioma nacional de los argentinos” con vocablos y giros arrabaleros: pero aquel político realista, no muy dado a ahondar cuestiones líricamente académicas, obró quizá más bien por espíritu chacotón de contradicción, desde que hizo gala de apoyarse únicamente en el conocido refrán de opereta: Il grandira... de “La Perichole”!» (6), «En aquel entonces, próximo a finalizar el siglo anterior, pareció casi triunfar la tendencia del caló dialectal arrabalero, con la publicación del ruidoso libro de Abeille: en ese momento precisamente Pellegrini –con su sonada carta en El País– la cubrió con el manto mágico de su capa mefistofélica, cual si fuera el frate grigio de la ópera de Boito...» (8) «Cabalmente, con motivo de aquel libro me escribía Miguel Cané –octubre 8 de 1900– “Estamos de acuerdo: con los Abeille, los dramas criollos, el lunfardo, &c., vamos rectamente a la barbarie; hay que resistir activa y pasivamente”.» «No me consuelo de haber ignorado la existencia del “cocoliche” cuando hace algunos años escribí mi impresión sobre el libro de Abeille: El idioma nacional de los argentinos.» (30)
1927 «Momento culminante de ignorancia y pasión refleja el libro del Sr. Lucien Abeille, “El idioma nacional de los argentinos” (1900); para lisonjear el criollismo, en las proximidades del centenario de la Independencia, este buen francés hacía consistir el argentino en decir “pior”, “golpiar”, “vos tenés”, “macana”, &c. Pasma que tales boberías pudieran encontrar eco entre ciertas personas. El desconocimiento de los problemas lingüísticos es casi total entre el vulgo medio de América y España; la diferencia es que entre nosotros los debates gramaticales se resuelven en charlas descosidas de la tertulia pueblerina, y en el Plata se nimban a veces de psicología nacional o literaria. En honor de la verdad, hay que reconocer, sin embargo, que argentinos fueron quienes enterraron el ridículo libro de Abeille, que no ha vuelto a editarse más. Ernesto Quesada, en “El problema del idioma nacional” (1900), demostró que el orgullo nacional consistía justamente en conservar la lengua trasmitida por los antepasados, y que el “argentino” del Sr. Abeille era pura filfa.» (Américo Castro, “Por qué desean ciertos argentinos una lengua nacional”, El Sol, Madrid, jueves 22 de septiembre de 1927.)
Escribía Américo Castro en 1927: “el ridículo libro de Abeille, que no ha vuelto a editarse más”… pero en 2005…
No deja de ser curiosa la recuperación en la Argentina, un siglo después, de las doctrinas del olvidado Luciano Abeille y su libro. Presidía Néstor Kirchner (1950-2010) la República desde mayo de 2003, con Alberto Fernández (1959) como jefe del Gabinete de Ministros; y en junio de 2004 nombran a Elvio Vitali (1953-2008, librero y gestor cultural, peronista afín a Alberto Fernández) como director de la Biblioteca Nacional, y subdirector a Horacio González (1944-2021, sociólogo y profesor de teoría estética, desde diciembre de 2005 dirigió la BN durante una década). A principios de 2005, con fecha verano 2004/2005, la Biblioteca Nacional publica el primer número de su nueva revista, La Biblioteca, que contiene un artículo del profesor de filosofía Gerardo Oviedo, “Una aporía del patriotismo filológico: el argentinismo extranjero”, en el que, dice la revista: “Oviedo postula, remitiéndose a autores como Lucien Abeille y Martínez Estrada, que no sólo el autonomismo idiomático, sino el patriotismo serán desenmascarados por las semióticas contemporáneas como ilusiones gramaticales” (sic). Pocos meses después la Biblioteca Nacional argentina inicia nueva colección de libros, “Los Raros”, en combinación con la “oficialista” Ediciones Colihue (del psicólogo Aurelio Narvaja, dueño de esa editorial tras haberse formado en la francesa Hachette Argentina), y como primera entrega rescatan del olvido precisamente el libro del francés Luciano Abeille, Idioma Nacional de los Argentinos (Buenos Aires 2005, 456 págs, © de la Biblioteca Nacional), con estudio preliminar también de Gerardo Oviedo: “Luciano Abeille y el idioma nacional de los argentinos” (páginas 11-88).
El mismo entorno apicultor liba, tres años después, el colectivo Beligerancia de los idiomas. Un siglo y medio de discusión sobre la lengua latinoamericana, compilado por Horacio González (director de la Biblioteca Nacional bonaerense) y publicado, como es natural, por Colihue (Buenos Aires 2008, 384 páginas), donde la discutida “lengua argentina” queda imperialmente subsumida en presunta “lengua latinoamericana”. Firman los capítulos de ese libro Horacio González (que también asume el prólogo), Fernando Alfón, Gerardo Oviedo, Matías Rodeiro, Verónica Gago, Bibiana Apolonia del Brutto, Silvia Severino y Gustavo Nahmías.
Prólogo a Beligerancia de los idiomas (2008)
Vastos ciclos culturales podríamos imaginar si trazáramos estas curvas: desde la esencial Gramática de la lengua castellana para uso de los americanos de Andrés Bello, publicada en 1847, al ensoñado idioma neocriollo de Xul Solar; desde el viquiano Fragmento preliminar al estudio del Derecho de Juan Bautista Alberdi en 1837 a Radiografía de la pampa de Martínez Estrada, escrita casi un siglo después; desde los artículos, en 1828, de Juan Cruz Varela en el diario El Tiempo, a Eurindia de Ricardo Rojas; desde el curioso ensayo de Lucien Abeille sobre el Idioma de los argentinos, en 1900, a las consideraciones humorísticas de Fontanarrosa en el Congreso de la Lengua en Rosario, en el 2004; desde los clásicos trabajos de Ernesto Quesada contra las estilísticas del criollismo, a los tratos con la voz femenina en literaturas latinoamericanas como las de José María Arguedas; desde la Memoria sobre la reforma gramatical leída por Sarmiento en Chile hasta las intervenciones que inducen a la reforma de los usos gramaticales a la luz de las tecnologías de la comunicación; desde la historia del voseo rioplatense hasta los rápidos ingenios del coloquialismo en el cuño actual del habla política.
En todos estos itinerarios cabe el debate incesante sobre las inflexiones idiomáticas que definen a los colectivos nacionales, o aún más ambiciosamente, a los latinoamericanos. El debate es el más utopista que pueda imaginarse y a la vez el más pródigo de facticidad, de lazos vivos con la experiencia real. La reflexión sobre la raíz empírica del trato lingüístico con la materia cotidiana es apta para un pensamiento sobre las propias prácticas y experiencias de los hablantes que todos somos y también uno de los campos teóricos más fascinantes para encontrar la vía del sujeto, es decir, el yo que se concierta por un encadenamiento de símbolos y palabras en la facticidad de su uso diario. El tema es conocido y grandes clásicos de la crítica y de la filosofía del lenguaje lo han tratado. Aquí pretendemos un aporte que recuerda antiguas obstinaciones y porfías, revisa viejos documentos, recupera querellas ya transcurridas y señala el rumbo de una preocupación que no cesa. Esto es, la lengua como forma de vida y el idioma como individuo histórico. Estos trabajos se han realizado al amparo de la vida universitaria y su financiamiento para que pudiera existir como libro, se ajusta a las modalidades generales de un proyecto UBACyT.
Ese mismo año la colección “Los Raros” dedica su vigésima entrega y sus esfuerzos a traducir al español, bajo el título El patrimonio lingüístico extranjero en el español del Río de la Plata (Biblioteca Nacional, Buenos Aires 2008, 378 páginas, estudio preliminar de Fernando Daniel Alfón: “La exhumación de un raro: El patrimonio, de Rudolf Grossmann”, traducción y notas de Juan Ennis), un olvidado texto académico del conocido hispanista Rudolf Grossmann (Rosario 1892-Hamburgo 1980), nacido y formado en Argentina y director del Instituto Iberoamericano de Hamburgo, en el que volvía a remover en lengua germánica (Das ausländische Sprachgut im Spanischen des Rio de la Plata: ein Beitrag zum Problem der argentinischen Nationalsprache, Seminar für romanische Sprachen und Kultur, Hamburgo 1926, 224 págs.) a Luciano Abeille y el presunto “Problem der argentinischen Nationalsprache”.
Algunos párrafos de la reseña de este libro escrita por Mara Ruth Glozman
Revista argentina de historiografía lingüística, I, 2. 199-205, 2009
El patrimonio lingüístico extranjero en el español del Río de la Plata es un libro publicado en 1926 por el Seminario de Cultura y Lenguas Románicas de la Universidad de Hamburgo, con el título de Das ausländische Sprachgut im Spanischen des Río de la Plata. Ein Beitrag zum Problem des argentinischen Nationalsprache. Su autor, Rudolf Grossmann, nacido en 1892 en Rosario (Argentina) en el seno de una familia de origen alemán, fue lexicógrafo y uno de los investigadores de referencia del Instituto Iberoamericano de Hamburgo.
El trabajo de Grossmann consiste, a grandes rasgos, en un ensayo de carácter lingüístico-filológico acerca de los distintos tipos de aportes e influencias de las lenguas extranjeras europeas en la variedad lingüística rioplatense. Su objetivo central –que aparece explícito en el texto– es demostrar que, aun cuando las lenguas extranjeras hubieran producido transformaciones en el español del Río de la Plata, tales cambios no justifican la posibilidad de enunciar la existencia de una lengua argentina autónoma de la española.
Nunca antes traducido al español, el texto de Grossmann es una obra poco conocida, aun para quienes investigan en aquellas áreas ligadas al estudio histórico de las ideas lingüísticas, de las políticas del lenguaje y de los debates acerca de la lengua nacional. La traducción, edición y reciente publicación en nuestro país de El patrimonio lingüístico extranjero en el español del Río de la Plata es, en consecuencia, un acontecimiento que merece ser destacado. En primera instancia, por la riqueza que el texto de Grossmann contiene; en segunda instancia, por el gesto político-cultural que conlleva la decisión de darlo a conocer en el ámbito académico e intelectual argentino. No es un dato menor, por lo tanto, que esta obra cuyo objeto de estudio es la lengua argentina y cuyo público proyectado es el alemán –no solo por la lengua en que fue escrita sino especialmente por el modo en que caracteriza la situación lingüística hispanoamericana– haya sido publicada por la Biblioteca Nacional en el marco de su colección Los Raros, colección cuyo primer volumen fue Idioma Nacional de los argentinos, de Lucien Abeille ([1900] 2005). […]
El principal mérito del estudio preliminar de Alfón, titulado “La exhumación de un raro: El patrimonio, de Rudolf Grossmann”, es el gesto de historizar el trabajo de Grossmann, esto es, de situarlo en el marco de los debates acerca de la lengua nacional, tal como se desarrollaron en la Argentina desde el segundo tercio del siglo XIX. En este sentido, cabe destacar que la erudición con la cual Alfón encara la revisión de la controversia está puesta al servicio de una mejor y más profunda comprensión de los aspectos que Grossmann despliega. Así, Alfón retoma tópicos y ejes de los debates que, si bien no todos son explicitados en el texto alemán, están allí presentes bajo la forma de la memoria discursiva y de la evocación: son la trama que –como señala Alfón– constituye su condición de posibilidad. De esta manera, el estudio preliminar acerca al lector, quizá no familiarizado con estas cuestiones tan específicas de la historia cultural e intelectual de la nación, aquellos textos que durante los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX fueron piezas centrales del campo lingüístico-filológico de la Argentina. […]
En cuanto a la obra de Grossmann, como ya hemos mencionado, su principal interés reside en que estudia la relación entre las transformaciones producidas por las lenguas extranjeras en la variedad lingüística rioplatense. Como señala con precisión Alfón, el planteo apunta, en este sentido, a refutar la tesis autonomista de Lucien Abeille ([1900] 2005), proporcionando argumentos de naturaleza empírica y considerando en su análisis diferentes tipos de variables que intervienen en los procesos de cambio lingüístico. […]
… De esta manera, el análisis de Grossmann se centra en la lengua pero no se limita a ella: su estudio de naturaleza lingüística le proporciona un espacio discursivo en el que analizar los diversos modos de dominación cultural y/o intelectual francesa, inglesa y alemana en el Río de la Plata (también la penetración cultural estadounidense e italiana, aunque en menor medida). Grossmann destaca, en este punto, el marcado predominio del francés en los círculos intelectuales y en los ámbitos artísticos rioplatenses, comparando la situación ventajosa de esta lengua con la del alemán.
Este planteo acerca de la penetración cultural de los países europeos centrales en el Plata adquiere por momentos ribetes propagandísticos en cuanto a las posibilidades de expansión cultural alemana: por el modo en que el texto expone esta cuestión, Grossmann se muestra, por momentos, como un alemán preocupado por mejorar la situación de la lengua y la cultura alemanas en América Latina, en general, y en el Plata, en particular. Se puede ver en ello el doble anclaje histórico de la obra, al que hacíamos referencia al comienzo de la reseña: en tanto argentino e hispanista, Grossmann se posiciona como un firme defensor de la unidad lingüística del español; en tanto filólogo e investigador miembro de las instituciones estatales alemanas, Grossmann defiende la superioridad de su lengua, mostrando los intersticios mediante los cuales obtener ventajas respecto del francés y del inglés, en la carrera expansionista de los países europeos centrales. Este doble funcionamiento del análisis filológico-cultural grossmanniano se observa en la descripción de los diferentes ámbitos en los que el autor identifica una amplia presencia del aporte “espiritual” europeo: el libro extranjero, la literatura traducida, las casas editoriales, la influencia lingüística de la prensa, la visita de referentes intelectuales extranjeros y la circulación de la terminología científica. […]
Uno de los aspectos más interesantes de este capítulo es el modo en el que el filólogo explica la circulación de extranjerismos ligados al discurso político y a la prensa, destacando el papel que juegan en este plano los mecanismos internacionales de difusión de la información. Grossmann pareciera, en este sentido, introducir una voz de alerta: mediante el sistema de funcionamiento de los cables informativos franceses e ingleses, la prensa nacional puede operar como un medio a través del cual se filtran en la Argentina la terminología política y los modos de concebir la organización del Estado que dominan en Francia e Inglaterra. Subyace también en este planteo el ideologema de que la lengua en general y el léxico en particular expresan la cosmovisión cultural de la sociedad que los produce. La inclusión de los ámbitos políticos en este capítulo, destinado al análisis de la relación que entabla la lengua con las actividades económicas y la circulación de bienes materiales, resulta significativa. Puede leerse en ello una de las cuestiones que ya hemos señalado: la relación que existe en el discurso grossmanniano entre el aporte lingüístico extranjero y las posibilidades de expansión –en este caso, político-económica– de los países centrales en el Río de la Plata. En efecto, la Argentina es presentada en el capítulo III como un espacio permeable a la penetración extranjera, tanto en lo relativo a la organización política como –y más aun– en lo que concierne a las actividades comerciales y productivas.
Por otra parte, las clasificaciones y enumeraciones que Grossmann despliega en su estudio de los diversos ámbitos en los que circula el extranjerismo permiten observar los modos mediante los cuales el autor concibe la organización socioeconómica de la Argentina: los eventos de beneficencia, el movimiento obrero, la delincuencia y la prostitución, los profesionales, los espectáculos culturales, las danzas y los juegos de salón, los deportes, el comercio y la industria, el transporte y la economía rural, entre otros. En la gran mayoría de estos ámbitos, señala Grossmann, predominan los extranjerismos de origen inglés, con la excepción de la lengua de la “prostitución y la delincuencia”, en la cual el filólogo identifica una influencia de la variedad que designa como “yiddish-criollo”.
La última parte del capítulo proporciona herramientas para comprender la forma con la cual Grossmann encara la relación entre aporte extranjero –intelectual y material–, inmigración masiva y distinción de clase: para fundamentar la exclusión del italiano en la consideración del aporte extranjero, el filólogo apela a una caracterización despectiva del inmigrante italiano que tenía ya en la década del veinte una amplia trayectoria (Di Tullio 2003). Los efectos de la inmigración italiana, masiva y popular, en la variedad lingüística rioplatense son objeto en la obra de un tratamiento claramente diferenciado, pues para Grossmann involucran otro tipo de fenómeno lingüístico: las llamadas “lenguas mixtas”. A describir, demostrar la existencia de la “lengua mixta hispano-italiana” y darla a conocer ante los lectores especializados alemanes dedica Grossmann gran parte del capítulo IV, así como el apéndice que se encuentra al final de la obra. […]
Fernando Alfón (La Plata 1975) defiende en 2011 su tesis de posgrado, para obtener el grado de Doctor en Historia, dirigida por Horacio González ante la Universidad Nacional de La Plata: La querella de la lengua en Argentina (1828-1928) (xvi+269 páginas). Y la Editorial de la Universidad Nacional de La Plata publica en 2013 el libro de Fernando Alfón, La querella de la lengua en Argentina: ensayo biográfico (330 páginas).
Fernando Alfón, “Introducción” (§I a §III) de La querella de la lengua en Argentina (1828-1928) (tesis doctoral 2011)
I
La formación identitaria de la Argentina se ha erigido, en buena medida, a partir de la querella en torno a la lengua que hablamos los argentinos. En la presente tesis pretendo mostrar, en principio, que esta querella consta de dos períodos. El primero se inicia en 1828, con el ensayo de Juan Cruz Varela sobre «Literatura Nacional», y tiene sus motivos más característicos durante el siglo XIX. El segundo viene de la mano del siglo XX, con Idioma nacional de los argentinos (1900), de Lucien Abeille, y sus estelas llegan hasta el día de hoy. Abeille puede considerarse una bisagra entre la vieja forma de estudiar las lenguas –ligada a la herencia del romanticismo y a la ciencia decimonónica– y la nueva forma, de carácter lingüístico ya en sentido más contemporáneo, que en España se desarrollaba en los albores del siglo XX y encuentra en Ramón Menéndez Pidal a su patriarca. Aunque Abeille no llega a pertenecer a esta escuela, se trata del primer intento de formar un programa filológico (con gramática y léxico incluidos) para el idioma argentino.
Estos dos períodos, no obstante, tuvieron como horizonte común dilucidar –ya sea desdeñándolo, ya sea enarbolándolo– el idioma nacional, el idioma patrio, la lengua argentina... modos alternativos con que se ha aludido siempre a un mismo problema: la cuestión de la lengua en Argentina.
He compuesto la presente tesis en torno a la crónica de estas dos vertientes, que llegan, en la década de 1920, a su máxima expresión. Tomo como punto de partida el año 1828, porque es allí cuando aparecen los primeros artículos que estimo relevantes. Concluye en 1928, cien años más tarde, por ser el año más activo de la querella (cuatro libros de enorme relevancia se publican este año) [Jorge Luis Borges, El idioma de los argentinos, 1928; Arturo Capdevilla, Babel y el castellano, prólogo de Miguel de Unamuno, 1928; Arturo Costa Álvarez, El castellano en la Argentina, 1928; Pedro Henríquez Ureña, Seis ensayos en busca de nuestra expresión, 1928.] luego del cual aminora, como si se tratara de la paz que deja tras de sí el último estampido de una extendida batalla.
Presentar la tesis en términos de querella me ha permitido formular las siguientes hipótesis.
PRIMERO: Argentina ostenta –no de modo excluyente pero sí de modo singular– una cuestión (digamos también, un debate nacional) al que podemos llamar «la querella de la lengua». Bajo nombres como «idioma nacional», «idioma patrio», «nuestra lengua» &c., se ha pretendido cuestionar la identidad cultural de la república.
SEGUNDO: Es el recelo a España lo que origina en Argentina la preocupación por un idioma distintivo, por un idioma argentino, no español. Para la nueva generación de Mayo, España solo tenía para ofrecer costumbres medievales, políticas monárquicas y gramáticos casticistas, autorizados únicamente en Madrid para enseñar a hablar correcto a los americanos. Esto ocasionó que la Argentina republicana y romántica enfatizara su identidad cultural señalando no tener nada que ver con la España absolutista. Es asunto de otra discusión si el juicio que se tuvo de España (mayoritariamente adverso) es justo o no. Argentina sintió el «derecho moral» de incidir en el idioma del mismo modo que incidían los castellanos, surgiendo, entonces, esa bizarría a partir del veto puesto a España, por su pasado, por sus costumbres, por sus pretensiones de cuidado y mando de la lengua. De modo que podríamos decir que la pretensión de un idioma argentino –expresión con que a menudo se presentó la cuestión de la lengua– ha sido otra de las consecuencias de la presencia de España en América.
TERCERO: Cuando una nación atraviesa un período de gran poderío cultural y expresivo, dos tendencias antagónicas, la neologista y la conservadora, experimentan, a la vez, un momento de gran repercusión y entusiasmo. La lengua recibe, entonces, una enorme presencia de voces y giros extraños; es aquí, a la vez, cuando los puristas actúan más enérgicamente en pro de detenerlos u ordenarlos. La Argentina tuvo esos momentos: la generación del 37, la Argentina de fin del siglo XIX, las dos primeras décadas del siglo XX. La causa del idioma nacional a menudo ha resurgido en esos momentos.
II
Para nominar al libro, pude haber apelado al concepto de idioma nacional, al igual que cualquiera de sus variantes, por las siguientes razones. El concepto de idioma nacional designó, en Argentina, tanto una lengua privativa, como su contrario: la lengua común de todas las naciones de habla hispana; a menudo se empleó para referir una mera entonación rioplatense, a menudo como sinónimo de gauchesco, lunfardo, cocoliche o cualquiera otra jerga; también fue una variante de castellano y de español, como lo usa Ricardo Rojas. Muchas de las diatribas contra el idioma argentino, entendido ahora como una lengua privativa, llevan por nombre esta misma forma o formas parecidas: «idioma nacional» (Vicente G. Quesada), «lengua nacional» (Miguel de Toro y Gisbert), «nuestra lengua» (Costa Álvarez)... como si el esmero por refutar la existencia de algo no pudiera prescindir de que, al menos, ese algo tiene un nombre. Creo, por tanto, que el título La querella de la lengua en Argentina pretende ser fiel al planteamiento de estos problemas.
Uso, a menudo, el vocablo español tanto como el de castellano, indistintamente, no porque ignore la historia y diferencia de cada uno de ellos, sino porque los textos que indago preferían uno u otro. No obstante, se notará que castellano es voz que aparece más en la primera parte, mientras que español se impone al final de la segunda.
Casi la totalidad de los textos que intervienen en esta querella hablan de idioma argentino como si se tratara del idioma de toda la Argentina. Una simple ojeada a la tesis, no obstante, revelará que esos mismos textos surgen en el ámbito geográfico y cultural del Río de la Plata, o bien remiten a la realidad de esta región. He aquí un problema, pero puesto que indago en la expresión idioma nacional por las luchas que lleva inscripta, ese problema no es fácilmente resoluble, aunque puede ser delimitado. Esta irresolución justifica la construcción de un libro como el presente. Que Buenos Aires presuma que sus problemas son los problemas de la nación entera es, en buena medida, la historia de la Nación Argentina.
III
La cuestión de la lengua en Argentina ostenta una historia textual que podemos calificar como una de las más valiosas de la república, por el número de las intervenciones que inciden en ella y, ante todo, por la calidad y trascendencia de las mismas. Puesto que esta historia textual consta de varias fuentes aún dispersas o tratadas de manera muy fragmentaria, la presente tesis también pretende reunirlas, situarlas en la tradición histórica que atraviesa la cuestión idiomática y hacerlas dialogar al punto que revelen el drama cultural idiomático acaecido en la Argentina durante el período 1828-1928.
Luego de 1928, no obstante, al progresar los estudios lingüísticos, la querella en torno a la lengua sigue, aunque en menor medida, generando sucesos de cierta relevancia, como son la polémica de Roberto Arlt con Ricardo Monner Sans; la tesis porteñista del idioma recreada por Raúl Scalabrini Ortiz en El hombre que está solo y espera; las reflexiones telúricas de Ezequiel Martínez Estrada en Radiografía de la pampa; las síntesis confeccionadas por Ángel Rosenblat en distintas publicaciones periódicas; las pretensiones de Vicente Rossi de demostrar un «idioma rioplatense»; el ensayo de Amado Alonso, «El problema argentino de la lengua», que reescribirá Américo Castro en 1941, bajo el nombre de La peculiaridad lingüística rioplatense y su sentido histórico, y al cual Borges le dedicará unas páginas aún polémicas («Las alarmas del Doctor Américo Castro»).
En cuanto a la periodización que despliego en la presente tesis, advierto que existen algunos trabajos similares pero que no llegan a dar cuenta integral de la misma por los motivos que resumo a continuación.
En 1922, el filólogo Arturo Costa Álvarez publica el libro de ensayos Nuestra Lengua, primer intento de biografiar la discusión en torno a la lengua en Argentina, discusión que, para ese año, ya está a punto de cumplir un siglo. El libro es sistemático y pretende cerrar el ciclo de estudios sobre la cuestión, porque, precisamente, la encuentra perimida. Costa Álvarez ignoraba que, poco tiempo después, en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires se estaba por fundar, de mano de Ricardo Rojas, el Instituto de Filología, que encontrará como problema de la lengua en Argentina a la misma obra de Costa Álvarez, al que considerará –es opinión de la mayoría de sus integrantes: Américo Castro, Amado Alonso, &c.– un lingüista de la vieja escuela, o más precisamente, de método inadecuado. Costa Álvarez no pertenecía a la escuela de Menéndez Pidal y pagó eso con el destierro que le aplican sus colegas españoles en Argentina. Nuestra lengua, por tanto, es parte de la historia política de la lengua, no su resumen ni su juicio final.
La empresa de periodización desplegada en Nuestra lengua conmueve a Ernesto Quesada al punto que acomete una reescritura [Ernesto Quesada, La evolución del idioma nacional, 1923.] a partir de lo que considera son omisiones y distracciones de aquella. Compartiendo en lo substancial las tesis de Costa Álvarez, el ahora director de la Academia Correspondiente de la Española se pone a corregirla. Quesada aprueba en general el libro de Costa Álvarez, para luego observarlo en varias de sus páginas en particular. Quesada, como a su modo Costa Álvarez, tampoco se afilia a la escuela fundada por Menéndez Pidal y se constituye, como aquel, en un mojón más en la genealogía de textos sobre la cuestión. Cuestión que, a principios de la década del veinte, aún no conocía sus momentos cumbres.
Tres años más tarde, en 1926, y en este mismo camino emprendido por Costa Álvarez y Ernesto Quesada, el germano-argentino Rudolf Grossmann emprende un nuevo trabajo [Rudolf Grossmann, Das ausländische Sprachgut im Spanischen des Río de la Plata. Ein Beitrag zum Problem der argentinischen Nationalsprache, 1926] de historización sobre la lengua en Argentina, cuyo objetivo, a diferencia de sus predecesores, es dotar a la periodización de aspectos específicamente lingüísticos.
En 1983, después de varias décadas en donde no se registran trabajos similares, Alfredo V. E. Rubione compila una serie de escritos En torno al criollismo [Alfredo V. E. Rubione (comp.), En torno al criollismo. Textos y polémicas, 1983], cuyo texto principal es «El criollismo en la literatura argentina», de Ernesto Quesada. En su estudio preliminar, Rubione revisa desde una perspectiva de la historia política los antecedentes de la discusión en torno al idioma, pero prefiere limitarse a relevar los acontecimientos que van de 1899 a 1903, años a los cuales pertenecen los textos que recopila.
Estos cuatro trabajos, de evidente relevancia sobre el área temática que investigo, carecen, ya sea por el momento histórico en que fueron escritos, ya sea por el período específico que abordan, de una perspectiva histórica integral de la cuestión de la lengua en Argentina. Mi pretensión es, por tanto, revisar este legado textual, reordenarlo y narrarlo desde una perspectiva de la historia política de las ideas idiomáticas.
2018 «Años más tarde, la polémica volvió, esta vez de la mano de un francés radicado en la Argentina, Lucien Abeille, quien, maravillado al descubrir tantos galicismos y modismos franceses en el idioma rioplatense, hizo un estudio filológico de nuestro castellano y publicó, en 1900, el libro Idioma nacional de los argentinos.” (Claudia Peiró, “Cuando Argentina pensó en adoptar el francés como idioma oficial”, infobae, Buenos Aires, 22 de marzo de 2018.)