[ Álvaro de Albornoz ]
Un libro de Altamira {1}
Psicología del Pueblo Español
De suplemento o capitulo añadido a la Decadencia de las naciones latinas, de Sergi, califica modestamente su trabajo el autor. A mí me parece un libro de mayores vuelos y tan hermoso que hace recordar los Discursos a la nación alemana, de Fichte. Así como el gran filósofo, investigaba primero qué cosa es un pueblo y buscaba después la característica del genio alemán para determinar por fin el momento en que la tradición alemana había de enlazarse con la educación moderna y cual debía ser el sentido de esta educación, el ilustre Altamira, a quien tantos servicios debe la cultura patria, estudia ante todo el concepto de nación, discurre después acerca de lo que pudiéramos llamar, siguiendo a Fichte, exposición de los caracteres españoles en la historia, trata de inquirir cuales son las notas fundamentales de la psicología del pueblo español para precisar el punto de enlace de nuestra tradición con la cultura moderna y concluye, como el reformador alemán, encareciendo la eficacia de la acción pedagógica para la obra de nuestra regeneración y haciendo un llamamiento elocuentísimo a la juventud.
La Psicología del pueblo español viene a destruir una porción de leyendas. Una de ellas es la de nuestra inferioridad como raza, que alimenta tantos pesimismos. El Sr. Altamira, haciendo gala de una erudición asombrosa, restaura el crédito de nuestra cultura tradicional y reivindica la importancia de nuestro concurso en la obra común de la civilización. Al propio tiempo destruye la leyenda de nuestra excepcional crueldad en América, cuyo proceso sigue al través de las acusaciones de los hispanófobos que le dieron origen, apoyándose en infinidad de documentos de irreprochable autenticidad. Y así “otras muchas exageraciones o cargos gratuitos y ligeros que hacían de la nación española una excepción monstruosa del linaje humano en punto a crueldad, fanatismo, desprecio de la inteligencia, despotismo general para la civilización”.
El Sr. Altamira afirma la sustantividad del pueblo español, basada en la comunidad de lenguas, que no excluye la variedad de dialectos; en la indiscutible unidad geográfica, botánica, &c., en la unidad étnica, expresión, no de una raza pura, pero sí de una mezcla bien característica y diferenciada; en múltiples notas, en fin, observadas al través de aquella eternidad que Fichte consideraba como condición indispensable del verdadero sentimiento patriótico, todo lo cual hace que pueda hablarse con entera propiedad de un carácter español. En esto consiste precisamente uno de los méritos del libro, en cuanto se opone al exclusivismo regionalista que pretende fundamentarse en los datos de la antropología y de la sociología, declarando incompatible el amor al Estado y a las patrias chicas.
No es menos laudable el empeño que el Sr. Altamira pone en legitimar el patriotismo, apartándolo de toda exageración chovinista. No cabe negar que el elemento obrero es de lo más sano que hay en nuestra sociedad; constituyendo un “fondo de reserva” que bien puede ser considerado como una esperanza de la democracia. El afán de instruirse por él manifestado en estos últimos tiempos y la cordura demostrada en recientes acontecimientos que pusieron en conmoción a todo el país, indican que puede y debe esperarse mucho de una prudente dirección de las masas obreras y de la intervención de éstas en los negocios públicos. Pero ese elemento obrero corre el peligro de desparramar sus fuerzas en un cosmopolitismo vago que favorecen románticas aspiraciones a la igualdad. La lucha de clases, presentando como solidarios a los obreros y a los capitalistas de todos los países y proclamando la existencia entre ambos de un antagonismo irreductible, debilita, si no mata, el sentimiento patriótico, dando todo el corazón a esa humanidad que, en opinión de muchos (de Wundt; por ejemplo), es puramente una idea. En este sentido, debe ser celebrado cuanto venga a afirmar y a robustecer el patriotismo bien entendido, lo cual no impide la condenación de sus elementos anormales y de sus manifestaciones patológicas.
A tal fin contribuye el docto profesor ovetense con su hermoso trabajo, del cual debiera hacerse una edición económica, sin notas, que le diera condiciones de libro popular. Mucho convendría que corriese de mano en mano. No adula a nadie, no oculta nuestros defectos, pero no nos abruma con negros pesimismos. El Sr. Altamira cree que no es con lamentaciones como se regeneran los pueblos, ni con vanas disputas sobre lo pasado, sino “trabajando con ardimiento, con fe y constancia.”
{1} Biblioteca moderna de ciencias sociales, Barcelona 1902. Un volumen de 209 páginas, 2 pesetas.