[ Timoteo Orbe San Vicente ]
Psicología del pueblo español por D. Rafael Altamira
La Biblioteca moderna de Ciencias sociales, que dirigen los Sres. Calderón y Valentí Camp, contribuye plausiblemente al desarrollo de la cultura nacional, publicando obras de provechosa enseñanza: primero La decadencia de las naciones latinas, del eminente profesor italiano Sergi, y más recientemente la Psicología del pueblo español, del catedrático de la Universidad de Oviedo D. Rafael Altamira.
Los estudios de psicología colectiva se hallan en un periodo de iniciación, y aun ha de pasar bastante tiempo antes de que formen cuerpo de doctrina científica. El asunto es de la mayor dificultad, porque no consiste en meras disertaciones acerca de lo que un escritor piensa de un pueblo, sino en complejísimas investigaciones, que requieren la ayuda de diversas disciplinas científicas para establecer sólidamente los hechos bien comprobados sobre el genio de los pueblos y las leyes de su carácter. De la historia debiera desprenderse toda la psicología étnica, pero hasta ahora la obra de los historiadores ha reflejado con tan escasa puntualidad los hechos que no ofrece ninguna garantía para trabajos que puedan aceptarse sin necesidad de revisión ulterior.
Dentro de los actuales tanteos de psicología colectiva, precursores de una futura ciencia experimental, el libro del Sr. Altamira tiene un crecido valor por la suma de observaciones que sienta y la copiosa erudición que aporta al estudio particular de nuestra raza.
Por otra parte, el distinguido profesor de Oviedo posee plenamente el sentido científico y sabe sustraerse a toda suerte de sugestiones y apasionamientos que suelen destruir no sólo la imparcialidad de los juicios, sino hasta la exacta visión de los hechos.
El Sr. Altamira demuestra su probidad científica y su respeto a la verdad colocándose en aquella equidistancia de los extremos que aconsejaba Descartes para tener más probabilidad de hallarse cerca de la certidumbre, de suerte que no analiza al pueblo español, su historia y sus instituciones desde un punto de vista exclusivo, como es uso corriente entre tradicionalistas o progresistas cerrados, sino con un criterio de gran amplitud, legitimando lo mucho aprovechable de nuestra tradición nacional para incorporarlo a la vida moderna.
Creo que lodos los hombres cultos de España asentirán al concepto de nación y de patria que expone con la lucidez y buen juicio que son en él habituales, y asimismo a sus ideas respecto a las inconveniencias de un tipo homogéneo en las unidades étnicas, a la absorción de unos grupos nacionales por otros más «superiores». Esto de la superioridad de los pueblos es muy discutible, y desde luego debe recusarse la opinión que adjudica a tal o cual nación el título de superioridad. Cada pueblo tiene sus vicios y sus virtudes y su modalidad, y el más insignificante puede ser superior en ciertos aspectos al que a la sazón ejerce la supremacía y se nos da como modelo. De aquí provienen inconsecuencias tales como el exaltar las excelencias de la educación inglesa y abominar luego del espíritu de esa nación, como si su conducta no fuese determinada por su sistema educativo.
Son igualmente notables e inspirados en un noble patriotismo los conceptos del señor Altamira acerca de la necesidad de restablecer el crédito de nuestra historia, de ahuyentar el pesimismo de los españoles, devolviéndoles la fe en sí mismos con exhortaciones análogas a las que dirigió Fichte en sus Discursos a la nación alemana, tan decaída en 1810 y tan pujante sesenta años después por los estímulos de este gran patriota.
Nosotros tenemos también nuestro Fichte en D. Joaquín Costa, pero tenemos al mismo tiempo doce millones de analfabetos, doce millones de compatriotas sordos, inmenso desierto donde se pierde la predicación de los grandes apóstoles de la patria que ha creado el desastre.
De los cinco capítulos de que consta la obra, los cuatro primeros son propiamente estudios de psicología nacional y examen de los antecedentes que han determinado la presente situación de España, la crisis y sus remedios, y en el último el Sr. Altamira expone la forma de regeneración intelectual, la rehabilitación de la patria por la enseñanza. Claro está que esto no es sino una parte de la gran empresa patriótica que nos imponen las circunstancias, a cada uno en su esfera de acción, y siendo este punto de la enseñanza de la especial competencia del Sr. Altamira, a él dedica la última parte de su libro, obedeciendo al influjo profesional y a sus nobles preocupaciones intelectivas. A otros corresponde iniciar el desenvolvimiento económico de la nación, transformar la masa indigente de analfabetos en un pueblo activo y enérgico capaz de fortalecer la flacidez del cuerpo nacional.
Hay en este capítulo una afirmación de extraordinario valor por venir del Sr. Altamira, que es un espíritu moderno, sensato y justo: que existen en nuestro pasado obras desconocidas que pueden sustituir a muchos libros extranjeros y que deben emanciparnos en parte de la tutela ajena aspirando nuestra cultura en nuestro propio fondo y reanudando nuestra tradición intelectual, cortada tiempo ha por la opinión corriente de que en España, fuera de obras literarias, no tenemos un solo tratado que pueda enseñarnos nada, y acudimos al extranjero para todo con la natural depresión del entusiasmo nacional. El Sr. Altamira pide que se reimpriman y difundan esas obras de los tratadistas españoles para restaurar nuestro crédito intelectual, demasiado mal tratado por propios y extraños.
Elementos poco ilustrados y de espíritu estrecho, apegados furiosamente a la tradición y a las más exteriores manifestaciones de nuestra historia política, nos han divorciado del pasado quizá más de lo conveniente. El libro del Sr. Altamira tiene muchas notas confortables, y de sus páginas sale el honor nacional muy robustecido gracias a la docta autoridad del autor. Un reaccionario nos habla bien del pasado y no lo creemos, porque bajo esta alabanza vemos que aspira a imponernos las formas políticas que nos repugnan; al Sr. Altamira podemos creerle cuando nos dice que en nuestra tradición científica hay cosas aprovechables, que tenemos filósofos, economistas, investigadores originales de diversas ramas del saber, y aun precursores de grandes corrientes sociales modernas, como el colectivismo agrario, la nacionalización del suelo, que luego hemos ido a aprender en George y en otros modernos teóricos sajones.
Es gran paradoja esta de que los liberales, los hombres que tienen puesta su fe en el porvenir como el Sr. Altamira, tengan también que rehabilitar el pasado que nos ha ennegrecido y hecho odioso la pasión reaccionaria, exaltando lo más aborrecible de él, la tiranía y la intolerancia, las formas vetustas de opresión, incomparable con nuestros sentimientos de la vida moderna.
Pero las obras del talento, sean del siglo que sea, son siempre contemporáneas y ningún descubrimiento más feliz que éste de una España intelectual casi ignorada por debajo de esa España de las malas historias y de la tradición mentirosa.
El Sr. Menéndez y Pelayo ha hecho en este sentido serias investigaciones, pero su obra tiene muy limitada influencia, fuera de la minoría de bibliófilos por mantenerse lejos del calor popular con cierto desdén aristocrático. El corazón generoso y el amor al pueblo suelen ser elementos fecundantes en las obras humanas, sobre todo en estas de carácter nacional que deben estar inspiradas en principios de patriótica solidaridad: el Sr. Altamira es un espíritu más accesible y atractivo, y su obra, sin ser tan copiosa como la de aquél, es menos fría y puede ser más fecunda en efectos inmediatos para la reconstitución de nuestra fe y la salvación de la patria.