Filosofía en español 
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José Téllez Moreno

Un ministerio de cabezas
El último suspiro, si Dios no lo remedia

Cerca de un año de zozobras, de indignos atropellos, de amargos disparates, de violencias injustas, atroces, sanguinarias; cerca de un año tejiendo y destejiendo vilezas sin medida, sin tino ni concierto, todo obra y gracia de los insonrostrables gobernantes del monarca, ha sido necesario, indispensable, por lo visto, para llegar en el país de las desdichas a la constitución estrafalaria, aunque oportuna, de un ministerio de cabezas; de cabezas monárquicas mejores o peores, pero monárquicas. Formose un ramillete de cabezas, cada cual con su grupo, que bien pudiera, si no se disgregase y marchitase, satisfacer de esencias y ampliarle la orgía de encantador sibaritismo, a un olfato cansado, ñoño por su vejez, sucio por su genealogía, que la tiene como cualquier familia de más o menos, cuyo olfato desea, con bríos ficticios, seguir viviendo, seguir gozando en el regio pináculo...

Desconocemos cuando escribimos esto, si el ministerio de cabezas ha ventilado algún problema de los muchos y graves, transcendentales y difíciles, con que tropieza al subirse al pescante de la triste carroza tiranizada. Para el caso da igual. Suponemos, con todo el optimismo de un salvador anhelo, que serán ventilados. Los primordiales, por lo menos. Que no para otra cosa se han estrechado en un abrazo aunque con el hocico trasladado a la nuca, perros espléndidos de distintas jaurías. Que nos alegramos huelga el decirlo. Al fin y al cabo nuestro ideal de libertad tiene extremos cariños por la adorada patria. ¡Que la curen, Señor...!

Sin embargo, no repicamos las campanas porque en las andas nacionales se haya subido un ministerio preciso para el régimen más que para el país; y quizás para éste más que para el primero, que es obra de cristianos el no desconfiar. Ponemos, pues, un plazo al repique de gloria. Esperamos no más, para poder agradecer cuanto se haga por España.

Pero es bueno ser noble sin incurrir en candidez. Digamos otras cosas. ¿Creen ustedes a ciegas que se ha resuelto todo con este ministerio? Demos por hecho que resuelvan y en plazo perentorio, breve, rápido, el enorme conflicto de los cuerpos civiles sublevados por Cierva, lo que hay de mar de fondo en los Cuerpos armados, la obligada amnistía, tanto más justa cuanto más tiempo pasa, puesto que los sucesos, todos los lamentamos, ya abruman de razón a los caballerosos diputados del Comité de Huelga, y otros asuntos más con toda la importancia que le queramos conceder. Esto, estimados lectores, no es todo, ni siquiera una parte, de lo que España necesita para restablecerse, para medio aliviarse de la crisis aguda, en todos los aspectos internada, que soporta y padece en mengua de su honor y de su vida. Hay mucho más que resolver...

Pero esto no es lo nuevo. Harto sabido es que hay muchas cosas más por resolver en lo tocante a educación, en lo tocante a economía, en lo tocante a agricultura, en lo tocante a infinidad de cosas que son vida y compendio de la prosperidad que deseamos. Se abre el paréntesis, que hace las veces de una duda angustiosa, en diversas preguntas que no se han hecho, que no se hacen los que tanto han gozado, gozan y gozarán con la constitución del ministerio de cabezas, cosa no original en la historia española.

¿Podrán estas cabezas prescindir de programas y hacer uno común? ¿Podrán, todos esclavos de la política podrida, deshacer el pasado? ¿Romperán egoísmos, intereses creados fuertes como el destino? Porque ninguno es nuevo en el carro del mando. Todos satisficieron sus holguras, todos crearon intereses que le hicieron odiosos, porque les atendieron antes que a la nación, antes que al pueblo. ¿Cuáles serán los beneficios de semejante libertad sin albedrío...?

El auriga primero, serio de continente como de corazón; el que más vale de todos los reunidos, que es don Antonio Maura –ved si somos sinceros– obstruccionó recientemente, se opuso, decidido y tenaz, a que prevaleciese el grandioso proyecto de economía transcendental presentado al Congreso por don Santiago Alba, en el cual se gravaban sin exageración alguna –si acaso, lo contrario– los beneficios que habían obtenido por la guerra los grandes agiotistas del país. ¿Qué razón le asistía? ¿Hizo aquel mal por patriotismo? ¿Por entereza de austeridad? No. Por conveniencia meramente política, de política suya; porque se lo exigieron quienes habían de darle apoyo con que llegar de nuevo al carro favorito. Al César... Y esto sin remontarse a cosas que pudieran tacharnos, con notoria injusticia, de enemigo exaltado. Sólo un botón, si es bueno, es suficiente para muestra.

Ahora dejad a Maura, al más hidalgo y sabio de todo el cónclave de altura, y tomad a los otros. Ninguno ha gobernado, ninguno ha roto un plato, ninguno tiene otra cosa que defender como no sea al país. Vírgenes de pecados y mártires de fe un pobre Romanones y un infeliz Besada, un desdichado Prieto y el gran neutral de Dato, como también el efectista Alba y... sigan ustedes que la cuenta no es corta. Ahora, que tiene su final, su resultado: que es probable que alivien la situación pre-revolucionaria que sufrimos, que al régimen le den una tregua agradable; pero nunca, jamás, la salvación definitiva. El tiempo es elocuente...

Por todo lo creado por ellos mismos, a esas altas cabezas que forman ministerio, les falta, como al país la más rudimentaria, la educación del patriotismo a secas: abnegación, desinterés. Y si alguno la siente, que esto es ponerse a tono, la esconde destrozada por los insanos vendavales que sembrase.

No es difícil prever, que no es este el gobierno que ha de salvar a España. Puede, y es repetirlo hasta la saciedad, que disminuya, un poco, un mucho, las tristes apariencias de la presente conmoción. No pasará de ahí. No harán actos y leyes necesarios de redención valiente, porque el pasado con vista a un porvenir de cada cual se erigirá en tirano que los mate entre sí. Sucumbirán forzosamente. No habrán resuelto nada de lo más capital.

Hagan ustedes ahora profecías, que de todo un poco es bueno. ¿Quiénes vendrán después? ¿Se mofarán entonces, nos mofaremos todos de la palabra renovación? ¿No es lógico creer, que en este día, sobre los corazones nulos de los hombres notoriamente incapacitados, se alzarán hombres nuevos, libres de espíritu y de alma, que los contiene España, resueltos a librar la extraordinaria lucha, la pelea indispensable, que las altas cabezas temerán? ¿No es lógico creer, dejando franco el transcurrir de días, que el sitial encumbrado carecerá de adornos, de abalorios chillones, y que en cambio tendrá el brillo peregrino de una mentalidad esplendorosamente hispana? Es lógico creerlo y es dulcemente honrado.

Nos satisface, pues, el ministerio de cabezas. Quizás nos engañemos –y ojalá sea así, si es en bien de la patria–; pero es creencia nuestra, y lo será mientras no cambie el disco, de que el Gobierno este es representativo, es algo así, si Dios no lo remedia, como el suspiro último de lo que tanto sobra, con toda su grandeza, en los países cultos, sabiamente modernes. El tiempo es elocuente...

José Téllez Moreno