Filosofía en español 
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La cuestión del cinematógrafo y la de la moral de la calle

Pedro Sangro y Ros de Olano

Contestación al cuestionario sobre la moral del Cinematógrafo

A. No veo demasiado claro la especialidad de la cuestión del Cinematógrafo como espectáculo público y al confesarlo así sinceramente claro está que dejo aparte cuanto se refiere a las bajezas de las exhibiciones clandestinas deshonor de quienes las preparan y presencian.

Los males del Cinematógrafo son los del teatro, en general, los de toda nuestra vida pública: la incultura que todos sentimos y que tan lentamente combaten los llamados a hacerlo.

Encuentro que ese espectáculo es demasiado barato, condición que en lo social y en lo moral se presta a todo género de males. La conciencia del consumidor y la del espectador deben rechazar el género barato cuando es visto que conduce y se presta a daños morales. Como hay ya Ligas de compradores debiera haberlas de espectadores y al desearlo así, echándolas de menos, confirmo que la poca cultura del público que no procura moralizarse valiéndose de los medios a su alcance, es causa importante de lo que se lamenta.

Únase a lo dicho la responsabilidad de las llamadas clases altas que, por su frivolidad, contribuyen a la perversión del gusto estético y al culto de lo ligero, de lo que no preocupa ni hace pensar en nada humanamente hondo.

Al amparo del cine se ha desarrollado la pornografía que nada tiene que ver con él y el mercantilismo se ha aprovechado de las circunstancias. Nada es tan barato de dar al público como lo inmoral y así se le sirve accediendo a cobrarle poco, por lo que gusta a la mayoría viciosa o indiferente, inculta, en suma.

Además se nos ha dicho que en el extranjero hay público para todo, que allí nadie se ruboriza por las exhibiciones más naturalistas y que las autoridades no se creen obligadas a intervenir en los gustos de las gentes, ni éstas sufren daño alguno; antes bien la prosperidad es creciente por ahí fuera…

Y como aquí solemos imitar lo malo, admirar todo lo que pasa allende al Pirineo y no paramos a aquilatar las cosas, los unos hemos dejado rodar la bola, y los otros se han sentido europeos llevando al teatro y al Cinematógrafo todo género de excesos. Cómplice la gran prensa, que, además, agravó su responsabilidad aprovechando en ocasiones el error de las masas ignaras para sus campañas políticas.

Si quienes influyen en la opinión hubieran ayudado a la venturosa campaña, que ahora se inicia, en favor de los espectáculos sanos, fomentando sobre todo el gusto musical (instintivo sólo, en España) y el de la vida al aire libre, las cosas no hubiesen llegado a la presente situación.

En España, confesémoslo, hay pocas diversiones sanas, en el amplio y verdadero sentido del concepto y, sobre todo, poquísimas para el pueblo. Este es el único con derecho a preferir el Cinematógrafo en cuanto espectáculo barato y siendo ello así ¿tendremos posibilidad de recomendar su supresión?

Si se tratara de algo malo por esencia no habría duda posible; pero el Cinematógrafo no lo es; puede transformarse; debe transformarse, diríamos, porque cabe hacer de él, como en sus comienzos prometía, no sólo medio de esparcimiento sino instrumento muy valioso de educación popular.

Refiriéndome concretamente al cuestionario de Cataluña diré que, a mi juicio, es la conciencia moral del público lo que viene perturbando el Cinematógrafo, si bien, por repercusión, sufran los males espíritus que deben preservarse a todo trance como medida de sana política social. El lucro ha añadido a éste espectáculo el llamado de “varietés”, precisamente porque los espectadores no se contentaban con la contemplación de vistas y escenas de más o menos buen gusto y ello prueba que se da a aquel por lo que paga, lo que pide.

Difícil es que al adulto le privemos de presenciar lo que le agrada; más obligados los poderes públicos a velar por los intereses morales y físicos del niño es innegable que deben someter el Cinematógrafo a un discreto control.

Moralizando aquel, lejos de apartar al niño debe atraérsele, y en esta labor nada se hará con fruto si la iniciativa no parte de la familia misma. Cuando haya garantía de concurrencia al cine moral (incluso inspeccionado por los que deben fomentarlo) el negocio del empresario se aseguraría en detrimento feliz de los salones que cultivan la llamada sicalipsis.

Sustitutivos del cine… ¡he aquí el problema más difícil de resolver! En lo social el sustitutivo, es el todo. Se decretó el descanso dominical y las tabernas encontraron defensores múltiples e ilustres hasta que surgió un La Cierva; y si los tales lograron algún acogimiento en la opinión, fue porque ésta palpaba la falta de ocasiones y sitios de sano solaz para el obrero. Ya he apuntado mi opinión sobre la conveniencia de los espectáculos musicales y los de vida al aire libre, ambos susceptibles de ponerse al alcance de todas las fortunas y ahora anadiré que con todos sus males no encuentro que, en el fondo, sea peor el Cinematógrafo que la salvaje fiesta de toros y contra ésta apenas si nadie osa clamar. Sometidos ambos espectáculos a un control meditado (los toros ya lo están y, a pesar de eso siguen pareciéndome degradantes) opto mil veces por el Cinematógrafo.

B. Conforme en espíritu con la concesión al maestro de jurisdicción sobre las calles que circundan su escuela para la limpieza moral de las mismas evitando así corrupción de los niños y las perturbaciones que sufre su sacratísima labor educativa, podría (la materia se presta), divagar sobre la misión del maestro, el peligro del arroyo &c., pero prefiero ser sincero, dar por supuesta la importancia del problema y atenerme a la realidad.

Nada exige tanto sentir y practicar el conjunto de deberes que entraña la ciudadanía como el ejercicio de jurisdicción. ¿Están los maestros (salvas contadas o múltiples excepciones, si se quiere, y muy honrosas) a mayor altura en general que el público de la calle siempre impulsivo, sentimental y frívolo? ¿Hay en nuestro país{1} valor cívico suficiente para ejercer la obligación (como tal y no como derecho ha de considerarse) de denunciar? ¿Y para los sinsabores que lleva consigo la tramitación de la denuncia?

Puedo hablar en este punto con alguna autoridad. He pertenecido al organismo administrativo encargado de realizar los altos ideales de nuestra ley de protección a la infancia, que, entre otros generosos preceptos, contiene los relativos a facilitar las denuncias y querellas por actos contra la integridad física y moral de los niños. Al efecto se facilitan, con todo género de garantías, unos carnets que identifican la personalidad del denunciante asegurándola el apoyo de las autoridades. Pues bien, puedo asegurar, en primer término, que la proporción de las que solicitan el carnet es mínima; que de los que lo poseen, apenas una quinta parte lo usan y que, no pocos, se valen del documento para entrar gratis en el teatro, viajar ídem, en los tranvías y cosas parecidas. ¡Honor a no pocos que han dado por el contrario ejemplo de virtud ciudadana y amor a los niños y a quienes quiero guardar los respetos que merecen!

Mi desconfianza, repito, no va contra la idea, antes bien consideraría eficacísimo aquel procedimiento que otorgando jurisdicción mancomunada al maestro y al padre de familia para la neutralización de la calle lograra estimular a unos y otros, particularmente a los padres de familia que son los que deben intervenir en estos problemas más activamente en consonancia con la responsabilidad grande que sobre ellos pesa y que no parecen hasta ahora comprender demasiado.

Pedro Sangro y Ros de Olano
De la Sección Española de la Asociación internacional para la Protección legal de los Trabajadores.

Madrid, Noviembre 1911.

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{1} Hablo del nuestro porque es el que conozco, no en sentido de inferioridad.