Filosofía en español 
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[ Charlie Chaplin ]

Charlot habla de Charlot

¿Quién no conoce hoy día a Charlot, el extraordinario cómico americano –que por cierto es inglés– y que por aclamación universal ha merecido el nombre de “Rey del cinema”? El mismo nos cuenta en estas páginas, con tanta modestia como gracia, la historia de sus comienzos artísticos. Es muy curioso saber cómo ha ido poco a poco y por grados componiendo un tipo grotesco: el rostro asombrado, el andar atáxico, los zapatos enormes y todo lo demás. Pero dejémosle a él mismo que nos conduzca a las interioridades de su arte...

¿Cuáles fueron mis comienzos en el cinema? ¡Qué lejos está ya eso! A decir verdad, yo no creía entonces ni en el desarrollo ni en el éxito de esta industria, y en lo que menos pensaba era en dedicarme a ella por todo el resto de mi vida.

Por supuesto, en aquella época el cinema estaba considerado hasta por los más hábiles operadores como un oficio sumamente eventual y como una de esas maneras de vivir de las que no se puede sacar gran provecho. Nadie podía entonces figurarse que acababa de nacer el mayor pulpo del mundo y que en poco años se convertiría en un gigantesco monstruo de cien cabezas y de mil brazos capaz de extenderse por el universo entero.

Mi primer papel

Debuté, absolutamente por casualidad, en Los Angeles, que en los primeros días del cinema fue el único centro de producción de films. El mundo de la pantalla califica a Los Angeles de “cuartel general”, como el mundo del teatro habla de París, de Londres y de Nueva York.

La compañía Keystone me proporcionó, al aceptarme, ocasión de practicar, y tuve la suerte de poder adquirir la experiencia que necesitaba para poner en ejecución ciertas ideas que maduraba mi cabeza. Tenía por compañero, cuando trabajaba en el taller de Keystone, a Alberto Austin, que aun forma parte de mi compañía, y que salió conmigo de Inglaterra para hacer un primer recorrido por los Estados Unidos. Después, en 1911, emprendimos otra tournée y aquel año firmé el primer contrato serio en el cinema.

Austin y yo salíamos en un vaudeville grotesco de Fred Karno, titulado Una noche en un music-hall de Londres. Mis honorarios se elevaban a diez libras por semana, con las cuales tenía que pagar el hotel.

En aquella payasada me repartieron un papel de vagabundo. Yo tenía que estar titubeando sin cesar durante toda la película, y por primera vez pude apreciar el efecto de irresistible comicidad que producía en los espectadores por la manera de arrastrar los pies, de dar saltitos con una sola pierna y de andar como un hombre atacado de ataxia locomotriz. Mis compañeros creyeron que había encontrado un “filón”, y la verdad es que la cosa nunca dejaba de suscitar la risa.

Empecé a calzar verdaderas “fragatas” aconsejado por Austin, a quien se le ocurrió que de este modo mi manera de andar, iniciada en la primera exhibición, se acentuaría aún más. Esta clase de pantomima no tenía, que yo recuerde, ningún nombre especial. Consistía en un pot pourri de movimientos. Recuerdo que yo pescaba una sarta de salchichas con mi bastón, que el carnicero me perseguía hasta echarme de la pantalla. Figuraban también algunas mujeres en el argumento; pero mesería completamente imposible recordar de qué se trataba en realidad.

Cuándo empezó a reír el público

Esta fue la primera escena cinematográfica en que yo salí. Me sugirió muchas ideas. Durante una semana estuve observando en diferentes públicos el efecto que este film producía. Mis desmesurados pies y mi bastoncito de cayada provocaban siempre una risa estrepitosa. Me pareció que el sombrero Derby que yo llevaba también hacía su efecto.

Es sabido de todo artista de teatro o de cinema que jamás debe despreciarse un gesto o un efecto que provoquen la risa. Así hice un catálogo mental de todos los que habían llegado a este resultado, y me las ingenié para encontrar otros efectos nuevos. Los pantalones demasiado largos son un resultado de esta observación, así como el corto chaquet con faldones diminutos. El actual Charlot no es un personaje que haya salido al mundo de repente. Se ha ido formando poco a poco, por grados; pero desde hace uno o dos años no ha cambiado nada, porque el público, desde el instante en que ha adoptado a un tipo, siente repugnancia por todo lo que pueda modificar la idea que de él se ha formado.

Charlot dejaría de ser Charlot si apareciese en la pantalla con actitudes nuevas y variadas con demasiada rapidez.

Mi amigo el público no exige de mi más que verme en los papeles en que le he gustado, de una vez para siempre.

He hecho varias veces la prueba. Un día cometí el error de presentarme tal y como soy, al natural, con mi traje de calle... Produje un efecto tan deplorable, que no lo olvidaré jamás.

¡Esto es hacer carrera!

Los honorarios de mi primera semana con Keystone se elevaban a 25 libras; pero ocho días después, el sobre en que me remitieron la paga contenía 30; ante aquella suma empecé a comprender que yo no carecía de mérito.

En los orígenes del cinema el público no era nada exigente. La gente se quedaba satisfecha con tal de ver mucho movimiento en la pantalla. ¡Era una novedad tan grande ver moverse en un cuadro perros, gatos, gallos y gallinas!...

Por esto, durante los primeros meses no había nada que no pareciese maravilloso. Pero no tardó la gente en cansarse de ver simples cuadros en la tela y exigir un argumento, como en el teatro, una intriga y una historia cualquiera. Por mi parte creo que la representación animada del cinema requiere más arte realista que la representación hablada del teatro.

Al cabo de una colaboración de dos años o de dos años y medio con la compañía Keystone, hice tratos con la de Essanay. Firmé entonces con el presidente de la “Mutuel Field Corporation”, John R. Frenler, un contrato por el cual tenía la obligación de representar doce obras al año con un sueldo de 134.000 libras. ¡Era una verdadera fortuna!

Sin embargo, no perdí mi sangre fría al poner la firma en semejante contrato. Sabía que debía todo aquel dinero al buen éxito de mis gestos cómicos; pero al mismo tiempo no podía convencerme de que yo pudiese valer tanto dinero. Recuerdo que hice esfuerzos para recordar los nombres de las instituciones benéficas dignas de interés, a las cuales podría dar parte de aquella fortuna tan grande que podría trastornarme el juicio; pero no tardé en convencerme de que me había alarmado tontamente: todas las instituciones benéficas llevaban las señas de mi casa.

J'y suis, j'y reste

¿Por qué he seguido dedicándome a lo cómico? Pues por la sencilla razón que expuse antes. ¿Se puede concebir un Charlot trágico? Mí público, desconcertado, me silbaría y yo dejaría de valer 134.000 libras al año.

Una o dos veces he probado a hacer melodrama. Cada vez que me presento despojado de mi traje habitual, es seguro... me dan un pateo.

Así, pues, todo es inútil: soy un prisionero de mi reputación.

Lo extraño de mi éxito es que éste se ha basado en una cosa que no parecía en modo alguno viable. Ese modo de arrastrar los pies y el modo de andar atáxico lo tomé de un viejo tratante en caballos, de Londres. Ese pobre hombre tenía la desgracia de andar de este modo tan ridículo, que yo imité y que me divertía remedando para hacer reír a mis amigos. Al hacerme artista de cinema, trasladé mi gracia del dominio privado al dominio público. En esto consiste todo mi secreto. Si yo no hubiese visto a ese pobre hombre, seguiría trabajando aún por 20 libras a la semana en los vaudevilles. ¡Sería un cómico de la legua!

Conforme van las cosas, creo que seguiré indefinidamente en el cinema. ¡Es demasiado bueno para mi!

Charlie Chaplin,
alias Charlot.