Filosofía en español 
Filosofía en español


Juan Cebrián Cervera
Excmo. Sr. D. Juan C. Cebrián
Arquitecto “Honoris Causa”

Homenaje a D. Juan C. Cebrián
Discursos de D. Modesto López Otero y D. Manuel Martínez Ángel


Biografía leída por don Modesto López Otero
en la Academia de Bellas Artes de San Fernando con motivo del homenaje a D. Juan C. Cebrián
[ Madrid 22 de Junio de 1933 ]

Creemos muchas veces que un libro, el que necesitamos precisamente, llega a nosotros de modo providencial, como un árbol o una fuente en el árido y trabajoso camino. No paramos a pensar por qué lo han colocado allí, por qué nos espera o viene en nuestro auxilio. Todo lo más, agradecemos a quien lo puso en nuestras manos, conformándonos con saber su nombre, no distrayendo la tarea en averiguar las hondas intenciones del bienhechor.

Así, los favorecidos por la generosidad de D. Juan Cebrián, a la cual debemos una buena parte de nuestra calidad profesional, y por la cual estamos al tanto de la actualidad de nuestra técnica, sin leve retraso en su gran movimiento, conocemos solamente su nombre, y algunos, muy pocos, apenas una breve noticia de su personalidad. Al contemplar todo el bien que ha prodigado sobre dos generaciones de arquitectos, nadie se ha preocupado todavía en considerar la importancia de su consecuencia, ni menos la grandeza del propósito que lo ha engendrado, propósito al que ha sometido toda su vida y una buena parte de su fortuna. Tal es la contribución a un oportuno crecimiento de la cultura de nuestro país, y más concretamente, a la elevación, hasta un nivel insospechado, de cierta actividad profesional, análoga a aquella en que se ha desenvuelto su propia vida de trabajo: vida singular por lo inteligente, eficaz y honrada; curiosa por su origen; ejemplar por las nobilísimas aspiraciones que la guían.

Me ha parecido oportuno, en esta ocasión de solemne y merecida manifestación de gratitud, colectiva y oficial, dar a conocer a los compañeros y discípulos, que seguramente la ignoran, la vida de este gran español de nuestro tiempo, disciplina a un propósito, dichosamente logrado, revelándola brevísimamente, ya que no pueda ser de otro modo, aunque su magnífica sencillez y su espléndida transcendencia merezcan un buen libro y un mejor narrador.

Me ha parecido el mayor homenaje a D. Juan Cebrián éste de contar su vida, protegida hasta ahora de los curiosos por el centinela vigilante de su modestia, que yo he sabido burlar y que, seguramente ofendida, está dispuesta a disculparme.

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Don Juan Cebrián es madrileño. Nació en una casa del viejo Madrid hace ochenta y cinco años, el día 24 de agosto de 1848.

Su infancia y su juventud fueron guiadas, conjuntamente, por la ternura de la madre y el recio carácter del padre, aragonés y militar.

Bélico era también el tono de la época. España estaba gobernada por generales y entusiasmado con los éxitos de la guerra de África. La decisiva voluntad paterna y la sugestión del hogar y del ambiente, más que su poca marcial inclinación, empujaron al joven Cebrián, de natural pacífico, hacia una Escuela militar. De éstas, escogió la más técnica, e ingresó en la Academia de Ingenieros de Guadalajara con una curiosidad infinita de ciencia y con un intenso y sano amor a la patria, aprendido en la sencilla devoción familiar. Alumno bien considerado y calificado por su disciplina y aplicación, recibió el real despacho y entró en el Ejército en los días tormentosos que preparaban la revolución del año 68. Se le encuadró en el segundo regimiento de Ingenieros, de guarnición en Madrid. Muy pronto el teniente Cebrián, siempre correcto y concentrado, se apartaba más de los que estas cualidades exigían, de la bulliciosa compañía de sus camaradas. Una acentuada gravedad dominaba su persona. Las guardias al regente Serrano y las guardias del cuartel se consumían en avivar una invencible obsesión, que no era otra cosa que un gran desencanto.

Los estudios de la Academia habían iniciado al joven ingeniero en los grandes problemas de la ciencia aplicada, pero el ansia de saber y la esperanza de su fecunda aplicación quedaron prisioneras en la faena estéril de un servicio, a su modo de ver, intrascendente, poco propicio además, en aquel tiempo, a la ampliación racional de sus conocimientos.

La energía acumulada en el firme carácter heredado determinó su resolución. El teniente Cebrián decidió divorciarse de las armas y pidió la licencia absoluta para consagrarse libremente y de un modo exclusivo a los trabajos de la ingeniería pura, en un aprendizaje más amplio primero, en una actuación noblemente provechosa después.

La importancia de esta decisión, tomada tan espontáneamente, sin sugestión ni consejo ajeno, prueba la calidad de su temperamento. Para estimarla debidamente hay que tener en cuenta además la lucha entablada en su conciencia, la recta conciencia que nunca le ha abandonado. Tenía de aquella sociedad una visión clara y cierta: era pobre, atrasada y, por lo tanto, poco apropósito para encontrar el acomodo de sus aspiraciones, y decidió emigrar...

En esta lucha triunfó al fin la consideración de que ello no significaba otra cosa sino que el sentimiento de la patria se desviaba del juramento prestado de dar por ella la vida, dirigiéndose a emplearla en su enaltecimiento por el trabajo. Tan profunda era la convicción de este propósito y tan intensa la fe en conseguirlo, que Cebrián arrastró con tal decisión a su grande y eterno amigo, el alférez Eusebio Molera, el cual solicitaba la absoluta al mismo tiempo que aquél.

Había entonces mucha pasión y muy poca competencia para comprender lo que el proyecto de los dos amigos significaba. Los jefes lo calificaron de necia aventura. Hasta el Ministro de la Guerra intervino, tratando de disuadir a los aventureros oficiales, quienes supieron resistir a la autoridad y el prestigio de los consejos del general Prim, no por ello, ciertamente, superiores ni más fuertes que las súplicas de sus familiares.

Apuntaba en Alemania una época de intenso desarrollo industrial, y hacia Alemania dirigieron sus intenciones; pero no sé qué impedimentos cerraron este camino de Europa. Ante la nueva dificultad, con enérgica decisión creciente, variaron de rumbo, orientándose hacia otra nación también en prodigioso crecimiento. Y embarcaron en 1869 –a los veintiún años– para los Estados Unidos.

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Van a América a una empresa inteligente, llevando un elevado ideal y alguna ciencia, grandes ilusiones, poco equipaje, muchos libros: los libros que han de engendrar la biblioteca Cebrián-Molera, la que, andando el tiempo, ha de ser la más importante de San Francisco de California.

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Desembarcaron en Nueva York. Como los escasos medios materiales exigían apremiantemente una colocación, tanto como la impaciencia de poner en marcha su impetuosa actividad, ingresó Cebrián en cierta Empresa de construcción de maquinaria, aceptando una plaza de delineante, aunque por poco tiempo, pues este humilde empleo no satisfacía sus impacientes aspiraciones, y siguiendo el consejo de los letreros que por entonces inundaban las calles de la gran ciudad “Young Man, go West”; como su voluntad y la de su amigo eran lo suficientemente fuertes para, continuar sin desmayo la aventura, al Oeste se fueron. La joven ciudad de San Francisco, apenas surgida del humilde poblado de Yerba Buena, acababa de sufrir una de las muchas conmociones sísmicas que la han destruido. Pensaron que no sería difícil encontrar en la reconstrucción un provisional acomodo.

Ya en California, se colocaron en la oficina de los Faros del Pacífico; el trabajo era monótono y poco importante; no conforme Cebrián, decidió abandonarlo.

Una de las disciplinas de la Academia Militar que habían despertado su interés era el estudio de los ferrocarriles, que  apenas en España habían empezado a tener aplicación. En cambio, en los Estados Unidos estaban en pleno auge las empresas ferroviarias de construcción. Si Inglaterra es la madre de los ferrocarriles, Norteamérica es el país de su desarrollo. En 1828 se iniciaron con 37 kilómetros; por aquellos días de 1870 existían ya 84.000. Se sabe que en el día de hoy el valor de la red federal alcanza la cifra casi astronómica de 250.000 millones de pesetas.

En aquel furor ferroviario no le fue difícil a Cebrián ingresar en la gran Compañía del ferrocarril del Norte de California, esta vez con más suerte, pues aunque sirvió primeramente en un puesto subalterno, bien pronto se revelaron las virtudes del joven ingeniero, inteligente, disciplinado e infatigable y con una extraordinaria conciencia del cumplimiento del deber, por todo lo cual fue situado en las oficinas centrales para la muy elevada tarea de acoplar, coordinar y corregir los estudios que del campo iban llegando.

Esta nueva existencia de Cebrián era dichosa. Su trabajo estaba bien recompensado y, lo que era más importante, su técnica se enriquecía asimilando lo mejor y más nuevo en el contacto con sus jefes ingenieros, al mismo tiempo maestros y camaradas. Sin embargo, un día la suerte le abandonó. Quebró la Empresa, y no hubo otro remedio que lanzarse a trabajar independientemente.

Es extraordinario lo que en aquella época y a sus años significa organizar y sostener, en medio de grandes competencias, una oficina de esta clase. Llegaron, sin embargo, abundantes los estudios y las realizaciones de puentes, de caminos, de obras hidráulicas, de trabajos de agrimensura. Pero, sobre todo esto, Cebrián sentíase arquitecto. Dotado de gran sensibilidad, las iniciaciones en la arquitectura, aumentadas autodidácticamente, le permitieron lograr construcciones discretas, de buen gusto. Tal, por ejemplo, la más importante: la primera iglesia española de San Francisco, erigida con el mismo celo que las antiguas misiones californianas. Cuando en 1906 un terremoto destruyó el templo, Cebrián lo reedificó, en gran parte a costa suya, aún más suntuoso. Otros edificios particulares y públicos y problemas de urbanización crea y resuelve en el período de crecimiento de la ciudad de San Francisco, cuyo intenso desarrollo se debe a una legión de hombres competentes y activos, entre los cuales él es eminente.

Cebrián laboró de este modo durante mucho tiempo, intensamente, provechosamente. Fuera del trabajo comprometido, aún le quedaban horas libres para emplear el ingenio en imaginar y patentar las cosas más diversas: dispositivos de motores eléctricos, de aparatos telefónicos, inventos útiles, o simplemente curiosos, algunos de los cuales han sido perfeccionados o aplicados muchos años después.

Poseedor Cebrián por naturaleza de una firme voluntad y de una viva inteligencia, clara y flexible, aumentando constantemente la técnica apropiada, nada tiene de extraño que tales fuerzas, actuando en ambiente propicio, dieran magníficas resultantes: prestigio, firmeza y confianza en su destino.

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Sin fatiga del espíritu, a pesar de la dura brega, llegó la edad madura y, con ella, el bienestar y el descanso. Bien atendido el presente del hogar, tan español como todo lo que Cebrián preside, y asegurado su futuro, la prosperidad material permitiole comenzar a cumplir la misión hacia la cual una secreta fuerza interior desde tanto tiempo le empujaba: conquistar en Norteamérica espíritus para España, dando a conocer sus valores y haciéndola así apta para ser estimada por aquel gran pueblo.

La empresa comenzó por la creación de Bibliotecas de historia, de literatura y de arte; tarea sometida a un exquisito cuidado y a una acertada selección.

Así fundó la Biblioteca española de la Universidad de Berkeley, que por el incesante donar ha excedido ya de los 25.000 volúmenes, costeando además su magnífico catálogo. Lo mismo que en Berkeley, en Stanford fundó otra con más de 5.000 libros, y otras también, especiales, en determinados centros, como en el Museo Metropolitano de Nueva York y en el Instituto de Arte, de Chicago. Extendiéndose a lo popular, fundó la parte española de la gran Biblioteca de la ciudad de San Francisco.

Conjuntamente con esta fecunda siembra, pensionó a artistas e investigadores para estudiar en la España misma las raíces de su arte. Y creó el instrumento de todo esto, estimulando y protegiendo la enseñanza de nuestro idioma en cátedras de literatura y lengua castellana de numerosos establecimientos docentes.

En unión del prestigioso Mr. Archer M. Huntington, el más prominente de los hispanófilos mundiales, fundó en Nueva York la “American Association of Teachers of Spanish”, con más de 5.000 profesores, que han contribuido poderosamente al desarrollo de nuestro lenguaje en los Estados Unidos.

Al afán de ver y de saber, que nunca le abandona, se agrega ahora el de completar la educación de sus hijos. De 1894 o 1904 viaja por Europa. El final de este gran viaje lo reserva a España, disponiendo así del tiempo y la calma necesarios para enjuiciar de su estado.

Como todas las almas escogidas para hacer el bien, la de Cebrián ha sufrido grandes amarguras. Una de ellas es en 1898, el año de la guerra entre las dos naciones que tanto ama, precisamente ausente de ambas. La que más quiere, la preferida, está abatida y atrasada, y el atraso se le aparece más doloroso al compararla con las naciones que acaba de visitar. Para contribuir a la disminución de tanta desdicha como se le revela a los treinta años de su emigración, comienza otro aspecto de su filantrópica labor: difundir entre nuestra juventud, en todo lo que es posible, lo más sólido y reciente de la cultura universal.

Un día asiste en el Ateneo de Madrid a una lección de cierto curso de Lampérez sobre arquitectura cristiana. Le acompaña otro bienhechor de nuestra Universidad, D. Gregorio del Amo. Allí saluda al ilustre maestro, que acaba de ganar el concurso Martorell con su célebre obra, de la cual, en el acto, D. Juan se erige en protector, editándola espléndidamente. Pocos días después conoce también y cimenta una gran amistad con el inolvidable D. Ricardo Velázquez, director entonces de la Escuela de Arquitectura.

Al visitar nuestra Biblioteca, asombrado de su pobreza, se propuso hacerla crecer, hasta convertirla, en cantidad y calidad, en una de las más importantes del mundo en materia de arquitect11ra. Así la estimamos, y así lo reconocen cuantos colegas extranjeros la visitan.

Pero lo que seguramente ignoran ustedes, compañeros y estudiantes que la usan en su diario provecho, es, dentro del gran propósito, su origen, surgido del más puro amor paternal. Cuidaba celosamente D. Juan de la formación espiritual de uno de sus hijos, destinado a la arquitectura; con exquisitos cuidados y merecidas ilusiones creaba para él una selecta biblioteca. Malogrado el hijo, la legó a nuestros jóvenes, acrecentándola y cuidándola como una ofrenda constante a su memoria. Así, cuando escoge, hojea y compara los libros al adquirirlos, o cuando luego vigila su ordenación, los acaricia emocionado, poniendo en sus manos lo mejor de aquel gran afecto que nos transmite, y que nosotros debemos recibir con filial gratitud.

Él cuida de nuestra Biblioteca con celo inteligente. La visita con admirable constancia, enterándose del número de sus lectores, sufragando los gastos de encuadernación y publicación de los catálogos. Se informa de la preferencia en la demanda de libros, anotándolo para su estudio y consecuencia.

En sus frecuentísimos viajes a California, pasa por París o Londres y Nueva York, y aunque solamente se detenga en estas ciudades breves horas, siempre dedica unas cuantas a visitar las casas editoriales o librerías, enterándose de las novedades, que examina, selecciona y adquiere, o mantiene con ellas correspondencia constante con el mismo fin. En toda esta faena, para él tan grata, le acompaña el recuerdo de su querida Biblioteca y de sus jóvenes lectores.

Es extraordinario el criterio que preside esta selección, por lo justo, preciso y moderno. En nuestra Biblioteca –que es decir la Biblioteca Cebrián– no falta nada de lo que convie11e a una formación actual del arquitecto. Todos sus volúmenes, libros, folletos y revistas, que se acercan ya a los seis mil, son útiles, algunos preciadísimos, constantemente consultados por los alumnos. Puede decirse que una gran parte de la excelente calidad de nuestros jóvenes arquitectos se debe al criterio del bien orientado selector.

Es tan acertado su sentido, de verdadero pedagogo, avalorado por la experiencia y por una intensa cultura, adquirida en tantos años de lucha, de observación y de estudio, que difícilmente podría dudarse de la oportunidad y de la utilidad de cada uno de sus tomos o suscripciones, con los que casi diariamente nutre nuestra Biblioteca. Y no solamente a ella, sino también a las de otros centros y corporaciones, como las de la Escuela hermana de Pintura y Escultura, la de Ingenieros militares, las de las Academias de Madrid. Y no olvida, en su afán difusor, las Bibliotecas populares, que obtienen del generoso donante los libros apropiados para su función. Los libros donados por Cebrián aquí y allá rebasan, señores, de este número extraordinario: doscientos mil.

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Paralelamente, conjuntamente con esta magnífica labor, su atención está alerta para situar debidamente todo lo que suponga un recuerdo en beneficio de España. De tal aspecto de la generosidad de Cebrián podrían contarse numerosos hechos y detalles. Por ejemplo: Visitando un día cierto seminario católico americano observó en sus claustros o galerías fotografías de grandes monumentos religiosos de Europa. Faltaban allí los españoles, e inmediatamente encargó, logrando colocarlos preferentemente a los demás, una espléndida colección de grabados reproduciendo nuestras iglesias y catedrales. Otra vez costeó las vidrieras de un templo erigido a la memoria del célebre misionero, el dominico Alemany, obispo de ambas Californias, sólo para que una cosa española, el nombre de Vich, patria del prelado, fuese el tema fundamental de la composición.

Le obsesiona el prestigio y la gloria de España, empleando para su elevación o reparación grandes cantidades. En unión de su inseparable Molera costeó el monumento al Quijote en el Parque de San Francisco, y el busto de Cervantes en la Universidad de Berkeley.

Este monumento, obra del escultor José Joaquín Mora, hispanoamericano, de Nueva York, hijo de españoles, representa el trío inmortal de la literatura española, y enseña el valor que España va adquiriendo en la civilización moderna, y es un gran honor que los Estados Unidos han tributado a España. Convendría, pues, tener una copia del valioso monumento en Madrid, en el Museo de Arte Moderno, por ejemplo. (Y el Sr. Cebrián está dispuesto a presentarlo como donación a dicho Museo en una hermosa copia.)

Compró y tradujo la obra de Lummis, Los exploradores españoles del siglo XVI, la historia justa y magnífica de la conquista, regalándola a un editor para que la publicase y adquiriendo después miles de ejemplares para repartirlos entre nuestros estudiantes, universitarios y militares, que a todos debe interesar y enorgullecer este antecedente de la raza. De la edición inglesa de este libro difundió más de 40.000 ejemplares por los Estados Unidos, Inglaterra y Canadá. Lo mismo hizo con la obra de Juderías, La leyenda negra. ¿Cómo puede valorarse, hasta dónde estimarse tal labor?

Porque el medio material, el caudal de D. Juan Cebrián ha sufrido altas y bajas, últimamente mermas considerables. La crisis mundial ha afectado y resentido su economía: sin embargo, teniendo como tiene numerosa familia, su generosidad no decae, su filantropía no disminuye; el entusiasmo por su obra permanece vivo, como su espíritu. Sea cual fuera el contratiempo, grande o pequeño, la empresa continúa, firme, inquebrantable.

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Esta larga vida, tan digna y ejemplar, rápidamente narrada en unas breves notas, puede concretarse, pues, en la siguiente síntesis: dos actividades, una la de su profesión, de técnica en evolución creciente, de competencia estimada, culmina en el prestigio de un excelente ingeniero y un entusiasta y discreto maestro que practica la arquitectura. Todo ello supone medio siglo de trabajo constante, limpio, austero. Las virtudes de tan honorable constructor le colocan por merecimiento indiscutible, como ejemplo vivo, a la cabeza de la profesión de los arquitectos, que en este día se llena de honra.

Otra actividad es la de su gran empeño de patriota, concentrada en estas dos modalidades, espléndidamente continuadas: la de la elevación cultural y profesional perfeccionamiento de nuestra juventud a su semejanza, y la del justo conocimiento de España, de su tradición, de su historia, de sus valores pasados y presentes. Ambas van dirigidas hacia un mismo punto: el infinito amor y la inmensa admiración por su país. Ambas tienen el libro por instrumento y la sinceridad por substancia, no posible otra cosa a quien, libre de egoísmos, está formado y nutrido de rectitud y de modestia.

Y ambas le colocan merecidamente a la cabeza de los protectores de nuestra cultura y de los estimuladores de nuestra profesión. De aquí lo oportuno y lo justo de ese título de arquitecto, que por causa tan honrosa le ha concedido el Gobierno de la República.

Todos los aquí presentes, académicos y colegas, maestros y discípulos, deseamos hacer llegar al Jefe del Estado y hacemos presente al Sr. Ministro de Instrucción pública nuestro reconocimiento por habernos entregado para incorporarlo a nuestro cuadro de honor el nombre insigne de D. Juan Cebrián.

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Don Juan Cebrián ha recibido los máximos honores de su país agradecido. Las Academias le han nombrado miembro honorario. Se le han otorgado distinciones de muchas clases, entre ellas la gran cruz de Isabel la Católica. Estimándolas todas como bien nacido, me consta que considera preferida, con ésta de hoy, aquella que se contiene en las siguientes palabras de un libro a él dedicado, y con las que yo le expreso nuestra admiración y gratitud: “Al español que tan bien ha comprendido el amor a España.”


Adhesión del Colegio de Arquitectos de Madrid,
representado por D. Manuel Martínez Ángel
[ Madrid 22 de Junio de 1933 ]

Designado por el Sr. Decano Presidente del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid para substituirle en este acto, al que le ha sido imposible concurrir personalmente, como hubiera sido su deseo, tengo el honor, en nombre de los Arquitectos españoles, de saludar a D. Juan Cebrián como nuevo compañero profesional, en virtud del título de “Arquitecto Honoris-Causa” que le ha sido otorgado por el Excmo. Sr. Ministro de Instrucción pública, como justa recompensa a sus altos merecimientos y altruísima labor que viene realizando desde hace muchos años en pro de la cultura nacional. Por parte del Colegio Oficial de Arquitectos, teniendo en cuenta las disposiciones legales que exigen para el ejercicio de la profesión en España, que, además de poseer el título, se esté incorporado a uno de los Colegios oficiales, ha querido que se cumpla ese requisito, acordando el nombramiento del Sr. Cebrián miembro honorario del de Madrid.

Al tributar este homenaje a D. Juan Cebrián, se hace no sólo en consideración al hombre sin tacha, honrado y trabajador, sino al insigne patricio que, al renovar su vida española, después de larga ausencia, la ha cimentado en los más puros sentimientos del alma nacional.

La obra de D. Juan Cebrián, de todos conocida, presenta como nota característica la de su depurado y entusiasta españolismo, demostrándolo así tanto en España como fuera de ella.

Prueba patente de ello es la publicación de la obra “Lummis sobre los Exploradores españoles del siglo XVI”, traducida por Arturo Cuyás, cuya edición costeó y repartió profusamente, entregando gratuitamente un ejemplar a todos los alumnos de Arquitectura que terminaban la carrera.

Dicha obra, cuya importancia y autoridad estriba en ser el autor un americano del norte, deshace la famosa leyenda negra que tanto se ha explotado en desprestigio de España, haciéndose resaltar en ella las excelentes cualidades de los descubridores españoles.

La labor cultural es muy extensa, pues no sólo ha protegido cariñosa y espléndidamente la Biblioteca de nuestra Escuela, llegando a convertirla en una de las primeras del mundo en su especialidad, sino que la ha hecho extensiva a otros Centros docentes, como la Biblioteca de la Escuela de Bellas Artes y la de la Academia de Ingenieros Militares.

Como complemento de su obra hispanista, ha hecho llegar a San Francisco de California las mejores obras de toda índole que se publicaron en España.

No siendo, desgraciadamente, muy frecuente esta meritísima labor, todos debemos congratularnos de la recompensa concedida al Sr. Cebrián y reiterarle expresamente en esta ocasión, que con ella se ha satisfecho también una aspiración general, ya que fue solicitada con rara unanimidad, tanto por los Centros y Corporaciones oficiales como por los particulares y por los Arquitectos en general, constituyendo un verdadero plebiscito profesional que, sin duda, será una satisfacción complementaria del título concedido.

Reciba, pues, con el respetuoso y cordial saludo, la expresión más sincera de nuestra gratitud, deseando que tan hermosa conducta sirva de ejemplo y estímulo para todos y para bien de España, que es el fin primordial que debe perseguirse en toda nuestra actuación social y profesional.