Filosofía en español 
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Reportajes de actualidad

Los quince últimos chinos vendedores de “colares”
El embajador ha ordenado que no se autorice la emigración de buhoneros chinos a España


Pasaron ya aquellos tiempos de bienandanza en que los primeros chinos llegados del Extremo Oriente, provistas sus maletas de collares y baratijas conseguían ahorrar unos miles de “peletas” como ellos dicen. Aquellos marcharon y corrida la voz entre sus compatriotas del éxito de sus negocios por tierras españolas, decidieron venir, tentados por la codicia, nuevos buhoneros para continuar la industria de los collares. Se distribuyeron por España, pero, sobre todo, afincaron en Madrid y Barcelona. Hoy sólo son quince los chinos que residen en la capital de España y estos piensan abandonarnos muy pronto. No es el negocio de antes. El pueblo está ya saturado de chinos. Ahora unen a los collares, amuletos, gemelos; y hasta corbatas. Pero inútil. Ya no son los chinos de antes. Hasta en el porte. Son otros mejor vestidos, casi elegantes.

Nos hemos informado de su domicilio y allá vamos. Justamente son las ocho de la noche y al acercarnos a una casa de la calle de Hortaleza vemos llegar a todos los moradores del último piso en donde habitan. Todos son portadores de su mercancía que van dejando en el pasillo.

Sin pedir permiso entramos con ellos. Cuando ya estamos dentro nos creemos en la obligación de explicar los motivos de nuestra visita. Pretendemos hacerles comprender que ser periodistas obliga a averiguarlo todo y que su misión es meterse donde no le llaman. Parecen comprender esto último mejor que lo primero.

Uno de los chinos nos advierte que mucho cuidado con “hablar mal” de ellos, como según parece lo hizo algún periódico que llegó a afirmar que los collares chinos transmitían la lepra.

Procuramos tranquilizarles; no diremos más que la verdad, y para ganar su confianza les ofrecemos un cigarrillo.

–No usamos, nos responde uno.

–¿Ni usted tampoco? – preguntamos, dirigiéndonos a otro.

–Tampoco. Eso no sirve para nada; para gastar dinero únicamente.

Cambiamos de conversación.

–¿Viven ustedes solos en este, cuarto?

–Sí.

–¿Cuánto pagan de renta?

–Doscientas pesetas entre todos a escote.

–¿Y cuántos viven aquí?

–Diez nada más.

Los cinco restantes que componen la colonia china viven separados, en otra casa. A continuación nos dicen que comen allí. Ellos mismos se preparan la comida. Una mujer les lava la ropa y limpia las habitaciones. Pasamos a verlas y en una de ellas nos ofrecen asiento. En cada habitación, una cama y en algunas hasta armario y bufet americano. Son muebles comprados en el Rastro. Nos sentamos mientras los chinos permanecen de pie alrededor de nosotros. A preguntas nuestras nos informan de sus propósitos. Se marcharán a su país. No se vende nada. Con todo algunos días hacen hasta 20 pesetas, pero, ordinariamente, no sacan más que para mal vivir.

–Está todo muy malo, comentan. Ya no es el negocio de antes. Lo ejercen mientras les arreglan lo necesario para el viaje de regreso.

–Ya no se hace fortuna en ninguna parte, nos dicen con desaliento.

Algunos tienen amigos y parientes allá en América. Allí todavía se puede intentar algo. No venden por las calles, tienen establecimientos abiertos al público. Los de comestibles y bebidas con preferencia a cualquier artículo.

–¿Cuánto valdrá aproximadamente la mercancía que exponen Vds.?

–Cuarenta duros... cincuenta... según.

Nos resistimos a creerlo. Rápidamente hacemos recuento de los artículos y es probable que su valor no llegue a las cincuenta pesetas.

Mientras hablamos, nos extraña que uno tras otro nos mira con fijeza, se hacen señas y salen. Cuando vuelven discuten entre sí en su idioma algo más que indescifrable. Gesticulan furiosos.

Uno de ellos nos advierte de nuevo que no se puede escribir mal de los chinos en los papeles. Renovamos nuestra promesa. Y otra vez vuelven a discutir acaloradamente.

Como no entendemos ni jota de lo que dicen no nos explicamos su actitud. Queremos, pues, cerciorarnos de nuestra seguridad personal. Volvemos nuestra mirada y vemos sobre una cama a un chino en actitud orante. Como la algarabía arrecia, creo que de un momento a otro el rayo de Isuda, atraído por las preces del chino iba a caer sobre nosotros. De la mejor forma posible intentamos dar fin a la entrevista.

Antes les preguntamos:

–¿No van Vds. al cine?

–No.

–¿Es que no les gusta?

–Sí, pero se gasta el dinero.

Nos acordamos de los cigarrillos y no insistimos.

Se acuestan tan pronto cenan. Al día siguiente se levantan a las ocho para, inmediatamente, salir a vender.

Cuando tengan unas pesetas ahorradas y les arreglen el viaje marcharán a sus casas. Estos son los últimos chinos que viven entre nosotros. Los últimos chinos, pues el Embajador en Madrid ha cursado órdenes al Gobierno de China, para que no concedan más pasaportes a buhoneros que se dirijan a España, porque después le cuesta al Gobierno los gastos de expatriación.

Rafael Burgos

(Prohibida la reproducción.)


{ Hemos salvado la errata de Correo de Mallorca al publicar este texto, pues, aunque entrecomilla, dice “collares” y no “colares”, como pretendía el autor, que es como figura, por ejemplo, en la edición de esta colaboración de agencia publicada por Labor, Soria, 22 abril 1935, pág. 2. }