Filosofía en español 
Filosofía en español


A. C. Esteso

Santuarios de la Raza


En una época como la actual, carente de idealismo, suena este nombre de un modo extraño, y zumba en nuestra conciencia como un remordimiento hondo que queremos disimular. Zaragoza, que, más que ciudad histórica, es como un cimiento de españolismo, que es la cuna de nuestra fe y de nuestra grandeza espiritual, es exclusivamente nacional. La ciudad más española y más nuestra, porque carece de universalismo. De las regiones hispanas es esta de Aragón la menos influenciada por los estigmas extranjeros, y dentro de esta bella región, la simbólica, la brava y fuerte ciudad de Zaragoza, orgullo de España, conserva inalterables los rasgos, los perfiles, la silueta de nuestro pueblo en su fisonomía fundamental. Zaragoza es hoy el sostén y el pilar de nuestra raza, y de nuestra fe en su pureza primitiva. Contemplando en la noche las cúpulas del Pilar y de la Seo, reflejadas en la alfombra plateada del Ebro, impresiona la firmeza histórica de la ciudad con su perfil de ingente espiritualidad, que presta a sus habitantes los trazos de su inalterable psicología, y pensando en las heroicas gestas que realizaron, analizando sus gloriosos actos, grabados en la inmortalidad, traemos a contraste este mundo, esta España y estos tiempos, deduciendo lamentables comparaciones.

La emoción llena nuestra alma de una indefinible sensación, como de hallazgo insospechado, de una fe que íbamos perdiendo y que encontramos viva y refulgente en los contornos de once torres eternas y en el ronco murmullo de las aguas del río, que cantan esa sinfonía de anhelos religiosos y humanos, recogiendo las plegarias a la altura y las protestas de recia sentimentalidad de las coplas de la jota, para llevarlas lejos, a los mares, donde se pierden en sus inmensidades y en sus incomprensiones.

Y al sentir en lo hondo de nuestra alma todo lo hermoso y lo grande de nuestra raza, arrojamos de nuestro cerebro los podridos principios que nos desnaturalizaron, arañamos nuestro ser para desprendernos la costra de sucio materialismo que nos envolvía, espantamos los egoísmos, las utópicas ansias de lucha social, los afanes reivindicativos y tenebrosos, y quedamos en pie, con la arrogancia de nuestros mayores y con solo dos ideas, firmes como dos columnas básicas, pilares de nuestra verdadera personalidad: Dios y Patria. Y sobre ellas todo el adorno moral que nos engrandeció en otros tiempos: Amor, valor, honor y deber. Sentimientos de origen puro, que es el manantial que proporciona el verdadero bienestar o la esperanza de alcanzarlo.

Zaragoza es el depósito de la sana alegría, el altar de la patria y el santuario de la fe. Vivir en ella es vivir inyectado del optimismo sencillo de su vida sin trampa. En su vida ciudadana moderna y complicada, con todos los elementos de esta civilización absurda utilizados por este pueblo socarrón y bueno, se pierde el dramatismo de esta existencia, porque todo va matizado por una buena fe que todo lo absorbe. El comercio es aragonés en su forma y en su fondo. No existe en los tratos la malicia ni el fraude del “emburreo andaluz y gitano”, ni la moderna delincuencia del comercio moderno ultra-americano. Aquí Mercurio con sus picardías, y el tío Sam con su bolsa sobornante, tienen poco que hacer.

El patriotismo aragonés es definitivo y profundo como un pozo inmenso, inagotable. En el cerebro de un aragonés no caben ciertas sutilezas, como el federalismo. Suponiendo que un día se cometiera en España la tremenda equivocación de pulverizarla en autonomías, cosa que no es de esperar, Aragón quedaría agarraiquio a la falda de España como el baturrín de la zarzuela. Del patriotismo de Zaragoza no se debe hablar. Quedan escritas páginas de epopeya en la Historia. Los sitios que sufrió la ciudad en 1808 y 1809, acreditan a esta raza, a esta región y a este pueblo para nuestra eterna veneración.

La fe religiosa de Aragón que, siendo la misma, se diferencia tanto de la fe de otras regiones, es algo secular e indomable. La rudeza, la fuerte tenacidad de este pueblo voluntarioso, que nos enseña las más preciosas virtudes de nuestra raza, da matiz a su fe cristalizándola precisamente en la Virgen del Pilar, y han conseguido que España entera y el orbe católico venere esta imagen, fuente de toda ternura en el alma española. Si alguien sintiera su fe perdida, vaya al Pilar. Allí como un clavo encendido, se mete en el corazón todo el amor y la ternura del cristianismo, que tiene su expresión en el rostro bello, tierno, excelso, sonriente de la Virgen del Pilar.

Un pueblo con esa sana alegría, con ese gran patriotismo y esa fe religiosa, es el depositario de nuestra raza en su primitiva contextura moral. Y debe ser el espejo de ella. Y debe dar a los otros pueblos también colmados de virtudes, pero más alterados por la corriente de los tiempos y de las ideas, la nota de españolismo y de virtud que tanto necesitan. Aragón es una roca inconmovible, y Zaragoza es el nervio de nuestro tesón y de nuestra voluntad. Llegará un día en que España sea lo que ha sido, y que los españoles, vueltos a nuestro ser, encontremos el verdadero camino. Cuando el español quiera ser abnegado, valiente, austero y heroico. Cuando el ideal ilumine su frente y deje de ser un pobre materialista lleno de necesidades y ansiosos de bienestar material, pronunciará un nombre lleno de admiración, de veneración firme: Zaragoza.

A. C. Esteso