La Conquista del Estado
Madrid, 11 de abril de 1931
número 5
página 2

Guía de descarriados
3
Don José Yanguas Messía

 

Naturalmente que sí. Este señor vizconde no es vizconde de nacimiento, es vizconde consorte, pero nació vizconde. ¿Es esto un lío? Quiero decir en el mejor castellano posible que el señor Yanguas es el perfecto vizconde. Vizconde por naturaleza, por derecho propio y por haber contraído matrimonio con una vizcondesa.

Es una inteligencia descarriada a puro voltear ortodoxias. A un buen franciscano, montaraz allá por los riscos de Béjar, le oí decir hace tres años que don José era el más formidable político de España. Los elementos de juicio de que disponía aquel frailecico no los conozco. Su idea de la política y de los políticos es de presumir que se ilustraba en las páginas luminosas de El Siglo Futuro, su periódico predilecto. Por tanto, un español representativo –¡y tan representativo!– cree que el señor Yanguas es un político genial. Disimulemos.

Primo de Rivera lo enderezó de un sopapo y le dio categoría de hombre de acción, de gobernante. El fracaso llegó al Polo sin avería. De la cátedra al Ministerio hay un cierto trecho de sendas policromadas que llevaron tras de sí los ojos embelesados del genio. ¡Ah, pero la política no tiene de femenino sino el nombre! Todo cuanto a ella se acerca es músculo robusto y tenso. Mala cosa para catedráticos y niños empollones.

Nuestro señor Yanguas Messía conoció los alientos dictatoriales. En sus mejores y más cálidas salsas. No le sirvieron apenas de nada. Nadie lo diría, viéndolo hoy, ahí, camaleón y fugitivo, resguardado y pulcro. Es la tragedia de la dictadura de Primo. Ni uno solo de aquellos hombres que se sentían heroicos protegidos por la alta espada es capaz, en esta hora del demonio, de ensayar gestos arrogantes. Ni uno solo. Se ocupan y preocupan de guardar las formas, de que se le olviden, por Dios, los pequeños disparates...

Aquí tenéis al ilustre Yanguas Messía, ejemplo gallardo de sonrisas en la hora triste. ¿Dónde estáis, vizconde, que no salís ahí con un abanico destructor de pequeñas tormentas? Tanta gente, tanta, como fiaba en los talentos vuestros, y, a lo más, os contempla contemplando las grandezas jurídicas del siglo XVI. (Eso del padre Victoria, ya tan vulgarcito y adobado.)

El pobre anda oculto por veredas umbrosas, sin dejarse ver, oír o tocar de ninguno de los buenos mortales que esperaban salvarse ante su sola presencia. ¿Qué hacen esos queridos compañeros de la Prensa, sustrayendo a los públicos la figura estilizada del vizconde? Muy triste cosa es para mí –diablo Cojuelo de buena voluntad– no encontrar en los escombros de la Dictadura hombres más nutridos. Aún no es tarde, don José; pruébese los espadines y díganos al pueblo su palabra. Esperamos candorosos y entusiastas su decisión. No podemos creer que usted también acepte como heredero universal de la Dictadura a ese doctor, ignaro y chirle, que moviliza las terribles y tremendas legiones.

Aún es hora, don José, y no se malogre. No olvide las glorias triunfales que esperan a los salvadores de pueblos. Atienda su destino y no se desvíe de ruta, de senda, de camino.

El diablo cojuelo

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