[ Rodolfo Gil Torres ]
Portugal, vecino y hermano
Es posible que el pasado año 1942 quede en la Historia de España con el nombre de “año del Bloque Ibérico”. La aparición de la nueva frase con el mundo de ideas que la acompaña tiene volumen de acontecimiento histórico, de hito y mojón entre dos épocas. Ahora estamos ya metidos en pleno 1943, y es necesario que a través de él no se pierda la emoción hispano-portuguesa entre el torbellino de las actualidades que se vayan sucediendo. Esta denominación de “Bloque Ibérico” ha sido acogida con gran ruido y alborozo por la Prensa peninsular y extranjera porque su nacimiento ha coincidido con momentos de preocupación mundial en los cuales era la amistad interior ibérica un factor de seguridad y esperanza. Es, por tanto, el interés mundial un interés de circunstancias y puede suceder que las otras naciones se distraigan u olviden si otros acontecimientos se ponen delante. Pero para España no pueden valer esas razones oportunistas porque el encuentro con el hermano portugués debe ser primera piedra de un gran y espléndido edificio común.
En todo edificio lo primero es la fachada y en éste del iberismo nuevo la fachada es el aspecto de sus relaciones con Europa, América y el Mundo. Oficialmente se ha dicho por parte de España: “se ha encontrado el camino seguro de una colaboración práctica de la más singular trascendencia para la resolución de los grandes problemas que agitan al Mundo”, y, por otra parte, de Portugal: “Nuestra postura ni es egoísta ni desinteresada, sino que tiende a una más alta concepción de nuestros deberes con la humanidad”. Resalta y acentúa el valor de estas frases el observar que no son circunstanciales ni están hechas a la medida de las relaciones políticas hispano-portuguesas, porque responden a la expresión exterior de un profundo instinto racial. Basta leer los discursos en que el Caudillo ha afirmado que España constituye una reserva espiritual.
Esa reserva espiritual es excepcional y única precisamente porque España y Portugal son únicas y excepcionales.
Su historia común es superior a la de las demás naciones, porque Iberia ha sido la que ha hecho el mundo conocido, tres veces más grande, realizando la labor de encontrar todos los continentes, islas y rincones que estaban perdidos, desconocidos e insospechados. Hicimos la doble maravilla de incorporar a la civilización las tierras vacías o salvajes, y de poner en relación unas con otras las tierras civilizadas que no se conocían entre sí. Por España y Portugal se juntó Occidente europeo con Asia Oriental, y substituyó al viejo mundo de las culturas cerradas otro más ancho y cordial en que a las distinciones raciales se superpuso el nuevo valor general del “hombre”, del “ser humano”. Lo primero no lo ha hecho nadie ni lo volverá a hacer porque ya no hay mundo que descubrir. Lo segundo no era imposible de imitar, pero hasta la fecha nadie lo ha intentado. Hace un par de años que hemos empezado a ver desaparecer o reducirse imperios y dominios coloniales, observando que la pérdida del poder político suele ir seguida casi instantáneamente por la desaparición de todo recuerdo del ex dominador o ex colonizador en la memoria de los autóctonos. En cambio donde estuvieron portugueses o españoles quedaron nuevas composiciones humanas que entre ibéricas e indígenas crearon nuevas naciones y nuevas razas mejoradas y superadas. Verdad que es indiscutible observando el ejemplo de las naciones de Iberoamérica, pero que tiene también prodigiosas demostraciones sueltas en África y Oceanía.
Si doble fue la gloria, doble es también ahora la enseñanza hispano portuguesa. Ejemplo de paz al mundo con el espectáculo de nuestro mutuo afecto asegurado por tratados firmados entre nosotros y no dirigidos contra nadie ni por recelo de nadie, tratados que hacen de Iberia, más que península, la isla de la paz. Ejemplo también esencial es el de una Historia que nunca se basó en prejuicios de razas, continentes, lenguas y culturas, sino que quiso superarlas con una generosidad basada a la vez en el carácter ibero y el ideal religioso. San Francisco Javier, santo español, que actuó en el mundo portugués, es el mejor ejemplo de esta generosidad común que ve en cada hombre un prójimo. El Papa Alejandro VI dividió entre España y Portugal el mundo nuevo porque estas dos naciones invocaban argumentos ideales para su acción colonizadora, empeñándose en hacer lo que ha dicho el Jefe del Gobierno portugués: “Llevaron la Europa al resto del mundo, con la ayuda y la fe de Cristo impusieron a ese mundo un tipo europeo de civilización”. Es decir que entregaron los adelantos europeos a las razas de varios colores, clavándolas a una civilización lo mejor posible. Por eso es tan simbólico y consolador que la proclamación del Bloque Ibérico haya casi coincidido con el mensaje en que Su Santidad Pío XII ha exaltado la persona humana, la familia, el trabajo, el recto ordenamiento jurídico y el concepto cristiano del Estado. Normas sagradas que coinciden con el estilo de vivir que Iberia ha sentido siempre.
Difícil sería añadir nada después de llegar a coincidencias tan altas de ideales entre Iberia y la Iglesia. Pero es precisamente nuestro único peligro por ser acaso nuestro mayor defecto el de tender a dejar las cosas para mañana. Como sabemos que podemos hacerlo todo cuando queramos, dejamos pasar a veces el momento de querer. Y los grandes ideales sólo quedan cuando se incorporan al trabajo de cada día. En el diario vivir ibero hay tres cosas acaso pequeñas pero esenciales, por las que España necesita tener de par en par abiertas las ventanas que dan a Portugal.
La primera es precisamente esa misma palabra de ventana. Durante muchos siglos fueron Portugal y Galicia filo del mundo habitado, y luego se ensanchó por esa parte. Nuestros horizontes del Oeste dejaron de ser angustiosos, pero, en cambio, se convirtieron en el camino de América y allí estuvieron los Imperios que eran la vida y el alma. Ahora están allí los espacios vitales de nuestros idiomas y las masas más numerosas de españoles y portugueses del Mundo. Por las zonas vacías de América, que algún día se llenarán, llegarán a ser español y portugués los dos idiomas más hablados; Lisboa y el Tajo son la ruta de esa hispanidad anchísima.
La segunda necesidad de Portugal es la amplitud pomposa y barro de lo portugués que recuerda es estilo ancho de nuestro siglo de oro. El Tajo estrecho es la meseta que se hace pequeño mar en Lisboa, y el triste meditar de la Iberia central ascética se equilibra con la magnificencia épica de la ribera occidental, que es todo horizontes; la tercera es el reposo de los colores suaves y apagados al habla lenta y la dulce neblina para cada corazón cansado. El lirismo colmado de lo portugués es a veces medicina del alma.
Pero todo esto, lo grande y lo pequeño, lo universal y lo privado, el Imperio y el recreo, no lo hacen los Estados sin la suma de los individuos. Ir y venir de viajes y mutuo aprender de idiomas es el camino del glorioso porvenir.