Alférez
Madrid, 30 de abril de 1947
Año I, número 3
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Un problema concreto

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Es ya un tópico conocido el de la disminución catastrófica de la natalidad francesa o de los países escandinavos. Con desprecio hablamos de ciertos pueblos que no son capaces de mantener su población en un estado, sino creciente, al menos estacionario. Como contraste se habla con orgullo de la pujante natalidad de España. Los cuarenta millones son cosa de mañana.

Sin embargo, conviene a veces poner en tela de juicio estas afirmaciones aceptadas generalmente. Conviene consultar estadísticas para refrescar algunos hechos. En 1900 nacían en España 36 niños por cada mil habitantes. En 1944, en continua disminución, nacen tan sólo 22.

La providencial disminución de la mortalidad española, operada paralelamente, hace que todavía aumente nuestra población total.

Pero la disminución de la mortalidad del país es obra meramente técnica. Una mejor higiene, unos médicos más sabios y unos enfermos mejor educados bastan para lograrlo. La disminución de natalidad, por el contrario es un problema fundamentalmente ético. No son pues, los efectos, son las causas las que nos hacen meditar sombríamente ante las estadísticas demográficas españolas.

Si no estuviera demostrado hasta la saciedad, la vista de los datos particulares de las provincias españolas bastarían para descartar las causas económicas. Albacete, Cáceres y Badajoz, provincias agrícolas y pobres, mantienen las cifras más altas de natalidad. Cataluña y Vizcaya figuran entre las más bajas.

Como Landsberg muy bien advierte, todos los desórdenes sociales de nuestra época no parten de la falta de medios económicos, sino de la desorbitación de las necesidades. El pensamiento medieval señalaba precisamente a cada hombre lo que necesitaba para vivir in suo ordine. Al faltar hoy la idea del orden, del límite, un aumento indefinido del nivel de vida siempre parecería limitado.

En el terrible descenso de la natalidad española hay, pues, que conceder la primacía a un factor espiritual, al abandono de la idea de servicio como concepción fundamental de la vida para reemplazarla por una mera visión hedonística de la existencia. Y aquí radica cabalmente la gravedad del problema; porque la esencia de toda cultura consiste en la vocación de servicio a los fines trascendentes que la caracterizan y, cuando ésta se pierde, la cultura fatalmente muere.

Importa, pues, que nuestra juventud considere el problema crudamente. La sociedad española pierde a pasos agigantados la idea de servicio. No basta una política demográfica estatal que conceda cartillas de familia numerosa con exención en los billetes ordinarios. Es preciso que otra vez los hombres y las mujeres de España crean con fe viva lo que nuestros abuelos creyeron: que el matrimonio tiene por fin criar hijos para el Cielo.

José Fraga Iribarne


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