Alférez
Madrid, 31 de agosto de 1947
Año I, número 7
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Un libro de nuestra hora

Son muchos los problemas que acongojan hoy al hombre joven. Y, sobre todos los que preocupan en conversaciones y en lecturas como sustentándolos todos y dándoles forma, hay uno. Este problema es el relativo a nuestra dimensión transcendente; es, en una palabra, el problema de la salvación. Vivimos un momento en este sentido profundo y lleno de esperanza. Dios no está ya solamente «a la vista». Nuestras almas y nuestro hacer cotidiano están ya siendo y viviendo en El.

Hoy es voz conocida y no solitaria aquélla de Donoso, que afirmaba con la rotundidad que le caracteriza, que el fondo de toda cuestión política es la teológica, volviéndose contra la extrañeza de Proudhon. Es ahora un sentir unánime este deseo de enraizar todos los saberes y actividades, pues se nos están apareciendo como muñones mancos de sentidos. Sin embargo, no basta con la conciencia del defecto, ni es oportuna una fácil enhorabuena, porque desde campos tan distintos se sienta la misma necesidad, que por otra parte no es más que conciencia de postura incómoda que no apunta todavía a ningún puerto, o por lo menos al puerto perdido.

Ha llegado el momento de que sean protagonistas los católicos. Y para ello lo primero a hacer es tener sinceridad y valentía para examinar el momento presente. Este es el tema del libro del padre Lubac, El drama del humanismo ateo.

El padre Lubac, jesuita francés, una de las figuras más destacadas del catolicismo de la vecina nación, ha tomado parte activa en la polémica sobre las causas de la crisis de los cristianos, sobre las divergencias que a nadie se le ocultan, entre la religiosidad y el actuar del cristiano de nuestros días.

En este libro hace un análisis certero y decidido de las causas de la irreligiosidad presente. Irreligiosidad por abandono y por sustitución de dos ideales cristianos. Porque el tema escogido por Lubac no es propiamente la incredulidad. El drama del humanismo consiste en haber querido sustituir una creencia por otra: en haber rebasado la negación de Dios y haber sustituido esta fe en Dios por otros ideales con la misma pretensión de validez que si se tratase de ideales transcendentes.

La tesis del libro es la afirmación de que el apartamiento moderno del cristianismo que hoy padecemos, es consecuencia de un proceso no consistente tanto en la negación de Dios como en la sustitución de Dios en el alma de los hombres por otros ideales puramente humanos.

El hombre no es que haya olvidado los preceptos divinos, víctima de la solicitación de lo temporal. Este es el pecado del creyente débil. Pecado que tiene su solución gracias a la misericordia divina, movida por la sangre del Verbo encarnado. En nuestros días, a partir del siglo XIX, ha cometido una trasgresión más grave aun. Esto es lo que llama Lubac el «humanismo ateo». La transgresión consiste en suplantar la idea de Dios por el «ideal» de la humanidad.

Analiza el proceso en los representantes característicos sin pretender agotar la materia ni los detalles. Estudia a Feuerbach, Nietzsche, Comte y Marx, unidos todos, dentro de su diversidad por la nota positiva de su ateísmo. «Este humanismo ateo no se confunde en manera alguna con un ateísmo placentero y groseramente materialista, fenómeno siempre vulgar, que se encuentra en todas las épocas y que no merece ocupar nuestra atención. Es, por el contrario, en su principio –no decimos en sus consecuencias– un ateísmo desesperado.» No es ni siquiera un ateísmo crítico. Es un ateísmo con pretensiones constructivas.

No podemos señalar con todo detalle toda la línea magistral del libro, toda la objetividad y respeto verdaderamente propias de un auténtico intelectual que va trazando Lubac.

Nos fijarnos tan sólo en algunos puntos. El ateísmo en Nietzsche es la proclamación de la muerte de Dios para sustituirlo por la afirmación de la grandeza de la vida del hombre recobrado una vez cometido el «asesinato de Dios» en la mente de los hombres. Todo el patetismo genial del pensador alemán lo refleja Lubac sin estremecerse. El sentido de profeta que se da a sí mismo Nietzsche lo recoge el jesuita francés con toda serenidad, sin entrar en polémica más que de pasada.

Dios está excluido del horizonte y esto permite nuevos ideales. Marx y Comte, desde puntos de vista diferentes, intentan también el asesinato de Dios.

Frente a esta línea se alza Dostoiewski. Si se quita Dios al hombre, se pierde el hombre. Si se pretende ordenar la tierra sin el cielo, surge el caos. Por eso Dostoiewski, en la última parte del libro, es la contradicción de todo lo anterior.

Lubac, de esta forma, nos señala la verdadera causa de nuestra situación actual. Y a la vez nos indica la esperanza. Un ateísmo puramente negativo no puede vivir por estar en contradicción con la naturaleza creyente del hombre. Este nuevo ateísmo ha obtenido triunfos, que es preciso señalarlos sin miedo, porque ha satisfecho la necesidad de absoluto del hombre.

¿Qué se propone Lubac con su libro? ¿Por qué nosotros lo consideramos un libro de nuestra hora?

En primer término, se propone señalar los auténticos motivos de la descristianización (y contracristianización) actual. Estos motivos, en parte, se deben a que el cristiano no ha tenido bastante fe viva en su credo. En que su vida no se ha asentado auténticamente en la Fe, la Esperanza y la Caridad. Lubac dice expresamente que muchas ridiculizaciones del cristiano las pudo hacer Nietzsche porque no encontró más que caricaturas de cristiano.

La solución es antigua y nueva. El hombre ha olvidado todo lo que es: hijo de Dios hecho a su imagen y semejanza. Esto es lo que ha de volver a vivir. Y no sólo los que levantaron banderas humanas con pretensión absoluta, sino, por desgracia, millares y millares de cristianos que con insinceridad y flaqueza abrieron los resquicios por donde se esfumó la fe vacilante de muchos hermanos en Cristo.

Es libro de nuestra hora porque señala el camino de los que sienten el problema de ser hombres, de los que todo lo humano lo consideran suyo, de los que quieren vivir en su momento y en su lugar y quieren realmente vivir según el ideal de la Cruz, sin dejar nada de su ser fuera de este ideal. Es libro. para los que, porque sienten que en ellos murió el hombre viejo y nació el nuevo, quieren construir un mundo presidido por Cristo, sin caer en la cobardía de alejarse de los problemas que son «puramente humanos» porque no hay problema «puramente humano».

Es libro para los que quieren hacer a la vez y sin solución de continuidad, política, ciencia, filosofía o arte, y avanzar en el camino de la salvación.

En una palabra: es un libro para los cristianos que hacen falta: del todo de Cristo, apasionados de todos los aspectos de esta vida que nos lo refleja, y nada liberales que guardan su credo en su particular capilla.

Carlos Castro Cubells


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