Alférez Madrid, 30 de abril de 1948 |
Año II, números 14 y 15 [página 2] |
Europa en el espejo de Charles Morgan Hace cinco largos años aparecía en el Suplemento Literario de The Times, y bajo la rúbrica general de «Menander’s Mirror», un ensayo titulado La idea de Europa. Su anónimo autor ha resultado ser el novelista Charles Morgan. El interés de aquel ensayo –recientemente traducido y publicado {(1) Imágenes en un espejo. José Janés, editor, Barcelona.}– se ha visto acrecentado con el paso del tiempo. Su lectura tiene para nosotros ahora –cuando se vuelve a invocar a Europa por los mismos que la han puesto en trance de muerte– un valor singular, en el que se mezclan la admiración hacia la clara inteligencia del autor y el dolor de ver cómo sus «reflexiones» no fueron compartidas. * * * Si algo es cierto en la tierra, ello es que Europa no piensa en nuestro idioma ni desea lo que nosotros quisiéramos que desease. Puede, sí, envidiar algunas de nuestras libertades, pero esto no implica en ningún modo que desee entregarse al juego de la política o de la vida en la forma en que nosotros o los americanos lo hacemos. Puede, por ejemplo, aspirar al ideal del gobierno independiente en una de sus muchas formas sin que por ello desee en lo más mínimo imitar el mecanismo de la Constitución de Washington o de la Madre de los Parlamentos. En resumen, que lo que es beneficioso para nosotros puede ser para ella impracticable y hasta ridículo. Lo que constituye un elixir para nosotros, puede a ella provocarle vómitos. Mientras escribimos nuestras prescripciones, haremos bien en comprender quién es el paciente, cuánto orgullo posee, qué profundamente enraizado en su historia se encuentra, cuánto difiere de nosotros. Podría incluso ser saludable reconocer que, mientras nos precipitamos a la enfermería de Europa con nuestros estetoscopios y nuestros remedios, el paciente exclamará (lo pensará) a menudo: «¡Qué bondadosos se muestran los bárbaros enviándome sus doctores!» * * * Los ingleses y los americanos, aunque siempre han hallado difícil dar una definición positiva de Europa, la definen por implicación cuando reconocen su diferencia entre ellos y entre los pueblos del este y del centro-este. Las ideas del Imperio Romano, del Papado y, más lejos, de Atenas, han servido todas para establecer, como una realidad afincada en la mente humana, la idea de la coherencia europea. Si no se tratase de un concepto con poder sobre el pensamiento, los alemanes no se hubieran tomado la pena de representar su agresión como un intento de establecer un nuevo orden europeo. Ni hubieran, tampoco, encontrado tanta credulidad como encontraron. Quislingismo y colaboracionismo no son productos únicamente de la cobardía o del egoísmo. Si lo fueran, no existiría distinción entre Pétain y Laval. A menudo el colaboracionismo tiene su origen en una sutil perversión de la idea europea: en la creencia, sostenida por muchos medrosos en 1940, que, como uno de los pueblos de habla inglesa había sido obligado a retroceder hasta sus propias playas y el otro no daba muestras de intentar una salida, la civilización europea tenía que salvarse a sí misma en alguna forma, incluso aceptando el caudillaje de Alemania. * * * La tarea de dirección en la Europa occidental se impondrá a nosotros, particularmente a los ingleses, y aunque es en extremo improbable que el deseo de una dominación militar nos lleve a pervertir la idea de Europa, pues la tentación no se presenta ante los ingleses o los americanos en esa forma no podemos en modo alguno estar ciertos, si nos analizamos, de no repetir inconscientemente la fábula del zorro y la cigüeña invitando a nuestro huésped a un banquete de todas las virtudes, pero presentándolas en un plato angloamericano al que por su naturaleza no está acostumbrado y del que no puede comer. * * * Entre las más duras tareas de nuestra autodisciplina se encontrará la de guardarnos de ordenar mentalmente a los europeos dentro de nuestras propias categorías de virtudes y vicios. Lo que nosotros consideramos un ciudadano «retrasado», no es necesariamente un mal ciudadano en muchas partes de Europa. Si ofrecemos a los campesinos de Montenegro un sistema político o instituciones educativas que a nosotros nos parecen buenas, podemos ofrecerles lo que a los ojos de ellos es despreciable o incluso inmoral. En ese caso: los que se precipitan a nuestro redil, pueden ser, juzgados por las normas de su propia gente, mezquinos renegados, y debemos guardarnos del error que comete el maestro al presumir que los dóciles son los virtuosos. * * * Los grandes hombres de Europa y, si queréis, los hombres buenos, son aquellos que sueñan sus propios sueños, no los que soñamos nosotros; y como sus sueños difieren de los nuestros, así difieren también la dirección de su fe y la naturaleza de su integridad. * * * Un intento de mandar a Europa al colegio, por más benevolente que sea la educación propuesta, es intento condenado al fracaso, pues Europa ha pasado la edad escolar. En parte madura, en parte salvaje, Europa es como una hermosa y culta mujer en quien sobrevive una ancestral condición selvática; tratarla como si fuera traviesa e ignorante es caer en el ridículo. * * * A menos que quisiéramos aislarnos de ella –lo que en todo caso nosotros, los ingleses, no podríamos hacer aunque quisiéramos–, nuestro único camino es aprender a hablar europeo y, a fin de poderlo aprender, empezar por reconocer que ese lenguaje existe. * * * La democracia no puede continuar subsistiendo en el mundo a menos que distinga entre la política a largo plazo y los políticos a corto plazo. Y una prueba de que sabemos hacer esa distinción la constituirá nuestro reconocimiento de la idea de Europa como algo no enraizado en nuestro idealismo particular. |
![]() |
Proyecto filosofía en español © 2001 www.filosofia.org |
La revista Alférez índice general · índice de autores |
1940-1949 Hemeroteca |