Alférez
Madrid, mayo de 1948
Año II, número 16
[página 5]

Thibon en Madrid

Fue una agradable sorpresa el descubrimiento, que hicimos de la obra de Thibon hace un par de años. Agradable y simpática en grado sumo. En medio de una Europa sangrante y dolorida una voz firme, fuerte, recia, una voz de gran actualidad que señalaba defectos y ensalzaba virtudes serenamente, con una critica constructiva y optimista. Thibon fue, entonces, una inyección de fe y de ánimos, una seguridad en la conciencia y en el espíritu de la vieja Europa que no ha muerto, ni morirá.

Hace poco estuvo Thibon en Madrid invitado por el Instituto de Cultura Hispánica para dar unas conferencias. Y la impresión primera se ha reafirmado. Se ha acrecentado el entusiasmo, la fe y el optimismo que quedaba después de su lectura. Thibon es hombre de gran personalidad, de una fuerza enorme, irresistible, esta fuerza que sólo se obtiene cuando se vive plenamente enraizado en la Naturaleza. En Saint Marcel d’Ardéche –pueblecito cercano a Avignon– el escritor medita y trabaja. Allí se formó, allí aprendió a dialogar con la tierra, con el paisaje, con los hombres. Porque Thibon, más que todo y por encima de todo es un hombre de la tierra, un campesino formado por su cuenta, en la soledad de sus campos. En toda su obra no le abandona jamás un perfecto equilibrio, una claridad maravillosa, una intuición envidiable. En la obra de Thibon se percibe su estrecho contacto con la Naturaleza, su gusto por el silencio y este aire fresco y sano que orea sus páginas les da un aliento sereno y lleno de optimismo.

No nos importa el hecho de que Thibon no posea títulos académicos. Ni falta le hacen. Su trayectoria espiritual es el mejor título que puede exponer. El afán y el ansia de saber desearon a Thibon cuando éste se pasaba los días curvado sobre los campos de l’Ardéche. Es un autodidacto. La guerra del 14 llevóse su padre al frente y él se quedó al cuidado de la finca. El afán de saber le sorprendió allí. Continuó trabajando y estudiando solo, las lenguas clásicas, el alemán, leyendo a los tomistas y a la moderna filosofía y devorando poesía. Quizá sus influencias más directas, las que trazan la línea de su pensamiento sean la filosofía escolástica, Pascal y Nietzsche. Dentro de poco va a aparecer su último libro, dedicado al filósofo alemán y será curiosísimo ver el ataque y la defensa, a la vez, que le hará. Nietzsche, según Gabriel Marcel, es el gran descubrimiento de Thibon y, quizá, quien más le haya influido. Citamos sus palabras «... I’écrivain qui a exercé sur lui, peut-être avec Pascal, l’influence plus profonde est probablement Nietzsche; c'est trop peu a dire: je suis enclin à penser que c'est Nietzsche qui l’á révélé a lui-même; beaucoup d'aphorismes de Thibon sont essentiellement nietzschéens et par la forme et par l’élan, par le intérieur».

Y por encima de todos estos estudios, conocimientos e influencias, ciñendo su pensamiento, Thibon llegaba al vértice de su fe católica, campo fertilísimo en donde su privilegiada inteligencia podría desarrollarse ampliamente. Por eso no dudamos en presentarlo como un Nietzsche católico ya que ha sabido hallar en su fe lo que aquél jamás encontró.

Dice Eugenio d’Ors que hay escritores hijos de familia y escritores padres de familia. Los primeros siempre quedarán, por más que hagan, en la línea de la alegría, de lo fácil, de la salida disparatada; siempre tendrán cierto aire de niño mal educado y comprometedor. Los segundos representan lo contrario. Su conducta es recta, perfectamente trazada, tenazmente seguida. En este caso, Thibon responde a la mejor dirección de escritor padre de familia. Sus obras lo atestiguan plenamente.

Desde su aparición, Thibon ha ido fustigando todos los vicios y todos los males de nuestra época. Como no está ligado a nadie, como no sea a su propia conciencia, puede hablar libremente, claramente. La ruda sinceridad de hombre del campo es su mejor virtud. La trayectoria de su pensamiento, en este sentido, es igual ahora que cuando comenzó a escribir. Su voz se ha alzado siempre oportuna, vigilante; su intuición extraordinaria le ha permitido ubicar nítidamente los problemas que era necesario atacar. Su diálogo, cálido y vibrante, nunca le traicionó. El día que se haga la historia del pensamiento europeo actual la obra de Thibon será uno de los exponentes más claros del ambiente en que se movió.

Con la estancia de Thibon en Madrid pudimos comprobar, repetimos, la impresión que produjo al leerlo. La misma inquietud, el mismo optimismo, y su admirable sentido de la realidad. Y vemos que continúa siendo un hombre del campo. ¡Que Dios lo guarde así siempre! De esta forma conservará la pureza y las amplias reservas de «frescor y de profundidad de pensamiento» que sólo se obtienen viviendo en contacto con la tierra y plenamente enraizados en la realidad.

Juan Gich


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