Alférez Madrid, mayo de 1948 |
Año II, número 16 [página 7] |
El «Unamuno» de Marías Es cada vez más patente que una nueva generación va ingresando en la vida intelectual de España. Sin demasiado ruido, sin propaganda exterior, hay unos cuantos españoles jóvenes que han asumido la tarea de continuar la profunda renovación espiritual que iniciada, ahora hace cincuenta años, por la generación del 98 (y quizá antes), se ha desarrollado durante el actual siglo. En él, quizá, el hecho más decisivo –en el orden de la cultura– haya sido la incorporación de España a la corriente del pensamiento universal. Esta se ha logrado en lo fundamental; ahora es preciso inyectar savia española en el árbol, un tanto caduco, de la cultura europea. Tal vez sea esta la misión reservada a la nueva generación. Para ello es preciso depurar y sistematizar el magnífico caudal de pensamiento vivo que nos han legado las generaciones precedentes. Miguel de Unamuno es en este aspecto una de las figuras decisivas. Sobre su vida y obra se ha escrito mucho en España y fuera de ella. Por otra parte se le lee mucho entre la juventud, que así se enfrenta con las cuestiones que él planteó. Por eso Unamuno es –con más o menos intensidad– problema para todos nosotros. Importaba, pues, para aprovechar toda la riqueza de sus intuiciones, lograr una clara visión de lo que su vida y su obra significan. Esta es la labor que Julián Marías ha querido realizar en su libro Miguel de Unamuno al que la Academia Española ha concedido, hace unos meses el premio Fastenrhat. Marías es ya uno de los hombres más representativos de la nueva generación. La notable calidad de los libros que ha publicado hace que esperemos confiadamente de él una excepcional aportación a la tarea intelectual de la hora presente. Marías se enfrenta con Unamuno porque «durante muchos años la masa inquietante y equívoca de su obra ha venido gravitando sobre la mente española, sin que se haya podido nunca tomar frente a ella una posición justificada por una conveniente claridad». Para lograrla empieza Marías por reconocer que la lectura de Unamuno produce extrañeza y desazón. En esta sincera confesión, hecha al principio del libro, radica una gran parte del éxito de la empresa. Porque esto indica que Marías se ha esforzado por entender a Unamuno tal y como es. No se ha acercado a él –para denigrarlo o ensalzarlo– creyendo estar ya al cabo de la calle. Por el contrario, Unamuno se le presentaba como un inquietante problema, que le exigía una profunda meditación sobre su obra, ya que sólo así era dable «penetrar su sentido». La cuestión que interesa a Marías, el objeto del libro, es hacer patentes los elementos filosóficos que puedan contenerse en la obra de Unamuno. Trata, pues, de realizar una tarea eminentemente filosófica. Pero si la filosofía es un saber radical sobre lo que las cosas son, acercarse a Unamuno por el camino de la filosofía es tanto como llegarse a lo más real de su personalidad. Por esto Marías no puede limitarse a investigar los libres de Unamuno de matiz más o menos filosófico, sino que ha de abarcar necesariamente la totalidad de su obra. Y esto es así porque en la obra de Unamuno –extraordinariamente personal– está plasmada su vida, y mal pueden entenderse sus pensamientos sin verlos surgir de esta realidad última que es su vida. El campo de trabajo se hace más amplio y más profundo, aumentan las dificultades, pero sólo así es posible salvarse de una visión insuficiente y fragmentaria de lo que es un hombre, en este caso el «hombre» Unamuno. Por esta razón, junto a los capítulos dedicados a la posición de Unamuno frente a los temas rigurosamente filosóficos –Dios, el ser, la persona, la muerte–, se ha hecho cargo Marías de la novela y la poesía. Lo que ha hecho con la novela unamuniana es sencillamente maravilloso. No podemos aquí intentar un esbozo de la marcha de estos capítulos; baste decir –con palabras del mismo Marías– que éste nos hace ver «cómo las raíces profundas del problema mismo de Unamuno, dada la situación fáctica en que se encuentra implantado en la filosofía de su tiempo..., lo llevan a escribir novelas, esas extrañas novelas suyas, preñadas de angustia y que parecen rodeadas de un halo de problemas metafísicos. Y vemos también que ellas son lo decisivo y más propio y hondo de su obra toda, aquello en que forzosamente culmina». Se logra, pues, en este libro una completa visión de Unamuno, que Marías consigue con ayuda de un método que nos ofrece tres caracteres principales. En primer lugar, lo que pudiéramos llamar fidelidad al pensamiento de Unamuno. No hace un monólogo sobre él. Diríamos mejor que el autor nos cuenta su conversación con Unamuno. Una larga conversación en la que éste nos va narrando, a través de Marías, la dolorosa historia de su vida. Mas en esta conversación está presente también Marías; recordando a Zubiri, podríamos decir que Marías conversa con Unamuno desde su situación, su situación que es la nuestra, y de esta manera mientras Marías aclara el problema que Unamuno era para él, aclara también el que era para nosotros. El segundo carácter es el sistematismo. Pero no se trata de que Marías se acerque a Unamuno provisto de un esquema previo, en el que le hace entrar forzadamente, sino que este sistema es el reflejo de la estructura misma de la vida de Unamuno. Estructura que vemos hacerse conforme penetramos más en la vida de Unamuno y en la cual desempeñan sus libros una función primordial. Por esto los capítulos del libro de Marías –reflejo de los aspectos diversos que presenta Unamuno– se exigen unos a otros y Unamuno no puede ser claramente entendido si prescindimos de este íntimo sistematismo que Marías pone de relieve con tanta precisión. El tercero y último carácter es el rigor. La formulación con la que el autor nos expresa su interpretación de Unamuno está animada por una exigencia de claridad. Ya decía Morente que «no contentarse fácilmente, no someterse dócilmente a la seducción de aparentes aciertos es la condición esencial de toda profundidad. Para un pensador exigente nada es nunca suficientemente claro». Así es como Marías ha logrado conjugar la riqueza de pensamiento con un exacto decir. En definitiva, Marías ha conseguido plenamente su propósito. Después de leer este libro es ya otra cosa leer a Unamuno, ahora lo entendernos mejor. Pero al mismo tiempo nos vamos dando cuenta que Unamuno se aleja de nosotros. Va dejando de ser punto de contradicción, y es que era otra vida, una vida implantada en una situación muy distinta de la nuestra. De aquí este halo de lejanía que a él y a toda la generación del 98 empieza a envolver. Muchos de sus problemas siguen siendo los nuestros; pero los vivimos de distinta manera, y esto nos revela también la necesidad de inventar nuevas soluciones. Tomás Ducay Fairén |
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