Alférez
Madrid, junio de 1948
Año II, número 17
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Espíritu y letra

Desde hace ya tiempo se viene planteando, con insistencia tópica, el problema de las minorías. Minoría rectora, dirigente, &c. Y hay en el fondo de todo ello un problema, el más agudo quizá de nuestra existencia, que toca lo más escondido de todo hombre y que por esto no se ahonda con la suficiente claridad. Porque es muy duro a veces, y se necesita gran dosis de valentía para tirar de la manta. Al abrir bien los ojos, se puede caer en crudeza. Al pretender evitar el juicio acerado, corremos el peligro de comulgar con ruedas de molino. Así entre estos dos peligros hay que navegar, exigiéndonos en todo momento ponderación justa y sinceridad auténtica.

La necesidad de minoría responde a la realidad dolorosa de que la mayor parte de los hombres se atemorizan y huyen despavoridos ante el aletazo del espíritu. El vivir en espíritu y en verdad es pasar la existencia en vigilia constante, en sobresalto permanente y en una cierta inseguridad. La caricia del espíritu es instigación para marchar, para considerarse siempre en el comienzo del camino, para no reposar jamás en el borde del sendero. La vida del espíritu fortalece, es verdad, pero también aterra y desasosiega.

Nadie que no haya sentido, en un momento de su vida, la terrible verdad punzante de «no he venido a traer la paz sino la guerra», puede comprender hasta qué punto el espíritu, el verbo o el logos, conmueven al hombre en todo su ser.

Y el hombre en su limitación siente la carga, siente la angustia y así llega a la humildad. Humildad que no es anonadamiento de facultades, sino descubrimiento de sus propios límites por directa experiencia.

Y he aquí que en ese esfuerzo constante el espíritu se expresa en letra y da normas, con lo que empieza una nueva lucha para vivir el espíritu activo a través de la norma estática.

Y aquí nos encontramos de nuevo con la minoría. La misión de la minoría es la de vivir en espíritu y en verdad, en vigilia e inseguridad anhelosa y fiel, y revelar en cada momento el contenido de la letra y el valor de la norma al que sestea a la sombra de la ley escrita. El concepto es vida la vida actividad fecunda. Pero el concepto expresado es letra, y la letra sola sonido o signo. Y es tal la limitación nuestra que necesitarnos de tiempo en tiempo un remejer nuestras almas con una nueva expresión o una nueva iluminación salvadora del mismo concepto.

La letra escrita, por excelencia expresión del espíritu vivificador, la Escritura Sagrada, nos da el ejemplo con su gloriosa historia de generaciones y generaciones de comentaristas y exégetas. El mismo concepto, la misma verdad y la misma vida, que es la verdad de Dios y del hombre, ha ido fecundando inteligencias y corazones en expresiones vivas también por un momento aumentando horizontes y haciendo conquistas para este pobre conquistador del misterio que es el hombre.

Y esto lo debemos a esa legión de minorías que a través del tiempo no vivieron de la letra, sino que le buscaron su escondido secreto reviviendo el primer misterio envuelto enigmáticamente en la palabra.

La minoría vivificante de lo escrito o practicado, en lucha con la letra y con los que la repiten sin vivirla, ha escrito la historia del drama más hondo del hombre.

Esta lucha entre la letra y el espíritu afecta de tal modo toda la vida del hombre, que no puede limitarse el campo, no pueden aplicarse valores ni matices. La letra una vez más nos traiciona y no podemos aplicar una palabra para designar a los que militan cara al espíritu y los que duermen en el seno de la ley escrita.

No hay partido político, ni nación, ni generación que pueda recabar para sí la representación del espíritu. Y también entre los que están dentro de la salvación definitiva gracias al mensaje y sacrificio de Cristo sigue habiendo la casta de fariseos muertos en la estrechez de la letra.

Esto también explica que postulados patentemente falsos adquieran pujanza grande, no por ellos mismos, sino por la vida y «espiritualidad» de los que los sustentan.

La pasión, pues, de la minoría está decretada de antemano. La minoría ha de luchar y sacrificarse por el espíritu frente a la letra. No encontrará comprensión, porque va a remover muchas interioridades que en el sueño de la rutina permanecen ignoradas. Pero debe marchar alegre a ese sacrificio.

Y cabe aún una pregunta: ¿Es necesario y hasta conveniente que la sacudida de la minoría llegue a todos? ¿No es cierto que se producen muchos escándalos?

Carlos Castro Cubells


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