Hablando de «Escuadra hacia la muerte»
El estreno, con gran éxito, de la obra de nuestro compañero Alfonso Sastre, «Escuadra hacia la muerte», nos lleva hoy a ocupar la sección crítica que a él le corresponde.
Alfonso Sastre es un amigo, y al hablar hoy de él y de su obra en esta sección crítica no intentamos, sin embargo, criticar. Ya a raíz de su estreno, la obra fue entusiásticamente criticada desde diarios y revistas. El entusiasmo de los críticos y la apasionada reacción de un público sorprendido y emocionado, la noche del estreno, no son de extrañar. La «Escuadra hacia la muerte», de A. S., que se hizo real ante nosotros, gracias a la magnífica representación del T. P. U., vino a decirnos demasiadas cosas, en un momento en que, desde los escenarios, nos dicen muy pocas.
Bocaccio, refiriéndose al Dante, escribe: «Dante comprendió que las creaciones poéticas no son vanas y sencillas fábulas, como suponen muchos, sino que tras ellas se ocultan los más dulces frutos de las verdades históricas y filosóficas».
Tras de la «Escuadra» de A. S. se oculta el fruto dulce y amargo de nuestro momento histórico. La trágica seguridad de una catástrofe, que huimos imaginar, pero hacia la cual camina el mundo; la incertidumbre y la desesperanza del hombre de hoy, condenado a formar en una escuadra hacia la muerte, en un mañana próximo quizá: he aquí el tremendo cargamento de sugerencias con que llama a nuestra conciencia la obra de Alfonso Sastre.
Alucinantes, las escenas se suceden. Los seis hombres encerrados en el bosque sin salida de su destino, se desesperan, gritan, recuerdan...
Los seis hombres van adquiriendo contornos psicológicos personalísimos a lo largo de la obra. Podemos reconocerlos y llamarlos por sus nombres. No son seis fantasmas creados para dar vida efímera a una «fábula vana». Existen y nos aterra poder identificarlos con los hombres que nos rodean diariamente, poder identificarlos con nosotros mismos.
Alfonso Sastre y su «Escuadra hacia la muerte» han abierto una brecha, una herida, un desgarrón dulce y amargo en la piel suave y cuidada de nuestro teatro. Como espectadores desearíamos que el desgarrón aumentara, que la brecha se extendiese y que saliera a la superficie la carne viva en la que se ve latir la sangre y se adivina el alma.
Ignacio Aldecoa