El Católico
Madrid, viernes 13 de marzo de 1840
 
número 13
páginas 100-102

Crónica religiosa

Academia de Ciencias Eclesiásticas de San Isidoro

Sesión del miércoles 11 de marzo.

Estaba anunciado que el académico García Ruiz sostendría esta proposición: «El romano Pontífice, sucediendo a S. Pedro en todos sus derechos, tiene el primado de honor y jurisdicción en toda la iglesia.»

Llegada la hora ocupó su puesto el disertante, y después de unos cortos preliminares que sentó como por vía de introducción, paso a probar su aserto diciendo: Que como el romano Pontífice sea vicario de J. C., cabeza visible de la iglesia, padre y maestro de todos los cristianos, siendo tan hereje quien lo contrario sienta como quien asegure que no se resiste a la gracia interior en el estado de la naturaleza caída; era preciso confesar el divino Primado inherente a tales prerrogativas. Amplió sus pruebas, valiéndose de la autoridad del concilio de Florencia, de la escritura santa, de la tradición y padres de la iglesia: se hizo cargo de los textos, hechos y autoridades de algunos doctores antiguos, dándoles aquella explicación y aplicación que dan los maestros católicos, y en lo que insistió mas fue en la doctrina del abad de Lerin. Ningún mérito hace este sabio porque los herejes, imitando al seductor Satanás, citen las sagradas páginas, aleguen dichos de Santos Padres, toda vez que no sea conforme con lo que la iglesia crea y defina o reunida en sus concilios, o dispersa, pero unida su cabeza.

Examinando la fuerza que pueden tener los textos de S. Cipriano, que los protestantes objetan contra el primado pontificio, y algunos católicos, o que al menos dicen serlo, creía se hacía en ello una injuria al santo mártir, cuyas palabras en nada se oponen a la creencia católica, pues que solo hablan de la igualdad de orden entre el Pontífice como obispo y los demás obispos, pero nada contra su potestad. El santo afirma una cosa sin negar otra, y si probase lo que se pretende probaría una absoluta igualdad entre los pastores de la iglesia, incluso el Papa; en cuyo caso los textos probarían mas de lo que se quiere y contra lo mismo que creen los adversarios. Sobre todo, que la iglesia ha hablado y preciso es creer.

Se ríe por último, de algunas futilidades que suelen objetarse, como el que antiguamente se llamase Papa a cualquier obispo, pues también aun en las santas escrituras son llamados presbíteros; y no por esto se dirá, a no ser por los presbiterianos, que los sacerdotes no son inferiores a los obispos.

Concluyó diciendo ser preciso no perder de vista que más impíos ha producido el cercenar las prerrogativas del Pontífice romano que fanáticos el defenderlas aun con un calor extremado.

No se hallaban presentes los señores académicos Fernández de la Hoz y Guerra, designados para hacer observaciones, y en su defecto lo hizo el señor Alumbrero. Con un estilo propio de dicho señor, que no sabemos si llamar festivo, después de protestar el sumo respeto y veneración que le merecía el Papa por las mil razones que diera el sustentante, presentó una dificultad o escrúpulo que padecía un su amigo, a quien comparó a los cigüeños que andan a caza de sapos. ¿Cómo se compone, dice este, con la santidad e infalibilidad y demás dotes del Padre común de los fieles con una bula de Sixto V, por la que absuelve a los franceses del juramento de fidelidad a su rey Enrique III, y los exhorta para que lo asesinen? ¿con otro Papa que declaró vacante el reino de Nápoles, y a su instigación fue decapitado el depuesto rey, sufriendo una muerte igual a la de S. Pablo y dada por el sucesor de S. Pedro? ¿Como por último con una bula de Pío VII, en la que llama a Godoy columna de la iglesia, siendo de tan mala cantera sacada, y solo porque a sus intrigas se debió el pase de la bula auctorum fidei?

Tal escrúpulo le quitó diciendo que esto es obra de los curiales, y de solos ellos, y no de la veneranda persona del santo Padre. Le fue [101] respondido a este señor que fuera mejor para quitar escrúpulos hacer diferencia de la cabeza de la iglesia, del padre y maestro de los cristianos, del hombre de sus pasiones y de sus miserias: que hablando aquel preciso era escucharle, acatarle y obedecerle; pero que hablando este era hombre, y como tal podía tener, y con efecto ha tenido por desgracia, alguna que otra vez sus debilidades, y de ellas se ha valido el protestantismo para combatir la Santa Sede. Haciéndose cargo de los hechos corrigió la inexactitud de que adolecían y advirtió lo preciso, que es ver en qué fuentes bebemos, en qué libros aprendemos. Finalmente, que el argumento en nada atacaba, en buena lógica, su proposición. Volvió a la carga el señor Alumbrero contra los curiales y contra los italianos, que han convertido en arte el envenenar, y otras mil cosas de ríos de oro y plata, y sin concluir tomó la palabra el Sr. Álvarez.

Este académico atento, fino y comedido, tomó ocasión para hacer sus observaciones, de una expresión que oyó al disertante, a saber: que los fieles tienen obligación de obedecer al sumo Pontífice.

Procedía en un supuesto equivocado cuando al decirlo previno de antemano que se entendía siempre que mandase como cabeza de la iglesia, en cuyo caso no podía mandar contra derecho divino ni natural, ni contra el dogma ni la moral, pues si por imposible tal hiciera dejaría de ser cabeza de la iglesia y vicario del Salvador en el mundo.

Era consiguiente que el argumentante tocase el punto de infalibilidad que graduó de opinable, y para impugnarle adujo la condenación de Honorio hecha en el concilio de Constantinopla; la caída en el arrianismo de S. Liberio; las excomuniones de Gregorio VII, y las pretensiones de este y de Bonifacio VIII al dominio universal.

No creyó el sustentante ser mera opinión el punto de infalibilidad pontificia, y así ocurrió diciendo no ser cierto el arrianismo de Liberio pues que no suscribió a fórmula alguna que contuviese tal herejía, sino a la tercera del Concilio Sirmiense, y condenó débil a S. Atanasio, como asegura S. Hilario: que el Papa Honorio inmaculatam maculari permisit y no mas. Fuera de que era preciso se probase que habló como cabeza de la iglesia, o como dicen los teólogos ex Cathedra, y esto no se probará. Mas que la inhabilidad está prometida, poniendo de su parte los hombres todos los medios que dicta la prudencia y la razón para no exponerse a tentar a Dios, como lo haría quien se quisiera decidir precipitadamente. Honorio creyó que era cuestión de gramáticos decir una o dos voluntades y nada más, como puede verse en sus mismas cartas a Sergio de Constantinopla, sin que por su parte diese decisión ni definiese cosa alguna. De los otros dos Pontífices el primero fue un don que Dios hizo a su esposa la iglesia como atestigua aun el nada sospechoso de papista Fleuri; y si uno y otro, esto es Bonifacio, creyeron el dominio universal, manifiéstese una decisión propuesta a la iglesia por ellos, para que los fieles la crean. Pudieron muy bien como particulares pensar así, pero esto no perjudica al don de infalibles como maestros y padres de los cristianos, ni aun como a particulares, cuando otras opiniones aún más desatinadas perjudican a otros, ni rebajan su mérito.

No satisfizo esta respuesta al señor académico Aguirre, y así tomando la palabra, después de protestar su conformidad con el primado apostólico, su adhesión a él y su catolicismo; reprodujo los mismos anteriores argumentos, rectificando, según dijo, algunas equivocaciones que padeciera el disertante, y observando de paso que este había hablado también con católicos en su disertación. Sostuvo las ideas que en ello emitió, y las que presentó al señor Álvarez, (el sustentante) porque no hallaba mérito para variarlas, pues nada nuevo se había dicho; y continuó: verdad que he hablado con católicos, pero con católicos que son solo en el nombre, y si lo son efectivamente, sin verlo o sin quererlo, se dan la mano con el protestantismo.

Se suscitó un acalorado debate sobre la promesa del Salvador hecha a su iglesia, con motivo de haber dicho el disertante ser preciso a los Concilios, y al Pontífice Romano, que procedan prudentemente registrando, consultando, discutiendo y ventilando los puntos &c. &c. y que de no hacerse así, sería una temeridad y tentar a Dios. Esto escandalizó a algunos señores socios, dándose razones por ambas partes, hasta que el [102] presidente levantó la sesión, aplazando el mismo asunto para el miércoles próximo.

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