Filosofía en español 
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Lecturas

El pensamiento panameño
Ricaurte Soler, El pensamiento panameño y la concepción de la nacionalidad en el siglo XIX

Rasgo predominante y común a todas las Universidades de Hispanoamérica en la hora presente es el afán hecho método de tomar conciencia radical de la génesis de su civilización, al triple nivel de la nacionalidad, del hispanoamericanismo y de la integración del último en la estructura de Occidente. Las más recientes generaciones de intelectuales, formadas dentro de este espíritu, se distinguen, pues, por su manera indirecta y sutil de hacer Historia narrable haciendo, serena y concienzudamente, densa historia narrada.

De la pluma de uno de estos jóvenes pensadores, que se dan el nombre significativo de revisionistas, y editado por el Ministerio de Educación de Panamá, nos llega un libro breve que, por las sugestiones implícitas en su temática, no vacilamos en calificar de excepcional. Es su titulo El pensamiento panameño y la concepción de la nacionalidad en el siglo XIX, y Ricaurte Soler el nombre de su autor. Tal vez no se deba a coincidencia el que los problemas centrales de la civilización hispanoamericana despierten tan agudo interés en la atmósfera tradicionalmente fronteriza y abierta del Panamá, coloreada ya desde los tiempos de «la Colonia» por el transitismo, por la conciencia de los límites de una Civilización y de la inevitabilidad de un contacto con otros pueblos y culturas, conjurado por el hecho singular y fundador del Istmo.

En esta encrucijada geográfica, tan propicia a marinos y capitanes como a negociantes y diplomáticos, no podía echar raíces, como en tierras del interior, el hábito de la sosegada especulación escolástica. Nunca ha incitado esta zona a la contemplación desinteresada y la visión intemporal del mundo, sino al relativismo pragmatista y obediente a la mudable oportunidad. El representante más calificado del pensamiento panameño, Justo Arosemena, consideró en el fondo la filosofía y la ciencia como instrumentos eficaces para el desarrollo y justificación del utilitarismo político, tomado directamente de Bentham, cuya capital influencia en la legislación de las jóvenes repúblicas no es bastante conocida. Y así acabó Arosemena sacrificando los últimos impulsos de su actividad teórica a su interés más vivo por intervenir en los negocios públicos. Su ideología, oscilando entre la autonomía absoluta y el internacionalismo implícito en su concepción del Istmo –Pro Mundi Beneficio– es un modelo de flexibilidad política.

No ha captado el autor el drama que para Hispanoamérica ha entrañado el alcanzar su independencia en el momento en que, para llenar el vacío político y cultural creado por la repudiación de lo español, hubiera de acudir a Europa –a Inglaterra primero, a Francia más tarde– con objeto de importar los dos sistemas vigentes en ella a la sazón: el nacionalismo y el positivismo. Fue éste un recurso forzado, desesperado más bien; y, por tanto, cuando Hispanoamérica hubo llenado bien o mal el vacío con los productos de la hora, suspendió la importación, mientras Europa, aun a gran precio de errores y de lágrimas, superaba lentamente sus propios y funestos patrones.

De aquí que la reacción subsiguiente –sobre todo el antipositivismo– tuvieron un carácter retrógrado, neoescolástico, y que Hispanoamérica no asimilara las corrientes posteriores: vitalismo, pragmatismo e historicismo.

Esta ambigüedad lleva a Soler a plantear –o a señalar al menos– el problema fundamental: el de un hispanoamericanismo cultural. Frente a cierta tendencia, patente en la actualidad, a «neutralizar» la significación de la Revolución y el «salto» de la ruptura con España, y a acentuar la continuidad con «la Colonia» prebolivariana, el autor se manifiesta convencido de que con la Independencia política nació una civilización propia de la síntesis de todos sus elementos heterogéneos: unidad de cultura que, según él, exige la unidad política. Y éste es para Hispanoamérica, sin duda, el más considerable de los problemas. Ahí permanece.

X. X.