Filosofía en español 
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Diálogos

Daniel Cossío Villegas

¿Cuál es el futuro de la Unesco?


Señor Director: Mis opiniones sobre la UNESCO son más pesimistas que las de Mariano-Picón Salas (Cuadernos, nº 70), lo cual se explica bien, aparte las diferencias usuales de modo de ser: él ve la UNESCO con la familiaridad que le han dado varios años de trabajo en ella: yo como un extraño completo, puesto que por primera vez la conocí hace dos meses, al celebrar su XII Conferencia General. Ese trato familiar da sin duda a las opiniones de Mariano mayor autoridad que la que pueden tener las mías; al mismo tiempo, suele ocurrir que un extraño advierta hechos que para los habituados pasan inadvertidos justamente porque, a fuerza de verlos, dejan de estimarse.

Para mí, la UNESCO pasa por una crisis mayor, profunda, y no simplemente por un período de ajustes leves y «naturales», como complacientemente podrían llamarse. De ahí que me resuelva a vaticinar que si en éste y el año próximo, es decir, los dos que median entre la pasada y la próxima Conferencia, el Director General y el Consejo Ejecutivo no hacen un esfuerzo supremo para ponerla de nuevo a flote, puede hundirse para siempre. No anticipo, claro, la desaparición de la UNESCO; pero sí que dejará de ser lo que sus fundadores creyeron y esperaban que fuera, y que se convertirá en una especie de «bolsa de servicios», como hay bolsas de trabajo a las que acuden los desocupados para hallar algo con qué ganarse la vida. Es decir: seguirán llamando a sus puertas los países pobres para pedir los servicios de algún «experto», en enseñanza de adultos, en educación técnica, en construcciones escolares, &c.; pero la UNESCO –repito– puede dejar de ser muchas otras cosas para las que fue creada y por las que ha sido sostenida durante dieciséis largos años.

La crisis se advierte en las instalaciones físicas mismas: a pesar de que fueron inauguradas hace sólo cuatro años, el 65% de los países carece de oficinas; el secretariado no cabe ya en sus enormes edificios, y la luz, la ventilación, hasta la acústica de las salas de reuniones principian a fallar. Nada más grotesco, por ejemplo, que pedirle a los delegados que agiten en el aire los carteles azules donde está grabado el nombre de sus países para recoger un voto. Es que la acústica falla para expresarlo oralmente, y la luz para dar la certidumbre de que una simple mano está levantada.

Tras estas limitaciones, vienen los procedimientos; pasa un buen minuto o minuto y medio entre el anuncio de la secretaría de que tomará la palabra el representante de un país y la aparición del orador en la tribuna, pues debe hacer, para llegar a ella, un verdadero viaje desde su asiento; tomar un voto secreto lleva tres horas, y el debate llamado «general» consume sesenta, o sea unas dos semanas de trabajo.

Gran parte de la explicación de esta insuficiencia física (que se extiende a todos, lo mismo a los servicios de interpretación y de documentos que al restaurante y la cafetería) es, por supuesto, que la UNESCO tiene hoy dos veces más miembros que hace cinco años, pues suman ya ciento trece, y en puertas puede estar una docena más. La insuficiencia física es de fácil remedio, sobre todo si la construcción (ya aprobada) de los nuevos edificios se confía a arquitectos un poco menos geniales que los que levantaron los actuales; pero ¿es ésa la única dolencia de la UNESCO? No.

La mera razón del número de miembros ha producido ya, en las Conferencias XI y XII, pero sobre todo en esta última, consecuencias de fondo. Debe presumirse que en una reunión a la que asisten ciento trece Estados, y cada uno manda unos cinco delegados, es literalmente imposible tratar en serio problemas tan complejos y delicados como el lugar de la tecnología en la sociedad moderna, o el entendimiento cultural entre los pueblos occidentales y los de Asia y África. Es inevitable, así, que sean los temas del analfabetismo, de las construcciones escolares, los que ocupen el lugar principal en las deliberaciones; pero ni éstas, en rigor, se producen: los delegados no discuten acerca del analfabetismo o de las construcciones escolares; en el primer caso, simplemente declaran y reiteran que ha de darse la máxima prelación a problemas de esa envergadura y de semejante urgencia, y en cuanto al segundo problema, la disputa, no ya la deliberación, se endereza, de ninguna manera a bosquejar las funciones del Centro, sino a dónde estará su sede, en Colombo, Labore o Accra, digamos.

Ese bosquejo de funciones del Centro de Construcciones Escolares y su funcionamiento real, o la forma y métodos para atacar el analfabetismo, de hecho todo, se abandona al Secretariado. Y cuando éste anuncia la meta de hacer desaparecer en cinco años el analfabetismo de África, no hay un solo delegado, y, desde luego, los africanos mismos, que exprese una duda o cierto escepticismo acerca de semejante posibilidad.

La mera razón del número ha producido otra consecuencia tan lamentable como la anterior. La Conferencia tiene una agenda, que debe concluir alguna vez, a pesar de que se extiende ahora a cuarenta días y va precedida de dos o tres semanas de reuniones de «expertos» o de «grupos de trabajo». Como dejada a sí misma, sin embargo, la Conferencia jamás concluiría sus tareas, el Secretariado mete la mano más de la cuenta, mucho más de la cuenta: interviene en los debates, hace proposiciones, y, sobre todo, simplifica los problemas reduciéndolos a blanco por un lado y negro por el otro para provocar una votación oportuna. Y todo esto, claro, invadiendo funciones que no son suyas, sino de la Conferencia, de una Conferencia que se proclama, día tras día, ¡soberana!

A las reuniones de la UNESCO no concurren ya, como antes, grandes figuras intelectuales, si bien no faltan algunos ministros de educación o rectores de universidades, que quizá tengan en sus países algún relieve intelectual, pero que en la Conferencia sólo actúan como políticos. Y es éste, quizás, el mal más grave que aqueja a la UNESCO. Sólo un niño podría sorprenderse de que es inevitable hacer alguna política en toda reunión internacional; pero que en un organismo creado para alentar la educación, la ciencia y la cultura todo sea política y nada educación, ni nada ciencia, ni nada cultura, es, me parece, sobrepasar francamente los límites de lo necesario y lo deseable. En la actualidad, no hay diferencia apreciable entre una asamblea de las Naciones Unidas y una conferencia de la UNESCO. En una y en otra, la nota omnipresente es la lucha por el poder, por conquistar la mejor posición de poder posible.

Esta lucha por el poder alcanza ya extremos de crudeza tal, que se ha olvidado, o se ha echado a un lado, sin vacilación ninguna, su única arma fina, la negociación. Es enteramente normal la discrepancia de intereses y de opiniones en cualquier reunión humana, y más, desde luego, en una reunión internacional a la que concurren países de todas partes del globo; pero justamente por eso es de la esencia misma de un organismo internacional el negociar para concluir en una solución que satisfaga a todos o al mayor número por lo menos.

Los problemas más escabrosos: el tope presupuestario, el salvamento de los monumentos de Nubia, por ejemplo, llegaron al voto de la Conferencia General bajo la misma forma de soluciones irreconciliables que tuvieron al presentarse por primera vez, muchos meses antes de la reunión. El Director General propuso inicialmente un presupuesto de 42 millones de dólares, Estados Unidos y el Reino Unido, otro de 38, y la Unión Soviética un tercero, de 33. Pues bien, esas tres soluciones llegaron a la Conferencia General, y fueron objeto de dos votaciones, y sólo cuando ninguna de las tres alcanzó la mayoría requerida de dos tercios, los opositores negociaron para llegar a una cifra de 39 millones. Aun así, la Unión Soviética mantuvo la suya de 33.

¿Por qué esa negociación y esa transacción se hicieron al final y no al principio, lo que hubiera ahorrado tiempo, y, sobre todo, un clima de intolerancia? En parte, porque en la UNESCO parece haberse perdido ese espíritu de conciliación y de acomodo; pero en una parte mucho mayor porque priva el apetito del poder. Al Director General, por ejemplo, le interesaba demostrar que aun cuando su tope no conseguía los dos tercios de votos, lograba, sin embargo, un número mayor que los otros dos topes propuestos; a Estados Unidos, el Reino Unido y otras potencias occidentales, les interesaba demostrar públicamente que su tope era aprobado por un número respetable de países. Y la Unión Soviética quiso hacer gala de su posición opositora aun después de comprobar que era impopular.

En fin, debe señalarse otro aspecto de la crisis de la UNESCO: ésta fue fundada para utilizar la educación, la ciencia y la cultura como medios de comprensión universal, para colaborar, en suma, a la gran tarea de mantener y afirmar la paz. Esa fascinante tarea ha ido pasando a segundo plano y no por decisión de la Organización, sino por las necesidades de otros organismos de las Naciones Unidas. En efecto, el Programa Ampliado de Asistencia Técnica y, sobre todo, el Fondo Especial, han estado acudiendo a la UNESCO para consultarla y aun encargarla de la ejecución de programas educativos pedidos por los Estados miembros. Esto la ha convertido en una agencia ejecutora de programas ajenos, y en un grado tal, que los fondos que la UNESCO consume en tareas ajenas son ya mucho mayores que los que gasta en sus programas propios.

Por supuesto que la UNESCO no puede negar esa colaboración, entre otras razones, porque ella no es –como cualquier otro organismo especializado– sino un miembro de lo que se llama tan justamente «la familia de las Naciones Unidas»; pero esta consideración no hace desaparecer los problemas que tales hechos le han planteado: ¿Debe conservar intacto su viejo programa y tratar de acometer una doble tarea? ¿Debe sacrificar parte de él, y cuál? Lo que es un hecho es que la Organización vive aplazando acometer tan grave cuestión, es decir sigue caminando a la deriva.

La XII Conferencia General aprobó elevar a treinta el número de miembros del Consejo Ejecutivo, y eligió los que faltaban para llegar a ese número. Del crecimiento se benefició, más que ninguna otra región, el África Tropical. ¿En qué medida puede esperarse un mejor trabajo del nuevo Consejo? No es muy alentadora la idea de un organismo de treinta miembros (toda una pequeña asamblea) al que se encarga una tarea ejecutiva, de acción, y no ya de discutir o deliberar. Y, sin embargo, en ese nuevo Consejo, de una composición más amplia y mejor equilibrada, hay que fincar las esperanzas de que la UNESCO se sobreponga no sólo a su propio abandono, sino a las dimensiones y al carácter del mundo internacional de hoy.

Daniel Cossio Villegas

México, enero de 1963.