[ Julio Lucas Jaimes ]
Audaces fortuna juvat
Aquesta es la vera o fidedigna historia del home que ansí logró medros en muy breve espacio, pudiendo por ende nominarse fijo de la fortuna.
Pero será preciso traducirlo al romance actual, dejando el habla vieja para el Arcipreste de Hita y sus contemporáneos. Sigamos, pues, la referencia en idioma nacional, como llaman al castellano los programas de la enseñanza oficial, lo mismo que podrían llamar religión nacional a la católica romana o peste nacional a las tercianas.
Bueno será advertir que eso viene de tiempo atrás, es decir, que no es obra del ilustrado humanista doctor Magnasco, una de las inteligencias más nutridas y mejor cultivadas de la generación argentina de nuestros días, e incapaz de nacionalizar lo ajeno, como no se nacionaliza el aire, ni el cielo, ni el oro, ni nada de lo que no es oriundo indígena, salvo el hombre, que se nacionaliza y, hace más, toma carta de naturaleza en cualquiera parte, lo mismo entre los boers que entre los ingleses, si ha nacido, como lo quieren Tolstoï y los modernizantes, sin patria en el alma y sin escrúpulos en la conciencia. No he averiguado aún si en Norte América llaman idioma nacional al idioma inglés, ni en el Brasil al portugués, ni en la Tartaria al chino; pero hay cosas de cosas, como hay en Chile un ministro de industrias y no de Industria y entre nosotros un ministerio de cultos y no simplemente del Culto, sea el que fuese, lo que mi ignorancia no acierta a explicar satisfactoriamente.
Pues volviendo al cuento o a lo historia, porque aquesta es historia que parece un cuento, digo que Venturito fue un muchacho avispado, un pilluelo gracioso, fecundo en recursos. Siempre halló en donde adormecer el aguijón del hambre y en donde satisfacer al irresistible sueño. Un día vio escrito en grandes letras que el aire desplegaba en una bandera: «el Gorone, vapor Sud América», y se fue al puerto y entró en el paquete a guisa de correspondencia, porque tomó seguro en el camaranchón del correo. Perdido de vista el puerto, asomó las narices, sacó medio cuerpo afuera y fue sacado el resto por la manaza del mayordomo, que parecía dispuesto a un estropicio. La sangre fría y picaresca faz del muchacho, cayeron favorablemente y, previo acuerdo del superior, fue agregado a los pinches y destinado a bruñir utensilios.
He ahí a Venturito en Buenos Aires, escapado de a bordo y admitido limpiabotas en un salón napolitano de hacer ídem; luego, vendedor de diarios a grito herido, leyó en alguno: “se precisa un muchacho con cama, para servicio de un matrimonio solo”, y se fue en derechura, aunque nunca tuvo cama, y lo admitieron pudiendo dormir con el gato en la cocina. Hizo su agostillo, cambió pelaje y alpargatas por zapatos y como tuviese sangre ligera capaz de crear simpatías, fue elevado, mediante el favor de una mucama regordeta que nada tenía de Lucrecia, al rango de lacayo de estribo en la cochera de unos viejos estancieros venidos a ricos y convertidos en personas como el fagot.
Venturito quitó el ito: sus patronea lo ventureaban a todo trapo, máxime cuando por no esperada defunción del auriga, ascendió al pescante en calidad de propietario automedonte. Dicen que más secretario es un cochero que un secretario, y así ha de ser, si secretarlo viene de lo de guardar secretos. Ventura sabía algunos que le procuraban propinas y protecciones. Con estas últimas llegó a empresario de coches y puso en la muestra: “Ventura Monte, servicio diurno y nocturno permanente; se garantiza la economía y el secreto.”
Pronto hubo de trasladarse y mudar de barrio por “ensanche de negocio”, agregada la sección de pompas fúnebres y automóviles al alcohol y al kerosene.
Cayó la desgracia en el seno de una familia no rica, pero de cierto fuste y bien ver; “la pálida muerte lo mismo entra en el alcázar de los ricos que en el tugurio de los pobre»: el empresario se esmeró en el fúnebre quehacer y dejó pasar el tiempo sin pasar la cuenta o la adición, como dicen los hablistas del idioma nacional.
Eso, algunos teneres y la no triste figura del empresario, impresionaron a Numantina la huérfana, y pasado el luto, entró ella del brazo de su padrino, el gerente de no sé si unos ferrocarriles o de unos tranvías, y él llevando del brazo a la madrina, gran viuda de no sé tampoco si de un general o de un ministro; pero sé que entraron en el templo de las Victorias, mientras la orquesta del maestro violoncelo ejecutaba sin misericordia la marcha nupcial de Mendelsohn.
Las crónicas sociales halláronse llenas de regalos, flores, joyas, bronces, porcelanas, sorpresas y bibelots, es decir, no para ellas, sino de aquellos que recibieron los novios. Don Buenaventura del Monte y doña Numantina Zarzales del Monte, y también de los deseos de la vida socialista, relativos a la prosperidad de los desposados y a la “eterna luna de miel de tan simpática cuanto distinguida pareja”. Estos deseos fueron como una mascota elevada al cubo, porque a poco don Buenaventura era empresario de todo: mercados de diversos linajes, afirmados en concreto y en abstracto, vestuario de tropas, forraje para el ejército, es decir, para sus brigadas y acémilas, &c., y pasó a ser primeramente miembro inferior, por grados, luego superior y presidente de clubs, de empresas gordas, de sociedades anónimas, de sindicatos y de capitalistas.
Ya no había vida social, ni recibo, ni banquete, ni cinderella, ni garden party, ni matiné, ni bendición de altar o colocación de piedra fundamental, ni… ¡vamos! Sin que se vea el nombre de don Buenaventura del Monte a la cabeza o cuando menos el de su digna esposa la señora Zarzales del Monte, presidenta de toda suerte de hermandades y secretaria del Perpetuo Socorro. Los banqueros lo mimaban, los personajes de la política, del gobierno, del parlamento, del concejo y aun de la iglesia, lo tuvieron sobre las palmas, y no hubo casa, ni establecimiento, que no le abriese de par en par las puertas. Los del Monte en Palermo, los del Monte en la Opera, los del Monte en Mar del Plata, los del Monte en Luján, los del Monte en la recepción del Nuncio, y los del Monte en la del doctor Campos Salles. ¡Ubicuidad más portentosa!…
Finalmente, lo parroquia de San Pancracio está agitadísima. Circula una invitación que dice: “Los vecinos, &c., &c., invitan a usted a la reunión, &c., &c., con el objeto de cambiar ideas, &c., &c., para propiciar la candidatura del distinguido señor don Buenaventura del Monte y Soto Mayor, para concejal del ayuntamiento, &c., &c., en el próximo período de renovación municipal.” Al pie un centenar de firmas conocidas e incógnitas, capaces de asegurar completo triunfo…
Aquesto es la vera e fidedigna historia del home que ansí logró medros en muy breve espacio, pudiendo por ende nominarse el fijo de la fortuna.
Dibujo de Villalobos