Las Dominicales del Libre Pensamiento
Madrid, domingo 30 de diciembre de 1883
 
año I, número 45
página 1

Ramón Chíes

Caracteres del Libre-Pensamiento

Artículo cuarto

El viejo ideal español, Catolicismo y Monarquía, trono y altar, dominador absoluto de la conciencia nacional, se caracterizó por un triunfo rápido y brillante, pero de brevísima duración. No más de lo que se mantiene el sol en la precisa línea del meridiano, se sostuvo la preponderancia española sobre los fundamentos del absolutismo, a que se adhirió con pasmosa energía.

Sólo una falsificación indigna de la Historia, o la más lastimosa ignorancia, pueden dejar pasar sin protesta esas frases de relumbrón, con que los tradicionalistas pretenden autorizar entre las masas la Monarquía y el Catolicismo, haciéndolas creer que, gracias a estas instituciones, la Nación alcanzó gloria, poder, riquezas, sosiego y prosperidad durante largos siglos.

La Historia estudiada sin prejuicios, honradamente analizada, demuestra precisamente todo lo contrario, a saber: que España, grande y fuerte mientras no imperó en ella el absolutismo monárquico, así que éste la sujetó a su dominación, se trocó en pequeña y débil: inteligente y sabia mientras el catolicismo fue tolerante y humano, se convirtió en ignorante y fanática tan pronto como la Iglesia supeditó a su censura el pensamiento.

Fulguró en el mundo el astro de España, con brillo sólo comparable al del imperio, romano, desde la toma de Granada y el descubrimiento del Nuevo Mundo hasta la conquista de Portugal, que consumó la unidad nacional. Pero, así como nada hay comparable a aquella ascensión y brillo de un pueblo, poco antes dividido, encerrado en los estrechos limites de la Península, en luchas perpetuas y desastrosas consumido, nada iguala tampoco a la caída y humillación de ese mismo pueblo, cuya unidad se deshace, cuya preponderancia se pierde, cuya luz se apaga, cuyo suelo se despuebla, cuyas artes desaparecen, cuyas ciencias se eclipsan, cuyas fuerzas se agotan, y queda arrinconado y oscurecido, ludibrio de los mismos a quienes en cien ocasiones había impuesto la ley.

¿Por qué ascendió tan alto, por qué cayó tan hondo este astro amadísimo de la Patria? Digámoslo con claridad.

Ascendió por las energías naturales del carácter nacional, expansivo, libre, humanitario, tolerante, alegre, entusiasta, perseverante, enérgico, aventurero y audaz. Cayó, porque de extrañas tierras, de Roma, nos vino una doctrina intolerante, el catolicismo: de Alemania, una dinastía absolutista, los Austrias. El catolicismo romano, combatido por la Reforma, se cerró en hora fatal al progreso, haciéndose intolerante y cruel. España, sinceramente cristiana, sin condiciones para reformarse, recibió el mandato de Roma como orden divina, y a Roma se adhirió con el alma y el corazón, siendo como ella, cruel e intolerante. La dinastía austríaca, celosa sólo de su poder personal, barrió cuantos obstáculos a el se oponían, asentando su poderío sobre la ruina total de las incompletas, pero salvadoras instituciones liberales, que espontáneamente se había dado en la Edad Media la nación.

El absolutismo y sus hijuelas naturales, el fanatismo y la intolerancia en religión; el favor, el capricho, la voluntariedad y el personalismo en política: hé aquí las causas ciertas de la decadencia rapidísima de España. No presuman, pues, los monárquicos y los católicos de ser, como presumen, mejores españoles, ni inspirarse más en las gloriosas tradiciones patrias, que los que, aceptando ese legado y respondiendo de él, nos abrazamos, con título de libre-pensadores, a un nuevo ideal del todo opuesto al que originó la ruina de la patria, buscando en él para España grandeza y prosperidad.

Más antigua, más tradicional, más española es la tolerancia religiosa que la intolerancia católica en nuestro país. Más españoles que los decretos de los reyes austriacos, que expulsaban a los moriscos y quemaban a los herejes, son las ordenanzas de las Cortes de Castilla y Aragón, regulando el buen trato y el comercio de cristianos, moros y judíos en el recinto de una misma ciudad. El cristianismo en su pureza, cualquiera que sea el juicio que por otra parte nos merezca, reconocemos que fue y es una doctrina simpática, que ha arrastrado por siglos con vehemencia el generoso corazón de los españoles; pero el fanatismo católico, ese producto bastardo de la explotación del mundo por medio de la religión, ha sido en España la pasión repugnante de un momento: pasión que le impusieron extrañas sugestiones, y pagó con raudales de lágrimas y cruelísimas pérdidas y humillaciones.

La pretensión, pues, del ideal católico-monárquico, de representar exclusivamente la tradición patria, resulta una vana pretensión, examinando seriamente la Historia nacional. Así que, el estigma de extranjería con que los acaparadores del tradicionalismo tratan de desautorizar el libre-pensamiento, que es en suma la verdadera tolerancia religiosa, cae en ridículo. Aparte de que nada que es honrado y progresivo, justo y bello, es extranjero a ningún hombre, ni a ninguna nación, el libre-pensamiento, que es todo esto, tiene más hondas raíces en la historia nacional y en los sentimientos tradicionales de nuestro pueblo de lo que sus adversarios querrían concederle.

Y hé aquí otros rasgos característicos del nuevo ideal, opuestos al antiguo. El catolicismo y el absolutismo monárquico aparecen como pasiones importadas, predominantes y exclusivistas en un breve período de nuestra Historia, que se prolonga por rutinarismo. La tolerancia y el liberalismo, por sus propios nombres actuales Libre-examen y República, conforman más con el genio nacional, están más en su naturaleza, y aparecen informando por dilatadas y gloriosas edades la vida nacional.

Ramón Chíes.

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