Filosofía en español 
Filosofía en español


cine

Miguel Pérez Ferrero

Ante la actualidad cinematográfica
Fono contra Silencio

Pugna. El combate, ahora, debería ser bastante desigual. Fono comienza. Silencio (pueden decirlo incluso los más exigentes) se halla en un alto estado de perfección y sus gradaciones superiores las ha ido consiguiendo precisamente a fuerza de hacerse más mudo. Substituir, simplificar, ha sido la más eficaz labor de los realizadores decinema. Los extensos letreros, las interminables series de movimientosbucales aburrían, afeaban, pesaban en los párpados del espectador. Cine se ha mostrado, hasta el momento, como un arte visual dinámico que, para su agilidad, para su dinamismo, ha necesitado el perfeccionamiento de su esencia silente por medio de mayor silencio. Alquitarado. Depurado. Ningún arte es débil cuando se ofrece como resultante de la simplificación, en cambio puede serlo, y lo suele ser mucho, cuando, directamente, previene de la simplicidad. Los mejores films actuales, casi sin lectura, casi exentos de gestos, y muy llenos de sugericiones de ellos, colocan al cinema de hoy –hasta el instante del Fono– en el primer caso. Pero el Fono aparece en campo abierto llamando prosélitos y tratando de disponerlos para la lucha. No es una consecuencia natural acordada, ni siquiera esperada. Es una gran sorpresa, un grito para poner en guardia al buen gustador, al buen artista, al director de sensibilidad.

Fono es el salto a otra parte. Se trata de voces que le gritan al cinema que ha equivocado su camino y le quieren apuñalar para que se detenga en su marcha. Quieren matarlo ahora que la dirección es acertada, cuando existe una auténtica vitalidad. Luego, con el cadáver, y a fuerza de profanarlo, no sería difícil obtener la fórmula del viejo teatro, porque ni a la apariencia ni a la excelencia de teatro nuevo –bueno– se podría aspirar. Cinema y teatro son, por sí mismos, desde sus principios fundamentales y formales, cosas muy distintas. Un pintor ha de sacar, éste es uno de sus principales cometidos, profundidades del lienzo en que pinta; esas profundidades bien logradas (y conste que no trato de hablar de realismo ninguno), ejercerán importantísimo influjo en la valorización de la obra pictórica. Un realizador cinematográfico, un cineasta, ha de sacar del film que confeccione parlamentos visuales, sinfonías de palabras no dichas.

Si las palabras se dicen, el asunto es otro: desaparece la más seleccionadora dificultad y el cine –el arte del cine– deja de serlo. Al actor se le prueba entonces como a un tenorino, y la palabra en un momento culminante produce –lo produce sólo de pensarlo–derrapazo en el corazón y en la sensibilidad: ¡deseo de taponarse los oídos! Él corazón, contador de emociones, se ahoga en el ruido pertinaz del Fono. No se acelera, no hace –en distinto momento– más pausado su tic-tac. Como ya de nada le sirve al espectador, se sale del bolsillo del chaleco y se pone a dar vueltas en tierra, con borrachera de peón sin fuerza, sin pulso. Hay inminencia de sangre de tomate pisoteada. Las personas que no usan del corazón como tomate de jugo, como contador de emociones, como víscera reguladora, como acerico de miradas y, también, como tanque visual, las que lo utilizan únicamente de bolsa de lagrimales para apretones de palabras, acaso sientan la caricia, el arrullo del Fono. (Al menos hoy el explicador de los tiempos primeros tendría, por un solo día, por una sola sesión, un encanto de grotesca, pero alegre, inconsciencia, un encanto análogo al de las pruebas iniciales de Silencio en el cine. Inmediatamente anterior a la Gran Guerra.)

El hombre, la mujer de espíritu acuden al cinema a colaborar con el cinema, pero sin dejarse arrastrar por la corriente de luz blanca, sin considerarse dominados, sin conceder al incidente la categoría de problema. Y sí a penetrar el tema de visión, a completarle poniendo una parte emocional que en cada uno ha de ser de dispar matiz, de desigual vibración. El poeta –hombre de otra orilla– ya es otra cosa, el poeta moderno y verdadero (dos condiciones difíciles que se dan unidas, si acaso más en apariencia que en realidad) además de tener espíritu tiene caos y, por lo tanto, un gran cinema en la cabeza cuyos films pasan constantemente sin que él necesite fijar los ojos y sin que sueñe, porque no sueña nunca, ya que sabe que soñar en un poeta es un segundo sentido malo de la expresión dicha normalmente, sin impureza ni intención de doble navajazo. El poeta, pues, contrasta los films del cinema con los suyos propios, con los que le cruzan todos los días de hombro a hombro, con los que de un chispazo o aviesamente –entonces sin fuego de alegría– se le suben a la cabeza. Todo ese cinema se vuelve palabras que no tienen referencia del cinema otro y por eso sirven para contrastarle. Igual que las sinfonías visuales contrastarán poemas imprevistos de poetas que no saben y esperan el día en que sus ojos se detengan en esa determinada visualidad. Pero al poeta –a él especialmente– y a los espectadores de espíritu, de pronto, les suena en los oídos la aguda insistencia de un timbre de alarma, de un timbre que les produce calofrío. En lugar de ver cómo se cuelga cada letra, cada palabra en los rótulos que tanto se había tendido a reducir a su más mínima expresión y acción, empiezan a notar sus oídos mortificados, maltratados por palabras inútiles, por palabras sobrantes –¿de qué parte?– que en la semiobscuridad se lanzan impunes a la manera de bombas destructoras, de gas asfixiante, mejor. La escena culminante hace ruido de tiro de pistola o tiene un desfallecimiento que desinfla al cinema –al local, ahora– como a un pobre globo fatigado, caído, mitad digno de risa y de compasión y lleno de lastimoso infantilismo. El resto de las escenas: momentos de enlace, momentos de continuidad, momentos de principio y de fin: mantenimiento pretendido del sentido y de la expresión, crean rodajes de monotonía perfectamente engranados, perfectamente aplanadores, como tremendas losas. Y ya es imposible salvar el film: los ojos se apartan y la cabeza se dobla de cansancio, por los oídos, acaso, no entran ya sino medias voces con enorme cansancio sin punzada que haga vibrar la emoción. La falsa literatura que invade campos que le estaban vedados consuma su estrago. ¿Y en el teatro? –si se pregunta–. Pero es tan distinto, habrá de repetirse, que no hay inconveniente en no escuchar, en no responder.

Únicamente la ventaja del desastre para aquellas contrafiguras fracasadas del cinema que han empezado –todo se reduce a volver acomenzar– a suavizarse la garganta con clara de huevo por traspasar el umbral de los triunfadores.

Elegía de las artistas mudas. Janet, Greta: dos nombres espigados de entre tantos otros. Dos nombres. Dos mujeres.

Janet, Greta, con lágrimas en los ojos. El corazón apretado. El seno palpitante. Hay que decir palabras para que las oigan todos, para que todos sepan a lo que suena el cine. El cinema va a abrirse, no como una flor vulgar, sino como una vulgar caja de música. Anacrónica. Las lágrimas no sirven, el gesto patético, tampoco. ¿Y la sonrisa de indiferencia? ¿Y la insinuación perturbadora? Janet llora su salto fácil –después de tantas dificultades–; Greta, su larga carrera de insinuadora, de provocadora. Recién reveladas al verdadero secreto, que sólo ellas tienen, que sólo a ellas tiene, ¿hay que volver? ¿Hay que retroceder? Las dos con mirada difusa y confusa. A los más nuevos se les va a llamar conservadores.

Janet Gaynor, esposa del cinema, le llora.

Greta Garbo, amante del cinema, le llora.

¡Atención al cinema que va a transformarse! ¡Atención! ¡Ahora se va a oír el “vida mía” y el “te amo” en todos los idiomas, muy claramente! Ahora, la sensibilidad de acción y de percepción va a ser innecesaria. Menos colaboraciones: todo tal y como en la realidad se dice y se oye, debe ser el lema actual. Pero dicho lema es terrible, es abrumador, dolosamente abrumador.

Hace poco –relativamente– se han presenciado dos films de excepcional interés, tanto por la realización de los directores, sobre todo en uno de ellos, como por las primeras figuras que actuaron. Las primeras figuras, Janet y Greta. Después, nadie. Sólo ellas dos las primeras figuras de un conjunto admirable –En el momento la esperanza del “Ángel de la calle”. Otra vez Janet ¡con un estupendo colaborador!–. Las dos mujeres realizaron papeles distintos. Una era la esposa, otra la vampira, la mala. Una era candor, otra sensualidad, mejor esto. (Así, dichas las cosas de pronto, parecen sugerencias para malos poetas.) En los dos films, en las dos mujeres casi únicamente había insinuaciones y muy rápidas alusiones y muy breves presencias de objetos. En las dos mujeres, hasta el momento, las únicas que por el lado femenino le han dado la vuelta al cinema… Y ahora, ahora el llanto de las dos. “El cinema produce en serie”, acaba de gritar jubiloso un joven escritor de nuestra nueva literatura; va a producir en serie fraseología de mala novela, puede decirse tristemente dando la vuelta a la mirada, contemplando, oyendo del lado de esa orilla sonora que quiere destacarse ganando terreno.

Lloran Janet y Greta. Acaso también se preguntan a sí mismas para qué va a servir el significado de los ademanes que apenas se apuntan: El ramo de flores entregado en la corriente de las gentes que pasan, que detiene la corriente de miedo que pasa por el corazón y por los ojos. El pitillo encendido con el hombre en el cenador. Encendido y fumado a medias con el hombre. El pitillo sonrisa y quemadura profunda de lumbre diminuta. ¿Y los brazos blancos de Greta? Los espectadores se llevarían las palabras para repetirlas en borrachera de faroles y de esquinas, pero se habrán dejado en el cinema los brazos blancos de Greta rodeando el cuello del protagonista verdadero. Y en el séptimo cielo, piso último, rincón último (hay que guardar el equilibrio en una tabla acostada en el vértigo) se habían dejado a la mujer para llevarse el altavoz.

Piso último. Rincón último… A los más nuevos les van a llamar conservadores. Janet y Greta lloran. ¿De veras? ¡ ¡Quién sabe!

Alusión a una sala para minorías. Una sala para minorías, en Madrid. No en la Sociedad de Cursos. Sin filología, sin historia, sin conferencias de divulgación de ciencias físicas, a título de ayuda. Por sí sola, una sala de cinema. Esto lo va a hacer LA GACETA LITERARIA. En la pantalla de esa sala aparecerán aquellas novedades e incluso aquellas vejeces que no puedan exhibir otros cinemas, otras empresas popularmente acreditadas. Por razones de excesiva modernidad, de antigüedad excesiva, de tendencia en cualquier sentido, considerada perjudicial al lucro mirando al gran público. LA GACETA LITERARIA va a intentar, además, adelantarse en muchas ocasiones, ofrecer antes que nadie las mejores novedades: el film de muy reciente y sólido éxito fuera de España. A esta sala, pues –a su elemento director–, debe hacérsele, con motivo del tema en estas líneas abordado, algunas observaciones, algunas peticiones, más bien.

Que traiga el film sonoro, si nadie lo ha traído aún, cuando la sala se inaugure. Que traiga el primer film con sonoridad española, porque, seguramente, el público abonado –minoría selecta y minoría snob– lo rechazará de plano, y luego ese público lo combatirá al traerlo cualquier otra empresa. (La minoría que va captando adeptos y llega a dirigir la gran masa.) Y si, por el contrario, se han hecho aquí o fuera intentos españoles para ser explotados en cinemas de gran público, que esa sala para minorías lo combata eficazmente, con fuerza. Que sepa su elemento director que Cinema es Mudez, Silencio. Y que Silencio debe luchar denodadamente porque no le cubran con hojarasca seca de palabrería.

Miguel Pérez Ferrero