Filosofía en español 
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[ Baltasar Porcel Pujol ]

El fin del eurocentrismo

Civilización y cooperación

Vladimir Illich Lenin emitió, en el que sería su último ensayo, el dos de marzo de 1923 –aunque con los textos de los grandes pensadores marxistas uno no puede nunca andar sobre seguro, ya que periódicamente aparecen otros hasta el presente ignorados o guardados, y que son blandidos por los exegetas con su habitual y axiomática casuística–, unas cuantas premoniciones que se han revelado como muy acertadas. Una de ellas fue la siguiente: «Han entrado (los países del que luego llamaríamos Tercer Mundo) en un proceso de desarrollo que no puede por menos que conducir a la crisis de todo el capitalismo mundial».

La intuición, para verse plenamente –o casi– verificada, ha tenido que aguardar exactamente medio siglo: la cuarta guerra árabe-israelí, conflicto que, lógicamente, Lenin no pudo ni imaginar. Me refiero al bloqueo petrolífero comenzado a poner en práctica por los árabes.

En Occidente estamos absolutamente convencidos de la colosal potencia creadora de nuestra civilización, tanto en lo que se refiere a la democracia política cuanto al ininterrumpido avance científico-técnico. Durante el siglo XVIII comenzamos a sentar unas premisas que en el XIX conocieron su dilatada expansión: nuestro siglo ha recogido y potenciado la herencia hasta extremos hasta hoy desconocidos en la Historia. Perfectamente.

Sin embargo, ¿se debe todo ello a nuestra inteligencia, a nuestra capacidad, a nuestra voluntad? Ahí ya sería conveniente expresar serias dudas. Si bien es cierto que en el interior de los países occidentales se ha llegado a una forma más o menos viable de democracia, por lo demás muy mediatizada y discutible en última instancia, y que la revolución industrial ha conseguido proporcionar a la población una considerable riqueza, aunque sin solucionar problemas como el de la plusvalía y a costa de la degeneración consumista, resulta por un igual evidente que cara al exterior todo ha ido de muy distinta manera.

La democracia occidental, al proyectarse sobre el Tercer Mundo, lo ha hecho practicando el más rapaz colonialismo, consiguiendo con ello materias primas, fuentes de energía, que están en la base misma de nuestra expansión técnico-económica. Cuando atacamos los regímenes dictatoriales establecidos en los pueblos subdesarrollados, no pensamos nunca en que, para ellos, la palabra «democracia» equivale a una invocación diabólica: el demócrata Occidente es quien ha votado en sus parlamentos, quien ha sancionado, la depredación practicada en África, en Asia, en América del Sur. Cuando nuestros moralistas, nuestra juventud protestataria, clama contra la guerra –el caso del Vietnam en los Estados Unidos es el más sintomático–, se olvida de denunciar el imperialismo económico, gracias al cual es posible buena parte del crecimiento económico que nos permite subsistir y avanzar.

Pero en el momento de recoger las tempestades de los vientos sembrados, no es sólo Occidente quien se lleva la cosecha. Lenin, como todo profeta, y más aún los profetas políticos, cuya finalidad es siempre la de llevar el agua a su propio molino, deslizó también algunos errores en el citado texto, «Más vale poco y bueno», al decir que «…el Oriente, la India, China, &c., se han visto definitivamente sacados de su carril, precisamente a causa de la última guerra imperialista. Su desarrollo se ha orientado definitivamente por la vía general del capitalismo europeo». Y añade más adelante: «El desenlace de la lucha depende, en definitiva, del hecho de que Rusia, la India, China, &c., constituyen la inmensa mayoría de la población. Y precisamente esta mayoría de la población es la que se incorpora en los últimos años con inusitada rapidez a la lucha por su liberación, de modo que en este sentido no puede haber ni sombra de duda con respecto al desenlace definitivo de la lucha mundial. En este sentido, la victoria definitiva del socialismo está plena y absolutamente asegurada».

China no se sumó a la vía capitalista. Y habiendo triunfado en ella el socialismo, se ha revuelto rabiosamente contra la misma Unión Soviética. Aunque el asunto sea conocido, causa un cierto estupor al pisar suelo chino, y ello me ocurrió a mí hace pocos meses, comprobar en la prensa y en las conversaciones el rencor y el temor allí existentes contra Moscú. Por otra parte, no es para menos: Rusia apoyó a Chang Kai-Chek contra Mao antes de 1949, y después, luego de una corta luna de miel, la dejó en la más dramática estacada técnica y económica al comprobar que el antiguo Celeste Imperio no era ni sería un dócil satélite.

Y es que, como decía Bumedian al finalizar la reciente conferencia en Argel de países no alineados, la división del mundo no se traza ya entre naciones socialistas y capitalistas, sino entre ricos y pobres. Puntualizó el líder árabe que un país socialista, pero rico, puede, y de hecho lo hace, ejercer idéntico imperialismo al de cualquier país capitalista.

La unión árabe frente a Occidente en la cuestión petrolífera ha sido el primer redoble de tambores de lo que puede ocurrir. Se estará o no de acuerdo con los árabes, podrán ser discutidas muchas de sus actitudes de cara a Israel y a las propias poblaciones musulmanas, que continúan arrastrándose dentro de la primariedad económica y cultural, pero un factor se aparece como incuestionable: el petróleo es suyo y pueden hacer con él lo que les dé la gana, del mismo modo que en Occidente –o en el Este, en relación con los que como China o Albania se les han rebelado– administramos nuestros recursos y productos según nuestra conveniencia.

¿En qué puede quedar el milagro japonés, el alemán, el holandés, el belga, y hasta el norteamericano, si los árabes cierran los grifos? Si en Tokio a Tanaka no le llega la camisa al cuerpo pensando en el posible desastre, el primer ministro holandés, y supongo que el belga, han tenido ya que adquirir una bicicleta para poder pasear en domingo. Con el añadido de que la unidad del Mercado Común Europeo se ha deslizado con inusitada rapidez hacia una seria crisis…

Naturalmente, es de esperar que negociaciones y presiones mutuas hagan que se restablezca la normalidad –cuidado: la normalidad de que Occidente puede seguir sirviéndose del petróleo…–. Por el instante, los árabes han dulcificado discretamente su actitud… Sin embargo, los puntos de partida de mañana ya serán otros y en una dirección todavía más marcada a medida que pase el tiempo: la del progresivo arrinconamiento del eurocentrismo –o del occidentecentrismo o del ricocentrismo–. Acabará la curiosa mentalidad que nos situaba en el centro del mundo, que nos hacía juzgar y tratar a los demás según nuestro personal metro, y tendremos que acostumbrarnos a convivir, a mirar cara a cara.

Ya meditaba John Stuart Mili que el progreso de la civilización donde en verdad reside es en la cooperación.

Baltasar PORCEL