El Noroeste. Diario democrático independiente
Gijón, viernes 24 de julio de 1925
 
año XXIX, número 10.286
página 1

Gabriel Alomar

Vasconcelos, en España

Raza y Espíritu

(Expresamente para El Noroeste.)

Viene a España un ciudadano superior de la América hispánica, y la opinión vulgar entona el consabido elogio a «nuestra raza». Cómodo sistema de reducir a la propia glorificación el mérito ajeno. ¿Nuestra raza? ¿Qué significa eso de nuestra raza, como valor auténtico? La raza es un concepto material y colectivo. Precisamente las excelencias individuales son, con gran frecuencia, reacciones fortísimas contra los impulsos de raza, contra el impulso vulgar. La gran tragedia espiritual de los españoles selectos, sobre todo ahora, consiste en sentir su propio desarraigamiento; en sentirse arrancados con violencia de la tierra donde materialmente nacieron. Y si tuviéramos que dar una nueva definición del progreso tendríamos que decir: es la lenta victoria de la espiritualidad contra la raza. La raza es el árbol humano silvestre. Sobre él opera el cultivo, esto es, la cultura.

Ahí está, entre nosotros un hombre que conoce esa aventura extrema del cultivo humano: la fecundación de un terruño áspero; el voleo de la semilla al azar de la caída, sobre el suelo ingrato y duro; el injerto delicado en la rama esquiva. Ese hombre es José Vasconcelos, gran escultor de su pueblo. Difícilmente se encontrará un ejemplar de colectividad humana más interesante que Méjico como campo de experimentación social. Tierra lozana y joven, llena de infinitas posibilidades, sobre la cual actúan en mescolanza el vago recuerdo de su grandeza precolombina; la gesta transfigurada de la conquista; la ruda memoria del virreinato y el coloniaje; las etapas de la emancipación; la viril revuelta contra Maximiliano; la lucha con el indio y la absorción, en gran parte, de su propia sangre en la sangre española; el largo período del aprendizaje político, lleno de peleas bárbaras con caudillos mixtos de guerrillero y bandido, y con tiranos sin grandeza ni capacidad. Pero un pueblo casi virgen de educación es mucho más apto para infundirse un alma selecta que aquellos otros pueblos fatigados de Historia, torcidos irremediablemente por la vejez, poseídos de una viciosa educación que les ha deformado el alma para siempre.

Méjico, además, tiene una misión histórica singular: es la avanzada del hispanismo americano frente a la América anglosajona. Y no es posible imaginar frontera más reciamente señalada entre dos nacionalidades; porque los Estados Unidos encarnan el tipo humano de una juventud colectiva inversa a la de Méjico. Su crecimiento se ha señalado por una peculiar destreza en el avance material, en el cual no han sido discípulos de Europa sino maestros; pero la prosperidad alcanzada por esa maestría les ha amenguado la facultad de similación del otro progreso, del refinamiento espiritual y la sagrada inquietud cívica.

Claro es que en la lucha de valores representada por el contraste entre Méjico y los Estados Unidos ha habido casos en que la opinión de Europa podía ser deslumbrada por el episodio momentáneo. Así, por ejemplo, cuando el azar histórico puso frente a frente al abyecto tirano Huertas y al noble espíritu de Wilson, aquel mismo Presidente que alcanzó la gloria de un noble fracaso como Quijote de Europa.

Pero nosotros, acostumbrados a la disconformidad nativa y vitalicia con los derroteros de nuestro país, comprendemos la épica formación de un temperamento como el de José Vasconcelos. He aquí el verdadero tipo de patriota que amamos; que no es hechura pasiva y dócil de la patria, sino fautor de ella. Su frente ha sentido la gloria de la proscripción, bajo las dictaduras estólidas. Ha visto germinar los ideales de un mañana remoto en la bravía virginidad de los campos. Ha arriesgado la libertad personal y la muerta uniéndose a la aventura de soñadores generosos, de cuya conciudadanía era todavía indigna la patria. Y en fin, llegado al poder en un remanso de paz y noble ilusión, ha asumido el principal de los esfuerzos, el que unía a la función estructural de su pueblo la formación de las futuras ciudadanías en la Escuela, en el Liceo, en la Universidad; ha sido a un tiempo altamente demagogo y pedagogo, guía del pueblo y de la infancia, que es la Ciudad de mañana; artífice de la nación militante y de la generación expectante, destinada a volverse patria.

Sobre mi mesa están los lindos volúmenes de divulgación cultural que ese hombre dirigió, como Ministro del Gobierno mejicano y como Rector de la Universidad de Méjico. Adscrito a la tradición platónica, la directriz de esa nobilísima empresa tiende a la irradiación del sentido humano y del idealismo trascendental. La Odisea, Esquilo, Eurípides, Plutarco, los «Diálogos» de Platón, una selección de las «Eneadas» de Plotino, la traducción clásica da los Evangelios por Juan de Valdés y Cipriano de Valera, la «Divina Comedia», «Fausto», los Cuentos de Tolstoi, Las «Vidas de hombres ilustres» de Romain Rolland... ¡Qué lejos nos encontramos del tipo de estadista o político imaginado por nuestras turbas doradas! ¡Qué lejos de aquella duplicidad maquiavélica, y aquel interés por la difusión de la mentira provechosa que aturde o esclaviza las generaciones para mejor dominarlas! ¡Qué apartados de la distinción perversa entre la moral privada y la moralidad política!

Ese hombre está hoy entre nosotros. Y nunca, en sus palabras de ahora como en las de ayer, ha incurrido en aquellas ambiguas declaraciones tan corrientes entre los estadistas que cultivan la adulación diplomática, para hacerse agradables al auditorio cortesano. Ese hombre, rescate de su país, honor del tronco azteca, ha sido fiel a la libertad, y al entrar en el solar de la vieja metrópoli de su pueblo, en la península de donde partieron un día sus abuelos lusitanos, ha preferido ser huésped del pueblo que lucha también por encontrarse a sí mismo y de la juventud estudiantil que tal vez mañana lo redimirá, a ser el pomposo exministro de una república americana, visitante de corte, rígido en la vestimenta gris de la razón de Estado...

* * *

Pero... la Raza ¿puede reivindicar como gloria propia a ese ciudadano excepcional? ¿Qué raza? ¿La de los que admiraban un día la desaforada truculencia de un Porfirio Díaz? ¿La de los que reconocen en la prole fecunda de los tiranos el rastro de los viejos caudillismos ibéricos? ¿La de los que se llenan la boca, fatuamente, con los tópicos de una historia violentamente transfigurada, y quieren aunar la admiración por la vieja brutalidad heroica con la anulación de la que ellos llaman leyenda negra? ¡No! Ese hombre no pertenece a esa raza. Además, toda la obra de ese hombre ha sido precisamente lucha contra la raza, contra la raza en lo que representa como sistema de fuerzas ancestrales que impulsaban su país hacia la barbarie, y también contra la Raza como enseña directriz de un grupo humano, o sea como predominio del sentimiento [...] sangre paterna sobre la solidaridad universal de los espíritus selectos, en marcha hacia un tipo superior de humanidad. Únicamente pueden reivindicar a ese hombre para la propia raza los que pertenezcan a la estirpe espiritual de que él procede. ¿Son acaso de la misma raza García Moreno y Montalvo, Juan Manuel Rosas y José Enrique Rodó, Cipriano Castro y José Martí? Unos y otros tienen en España sus respectivas alcurnias, sus parentelas absolutamente diversas. A un lado la raza de los tiranos; al otro la de los libertadores; libertadores del espíritu, que es la emancipación individual, y libertadores de la ciudadanía, que es la emancipación colectiva. Libertador de la ciudadanía y del espíritu es José Vasconcelos. Pero no hablemos de la Raza, ante el honor de su venida. Precisamente contra la Raza se libró la terrible guerra que asoló el mundo en nuestros días. Tiendan a Vasconcelos las dos manos los que reconozcan en él la propia estirpe. Los que sepan sentir la libertad como consustancial con la vida.

Gabriel Alomar

(Prohibida la reproducción.)

Vasconcelos en Gijón

Excursión a Oviedo

Hoy recorrerá varios pueblos asturianos

El día de ayer fue aprovechado por el ilustre exministro mexicano señor Vasconcelos, para visitar detenidamente la capital, acompañado de varios amigos y admiradores.

Con todo detenimiento visitó la Universidad, donde fue saludado por varios catedráticos.

El señor Vasconcelos regresó a Gijón en las últimas horas de la tarde, retirándose a descansar a las habitaciones que ocupa en el Hotel Malet.

Hoy hará otra excursión a Villaviciosa, Colunga, Ribadesella e Infiesto, almorzando en La Isla, obsequiado por el cónsul de México en Gijón, señor Rivero.

Por la noche, a su regreso a Gijón, asistirá al banquete que dará en su honor un grupo de admiradores suyos.

Homenaje al Sr. Vasconcelos

En el Restaurant Faustina

Un grupo de amigos, deseando rendir un homenaje al ilustre exministro mexicano don José Vasconcelos, organizar para hoy, viernes a las nueve y media de la noche, una cena en el Restaurant «Faustina», en honor de dicho señor, al que pueden concurrir todos los señores que lo deseen, debiendo para ello recoger, durante el día de hoy, en la Conserjería del Ateneo Obrero y en el Café Lion d'Or, las tarjetas, al precio de nueve pesetas.

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José Vasconcelos
Vasconcelos en Gijón
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