Vitoria y Las Casas
por Alfonso Alamán
No nos damos cuenta exacta hoy de la inmensa influencia que tuvo Vitoria en su tiempo, el esplendoroso del Renacimiento español, muy superior incomparablemente, al del resto de Europa. Joven aún, cuando enseñaba en la Sorbona, ya era Vitoria una autoridad indiscutida. –Luis Vives lo describía a Erasmo como “un hombre de gran talento y de gran esperanza”. El Padre Araya decía que “era la gloria de Francia (sic) y la honra de la célebre Universidad de París.” Cuando el divorcio de Enrique VIII de Inglaterra y de Catalina de Aragón, el Papa, los reyes españoles e ingleses y las Universidades de Oxford y de Cambridge le pidieron su arbitraje.
Por eso, en su controversia, Sepúlveda y las Casas lo invocaron cada cual como suyo. Aunque Vitoria ya hubiese netamente precisado su opinión, tanto en su Tratado del Derecho de guerra como, sobre todo, en sus “Tres Relaciones sobre los Indios”.
En las “Tres Relaciones” examina el derecho fundamental de Conquista. En la primera estudia los argumentos de los partidarios y de los adversarios de la conquista, así como los títulos justos o injustos en que se amparan. La segunda no considera sino los títulos justos desde el punto de vista “hechos”. Y en la tercera sienta los principios absolutos que rigen la cuestión de acuerdo con el derecho natural y con el derecho de gentes, que él creó porque Grocio y Gentili no fueron sino discípulos suyos.
El Emperador se enfureció con esa publicación y le escribió a Fray Francisco una carta violentísima, reprochándole discutir sin su autorización asuntos tan graves. Carlos Quinto juzgaba inadmisible, y con razón política si no humana, que provocase escándalo y quizás causase daños, la libre discusión de materias dependientes de la Corona.
Sin embargo, ese mismo año, el César consultó a Fray Francisco sobre un tratado que Fray Juan de Oseguera había presentado al Consejo de Indias por mandato del Obispo de México. Y, dos años después, cuando Las Casas se quejaba de que se hubiese bautizado a los indios sin prealablemente instruirlos en la Religión, también acudió el Emperador a Vitoria. Tanto éste como la Universidad de Salamanca dieron razón a Fray Bartolomé.
En el fondo la opinión de los dos monjes coincidía. Las Casas se inclinaba hacia una especie de “mandato”, tal y como lo realizaron engañosamente los juristas del Tratado de Versalles de 1919. Vitoria, como lo subraya el Padre Getino, era más bien partidario de un protectorado con amplios derechos comerciales, pero aceptaba la anexión si los indígenas la pedían o si, provocando una guerra, la hacían necesaria.
Para Vitoria, la posesión del Nuevo Mundo la confirió el Papa al Rey después del descubrimiento. Por consiguiente, al efectuarse la ocupación, no existía ese derecho y, por lo tanto, la conquista era nula. Reconocía el soberano poder del Pontífice en materia espiritual y también en lo material tanto y como estuviese relacionado con lo espiritual, pero negaba que ese poder y ese derecho pudiesen ser impuestos a quienes, no siendo bautizados, no estaban sometidos a su jurisdicción.
Ahora bien, Sepúlveda pretendía que el derecho he intervención era justo ya que se aplicaba a algo desierto y sin dueño. Nuestro “res nulius”. Fray Bartolomé no consideró naturalmente ese argumento absurdo por la práctica razón de los hechos probados, pero Fray Francisco sí. Aunque decía que no se podía invocar porque los indios tenían soberanos y que, asimismo, tampoco los indios podrían valerse de él si un Colón de su raza hubiese descubierto España. La obligación de conquistarlos para convertirlos no vale porque la Fe es libre y la libertad tiene que ser respetada mismo cuando es dañosa.
Hay más, Fray Francisco llega a extremos como éste: admite el derecho de predicación evangélica, pero ese derecho tiene como objeto la demostración de la verdad de la Fe. La guerra es el mayor obstáculo para esa demostración. Y si los españoles pretenden que los soberanos indios quieren forzar a sus súbditos convertidos a la apostasía, probando así la legitimidad de su intervención, tiene, primero, que probar que hubo conversión y, después, persecución para obligar a los convertidos a la idolatría.
Apuesto un Potosí a que jamás se le ocurrió algo semejante, ni muchísimo menos, a cualquier Cecil Rhodes, Livingstone, Liautey o Savorgnan de Brazzia. Sin embargo, nuestros abuelos emitían estas teorías de un “revolucionarismo” aún hoy difícilmente concebible con la mayor tranquilidad, libre y públicamente; el Rey amargaba sus noches con los agudos casas de conciencia que le planteaban y el resultado de esta extraordinaria libertad hizo y hace que, cuatro siglos después, pensemos en español en México, Argentina, Perú, &c…
La postura que adoptó Vitoria fue teórica. Resulta de su formación jurídica y teológica y, si llegó en ciertos casos, a las mismas conclusiones que Fray Bartolomé, nunca pretendió, como éste, realizarlas prácticamente. Además, los asuntos americanos fueron un accidente en su vida. Su máxima obsesión fue la paz europea, a tal punto que odiaba al vencedor de Pavía, don Antonio de Leyva y logró que el Condestable de Castilla, don Pedro Fernández de Velasco, apoyase sus intenciones.