Otro Consejo de Guerra que se vuelve contra la dictadura
Leoncio Peña y sus compañeros proclamaron ante el tribunal qué es la política de reconciliación nacional y dieron un ejemplo vivo de la abnegación de los comunistas por el bien de su pueblo y de su patria
Hoy nos es posible ampliar detalladamente la información, dada en el número de mundo obrero del 30 de noviembre pasado, acerca del Consejo de Guerra celebrado el 15 de ese mes en Madrid contra el dirigente comunista vizcaíno, Leoncio Peña, y otros once antifranquistas de Vizcaya, con él procesados comunistas en su mayoría.
Al comenzar el Consejo, el local de la calle del Reloj donde aquél tuvo lugar, estaba abarrotado de público. De forma ostensible el pueblo de Madrid estaba presente. En los pasillos y al fondo de la sala, entre gentes de muy diversa condición, veíase a numerosos soldados y oficiales del Ejército.
“Vine a España para unirme a mi pueblo y luchar con él por su bienestar y por la independencia y la libertad de mi país”, declara el camarada Peña
En su interrogatorio a Leoncio Peña, el fiscal, con aviesa intención, le preguntó entre otras cosas:
–¿Durante, su estancia en Francia cursó Vd. estudios especiales con el fin de prepararse para venir a España a realizar una actividad clandestina?
El camarada Peña le precisó cumplidamente cuáles son los “estudios especiales” de los comunistas:
–En Francia y de forma individual –respondió– traté de ampliar mis conocimientos del marxismo-leninismo, para capacitarme y estar en mejores condiciones de ayudar a mi pueblo en su lucha por instaurar en España un régimen democrático.
Luego le tocó el turno al defensor, capitán D. José Gayoso Díaz. Y he aquí algunas de las preguntas y respuestas cambiadas entre éste y Leoncio Peña:
Defensor.– ¿Es cierto que Vd. perteneció al Ejército norteamericano durante la guerra?
Peña.– Hallándome en Estados Unidos fui movilizado e ingresé en el Ejército en 1942. En él permanecí cuarenta y dos meses. Participé en las campañas de Guam, Filipinas y Okinawa. Fui herido dos veces y condecorado por méritos de guerra con la Estrella le Bronce. Al ser desmovilizado en el Japón, tenía el grado de sargento.
D.– ¿Es cierto que Vd. renunció voluntariamente a la ciudadanía norteamericana?
P.– Ni por un momento he dejado de sentirme español. Deseaba volver a España, unirme de nuevo a mi pueblo, vivir y luchar con él por su bienestar y por la independencia, la libertad y la democracia de mi país. Estos fueron los motivos que me impulsaron a venir a España, en vez de regresar a los Estados Unidos desde Francia. Yo sabía que los extranjeros que abandonan los EE.UU. pierden el derecho de ciudadanía si no regresan antes de cinco años.
D.– ¿Qué carácter tenían las actividades clandestinas por Vd. desarrolladas?
P.– Nuestras actividades tuvieron siempre un carácter pacífico. Las huelgas y demás acciones que se desarrollaron en Vizcaya tuvieron igualmente ese carácter.
D.– ¿Qué se proponía Vd. al defender la política de reconciliación nacional?
P.– El propósito de la política de reconciliación nacional es liquidar los odios y rencores derivados de la guerra civil y crear un clima de convivencia entre los españoles que posibilite un tránsito pacífico hacia formas de gobierno que garanticen a todos los españoles el ejercicio de aquellos derechos democráticos elementales hoy reconocidos en casi todos los países civilizados.
Castillo da otra noble lección de patriotismo
A una pregunta del capitán defensor, el camarada Armando Castillo declaró que, durante la segunda guerra mundial, luchó por las ideas democráticas enrolado en las Fuerzas Francesas del Interior; que fue desmovilizado del Ejército francés con el grado de sargento y que fue citado en la Orden del Día del Cuerpo de Ejército que mandaba el actual Gobernador Militar de París.
Defensor.– ¿A qué se debe que tras veinte años de residencia en ese país, y, a pesar de las ventajas de toda índole que ello le hubiese supuesto, no adquiriese la nacionalidad francesa?
Castillo.– Casado con una francesa y habiendo nacido mis hijos en ese país; parece lo más natural que hubiese acabado por renunciar a mi nacionalidad. Pero un exilio tan prolongado, en lugar de debilitar el cariño hacia mi pueblo, no ha hecho más que acrecentarlo. Por ello he proporcionado a mis hijos una educación española y he cultivado su amor a la Patria en espera de poder cumplir nuestro deseo de regresar a ella.
Al llegar a este punto le interrumpe el Ponente, acusándole de haber vuelto a España clandestinamente. Y con firme tono Castillo le responde:
–Yo ya había hecho varias gestiones para mi regreso legal, pero tuve que volver clandestinamente a fin de poder llegar a tiempo de contribuir a la preparación de la Jornada de Reconciliación Nacional. Uno de los objetivos de la Jornada era la obtención de la amnistía para los presos y exilados políticos, y yo deseo que todos ellos puedan reintegrarse honorablemente a la Patria. Por otra parte, por mi participación en la guerra civil española y en la resistencia francesa, conozco los horrores y sufrimientos de la guerra y mi mayor anhelo es que se llegue a la convivencia de todos los españoles.
Dos respuestas de Laso
El defensor preguntó al camarada José María Laso a qué se debe el hecho de qué teniendo una buena colocación y no escasos ingresos haya participado en actividades clandestinas. Laso le respondió que, independientemente de su posición económica, siempre había tenido una aguda sensibilidad social y que ella le había impulsado a contribuir personalmente a la solución de una situación injusta, de miseria para el pueblo.
–¿Su participación en las mencionadas actividades ha sido puramente pacífica? –volvió a preguntar el capitán defensor.
–El carácter pacífico de “AURRERA”, fácilmente comprobable por los ejemplares que figuran en el sumario –contestó el camarada Laso– concuerda con la política de reconciliación nacional del Partido Comunista con la cual me hallo totalmente identificado. Por haber tenido que sufrir en mi niñez las consecuencias de la guerra y una precoz emigración, no deseo que semejantes horrores se reproduzcan.
“Para que casos como el mío no vuelvan a repetirse…” – “Por qué soy comunista”
Le llega el tumo al camarada Benjamín González Lada. El fiscal le interroga acerca de su anterior condena por haber sido enlace de los guerrilleros, y el capitán defensor le pregunta:
–¿Es cierto que al salir del penal de Burgos se reincorporó a las actividades comunistas?
–Sí señor –responde González Lada: Pero hay que tener en cuenta que cuando fui detenido en 1946 dejé en mi hogar a una hermana joven, a mi esposa de veinte años de edad, a mi madre y a mi cuñado. Cuando salí en libertad habían perecido todos: unos asesinados y otros a consecuencia de los sufrimientos. Vds. comprenderán el golpe que eso supuso para mí. A pesar de ello acepto, con la mayor sinceridad, la política de reconciliación nacional que preconiza el Partido Comunista, ya que constituye el medio más adecuado para acabar con los odios y rencores que han engendrado tales hechos, y he actuado para contribuir a que casos semejantes no vuelvan a repetirse.
Es interrogado el camarada José Unanue Ruiz. El capitán Gayoso le pregunta qué es lo que le indujo a pertenecer al Partido Comunista.
–Mi condición de trabajador –responde Unanue– y el hecho de que, desde muy joven, sentí profundas inquietudes sociales, junto a la experiencia de la vida, que me ha demostrado que el Partido Comunista es el que mejor defiende los intereses de la clase obrera.
–¿Cuál era la finalidad de su actuación sindical?
–Utilizar la legalidad de los sindicatos para tratar de conseguir que se aplicaran los acuerdos del III Congreso de Trabajadores en lo referente al salario mínimo vital, acuerdos que no han sido cumplidos. A la vez, coordinar mi esfuerzo con el de otros enlaces para lograr la elección de un Jurado de Empresa que defendiera los intereses de los trabajadores.
Viendo que las cosas van muy mal para la acusación, el ponente interrumpe de nuevo:
–¿Cumplió Vd. la consigna de su Partido de procurar que todos los enlaces fueran comunistas?
–No existe tal consigna –replica nuestro camarada con energía. Por primera vez coincidimos con lo que decían en los sindicatos, es decir, que se eligiese a los mejores… Y con esta consigna fui elegido yo, no sé si porque los obreros consideraban que era el mejor. Ellos podrán responder.
Prosiguieron los interrogatorios. Y a todo lo largo de ellos, los demás acusados mantuvieron la actitud de dignidad y firmeza adoptada por los camaradas anteriores. La impresión en la sala, incluso en el tribunal, era profunda. Con sus respuestas, Leoncio Peña y los demás camaradas habían trazado una fiel y emotiva imagen del acendrado patriotismo de los comunistas y de su abnegación en la defensa de su clase y de su pueblo. Como Núñez y sus compañeros, habían convertido su banquillo de acusados en una tribuna de la política de reconciliación nacional y, ante uno de esos Consejos de Guerra que tienden a fomentarlo, reiteraban la voluntad de los comunistas de contribuir a que sea eliminado de España el clima de guerra civil y de lograr la desaparición de la dictadura sin nuevas hecatombes españolas.
Emoción en la sala. El discurso de defensa
Tras la petición de pena hecha por el fiscal que, dicho sea de paso, tuvo que reconocer implícitamente la índole pacífica de la política del Partido, la sesión se suspendió por unos minutos. La emoción del público pudo expresarse entonces en comentarios, en rumores aprobatorios para los acusados.
En la sala quedan los parientes de éstos y algunos amigos. Todos ellos declaran el orgullo que sienten por la dignidad, por la hombría, por el comportamiento comunista de los procesados.
Los guardias civiles, que durante la conducción desde la cárcel de Carabanchel al local de la calle del Reloj, se habían mostrado afables con los procesados –más de uno les aseguró que con lo que ganan no pueden vivir–, se mostraron durante esta suspensión muy correctos. Tuvieron consideraciones con los parientes de los acusados y a éstos les permitieron permanecer sin esposas.
Reanudada la sesión, intervino el capitán defensor, quien demostró que, según el Código de Justicia Militar los acusados no han incurrido en el delito de rebelión militar que arbitrariamente se les atribuye. Los hechos de los acusados, y por ellos deben ser juzgados –afirmó– prueban, sin lugar a dudas, la índole pacífica de su actuación. El defensor demostró, igualmente, que la Ley de Seguridad del Estado del 2 de marzo de 1943, con la cual se ha querido tender un puente para procesarlos por el delito de rebelión militar, está derogada. Dijo que se les había causado un grave perjuicio al tratar sumariamente su expediente “con lo cual han tenido que permanecer todo el tiempo en prisión, sin gozar de los beneficios de la libertad provisional, y en el acto del Consejo han visto limitada su defensa a la de mi modesta persona, cuando podían haber dispuesto cada uno de un defensor.” “Los únicos delitos por ellos cometidos –terminó– son los de asociación y propaganda ilegales, comprendidos en el Código Penal Común. Considerad que no pido para ellos la absolución, sino únicamente que les sea aplicada la ley conforme a Derecho.”
Los abrumadores alegatos de los acusados
Comenzó el turno de alegaciones.
Leoncio Peña manifestó, entre otras cosas, que la Policía le mantuvo incomunicado veinticinco días y que durante los doce primeros le apaleó brutalmente. “Quiero señalar de nuevo –dijo– el carácter pacífico de nuestras actividades clandestinas y de nuestra propaganda, y destacar su finalidad, orientada a lograr la reconciliación nacional de los españoles. “Ni aun en las huelgas que tuvieron lugar en este período en Vizcaya hubo que lamentar la menor violencia, el más mínimo incidente o choque con la fuerza pública, la menor alteración del orden público. Por todo ello, considero que ni yo ni mis compañeros hemos incurrido en el delito de rebelión militar.”
Armando Castillo rechazó asimismo, enérgicamente tal acusación. “¿En qué actos violentos hemos intervenido? ¿Qué desórdenes ha producido nuestra acción? –preguntó. He venido a España a contribuir a hacer efectiva la reconciliación nacional. ¿Cómo se puede tachar eso de delito de rebelión militar?”
José María Laso abundó en los argumentos de sus camaradas y detalló los objetivos de la Jornada. Aquí fue interrumpido por el ponente. Asimismo, manifestó que había sido torturado. Nueva interrupción del ponente conminándole a atenerse a los hechos concretos. “Un hecho concreto –replicó el camarada Laso– es el informe del médico forense en el sumario nº 209 del Juzgado de Instrucción de Bilbao, abierto por denuncia presentada por mi madre acerca de los malos tratos de que yo estaba siendo objeto. En esta misma sala, entre el público, se encuentra un señor con una mancha morada en la frente que, como policía, tomó parte en más torturas. Además, durante los veintidós días que permanecí en la Comisaría, se violentaron el artículo 18 del Fuero de los Españoles y el 601 y el 672 del Código de Justicia Militar.
José Unanue declaró que defender en los lugares de trabajo y en los sindicatos los intereses de los trabajadores no significa ningún acto de rebelión militar. “¿Qué hemos dicho nosotros en nuestra propaganda? Hemos dicho que los trabajadores pasan hambre y calamidades. Esto no es un acto de rebelión militar sino una verdad…” (Le impiden seguir hablando).
Benjamín González denunció igualmente las torturas de que ha sido víctima. Y al preguntarle el presidente si tenía algo más que alegar contestó:
–Sí, señor. A pesar de que el 8 de noviembre de 1951 fue asesinada a tiros mi mujer y de otras pérdidas, repito que me identifico sinceramente con la política de reconciliación del Partido Comunista. Perdono de corazón, olvidando el pasado para buscar en el presente la convivencia pacífica de todos los españoles.
La mayoría de los acusados hicieron también diversas alegaciones en las cuales manifestaron su identificación con el Partido y con su política de reconciliación nacional.
Emocionante manifestación pública
Nueva suspensión en espera del fallo del tribunal. Es muy visible en el público la emoción que le han producido los alegatos de los acusados. Los guardias civiles conversan con ellos amistosamente. Se les ve entusiasmados por sus declaraciones y uno de ellos dice a Laso:
–Si a este señor (por Leoncio Peña) y a Vd. les dejan hablar, envuelven al ponente y al fiscal. Se han portado Vds. como hombres.
Hasta el comandante secretario del siniestro coronel Eymar y el comandante Juez Relator se acercaron a los detenidos y les hablaron en tono afable.
Se leyó la sentencia, con penas inferiores en algunos casos, de las que pedía el fiscal: Leoncio Peña 20 años de prisión, 5000 pts. de multa y seis meses de prisión; Armando Castillo, 2 años, 4000 pts. y 6 meses; José María Laso, 12 años; José Unanue y Benjamín González, 8; Alfredo Mata, 5; Julián Álvarez, 4; Ciriaco Parraga, 3; Genaro Escartín y Manuel Valladares, 2; Andrés Arteaga, 18 meses y Eduardo Inchaurtieta, 6 meses.
Como una réplica popular a las inicuas condenas, el entusiasmo promovido en la mayoría de los asistentes al Consejo por la conducta de los procesados y por la nobleza y justicia de su causa, se desbordó en la calle. Uniéndose a las familias de los condenados centenares de personas rodearon a éstos felicitándoles, abrazándoles. Los balcones de las casas contiguas estaban llenos de vecinos, muchos de los cuales manifestaban de diversas formas su simpatía hacia los que salían esposados… Todo eran voces animosas, gritos entusiastas, saludos, recomendaciones. Racimos de manos ofrecían a Peña y sus compañeros bocadillos, embutidos, frutas, termos con café caliente, que los doce hombres tenían que beberse allí mismo para que quienes se los ofrecían se quedaran contentos.
Finalmente pudo arrancar aquel camión que se llevaba a las cárceles de Franco a otro puñado de españoles ejemplares. Visiblemente impresionados, con inocultable respeto hacia esos hombres, los guardias que les conducían les felicitaban por la dignidad con que se habían comportado y uno de ellos les dijo:
–No se apuren Vds., que no terminarán de cumplir su pena, pues lo más probable es que, no tardando, esto cambie…
Y es que, una vez más, quien de verdad había salido quebrantada y condenada de este consejo, era la dictadura.