“Elegía de la Tradición de España”
El último día del pasado octubre han dado las prensas de Cádiz una tirada de mil ejemplares de esta honda, implorante canción de las tradiciones holladas de España. Embócala su autor –que reparte los ejemplares gratuitamente– con frases en que enaltecen a la tradición y a España Oliveira Martins, Vázquez de Mella, Ortega y Gasset (José), Eugenio d’Ors y Miguel de Unamuno. Pero, sobre todo, con este prólogo, que es una autocrítica:
Está la atmósfera de España cargada de electricidad emotiva. Tiene –fragante de ozono y tierra húmeda– esa limpidez especial que, en las claras de las borrascas, deja ver hasta los últimos términos del paisaje. Se le ve ahora, como nunca, a España, por los entresijos de la borrasca política, la gloria pasada, con una dolorosa y nueva claridad. Y parece además, que todo –los ríos y el viento, la vida y la historia– estuviera inmóvil y callado, como en una emoción de espera. Todo esto parece que invita a rasgar esa atmósfera de cristal y silencio, con el compás de un nuevo verso viril y heroico: dicho en voz alta, con voluntad de lanzarlo, como una piedra, lo más lejos posible.
Ya sé que el gusto de hoy –y yo lo comprendo y lo comparto– se inclina hacia la poesía más pura y delgada, dicha, como a media voz, entre selectos. Pero no por eso debe dejarse de oír, en ciertos momentos, esta otra robusta y destacada poesía de multitudes y aire libre: poesía civil de ágora y asamblea, participante de las calidades de la oratoria, hecha para la declamación y la audición colectiva. Poesía es ésta que ocupará siempre un lugar en el Arte: pero que además, y sobre todo, ocupará siempre un lugar en la vida: lugar de abuela, canosa y venerable, decidora de mitos, renovadora de recuerdos: aviso constante, en su reclusión hogareña, de la continuidad de las cosas.
Y este es momento de cantar así. Vivimos unas horas que, como enanos contra gigantes, se han amotinado contra los siglos. Diariamente se hiere el tronco de la tradición con hachazos de olvidos e infidelidades.
Yo he querido sencillamente, en estos versos que te ofrezco, lector, “hacerte sentir” un poco el valor de lo que ahora a España quieren arrancarle: no ya su valor ornamental y poético, tantas veces –y a menudo tan ñoñamente– cantado; sino su valor ornamental humano e individual, como elemento formativo del alma y el cuerpo de cada uno de los que nos llamamos “españoles”. Porque no somos los hombres átomos sueltos ni plumas al azar del aire. Somos gotas de un río y espigas de un trigal: trigal y río, con sus vallados, sus márgenes y su nombre propio. Cada uno de nosotros es quien es –y no otro– por aquello que, sobre su simple esencia abstracta de hombre, le han dado, al nacer, desde fuera los padres, la tierra, los siglos y las cosas. Por eso cuando España se estaba haciendo, en su historia, se estaba haciendo algo de cada uno de nosotros. Por eso herir la tradición y el pasado, no es alancear un cadáver, sino herir algo vivo en nosotros mismos. Se ha cantado demasiado la tradición como muerte: yo he querido cantarla como vida.
Esto es lo que he procurado decir en mis versos. Mejor dicho, lo que he procurado “hacer sentir y hacer vislumbrar”. Porque la palabra, si logra ser poética, más que decir, alude, invita y señala, frente a una celeste lejanía.
No son estos, pues, versos de guerra. Son, más bien, versos de dolor y de súplica. Piden paz, comprensión y tolerancia. Abogan, sin odio y sin ira, por las esencias de España.
Va esta “Elegía” dedicada, al margen de toda política de partidos, a todos los españoles, mis hermanos, que en esta hora, sientan el dolor de la tradición de España; a todos los que sientan el pasado vivo en su presente, y sientan, por sus venas, la memoria fluida de la España una, grande, hidalga y católica. Casi me atrevo a decir que va dedicada a todos los españoles. Porque el que, de un modo o de otro, no sienta algo de estas cosas o reniegue de ellas, me parece que es un español dimitido.
Estamos en momentos de grandes decisiones. Se quieren resolver en horas cosas que pertenecen a los siglos. Se quieren acallar con las cuatro palabras de un precepto legal, episódico, las voces de los muertos.
Por eso yo he querido lanzar al aire este grito. Grito de dolor, de súplica y también de advertencia. Quiera Dios que sea oído. Mejor dicho, que contribuya, en su modestia, a robustecer la voz unánime y nacional que debe hacerse oír. Si no ocurre así, y los que amamos la tradición llegamos a sufrir el destierro dentro de España misma, servirán, al menos, estos versos, para llorarlos, como salmo de dolor, a orillas de los ríos de España…
J. M. P.