José María Pemán
Elegía de la Tradición de España
Debidamente autorizados por su ilustre autor, reproducimos aquí estos magníficos versos, que, como todos los suyos, debían ser aprendidos de memoria por todos los españoles.
Me duele España en mí, como si fuera
carne en mi carne: siento
como el temblor de un viejo tronco al viento
o el desasirse de una enredadera.
Ramas tronchadas de una primavera,
siento en mí los sentires más amados
como Cristos manchados
de sangre y de saliva:
¡y me duele en el alma, en carne viva,
la mella de los siglos arrancados!
Yo no soy luz que brilla
pasajera entre nubes, ni lamento
perdido en soledad, ni hoja amarilla
danzarina de otoño sobre el viento:
no es una pluma en el azar mi vida
ni soy un punto, solo, sin medida
ni dimensión, que encierra
en sí mismo su ser todo agotado.
Todo en mí, carne y luz, lo han amasado
los muertos y la tierra:
las dos manos fecundas del Pasado...
Yo soy un alma amiga
de otras almas que fueron mis iguales:
rojo coral en banco de corales,
gota de un mar y grano de una espiga.
Mis ansias y sentires terrenales
no son silvestres rosas
nacidas, sin semillas, en mi pecho...
¡Yo soy lo que me han hecho
los siglos y las cosas!
* * *
Venimos de otras horas. Somos ecos lejanos
en los vientres azules de los montes del Tiempo.
Era ya nuestra vida
como chispa nacida
de la llama primera de un primer pensamiento,
cuando todo era masa sin formar en las manos
del Señor, y lamento
sin palabra ni nombre la futura querella:
cuando no era la rosa, ni la luz, ni la estrella,
y la caña era virgen del abrazo del viento.
Y después, cuando el dedo, todo luz y armonía,
del Señor de las cosas, como rayo del día
tembloroso entre brumas,
con cantiles de rocas y guirnaldas de espumas,
demarcaba un pedazo del planeta, y decía:
“Esta huerta de flores que yo tomo por mía,
será España, señora
de la tarde y la aurora,
de la paz y la guerra;
hija buena y fecunda, que tendrá desde ahora
una estrella en los cielos y un camino en la tierra”:
Desde entonces, lejana, silenciosa, escondida,
al compás y medida
que iba España naciendo, como un tallo de flores,
en aquel hervidero de promesa y ardores,
con sus mismas esencias, se iba haciendo mi vida.
Yo no soy flor nacida para todos los vientos
ni camino perdido para todos los pasos:
yo no soy pluma suelta de destinos y acasos
arrojada a los aires, cual despojo maldito.
Yo he nacido a la sombra de un mandato infinito,
de un misterio fecundo
donde, en letras de estrellas, mi sendero está escrito...
¡Yo he venido a la vida con un nombre bendito!
¡Yo no soy hospiciano de las patrias del mundo!
Tengo nombre, y recuerdos, y linaje, y pasado;
tengo un eco de siglos conocido y amado
que acompaña mis pasos y responde a mi voz...
¡Yo soy flor en las flores de un jardín bien nombrado
y mi tierra era tierra bendecida de Dios!
Cuando España nacía,
yo era ya una indecisa claridad en su día,
y un reflejo perdido de la luz de su fiesta,
y una gota en la fuente de su arroyo primero,
y una letra futura de su verso y su gesta,
y una estrella lejana de su noche de enero.
Cuando España nacía,
yo era ya, con mi vida, como un ramo de flores
para España segado del jardín del Eterno:
yo era ya blanca nieve que esperaba su invierno
y era grano en la espera de los nuevos calores.
Cuando España nacía,
yo era ya un alarido confundido en el cuerno
que llamaba a sus hijos, por la Cruz, a la lid;
y era soplo en el viento que agitaba su enseña,
y era luz en el alba que pintaba, en Cardeña,
con suspiros violetas, la armadura del Cid.
* * *
¡España, España, España!
¡Y quieren arrancarme la memoria
y vendarme los ojos!
¡Y ennegrecer, sobre el azul, los rojos
y sangrantes ponientes de tu Historia!
¡Y quieren separarme de la esencia
de ti, como la carne de la uña!
¡Rosa de Cataluña!
¡Encina de Castilla:
verde plumero heroico
sobre el casco de Gredos!
¡Pinares y robledos:
sonoros escuadrones
frente a los vientos largos de la tarde!
¡Rojos muros preclaros,
regados en la tierra donde arde
la cosecha entre risas de cigarra!
¡Picachos de Navarra!
¡Prados de Balsaín, verdes y claros!
¡Y vosotras, las frías
crestas del Pirineo, y la calzada
de Galicia, regada de fervores,
y las blancas aldeas, y las rías:
puñaladas de azul entre las flores!
¡Y Valencia! ¡Y las dos Andalucías:
la griega y la moruna!
¡Todas, todas a una
las Españas en pie: todas, al viento,
con la mano en la espada y el aliento
contenido y la voz ancha y sonora,
todas puestas en cruz, en esta hora
de un solo amor y un solo juramento!
* * *
¡España, España!... Aguza los oídos:
que con un dulce dejo y dolor blando,
sombras con luna van por los egidos
de Salamanca y de Alcalá, llorando...
Lloran la copla de la malcasada
que a la orilla del golfo verde y oro,
sueña el mal sueño de su amor doliente;
lloran por su rosal y su tesoro,
perla ayer la mejor de su corona:
hija de las sirenas del oriente,
novia del mar azul, luna naciente...
¡clara, limpia y perfecta Barcelona!
¿Y llegará el momento
en que retumbe toda España al viento,
con los secos hachazos de la tala
del bosque ayer tan prieto y tan tupido?
¿Y arrojará algún brazo descreído,
como un puñado de simiente mala,
las arras de Isabel, en el olvido?
Se ha cubierto la tarde de Castilla
con esa luz opaca y amarilla
que presagia tormentas...
Y yo he visto,
bajo la luz agónica y rosada
con que una lamparilla
velaba junto a un Cristo,
yo he visto, en la capilla
de Reyes de Granada,
donde duerme la Reina enamorada
de las altas querellas,
brotar, soñando yo, de sus pupilas,
lágrimas que enjoyaban, como estrellas,
la mustia flor de sus ojeras lilas.
* * *
Me siento solo. Triste y amarilla,
la puesta del sol arde
sobre los montes. Brilla
la hoguera al lejos; la corneja chilla...
¡Tengo miedo, Señor, en esta tarde
nublada sobre el campo de Castilla!
Señor, Señor:
¡por todas esas cruces
que disparan al cielo
los campos españoles!
¡Por los tibios resoles
y las luces
azules y violetas
del sol del pueblo sobre el campanario!
¡por la ermita, entre chopos, junto al río!
¡por el ave-maría del rosario
del alba, rosa blanca, entre el rocío!
¡por la luz y las flores
y los siete puñales
de la Virgen que llora, entre cristales,
con lágrimas de cera, sus dolores!
¡por el Pilar y Atocha y la Almudena
y Regla y Setefilla:
por la Esperanza y por la Macarena!
¡por la luz misteriosa de la noche
santa y amarga de la maravilla!
¡por la seda y el oro y el derroche
gitano de los pasos de Sevilla!
¡por todas esas flores
de la casa paterna!
¡por toda aquella tierna
fe de nuestros mayores!:
¡en esta hora de angustias y dolores,
piedad, Señor, para la España eterna!
¡Piedad, Señor, para los malhechores
que riegan sal y ortigas por los suelos!
¡Pon los siete colores
de tu arco de perdón sobre los cielos!
¡Hunde en el polvo el odio y la arrogancia!
¡Siembra rosas de olvidos y perdones
y unge de compasión y tolerancia
labios y corazones!
¡Danos la paz! ¡Acerca a los hermanos!
¡Abre acequias de amor en los secanos
y pon el agua de la Vida en ellas!
¡¡Tú, que tienes el viento y las estrellas,
Señor de los Señores, en tus manos!!