Juan de Dios de la Rada y Delgado
Importancia de la Instrucción Pública, con relación al Estado
Es innegable, como ya indicamos en nuestro número anterior, que la felicidad de las naciones estriba en la educación y en la instrucción de los individuos que la componen. Este principio no creemos pueda haber quien lo ponga en duda. Pero con conocerlo no lo hemos hecho todo. Como acontece la mayor parte de las veces, no es lo más difícil encontrar la base, sino saber edificar sobre ella: sentar la premisa, sino deducir las consecuencias: hallar el principio, sino saber darle aplicación.
Tenemos establecido como punto incontrovertible que la ventura de los Estados depende de la instrucción de sus individuos, y ya de esta primera proposición se deducen otras inmediatas, precisas, y que vienen a servirla de complemento, llevándonos del terreno especulativo al campo de la práctica.
El Estado tiene obligación de velar incesantemente por la instrucción del pueblo.
Para hacerlo como debe, ha de cuidar de poner en armonía esa misma instrucción, con su constitución política y con las necesidades de los individuos.
Y esto es indispensable. De otro modo no conseguiríamos más resultado de nuestro trabajo, que el que obtendría el labrador en arrojar profusamente la semilla en medio de un campo, sin la debida preparación para el cultivo.
Por eso hemos empezado a indicar en nuestro primer artículo, si bien como hoy lo hacemos bajo un punto de vista general, los primeros medios para llegar al fin propuesto; y si vemos cuan importante es la educación y la instrucción bien dada en la niñez, en esa primera época de la vida, puerta de flores para un campo de espinas, no lo es menos en la primera juventud, ya porque tenemos delante menos tiempo de que disponer, ya porque en esa época los principios que deben guiar a la instrucción, son de aplicación más inmediata, y de los que ha de depender el futuro destino del individuo y por consecuencia del cuerpo social.
Si la administración pretende, como debe formar al ciudadano, al decir de un escritor de nuestra patria, debe empezar formando al hombre, y a este tomarle de brazos de la naturaleza, cuando su alma virgen todavía, cede dócilmente a toda enseñanza. La niñez y la primera juventud son las edades más perfectibles, y estos breves períodos de la vida, las épocas favorables para influir en nuestro corazón y en nuestro entendimiento por medio de la educación domestica o social. Es, pues, necesario no esperar a que el árbol crezca para darle la debida dirección. Es preciso aprovechar esa primera juventud, rápida, pasajera, y cuyo período mal o bien aprovechado, forma el cuadro de felicidad o de desgracia que el porvenir guarda tras insondable velo para el hombre.
¿Y cuál será la base de la educación en esa época de la vida? ¿Cómo ha de conocer el Estado la inclinación de cada individuo para prepararle convenientemente sus estudios? –No es esto lo que nosotros pretendemos. Trabajo de este género tiene que quedar encomendado a los jefes de las familias, porque si en la base de la instrucción, si en la primaria, creemos que los gobiernos como dijimos en nuestro número anterior, deben ejercer una influencia hasta coercitiva; en la segunda enseñanza, ya ni debe, ni puede entrar en el sagrado del hogar doméstico para determinar a cada uno la instrucción que deba recibir.
La misión de los gobiernos en este punto es establecer las enseñanzas distintas y profesionales. La elección tiene que pertenecer a las familias.
Por eso es necesario, puesto que su acción va a ser menos directa, que sea más generalizadora, y que teniendo en cuenta las necesidades de la asociación y las locales por el carácter diverso de los hombres, y las cualidades de los objetos que les rodean, previéndolo todo, presente a los padres un vasto sistema donde no encuentren nada que desear cuando traten de dar dirección a los que han de sucederles en la vida. Los padres al terminar la primera educación de sus hijos, el primer pensamiento que les inquieta es el de asegurar su porvenir. En el inmenso espacio que su imaginación recorre, tienen ya un punto de partida fijo: la primera instrucción: tienen una parada general y absoluta: la felicidad de los seres a quienes dieran ser. Caminos que recorrer es lo que necesitan. Preséntenseles todos los que la ciencia y el estudio puedan ofrecer a la inteligencia, y que jamás el cargo de la desgracia de sus hijos se haga al gobierno por haberles obstruido algún medio en que pudieran haber pensado. Ábranse todos, y [3] de este modo podrá formarse por el jefe de la familia, y aun por el joven mismo, el juicio comparativo entre los diversos derroteros por los que haya de impulsar el bajel de su vida, en el difícil mar de la existencia humana.
Por esto creemos que un plan de enseñanza no debiera ser como generalmente hasta aquí se ha hecho un trabajo reglamentario para cierta clase de estudios, sino un plan vasto que lo abrazase todo, por mas que después vayan subdividiéndose sus ramas. Árbol del campo de la inteligencia la instrucción, uno solo y común debe ser su tronco; sus tres ramas principales la primaria, la especial y la universitaria: las demás aunque dilatándose a cada lado, parezca que se separan de su origen, enlazadas de este modo vendrán a dar frutos que aunque en diversa forma, todas lleven el germen de la ventura social.
De otro modo los males económicos y políticos no tendrán término; y muchos de los que hoy deploramos, no reconocen su origen sino en no haber mirado desde tan alto punto de vista la enseñanza de los pueblos.
Pero aquí ya volvemos a encontrar a la tradición en nuestro camino. Aquí ya volvemos a hallar a la vieja sociedad con sus antiguas prácticas y sus antiguas instituciones, que si relativamente pudieron ser buenas cuando se establecieron, perdieron tal carácter al paso de los años sobre ellas. Por razones que no son hoy de nuestro objeto, la instrucción científica, y aun en este corto campo solo alguno de sus términos, fue el objeto exclusivo de los gobernantes. Y de haber reducido a tan cortos límites su esfera de acción, han nacido muchos de los males que deploraríamos estérilmente, mientras no nos remontásemos a buscar su origen.
La enseñanza de las profesiones científicas ha sido durante mucho tiempo el objeto único de los legisladores. De aquí el que se las haya considerado como las únicas dignas para dar importancia social a los hombres, y de aquí que sin tener en cuenta sus inconvenientes o sus ventajas, los padres lancen inconsideradamente a sus hijos en los estudios, sin atender ni a la clase a que pertenecen, ni al verdadero interés de los seres a quienes dieron existencia.
En dos clases podemos dividir, la multitud de personas que se dedican al estudio de las carreras universitarias. O gozan una posición independiente por su fortuna, o pertenecen a familias poco acomodadas, pero que en su mal entendido cariño no perdonan medio para dar al joven en quien fijan sus esperanzas, una educación clásica, creyendo con esto haberlo conseguido todo. Los males en uno y otro caso no pueden ser de más trascendencia. Si el joven es hijo de un propietario, habrá conseguido a la conclusión de sus estudios, multitud de conocimientos e ideas genéricas de la ciencia a que se dedicó, que muy poco podrán servirle en la práctica, o lo que es peor, que alejándole del principal objeto de su riqueza, se la haga perder en breve desgraciadamente; podrá si se quiere conocer la rutina de sus labradores, o la falta de inteligencia de sus administradores; pero no sabrá descender a manejar su patrimonio, a dirigir a sus encargados ignorantes, a mejorar sus tierras, a juzgar si un instrumento nuevo o perfeccionado llena las condiciones de su objeto; si un descubrimiento de las ciencias es aplicable a sus posesiones. Si su fortuna consiste en grandes capitales, después de haber gastado los años de su juventud en adquirir conocimientos quizá extraños a la ciencia de administrarlos, carecerá del preciso para hacerlo, y tendrá que continuar sin poder aplicar sus propias ideas, siendo el instrumento y nada más, de los que conceptúa como sus dependientes, y que le llevan sin embargo la ventaja del saber: esto podrá producir tres clases de males igualmente temibles todos ellos; o fiado en su incompetente ciencia querrá lanzarse por sí mismo a empresas que desconoce y la ruina le seguirá de cerca; o temeroso del engaño, retirará su confianza a las que debieron auxiliarle con su práctica y sus conocimientos especiales, dejando con ello sin circulación su capital, o quedará expuesto a los abusos de los que no reconociendo en él superioridad moral, hagan de su patrimonio la escala de su fortuna.
Si por el contrario pertenecen los dedicados al estudio profesional, a esa otra clase menos acomodada que hemos indicado, solo conseguiremos con pocas excepciones lo que desgraciadamente observamos todos los días. Arrojar, según la notable expresión de un publicista, un gran número de aventureros en la sociedad, y perpetuar en el seno del país agentes destructores del bienestar, que nace solo de la paz y del orden. ¡Pobres jóvenes! y permítasenos seguir en este punto el cuadro que de su vida describe el mismo escritor. Separados de la masa del pueblo, por su educación, alejados del rango jerárquico por sus pocos medios de fortuna, agitados en su esfera intermedia por numerosas rivalidades, y obligados al mismo [4] tiempo a presentarse con la exterioridad de la abundancia, por el sentimiento de la dignidad de sus estudios, estos desgraciados, si son ambiciosos, si tienen capacidad y vigor suficiente, se lanzan en el torbellino de las convulsiones políticas; y si por el contrario son laboriosos y modestos, se resignan a aceptar un empleo, a veces peor retribuido que el trabajo del jornalero, que con menos necesidades halla más agradable su modesta esfera. No a otras causas debemos ese aluvión que sin cesar aumenta de pretendientes a los destinos públicos, esterilizando multitud de brazos útiles a la sociedad.
¿Y qué es en tanto de la ciencia a que se dedicaron y cuyo nombre profanan? O permanece estacionaria, o llora al verse envilecida y mutilada, pretendiendo ocultarse en vano con el púdico velo de su modestia.
¿Y qué es al mismo tiempo de las artes e industrias? faltas de brazos, faltas de dirección, faltas de consideración social, arrastran una existencia raquítica y empobrecida.
¿Y qué es de la asociación, en fin? espira lentamente entre los mil tormentos de una agonía, más horrible cuanto más lenta es, o se desquicia cayendo con estruendo y asombrando al mundo en una reacción desesperada, como el enfermo de consunción que próximo a espirar, se alza en sacudida nerviosa, arrastrando su mal seguro lecho, para caer sin fuerza en brazos de la muerte.
Es necesario evitar tamaños males, y para evitarlo tener en cuenta, que el objeto principal de los estudios, ha de ser poner en armonía la vida de la enseñanza con la vida social, de modo que la una sea la introducción de la otra, que sea el joven durante su carrera el agente de su porvenir, y sepa que con ella habrá de obtener una existencia propia, dejando de ser una planta parásita de la casa paterna o del Estado. Es necesario que comprenda la sociedad vieja, que la Medicina, la Jurisprudencia o la Teología son ciencias y no artes de vivir, es necesario dar consideración a los demás ramos de los conocimientos humanos en artes e industria: es necesario por último, que se presente a los padres un vasto sistema de todas las enseñanzas, especiales y universitarias, para la elección de la carrera de sus hijos. Si la ciencia administrativa, acudiese en auxilio de la reforma, ofreciéndoles a la vez una estadística periódica comparada y detallada de las necesidades de cada localidad en profesiones y en industrias diversas, así como una especie de diario de los trabajos y su retribución según sus diferentes clases, la comparación sería completa, y la elección acertada.
Y es necesario no dejar trascurrir el tiempo sin plantear la reforma, porque los males de la sociedad como los del individuo, se multiplican a proporción que se miran con desprecio; y triste y desconsolador es llorar al pie de las ruinas de un edificio, viendo hacinadas a nuestro alrededor las piedras que debieron servir para contenerle. –Con la instrucción especial y profesional, bien establecida, se conseguiría perfeccionar la de la clase rica, por desgracia hoy extraña en su mayor parte a los principios de la economía política y a los progresos de la industria agrícola y manufacturera: aumentar la de la clase media, con nuevas y distintas profesiones, evitando el triste espectáculo de multitud de jóvenes lanzados al mundo con la imperiosa necesidad de subsistir, y la pretendida obligación de un mal entendido rango social que no pueden sostener y que les hunde con frecuencia en el abismo de la desesperación; y por último, con una instrucción poco costosa y de aplicación práctica, se impulsaría a la clase laboriosa y pobre hacia la industria, que habría de prosperar a la sombra de la dirección y del estudio.
No consiste el secreto de la instrucción en elevar a ella directamente al hombre; sino en hacer que descienda hasta él, y le busque donde quiera que le halle, siempre con relación a sus necesidades, ya bajo el dorado artesón de un opulento palacio, ya en el triste aposento del jornalero.
La enseñanza necesita ser uniforme, sí; pero con uniformidad relativa, no con uniformidad absoluta; y de este modo se conseguirá llevar a cabo la verdadera educación de los asociados, que no es otra cosa según la acertada definición del señor Colmeiro; que el conjunto de aquellas influencias que desarrollan en la criatura los dones del Criador, que dan al hombre todo el valor posible en su naturaleza, y que contribuyendo a su perfección durante el curso de la vida, le disponen al exacto cumplimiento de sus deberes morales y políticos.
J. de Dios de la Rada y Delgado.