Filosofía en español 
Filosofía en español


Filosofía ibérica

[ Juan Miguel Sánchez de la Campa ]

[ Reflexiones sobre la dirección que conviene dar a los estudios filosóficos ]

Insertamos con mucho gusto el siguiente artículo debido a la ilustrada pluma del señor Sánchez de Campa, por más que en alguna de sus apreciaciones difiera o pueda apartarse de otros escritos, publicados o próximos a publicarse en esta sección. (N. de la R.).

«¿Llegará pronto el día en que tengamos una filosofía propia, filosofía nacional; que animada con el aliento de tantas generaciones sabias, resplandezca sobre nuestro horizonte en medio de las ciencias, como el sol en medio de los astros, disipe las sombras que las envuelven, las comunique su íntimo vigor, las levante del polvo en que se arrastran, y llevándolas en pos de sí concertada y majestuosamente por los siglos, ciña a la frente del pueblo español inmensas coronas de bienandanza y de gloria?»

«Todo pronostica que sí.»

De este modo, al par que elegante entusiasta se expresa el señor Laverde Ruiz en un bien escrito artículo inserto en el núm. 12 de la Revista Universitaria, [411] correspondiente al 30 de diciembre ultimo.

Sin pretensiones de ningún género, y cumpliendo con una oferta hecha tiempo ha, vamos a decir cuatro palabras sobre una cuestión en la que confesamos previamente nuestra pequeñez.

El genio español es capaz de lo más grande, y testimonios nos presenta de ello la Historia en todas épocas, pero el genio español considerado en la individualidad y entregado a sí mismo; mas considerado en conjunto y como cuerpo colectivo, como entidad social, nunca pudo elevarse mas allá de las condiciones fatídicas de su organización social, nunca pudo moverse más que en un círculo estrechísimo, limitado y mezquino. Dominado por unos y por otros, el rumor de los combates fue el arrullo de su infancia, fue la grata armonía de su mejor edad; conquistado pugnó por romper sus cadenas; conquistador sirvió de instrumento a intereses diversos. Asimilándose los pueblos que lo conquistaron un día, y a los que luego él mismo dominara, es un conjunto heterogéneo en su origen y múltiple en sus costumbres y organización física, y si la obra de los Reyes Católicos y el brazo de hierro de Felipe II pudieron hacer una monarquía y una nación enlazada por la unidad del principio religioso, ni los intereses se han calculado, ni la paz y las condiciones de la época han permitido que la obra marchara con la rapidez y uniformidad que era indispensable para que hoy pudiera tener cabida el pensamiento de que la opinión no fuera individual sino eminentemente nacional.

La consecuencia de este estado social fue que nunca hubo un pensamiento filosófico eminentemente nacional, sino opiniones dispersas, obra de la razón individual, y aunque muchas de ellas de suma trascendencia, y otras cuna y base de sistemas que nos han presentado como incubados en sus cerebros otros pueblos, en nuestro país permanecieran aun casi desconocidos cuando no despreciados y perseguidos sus autores.

A contribuir a este resultado a mas de las causas indicadas vino el estado, la forma y las tendencias que tuvo por muchos siglos la Instrucción pública, las costumbres de los grandes y de los pequeños, la influencia de ciertas clases, nuestras discordias civiles y los funestos errores de nuestra política.

Reivindicar para los hombres de nuestro país el derecho de prioridad en la demostración de ciertas verdades, en la exposición de ciertos principios, en el desarrollo de ciertos sistemas, que bajo otro cielo han adquirido su complemento y tomado una forma tangible, y a quienes otros hombres han rendido el culto debido a lo grande y a lo bello; tarea es nacional y justa ¿pero es de utilidad positiva? ¿Se llegará por este medio a la constitución de una filosofía nacional que animada con el aliento de tantas generaciones sabias, resplandezca sobre nuestro horizonte en medio de las ciencias?

Blasco de Garay se pretende fue el inventor de las máquinas de vapor; ¿qué ventajas obtuvo el país ni la sociedad de que se haya pretendido demostrar este hecho histórico? ¿Están las ciencias en el mismo punto en que las dejó el célebre marino?

Salvá inventó la telegrafía eléctrica, ¿qué utilidad hemos obtenido de la demostración de este hecho?

Juan de Huarte trató de demostrar el conocimiento del hombre interior por los rasgos fisionómicos, y de establecer las relaciones entre la inteligencia y el órgano que se considera como principal agente de ella, antes de él Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura indicaron algunos de sus principios; antes que estos… pero no sigamos. La arqueología nos pone de manifiesto los detritus de las obras de los tiempos que pasaron, reconstruir el anfiteatro cuando no se encontrarían gladiadores que regasen la arena con su sangre, no sería reconstruir el anfiteatro.

La humanidad progresa, la inteligencia se perfecciona, y en su marcha que nadie es capaz de detener, atendidas las condiciones que cada día adquiere, no basta para saciar su ansia de saber el espectáculo de lo que fue, no basta la arqueología, desea algo más, desea un más allá a donde la llama con irresistible imperio su misión providencial sobre esta tierra regada con el sudor y la sangre de sus ascendientes.

Fundar una filosofía en un tiempo de libre examen, en un tiempo en que la voz del maestro perdió toda su autoridad, en la autoridad misma, no lo creemos posible en nuestro corto entender. Pide hoy la razón la exactitud, no le basta la posibilidad, no se satisface con el derecho adquirido por el trascurso de los siglos. Ni Platón, ni Thales, ni Pitágoras, ni Solón, ni Licurgo, ni el que fue un día soberano absoluto y ante el cual todas las frentes se descubrían, todas las inteligencias se humillaban, Aristóteles, tienen hoy ni tendrán nunca más valor que el que adquieran después del más escrupuloso análisis, después de la más detenida y exacta reflexión. Análisis al que concurrirán con entusiasmo todas las conquistas de la civilización, todos los recursos que ponen a disposición de la razón humana el trabajo de los siglos y los progresos de la inteligencia.

Para que la filosofía brille en medio de las ciencias como el sol en medio de los astros, y disipe las sombras que las envuelven, menester es que existan las ciencias y que exista la filosofía. Existirán las ciencias cuando su estudio sea una verdad; existirá la filosofía, cuando tenga principios incontingentes que le sirvan de punto de partida; cuando reduzca a una fórmala única en que no existan mas que dos o tres principios incógnitos a la inteligencia humana, todo el magnífico alcázar de verdades, de sistemas y de conocimientos que el hombre pueda adquirir, que el hombre posea, que sean del dominio de su razón en una época determinada.

¿Pero pueden las ciencias ocupar el lugar que les corresponde cuando los ánimos están intranquilos, cuando el hoy fatídico es el ídolo de nuestros pensamientos, cuando los medios de adquirir la verdad son tan escasos y tan incompletos? Las ciencias de hoy y las de ayer en [412] nuestra patria son las ciencias de pane lucrando, son las ciencias por lo que valen no por la ciencia misma. Alegarase el testimonio que nos presentan en contrario algunas individualidades, alegarase el que nos da la juventud entusiasta y generosa. La individualidad no hace número en cuestiones de tamaña magnitud, la juventud pierde luego las ilusiones en fuerza de crueles desengaños, y en vista del mal ejemplo y cuando ve la esterilidad de sus esfuerzos. Únicamente quedan luego de los afanes del individuo, de los trabajos de la juventud, o un fragmento restaurado y que arrancado del polvo y del olvido en que yacía, la restauración las más veces desfigura, o un esfuerzo impotente que sirve de señuelo a los que vienen en pos, para apartarse de una vía en la que al final no se encuentra más que el desengaño.

Para que la filosofía ciña a la frente del pueblo español inmensa corona de bienandanza y de gloria, menester es establecerla, no sobre los detritus de los tiempos que fueron, no con el apoyo de la autoridad y por la autoridad del maestro, sino sobre la ancha base de sus principios eternos y con el concurso de la razón desapasionada y de la discusión amplísima, fuente de la verdad y verdadero origen de cuanto absoluto puede llegar a comprender el hombre. Para esto es indispensable preguntar ¿en el terreno puramente filosófico hay verdades absolutas? ¿Puede el hombre adquirir el conocimiento de la verdad sin el concurso de la revelación? Tratase de la verdad filosófica.

En el supuesto de una contestación afirmativa, ¿cuáles son estas verdades, cuál su razón de ser, cuáles su enlace y relaciones? ¿Qué influencia ejercerán estas verdades en el terreno científico? ¿En qué difieren estas verdades de las que con el nombre de tales nos han presentado todas las escuelas puramente filosóficas?

No seré yo quien pretenda contestar a las anteriores preguntas, que hago como demostración del punto de vista desde el cual en mi pobre opinión debe examinarse el establecimiento de una Filosofía Ibérica. Ellas ofrecen seguramente amplísimo campo a las investigaciones y en ellas y de su resolución creo que depende la incógnita de la ecuación que presenta el importantísimo problema del establecimiento de una filosofía nacional que pueda brillar sobre nuestro horizonte y en medio de las ciencias como el sol en medio de los demás cuerpos de su sistema.

Puede muy bien que alguno al ver nuestro modo de examinar esta cuestión nos niegue el derecho y la aptitud para ello, y que crea que no es necesario tanto como deseamos por dos de las siguientes razones: o porque los principios que consideramos como indispensables son cosa de todos conocida y su ineficacia manifiesta; entonces diremos, que el día de establecer una escuela filosófica nacional pasó ya y que por consiguiente es tarde para acometer la empresa; su día está entre los que nunca han de volver: o porque los principios que indicamos son demasiado absolutos, imposibles de comprender y de todo punto innecesarios; entonces diremos que aun es muy pronto, que aun no está muy cercano el día en que la filosofía ibérica brille entre las ciencias como el sol entre los demás planetas.

Pero a unos y otros les daríamos la razón en cuanto a nuestra corta inteligencia, pero suplicándoles al mismo tiempo respeten nuestra lealtad y aun cuando tal sea nuestra opinión, y aun cuando nuestro carácter nos impida el tomar cual hubiéramos hecho en otro tiempo toda la parte posible en la obra de restauración que se propone, no podemos menos de aplaudir el celo y el buen deseo, y pluguiese al cielo que nuestro modo de ver fuera de todo punto erróneo, y que hubiera sonado ya en el Eterno la hora de nuestra emancipación, el día de nuestra filosofía eminentemente nacional.

Lic. J. M. S. de la Campa

[ El título está tomado del sumario que figura al principio del número, pues falta al comienzo del artículo propiamente dicho. ]