Filosofía en español 
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El Estatuto de Castilla

Lejanos, muy remotos ya, los tiempos en que Castilla se iba ensanchando delante del caballo del Cid. En los que corren ahora se va achicando, reduciéndose, hasta volver a su solar primitivo. Una historia de siglos se desvanece y una leyenda de grandezas y glorias parece desmoronarse como un castillo de naipes. El sol, que no se ponía nunca en los dominios españoles, tuvo su ocaso último, con la perdida de todas las colonias ultramarinas, en 1898. La gran empresa civilizadora allende los mares de Castilla y de León se había rematado en el más trágico de los desastres.

No más quimeras, no más aventuras, Costa pedía que se echara doble llave al sepulcro del Campeador, Macías Picavea pedía que se concentraran todas las fuerzas nacionales en la reconstitución de España a base del alma mater de Castilla.

Esa esperanza, a guisa de gran ideal, alentó a nuestro pueblo en aquellas amargas horas de desencanto y desventura.

Castilla era el gran vínculo histórico, el símbolo de la unidad española.

Ya por aquella fecha florecían los regionalismos literarios, que habían de convertirse bien pronto en regionalismos políticos, con todas sus aspiraciones y todas sus actividades descentralizadoras. Las regiones alzaban bandera de guerra, exigiendo se les otorgara un régimen autonómico. Unas recordaban sus libertades de antaño: otras, sus fueros tradicionales, con el reconocimiento de sus características de raza o de lenguaje.

Así hemos llegado a estos tiempos de la demanda y de la concesión de Estatutos. Lo tiene ya Cataluña. Están a punto de conseguirlo las Vascongadas. Lo está preparando Galicia. También lo inician Castilla y León. Lo pedirán mañana Aragón y Andalucía.

Los Estatutos regionales están a la orden del día. Tienen su claustro materno en la propia Constitución vigente de la República española. Se explica que por circunstancias especiales no sorprenda que haya recabado el régimen autonómico Cataluña y que se halle en vísperas de conseguirlo Vasconia,

Pero ¡Castilla!... No ha sido una región, sino un reino, una nación de naciones en el ámbito de Europa, y con el imperio colonial más grande que se ha conocido en América y en Oceanía. Con el idioma propio más extendido por el mundo.

Hasta ahora, conservando el símbolo de la unidad nacional, histórica, geográfica, espiritual, era el baluarte tras el cual se parapetaban ese sentimiento unitario patriótico y ese ideal unitario.

Antiguamente es fama que Castilla hacía y deshacía sus hombres. La frase da la medida de su omnipotencia y de su grandeza. Ahora, en nuestros días, son los hombres, no los que hacen, sino los que deshacen a Castilla.

Los unitaristas a ultranza de ayer son los que acaban de hacer un viraje en redondo, y ahora se mueven propugnando la autonomía castellana. ¿Quién no recuerda la oración condenatoria de los autonomismos regionales del Sr. Calvo Sotelo en un mitin de hace meses en San Sebastián? ¿Quién no hace memoria de la tenacidad con que el Sr. Gil Robles ha batallado contra la disgregación de nuestra unidad política, combatiendo el retorno o los viejos “reinos de taifa” de la España pretérita?

Ambos se han convertido de un modo fulminante al autonomismo y al régimen de Estatutos regionales.

Es que Galicia pueda ser un feudo político; es que Castilla puede consolidar unos cacicatos electorales, y los partidos, o los hombres, buscan trincheras tras las cuales hacerse fuertes, disponiendo de los instrumentos adecuados. No son idealistas ya; son prácticos, con una filosofía política “terre à terre”.

Ancha fue Castilla.

El juglar de hogaño no sabe de héroes de gesta y Romancero, como sabía el que compuso antaño el poema de “Mío Cid”.