Filosofía en español 
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El cinema soviético en el XX aniversario
Notas para la historia de un gran cine

Hace veinte años

Lo que ocurrió hace veinte años en la vieja Rusia zarista lo sabemos hoy todos. En las calles hay miles de banderas rojas, de carteles y de colgaduras que nos dicen con una elocuencia simple y maravillosa cómo un pueblo supo crear con su impulso revolucionario lo que hasta entonces había sido un bello mito: el primer país socialista del mundo.

Por esto, en el 7 de noviembre de 1917 tenemos que buscar siempre el aniversario jubiloso de todas las nuevas conquistas de orden político, económico o artístico. Una nueva política, un nuevo orden económico o un nuevo sentido del arte no nace porque sí ni por el seráfico arte de birlibirloque. Nace inevitablemente por un hecho social, por un hecho histórico.

El día 7 de noviembre de 1917 es posible que no se realizase en Rusia ningún film. Regularmente hasta los tomavistas de los noticiarios permanecieron inactivos, porque lo que entonces se ponía en juego era algo tan decisivo como atormentador: ser o no ser. Sin embargo, aquel día nació el cine soviético. Entonces, y no cuando Eisenstein realizó su maravilloso “Potemkin” o cuando Pudovkin filmó “La madre”, fue cuando Rusia empezó a tener un nuevo cine, fuerte, poderoso, humano…, porque el hecho social de la Revolución triunfante hacía posible que ocurriese así.


Lunacharsky, o la introducción al triunfo

Al hablar del cine soviético, no tenemos más remedio que hablar de Lunacharsky y de “Estrechez”, primer film de argumento realizado en la U. R. S. S., sobre un escenario del autor de “Don Quijote, libertado”. En 1919, en momentos en que el pueblo ruso luchaba contra la intervención extranjera, prevalecía en la U. R. S. S. un problema por encima de todos: el hambre, la desorganización, la estrechez. Los burgueses estaban muy cómodos en sus casas limpias, soleadas y espléndidas, mientras el proletariado se consumía en las zahúrdas húmedas y oscuras. La Revolución tuvo que hacerse sentir en este desorden de cosas, y el Gobierno de los Soviets decretó que las familias obreras pasaran a vivir a las casas saneadas y alegres de los burgueses. Entonces surgió la estrechez, que creó problemas de convivencia bastante graves.

Estrechez; es decir, lo contrario de amplitud. El cine soviético no se decidía a nacer en aquel entonces, y exigiendo de antemano largos y anchos campos para su desenvolvimiento, como las extensas regiones de Rusia, advino en una ciudad donde todo era estrechez, amarga melancolía del espíritu, producida por el dolor de los trabajadores, que caían a diario en una lucha emancipadora.

Por eso, Lunacharsky, intelectual comunista, que más tarde fue comisario en el Gobierno soviético, significa la introducción al triunfo de un cine que en aquella época estaba muy lejos de ser lo que es hoy. Cuantas veces nos volvamos a referir a la historia del cine soviético, no podremos silenciar al hombre que es Lunacharsky ni al hecho que es “Estrechez”, aunque ello constituya un tópico.


¡Potemkin!

Potemkin
“El acorazado Potemkin”. O lo que es igual: un grito de rebeldía, que llevó su alerta a todos los proletarios del mundo. Hace de esto ya doce años, y aun no ha perdido su eco.

Eisenstein era un joven profesor de arte y colaborador de Meyerhold en el teatro. El cine se aceptaba en todos los países como espectáculo sencillo, inocente, que no tenía que ver nada con el arte. Ya estaban apuntadas en la imaginación de muchos esperanzados admiradores sus posibilidades; pero no había llegado todavía a ser una demostración total.

Sin embargo, en julio de 1925, acepta Eisenstein el encargo hecho por el Estado de realizar un film sobre un episodio de la Revolución de 1905. Es el homenaje que el Gobierno hace en el XX aniversario de esta fecha. Y Sergio Eisenstein se marcha a Odesa con Tisse, con dos operadores más y con cinco ayudantes.

El 21 de diciembre del mismo año, visiona el Gobierno soviético en pleno la obra de Eisenstein. El gran realizador ignora si ha hecho algo bueno; no se ha descubierto todavía a sí mismo. Y aunque los camaradas del Gobierno quedan admirados del contenido político de la película, no vienen a sacarle precisamente de sus dudas. El cine, en aquel año, tenia aún muy pocos puntos de referencia; se seguían haciendo descubrimientos en cualquiera de sus aspectos, y a Eisenstein le obsesionaba la idea de no saber si había realizado una gran obra o si proporciones demasiado desmesuradas la descalificaban en un resultado negativo.

Pronto, la opinión mundial emitió un informe rápido. En Francia, en Alemania y en América estimaron con justicia el film de Eisenstein. “El acorazado Potemkin” era una obra maestra, genial, de dimensiones universales. La técnica más asombrosa, la concepción cinematográfica más perfecta, desarrollaba el primer tema revolucionario de la historia del cine. Hasta entonces, el cine soviético no existía en el mundo; desde entonces existe en cada hombre, en cada pueblo, en cada trabajador. El cine universalizó la Revolución tanto como la Revolución misma. Por eso, la palabra “Potemkin” tiene que escribirse siempre entre signos de admiración.


Un revolucionario de honor: el cine

A partir de “Potemkin”, el cine soviético se convierte en el gran cartel revolucionario del mundo. En todos los países, los Gobiernos adoptan ante él una postura defensiva. Alguien llegó a decir que “Potemkin” era un barco fantasma ante el que temblaban todos los comisarios de Policía. Y esto ocurría porque el film de Eisenstein traía al cine la emoción de lo auténtico, de lo real, de lo vivido…

En la U. R. S. S. no pasó inadvertido este temor que despertaba su cine entre las ciases no proletarias. Y a partir de ese instante, lo convierte en un gran agitador. Los films soviéticos son gritos de rebeldía, llamadas heroicas a la lucha de clases, arengas dirigidas a todos los proletarios del mundo… Y también manuales plásticos que hablan de la reconstrucción, que invitan a los campesinos a abandonar el arado para manejar el volante del tractor; que expone a los pequeños propietarios la necesidad de unirse, al terminar la lucha, para unificar todos los esfuerzos productores en provecho de ellos mismos y de la colectividad.

Esto, nada menos que todo esto, ha sido el cine soviético desde los primeros días de su existencia. No hay que extrañarse, pues, si lo clasificamos como “revolucionario de honor”.

El film de la reconstrucción socialista La línea general.


Los maestros

Tres son los realizadores soviéticos que han servido de base a todo el movimiento cinematográfico de la moderna Rusia: Eisenstein, Pudovkin y Dziga Vértov. Sobre los tres se han escrito ya muchas páginas, y sin embargo, siempre que se habla del cine soviético no hay más remedio que insistir de nuevo en ellos y en su obra. Los tres están unidos por la misma preocupación social y revolucionaria. Sin embargo, por su estilo. por su concepto cinematográfico y por la predilección que sienten por determinados temas, parten de ellos tres directrices esencialmente diferentes.

Eisenstein simboliza con su obra lo heroico. Canta a la multitud, a la masa, al pueblo, como héroe único y universal. En sus films tienen la misma emoción los cañones que los tractores, los soldados que los campesinos. Todos los elementos humanos y mecánicos que intervienen en sus producciones son voces que entonan la canción de la lucha o del trabajo.

El cine ruso no canta sólo a las máquinas y a las masas. Exalta también las reacciones espirituales más sutiles. Como en La madre, todo un símbolo de emoción humana.

Pudovkin, por el contrario, busca siempre en sus películas la emoción desgarradora y humana. No narra con multitudes, sino con personajes; no busca el drama colectivo, sino el individual. Pero tiene la gran virtud de saber encarnar en una sola figura las inquietudes y los afanes de todo un pueblo.

Dziga Vértov, más que un creador artístico, parece un gran profesor. El cine, para él, es una cátedra inmensa. Y el pueblo, un auditorio expectante. Por esto, de sus films se desprenden siempre una preocupación pedagógica, un afán de enseñar, de llevar la luz deslumbradora de la cultura a donde siempre ha habido sombras de oscura ignorancia.


Intermedio: en España hay un gobierno de orden

Recordamos el perfil de aquellos tiempos: oscuridades con sombras afiladas que se clavaban en el corazón de los obreros.

Noches de tormenta sin tormenta. Noches plácidas, de cielo raso, para los ricos; tristes, de hambre y persecuciones, para los pobres. Había un Gobierno de orden, y en las calles, en las fábricas y en los lugares de recreo nadie se movía.

Un cine popular: los obreros patean, silban, alborotan golpeando fuertemente las butacas. Los encargados del orden encienden su mirada, que brilla como de felino. ¿Por qué no se encienden las luces? Es que es un noticiario fascista lo que se proyecta, y el Gobierno de Gil Robles asegura el orden al empresario de la sala. La película sigue… Los obreros callan, porque detrás de ellos están las carabinas de los guardias. Y el director general de Seguridad se ha enterado de que ha habido un alboroto. Eso es todo…

Un domingo se anuncia un film soviético en tímidos carteles pegados en las vallas. Se titula “El gran experimento”, y ofrece a los trabajadores un bello espectáculo en sus imágenes de la nueva Rusia. En la puerta del cine hay varios cientos de obreros impacientes. La lluvia chapotea en sus abrigos de mal paño hasta calar las chaquetillas azules. A un lado y a otro de la calle hay guardias a caballo, tiesos como postes. Son las doce de la mañana. A través de las puertas metálicas que cierran el cine, impidiendo la entrada a la sala de los obreros, hay un hombre de rostro frío. La Comisión organizadora del festival le acosa a preguntas, y él contesta siempre: “No puedo dejar entrar a nadie sin un escrito de la autoridad.”

Doblando la esquina, entre el saludo de los guardias a caballo, viene la autoridad. ¡Por fin! Los obreros se rebullen, se agolpan pacíficamente, con un gesto de júbilo en la cara. Uno de los agentes de la autoridad enseña un papel de oficio y dice: “¿Quiénes son los organizadores? ¿Ustedes? Bien; quedan detenidos. El acto está suspendido.”

Los caballos rompen su rigidez y resbalan las herraduras en el adoquinado. Los sables y las porras de los guardias se desenvainan. Los obreros gritan y corren entre la lluvia, mientras el hombre de rostro frío saca sus manos calientes del abrigo de buen paño para estrechar las de los agentes de la autoridad.

El peligro ha desaparecido. Por la tarde de ese mismo día, los noticiarios fascistas continuarán haciéndose ver y oír en todas las pantallas, no obstante la indignación popular. Pero no pasará nada. En España hay un Gobierno de orden.


El cine soviético, arma en nuestra lucha

El camino de la vida empieza siendo el film de los arrabales y de los golfos. Luego es el del trabajo y el estudio. Y entre lo uno y lo otro, la revelación de lo decisivo: la conciencia de clase.

Al “gobierno de orden” le sucedió –cosa muy lógica– otro de Frente Popular. No es ésta la ocasión de interpretar la psicología de los pueblos y de afirmar que la libertad tiene siempre un prólogo de opresión. El caso es que en 1936, el cine soviético volvió a las pantallas de España limpiándolas con su luz de las inmundicias que habían almacenado a lo largo de dos años. Luego…, el 18 de julio, y la guerra. Tampoco es ésta la ocasión de hacer historia. Todos sabemos lo que significaba el levantamiento militar, y lo que el pueblo empezó a defender en aquella fecha. Como también sabemos de la indiferencia de las democracias ante nuestra lucha y de la solidaridad incalculable de la U. R. S. S. El pueblo soviético nos ha enviado muchas cosas, gracias a las cuales la República resulta inconmovible y ha de terminar victoriosa. Una de ellas ha sido el cinema. Y no de las menos decisivas. Recordad, si no. Fue en noviembre. Hace ahora justamente un año. Desde nuestra ciudad se percibían ya las detonaciones de los fusiles fascistas. Los obuses empezaban a ensangrentar nuestros hogares. Los altavoces de las radios llenaban todos los oídos de consignan de defensa. En las calles se levantaban barricadas, y las casas de vecindad se cercaban con sacos terreros. En el silencio de la noche se oían himnos proletarios: los cantaban los soldados que marchaban al frente. Es decir, a una esquina cualquiera de un arrabal inmediato.

Los marinos de Cronstadt. Un film que para nosotros, los españoles, está muy por encima del arte o del espectáculo. El 7 de nuestro noviembre heroico fue uno de los mejores combatientes.

Todo esto es muy fácil de recordar, porque casi pueda decirse que aún lo estamos viviendo. Y ¿verdad que todos estos recuerdos van unidos a dos films soviéticos que se proyectaban por entonces? Eran “Tchapaief” y “Los marinos de Cronstadt”. En este último había un comisario que gritaba a los soldados que huían ante un enemigo poderoso: “¡Los que tienen un carnet del Partido, no pueden retroceder!” (Este grito también se oyó aquí, junto al riachuelo que bordea Madrid, y nadie retrocedió.)


Mañana…

Habrá un amanecer largo y luminoso. Las calles se llenarán de colgaduras rojas, entre banderas y pancartas y entre gritos de pueblo alegre. Las fábricas pararán un sólo día, porque las bayonetas ya habrán regresado del frente. El campo estará más verde que nunca, pero solitario, porque los campesinos estarán reunidos en el pueblo. Los émbolos de las máquinas y los arados de la tierra estarán quietos por primera vez en mucho tiempo. Y a los heroicos combatientes se les deslizarán lágrimas en su emoción feliz.

Cuando llegue ese día, es que habremos triunfado.

Entonces, el cinema español será algo parecido en sentido y forma al cinema soviético. El mejor cinema del mundo, porque es el cinema de la clase trabajadora; es el cinema soviético. En él tendremos que inspirarnos si queremos conseguir nosotros un cinema revolucionario, social, profundo. El cinema soviético nos ofrece su historia y sus métodos, nos brinda un valioso caudal de enseñanzas. Tiene tal justeza la línea del cinema soviético, que si el cinema de un país en donde esté hecha la revolución no se basa en su trayectoria, será un cinema de eficacia nula para el proletariado. Por eso, nosotros, el mejor tributo que podemos rendir a la Unión Soviética en su vigésimo aniversario es imitarla en el aspecto cinematográfico, preparando las características de un cinema de mañana.


Lenin

LENIN dijo:
 
“De todas las artes, la más importante para Rusia, según mi opinión, es el cinematógrafo”