Gobierno de concentración nacional sin carlistas ni cantonalistas
auspiciado por el Poder militar tras la sesión de Cortes constituyentes del viernes 2 de enero de 1874
«Es muy fácil hablar de que no se aceptará el poder, de que grandes compromisos impiden apoyar un Gobierno; pero cuando ese Gobierno cae, cuando la Autoridad va a encontrarse huérfana, cuando apenas puede salir de esta Cámara un Ministerio viable, decidme: ¿qué doctor Dulcamara tenéis, filósofos sin realidad en la vida? (Grandes aplausos.)»
(Emilio Castelar, aún presidente del Gobierno de la República española, en la madrugada del 3 de enero de 1874,
ante las Cortes Constituyentes que se disponían a votar en contra de su proceder, por 120 votos contra 100.)
Emilio Castelar, presidente del Poder Ejecutivo de la República española, leyó este discurso la tarde del viernes 2 de enero de 1874, al abrirse las sesiones de las Cortes Constituyentes:
Discurso leído por el Excmo. Sr. Presidente del Poder Ejecutivo de la República al abrirse las sesiones de las Cortes constituyentes el 2 de enero de 1874.
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A las Cortes Constituyentes.
Sres. Diputados: El Gobierno de la Nación, fiel a los compromisos contraídos con vosotros, y a los deberes impuestos por su conciencia y su mandato, viene a daros cuenta del ejercicio de su poder, y a rendiros con este motivo el homenaje de su acatamiento y de su respeto.
Fatídicas predicciones se habían divulgado sobre la llegada de este día; fatídicas predicciones desmentidas por la experiencia, que ha demostrado una vez más cómo en las Repúblicas no empece la fuerza del poder al culto por la legalidad. Las generaciones contemporáneas, educadas en la libertad y venidas a organizar la democracia, detestan igualmente las revoluciones y los golpes de Estado, fiando sus progresos y la realización de sus ideas a la misteriosa virtud de las fuerzas sociales y a la práctica constante de los derechos humanos. Tal es el carácter de las modernas sociedades.
Pero si el desorden, si la anarquía se apoderan de ellas, y quieren someterlas a su odioso despotismo, el instinto conservador se revela de súbito, y las lleva a salvarse por la creación casi instantánea de una verdadera autoridad.
Así, en el funestísimo período en que una parte considerable de la Nación se vio entregada a los horrores de la demagogia, dividiéndose nuestras provincias en fragmentos, donde reinaba todo género de desórdenes y de tiranías, las Cortes ocurrieron al remedio de este grave daño, creando poderes vigorosos y fuertes.
El Gobierno ha ejercido estos poderes, que eran omnímodos, con lenidad y con prudencia, atento a vencer las dificultades extrañas más que a extremar su propia autoridad.
Donde quiera que ha habido un amago de desorden, allí ha estado su mano con prontitud y con energía. Donde quiera que ha habido una conjuración, allí ha entrado con ánimo resuelto y verdadero celo. El orden público se ha mantenido ileso fuera del radio de la guerra, y las clases todas se han entregado a su actividad y a su trabajo.
Desgraciadamente la criminal insurrección, que ha tendido a romper la unidad de la Patria, esta maravillosa obra de tantos siglos, apoderándose de la más fuerte entre todas nuestras plazas, del más provisto entre todos nuestros Arsenales, de los más formidables entre todos nuestros barcos de guerra, mantiene al abrigo de inexpugnables fortalezas su maldecida bandera, que todavía extiende sombras de muerte sobre el suelo de la República y esperanzas de resurrección en las pasiones de la demagogia. La falta de tropas y de recursos ha retardado la toma de la plaza, que no puede menos de caer pronto a los pies de esta Asamblea, si se tiene en cuenta la actividad y la pujanza de los sitiadores, el decaimiento y la penuria de los sitiados.
Este sitio ha apenado a la Nación por sí y por la directa complicidad que ha tenido con el aumento de las fuerzas carlistas y con los progresos de sus numerosas partidas. Mientras los cañones separatistas disparaban sus balas al pecho de nuestro ejército, casi le herían por la espalda las huestes rebeladas en armas contra la civilización moderna, y en tanto número esparcidas por los antiguos reinos de Valencia y Murcia. Digámoslo con varonil entereza. La guerra carlista se ha agravado de una manera terrible. Todas las ventajas que le dieron la desorganización de nuestras fuerzas, la indisciplina de nuestro ejército, el fraccionamiento de la Patria, los cantones erigidos en pequeñas tiranías feudales, la alarma de todas las clases y las divisiones profundísimas entre los liberales, ha venido a recogerlas y a manifestarlas en este adversísimo período.
Las Provincias Vascongadas y Navarra se hallan poseídas casi por los carlistas, y las ciudades levantan a duras penas sobre aquella general inundación sus acribillados muros. Por la provincia de Burgos amenazan constantemente el corazón de Castilla; y por la Rioja pasan y repasan el Ebro como acariciando nuestras más feraces comarcas.
El Maestrazgo se encuentra de facciones henchido; y los campos de Aragón y Cataluña talados e incendiados, presa de esta guerra calamitosa, implacable. Por todas partes, como si el suelo estuviera atravesado de corrientes absolutistas, se ven brotar partidas, mezcla informe de bandoleros y de facciosos. Las consecuencias de los errores de todos se han tocado a su debido tiempo. La República, que estáis llamados a fundar, pasa en su origen por las mismas durísimas pruebas por que pasó en la serie de los humanos progresos la Monarquía constitucional.
No olvidéis, pues, que estamos en guerra; que debemos sostener esta guerra; que todo a la guerra ha de subrogarse; que no hay política posible fuera de la política de guerra. No olvidéis que peligran en este trance nuestra recién nacida República y nuestra antigua libertad, las conquistas de la civilización, los derechos que tenemos a ser un pueblo moderno, un pueblo europeo.
Y no olvidéis que la política de guerra es una política anormal, en que algunas funciones sociales se suspenden, y en que precisa transitoriamente sacrificar alguna manifestación de la libertad, no de otra suerte que en la fiebre se debe suspender por necesidad la alimentación ordinaria, que es tan precisa a la vida.
Porque, Sres. Diputados, o la guerra no es nada, o es por su propia naturaleza una gran violencia contra otra gran violencia, un despotismo contra otro despotismo, en que de algún lado se halla la razón, pero sin contar para prevalecer con otro medio que la fuerza.
Permitidme aconsejaros, sin embargo, que uséis de estos medios de excepción y de fuerza con la templanza y la energía con que en su guerra de independencia y en su guerra de separación los usaron aquellos que se llamarán en la historia moderna los fundadores de la democracia y de la República.
Nosotros hemos tenido estos medios en nuestras manos, y los hemos usado con toda moderación, prefiriendo que nos creyeran débiles a que nos creyeran crueles, convencidos de que basta querer imponer la autoridad para que la autoridad se imponga.
Además de estos medios políticos se necesitan fines políticos también. Y estos fines políticos deben ser, recordando en el nacimiento de nuestras instituciones que todos los seres recién nacidos son seres imperfectos, proponeros, no una República de escuela o de partido, sino una República nacional, ajustada por su flexibilidad a las circunstancias, transigente con las creencias y las costumbres que encuentra a su alrededor, sensata para no alarmar a ninguna clase, fuerte para intentar todas las reformas necesarias, garantía de los intereses legítimos y esperanza de las generaciones que nacen impacientes por realizar nuevos progresos en las sociedades humanas.
No olvidéis cuán formidable es el enemigo que tenemos enfrente; alimentado por antiguas y tradicionales ideas; poseedor de regiones enteras las más agrias y más inaccesibles de nuestro suelo; jefe de un ejército disciplinado y valerosísimo; esperanza de aquellos que han perdido la fe de vivir con el reposo de los pueblos civilizados y libres entre el oleaje de nuestras continuas revoluciones. Y lo decimos muy claro, lo decimos muy alto; en virtud de estas patrióticas consideraciones nuestra política ha tendido, aunque tímidamente, a guardar la dirección del Gobierno en lo posible a los propagadores de la República, pero agrupando en torno de la República a todos los elementos liberales y democráticos para oponer esta débil unidad a la formidable unidad del absolutismo.
Pero no basta para proseguir y terminar la guerra con los medios políticos; se necesitan al mismo tiempo los medios militares. Mucho se ha declamado contra el ejército; pero a medida que se avanza en la experiencia de la vida se ve más clara la necesidad imprescindible que tienen los pueblos del ejército. Mucho se ha extrañado la inmensa importancia dada a la profesión militar; pero cuando se medita que en medio del egoísmo general representa el ejército la abnegación de sí mismo, y la sujeción a las leyes rigorosas, en las cuales se anula toda personalidad, llevando este grande y continuo sacrificio hasta inmolar su vida propia por la vida y el reposo de los demás, se comprende y se comparte el orgullo con que han mirado todos los pueblos cultos las glorias de sus ejércitos.
Algunos pasos ha dado este Gobierno en el camino de afianzar el ejército: primero, la rehabilitación de la Ordenanza; segundo, el restablecimiento de la disciplina; tercero, la reinstalación de la artillería; cuarto la distribución de los mandos entre los Generales de todos los partidos, lo cual da al ejército un carácter verdaderamente nacional. Reclutarlo, reunirlo, establecerlo, equiparlo, armarlo, restaurar la disciplina, vigorizar la Ordenanza, hacerlo tan rápido para ahogar en su germen el motín, como sufrido para sostener en su rudeza la guerra, ha sido obra de cortos días y de largos resultados.
La verdad es que por la República el ejército ha combatido en Barbarín, en Monte-Jurra y Belavieta, en Estella, en Berga y Monreal; por la República el ejército, antes indisciplinado, de Cataluña, ha hecho en todas partes prodigios de heroísmo; por la República ha empapado en sangre las montañas y las llanuras de Arés y Bocairente; por la República ha engendrado en su fecundo seno nuevos héroes, y ha tenido en sus gloriosos anales nuevos mártires. Si la guerra civil ha de proseguir con vigor y ha de acabar con éxito, precisa que inmediatamente autoricen las Cortes el llamamiento de nuevas reservas que caigan sobre el centro, sobre el Norte, sobre Cataluña, y contrasten la pujanza de los absolutistas.
El pueblo armado ha contribuido también a sostener la causa de la libertad. Desvanecidos los delirios separatistas, engendro fatídico de un momento, el pueblo armado en todas partes corrió a defender nuestros derechos, a salvar nuestras queridas instituciones. Así el Gobierno se ha apresurado, en virtud de la autorización que le concedisteis, a formar una Milicia en la cual tomen parte todos los ciudadanos. De esta suerte, los españoles, sin excepción alguna, contribuirán a la defensa nacional, y equilibrarán sus fuerzas: que no hemos salido de la tiranía de los Reyes para entrar en la tiranía de los partidos.
Los que se quejan de la decadencia del espíritu público; los que creen al pueblo indiferente entre el absolutismo y la República, pueden recordar los Voluntarios de Mora de Ebro, gastando hasta el último cartucho sin perder la última esperanza; los Voluntarios de Bilbao aguijoneados de la misma decisión que sus padres; los Voluntarios de Olot, de Puigcerdá, de Barbera, de Tolosa, de innumerables pueblos; los Voluntarios de Tortellá, que después de haber perdido sus casas y sus bienes se consolaban con haber conservado en la desnudez y en el hambre su libertad y su República.
A pesar de tanto esfuerzo material hubiera sido imposible sostener la guerra sin grandes y extraordinarios recursos. Conocida la penuria del Tesoro, os maravillará que hayamos podido ocurrir a los onerosísimos gastos de la guerra que han subido a 400 millones de reales en este último interregno parlamentario. Es preciso, es urgente arreglar nuestra Deuda y aumentar nuestros disminuidos ingresos si hemos de salvar la Hacienda y restablecer la paz.
Pero no basta con obras de consolidación; se necesitan obras de progreso: no basta con atender a la conservación de nuestras instituciones; se necesita mejorarlas y reformarlas: que no somos un Gobierno exclusivo como los antiguos; somos y debemos ser un Gobierno de estabilidad y de progreso a un tiempo. Y las reformas que más urgen son establecimiento inmediato de la Instrucción primaria obligatoria y gratuita, pagándola por el presupuesto general de la Nación a fin de evitar la miseria de los Maestros de Escuela, mal y tarde retribuidos por regla general en los Ayuntamientos; separación de la Iglesia y del Estado para que a un tiempo la conciencia consagre todos sus derechos, y el Gobierno tome el carácter imparcial que entre todos los cultos le imponen nuestras libertades; abolición de toda corvea, de toda servidumbre, de toda esclavitud, para que sólo haya hombres libres en el seno de nuestra República, lo mismo aquende que allende los mares.
Si obedeciendo al doble movimiento de conservación y de progreso que impulsa a las sociedades modernas entráis en una política mesurada y conseguís un Gobierno estable, será reconocida por Europa nuestra República. Ninguna Nación, ningún Gobierno tiene ya hoy antipatías invencibles a la forma republicana como sucedía a fines del pasado siglo. Todos quieren a una que se establezca aquí un Gobierno que dé verdaderas garantías al orden público y a los cuantiosos intereses que para el comercio universal entraña nuestro rico suelo.
Una grave, gravísima cuestión internacional surgió en este crítico período con motivo del apresamiento del Virginius. El Gobierno os presentará el protocolo de este asunto, y en él podéis ver si ha sido feliz evitando una guerra más a nuestra Patria y sosteniendo los principios de derecho internacional sobre que descansan las relaciones de las sociedades humanas entre sí. Con motivo de este suceso hemos recibido nuevas pruebas de la amistad de muchos Gobiernos, y nos hemos persuadido una vez más, al imponer a nuestra grande Antilla un tratado, que repugnaba a su susceptibilidad nacional, que el nombre de España es allí tan sólido y tan duradero como el mismo suelo de la isla.
No hemos descuidado ni desatendido ninguno de los derechos de nuestra Patria, y por eso en la cuestión de las Sedes vacantes hemos creído velar por prerrogativas antiguas y tradicionales, a las que sólo vosotros, Representantes del pueblo, podéis legítimamente renunciar.
Nuestra situación, grave bajo varios aspectos, se ha mejorado bajo otros. El orden se halla más asegurado, el respeto a la autoridad más exigido arriba y más observado abajo. La fuerza pública ha recobrado su disciplina y subordinación. Los motines diarios han cesado por completo. Ya nadie se atreve a despojar de sus armas al ejército, ni el ejército las arroja para entregarse a la orgía del desorden. Los Ayuntamientos no se declaran independientes del Poder central, ni erigen esas dictaduras locales que recordaban los peores días de la Edad Media. Las Diputaciones provinciales no se atreven a convertirse en Jefes de la fuerza pública. El orden y la autoridad tienen sólidos fundamentos, que siéndolo de la República, lo son también de la democracia y de la libertad.
Es necesario cerrar para siempre, definitivamente así la era de los motines populares, como la era de los pronunciamientos militares. Es necesario que el pueblo sepa que todo cuanto en justicia le corresponde puede esperarlo del sufragio universal, y que de las barricadas y de los tumultos sólo puede esperar su ruina y su deshonra. Es necesario que el ejército sepa que ha sido formado, organizado, armado para obedecer la legalidad, sea cual fuere; para obedecer a las Cortes, dispongan lo que quieran; para ser el brazo de las leyes. Los hombres públicos debían todos decir, así a los motines populares como a las sediciones militares: si triunfaseis, aunque invoquéis mi nombre, aunque os cubráis con mi bandera, tenedlo entendido, nos encontrareis entre los vencidos; que a una victoria por esos medios preferimos la proscripción y la muerte.
Afortunadamente es universal la convicción de que la República abraza toda la vida, de que es autoridad y libertad, derecho y deber, orden y democracia, reposo y movimiento, estabilidad y progreso, la más compleja y la más flexible de todas las formas políticas; inspirada en la razón, y capaz de amoldarse a todas las circunstancias históricas; término seguro de las revoluciones, y puerto de las más generosas esperanzas.
También es universal la creencia de que la restauración monárquica sólo traería en pos de sí una serie de convulsiones inacabables, porque nadie puede someter generaciones educadas en la libertad y en la democracia al yugo que han visto roto y deshecho a sus plantas.
Si las desgracias de una doble guerra han exigido la suspensión de algunos derechos, el eclipse de alguna libertad en el seno de la República, dejadla en su movimiento pacífico, y veréis con qué prontitud y con qué solidez recobra su propia naturaleza.
Lo necesario, lo urgente es crearla estable, erigirla en las bases del asentimiento universal, llamar con eficacia a todos los partidos liberales a su seno, desposeerse del egoísmo que acompaña al poder para tomar la expansión infinita que ha menester la democracia; atraerle todas las clases, demostrando a unas que en ella el progreso es seguro, aunque pacífico, y a otras que en ella la necesidad de la conservación se impone con la más incontrastable de las fuerzas, con las fuerzas de toda la sociedad.
Proponiéndoos una conducta de conciliación y de paz, que aplaque los ánimos y no los encone, que sea a un tiempo la libertad y la autoridad, señores Diputados, podéis apelar de las injusticias presentes a Injusticia definitiva, y cuando haya pasado el período de lucha y de peligro, encerraros en el olvido del hogar, mereciendo a vuestra conciencia y esperando de la historia el título de propagadores, fundadores y conservadores de la República en España.
Tiene el mayor interés seguir las intervenciones que se produjeron tras este discurso, que permiten atisbar las ideologías que afectaban a los señores diputados (→ “Extracto oficial de la sesión del viernes 2 de enero de 1874”), en una sesión que se suspendió a las siete y cuarto de la tarde para continuar a las nueve de esa misma noche (aunque de hecho no se reanudó hasta las once): avanzada la madrugada del sábado 3 de enero, pasadas ya las cinco de la mañana (→ “Extracto oficial”), resultó desechada por 120 votos contra 100 la proposición aprobatoria del informe del presidente del Gobierno. Inmediatamente el Sr. Secretario Cagigal leyó la comunicación siguiente:
«El Presidente del Poder Ejecutivo presenta respetuosamente a las Cortes Constituyentes la dimisión de su cargo, después de haberla admitido a los demás Ministros, que igualmente se la han presentado. Madrid 3 de Enero de 1874.»
Las Cortes admitieron la dimisión de Emilio Castelar, presidente del Poder Ejecutivo, y se propuso nombrar, en votación por papeleta firmada, un diputado para que formase gabinete, suspendiéndose la sesión por veinte minutos, a las cinco y cuarenta minutos de la mañana, para que los señores diputados pudieran ponerse de acuerdo (no reanudándose, de hecho, hasta poco antes de las siete de la mañana):
Última parte de la sesión, tomada textualmente de la traducción oficial de las notas taquigráficas firmadas por los redactores y taquígrafos de las Cortes.
Abierta de nuevo la sesión, a las siete menos cinco minutos, dijo
El Sr. VICEPRESIDENTE (Cervera): Empieza la votación para nombramiento de Presidente del Poder ejecutivo.
Advierto a los Sres. Diputados que las papeletas deben estar firmadas.»
Pidiéndose la palabra por varios Sres. Diputados mientras se estaba votando, dijo
El Sr. VICEPRESIDENTE (Cervera): No puedo conceder la palabra: se está en una votación; pero el Presidente sabe su deber, y lo cumplirá.
El Sr. SECRETARIO (Benítez de Lugo): ¿Ha dejado de votar algún Sr. Diputado?
Repetida esta pregunta, y no contestada, dijo
El Sr. VICEPRESIDENTE (Cervera): Se cierra la votación: se procede al escrutinio.»
A los pocos momentos, y habiendo comenzado el escrutinio, el Sr. Presidente ocupó su sitial, e interrumpiendo el acto, dijo
El Sr. PRESIDENTE: Señores Diputados, hace pocos minutos que he recibido un recado u orden del capitán general (creo que debe ser ex-capitán general) de Madrid, por medio de dos ayudantes, para decir que se desalojara el local en un término perentorio... (Varias voces: Nunca, nunca.)- Orden, Sres. Diputados; la calma y la serenidad es lo que corresponde a ánimos fuertes en circunstancias como esta.– Para que se desalojara el local en un plazo perentorio, o que de lo contrario, lo ocupará a viva fuerza. Yo creo que es lo primero y lo que de todo punto procede... (El tumulto que se levanta en el salón interrumpe al Sr. Presidenie.– Se oye decir que esto es ofensivo a la dignidad de la Asamblea.) Sres. Diputados, sírvanse oír la voz... (Continua el tumulto.) Orden, Sres. Diputados... (Mucha calma, mucha calma, se grita por algunos.) Yo recomiendo a los señores Diputados la calma y la serenidad... (Continua la agitación.– El Sr. Chao Esta es una cobardía miserable.) Sres. Diputados, vuelvo a recomendar la calma y la serenidad.
Entiendo que bajo esta presión no puede, no debe continuar la votación que estaba verificándose. En los momentos en que este recado se había recibido aún no había terminado, sino que se estaba comenzando el escrutinio.
El Gobierno presidido por el digno e ilustre patricio D. Emilio Castelar es todavía Gobierno; no hace mucho tiempo que os decía que tenía una perfecta conciencia del sentimiento de su deber, por el valor y por la energía con que sabía inspirarse para defendernos, y acaba de darme palabra de ello pocos momentos hace con la lealtad quo está fuera de toda duda; y toda vez que bajo esta presión no podemos continuar verificando la votación, y puesto que todavía es Gobierno, sus disposiciones habrá adoptado ya. Entretanto yo creo que debemos seguir en sesión permanente, y seremos fuertes para resistir hasta quo nos desalojen por la fuerza, dando un espectáculo quo aun cuando no sepan apreciarlo en lo que vale aquellos que solo pueden conseguir el triunfo por ciertos medios, las generaciones futuras sepan que los que antes éramos adversarios, ahora todos hemos estado unidos para defender la República. (Varios señores Diputados: Todos, todos.)
Un Sr. Diputado: ¡Viva la soberanía nacional! ¡Viva la República! ¡Viva la Asamblea!
(Estos vivas fueron contestados por todos los lados de la Cámara.)
El Sr. PRESIDENTE: No esperaba yo menos, señores Diputados: ahora somos todos unos. (Varios Sres. Diputados: Todos, todos.)
Se han borrado en este momento todas las diferencias que nos separaban, hasta tanto que no quede reintegrada esta Cámara en la representación de la soberanía nacional (Muy bien), y que se le podrá arrancar por la fuerza de las bayonetas, pero quo no se le arrancará el derecho que tiene.
El Sr. Presidente del PODER EJECUTIVO (Castelar): Pido la palabra.
El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.
El Sr. Presidente del PODER EJECUTIVO (Castelar): Yo siento no participar de la opinión de S. S. respecto al escrutinio, porque yo creo que el escrutinio debe continuar como si no sucediera nada fuera de esta Cámara. Puesto que todavía tenemos aquí la libertad de acción, continuemos el escrutinio, sin que por eso el Presidente del Poder ejecutivo tenga que rehuir ninguna responsabilidad. Yo he reorganizado el ejército, pero lo he reorganizado, no para que se volviera contra la legalidad, sino para que la mantuviera. (Aplausos.)
Yo, señores, no puedo hacer otra cosa más que morir aquí el primero con vosotros... (Bravo, bravo.)
El Sr. BENOT: ¿Hay armas? Vengan. Nos defenderemos.
El Sr. PRESIDENTE: Señores Diputados, inútil sería nuestra defensa, y empeoraríamos nuestra cause.
Un Sr. Diputado: No se puede empeorar.
El Sr. PRESIDENTE: Digo que nosotros nos defenderemos con aquellas armas que son las más poderosas en estos momentos: las de nuestro derecho, las de nuestra dignidad y las de nuestra resignación para recibir semejantes ataques.
El Sr. Presidente del PODER EJECUTIVO (Castelar): Pero una cosa hay que hacer... (Un Sr. Diputado: Que se dé un voto de confianza al Ministerio que ha dimitido.)
De ninguna manera; aunque la Camera lo votara, este Gobierno no puede ser Gobierno, para que no se dijera nunca que había sido impuesto por el temor de las armas a una Asamblea soberana. Lo que está pasando me inhabilita a mí perpetuamente, no solo para ser poder, sino para ser hombre político.
Un Sr. Diputado: No, que te creemos leal.
El Sr. Presidente del PODER EJECUTIVO (Castelar): Asé es, señores, que a mí no me toca demostrar que yo no podía tener parte alguna en esto. Aquí, con vosotros los que esperéis, moriré y moriremos todos.
El Sr. BENOT: Morir no, vencer.
El Sr. CHAO: Me atrevo a hacer una declaración y una petición a la Cámara y al Sr. Presidente del Poder ejecutivo, y es que, si lo tiene a bien, expida un decreto declarando fuera de la ley al general Pavía, y otro decreto sujetándole a un consejo de guerra, y si es necesario desligando del deber de la obediencia al soldado. (Muchos Sres. Diputados: Sí, sí.)
El Sr. Ministro de la GUERRA (Sánchez Bregua): Pido la palabra.
El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.
El Sr. Ministro de la GUERRA (Sánchez Bregua): Señores Diputados, en este mismo memento, cumpliendo con la voluntad soberana de las Cortes, voy a extender el decreto destituyendo al general Pavía de sus honores y condecoraciones. (Aplausos; muy bien.)
El Sr. FERNÁNDEZ LATORRE: Y que se le haga saber a la parte del ejército que está a las puertas del Congreso.
El Sr. OLAVE: Había pedido la palabra.
El Sr. PRESIDENTE: Dispénseme el Sr. Olave; creo que la había pedido antes el Sr. Canalejas, y tiene la palabra.
El Sr. CANALEJAS: Era tan solo para indicar a la Cámara, si lo cree conveniente, a fin de ganar tiempo, que en estas ocasiones el tiempo es precioso, que la Cámara, comisionando desde luego a dos o tres Diputados, vayan a llevarle el decreto que acaba de dictar esta Asamblea al general rebelde.
El Sr. Presidente del PODER EJECUTIVO (Castelar): Yo no puedo consentir que ningún Diputado al llevarle pueda exponerse... (Un Sr. Diputado: Yo voy. Varias voces: Yo también.)
El Sr. CHAO: Venga el decreto exonerándole, y yo le llevo. (Otros Sres. Diputados: Y yo también.)
El Sr. CALVO: La Guardia civil entra en el edificio preguntando a los porteros la dirección, y diciendo que se desaloje el edificio de orden del capitán general de Madrid.
El Sr. BENÍTEZ DE LUGO: Que entre y todo el mundo a su asiento.
El Sr. PRESIDENTE: Ruego a los Sres. Diputados que se sirvan ocupar sus asientos y quo solo esté en pie aquel que haya de hacer uso de la palabra.
El Sr. BENÍTEZ DE LUGO: He pedido la palabra.
El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.
El Sr. BENÍTEZ DE LUGO: Es para rogar a los Sres. Diputados de la izquierda y del centro que han votado conmigo, yo que no puedo ser sospechoso, porque he consumido un turno en contra de la política del Sr. Castelar, que en este momento la Cámara entera dé un voto de confianza al Sr. Castelar. (Muchos Sres. Diputados: Por unanimidad.)
El Sr. Presidente del PODER EJECUTIVO (Castelar): Ya no tendría fuerza, y no me obedecerán.
El Sr. PRESIDENTE: Ruego a los Sres. Diputados que ocupen sus asientos.
No tenemos más remedio que ceder ante la fuerza, pero ocupando cada cual su puesto. Vienen aquí, y nos desalojan. ¿Acuerdan los Sres. Diputarlos que debemos resistir? ¿Nos dejamos matar en nuestros asientos? (Varios Sres. Diputados: Sí, sí, todos.)
El Sr. Presidente del PODER EJECUTIVO (Castelar): Señor Presidente, yo estoy en mi puesto, y nadie me arrancará de él. Yo declaro que me quedo aquí, y aquí moriré.
Un Sr. Diputado: Ya entra la fuerza armada en este salón.
(Penetra en el salón tropa armada.)
Varios Sres. Diputados: ¡Qué escándalo!
El Sr. Presidente del PODER EJECUTIVO (Castelar): ¡Qué vergüenza!
Varios Sres. Diputados: Soldados, ¡Viva la República federal! ¡Viva la Asamblea soberana!
(Otros Sres. Diputados apostrofan a los soldados, que se replegan a la galería y allí se oyen algunos disparos, quedando terminada la sesión en el acto.)
Eran las siete y media de la mañana.
El Imparcial diario liberal, Madrid, sábado 3 de enero de 1874
Cortes Constituyentes
Bajo la impresión de que iba al fin a ser aprobado el voto de confianza al Gobierno, escribimos a las tres de la mañana una crónica de la sesión de ayer. Pero a las seis de la mañana el Gobierno del Sr. Castelar ha sido derrotado, y esto nos obliga a retirar la primera parte de nuestro trabajo, en el cual notarán, sin embargo, nuestros lectores algunas apreciaciones hechas bajo aquella impresión, y que la falta de tiempo nos impide retirar.
Veamos ahora cómo se han desarrollado ayer los sucesos hasta venir a parar en la solución que en otro lugar han de hallar nuestros lectores.
Hasta las tres y cuarto no se abrió la sesión, y eso que era inaugural y debía suponerse impacientes a los diputados, ya por oír la lectura del mensaje, ya por tomar parte en la lucha contra el Gobierno. Había motivos, sin embargo, que explicaban esa tardanza. Primeramente estuvieron en conferencia los dos presidentes, sin duda para ver si aún era posible algún término conciliatorio entre las dos tendencias de la mayoría. La tentativa no produjo resultados. Después echaron de ver los disidentes que no tenían ministerio, ni siquiera una persona dispuesta a aceptar el encargo de formarlo, dado el caso de que la Cámara se lo confiriera, pues el Sr. Chao había renunciado por completo esa honrosa probabilidad. ¿Y cómo se podía combinar un ministerio entre tantas y tan diversas tendencias en el breve espacio de tiempo de una sesión ordinaria? Para ganar tiempo se trató de aplazar la reapertura de las sesiones hasta el día de hoy: pero el Gobierno se manifestó contrario al propósito, alegando que tenía contraído ante el país el deber de presentarse el día 2 de enero. Ante esta actitud, fue preciso resignarse y empezar la sesión.
Sobrio de palabras el Sr. Salmerón, limitose en su discurso a explicar la conducta de la mesa en la cuestión de las vacantes; a conmemorar la memoria de los Sres. Tapia y Ríos Rosas, muertos durante el interregno parlamentario, y exhortar a los diputados para que diesen muestras de templanza y de alteza de miras en los debates de las grandes cuestiones que estaban llamados a resolver. El Sr. Salmerón, revestido de toda la autoridad de su carácter y de la autoridad que el puesto le daba, fue escuchado con religioso silencio, y sus consejos, en verdad, fueron aprovechados por todos los diputados, con la única excepción, quizás, de quien debía acompañarlos con el ejemplo.
La lectura del despacho ordinario y la de los proyectos presentados por el Sr. Maisonnave, fue después escuchada con verdadera impaciencia; pues todo el mundo estaba ansioso de oír el mensaje, y quizás más de presenciar la batalla tantos días hace anunciada y preparada.
Al fin ocupó el Sr. Castelar la tribuna, y con voz segura, con una entonación elocuente, aunque algo conmovido, leyó el documento que en otro lugar insertamos y de cuyos párrafos importantes hemos de ocuparnos más despacio, si sucesos más graves no vienen a impedírnoslo. Pocas veces fue interrumpido el Sr. Castelar durante la lectura del mensaje. La derecha y las tribunas aplaudieron con entusiasmo dos párrafos: el consagrado a condenar la insurrección cantonal y la magnífica descripción de los sacrificios y lealtad del ejército. En cambio la izquierda censuró estos mismos párrafos, profiriéndose alguna voz que ponía en duda la fidelidad de los soldados que persiguen a los carlistas. Fuera de estos, el discurso se oyó con religioso silencio por sus defensores y sus impugnadores.
Terminada la lectura disparose el primer proyectil en forma de proposición de confianza al Gobierno, que defendido por el Sr. Martín de Olías, fue tomada en consideración en votación ordinaria. Pero acto continuo defendió otra de no ha lugar a deliberar el Sr. Santamaría, proposición que dio lugar a un lamentable incidente que hallarán íntegro nuestros lectores en otro lugar y en el cual perdió su habitual serenidad el Sr. Salmerón, para echar toda la autoridad del puesto que ocupaba del lado de las oposiciones. Es un espectáculo nuevo en nuestro Parlamento, como reconoce anoche toda la prensa, algo parecido al que dio el Sr. Rivero en la memorable noche del 10 de febrero, pero mucho más grave en el fondo. A emplear el señor Salmerón frases tan duras como las usadas entonces por el Sr. Rivero, y juzgando por los movimientos que observamos ayer en la Cámara, posible es que hubiéramos presenciado un voto de censura en condiciones extraordinarias. El Sr. Castelar puso en cierto modo correctivo a las graves inculpaciones que habían partido de la presidencia, si bien procurando más bien la defensa que el ataque con ánimo evidente de no agriar los ánimos y envenenar el debate.
La proposición del Sr. Santamaría iba, pues, a ser tomada en consideración, y tras ella venía la renuncia del Gobierno. Ya se había hecho la pregunta reglamentaria; ya había declarado el presidente, a propuesta de suficiente número de diputados, que la votación sería nominal; ya estaban los primeros bancos llenos de diputados para ser los primeros en dar el sí sacramental y los secretarios preparaban las hojas numeradas para tomarlo, cuando los amigos del señor Salmerón echaron de ver que si aquella votación producía la derrota del ministerio, la Cámara daba al país el triste espectáculo de condenar a un gobierno sin oírlo, sin discutir sus actos, sin conocer las razones en que había fundado la política seguida durante el interregnos parlamentario. Era necesario, pues, ocultar aquel anti-parlamentario arranque de impaciencia, y para ello se acudió al Sr. Santamaría, a fin de que retirara la proposición. Así lo hizo éste, pero como la votación estaba ya anunciada, una parte de la Cámara reclamó contra la mesa, considerando que la proposición no podía ser ya retirada. El Sr. Salmerón alegó que mientras él no pronunciase la frase empieza la votación era tiempo oportuno y se terminó el incidente, tras el que empezó el debate reposada y tranquilamente hasta las siete, en que se suspendió la sesión por dos horas.
Entre tanto, los jefes más caracterizados de las fracciones habían estado en continuas conferencias para organizar un ministerio. Se contaba a primera hora con el Sr. Palanca, dispuesto a recibir y aceptar el encargo de formar un ministerio; pero a las pocas horas, y cuando todavía no se habían llegado a armonizar las diversas exigencias, la izquierda puso su veto al Sr. Palanca y se pensó en el Sr. Socías del Fangar, más del agrado de los señores intransigentes. A las nueve de la noche el Sr. Palanca era de nuevo el candidato aceptado, pero entonces el diputado malagueño renunció decididamente la honra que se le dispensaba, y volvía el Sr. Socías del Fangar a ser el elegido para presidir un gobierno que tranquilizase los escrúpulos de los federales históricos y tuviera a la vez bastante prestigio en el país y en el ejército para dominar los graves conflictos que de todos lados amenazan a la República.
No estaba, sin embargo, todo resuelto con este hallazgo. Era necesario que el ministerio se completara con personas de todas las fracciones, pues ya a esas horas el Sr. Salmerón parecía resignado a transigir con el centro y la izquierda, dándoles participación en el poder, a condición, sin embargo, de que se votara inmediatamente una suspensión de sesiones por cinco meses. Para llegar a ese resultado, el señor Salmerón conferenció con el Sr. Pí y Margall (¡quién lo dijera!,); este luego con sus compañeros los señores Suñer, Tutau. Santamaría y Ocón, y con algunos miembros de la izquierda, resultando de tales gestiones, que los intransigentes pedían dos carteras, una de ellas la de la Guerra, para la cual no les inspiraba completa confianza el Sr. Socías, sin duda porque era urgente encomendarla al Sr. Estébanez. El Sr. Pí y Margall se veía por otro lado en la imposibilidad de elegir entre tanto digno aspirante de su fracción, para los tres puestos que el Sr. Salmerón concedió al centro. Unos por haber sido ministros, otros precisamente porque no lo han sido todavía, todos se disputaban la gloria de sacrificarse por el país y por la República en las presentes críticas circunstancias.
Entre los disidentes principales, entre los directores con el Sr. Salmerón de la campaña hecha contra el Sr. Castelar surgían también grandes dificultades. El Sr. González, ministro de la Gobernación obligado en la nueva situación, no bien tuvo conocimiento de la designación del Sr. Socías, manifestose resuelto a no entrar en el ministerio: lo mismo hizo algún otro de los indicados, viniéndole de esta suerte a hacer completamente imposible el planteamiento de la política defendida por el señor Salmerón, que por momentos iba encaminándose hacia la izquierda.
En esta situación y ya a las once de la noche, el presidente de la Asamblea renunció a todo propósito, comprendiendo que era imposible esperar patriotismo y abnegación de los diputados del centro y de la izquierda para hacer con su concurso una política levantada y digna, tal y como debe esperarse de una Asamblea Constituyente que representa a la nación y no a un partido. Y para dar a sus amigos el ejemplo de la conducta que debían seguir, renunció el cargo de presidente (según se nos dijo a última hora, aun cuando no respondemos de la noticia), y al abrirse la sesión a las once fue a ocupar uno de los bancos de la derecha, con ánimo, a lo que se decía, de revelar al país la verdad de la situación, declarando los motivos que le separaban del Sr. Castelar, pero dispuesto, al parecer, a evitar que fuera derrotado, por no hallar dentro de la Cámara una sustitución conveniente.
Los debates de la proposición Martin Olías continuaron hasta las tres de la mañana, sin otro incidente notable que el discurso del señor Labra, quien eligió el punto de vista democrático para dirigir terribles ataques al Gobierno, terminando por declararse partidario de una alianza estrecha entre federales y ex-radicales, unidos por los vínculos de la democracia y de la forma republicana, y otro discurso del señor Canalejas de gran intención política.
La Izquierda y el centro, abandonadas por el Sr. Salmerón, se concertaron para trabajar contra el Gobierno, a cuyo efecto no perdonaron medio de atraerse voluntades, llamando a los descontentos de la mayoría y a los despechados de la disidencia. Se proponían obtener la victoria y constituir una situación de la que fuese jefe el Sr. Socías del Fangar con el Sr. Estébanez por ministro de la Guerra, elevando a la presidencia de la Cámara al Sr. Pí y Margall.
Tales son, brevemente resumidos, los sucesos ocurridos durante el día de ayer y la madrugada de hoy, sucesos cuya enseñanza presumimos no será perdida, ni para la opinión en general, ni para los republicanos sensatos,
Ya lo ha visto el país. Esa es la República; esos son sus procedimientos de gobierno; esos son los prodigiosos específicos con que los federales habían ofrecido labrar la felicidad de la patria, dominando los grandes conflictos que de un año a esta parte mantienen la agitación, la alarma y la inquietud en todas las esferas sociales. ¿Necesitaremos exponer la causas de esa turbulenta impotencia que agrava por momentos la crisis que nos devora? ¿Necesitaremos decir que el vicio capital de que adolece la República es la falta de seriedad de sus doctrinas, de sus procedimientos y de sus hombres? ¿Puede salir nada formal y respetable de una Asamblea cuyo prestigio niegan ya hasta sus más eminentes miembros, de un partido que en once meses de poder, sin oposición de los partidos históricos y arraigados en el país, no ha logrado constituir un gobierno estable? ¡Y pluguiera al cielo que la inexperiencia y los errores de los republicanos a nadie más que a ellos dañara!
Pero el país debe apercibirse de una triste pero inconcusa verdad. Por el camino que emprendieron los republicanos y que al reanudar sus tareas la Asamblea siguen con letal persistencia, vamos a la ruina de las instituciones liberales. El desarrollo lógico de las ideas trae una fatal reacción, consentida cuando no empujada por la inmensa mayoría del país que diariamente sufre el desencanto de sus más caras ilusiones. Sí la República no ataja sus pasos, la opinión liberal debe apercibirse a pasar por la vergüenza del absolutismo, por el entronizamiento de D. Carlos, la mayor de las ignominias, que podrían caer sobre nosotros, sufriendo el ludibrio de la Europa civilizada.
No es ya posible continuar un momento más sufriendo el peso, ni siquiera las probabilidades de semejante afrenta. Con la mano puesta sobre nuestra conciencia, y herido en lo más vivo nuestro corazón de españoles, no acordándonos en este momento de los principios ni de las soluciones que merecen nuestra preferencia, nos dirigimos a todas las opiniones y las exhortamos a que piensen una vez siquiera en que la patria necesita como nunca el concurso de todos sus buenos hijos. El arte difícil de gobernar requiere ante todo la experiencia y el conocimiento de los resortes a que obedecen los pueblos con más eficacia; necesita que los poderes públicos se muevan por el impulso de ideas cuya aplicación sea inmediatamente visible, que sus actos sean a la vez serios y formales para que tengan respetabilidad y sean obedecidos sin protestas justificadas.
Vengan, pues, los hombres de experiencia a templar los irreflexivos movimientos de la juventud política. Que cada cual reconozca sus errores pasados o presentes y que el conjunto de todas las buenas voluntades nos salve de la tremenda vergüenza que nos espera. Todavía es tiempo. Dentro de unos días, repuestos los federales de la desdichada jornada de ayer, quizás desaparezca esta última esperanza de redención para la patria y la libertad, los dos sentimientos más arraigados en todo corazón español.
La discusión diario democrático, Madrid, sábado 3 de enero de 1874, pág. 4.
Última hora
Son las siete de la mañana. Un gravísimo acontecimiento acaba de tener lugar. En el Congreso continuaba la sesión, y se estaba efectuando tranquilamente el escrutinio de la elección de la persona encargada de formar el nuevo ministerio. La derecha había votado a Castelar. Los disidentes de la derecha, con el centro y la izquierda, habían votado a Palanca, de la fracción Salmerón. Sólo se habían leído algunas papeletas, cuando empezó a circular |a voz de que en el exterior del palacio del Congreso había tropa que se disponía a entrar en él. Los diputados que se hallaban presentes se apresuraron a entrar en el salón de sesiones; el Sr. Salmerón ocupó la presidencia; expuso lo que ocurría, y ante el peligro que amenazaba a la República por un acto de fuerza, suplicó a la Cámara que se unieran todas las fracciones, que olvidasen disidencias todos los diputados, y que aclamasen todos el Gobierno del señor Castelar, que el Sr. Salmerón y los suyos tan ruda e imprudentemente acababan de combatir y derrotar. Un grito unánime desde todos los bancos aclamó al Sr. Castelar, y los diputados de la izquierda se distinguían por su afanosa solicitud para que continuara en el poder. Nuestro ilustre amigo empezó por protestar con vehemencia del acto de violencia de que era objeto la Representación nacional; dijo que estaba dispuesto a morir por la legalidad, y sentándose en el banco, añadió que de allí no se movía si no lo echaban las bayonetas. Opinó que debía continuar el escrutinio para que pudiese ejercer pronto sus funciones el nuevo Gobierno; pero añadió que ínterin no hubiera ministerio, él convenía en continuar en el sitio de que acababa de ser arrojado por el voto de la Asamblea; pero que se retiraría tan pronto hubiese Gobierno que le sustituyese.
El señor ministro de la Guerra protesta también de todo acto de fuerza que contra la Asamblea pudiese efectuarse.
Después sonaron unos tiros en el pasillo inmediato al salón de sesiones, algunas fuerzas de infantería y guardia civil penetraron en él, y los diputados abandonaron precipitadamente el edificio.
Al cerrar este alcance, las doce de la mañana, Madrid se halla ocupado militarmente. Frente al Congreso hay situadas numerosas fuerzas de infantería, artillería y caballería. En la Puerta del Sol se han puesto dos cañones enfilando las calles de Alcalá y Carrera de San Gerónimo. Muchos otros sitios, entre los que recordamos la plaza de Antón-Martín, plaza de San Marcial y otros barrios extremos, se hallan ocupados por tropas. Estas no han dado grito alguno, ni impiden el tránsito por las calles.
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Inútil es decir que La Discusión protesta contra lo ocurrido, y que si ello significa algo contra la República, somos desde hoy de los vencidos; pero no podemos menos de achacar la responsabilidad de todo lo que sucede al Sr. Salmerón, que ha ocasionado el conflicto gravísimo que últimamente ha trabajado al partido republicano.
Gócese en su obra, es decir, en el resultado de su conducta incalificable.
La Correspondencia de España diario universal de noticias, Madrid, sábado 3 de enero de 1874
Durante esta suspensión los diputados que habían votado en pro de la proposición de confianza al gabinete de Castelar, supieron que las oposiciones, cuya suma había formado mayoría, no se ponían de acuerdo acerca de un ministerio, y decidieron votar al Sr. Castelar.
Las oposiciones, por su parte, al saber este acuerdo, convinieron en votar al Sr. Palanca, con el encargo de formar el gabinete.
Mientras se verificaba la votación, el Sr. Olave y el Sr. Figueras empezaron a decir a sus compañeros de diputación que por noticias que habían recibido, sabían que se acercaba al palacio de las Cortes con fuerzas del ejército el general Pavía. Al principio no se les daba crédito, suponiéndose que era una falsa alarma; pero cuando hubo certeza de la noticia, el Sr. Salmerón se presentó al Sr. Castelar, y le dijo que, como presidente del poder ejecutivo, estaba obligado a mantener el orden, preguntándole si había mandado que el capitán general de Madrid, Sr. Pavía, acudiera a las Cortes con fuerzas del ejército.
El Sr. Castelar protestó de que el gobierno ignoraba este acto, y anunció que inmediatamente sería destituido el capitán general de Madrid.
Como la conversación pasaba delante de diferentes diputados, el Sr. Salmerón manifestó a estos que tenía seguridad de que el presidente del poder ejecutivo ignoraba el acto de fuerza que se intentaba contra la Asamblea, porque daba completo crédito a cuanto decía.
Los ministros dimisionarios se presentaron en seguida en el salón de sesiones, donde la efervescencia crecía por momentos.
El Sr. Salmerón ocupó la presidencia y dijo, que le había conminado el capitán general de Madrid por medio de dos ayudantes a que los diputados desalojaran el palacio de las Cortes en el término de cinco minutos, lo cual demostraba que la citada autoridad estaba en rebelión.
El Sr. Chao pidió que el general Pavía fuese destituido, dado de baja en el ejército y sujeto a un consejo de guerra, todo lo cual fue aprobado por aclamación.
El presidente del consejo de ministros censuró la conducta del capitán general de Madrid y respondiendo a muchos diputados que le pedían conservase el poder, dijo que lo conservaría tan solo por el tiempo necesario para impedir que la Cámara fuese objeto de una coacción.
El ministro de la Guerra empezaba, según creemos, a dar lectura en medio de grande agitación de la Cámara, de un decreto destituyendo al general Pavía, cuando por la puerta de la izquierda del salón de sesiones entraron el coronel de la guardia civil Sr. Iglesias, el comandante de artillería Sr. Mesa y algunos guardias civiles. Los citados jefes excitaron a los diputados a que abandonaran el salón y el edificio, y parece que a causa de haber arengado algunos intransigentes a los guardias para que no obedeciesen a sus jefes, el coronel Iglesias mandó que se dispararan cuatro o cinco tiros al aire en el pasillo que hay entre el salón de sesiones y del de conferencias, con lo cual se aceleró la salida de los diputados del Congreso.
Los últimos que abandonaron el salón de sesiones fueron los Sres. Castelar, Maisonnave, general Lagunero, Canalejas y dos o tres diputados más.
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En la madrugada de ayer se dio orden en los cuarteles para que todas las fuerzas se pusieran sobre las armas y estuvieran prontas a salir a cualquier aviso del gobierno.
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Ha llamado la atención que en el mensaje del Sr. Castelar no se emplee una sola vez la palabra federal, al hablar de la república.
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Inmediatamente que el edificio del Congreso fue evacuado por los diputados constituyentes, se reunieron hoy por la mañana, y en el mismo edificio, los generales Serrano, Topete y Pavía, quienes convocaron a todos los generales que tomaron parte en la revolución de setiembre de 1868, y a los hombres civiles Sres. Sagasta, Rivero, Martos, Chao, Becerra, Echegaray, Cánovas del Castillo, Elduayen y García Ruiz.
Reunidos todos los convocados, discutieron sobre la persona a quien habría de conferirse la presidencia del gobierno y el nombre que habrá de darse a éste.
No faltó general que se opusiera a que se hablara de república en estos momentos; pero la mayoría opinó de un modo contrario y quedó acordado que el general Serrano será el Presidente del Poder ejecutivo de la república.
También se acordó que fuese ministro de la Guerra el general Zavala, con lo que se separaron a las dos de la tarde para volver a reunirse más tarde y completar el gabinete.
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Cuando los Sres. Castelar y Maisonnave, acompañados de algunos diputados, se retiraban esta madrugada por el Prado, recibieron una invitación del general Pavía para que se encargaran del gobierno. Los Sres. Castelar y Maisonnave se negaron terminantemente a aceptarlo.
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El capitán que al frente de la octava compañía de cazadores de Mérida, entró esta mañana en el salón de conferencias, y dio la orden a los diputados de despejar el salón, se llama don Rafael Montorio y Rodríguez.
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El Sr. Albareda, nombrado desde esta mañana gobernador civil de Madrid, ha conferenciado esta tarde con los directores de los periódicos, a quienes ha recomendado la mayor prudencia en estos momentos, cuya gravedad no se puede ocultar a nadie.
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Varios paisanos se han dirigido esta mañana a la plaza Mayor, y han roto el rótulo que allí existía con el título de Plaza de la República Federal.
También se han dirigido a la plaza de Antón Martín, de donde han hecho desaparecer la bandera roja que ondeaba en la fuente que allí existe.
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El general Pavía, acompañado de su estado mayor, ha recorrido a las once de la mañana de hoy a caballo las calles de la población.
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La asociación de la Cruz Roja ha desplegado una actividad extraordinaria en el establecimiento de sus hospitales. En todos los distritos de Madrid, ondea la bandera de la asociación y sus individuos recorren todos los puntos en que pudiera haber peligro, caso de que se alterase el orden.
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Esta tarde se ha fijado en las esquinas de Madrid el siguiente bando del capitán general:
«Don Manuel Pavía y Rodríguez, capitán general de Castilla, la Nueva,
Ordeno y mando:
1.º Que los milicianos no organizados con arreglo a la ley vigente, entregarán inmediatamente las armas en las alcaldías de barrio y en las delegaciones del cuerpo de vigilancia de los distritos respectivos, a las personas por mí encargadas para recogerlas.
2.º Toda persona de las comprendidas en este bando que deje de entregar las armas, de cualquier especie que sean, quedará bajo la acción de la autoridad.
Madrid, 3 de enero de 1874
Manuel Pavía.»
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En los puntos donde se encuentra acantonada la fuerza del ejército, han estado ejecutando las músicas de los regimientos piezas escogidas.
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En los techos del Congreso hay las señales de ocho disparos de los que se hicieron para activar la evacuación del local por los diputados.
El Imparcial diario liberal, Madrid, domingo 4 de enero de 1874
Miscelánea política
Creemos que han de servir de gran consuelo al Sr. Castelar en la amarga si bien digna situación en que los sucesos le han colocado, las entusiastas frases que le consagra la prensa, respondiendo al sentimiento público que hace justicia a sus altos merecimientos y a sus heroicos esfuerzos por salvar la causa de la libertad y del orden, aún a costa de las creencias y de los sentimientos de toda su vida.
En la imposibilidad de reproducir todas esas manifestaciones que así honran al Sr. Castelar como a la prensa, vamos sólo a copiar los siguientes párrafos, el primero tomado de Diario Español y el segundo de la Bandera Española:
«El Sr. Castelar nos ha parecido en su caída mucho más grande que en su elevación. Su discurso de anoche ha sido acaso el mejor de cuantos ha pronunciado en su vida parlamentaria. Su voz elocuente, esta voz profética, ha dicho a sus amigos verdades para ellos muy amargas, que ellos no han sabido aprovechar cuando todavía era tiempo.
Siempre hemos visto en el Sr. Castelar un gran orador; anoche hemos conocido en él un verdadero hombre de Estado.»
«No olvide el pueblo, con la alegría de su victoria, no olvide nunca España, ni en la buena ni en la mala fortuna, al hombre ilustre entre todos los políticos, al orador sin par que ayer nos gobernaba.
Grande en el poder, ha sido más grande todavía en su caída. Honrado siempre, buen patriota, insigne ciudadano, cuando una Asamblea corrompida desarmaba sus manos, arrancándole el poder que nos salvó en otros días, alzaba su palabra para aconsejar al país, sacrificándoselo todo; las opiniones antiguas, las conveniencias presentes.
Parécenos oírle embelesados, y admiramos aún la majestad de su dolor y la elocuencia de su frase. ¡Cuán envidiable es caer así, entre la veneración de todo un pueblo, con el ánimo aleccionado por dolorosas experiencias, con un nombre limpio de toda mancha y una conciencia libre de todo remordimiento!»
Nosotros ofrecemos en otro lugar de este mismo número al ilustre orador la expresión de nuestro respeto.
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Ayer procuramos en vano saludar al Sr. Castelar, cuya política hemos apoyado por altas consideraciones con la lealtad y el desinterés que determinan nuestra excepcional actitud en la política española. Y hemos de insistir en saludar al Sr. Castelar, considerando en él desde ayer, no ya al orador ilustre que el mundo nod envidia, sino al mayor, al más grande de nuestros contrarios, pues si es posible que se arraigue en España la forma republicana, hay que reconocer que la noble y resuelta conducta de ese honrado patricio es quizá el único título que puede alegarse en su favor.
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Los discursos pronunciados por los Sres. Castelar y Salmerón, si bien abrazan tan distintos puntos de vista y responden a tan encontradas tendencias, convienen, sin embargo en una cosa: en reconocer la necesidad de disolver la Asamblea.
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La Bolsa ha saludado con un alza importante en todos los valores los sucesos de ayer. El consolidado interior subió 2 por 100, quedando a 15,25; el exterior 2 por 100, quedando a 18,50; los billetes hipotecarios del Banco de España 0,50, cerrando a 87,50; los bonos del Tesoro 3 por 100, quedando a 52,25, y los ferro-carriles viejos 3 por 100, cerrando a 28,50.
Después de Bolsa se ha hecho el consolidado interior a 15,45 y 15,50, y los ferrocarriles a 29, resultando una nueva alza de 25 cents. en el primero y de 50 cents. en los segundos.
Esta es la primera expresión de la confianza en el restablecimiento del orden que con la actitud que la disuelta Asamblea había tomado anteayer había quedado seriamente amenazada.
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Nos parece muy acertada la elección del señor Albareda para gobernador de Madrid.
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Ayer mañana a las nueve estuvo el Sr. Salmerón a visitar al Sr. Castelar, no encontrándole en su casa.
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Según nos han asegurado personas que nos merecen entero crédito, el estado del Sr. Castelar llegó ayer a inspirar serios temores a su familia y amigos.
Para los que conocen los esfuerzos de todo género que ha hecho el eminente tribuno y honrado patricio para evitar a su partido el desdichado fin a que le conducían fatalmente las pequeñas pasiones que en él imperaban, fácil es comprender las crueles torturas que debe experimentar el alma de aquel.
El Sr. Castelar puede, sin embargo, estar seguro de que el mundo entero, sin excluir a los más intransigentes de sus correligionarios, harán cumplida justicia a la rectitud de sus propósitos y a las dotes de inteligencia y de carácter que ha desplegado hasta los últimos instantes para salvar su forma predilecta de gobierno.
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Dice el Tiempo que ayer empezó la verdadera derrota de los carlistas.
Alguna vez habíamos de estar en perfecto acuerdo con el Tiempo.
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Hemos leído con satisfacción en la Época las siguientes líneas:
«El gobierno formado hoy debía ser nacional y nada más, y así continuaría el aplauso que hoy se le tributaba.»
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Ayer, al decir del Tiempo, salieron de Madrid con dirección a Andalucía y Cataluña algunas personas significadas en el partido intransigente.
No creemos que las provincias estén mejor dispuestas que Madrid a volver al verano de 1873.
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En la reunión de los hombres políticos celebrada en el Congreso por iniciativa del general Pavía, se discutió la conveniencia de crear el cargo de presidente de la República.
Puesta a votación la idea, resultó empate, quedando por lo tanto desechada.
La política del Gobierno puede concretarse en los siguientes términos:
Consolidación de la República.
Constitución de 1869.
Suspensión de las garantías constitucionales en todo lo que sea necesario para vencer las insurrecciones carlista y cantonal.
A personas muy caracterizadas y de distintos matices políticos, hemos oído hacer grandes y merecidos elogios de la dignísima actitud del general Pavía, que ha demostrado en esta ocasión no dejarse guiar por otros móviles que los del patriotismo.
Además de haber declinado cuantos ofrecimientos se le hicieron de posiciones más elevadas que la que ocupaba, al ser consultado por los personajes reunidos para formar el Gobierno sobre algunos puntos políticos importantes, manifestó con una modestia que le honra por todo extremo que desde el momento en que había separado el obstáculo que se oponía al bien de la patria, garantizando con sus precauciones el orden público, la seguridad individual, el respeto a la propiedad y el hogar doméstico, consideraba terminada su misión, sometiendo íntegramente las resoluciones políticas al juicio de las caracterizadas personas convocadas con ese objeto.
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La artillería llevaba cartuchos sin bala para los primeros disparos si hubiesen sido necesarios.
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Una vez disuelta la Asamblea, el general Pavía hizo preguntar si quedaba alguien dentro del Congreso, y como se le dijera que algunos individuos del cuerpo diplomático, entre ellos el ministro de Inglaterra, envió dos ayudantes que los acompañara y formó las tropas e hizo batir marcha al paso de los representantes de las naciones europeas
Los personajes políticos que convocados por el general Pavía se hallaban reunidos ayer mañana en el Congreso, dirigieron un telegrama al general Espartero felicitándole, y expresando que presidía en la reunión el espíritu de su última carta, en la que aconsejaba la unión de los elementos liberales.
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En el palacio de Medinaceli y en algún otro edificio próximo al Congreso ondeó ayer la bandera de la asociación de la Cruz roja.
También estableció la Cruz roja un hospital en el local del Ateneo científico y literario.
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En la galería inmediata al salón de sesiones del Congreso, se ven en el techo las señales de los balazos disparados por la fuerza de cazadores que tomó posesión de aquel edificio.
La versión más autorizada es que esos disparos tuvieron un carácter marcadamente preventivo, toda vez que fueron hechos al aire.
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Desde el Congreso se dirigieron ayer mañana los Sres. Salmerón, Rubau, Chao y Gómez Marín al Prado, donde estuvieron paseando tranquilamente hasta cerca de las nueve.
El primer acuerdo del nuevo Poder ejecutivo de la República ha sido disolver las diputaciones provinciales y ayuntamientos, sustituyéndolos con otras corporaciones compuestas de hombres de arraigo de las respectivas localidades.
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En el Pueblo de anoche leemos el siguiente suelto:
«El golpe de la madrugada del 3 de enero de 1874 va exclusivamente contra la República federal.
El triunfo es de la República unitaria, porque entiéndanlo todos los buenos españoles: aquí ya no cabe más solución que la república unitaria, y esta es la que proclaman los que han disuelto la asamblea federal.»
Como el director de el Pueblo es ministro de la Gobernación en el nuevo Poder ejecutivo de la República, no puede menos de darse importancia a esa declaración.
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Como en los cambios de situación análogos al que acaba de realizarse es frecuente llenar las columnas de los periódicos con candidaturas para los puestos oficiales, que aunque muchas de ellas no pasan del sitio en que aparecen, sirven, no obstante, para crear grandes dificultades a los gobiernos, El Imparcial, no publicará en esta materia más que los nombramientos que tengan la categoría de hechos consumados.
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En otro lugar reseñamos, sobre nuestras propias noticias, lo ocurrido en la reunión a que llamó el general Pavía, después de disuelta la Asamblea, a los hombres políticos de todas las fracciones, así de la revolución como de fuera de la revolución.
Por si esa reseña careciese de algún detalle, vamos aquí á reproducir en primer término la del Tiempo, órgano de la agrupación que creyó deber apartarse del concierto general, conservando su independencia:
«Con la natural prudencia y circunspección que los sucesos que vamos a referir exigen de nosotros, daremos a conocer a nuestros lectores aquello para que estamos autorizados, de lo sucedido en la reunión convocada por el general Pavía en uno de los salones de la presidencia de la Cámara.
El capitán general de Madrid reunió en aquel punto a las personas que en otro lugar indicamos.
El general Pavía manifestó a la reunión que lo que acababa de hacer no tenía por objeto satisfacer pequeñas ni mezquinas ambiciones personales, sino prestar, como realmente lo ha hecho, un servicio al país y al ejército.
Desde luego dominó en la reunión el pensamiento de que todos los partidos políticos allí representados debían formar parte del nuevo gobierno de la nación; pero promovido inmediatamente el punto de si lo que iba a formarse era un gobierno provisional o nacional, los representantes del partido radical fueron de opinión que el futuro gobierno debía serlo de la república española, a imitación de lo que en Francia ocurrío.
Planteada así la cuestión, el Sr. Cánovas del Castillo declaró que el partido que representaba no podría en manera alguna formar parte de un gobierno que tuviera un colorido determinado que no fuese el alfonsismo, y que sólo en bien de la patria podría entrar en otro que representara en abstracto la defensa del orden social.
El Sr. Martos opuso a esta declaración otra, consistente en que él y los suyos sólo podrían entrar en un gobierno de la república española.
Habiendo insistido el Sr. Cánovas en su declaración, indicó que, vista la actitud en que algunos señores se colocaban, así él como el Sr. Elduayen se retirarían.
En esta situación se creyó necesario consultar al señor general Pavía acerca de la trascendencia y alcance del acto de fuerza que había llevado a cabo. Se tardó en encontrarlo, y, habiendo por fin acudido, declaró que su intención no había sido destruir la forma política que existía, sino llamar a los hombres de todos los partidos para que dentro de ella formaran gobierno.
Ante estas palabras, nuestros amigos declararon que se retiraban.
El general Pavía les manifestó que deseaba e insistía en que entraran a formar parte del gobierno; también, en sentido conciliador medió el Sr. Sagasta; mas el asunto se resolvió ante la insistencia del Sr. Martos para que el nuevo gobierno lo fuese de la república.
Iban entonces los Sres. Cánovas y Elduayen a retirarse; pero, ante consideraciones y súplicas de alto patriotismo de los señores presentes, continuaron en ella hasta que terminó, como testigos impasibles del acto.
Al terminarse la reunión, a las dos de la tarde, el Sr. Topete insistió de nuevo en que el partido alfonsino entrara en la combinación ministerial; nuestros amigos se negaron de nuevo, haciendo constar, como por nuestra parte lo hacemos nosotros, que el alfonsismo en ningún caso, ni como puente, puede ser republicano. Hoy ha podido tener participación en el gobierno, y por esta causa la ha rechazado.»
El Diario Español dice que el general Pavía se negó desde luego a formar parte del nuevo ministerio, añadiendo que conservaría la capitanía general de Madrid hasta tanto que se confirmara su nombramiento.
El Sr. Cánovas, según el Diario Español, no habló precisamente de entrar a formar parte del gobierno, limitándose a decir, en representación de su partido, que estaba dispuesto a apoyar cualquiera forma de gobierno que aceptase el nombre de defensa del orden social y de ninguna manera el gobierno republicano.
La Época no se detiene en los detalles de la reunión, dando a entender que si sus amigos han prestado su concurso a situaciones de orden, hechas en nombre del partido republicano, mejor lo prestarán a otras más acentuadas.
La Igualdad diario republicano federal, Madrid, domingo 4 de enero de 1874
Cuando comenzaba la votación para elegir la persona que debía suceder al Sr. Castelar, se supo en las Cortes que el capitán general de Madrid, con fuerzas de la guarnición, se dirigía bacía la Asamblea.
Los Sres. Figueras y Olave pusieron en conocimiento del presidente la noticia, y éste se dirigió al Sr. Castelar, que protestó de que no tenía conocimiento de aquel acto y de que procuraría evitarlo. En este momento llegó un ayudante del capitán general, que entregó al presidente una orden diciendo que los diputados desalojasen el salón. El Sr. Salmerón ocupó la presidencia y dio cuenta de lo que ocurría. Grandes gritos de protesta salieron de todos los bancos. El Sr. Chao pidió la destitución y exoneración del general Pavía, siendo unánimemente acordado. Una compañía de soldados entró en este momento en el salón, los diputados los rechazaron, uno de ellos arrancó la bayoneta de un soldado y la arrojó a los piess del jefe que los mandaba.
El general Lagunero se dirigió al ministro de la Guerra diciendo que, dada la actitud de los soldados, podría reprimirse la rebelión; pero el ministro sólo acertó a encomendar a los soldados que no hiciesen fuego sobre los diputados. La confusión que reinaba era inmensa; sonaron algunos tiros, y los diputados salieron del salón, que inmediatamente fue ocupado por las tropas.
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Ayer recibimos una invitación para que pasásemos al despacho del gobernador de Madrid. Fuimos y nos encontramos con D. Luis Albareda, que nos dijo que la prensa periódica no podía ahora comentar ni juzgar los hechos.
Nuestros lectores comprenderán la situación en que nos encontramos.
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No satisfechos con lo ocurrido, los periódicos conservadores se ensañan con los hombres de nuestro partido, que siempre han desconfiado de ellos, y les atribuyen frases que no han dicho y actos que no han ejecutado. ¡Qué conducta tan noble y tan magnánima!
Bien puede recordarse a esos diarios aquel magnífico apóstrofe lanzado por Lajainais en la Convención, y decirles:
—«Cuando los sacrificadores antiguos conducían las víctimas al altar para inmolarlas, cubríanlas de flores y de cintas ¡villanos! no las insultaban.»
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Un su polémica con El Imparcial, decía en uno de sus últimos números El Diario español que nadie osaría atentar a la soberanía de la Asamblea, que representaba la soberanía nacional y era la única fuente posible de autoridad en nuestro país. Ayer escribía el mencionado periódico las siguientes líneas:
«El capitán general de Madrid, general Pavía, que con tanto arrojo y decisión ha sabido poner coto a la anarquía federal, reprimirá con mano enérgica y de un modo instantáneo cualquier motín que promuevan los enemigos del sosiego público, dejándolos severamente escarmentados.»
¡Qué conservadores!
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La Iberia nos dedica el siguiente suelto:
«La Igualdad ha querido atribuir al partido conservador el propósito de llevar gente a los alrededores del Congreso para que ejerciera presión sobre las resoluciones de la Cámara y alterase el orden.
Por fortuna los hechos se han encarnado de desmentir al colega, le han probado que tal procedimiento, privilegio exclusivo de los republicanos, no es imitado por nadie.
¿Para quién escribirá el diario rojo en la apariencia?»
Los hechos ya los conocen nuestros lectores. ¿Puede llevarse a más alto grado el cinismo?
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Dice La Política:
«El 2 de enero de 1874 será de hoy más tan célebre en España como el 2 de diciembre y el 18 de brumario en Francia.»
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• Gaceta de Madrid del sábado 3 de enero de 1874
• Gaceta de Madrid del domingo 4 de enero de 1874
• “¡¡ Viva la Nación !!” (El Estandarte católico-monárquico, Campamento Carlista, 12 enero de 1874)
• La Raza Latina (15 enero 1874)
• “Crónica de la Guerra” (El Estandarte católico-monárquico, Campamento Carlista, 19 enero de 1874)
• Juan Valero de Tornos, Crónicas retrospectivas (1901): XXXIV: 2 de Enero de 1874…