Filosofía en español 
Filosofía en español


XXXIV

2 de Enero de 1874.– El Círculo Alfonsino.– Última sesión de la Asamblea federal.– Palabras de Salmerón y Castelar.– El nuevo Gobierno.– Reunión en el Congreso.– Versos.– El sitio de Bilbao.– La sima de Igusquiza y la entrada en Cuenca.– Tés Alfonsinos.– Más versos, y a otra cosa.

Aquella mañana, el 2 de Enero de 1874, había yo ido a llevar un recado de mi amo a un Sr. Romero, clubman como ahora se dice, joven muy distinguido y simpático, gran caballista y amigo íntimo del general Pavía. Al entrar con la carta, salía el general, y hube de sorprender, declaro que contra mi voluntad, algunas palabras que me demostraron que el golpe de Estado de que se venía hablando iba a ser un hecho.

Mi amo, que era uno de aquellos estúpidos alfonsinos que creían de buena fe que al defender la Monarquía defendían los intereses de la patria, y que su consecuencia, su lealtad y sus sacrificios iban a asegurarle un porvenir político con la situación y el régimen que había contribuido a traer, no me creyó cuando le di la noticia y se fue al Círculo popular Alfonsino –ninguno de cuyos individuos y fundadores ha sido después nada con la Monarquía ni con los conservadores– a adquirir noticias, porque todo lo que no viniera por el conducto auténtico, auténtico para él, le parecía falso, y como en el Círculo no se sabía nada, al volver a casa me dijo que yo había visto visiones.

Y, sin embargo, por la tarde, cuando las Cortes se reunieron, se habían llegado a poner las cosas en tal estado, que todos comprendían que iba a pasar algo.

Suprimidos los periódicos titulados El Federalista y El Segundo Reformista, salió La Fraternidad, se anunció El Terror, y otro titulado El defensor del Ejército y de la Marina, cuyas circulares recomendando la suscripción firmaban los generales Ripoll, Hidalgo y Socías.

Estábamos incomunicados con el extranjero; no se recibía correo ni había noticias de lo que pasaba en el Norte, y el buen público, a pesar de todo cuanto se decía, fue aquella noche a la Opera a oír El barbero de Sevilla, se recreó en Apolo con La Comedianta famosa, y hasta hubo quien fue a Martín a extasiarse con una obra que se llamaba La venida del Mesías.

La sesión del 3 de Enero de 1874, y todavía viven muchos que la han presenciado, fue verdaderamente notable.

Castelar había leído el día 2, a las tres y media de la tarde, un mensaje a la Cámara dando cuenta de su conducta durante el interregno parlamentario; Martín de Olías apoyó una proposición pidiendo un voto de confianza; se presentó otra de no ha lugar a deliberar, y por 120 votos contra 100 fue desechada la proposición de confianza y derrotado Castelar. Esto sucedía a las cuatro y media de la madrugada del día 3, porque la sesión, que principió el 2, acabó el día 3 a las ocho de la mañana, y veamos cómo.

Las Cortes republicanas, decía un conservador de entonces, habían oído toda la verdad, expuesta con gran patriotismo y con gran elocuencia por el Sr. Castelar, y, sin embargo, las pasiones se impusieron y la ruptura vino, y admitida por la Cámara la dimisión del Ministerio, la mayoría se decidió por Palanca, y cuando se estaba haciendo el escrutinio, el Sr. Presidente de la Cámara ocupó su sitial y dijo:

«Señores Diputados: hace pocos minutos que he recibido un recado u orden del Capitán general (creo que debe ser ex Capitán general) de Madrid, por medio de dos ayudantes, para decir que se desalojara el local en un término perentorio… (Varias voces: Nunca, nunca.) –Orden, señores Diputados; la calma y la serenidad es lo que corresponde a los ánimos fuertes en circunstancias como ésta.– Para que se desalojara el local en un plazo perentorio, o que, de lo contrario, lo ocupará a viva fuerza. Yo creo que es lo primero y lo que de todo punto procede… (El tumulto que se levanta en el salón interrumpe al señor Presidente.– Se oye decir que esto es ofensivo a la dignidad de la Asamblea.) Señores Diputados, sírvanse oír la voz… (Continúa el tumulto.) Orden, Sres. Diputados… (Mucha calma, mucha calma, se grita por algunos.) Yo recomiendo a los Sres. Diputados la calma y la serenidad… (Continúa la agitación.– El Sr. Chao: Esta es una cobardía miserable.) Señores Diputados, vuelvo a recomendar la calma y la serenidad.»

Entiendo que, bajo esta presión, no puede, no debe continuar la votación que estaba verificándose. En los momentos en que este recado se había recibido, aún no había terminado, sino que se estaba comenzando el escrutinio.

El Gobierno presidido por el digno e ilustre patricio D. Emilio Castelar es todavía Gobierno; no hace mucho tiempo que os decía que tenía una perfecta conciencia del sentimiento de su deber, por el valor y por la energía con que sabía inspirarse para defendernos, y acaba de darme palabra de ello, pocos momentos hace, con la lealtad que está fuera de toda duda; y toda vez que bajo esta presión no podemos continuar verificando la votación, y puesto que todavía es Gobierno, sus disposiciones habrá adoptado ya. Entre tanto, yo creo que debemos seguir en sesión permanente, y seremos fuertes para resistir hasta que nos desalojen por la fuerza, dando un espectáculo que, aun cuando no sepan apreciarlo en lo que vale aquellos que sólo pueden conseguir el triunfo por ciertos medios, las generaciones futuras sepan que los que antes éramos adversarios, ahora todos hemos estado unidos para defender la República.»

Un señor Diputado pide armas para defenderse; otro propone que se deje cesante al Capitán general; Sánchez Bregua manifiesta que ha destituido al Capitán general; Canalejas indica que la Cámara comisione a dos o tres Diputados para que vayan a llevar al Capitán general rebelde el decreto destituyéndole.

Entonces se levanta el Presidente del Poder Ejecutivo, y aquí dejo de ser cronista para reproducir las últimas palabras que se pronunciaron en aquella Asamblea.

«El Sr. Presidente del PODER EJECUTIVO (Sr. Castelar): Yo no puedo consentir que ningún Diputado, al llevarle, pueda exponerse… (Un Sr. Diputado: Yo voy. Varias voces: Yo también.)

El Sr. CHAO: Venga el decreto exonerándole, y yo le llevo. (Otros Sres. Diputados: Y yo también.)

El Sr. CALVO: La Guardia civil entra en el edificio preguntando a los porteros la dirección, y diciendo que se desaloje el edificio por orden del Capitán general de Madrid.

El Sr. BENÍTEZ DE LUGO: Que entre, y todo el mundo a su asiento.

El Sr. PRESIDENTE: Ruego a los señores Diputados que se sirvan ocupar sus asientos y que sólo esté en pie aquel que haya de hacer uso de la palabra.

El Sr. BENÍTEZ DE LUGO: He pedido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. BENÍTEZ DE LUGO: Es para rogar a los Sres. Diputados de la izquierda y del centro que han votado conmigo, yo que no puedo ser sospechoso, porque he consumido un turno en contra de la política del Sr. Castelar, que en este momento la Cámara entera dé un voto de confianza al Sr. Castelar. (Muchos Sres. Diputados: Por unanimidad.)

El Sr. Presidente del PODER EJECUTIVO (Castelar): Ya no tendría fuerza, y no me obedecerán.

El Sr. PRESIDENTE: Ruego a los señores Diputados que ocupen sus asientos.

No tenemos más remedio que ceder ante la fuerza, pero ocupando cada cual su puesto. Vienen aquí y nos desalojan. ¿Acuerdan los Sres. Diputados que debemos resistir? ¿Nos dejamos matar en nuestros asientos? (Varios Sres. Diputados: Sí, sí, todos.)

El Sr. Presidente del PODER EJECUTIVO (Castelar): Sr. Presidente, yo estoy en mi puesto, y nadie me arrancará de él. Yo declaro que me quedo aquí, y aquí moriré.

Un Sr. Diputado: Ya entra la fuerza armada en este salón.

(Penetra en el salón tropa armada.)

Varios Sres. Diputados: ¡Qué escándalo!

El Sr. Presidente del PODER EJECUTIVO (Castelar): ¡Qué vergüenza!

Varios Sres. Diputados: Soldados, ¡viva la República federal! ¡Viva la Asamblea soberana!

(Otros Sres. Diputados apostrofan a los soldados, que se replegan a la galería, y allí se oyen algunos disparos, quedando terminada la sesión en el acto.)

Eran las siete y media de la mañana.»

………
………

Aquel mismo día se constituyó el Gobierno, que continuó llamándose Poder Ejecutivo de la República: Reunidos en el Congreso los generales Serrano, los Conchas, como todavía se decía entonces, Topete, Beránger y los Sres. Rivero, Becerra, Martos, Sagasta, Cánovas del Castillo y Elduayen, se nombró un ministerio que presidía el Duque de la Torre y que estaba así compuesto: Estado, Sagasta; Gracia y Justicia, Martos; Guerra, Zavala; Marina, Topete; Hacienda, Echegaray; Fomento, Mosquera; Ultramar, Balaguer, y Gobernación, García Ruiz, de quien decía un periódico satírico:

…Patriota sencillo
Que escupe por el colmillo
Y sabe historia romana.

En aquellos tiempos las gacetillas procuraban hacerse siempre en verso, y aludiendo al golpe de Estado que dio el Capitán general de Madrid, decía otro foliculario:

…el general Pavía,
Que se jugó la cabeza
Creyendo que la tenía.

Salmerón tuvo el rasgo de denunciar ante el Tribunal Supremo el golpe del 3 de Enero, pero la querella no hubo de prosperar.

Poco después se nombró Presidente de la República al general Serrano, y Presidente del Gobierno al general Zavala.

Mientras tanto, el carlismo crecía de una manera extraordinaria, en términos que el Duque de la Torre, Presidente de la República y todo, fue personalmente a dirigir el ejército del Norte.

Levantado el sitio de Bilbao, hermosísima página de la historia militar de Don Manuel de la Concha y del general D. Ignacio del Castillo, volvió a Madrid el Duque de la Torre e hizo una modificación ministerial, por virtud de la cual entraron en el Gobierno Ulloa, Alonso Martínez, Camacho, Rodríguez Arias y Romero Ortiz.

Por este tiempo crecieron las hazañas de los carlistas. Cien prisioneros liberales fueron arrojados vivos a la sima de Igusquiza, abismo de más de 200 metros de profundidad; D. Alfonso y Dona Blanca entraron a saco en la ciudad de Cuenca, y eran los tiempos que un cabecilla carlista llamado Villalaín, que andaba por cerca de la provincia de Guadalajara, amenazaba venir a Madrid a cortar el tranvía.

Entonces el Ayuntamiento tuvo el proyecto de construir el paseo de coches del Retiro; en el teatro del Circo se proyectaba el arreglo de una opereta titulada el Furioso; Pastor, que vivía en la calle del Ave María, y D. Fernando Corradi, que habitaba en la de Lope de Vega, 45, daban tés alfonsinos; se volvió a colocar en la Plaza Mayor la estatua que había mandado quitar el Ayuntamiento federal; en el Teatro Real –ya se empezaba a llamar así– las señoras de la Cruz Roja dieron un baile de máscaras que produjo más de 20.000 pesetas; los conciertos del Circo de Rivas, dirigidos por el eminente Monasterio, principiaban a dar a conocer la música de Wagner, y un periódico satírico publicaba unos versitos que se hicieron populares, y decían así:

«Tendremos Cortes
para Noviembre,
¿conservadoras
o intransigentes?
Nadie lo sabe;
pero se teme
que si va el cántaro
mucho a la fuente,
tengamos Cortes…
para Noviembre.»

Y mientras ocurrían todas estas cosas, se hacía otra crisis, quedaba Sagasta de Presidente del Gobierno y entraba en Guerra Serrano Bedoya, y en Fomento Carlos Navarro Rodrigo, con lo cual la situación tomaba un tinte eminentemente conservador y se avecinaban sucesos que determinaron la Restauración.


(Juan Valero de Tornos, Crónicas retrospectivas, Madrid 1901, páginas 369-379.)