Filosofía en español 
Filosofía en español

Congreso Continental de la Cultura

Fernando Santiván

Discurso ante el Congreso Continental de la Cultura, representando a los escritores de Chile


Intelectuales de Chile y América

Señores delegados:

Esta vez voy a permitirme alzar mi voz en nombre propio y de los escritores de mi país, ante el Congreso Continental de la Cultura, y de expresar mi regocijo por verme reunido en este recinto a las delegaciones de tantos países hermanos de la América y a invitados selectos de Europa.

Escritores de Chile y América

Señores delegados:

Esta vez voy a permitirme alzar la voz ante el Congreso Continental de la Cultura en nombre propio y de los Escritores de Chile. Comienzo por expresar mi satisfacción por verme reunido en este recinto a las delegaciones de tantos países hermanos de América y a invitados selectos de Europa.

 

Señores: Me asiste el convencimiento de que al concurrir al llamado fraterno de Sanín Cano, García Monje y Gabriela Mistral, estamos cumpliendo una misión trascendente para la vida del continente americano. Que estamos realizando una revolución en los métodos para establecer un entendimiento entre los pueblos.

Hace quinientos años fuimos descubiertos, conquistados y civilizados a sangre y fuego por algunos países europeos. No de otra manera se doma a las fieras libres de la selva y a las aves orgullosas del espacio para amansarlas en la jaula.

Pero, señores delegados, ¿han cambiado los procedimientos para civilizar a los pueblos?

Era el espíritu de los tiempos, y debemos confesar con amargura que si la humanidad ha realizado progresos enormes en el aspecto material, no han cambiado en forma visible los métodos "civilizadores" de la época contemporánea. Hoy como ayer, utilizan los descubrimientos de pacíficos hombres de ciencia para enjaular y cortar las uñas de los pueblos libres.

Señores: Me asiste el convencimiento de que al concurrir al llamado fraterno de Sanín Cano, García Monje y Gabriela Mistral, estamos cumpliendo una misión trascendente para la vida del continente americano. Que estamos realizando una revolución para establecer un entendimiento entre los pueblos.

Hace quinientos años fuimos descubiertos, conquistados y civilizados a sangre y fuego por algunos países europeos. No de otra manera se doma a las fieras libres de la selva, y a las aves orgullosas del espacio, en fuerte jaula de hierro. ¡Era el espíritu de los tiempos! Pero, señores delegados, ¿han cambiado los procedimientos para civilizar a los pueblos? Debemos responder con amargura que si la humanidad ha realizado progresos enormes en el progreso material, no han cambiado en forma visible los métodos "civilizadores" de la época contemporánea. Hoy como ayer, se utilizan los descubrimientos de pacíficos hombres de ciencia para enjaular y cortar las uñas de los pueblos libres.

 

Muchas veces nos hemos preguntado al recorrer las páginas iniciales de la historia sudamericana ¿qué hubiera sido de estas tierras pletóricas de belleza, preñadas de tesoros soterrados y de volcanes rugientes, si en vez de la conquista con puño de hierro, hubiéramos recibido la colaboración fraterna de los hombres que venían de allende los mares? ¿Qué hubiera resultado del intercambio amistoso de la rica cultura azteca o incaica con la poderosa cultura europea?

Para tratar del pacífico intercambio de culturas entre los pueblos de América, de Europa y del Asia, nos hemos reunido aquí en este abrupto, lejano rincón del mundo. No se trata de guerras. No del zarpazo sobre el vecino para imponer ideologías indiscutibles. Solo queremos encontrar tesoros escondidos para gozarlos en pacífica convivencia. Solo deseamos conocernos mutuamente para intercambiar productos del espíritu, o de la materia, a fin de obtener mayor provecho en libre comunidad.

Señores delegados: la civilización y la cultura no se impone ni a mandobles de sable, ni a cañonazos, ni con bombas atómicas. Sabemos también que los conquistadores invencibles pueden ser conquistados a su vez por la mansedumbre de los vencidos. No de otra manera fueron subyugados los romanos por la filosofía griega y por la no resistencia cristiana. ¿Y quién no ha experimentado en su vida la caída estrepitosa del macho indómito al soplo de la fragilidad femenina?

Muchas veces nos hemos preguntado al recorrer las páginas iniciales de la historia americana, ¿qué hubiera sido de estas tierras pletóricas de belleza, preñadas de tesoros soterrados y de volcanes rugientes, si en vez de la conquista con puño de hierro, hubiéramos recibido la colaboración fraterna de los hombres que venían de allende los mares? ¿Qué hubiera resultado del intercambio amistoso de la rica cultura incaica y azteca con la poderosa cultura europea?

Para tratar del pacífico intercambio de culturas entre los pueblos de América, de Europa y del Asia, nos hemos reunido aquí en este abrupto, lejano rincón del mundo. No se trata de guerras armadas. No del zarpazo del vecino para imponer ideologías indiscutibles. Solo queremos encontrar tesoros escondidos para gozarlos en pacífica convivencia. Solo deseamos conocernos mutuamente para intercambiar productos del espíritu, o de la materia, a fin de obtener mayor provecho en libre comunidad.

Señores delegados: la civilización y la cultura no se impone ni a mandobles de sable, ni a cañonazos, ni con bombas atómicas. Sabemos también que los conquistadores invencibles pueden ser conquistados a su vez por la mansedumbre de los vencidos. No de otra manera fueron subyugados los romanos por la filosofía griega y por la no-resistencia cristiana. ¿Y quién no ha experimentado en su vida la caída estrepitosa del macho indómito al soplo leve de la fragilidad femenina?

 

Tres siglos guerrearon los conquistadores españoles para dominar la rebeldía del pueblo araucano que no tuvo mejor escudo, ni lanza más afilada que su amor a la libertad. En cambio, bastaron pocos años para que los pueblos de América, ya libres de diques aisladores, fueran conquistados por la cultura de Francia, Inglaterra, Alemania o de Rusia. No necesitamos ser demasiado viejos para no haber tenido la suerte de presenciar la invasión pacífica de esos guerreros sin armas que se llamaron Dickens o Tolstoy, Goethe, Zola o Dostoyewski. ¿Quién no vio las rutas que conducían a Francia, o Alemania, atestadas de jóvenes peregrinos de la ciencia que iban en busca de las claras fuentes de las universidades de París, de Bonn o de Berlín?

Esos profesores extranjeros fueron nuestros dominadores espirituales. Domeyco vino de Polonia, Philippi de Alemania. Pedagogos germanos llenaron las aulas universitarias del Pedagógico y dieron aliento a nuestros primeros maestros de vanguardia.

Tres siglos guerrearon los conquistadores españoles para dominar la rebeldía del pueblo araucano que no tuvo mejor escudo, ni lanza más acerada, que su amor a la libertad. En cambio, bastaron pocos años para que los pueblos de América, ya libres de diques aisladores, fueran conquistados por la cultura de Francia, Inglaterra, Alemania o de Rusia. No necesitamos ser demasiado viejos para haber tenido gozado la suerte de la invasión pacífica de esos guerreros sin armas que se llamaron Dickens o Tolstoy, Goethe, Zola o Dostoyewski. ¿Quién no vio las rutas que conducían a Francia o Alemania, atestadas de jóvenes peregrinos de la ciencia que iban en busca de las claras fuentes de las universidades de París, de Bonn o de Berlín?

Profesores extranjeros fueron también nuestros conquistadores espirituales. Bello vino de Venezuela, Sarmiento de Argentina, Domeyko nos llegó de Polonia, Philippi de Alemania. Pedagogos germanos llenaron las aulas universitarias del Pedagógico. Lenz, Poenich, Tafelmacher, Yohow, Hanssen, Manns… Ellos dieron aliento a nuestros primeros maestros de vanguardia.

 

La literatura chilena y seguramente de América Latina fue revolucionada y conquistada por escritores naturalistas y por filósofos humanos que nos enseñaron a amar nuestros nidos de águilas y nuestras pampas ariscas y nuestros valles perfumados por yerbas olorosas. Ellos nos enseñaron a bucear en el alma del pueblo y acercarnos a sus ranchos desamparados contra la lluvia y el frío. En Chile y en América hablaron recio escritores que descendieron por primera vez a las minas de carbón y convivieron con el trabajador extenuado por el trabajo y con sus hijos famélicos y comidos por el parásito de la miseria.

He ahí la verdadera conquista. La conquista que deseamos. La conquista que no tememos. A esta clase de conquistadores los recibimos como a hermanos y para ellos será la miel recolectada en los árboles floridos de nuestra selva.

La literatura chilena, y seguramente la de América Latina, fue revolucionada y conquistada por escritores naturalistas y por filósofos humanos que nos enseñaron a amar nuestros nidos de águilas y nuestras pampas ariscas y nuestros valles perfumados por yerbas olorosas. Ellos nos enseñaron a bucear en el alma del pueblo y acercarnos a sus ranchos desamparados contra la lluvia y el frío. Por primera vez en Chile y en América hablaron recio escritores que descendieron a las minas de carbón y convivieron con el trabajador extenuado por el trabajo y con sus hijos famélicos y comidos por los parásitos de la miseria.

He aquí la verdadera conquista. La conquista que o deprime, la conquista que no tememos. Y a los conquistadores de esta especie los recibimos como a hermanos y para ellos será la miel recolectada en los árboles floridos de nuestra selva.

 

A este propósito quiero hacer un alcance a las palabras elocuentes pronunciadas en este recinto por la ilustre profesora universitaria chilena Sra. Olga Poblete de Espinoza. Según creí entender a través de su discurso, la literatura chilena, y acaso la literatura latino americana, no ha hecho otra cosa hasta el presente que "adaptar" modalidades artísticas extranjeras a la realidad de nuestros países.

A este propósito quiero hacer un alcance a las palabras elocuentes pronunciadas en este recinto. Según creí entender a través de su discurso, la literatura chilena, y acaso la literatura latino americana, no ha hecho otra cosa hasta el presente que "adaptar" modalidades artísticas extranjeras ajenas a la realidad de nuestros países.

 

En este punto difiero de la afirmación hecha por la distinguida educacionista y compatriota. Y sin ánimo de abrir polémica, voy a permitirme efectuar un ligero recuento de la obra conjunta realizada en nuestro país y en otros países americanos.

En esto difiero de lo afirmado por el distinguido compatriota y sin ánimo de causarle molestia, me siento en la obligación de levantar este cargo y este desconocimiento de la labor efectuada por nuestros escritores. Voy a permitirme efectuar un ligero recuento de la obra conjunta realizada por ellos en nuestro país y en otros países americanos, con la seguridad que la sola enunciación de sus libros y de sus nombres, se desprenderá una afirmación positiva que desmiente la idea de retoricismo en nuestra literatura.

 

En la literatura chilena anterior al año 1900 se utilizó muy débilmente la observación directa de las costumbres, lenguaje y psicología popular. Hasta entonces se vivió casi exclusivamente con la vista puesta en los modelos extranjeros, en especial los que nos ofrecía España y Francia. Sin embargo es preciso anotar algunas honrosas excepciones, aun en la literatura colonial. En ese caso se encuentra Pineda y Bascuñán con su magnífica novela "El cautiverio feliz", en donde se describen con extraordinaria simpatía las costumbres indígenas de la araucanía.

En la obra literaria anterior a 1900, fuertemente influenciada por España y Francia, se estudian, sin embargo, con grande agudeza, problemas sociales de candente actualidad, tales como los acabados estudios de Blest Gana y Orrego Luco que analizan las querellas originadas por el sentimiento de castas que separaban y aún separa la clase alta de la clase mediana.

Entre los escritores chilenos anteriores al año 1900 se utilizó muy débilmente la observación directa de las costumbres, lenguaje y psicología popular. Con ello se incurrió en el olvido de la parte más numerosa de nuestra nación y se le dio a la literatura un carácter de exclusivismo aristocrático. Sin embargo, es preciso anotar algunas honrosas excepciones, aun en la literatura colonial. En tal caso se encuentra Pineda y Bascuñán con su magnífica novela "El cautiverio feliz", en donde se describe con extraordinaria simpatía las costumbres indígenas de la araucanía.

En la obra literaria anterior a 1900, fuertemente influenciada por España y Francia, se estudian, sin embargo, con grande agudeza, problemas sociales de candente actualidad, tales como los acabados estudios de Blest Gana y Orrego Luco, que analizan y exponen las querellas originadas por el sentimiento de castas que separaban, y aún separa, a la clase alta de la mediana y la del proletariado.

 

Ya en 1900 comenzó a ejercer su influjo en los países sudamericanos, cierta literatura venida de Francia, Rusia e Inglaterra que trajo hasta acá un soplo cálido de humanidad. La lectura de Dickens, Zolá, Tolstoy, Dostoyewski, Ibsen, Marx, Gorky, Chejkow, y aún también del norteamericano Bret-Harte, trajo a estas tierras una manera nueva de enfocar el alma popular y se comprendió que era necesario incorporar sus problemas vitales a la literatura.

No puede mirarse con menosprecio a los escritores que volvieron sus ojos a los maestros. Como tampoco podemos sentirnos humillados por seguir el sendero que nos señaló, antes que los escritores extranjeros citados, el enorme y humanísimo don Miguel Cervantes y Saavedra, creador del mayor monumento erigido en honor del sufrimiento humano y de su lucha por alcanzar un ideal imposible.

Ya en 1900 comenzó a ejercer influjo en los países americanos, cierta literatura venida de Francia, Rusia e Inglaterra que trajo hasta acá un soplo cálido de humanidad. La lectura de Dickens, Zolá, Tolstoy, Dostoyewski, Ibsen, Kroportkin, Carlos Marx, Gorky, Chejow, y también el norteamericano Bret-Harte, trajo a estas tierras una manera nueva de enfocar el alma popular y se comprendió que era necesario incorporar sus problemas vitales a la literatura.

No puede mirarse con menosprecio a los escritores que sufrieron influencia de los maestros. Es una etapa necesaria en todas las literaturas embrionarias. Como tampoco podemos sentirnos humillados por haber seguido el sendero que nos señaló, antes que los escritores extranjeros citados, el enorme y humanísimo don Miguel Cervantes y Saavedra, creador del mayor monumento erigido en honor del sufrimiento humano y de su lucha por alcanzar un ideal imposible.

 

La literatura, como la ciencia, es un encadenamiento interminable de influjos y hasta de plagios. Recordemos que el "Conde Lucanor" del Infante Juan Manuel calcó sus cuentos de otros venidos de Arabia y Persia. No olvidemos que Shakespeare imitó, en forma casi servil, muchas de las producciones de algunos de sus contemporáneos; que Andersen se hizo célebre con algunos admirables cuentos que más que obra original, parecen traducciones del ya citado Infante Juan Manuel.

Precisamente, influenciada por escritores extranjeros, fue que la generación chilena de 1900 se acercó, por primera vez en nuestra historia literaria, al pueblo humillado y explotado. Y lo hizo con profundo interés humano. Procuró comprender sus miserias, visitar sus ranchos que no guarecían ni del viento ni de la lluvia, en donde vegetaban, junto a sus animales domésticos, sobre el barro y la mugre, martirizados por los parásitos, y en abyecta promiscuidad de padres, hermanos e hijos.

La literatura, como la ciencia, es un encadenamiento interminable de influjos y hasta de plagios. Recordemos que "El Conde Lucanor" del Infante Juan Manuel calcó sus cuentos de otros procedentes de Arabia y de Persia. No olvidemos que Shakespeare ha sido acusado por Tolstoy de plagiar muchas de las producciones de sus contemporáneos o antecesores; que Andersen se hizo célebre con algunos admirables cuentos que, más que obra original, parecen traducciones del ya citado Infante Juan Manuel.

Precisamente, influenciada por escritores extranjeros, la generación chilena de 1900 se acercó, por primera vez en nuestra historia literaria, al pueblo humillado y explotado. Y lo hizo con profundo interés humano. Procuró comprender sus miserias, visitar sus ranchos que no servían siquiera para guarecerlos ni del viento ni de la lluvia, en donde vegetaban, junto a sus animales domésticos, sobre el barro y la mugre, martirizados por los parásitos, y en abyecta promiscuidad de padres, hermanos e hijos.

 

De la generación chilena de 1900 podemos recordar, entre los iniciadores, a Augusto Thomson, conocido más tarde con el pseudónimo de d'Halmar. La vida de los prostíbulos chilenos, incrementados en los propios hogares de lujo por la lascivia de aristócratas inconscientes y de una sociedad ciega y sorda, no pudo ser presentada con mayor crudeza y pasión que en la novela "Juana Lucero", execrada por la gente llamada de sangre azul y escarnecida por la prensa de su época. Mientras tanto, Guillermo Labarca Hubertson buscaba sus personajes por primera vez en nuestro país, en la vida humilde de los campos, y Eduardo Barrios, en su libro "Un perdido", iniciaba el estudio de los bajos fondos de las ciudades norteñas. Y en seguida, séame dado recordar con emoción el nombre de Baldomero Lillo, autor de "Sub Sole" y de "Sub-Terra", el cual, con profundo conocimiento de la vida de las minas de carbón, en las cuales pasó parte de su vida, describió con mano bien empuñada, la terrorífica miseria de los obreros que estaban construyendo con su sangre las fantásticas fortunas de sus explotadores.

Junto a estos prosistas, no se puede olvidar a Carlos Pezoa Veliz, el primero, quizá, entre los poetas de Chile, que llevó a su género literario el tema de la incomprensión y crueldad de los patrones campesinos. Su "Pancho y Tomás", su "Manuel Rodríguez" y su corto poema "Nada", son hierros al rojo que se incrustan en la sensibilidad ambiente para recordarle la existencia de una clase dolorida a la que es necesario atender.

Y es de notar que estos escritores fueron personas humildes que no contaron con medios de fortuna, que vivieron en un ambiente cerrado y hostil que los ridiculizó y los puso al margen de toda actividad social. No existieron en su tiempo casas editoras, ni magnates munificentes que los auxiliaran, ni gobiernos lejanos que les brindaran hospitalidad y concurso. Ellos debieron costear sus ediciones, rasguñando penosamente en las escuálidas faltriqueras de su vida misérrima. Su afición y cultivo de la literatura, y lo extraño de sus aficiones populares, les valió que se colocara sobre sus frentes ilusionadas un estigma de repudio y de extrañamiento para sus justas ambiciones de vivir. Indiscutiblemente puede señalárselos, con justicia, como héroes de sus aficiones literarias e ideológicas.

De la generación chilena de 1900 podemos recordar, entre los iniciadores, a Augusto Thomson, conocido más tarde con el pseudónimo de d'Halmar. La vida de los prostíbulos chilenos, incrementados en los propios hogares de lujo por la lascivia de aristócratas inconscientes y de una sociedad ciega y sorda, no pudo ser presentada con mayor crudeza y pasión que en la novela "Juana Lucero", execrada por la gente que se denomina a sí misma de "sangre azul", y escarnecida por la prensa de su época. Mientras tanto, Guillermo Labarca Hubertson buscaba sus personajes, por primera vez en nuestro país, en la vida humilde de los campos, y Eduardo Barrios, en su libro "Un perdido", iniciaba el estudio de los bajos fondos de norteños. Y, en seguida, séame dado recordar con emoción el nombre de Baldomero Lillo, autor de "Sub Sole" y de "Sub-Terra", el cual, con profundo conocimiento de la vida de los mineros del carbón, entre los cuales pasó parte de su vida, describió, con mano bien empuñada, la terrorífica miseria de los obreros que estaban construyendo con su sangre las fantásticas fortunas de sus explotadores.

Junto a los prosistas enumerados, no se puede olvidar a Carlos Pezoa Veliz, el primero, quizá, entre los poetas de Chile, que llevó a su género literario el tema de la incomprensión y crueldad de los patrones campesinos. Su "Pancho y Tomás", su "Manuel Rodríguez" y su corto poema "Nada", son hierros al rojo hundidos en la sensibilidad ambiente para recordarle la existencia de una clase dolorida a la que es necesario atender.

Y es de notar que estos escritores fueron personas humildes que no contaron con medios de fortuna, que vivieron en un ambiente cerrado y hostil que los ridiculizó y los puso al margen de toda actividad social. No existieron en su tiempo casas editoras, ni magnates munificentes que los auxiliaran, ni gobiernos lejanos que les brindaran hospitalidad y concurso. Ellos debieron costear sus producciones, rasguñando penosamente en las escuálidas faltriqueras de su vida misérrima. Su afición y cultivo de la literatura, y lo extraño de sus aficiones por el tema popular, les valió que se colocara sobre sus frentes ilusionadas un estigma de repudio y de extrañamiento para sus justas ambiciones de vivir. Indiscutiblemente, puede señalárseles, con justicia, como héroes de sus aficiones literarias e ideológicas.

 

En compañía, o en seguimiento, de estos pioneros del año veinte vinieron otros que desarrollaron la misma tendencia. Mariano Latorre, buceador incansable del alma campesina, Rafael Maluenda, autor de "Los Ciegos" y de "Venidos a menos", Januario Espinosa, autor de "Cecilia", ambos veraces pintores de la clase media y de sus miserias; Joaquín Edwards Bello, con su libro "El Roto", Alberto Romero, autor de "La viuda del conventillo". Enseguida aparecen Luis Durand, Acevedo Hernández, González Vera, Manuel Rojas, Marta Brunet, Juan Marín, Garafulic, Subercaseaux. ¿Qué otra cosa hicieron estos vigorosos escritores, sino buscar el contacto del pueblo, compartir sus dolores y exhibirlos como una raza fuerte, inteligente, preñada de porvenir?

En compañía, o en seguimiento, de estos pioneros del año veinte vinieron otros escritores que desarrollaron la misma tendencia. Mariano Latorre, buceador incansable del alma campesina, Rafael Maluenda, autor de "Los Ciegos" y de "Venidos a menos", Januario Espinoza, autor de "Cecilia", ambos pintores veraces de la clase media y de sus miserias; Joaquín Edwards Bello, con su libro "El Roto", Alberto Romero, autor de la "Viuda del conventillo". Enseguida aparecen Luis Durand, Acevedo Hernández, González Vera, Manuel Rojas, Marta Brunet, Juan Marín, Subercaseaux, enamorado pintor de nuestra "loca geografía", Garafulic, maravillo retratista de la zona minera. ¿Qué otra cosa hicieron estos viriles escritores, sino buscar el contacto del pueblo y de la naturaleza chilena, compartir sus dolores y exhibirlos como una raza fuerte, inteligente, preñada de porvenir?

 

¿Y hemos de detenernos a escudriñar en la honda, en la majestuosa poesía de Pablo Neruda y Gabriela Mistral, exuberante de sensibilidad y de ígneas imágenes? ¿Habrá necesidad de aconsejarles que bajen de su torre de marfil, de que convivan con el pueblo, de que empapen en sangre dolorida sus plumas flamígeras?

No, no!... No son los historiadores los que deben recopilar el dolor de los pueblos. Son los novelistas, son los poetas, son los psicólogos de la realidad social, quienes deben enfrentarse a esa tarea creadora, interpretadora, fina, sutil y penetrante. Ellos son, también, en cierto modo, historiadores complementarios de la humanidad contemporánea.

¿Y hemos de detenernos a escudriñar en la honda, en la majestuosa poesía de Pablo Neruda y Gabriela Mistral, exuberante de sensibilidad y de ígneas imágenes? ¿Habrá necesidad de aconsejarles que bajen de su torre de marfil, de que convivan con el pueblo, de que se empapen en sangre dolorida? ¡Hay cosas que ni siquiera se pueden enunciar!

Ni tampoco es justo pedir a los historiadores, como lo dijo el orador a quien me refería, que recopilen en su trabajosa labor de reconstrucción e interpretación de acontecimientos nacionales o mundiales, dediquen nuevo esfuerzo a desmenuzar la vida individual del pueblo. Son los novelistas, son los poetas, son los psicólogos de la realidad social, quienes deben enfrentarse a esa tarea creadora, más intuitiva que documental, fina, sutil y penetrante. Ellos son también, en cierto modo, historiadores complementarios de la humanidad contemporánea.

 

Y debemos enfrentarnos aun con los más jóvenes escritores chilenos. ¿Puede tildarse de fríos psicólogos a Lomboy, a Oscar y Baltazar Castro, a Juvencio Valle, a Nicomedes Guzmán, a Cruchaga Santa María, a Lautaro Yankas, a Guerrero, a Daniel Belmar y a tantos más cuya enumeración sería fatigosa?

Y debemos enfrentarnos aun con los más jóvenes escritores chilenos. ¿Puede tildarse de fríos retóricos a Lomboy, Teitelboin, Koenenkamf, Olegario Lazo, a Oscar y Baltazar Castro, a Juvencio Valle, a Nicomedes Guzmán, a Cruchaga Santa María, a Rubén Azocar, a Lautaro Yankas, a Guerrero, a Daniel Belmar y a tantos más cuya enumeración sería fatigosa?... Quien se haya dado ocasión de leer a estos autores no podrán menos que comprobar que se trata de escritores humanos, sensibles, valientes compañeros del trabajador de la fábrica, de la mina o del campo, exaltadores decididos del alma nacional.

 

Y si del examen de los valores literarios chilenos nos enfrentamos al conocimiento del desarrollo literario del resto de los países americanos, veremos que han seguido, con mayor o menor brillo, un camino semejante al de Chile, ya que los mismos orígenes raciales, idénticas influencias de literaturas extranjeras, e iguales problemas sociales, han contribuido a la formación de sus pueblos. Y aunque poco nos conocemos entre los americanos, han logrado atravesar esta cortina frígida de mutua ignorancia, impulsados por las alas del talento, escritores como Mariano Azuela, Rómulo Gallegos, Eustasio Rivera, Ciro Alegría, Joaquín Gutiérrez, Jorge Amado, Alcides Arguedas, Florencio Sánchez. Estos y cien más, han cultivado con aguda penetración el estudio de sus pueblos, han exhibido el sufrimiento, el heroísmo, la noble pasta humana que se afinca en los desgraciados hijos de la raza autóctona. Ya los escritores sud-americanos están de acuerdo en que su fuerza se halla en el estudio de las masas populares, inmensas por su número, pintorescas por la violenta diversidad de sus costumbres, llenas de frescura y encanto por la ingenua expresión de sus sentimientos, y profundas mediante el enraizamiento en el dolor humano.

Y si del examen de los valores literarios chilenos nos enfrentamos al desarrollo literario del resto de los países americanos, veremos que han seguido, con mayor o menor brillo, una trayectoria semejante a la de Chile. Y no podría ser de otra manera, ya que los mismos orígenes raciales, idénticas influencias de literaturas extranjeras, e iguales problemas sociales, han contribuido a la formación de sus pueblos. Y aunque poco nos conocemos entre los americanos, han logrado atravesar esta cortina frígida de mutua ignorancia, impulsados por las alas del talento, escritores como Mariano Azuela, Rómulo Gallegos, Eustasio Rivera, Guiraldes, Ciro Alegría, Joaquín Gutiérrez, Jorge Amado, Alcides Arguedas, Florencio Sánchez... Estos y cien más, han cultivado con aguda penetración el estudio de sus pueblos, han exhibido el sufrimiento, el heroísmo, la noble pasta humana que se afinca en los desgraciados hijos de la raza autóctona. Ya los escritores sudamericanos están de acuerdo en que su fuerza se halla en el estudio de las masas populares, inmensas por su número, pintorescas por la violenta diversidad de sus costumbres, llenas de frescura y encanto por la ingenua expresión de sus sentimientos, y profundos mediante el enraizamiento del dolor humano.

 

El intercambio de impresiones expresado por artistas y hombres de ciencia nos dará, sin duda, la certidumbre de que nuestros países, a pesar de ser diferentes, poseen un denominador común: miseria, ignorancia, explotación, desamparo espiritual y material, clamoreo de dolor imponente de pueblos que necesitan ser redimidos. Y esta redención debe ser realizada por nosotros mismos los interesados en la tragedia continental.

No es necesario despertar a los escritores americanos para que bajen a contaminarse con el dolor de sus pueblos. Ellos conocen su misión. Ellos la vienen ejerciendo con sacrificio, con dignidad, con valentía, con olvido de sí mismos, con martirio solitario y tremendo.

¡Lo que hace falta es otra cosa! Que no se les abandone en el inmenso mar de su tragedia, que se les ofrezca tribuna para elevar su voz dulce o apocalíptica, que se les aliente con la misma comprensión que se ofrece al peón dolorido, que se les consagre, como ya lo hacen otras naciones, con el honroso título de trabajadores intelectuales.

El intercambio de impresiones expresado por artistas y hombres de ciencia que asisten a este congreso nos dará, sin duda, la certidumbre de que nuestros países, a pesar de sus diferencias, poseen un denominador común: miseria, ignorancia, explotación, desamparo material y espiritual, clamoreo de dolor imponente de pueblos que necesitan ser redimidos. Y esta redención debe ser realizada por los mismos integrantes de la tragedia continental.

No es necesario despertar a los escritores americanos para que bajen a contaminarse con el dolor de sus pueblos. Ellos conocen su misión. Ellos la vienen ejerciendo con sacrificio, con dignidad, con valentía, con olvido de sí mismos, con martirio solitario y tremendo.

¡Lo que hace falta es otra cosa!... Que no se les abandone al escritor en el inmenso mar de su tragedia, que se les ofrezca página de libro o tribuna para elevar su voz apaciguada o apocalíptica, que se les aliente con la misma comprensión que se ofrece al peón dolorido, que se les consagre, como ya lo hacen otras naciones, con el honroso título de trabajadores intelectuales.

 

Para estos proletarios de la intelectualidad pedimos pan y abrigo, las leyes sociales que aún no poseen, pedimos libertad para la difusión de su obra a través de las rutas abiertas en la vasta tierra.

Para estos proletarios de la intelectualidad pedimos pan y abrigo, no como una limosna denigratoria, sino como un derecho. ¡Pedimos las leyes sociales que aún no se han creado para ellos, pedimos libertad para la difusión e intercambio de su obra a través de las rutas abiertas en la vasta tierra!...

 

A esto nos hemos reunido, amigos delegados, en este Congreso Continental de la Cultura. A conocernos, a conquistarnos y "civilizarnos" de pueblo a pueblo sin bombas atómicas ni alardes guerreros. Este es continente de cumbres y volcanes. Démonos la mano por sobre las cimas. Y aunque estemos distantes, no olvidemos que un americano, el brasilero Santos Dumont, fue uno de los creadores de esas aves maravillosas que transportan por encima de las nubes a los viajeros. ¡Trabajadores intelectuales del Continente! Solo el trabajo en fraternal cooperación nos dará la fuerza. Y con la fuerza espiritual obtenida, exigiremos el triunfo.

A esto nos hemos reunido, amigos delegados, en este Congreso Continental de la Cultura. A conocernos, a conquistarnos y "civilizarnos" de pueblo a pueblo, sin bombas atómicas ni alardes guerreros. Nuestra América es tierra de cumbres y volcanes. Extendámonos la mano por sobre las cimas. ¡Y aunque estemos distantes, no olvidemos que un americano, el brasilero Santos Dumont fue uno de los creadores de esas aves mecánicas maravillosas que transportan por encima de las nubes a los viajeros ilusionados por ansia de acercamiento entre los hombres!

 

Los delegados chilenos estamos dispuestos a laborar honradamente en la tarea que nos hemos propuesto en compañía de nuestros compañeros de América. Estamos seguros de que, cavando cada uno su huerto, perforando los inmensos veneros de nuestros valles y nuestras montañas, cambiando entre nosotros los productos arrancados a las entrañas del espíritu, lograremos la última y más grande emancipación continental, ¡la que nos permita entonar con voz propia en el inmenso coro del mundo!

Los delegados chilenos estamos dispuestos a laborar honradamente en la tarea que nos hemos propuesto en compañía de los compañeros de América. Estamos seguros de que, cavando cada uno su huerto, perforando los inmensos veneros de nuestros valles y montañas, cambiando entre nosotros los productos arrancados a las entrañas del espíritu, lograremos la última y más grande emancipación continental, ¡la que nos permita intervenir con voz propia en el inmenso coro del mundo!

 

[ La Biblioteca Nacional de Chile conserva dos versiones mecanografiadas del discurso que Fernando Santiván (pseudónimo de Fernando Antonio Santiváñez Puga, 1886-1973) pronunció ante el Congreso Continental de la Cultura (Santiago de Chile, 26 abril-3 mayo 1953) representando a los escritores de Chile. La primera, “A los Intelectuales de Chile y América” (7 hojas, 290×215 mm, AE0017137), es el original previo al discurso, con numerosas correcciones a lápiz y tinta. La segunda, “Escritores de Chile y América” (8 hojas, 285×215 mm, AE0017477) es una revisión posterior, con abundantes modificaciones de estilo y contenido respecto de la primera. Ofrecemos a doble columna la transcripción fiel de ambas versiones, sin reproducir tachaduras y modificaciones que figuran en los originales y que se pueden consultar fácilmente en los facsímiles que ofrece la biblioteca nacional digital chilena. ]