Hacia la consolidación de Europa
Discursos del Führer Canciller de Alemania ante el Reichstag del 20 de febrero y 18 de marzo de 1938
[ 1938 ]
Introducción a la traducción española
En este folleto ofrecemos al lector de lengua castellana, las traducciones de dos discursos del Führer Canciller de Alemania Adolfo Hitler, pronunciados, el primero, el 20 de febrero y, el segundo, el 18 de marzo del corriente año, ambos ante el Reichstag.
Todo el mundo sabe el potente ciclo de la historia alemana que se ha desarrollado entre estas dos fechas. Entre ellas se ha convertido en realidad el secular anhelo de la unión entre Alemania y Austria, hecho que, después de la entrevista de Hitler con el entonces Canciller federal austríaco Schuschnigg en Berschtesgaden, de cuya entrevista el Führer da cuenta en su primer discurso, fue acelerándose hasta adquirir categoría de vértigo, sucediéndose los acontecimientos de mediados de marzo, que durante unos días tuvo suspensa toda la atención europea y causó la admiración del mundo entero.
Nuestra intención, al publicar juntos ambos discursos, es la de dar una impresión completa de este ciclo histórico que con el primer discurso se abre y se cierra con el segundo. Aunque el primero es de más amplia concepción, y más ambicioso su contenido, ya que en él se hace un total balance del resurgir alemán durante los cinco años de gobierno nacionalsocialista, entre este primero y el segundo, existe una inevitable conexión en lo que a la cuestión austriaca se refiere. En el primero se hacen promesas, se expresan esperanzas y se confía en las palabras del Canciller austriaco. Pero estas promesas no se cumplen, aquél olvida la palabra empeñada y esto origina los conocidos acontecimientos. En el segundo discurso, Adolfo Hitler da cuenta al pueblo alemán de la unificación ya lograda. Por esto, pareció que resultaría incompleto el publicar solo el discurso del 20 de febrero, que en muchos puntos ya había sido modificado por el devenir de la historia, y por lo tanto, era necesario complementarlo con el del 18 de marzo. Ambos forman una unidad histórica y por esta razón aparecen juntos en el presente folleto.
Esta aclaración parece suficiente para explicar todas aquellas frases que, al compararlas con la actualidad del día, pudieran aparecérsenos hoy como anticuadas y sin valor. Sin embargo, no está de más señalar, que este vértigo de acontecimientos que en los últimos meses ha impulsado a la política europea, no se ha limitado tan sólo a la cuestión austriaca. Por lo tanto, téngase en cuenta al leer el primor discurso, que de entonces a ahora el Ministro inglés Sr. Eden, dejó de serlo; que entonces había un Gobierno en Francia, que aunque frentepopulista también, no es el mismo que hoy rige aquel pueblo; que el eje Roma-Berlín ha ido fortaleciéndose de día en día, en fin, que el lector debe situarse en la Europa del 20 de febrero, y desde las palabras de Hitler contemplar la evolución europea, en vez de hacerlo de aquellas, olvidando que tan sólo se refieren a hechos contingentes y variables. Y en el mismo orden de lo contingente, aunque sus oscilaciones sean menores, debe colocarse la primera parte del discurso del 20 de febrero, que se refiere al resurgimiento de la total vida alemana en los cinco años transcurridos. En esta parte del discurso, Hitler argumenta con cifras de estadísticas, cifras que, vista la constante progresión de esto resurgir alemán, puede pensarse que probablemente hoy se habrán quedado ya, rezagadas en su mayoría.
Una vez hecha esta imprescindible aclaración al sentido que encierra el unir estos dos discursos en una sola publicación, así como la explicación pertinente al transcurso del tiempo, dejamos todo ulterior juicio a los lectores de las siguientes palabras del Führer de Alemania, Adolfo Hitler.
I. Breve preámbulo histórico
Señores diputados:
Bien sé que vosotros –y con vosotros el pueblo alemán– esperabais ser convocados a la celebración del quinto aniversario de nuestro advenimiento al poder para, en vuestra calidad de mandatarios del Reich, conmemorar conmigo los orígenes de un nuevo resurgimiento histórico de nuestro pueblo, tan pletóricos de recuerdos para nosotros los nacionalsocialistas.
El haber fijado el día de hoy para la convocación del Reichstag se explica por dos diversos motivos: Primeramente porque he juzgado oportuno que una serie de cambios de personal no fuesen efectuados antes del 30 de enero sino con posterioridad a esta fecha, y en segundo lugar porque me pareció que era de urgente necesidad el que se despejase, de antemano, un determinado aspecto de nuestras relaciones internacionales.
Pues todos esperáis, y con razón, que en tal día como hoy, no sólo echemos una ojeada sobre nuestro pasado, sino que extendamos la vista también hacia el porvenir, cosas ambas que van a constituir, en efecto, el tema y el contenido del discurso que me dispongo a pronunciar.
Cuando, hace ahora cinco años, el Presidente del Reich, Mariscal von Hindenburg, me confirió, al mediodía del 30 de enero, la Cancillería y con ella el Gobierno de Alemania, pensábamos los nacionalsocialistas que se había iniciado un cambio transcendental en el destino de nuestro pueblo.
A nuestros adversarios se les antojó, tal vez, que ese acontecimiento no representaba más que uno de los muchísimos casos análogos en los que también había sido alguien designado como Canciller del Reich, para tener que ceder el puesto a su impaciente sucesor, algunas semanas o algunos meses más tarde.
Aquello que los nacionalsocialistas habíamos vivido como un momento histórico de singular transcendencia, les parecía por lo tanto a los de enfrente una mera sucesión temporal de fenómenos pasajeros.
¿Quién ha sido pues, señores diputados, el que ha interpretado mejor la significación de aquellos momentos?
Han transcurrido cinco años desde entonces. Los acontecimientos desarrollados en este período ¿nos autorizan a enjuiciar como algo de transcendental significación lo ocurrido en aquella hora o no son, por el contrario, más que la confirmación del parecer de nuestro enemigo que pensaba estar viendo acrecentarse en uno más el sinnúmero de los gobiernos que hasta el momento se habían sucedido en Alemania?
Si no existiese ninguna otra especie de unidad en el pueblo alemán habría hoy, al menos, un sólo parecer acerca de la interpretación de un acontecimiento histórico; pues ni nuestros antiguos adversarios van a atreverse ya apenas a discutirlo.
El día en que penetré en el edificio de la Wilhelmsplatz, como jefe del más numeroso de los partidos alemanes de la oposición, para salir de él transformado en el Führer y Canciller de la Nación, ha constituido –lo mismo entonces que ahora y que siempre– el comienzo de una nueva era en la historia de nuestro pueblo.
Mi obra no está a merced de una existencia única
Todos están ya persuadidos de que el 30 de enero determina el fin de un período y el comienzo de otro nuevo. Tan incuestionable, y hasta tan natural resulta hoy este hecho, que se habla ya al presente, de una historia alemana anterior a nuestro advenimiento al poder y de otra posterior a esta fecha.
No me propongo hoy, señores diputados, trazaros un cuadro de la situación caótica de la época anterior a nuestro advenimiento al poder, que está viva en el recuerdo de los hombres contemporáneos. Pero la juventud que se ha formado después, apenas podría comprenderla pese a una descripción de la Alemania de entonces. Sólo quiero subrayar algunas observaciones de tipo general, sobre este período trágico de la historia de nuestro pueblo.
Después de la ruina del antiguo Reich, y especialmente de la de Prusia, al comienzo del siglo pasado, apareció un libro profundo y digno de atención, editado por el librero de Nuremberg, Palm, con este título: «Alemania en su mayor humillación».
Este folleto despertó entonces tal emoción en el país, que Napoleón dispuso el fusilamiento de su autor, o al menos el de su editor. Después que se desvaneció aquel gran hecho histórico, el libro y su autor cayeron en un olvido más o menos oficial. Un nuevo Reich había surgido. Sus banderas victoriosas ondeaban sobre numerosos campos de honor y de gloria y ante los actos deslumbradores de un presente tan grande y consciente, la guerra de liberación queda reducida a la categoría de un recuerdo lejano.
Y entonces, al fin de una lucha gigantesca y heroica, vino ese inexplicable derrumbamiento, que ahora nos aclara de un sólo golpe, aquella obra escrita hace más de cien años, en los momentos más angustiosos de la patria: «Alemania en su mayor humillación». Desde noviembre de 1918, todos hemos vivido el tema de este libro.
Durante quince años cayó sobre nuestro pueblo la agobiante vejación como una consecuencia del mayor desastre de nuestra historia, que no lo fue de nuestro ejército ni tampoco de nuestra economía, sino de nuestra conducta, de nuestro honor y de nuestro orgullo, y con ellos el de nuestra libertad.
Durante quince años fuimos el objeto inerte y desvalido de una opresión internacional que mientras hablaba de humanidad en nombre de los ideales democráticos, flagelaba a nuestro pueblo con la férula implacable de un egoísmo realmente sádico.
En esta época de nuestra humillación y de nuestra angustia, en que espíritus investigadores comenzaron a ocuparse de las causas de este hecho, y de su análisis, basado en millares de hechos pasados y presentes, surgió una concepción precisa.
Lo que en la abundancia de los años de paz se hubiese reputado como insensato o al menos como falso, se convirtió ahora, forzado por la angustia, en experiencia y credo de muchos buenos alemanes, que comenzaron un serio y profundo examen de los fundamentos de nuestro ser histórico, de las leyes de nuestro origen y de nuestra revolución, de las causas de nuestro auge y de nuestra decadencia, y con ello de las condiciones precisas para un resurgimiento alemán. Y como a un desastre político, sucede siempre otro económico, se llegó al divorcio de los espíritus de nuestro pueblo. Pero a medida que el burgués de mentalidad puramente comercial veía sólo en el segundo, lo esencial de nuestra desgracia, se alejaba cada vez más, de quienes por encima de la angustia económica, percibían otra mayor, política y moral.
Pero únicamente de éstos podía venir la salvación de Alemania, ya que frente al lema mezquino y burgués de la salvación del Estado por la economía, oponían la salvación de aquél y de ésta, mediante el mejoramiento externo e interno del pueblo.
Quizá por primera vez en la historia de Alemania, la mirada del hombre vidente ya no se vuelve hacia el Estado o hacia la economía como hechos y funciones esenciales para la vida humana, sino hacia el ser y la esencia de la sustancia eterna, que es soporte del Estado y por lo tanto de la Economía.
Sobre los ideales políticos y económicos de los tiempos pasados, surge otro nuevo más decisivo: el «völkisch», el de lo nacional.
Por vez primera se da ahora la condición precisa para enjuiciar auténtica, independiente y noblemente, las causas verdaderas de nuestra decadencia, así como la realidad de nuestra situación.
Todos aquellos compromisos que en tiempos anteriores aspiraban a perturbar, confundir y dificultar la visión clara de las necesidades nacionales, perdieron desde ahora su influencia y con ella su importancia. Las consideraciones dinásticas, confesionales y partidistas, así como las formulariamente estatales, palidecieron frente al conocimiento de la esencia de aquello que, definido y vinculado con la sangre, era el soporte de toda la vida nacional.
Sea cual fuere en particular, la última causa aparente del desastre: el innegable fracaso de la suprema dirección en la hora de la mayor angustia y por tanto de las más fuertes exigencias, la perceptible flaqueza de la organización informe de nuestra vida política, la desalmada burocratización de nuestra administración, las continuas crisis nerviosas de algunos hombres o la ceguera demente de amplias masas, todo esto pasaba a un segundo término, frente a la honda convicción de que estas debilidades eran, cuando más, síntomas externos, ya que frente a ellas se alzaba el hecho impresionante, de que, en primer lugar, el pueblo alemán como tal, no estaba siquiera constituido, y en segundo, que el Estado se había quedado incompleto. Mientras Bismarck se afanaba en crear un imperio, con los grupos étnicos y los pequeños estados alemanes, el pueblo que era soporte del Estado, se desmembró en clases, y de este modo, al fin y al cabo, en los grandes elementos originarios de su formación nacional.
Mientras sobre los grupos étnicos alemanes se alzaba un poder imperial, éste mismo se convirtió en verdugo de los intereses locales, de clase y confesionales.
Tan grave era esta ruina interior, que podía propagarse abiertamente la idea de que para la nación y el Reich, –justamente en el momento más peligroso de éste– y por razones políticas, confesionales y de clase, era preferible la derrota al triunfo. Un sector gobernante rancio, a menudo superficial y socialmente cultivado, pero desarraigado nacional y étnicamente, no tuvo ni decisión ni fuerza para oponerse a semejante traición con la energía necesaria.
Por eso no lograron conjurar tampoco, los acontecimientos que trajo consigo su propia debilidad, y hoy estimo necesario recordar otra vez al pueblo alemán un hecho: Cuando el 30 de Enero de 1933 acudí a la Cancillería, no era el primero de los llamados para salvar al pueblo alemán, sino el último. Es decir, que detrás de mí no había nadie más, a lo sumo el caos.
Porque antes que yo, todos aquellos que se sentían llamados a ser guías y salvadores del pueblo alemán, habían hecho ya su experiencia. Y no sólo una vez, sino dos y tres, y aún más, debido a la escasa memoria del pueblo, los dirigentes de estos partidos pudieron ser celebrados siempre como Cancilleres y Ministros que iban a salvar una situación, de la que ellos mismos eran responsables. Los jefes socialdemócratas y centristas se relevaban continuada y mutuamente. Los políticos liberales y demócratas desempeñaban un papel secundario, y los partidos burgueses reformistas y económicos, participaban de esas actividades parlamentarias, como representantes de los llamados «elementos de derechas». Hasta el día en que el general von Schleicher abandonó la Cancillería del Reich, todos los «prominentes» de nuestro mundo político, marxistas, centristas y burgueses, teóricamente habían combatido los males de Alemania, y en la práctica, los habían aumentado con su actuación desde el Gobierno.
Según las reglas de la tan celebrada democracia parlamentaria, el partido nacionalsocialista debería haber entrado en el gobierno en 1930. Sólo a causa de la falacia de este mundo político es explicable que se haya diferido hasta el último momento el ejercicio de este derecho, y con él la salvación de la nación alemana.
Cuando al fin me fue confiada la gobernación del Reich, fue en un momento en que había fracasado el último intento de su salvación en otra forma, y en que el Partido era el único factor inédito en que aun podía pensarse para tal obra.
Esta larga vacilación había de traer realmente una ventaja para el movimiento, y por consiguiente para Alemania, ventaja que no fue perceptible hasta más tarde. Porque en los quince años de lucha por el Poder, en medio de una persecución y opresión continuas, por parte de nuestros enemigos, creció no sólo la íntima fuerza moral del Partido, sino también y ante todo su consistencia externa.
Así hemos logrado en el transcurso de quince años convertir la pequeña agrupación inicial, en una organización política, como hasta entonces no se había visto nunca en Alemania. Y por eso me fue posible tener en cuenta los resultados del proceso de selección inherente a una lucha de años, para la provisión de los puestos dirigentes del Partido.
Así pudo llegar al Poder el Nacionalsocialismo, no sólo como una organización compacta, sino también como una reserva viva de hombres capacitados.
Lo que en años de lucha, y aún hoy, me produce auténtica satisfacción, es el saber, que mi obra, ya no está a merced de una existencia única.
Lo que se le ocultó del todo al adversario, fue el hecho de que en ninguna época de nuestra historia hubo tal cantidad de hombres capacitados y enérgicos en el campo de la política, como en el momento de la conquista nacionalsocialista del Reich.
La ligereza con que se afirmaba que nuestro movimiento disponía de las masas pero carecía de cabezas, estaba de acuerdo con el limitado horizonte y la miopía de las críticas burguesas de entonces. La realidad es que este movimiento encontró una masa, porque ésta, instintivamente, descubrió y reconoció las cabezas que había en aquél. La verdadera prueba de la existencia de una mentalidad política, no es la falta de partidarios, sino más bien de que la falta de masas presupone también la ausencia de una cabeza. Claro que es más fácil y desde luego menos trabajoso, ir por el mundo como un hombre solitario e ingenioso y en su fuero interno reputarse una gran figura de la historia, que agrupar a hombres con los que hay que hacerla. Durante quince años este Partido no hizo otra cosa que reunir hombres, organizarlos y formarlos, de tal modo, que cuando al fin llegó la hora de hacerse cargo del Poder, pudo hacerlo con estricta legalidad, e incluso seguir la ley de la democracia.
Una revolución sin precedentes
El programa de nuestro movimiento significaba una revolución en la mayor parte de las esferas hasta aquí informadas por conceptos y principios sociales, políticos y económicos.
El mismo acceso al Poder fue una revolución que superó las realidades existentes. Como siempre, cabía el peligro de que un movimiento oprimido durante muchos años, rompiese las cadenas que le sujetaban, sin poder hacer un uso razonable de la libertad adquirida. Pero para todos nosotros es un orgullo el haber presenciado el entusiasmo con que nuestro movimiento realizó la revolución del año 1933.
Y es también una satisfacción no menor poder comprobar, que en todo este tiempo no padeciera la férrea estructura de nuestra organización, y, sobre todo, la disciplina del movimiento nacionalsocialista, como tal. ¿Cuándo se ha llegado a la conquista de un Estado, en tales circunstancias, con seguridad y calma análogas?
La mayor revolución en la historia de nuestro pueblo, un hecho cuya significación comienza ahora a abrirse camino poco a poco e incluso en el resto del mundo, tuvo lugar sin la menor destrucción de bienes materiales, y sin los excesos sangrientos que tan frecuentemente se daban y se dan en otros países, con ocasión de cualquier insignificante disturbio.
Y esto no fue así, porque los jefes nacionalsocialistas no hubieran podido soportar el derramamiento de sangre. ¡No!
Todos fuimos soldados que vivieron la guerra más espantosa, hemos visto un sinnúmero de muertos y muchas veces esperamos la muerte cara a cara.
La revolución alemana fue incruenta, porque todos estábamos decididos, incluso en el curso de aquélla, a subrayar nuestro propio carácter germánico. Con un mínimo de sufrimiento, queríamos conseguir un máximum de eficacia.
Al volver hoy la vista a los primeros cinco años de revolución nacionalsocialista, he de afirmar, que el número de muertos de nuestros adversarios, no representan ni la mitad de los nacionalsocialistas que ellos asesinaron antes. Y así mismo, que estos muertos, fueron a su vez víctimas de nuevos ataques a la revolución nacionalsocialista.
Por lo demás, empleando otros procedimientos, hemos sabido proteger realmente al Estado, contra los que se creían en la obligación de sabotear la exaltación nacionalsocialista, en parte con instintos criminales, y en parte por determinados intereses económicos o políticos.
A pesar de esta moderación y disciplina, realmente sin precedentes, que el movimiento nacionalsocialista observó en la realización de su revolución, hemos podido ver cómo cierta prensa extranjera derramaba sobre el nuevo Reich una verdadera oleada de mentiras y calumnias. Especialmente en los años 1933 y 1934 pudimos observar cómo estadistas, políticos o periodistas, en los llamados países «democráticos», se sentían obligados a criticar las medidas y los métodos de la Revolución nacionalsocialista. Era una mezcla de soberbia y de lastimosa ignorancia, la que más de una vez se atrevió a erigirse en juez de los acontecimientos de un pueblo que, cuando más, hubiesen podido servirles de ejemplo, precisamente a esos apóstoles de lo democrático.
Porque, ¿cuándo se ha verificado nunca en esos países, una revolución semejante, en análogas condiciones?
¿Tengo quizá que recordaros el gran ejemplo de todas las revoluciones, en que la guillotina celebró sus sangrientas orgías durante un lustro, precisamente el tiempo que ha durado nuestra revolución? O esa revolución bolchevique que ha dado muerte a millones de hombres, y cuyos asesinos, manchados de sangre, ocupan puestos prestigiosos en el Consejo de las instituciones democráticas? Tengo que recordar la carnicería de la chusma marxista en España, cuyo número de víctimas, según cálculos de hombres ponderados, procedentes de los mismos países democráticos, se acercaría y más bien pasaría del medio millón? Ya sabemos que estas matanzas, no han conmovido hasta ahora ni lo más mínimo, a los honrados espíritus democráticos de los pacifistas. Lo comprendemos muy bien, ya que tras de su máscara hipócrita, no se oculta generalmente más que la voluntad de la más brutal de las violencias. No hago mención de esto con la intención de convertir en modo alguno a ciertos difamadores y calumniadores destacados del judaísmo internacional; lo recuerdo sólo para demostrar al pueblo alemán, la singular moderación con que procedió la revolución nacionalsocialista en Alemania, y la singular desfachatez con que se escribió y habló, y todavía se habla y escribe sobre ella. La mejor prueba de la falsedad de esas afirmaciones, está en nuestro indiscutible éxito. Porque si en estos cinco años hubiésemos hecho estragos análogos a los de los honrados ciudadanos democráticos de procedencia soviética o hispanosoviética, es decir, de raza judía, no habríamos logrado hacer de esa Alemania, materialmente destrozada, un país ordenado y en trance de general resurgimiento. Y precisamente porque es así y así debe ser, reclamamos el derecho a proteger nuestra obra haciendo imposible que naturalezas criminales o insensatas, pudieran perturbarla.
II. El resurgimiento de Alemania, 1933-1938
Hechos, no palabras
Y al dar hoy cuenta, señores diputados del Reichstag, ante todo el pueblo alemán de la obra realizada, puedo llamar la atención sobre sus resultados, tan prodigiosos y únicos, que en ellos mismos reside la máxima justificación de los métodos que hemos empleado y con ello también de la seguridad de dichos resultados. Como ya indiqué antes, la situación alemana de 1932, había caído, incluso en lo económico, en una depresión tan profunda, que para muchos hombres –precisamente los mejor preparados en estas cuestiones–, no parecía existir ni la más leve esperanza de una mejora.
Cuando el 30 de Enero, el Presidente del Reich, me encomendó la Cancillería, la situación de Alemania, vista desde aquélla, era casi totalmente desesperada. Las mejores cabezas habían fracasado en sus intentos de remediarla. Todos los métodos económicos puestos en práctica, habían resultado ineficaces. Un negro fatalismo se había apoderado de nuestro pueblo, y los que predicaban que había que destruir todo antes de pensar en una reconstrucción, parecía que iban imponiendo progresivamente su perniciosa doctrina, pues la salvación de un pueblo, desde un punto de vista humano, es sólo posible, mientras existe en cada ciudadano el anhelo de un nivel superior de vida. Pero todo hundimiento en un caos, tenía que conducir a una destrucción de los últimos restos de un nivel de vida razonable, y por consiguiente, a la anulación de un anhelo, que partiendo de una base material todavía existente, tiende al mejoramiento de aquélla. El culto de lo primitivo, propio del Bolchevismo, destruye implacablemente los impulsos hacia un mejoramiento del nivel de vida, latentes en el hombre, comenzando por destruir toda posibilidad de mejora en los rendimientos de su trabajo.
Estos funestos apóstoles del caos, se encontraron frente a frente con aquellos egoístas burgueses, para los cuales la salvación económica de una nación, no estaba más que en la seguridad de una ganancia reducida, sin tener en cuenta los intereses de la comunidad. Como en todas las épocas de crisis, la especulación trataba de sacar una ganancia personal, valiéndose de las circunstancias, es decir, aprovechar esa necesidad, para manipulaciones explotadoras y tratos fraudulentos.
El propio pueblo no tenía una idea clara del camino posible para una salvación, sino la torpe sensación de una depauperación más o menos fatal. Por eso estaba predispuesto a estar de acuerdo con quienes afirmaban que aquello era el resultado de un proceso irremediable, o por el contrario, a seguir a aquellos que con cualquier fórmula engañosa les prometían un camino, el más sencillo y más cómodo posible, para salir de una situación que se había hecho insoportable. Y mientras tanto, el tiempo apremiaba, a medida que el desorden no sólo había entrado en los ingresos de los particulares, sino, ante todo, porque también la economía de las corporaciones de la vida pública y privada, se encontraba al borde de la bancarrota. En este momento, me hice cargo como Canciller de la gobernación del Reich y con ella de su responsabilidad.
Frente a una situación tan catastrófica, era necesario lo siguiente:
1.° Comenzar con medidas generales.
2.° Obrar instantáneamente.
Ni había tiempo que perder, ni podía esperarse que con una continuación de aquellas actuaciones a medias, pudieran lograrse resultados distintos hasta los ahora conseguidos. Lo que debía esperar la nación en esta hora, si es que de veras quería ser salvada, era el valor de la acción y no el de la palabra o el de la crítica.
Cuando centenares de miles de campesinos se encuentran en un país ante la pérdida de sus haciendas y de sus bienes; cuando centenares de miles de empresas tienen que cerrar sus puertas, dejando en la calle a sus empleados y obreros; cuando un ejército de más de seis millones de desocupados, en aumento constante, gravan de un modo abrumador la Hacienda del Reich, de los Estados y de los municipios, y que a pesar de todos los subsidios, apenas si puede comprar lo más indispensable para la vida; cuando existe un proletariado intelectual para el cual la cultura adquirida es una maldición en lugar de una bendición; cuando se despueblan las viejas ciudades industriales antes florecientes, y grandes regiones empiezan materialmente a perecer por falta de mercado para sus productos; cuando en otras de aquéllas, los niños de 3 o 4 años carecen de dientes como consecuencia de una miseria espantosa y de su depauperación consiguiente; cuando es imposible conseguir para ellos ni pan ni leche; cuando las palabras de un implacable enemigo, que dijo que en Alemania sobraban 20 millones de hombres, comienzan a convertirse de esta manera y poco a poco en una terrible realidad, entonces, un pueblo en esta situación no pide escritorzuelos periodísticos, ni charlatanes parlamentarios, no clama por comisiones investigadoras, ni por debates internacionales, ni por votaciones ridículas, ni por fórmulas superficiales de los llamados «estadistas» nacionales o extranjeros. No. ¡Exige una acción que traiga la salvación por encima de charlatanerías y necedades de artículos de prensa! ¡No tiene interés alguno por los trabajos literarios de los corresponsales internacionales, bolcheviques de salón, sino que sólo le interesa la ayuda que pueda sacarle de su extremo infortunio! Y ante todo: el que se siente obligado por la misión de hacerse cargo de la gobernación de un pueblo en tales momentos, no es responsable ante las normas parlamentarias al uso, ni ante una determinada concepción democrática, sino exclusivamente ante la misión que le ha sido encomendada. Quien perturba esta misión, es un enemigo del pueblo, y lo mismo da que intente hacerlo como bolchevique, como demócrata, como terrorista revolucionario, o como iluso reaccionario. En tiempos de crisis no actúa tampoco en nombre de Dios, el que indolentemente anda por el país con sentencias bíblicas y se pasa el día, parte en la inacción, parte en la crítica de lo que hacen los demás, sino el que da a su oración la forma más elevada, la que une a un hombre con su Dios: la forma del trabajo.
Y al rendir hoy cuentas ante el pueblo alemán, puedo mirar orgullosamente cara a cara, a todos esos cientos de miles y millones de seres, que en la ciudad y en el campo se ganan su honrado sustento con el sudor de su propio trabajo. En estos cinco años, yo he sido también un trabajador. Sólo que mis preocupaciones personales estaban aumentadas con las del hoy y el mañana de otros 68 millones de ellos. Y lo mismo que estos otros prohíben, y con razón, que les perturben en su trabajo los incapaces o los ociosos, así prohíbo yo que lleguen a dificultar el mío los ignorantes, los granujas, los malintencionados o los indolentes. Yo tenía derecho a volverme contra todo el que en vez de colaborar considera solamente como misión propia, el juicio y el examen crítico de nuestra labor. Tampoco la fe exime de la obligación de unirse a la labor de los que están llevando a cabo la salvación de una nación. Pero ese derecho que yo tengo a proteger mi labor y la de todos nosotros contra todo género de perturbadores públicos, quisiera basarlo únicamente en los resultados de dicha labor. Esos resultados son indiscutibles, y son más dignos de atención, porque en la mayoría de los casos no dispuse de normas basadas en realizaciones anteriores, sino simplemente de un buen sentido propio, y de una sincera voluntad de no capitular nunca ante los obstáculos, sino de desafiarlos animosa y valientemente. Y a esto quisiera añadir aquí, en este mismo sitio, una apreciación más extensa:
Si Alemania está hoy salvada económicamente, el pueblo alemán se lo debe únicamente a su propio gobierno y a su propio trabajo. El extranjero no ha contribuido a ello en nada. Fuera de la repulsa llena de odio o de la sabiondez de corto alcance, no sabemos de nada que pudiera estimarse apenas como un positivo interés por Alemania; y de ayuda, ni hablar siquiera.
Jamás esperé, tampoco, otra cosa. Para los nacionalsocialistas es el A. B. C. de nuestro credo político y económico, no esperar la salvación de una ayuda extranjera cualquiera, ya sea de origen político, económico o financiero, sino buscar ésta exclusivamente en el ámbito del propio entendimiento y de la propia fuerza.
Trabajo y salario
Lo decisivo en este caso; era el conocimiento de que el nivel de vida de una nación sólo puede ser el resultado exclusivo de una producción total de bienes vitales, es decir, que todos los salarios y sueldos, pagados en Alemania, no tienen más valor real que el que les da el trabajo realizado como cosa o mercancía. Teoría altamente impopular en una época en que resuena el grito de: «¡Más salario y menos trabajo!»
Cuando me hice cargo de la gobernación del Reich, el número de obreros sin trabajo, sobrepasaba en mucho de 6 millones, y el de los miembros de sus familias afectados por ello, excedía el de 15 millones y medio. Esto significaba también, que la solución de este problema no era solamente el proporcionar a esos 15 millones de seres, dinero para vivir, sino más bien producir géneros susceptibles de ser adquiridos con ese dinero. De ahí que el programa económico nacionalsocialista no sea en sustancia de numerario, sino especialmente de producción. Cuanto mayor es la cifra total de producción, mayor será la participación que en su disfrute corresponde a cada individuo. El dinero en sí, no es más que un recurso al servicio de la distribución de los bienes producidos. Pero al mismo tiempo, para procurar a la nación la posición que necesita en el mundo para la libre realización de sus fines vitales, era necesario conseguir una producción adicional, que en concepto de armamento nacional, beneficiase al pueblo, no directa, sino indirectamente. Claro que no hay que identificar la salvación alemana con engañosas manipulaciones monetarias, es decir, engañar a nuestros compatriotas por medio del salario variable y su consiguiente escala de precios, sino que era necesario asegurar por medio de una producción incrementada, la capacidad adquisitiva permanente de las riquezas, también incrementadas, del pueblo.
Permitidme ahora que en una breve exposición de nuestra vida económica, con una sobriedad aritmética os revele hasta qué punto ha resuelto el nacionalsocialismo este problema:
Aumento de la producción alemana
En el año 1932, es decir, antes de nuestro acceso al Poder, los ingresos nacionales eran de 45.200 millones de marcos. Ya en 1933 subieron a 46.600 millones, pura alcanzar en 1937 la cifra redonda de 68.000 millones de marcos.
Frente a ese aumento de los ingresos, el índice general de vida se encuentra en un nivel casi igual. En 1932 fue de 120,6 y en 1937 de 125,1. Es decir: mientras que los ingresos de la nación se elevan en un 50 por 100 aproximadamente, la elevación del índice general de vida no es más que del 4 por 100.
Las causas de ello están en el desarrollo de nuestra producción total. El valor de la producción industrial fue:
en 1932 | de | 37.800 millones |
en 1933 | de | 39.900 » |
pero en 1937 | pasaba ya de | 75.000 » |
A él responde también en particular, la cifra de ventas, por ejemplo, en el artesanado, que
en 1932 | era de | 9.500 millones |
en 1933 | » | 10.100 » |
fue en 1937 | » | 22.000 » |
Como comparación citaré también la cifra total de ventas del comercio al por menor, que de 21.800 millones en 1933 se elevó a 31.000 millones en 1937.
Pero también la producción agrícola, a pesar de que ya estaba sometida a un cultivo sumamente intenso, ofrece un aumento.
En el año 1932 se eleva a 8.700 millones de marcos y en el 1937 pasa de los 12.000 millones de marcos.
Y no se trata aquí únicamente de un problema de ajuste de precios, sino de aumento de producción, como lo prueba el hecho de que, a pesar de la mayor capacidad adquisitiva del pueblo alemán y, por consiguiente, de la mayor afluencia al mercado a ella inherente, especialmente al de víveres, el abastecimiento nacional que en 1932 fue cubierto en un 75% con la producción propia, subió ya en 1936 al 81%.
Especifiquemos ahora con algunos ejemplos, el aumento de la producción industrial, cuyo valor pasó de 37.800 millones a 75.000 millones. En los cinco años de economía nacionalsocialista, aumentó:
la fabricación de | papel | en un 50% |
» | aceites pesados (Diesel) | en un 66% |
» | hulla | en un 68% |
» | aceites combustibles | en un 80% |
» | petróleo | en un 90% |
» | seda artificial | en un 100% |
» | aceite para el alumbrado | en un 110% |
» | acero | en un 167% |
» | lubrificantes | en un 190% |
» | bencina y otros carburantes | en un 470% |
» | aluminio | en un 570% |
» | lana celulosa | en un 2.500% &c. |
Estas producciones nacionales, intensificadas de un modo gigantesco, han creado aquellos valores que aseguraron a la moneda alemana su capacidad adquisitiva, y con ella su estabilidad, a pesar de que en el mismo tiempo –respondiendo a este incremento de la producción–, el número de obreros sin trabajo decreció desde 6.500.000 en el momento de hacernos cargo del Poder, hasta unos 470.000 a principios de octubre de 1937.
Pero el número de las personas reincorporadas al proceso de la producción es todavía de unos 2 millones más.
El comercio exterior
Esta enorme actividad económica, se revela también en las cifras del comercio exterior. Sin participar en conferencias internacionales, sin estar en posesión de esas gigantescas posibilidades económicas de otras potencias mundiales, hemos conseguido que las importaciones pasasen de 4.200 a 5.500 millones, y las exportaciones de 4.900 millones en 1933 a 5.900 millones en 1937.
El ahorro
A esto responde también la confianza del pueblo alemán en su política económica, expresada en el aumento del ahorro. En las Cajas de Ahorro locales y provinciales aumentaron las imposiciones en esta forma:
De | 11.400 millones de marcos en 1932 |
a | 12.100 millones de marcos en 1933 |
a | 14.600 millones de marcos en 1936 |
y a | 16.100 millones de marcos en 1937 |
Un fenómeno en concomitancia con esta economía nacional dirigida, fue la reducción del tipo de interés, que para los créditos a corto plazo, bajó del 6,23% en 1932 al 2,93% en 1937, y para los créditos a largo plazo del 8,8% en 1932 al 4,5% en 1937.
Los ingresos del Reich
Los ingresos del Reich fueron los siguientes:
1932 | 6.600 millones |
1933 | 6.800 » |
1934 | 8.200 » |
1935 | 9.600 » |
1936 | 11.500 » |
1937 | 14.000 y en 1938, pasarán de 17.000 millones. |
De la copia de datos que prueban este gigantesco incremento de la producción alemana, y por consiguiente la mejora de la economía, sólo quiero destacar un par de sectores con algunas cifras.
La producción de carbón, hierro y acero
La extracción de hulla que
en 1932 | fue de | 104,7 millones de toneladas |
en 1933 | » | 109,7 » |
en 1934 | » | 124,9 » |
en 1935 | » | 143 » |
en 1936 | » | 156 » |
en 1937 | alcanzó | 184,5 » |
También la extracción de lignitos ofrece un cuadro análogo:
1932 | 122,65 millones de toneladas |
1933 | 126,79 » |
1934 | 137,27 » |
1935 | 147 » |
1936 | 161,37 » |
1937 | 184,7 » |
Este incremento anual de casi 80 millones de toneladas de hulla y 62 millones de toneladas de lignitos, es un factor de distinta significación al de las tan celebradas democracias, cuando sin un contravalor correspondiente, aumentan en tantos miles de millones el numerario en circulación.
Un cuadro no menos importante nos ofrecen la producción y fundición de acero, así como la extracción de mineral de hierro.
La producción alemana de acero representó:
en 1933 | 9.660 millones de toneladas |
en 1934 | 13.550 » |
en 1935 | 16.010 » |
en 1936 | 18.614 » |
en 1937 | 19.207 » |
y en 1938 alcanzará alrededor de 21 millones de toneladas.
En los mismos años, la fundición pasó de 1,4 a 3,7 millones de toneladas.
Estos son los resultados de un proceso de producción, cuyos signos externos son los miles de chimeneas y altos hornos que volvieron a funcionar, los millares y millares de fábricas y talleres, en los que han vuelto a encontrar trabajo y sustento esos millones de alemanes que el nacionalsocialismo arrancó del paro forzoso.
Después de los Estados Unidos, hoy es nuevamente Alemania el principal país productor de acero del mundo.
La producción de mineral de hierro fue:
en 1932 | de | 1,3 millones de toneladas |
en 1933 | se elevó a | 2,6 » |
en 1934 | » | 4,3 » |
en 1935 | » | 6 » |
en 1936 | » | 7,5 » |
en 1937 | » | 9,6 » |
Hasta 1940 y en vista de las medidas adoptadas ascenderá a 20 millones de toneladas, y a esto hay que añadir la explotación adicional que en cumplimiento del plan cuadrienal, obra del camarada Göring, y sólo en la empresa nacional Hermann Göring representará una producción que en 1940 pasará de los 21 millones de toneladas. Por consiguiente, la producción total de mineral de hierro en Alemania, en el curso del año 1940, será de 41 a 45 millones de toneladas, frente a los 1,3 millones de 1932.
Aquí puede apreciar el pueblo alemán que su crisis ha sido vencida, no con palabrerías, sino con medidas gigantescas y únicas.
Análogo es el resurgimiento de nuestra propia producción en otra serie de aspectos.
La producción de bauxita, por ejemplo, subió de 1.360 toneladas en 1932, a 73.280 en 1937.
La de magnesita de | 0 a 21.000 toneladas |
La de fluorita de | 36.000 a 127.000 toneladas |
La de barita de | 110.000 a 423.000 toneladas |
La de grafito de | 21.000 a 24.000 toneladas |
La de cal asfáltica de | 33.000 a 109.000 toneladas |
La de mineral arsenioso de | 2.800 a 26.400 toneladas |
La de pirita de | 165.000 a 420.000 toneladas |
La de mineral de níquel de | 0 a más 87.000 toneladas |
La de plomo y mineral de cinc de | 1,18 a 2,4 millones de toneladas. |
La elaboración de sales de potasa en bruto subió de 6.415 millones en 1932 a 14.460 millones de toneladas.
La obtención de petróleo subió de 238.600 toneladas en 1932, a 453.000 toneladas en 1937.
La producción de carburantes ligeros, es decir bencina, &c., subió de 386.000 toneladas en 1933, a 480.000 tonelada en 1937, y excederá ahora de 1.700.000 toneladas aunque todavía no han comenzado a funcionar las grandes instalaciones del plan cuadrienal.
La producción de aceites para motores Diesel, aumentó de 60.000 a 120.000 toneladas.
La de lubrificantes de | 45.000 | a 140.000 toneladas |
La de aceites de combustión de | 167.000 | a 320.000 toneladas |
La de aceites para alumbrado de | 19.000 | a 40.000 toneladas |
La producción de lana pasó de 4.700 toneladas a 7.500 toneladas en 1937.
La de lino de | 3.100 | a 24.000 toneladas |
La de cáñamo de | 210 | a 6.000 toneladas |
La de lana de celulosa de | 4.000 | a 100.000 toneladas |
La de seda artificial de | 28.000 | a 57.000 toneladas |
Podría prolongar esta serie de ejemplos con otros. Todos ellos son la prueba documental de una labor, como aún no se había realizado nunca en nuestro pueblo.
A ellos se unirán, dentro de pocos años, los resultados complementarios del plan cuadrienal. ¿Qué representan frente a esta obra, única en el mundo, los criticastros nacionales y extranjeros, los garabatos de periodistas mezquinos y malintencionados o los parlamentarios incapaces? ¿No es, finalmente, una ironía de la historia mundial, que precisamente los países donde solamente conocen las crisis sean los que nos critiquen y se vean obligados a darnos sus consejos?
Sin consejos, y sobre todo, sin ayuda de los demás, hemos intentado dominar una crisis, frente a la cual, más de un Estado próximo, se encuentra en la incapacidad de dominar.
El tráfico
Quisiera ahora ofrecer al pueblo alemán los resultados obtenidos en otras zonas de nuestra obra.
En 1932 el volumen de operaciones de la industria alemana de maquinaria, pasó de 37,1 millones de marcos,
en 1933 | de 42,1 millones de marcos |
en 1934 | de 55,8 |
en 1935 | de 73,3 |
en 1936 | de 88,7 |
y en 1937 | en los tres primeros trimestres de 111 millones de marcos. |
En la de vehículos de motor se autorizó la circulación:
en 1932 de | 56.400 motocicletas |
en 1937 de | 234.000 » |
en 1932 de | 41.100 automóviles |
en 1937 de | 216.000 » |
en 1932 de | 7.000 camiones |
en 1937 de | 59.600 » |
Hace cinco años y medio, Alemania tenía, en total, un millón y medio de vehículos de motor y hoy cuenta con tres millones aproximadamente.
Y dentro de pocos años, el automóvil popular hará cambiar totalmente estas cifras.
Si en 1937 se concedió un número de licencias de circulación para vehículos automóviles, cinco veces mayor que el de 1932, la exportación de ellos se ha aumentado en casi ocho respecto a la de 1932.
Paralelo a este crecimiento del tráfico automóvil, va el aumento del tráfico en general.
La navegación fluvial, transportó: en 1932, 73,5 millones de toneladas de mercancías y en 1937, 180 millones de toneladas de mercancías.
Las nuevas obras para regular los cursos de los ríos y la construcción de canales, completarán la ya hoy nutrida red de nuestras vías de navegación fluvial, determinando un aumento del tráfico.
La navegación marítima alemana transportó en 1932, 36 millones de toneladas, en 1937, 61 millones de toneladas.
Los «cementerios de barcos» del Elba y del Weser, y de otras regiones costeras alemanas, han desaparecido después de 1932.
A esto responden también las nuevas construcciones de nuestros astilleros. En 1932, los astilleros alemanes tenían 22.000 toneladas, únicamente del país, pues los pedidos del extranjero puede decirse que no existían. A fines de 1937, el cuadro es como sigue: Se habían puesto en grada 370.000 toneladas para el país y 350.000 para el extranjero, y aún no se habían puesto en quilla otras 400.000 toneladas. Esto arroja un total de 1.120.000 toneladas.
Aquí no están incluidas las nuevas construcciones de la marina de guerra. Es decir, que los astilleros alemanes que en 1932 tenían un pedido de 22.000 toneladas, trabajan actualmente en un pedido 1.120.000 toneladas, sólo para la marina mercante.
Los ferrocarriles alemanes tenían en 1937 para el transporte de mercancías un número de vagones 47% mayor, por término medio, que el de 1932. A esto corresponden los ingresos por tráfico de mercancías. El año 1937 representan un 70% más que en 1932, un 78% más, de toneladas transportadas, y un 83% más de toneladas transportadas por kilómetro.
Las existencias de camiones de carga de los ferrocarriles alemanes, aumentan, desde 217 unidades en 1932 a 3.137 en 1937; el número de líneas de autobuses, de 53 a 1.131 y la extensión de éstas, de 1.321 a 46.715 kilómetros. En la misma proporción aumentó el tráfico con coches ligeros.
El número total de personas transportadas por los autobuses de los ferrocarriles alemanes ha subido de 480.000 en 1932, a 2.500.000 en la actualidad.
Los rendimientos de los ferrocarriles alemanes, se revelan también en el aumento del número de toneladas por kilómetro de explotación, que de 178 mil millones, se elevó a 274 mil millones y, por consiguiente, en un 54%. En otros aspectos del tráfico de nuestros ferrocarriles, se observa un incremento análogo, que encuentra su última expresión en los ingresos que en 1932 eran de 2.234 millones y en 1937 se elevan ya a 4.480 millones de marcos.
El aumento del servicio postal confirma este importante resurgimiento general de nuestra vida económica.
El número de cartas subió de 5.600 millones en 1932, a 6.400 millones en 1937.
El de paquetes postales de 227 a 296 millones.
El de giros postales de 1.021.819 a 1.119.372.
El activo, por término medio anual, de 461 a 729 millones de marcos.
Las operaciones sobre cuentas postales de 703 a 904 millones de marcos.
El movimiento de fondos por giros postales de 103.000 a 161.000 millones de marcos.
El número de cabinas telefónicas de 2.960.000 a 3.578.000.
Los envíos por correo aéreo de 135.000 a 3.600.000 kilogramos.
El total de ingresos de 1.658 a 1.940 millones.
Las líneas de autobuses de Correos, transportaron en 1933, 60 millones de personas y en 1937 más de 80 millones.
La extensión de las líneas postales aéreas aumentó de 31.000 a 62.000 kilómetros. El recorrido anual de aquéllos, de 9 millones a 18 millones de kilómetros. La cifra de pasajeros de 100.000 a 326.000. El número de aeródromos aumentó desde 1933 en más de 100, a los que hay que añadir 62 campos de aterrizaje para el tráfico y para fines industriales.
Desde 1933, la Federación alemana de aviación deportiva, comprende 600.000 miembros; en 1937, el cuerpo de aviadores nacionalsocialistas contaba con 3 millones de miembros, de ellos 50.000 activos, con 6 escuelas de pilotos para el vuelo con motor y 22 para vuelo sin él, y 400 aviones con motor y 4.500 sin él.
El desarrollo de la construcción de carreteras alemanas es enorme. Para la conservación y construcción de ellas, incluyendo las autopistas se gastaron: en 1932: 440 millones; en 1933: 708 millones; en 1935: 1.325 millones; en 1937: 1.450 millones; pudiendo comenzarse la construcción de 2.300 kilómetros.
La red de autopistas es la mayor construcción del mundo, y con 240 millones de metros cúbicos de tierras removidas, excede, ya, con mucho, a las obras del Canal de Panamá.
En las carreteras generales alemanas, de 1934 a 1937, se han ensanchado unos 10.000 kilómetros con 6 metros de calzada y de 8 a 10 metros de anchura total; 7.500 kilómetros fueron provistos de un firme duro o semiduro; se renovaron o fueron construidos de nuevo 344 puentes y se hicieron desaparecer centenares de pasos a nivel y de travesías de pueblos, mediante pasajes superiores o inferiores y desviaciones que rodean a aquéllos.
Al mismo tiempo se ensancharon 6.000 kilómetros de carreteras de primero y segundo orden; 5.000 kilómetros fueron dotados de firmes duros o semiduros; se renovaron o construyeron en ellas 600 puentes y asimismo se hicieron desaparecer numerosos pasos a nivel y travesías de pueblos mediante pasajes superiores o inferiores o desviaciones que rodean a aquéllos. He aquí los grandes puentes construidos: 6 en el Rhin, 4 en el Elba, 2 en el Oder, 3 en el Danubio, 1 en el Weser, 1 en el Pregel.
Y en las autopistas se construyeron, además, unos 3.400 puentes en números redondos.
Nuestra obra en el aspecto social
Al enorme incremento de las obras realizadas en éste y en otros terrenos, corresponde la intensificación en la construcción de viviendas, que alcanzaba ya en 1937 el número de 340.000 alojamientos, lo que representa más del doble que en 1932.
En total, desde el acceso del nacionalsocialismo al Poder, han sido puestas a disposición del mercado más de 1.400.000 nuevas viviendas.
Quisiera completar aún lo anterior, diciendo algo sobre nuestras organizaciones y sobre nuestra obra de previsión social.
En 1937 el número de miembros del Frente alemán del Trabajo era de 17.937.000. Cifra que se eleva a más de 20 millones con los de las Corporaciones afiliadas, sin incluir a los miembros de la Cámara nacional de Cultura y los del Sindicato de la Alimentación.
Y he aquí ahora lo que se ha hecho en beneficio de la clase obrera en cuanto a previsión social:
La situación de los contratos colectivos, antes de nuestro acceso al Poder, puede describirse en pocas palabras del siguiente modo: 13.000 reclamaciones de salario, intrigas entre los diversos grupos de intereses, esquematismo de las escalas, nivelación de las condiciones de trabajo, salarios inferiores a las escalas señaladas, forcejeos, huelgas, lockout y general descontento.
Después de cinco años de reconstrucción nacionalsocialista: 7.000 convenios de salarios, precisión en las relaciones jurídicas; en lugar del esquematismo de las escalas, fijación de condiciones mínimas; aumento progresivo del salario según el rendimiento; desaparición de la lucha de clases por medio de huelgas y lockouts; nada de salarios inferiores a lo señalado; protección eficaz de todos los intereses sociales, equilibrio social por medio del Frente de Trabajo y paz social en toda la línea.
Vacaciones retribuidas
Régimen de vacaciones anterior a nuestro acceso al Poder:
Los gastos, generalmente, a cargo del obrero; no había derecho legal a ellas; largo tiempo de espera hasta que por primera vez se conceden y duración insuficiente, que a lo sumo es de cinco días.
Después de cinco años de reconstrucción nacionalsocialista:
Todo ciudadano que trabaja tiene derecho a unas vacaciones retribuidas, no sujetas a un máximo sino a un mínimum; regulación de ellas según el tiempo que lleve en la empresa, la edad, el tiempo que ha ejercido la profesión y la intensidad del trabajo; menor duración de la espera, que por regla general es de seis meses hasta el primer permiso; aumento del período de disfrute, que es hasta de dieciocho días para los jóvenes; concesión de ellas a los temporeros, y sano descanso mediante los viajes a precio reducido organizados por la institución «Fuerza por la Alegría».
Salarios
Política de salarios antes del acceso al Poder:
El salario igual al precio fijado para la mercancía «trabajo»; establecimiento esquemático de salarios máximos; el nivel de los salarios influido por la falta de trabajo y pagados por bajo de la escala señalada; esfuerzos para la reducción de los salarios a destajo y pasividad en el rendimiento, inestabilidad de los ingresos y falta de ellos a consecuencia de los días festivos.
Después de cinco años de reconstrucción nacionalsocialista:
Seguridad del derecho al trabajo y seguridad de un mínimum de ingresos; aumento de los salarios paralelo al de la producción; el nivel del salario a tono con el rendimiento; estabilidad de los ingresos; retribución saneada y justa del trabajo a destajo; medidas para compensar las cargas familiares y pago del salario de los días festivos.
Sanidad
Medidas adoptadas para el cuidado de la salud nacional:
Sabiendo que el mantenimiento de la salud del hombre que trabaja, es de la mayor importancia para el pueblo y para el Reich, el Frente del Trabajo alemán, prestó especial atención a este punto como lo demuestran las siguientes cifras:
1937: 17.000 visitas e inspecciones hechas a las empresas. 620.000 reconocimientos médicos del personal de aquéllas con tratamiento apropiado en casos de enfermedad. 36.000 inspecciones de fábricas. Las sumas invertidas por las empresas, en mejoras de orden social, pasa de 600 millones de marcos desde 1933. Todo esto se perdía antes con las huelgas y «lock-outs».
He aquí, en detalle, las mejoras o nuevas construcciones realizadas:
23.000 | salas de trabajo. |
6.000 | patios de talleres. |
17.000 | comedores y salas de descanso. |
13.000 | duchas y guardarropas. |
800 | salones para reuniones de los camaradas. |
1.200 | campos de deportes. |
Se realizaron además, mejoras en el alojamiento de las tripulaciones de 3.600 barcos, y más de 5.000 pueblos han tomado parte en la obra de embellecimiento de ellos.
Cultura obrera
La obra de educación del pueblo ha permitido la asistencia del obrero alemán a 62.000 actos culturales en números redondos: conferencias, cursillos, trabajos de perfeccionamiento popular organizados en las empresas, ciudades y pueblos, comunidades de trabajo, visitas por grupos, excursiones instructivas, exposiciones, &c.
A estos actos culturales asistieron en 1936 más de 10 millones de personas. 48.000 representaciones teatrales lograron 22,1 millones de espectadores; 47.000 proyecciones cinematográficas y 18,6 millones de espectadores; 11.000 conciertos y 5,6 millones de oyentes; 1.300 exposiciones en las fábricas y 3,3 millones de visitantes; y 121.000 actos culturales diversos lograron más de 50 millones de asistentes, todo ello en números redondos. Además, unos 600 campamentos de trabajo (para la construcción de autopistas, de carreteras alpinas, de obras para el ejército, &c.), con más de 180.000 hombres, han utilizado estos actos culturales. Más de 300 representaciones especiales, proporcionaron esparcimiento a 190.000 soldados y jóvenes del Servicio del Trabajo en sus horas libres; 74.000 hombres han participado en viajes terrestres y cruceros marítimos. Entre el Ejército y el Servicio del Trabajo, fueron organizados 30 actos en los que intervinieron 225.000 personas; 480 conciertos en las fábricas, en los que intervinieron bandas militares y agrupaciones musicales del Servicio del Trabajo, lograron más de 500.000 oyentes. En total, se ha dado ocasión de esparcimiento y recreo a más de dos millones de personas.
En los deportes, desde 1934, han tomado parte unos 21 millones de personas con más de un millón de ejercicios. En las playas, unas 350.000 personas pudieron aprovechar las enseñanzas deportivas. La dirección del deporte está conferida a más de 4.500 profesionales. ¿Cuándo se ha hecho otro tanto con el obrero?
Viajes «La Fuerza por la Alegría»
Los viajes, las excursiones y las vacaciones organizadas han tomado un gran incremento. Los cruceros marítimos llegan hasta Noruega, Azores e Italia. Las cifras siguientes darán una idea de esto.
Desde 1934 se realizaron 384 cruceros marítimos en los que participaron 490.000 personas; más de 60.000 viajes por tierra y más de 19 millones de viajeros; 113.000 excursiones en las que intervinieron tres millones de personas. El Frente alemán del Trabajo dispone de 9 trasatlánticos, de ellos cuatro propios. Solamente los gastos hechos hasta ahora por la flota «La Fuerza por la Alegría» ascienden a 21 millones de marcos. Los gastos totales de esta institución, sin contar las inversiones de capital y la construcción de barcos, representan, desde 1934, unos 77 millones de marcos. Desde la fundación de «La Fuerza por la Alegría» en 1934, suman 155 millones las personas que han participado en los diversos actos por ella organizados.
El «Servicio del Trabajo» y las organizaciones juveniles
Una institución completamente nueva y genuinamente nacionalsocialista es el «Servicio del Trabajo». En 1933 había en el Servicio voluntario de Trabajo, una docena de grandes asociaciones y un centenar de pequeñas agrupaciones. Al cabo de año y medio, la organización del nuevo «Servicio del Trabajo» estaba asegurada en lo esencial. Actualmente comprende dos grupos de 200.000 hombres cada uno, en dos etapas de servicio de seis meses. El Servicio femenino del Trabajo cuenta con 25.000 jóvenes. Desde 1933 han pasado por la escuela del «Servicio del Trabajo» 1.850.000 jóvenes y 120.000 mujeres.
También es imponente el cuadro de la educación de la juventud alemana. Antes de nuestro acceso al Poder, la juventud estaba totalmente disgregada en numerosas asociaciones. Hoy día, en cambio, no hay en todo el territorio alemán más que una sola organización juvenil, la Juventud Hitleriana y la Unión de muchachas alemanas, que en 1937 contaban con más de siete millones de asociados.
Al servicio de este enorme movimiento juvenil se encuentran las siguientes jerarquías:
59 | Jefes e inspectores territoriales. |
1.365 | Jefes y subjefes femeninos de grupo y de sección. |
9.000 | Jefes femeninos de subsección y distrito. |
550.050 | Jefes masculinos y femeninos de grado subalterno. |
Concursos profesionales y competiciones deportivas
El número de participantes en los concursos profesionales del Reich, fue:
en 1934 de | 500.000 jóvenes |
en 1935 de | 750.000 jóvenes |
en 1936 de | 1.036.000 jóvenes |
en 1937 de | 1.800.000 jóvenes |
Un cuadro análogo ofrecen las competiciones deportivas:
en 1932 | 1,6 millones de participantes |
en 1934 | 2,3 » |
en 1935 | 3,7 » |
en 1936 | 5,8 » |
en 1937 | 6,1 » |
La Juventud Hitleriana, sección de Marina, cuenta con 45.000 jóvenes y la sección motorizada, con 60.000. Otros 55.000 muchachos han sido entrenados en el vuelo sin motor como preparación para el servicio de aviación. 74.000 miembros de la Juventud Hitleriana, están orgánicamente agrupados en las unidades de aviación de aquella organización. Sólo en el año 1937, 15.000 jóvenes han aprobado el examen de vuelo sin motor.
Actualmente reciben una enseñanza regular en el tiro con armas de pequeño calibre, 1.200.000 jóvenes hitlerianos, de cuya instrucción se ocupan 7.000 profesionales.
En la actualidad y sólo para la Juventud Hitleriana, se están construyendo 1.400 hogares y un gran número de escuelas.
La organización de albergues para la juventud, dispone de más de 2.000 de aquéllos, en los cuales, sólo en 1937 han pernoctado en números redondos ocho millones de personas. Esta cifra representa ocho veces más que la de las estancias de una noche en todos los albergues juveniles del mundo entero.
Para el cuidado de la salud de esta masa juvenil, la Juventud Hitleriana cuenta con más de 4.000 médicos, 800 odontólogos de ambos sexos y unos 500 farmacéuticos, asistidos por 40.000 ayudantes y 35.000 enfermeras. La asistencia domiciliaria de los muchachos y muchachas, está a cargo de 30.000 médicos nombrados por el Departamento de Higiene popular. Anualmente se celebra una revista sanitaria de todas las organizaciones de la Juventud Hitleriana. El número de jóvenes sometidos a visita médica sobrepasa cada año la cifra de un millón.
«Auxilio de Invierno»
A la cabeza de todas las instituciones sociales, va la obra del «Auxilio de Invierno». Las sumas recaudadas para ella fueron:
en 1933 | 350 millones de marcos |
en 1934-35 | 360 » |
en 1935-36 | 371 » |
en 1936-37 | 408 » |
que en total, desde 1934, supone en números redondos, 1.490 millones de marcos.
Esta enorme cifra representa unos 300 millones de marcos más, en donativos voluntarios, que lo recaudado en los años 1912-1913 con la famosa contribución para la Defensa Nacional (Wehrbeitrag). Esta obra gigantesca de asistencia social, se completa con la institución «Víctimas del Trabajo», cuya aportación representa más de 10 millones de marcos.
A esto hay que añadir los tres millones y medio de marcos de subsidio de la institución «Künstlerdank» (Reconocimiento a los artistas) y el millón de marcos de la «Fundación Goebbels».
Antes del acceso al Poder del Nacionalsocialismo, no existía nada que pudiera compararse, ni remotamente, con estas obras magníficas.
Labor cultural
La extraordinaria intervención del pueblo alemán en su progrese general, se deduce del número, siempre en aumento, de personas que asisten a las representaciones teatrales y cinematográficas, así como el crecimiento enorme del número de radioyentes.
Sólo en el año 1937, tuvieron lugar 15 exposiciones de carácter político, que fueron visitadas por 18 millones de personas. El número de radioyentes ha pasado de 4,2 millones en 1932 a 9.087.000 en 1937 y los ingresos por tal concepto aumentaron de 93 a 204 millones de marcos.
La producción de aparatos receptores de radio que en 1932 fue de 1.011.000; llegó en 1937 a 1.681.000, sin contar 745.000 «receptores populares».
En conjunto, desde nuestro acceso al Poder se han entregado más de 10 millones y medio de aparatos receptores.
El número de teatros alemanes abiertos era: En 1932 de 199 y en 1937 de 263.
El número de personas empleados en ellos, pasó de 22.000 a 30.730.
Menciono estas cifras para desmentir las afirmaciones malintencionadas de cierta prensa extranjera, que sostiene que después de nuestro acceso al Poder, la vida cultural en Alemania estaba en decadencia.
Donde el cuadro general del desarrollo cultural alemán mejor se pone de manifiesto, es en el aprecio y valor que otros países lo conceden. Numerosos grandes premios, diplomas de honor y medallas de oro, intentaron prestar a este sentimiento de estima una expresión material.
La tirada total de los periódicos ilustrados ha pasado de 9,5 a 15 millones de ejemplares en 1937. Hasta el número de periodistas extranjeros que visitan Alemania, ha aumentado de 872 en 1932 hasta 2.973, sólo en 1937.
El turismo
El turismo registró 14.305.000 viajeros y 49 millones de estancias en 1932. En 1937 esas cifras pasan a 27 y 103 millones, respectivamente.
El número de extranjeros que visitaron Alemania en 1932 fue de 1.114.000 y en 1937 de 2.400.000. Paralelamente, el número de estancias por ellos hechas, pasó de 2.673.000 a más de siete millones.
Los ingresos por películas que fueron de 172 millones de marcos en 1932, son de 290 millones en 1937.
Aumento de la cifra de nacimientos
Para terminar esta exposición del progreso de la vida en Alemania, que sólo he ilustrado con algunas cifras y datos, sacados de una masa enorme de estadísticas, no encuentro final más apropiado, que el que se desprende del aumento de la cifra de natalidad.
En 1932 nacieron 970.000 niños en Alemania. Esta cifra aumenta cada año y alcanzó en 1937, 1.270.000 niños.
Desde el acceso al Poder del Nacionalsocialismo, el pueblo alemán cuenta con 1.160.000 más de niños.
Ellos son, no sólo un motivo de orgullo para la mujer alemana, sino también de agradecimiento para con la Providencia.
En cinco años, 1.160.000 nuevos compatriotas, han venido a aumentar la nación, con la que colaborarán en su día, para llevar a cabo una labor pacífica sin igual, constituyendo un testimonio vivo de la enorme obra realizada en pro del mejoramiento nacionalsocialista de nuestro pueblo y de la bendición del Señor.
III. La Alemania nacionalsocialista y el mundo
Señores diputados del Reichstag: He procurado exponer ante vuestra consideración y la del pueblo alemán en el corto resumen que antecede, valiéndome para ello de la aportación de áridas y escuetas cifras, la prueba documental de un trabajo de reconstrucción que en su amplitud y con semejante efecto, en vano busca un parangón.
Yo y todos mis colaboradores, y con nosotros la totalidad del pueblo alemán, podemos estar orgullosos de estos cinco años en los que tan gigantescos resultados han sido logrados en todos los sectores de nuestra vida económica.
¡Qué ridícula resulta en cambio la crítica de todos aquellos que frente a la labor reconstructiva nacionalsocialista no son capaces de oponer más que el balbuceo de su estulticia o de su mala fe! Sabemos también que con la excepción de vagos profesionales o intrigantes, todo el pueblo alemán reconoce esta nuestra labor.
Las falsedades de la prensa extranjera, que la misma tenga a bien suministrar a su crédulo mundo de lectores, podía dejarnos a nosotros los alemanes completamente indiferentes, si es que con estas constantes campañas difamatorias no se amenazase al mismo tiempo la paz de los pueblos. Ciertamente nuestras obras en sí no resultarán por ello reducidas; subsisten y no podrán ser discutidas ni negadas. Por nuestra parte ha sido, sin embargo, previsto y asegurado que estos agitadores internacionales y envenenadores de la opinión pública, no logren en otro sentido éxito alguno.
Acabo de exponeros, señores diputados, un cuadro del desarrollo alemán económico, social y cultural. Estoy seguro que no habrá dejado de producir su efecto sobre vosotros y sobre los muchos millones de compatriotas que en esta hora me escuchan. He de completar, con todo, esta exposición, con la de aquella labor que un día será objeto ante la historia de una aún mayor valoración. En estos mismos cinco años hemos hecho surgir de un humillado, inseguro y, por cuanto interiormente desgarrado, impotente pueblo, un cuerpo nacional con un solo pensamiento político, con la más firme confianza en sí mismo y dueño de la más orgullosa seguridad. Y ante todo, hemos dado a la nación alemana aquella arma que nos da la garantía de que la maliciosa campaña de agitación de la prensa internacional, cuya finalidad es bien conocida, encuentre en las fronteras mismas del Reich la debida férrea resistencia.
Yo considero estos resultados aún mayores que los logrados en materia económica, porque los prejuicios que tan a menudo hubo que vencer para ello, parecían estar mucho más arraigados que todos los obstáculos e impedimentos de orden económico. La magnitud de la obra de educación y formación nacionalsocialista de nuestro pueblo, la podéis deducir ante todo, del hecho de que la mayor parte de nuestros censores y críticos extranjeros encuentran incomprensible este fenómeno.
En estas últimas semanas habréis tenido conocimiento de las para nosotros sencillamente incomprensibles habladurías de ciertos periodistas extranjeros, que en pleno 1938 hablan de que la influencia del Nacionalsocialismo repentinamente ha atacado al Ministerio de Negocios Extranjeros o de que actualmente tiene lugar una lucha entre la Reichswehr –¡estos pobres necios han olvidado que entretanto ha surgido un Ejército alemán!– y el Partido o de que es inminente que una «ala» nacionalsocialista someta la Economía a su zona de influencia, y otras parecidas insensateces. ¡Qué mal comprenden la esencia de nuestra revolución nacionalsocialista!
Cuando hace cinco años me hice cargo del Poder era, con mucho, el Jefe del más importante partido político alemán.
Hoy día mismo, no existe, en ninguna de las llamadas democracias, ningún movimiento político que cuente con un número de electores superior al que nuestro Movimiento dispuso entonces. Y esto se consiguió, a pesar del constante terrorismo y oposición ejercido por un régimen enemigo que nos profesaba un odio mortal.
Nuestra misión no fue la de imponer por la fuerza al pueblo alemán nuestro mundo de ideas, sino por el contrario, nuestra intención fue la de unir a todo el pueblo alemán en esta única ideología, es decir, la de apartar y suprimir todas aquellas instituciones de tiempos pretéritos, que no podían ser consideradas más que como sostenedoras o símbolos del quebrantamiento alemán y con ello de su debilidad.
Pereza e inconsciencia por un lado y mala intención del otro, luchaban entre sí para convencer al pueblo alemán de que su vida política interna de carácter multiforme, es decir, su deplorable desunión política, era característica inconfundible del ser alemán. Una Alemania democrática, desgarrada e impotente ante el mundo entero, era para ellos un representante más digno del y del espíritu alemán, que un pueblo sólidamente unido bajo una sola dirección y bajo una sola voluntad. Ellos hablaban de una «vida diferencial» política y cultural, no haciendo con ello más que perpetuar el desgarramiento de la nación alemana, el desamparo de nuestro Reich y, por lo tanto, la privación de derechos para todos los alemanes. Luchar contra tal conjuración e implantar el nuevo ideal de una comunidad nacionalsocialista, era quizás la más difícil de las empresas. No creo nadie pueda controvertir el éxito de esta vasta empresa.
Lo primero que me pareció necesario, fue el devolver a nuestro pueblo la confianza en sí mismo que había perdido. A esto objeto, me vi obligado a exigir sacrificios, que quizás muchos alemanes juzgarían entonces incomprensibles.
Por tanto, era necesario combatir aquel espíritu metódicamente fomentado por los Gobiernos que nos antecedieron, espíritu que no sólo nos arrastraba hacia el desastre militar, sino, ante todo, hacia el derrotismo de la voluntad. Cuántas veces no habremos podido oír en estos años, que el pueblo alemán, digno de estimación en sí mismo, en lo que se refiere, naturalmente, a sus aptitudes y a sus valores, no podía ni compararse con los pueblos de las llamadas grandes democracias.
Muchas veces se le ha dicho a nuestro pueblo que su porvenir estaba más en una veneración pacífica y contemplativa de los adelantos de los otros, que en afanarse él mismo en tales empresas. Se recurría a la pereza del cuerpo y del espíritu, para disculpar así la pereza física e intelectual de nuestros antiguos gobernantes. Se limitaban y empequeñecían los objetivos vitales de la nación, porque se era demasiado débil para arrostrarlos. Se destruía la confianza del pueblo en sí mismo, para que al final no tuviera más remedio que conformarse con esta tarea artificiosamente limitada. Por el contrario, yo consideré como mi primera y esencial tarea, la de devolver al pueblo alemán conciencia de su valor, aprovechando para ello todos los medios y ocasiones que se ofrecían, desembarazándole de aquella maldita duda de su propia capacidad, para convertirle de nuevo en un pueblo orgulloso y seguro de sí mismo. Es para conseguir esto para lo que tantas veces he exigido sacrificios cuya realización requería máximos esfuerzos. Yo quería igualmente y quiero para el futuro, que el pueblo alemán pueda demostrar con la prueba palpable de su capacidad, medida en el resultado de su trabajo, que no es un pueblo de segundo orden ni tampoco inferior a los otros pueblos del mundo, sino que, por el contrario, les iguala por completo en todos los verdaderos valores humanos, que está a la misma altura en el más elevado sentido de la palabra y que, por lo tanto, puede reivindicar los mismos derechos.
Es por esto por lo que he odiado y suprimido todas aquellas instituciones que contribuían a inculcar al pueblo alemán aquella mezquindad espiritual. ¡Sólo los espíritus empequeñecidos necesitan para vivir pequeños Estados independientes! ¡Ellos solos han inventado el llamado «hecho diferencial» de estos países, para que su propia limitación no les traicionase al tratar de cumplir mayores tareas!
Aquel concepto lamentable, de que es mejor ser el primero en su aldea que el segundo en un gran Estado, se convirtió en acto de fe para todos aquellos que son demasiado mezquinos para desempeñar el primer papel dentro de una gran comunidad, pero al mismo tiempo, demasiado ambiciosos o corrompidos para contentarse con un papel secundario, por lo que habrían preferido fraccionar al país en minúsculos fragmentos con el fin de que tales individuos, en número muy elevado, pudieran gozar de un puesto dirigente.
La Revolución nacionalsocialista no se habría realizado más que a medias, si no hubiese puesto el interés de la nación como totalidad, por encima de los antiguos países y, sobre todo, por encima de los llamados orígenes de la soberanía en aquéllos. No era tan sólo que los partidos debían desaparecer, sino que también los parlamentos de los «Países» hacía ya tiempo que habían periclitado. En el Reich no puede haber más que una sola soberanía, la cual surge de la totalidad del pueblo alemán y no de una parte del mismo. Al suprimir esos «Países» con su propia autonomía y sus parlamentos como titulares de una soberanía particular, levantamos la base para el sustento de una verdadera soberanía del pueblo alemán en su totalidad.
El porvenir de la nación alemana, está asegurado desde el momento en que el Reich se ha transformado en representante soberano y único de la nación alemana. El principio inmutable, de que un pueblo tiene también derecho a un imperio, ha permitido a Alemania romper las ataduras que constituían estas numerosas independencias entre Estados distintos, lo cual la ha conducido a un desarrollo del poder individual, que es hoy, para los ciudadanos alemanes en los distintos países, de una utilidad mucho mayor de lo que anteriormente hubiera sido posible.
En todos los ramos de nuestra existencia nacional, es desde ahora desde cuando nos es posible asegurar aquellas empresas verdaderamente grandes y ante todo, asegurar aquellos medios materiales que constituyen la condición indispensable para la realización de amplios planes creadores.
De esta forma, el Nacionalsocialismo ha recuperado en pocos años lo que durante siglos había dejado de hacerse y ha reparado las faltas de numerosas generaciones. Precisamente, merced a esta supresión de los fraccionamientos internos de origen tradicional, unos, y en partidos políticos otros, es como nos ha sido posible plantear y resolver en parte, aquellos magnos problemas que hoy ya justifican por sí solos el orgullo y la propia estimación de todo el pueblo alemán.
¡Magníficas vías de comunicación, gigantescas construcciones industriales, obras y proyectos urbanos únicos en su clase, puentes grandiosos están en construcción, o en parte han sido ya acabados!
Cuando haya transcurrido el próximo lustro, en la conciencia de los alemanes se reflejará la imagen de estos resultados grandiosos que llenarán de orgullo a todo el pueblo.
Pero entre estas realizaciones es necesario consignar, ante todo, la construcción de una dirección nacional y de un gobierno que están tan lejos de una democracia parlamentaria como de una dictadura militar. El Nacionalsocialismo ha dado al pueblo alemán aquella dirección, que, como partido, no solamente ha movilizado a la nación, sino que, ante todo, la ha organizado de tal manera, que por el más natural principio de selección, el mantenimiento de una dirección política segura parece garantizado para siempre.
Y éste quizás, es el capítulo más enorgullecedor de la historia de estos últimos cinco años.
El Nacionalsocialismo no ha conquistado el 4 de febrero el Ministerio de Negocios Extranjeros alemán, como puede creer algún mezquino chupatintas internacional, sino que impera en Alemania entera, desde el día, hace ya cinco años, en que yo, como Canciller del Reich, salía del Palacio de la Wilhelmplatz, e impera de una manera total y exclusiva. No hay ninguna institución en este Estado que no sea nacionalsocialista. Pero sobre todo, el Partido Nacionalsocialista no sólo ha convertido en estos cinco años a la nación entera al nacionalsocialismo, sino que en este tiempo él mismo se ha dado una organización perfecta que asegura para siempre su conservación y continuidad.
La mayor seguridad de esta revolución nacionalsocialista, en lo que concierne tanto a la dirección exterior como a la dirección interior, estriba en el hecho de que el Partido Nacionalsocialista ha penetrado en el país entero, en todos sus organismos y en todas sus instituciones. Pero su defensa frente al mundo descansa en el nuevo ejército nacionalsocialista.
La posición del ejército alemán
¡Camaradas! Por estos días, hace dieciocho años, proclamé por primera vez el programa del Partido. Entonces, cuando Alemania soportaba la más profunda humillación y la mayor impotencia, sumida en una desesperación inimaginable, proclamé, como uno de los fines del Nacionalsocialismo, la supresión del ejército de mercenarios impuesto por el Tratado de Versalles y la implantación de un ejército popular alemán grande y fuerte.
Cuando era un anónimo soldado alemán, concebí ya este audaz programa, por el que después he luchado durante catorce años en la oposición, contra un mundo de enemigos interiores y exteriores, y en cinco años lo he realizado. Con relación a esta gran obra lograda del nuevo Reich, no tengo por qué entrar en detalles. Tan sólo diré lo siguiente:
¡El Ejército alemán, para tiempo de paz, se ha implantado! ¡Una potente aviación militar protege nuestra Patria! ¡Una marina, nuestras costas! ¡Y ha sido en medio del crecimiento gigantesco de nuestra producción general, como hemos podido realizar un rearme sin igual!
Si esto puede servir hoy día para tranquilizar a los sabiondos extranjeros, por nuestra parte, que piensen tranquilamente que en Alemania sabe Dios cuántas diferencias existen entre el Ejército y el Nacionalsocialismo. Pero si algún día quisieran extraer de esto otras conclusiones, entonces que sepan lo siguiente:
Estado, Partido y Ejército
¡No hay en Alemania ningún problema entre el Estado nacionalsocialista y el Partido Nacionalsocialista, así como no hay ningún problema entre éste y el Ejército nacionalsocialista! ¡En el Tercer Reich es nacionalsocialista todo aquél que ocupa un puesto de responsabilidad!
Todo el mundo ostenta el emblema del Nacionalsocialismo. Todas las instituciones del Reich están bajo las órdenes de la suprema dirección política, todas están juramentadas y unidas en la voluntad y en la resolución de representar a esta Alemania nacionalsocialista, y si fuese necesario a defenderla hasta el último aliento.
Que nadie se deje influenciar por aquellos elementos que ya se revelaron en Alemania como los más falsos profetas. El Partido asume la dirección política del Reich y el Ejército garantiza su defensa militar. Cada institución del Reich tiene su misión propia y en este Estado no hay nadie que ocupe un puesto de responsabilidad, que pueda dudar que el jefe autorizado del Reich sea yo y que la Nación, por su confianza, me ha investido del mandato de representarla en todas partes y ocasiones.
Y así como el Ejército alemán se ha entregado a este Estado nacionalsocialista con una fidelidad y disciplina ciegas, de la misma manera este Estado nacionalsocialista y su Partido dirigente están orgullosos y contentos de su Ejército.
En él vemos la cúspide de la educación nacionalsocialista del hombre alemán, al cual le atrae como una fuerza de encantamiento desde su juventud. La formación que adquiere en sus organizaciones políticas y espirituales, es completada por la instrucción y educación militar como soldado.
Blomberg y Fritsch
Es para mí un deber ineludible en estos momentos, el rendir homenaje a aquellos hombres a los que se confió la reconstrucción de las fuerzas armadas, el Ejército, la marina y la aviación, y que me han ayudado a levantar este instrumento admirable.
Después de concluir la primera gran etapa de reconstrucción, hube de respetar el deseo del Mariscal von Blomberg, de restituirse a la vida privada para atender a su salud maltrecha a causa de tantas emociones. Pero en esta ocasión quiero expresar mi agradecimiento y el de todo el pueblo alemán, por la labor tan fiel y leal de este soldado para con el nuevo Reich y su Ejército. Esta labor siempre será ya inseparable de la historia de la fundación del Tercer Reich. Lo mismo puede afirmarse de la actividad y méritos del general von Fritsch, así como de todos aquéllos que a causa del rejuvenecimiento de nuestros cuadros dirigentes políticos y militares, por un impulso de la mayor nobleza, han cedido sus puestos a otras fuerzas políticas y militares más jóvenes.
Concentración de lo político y lo militar en manos del Führer
Todos nos damos perfecta cuenta de aquello que el antiguo Ejército de cien mil hombres realizó para proporcionarnos la base de la rápida reconstrucción del actual Ejército alemán. Pero también sabemos todos, que para solucionar estos nuevos y gigantescos problemas, necesitamos que constantemente afluyan nuevas energías juveniles. Y sabemos, sobre todo, que los problemas del futuro necesitan una concentración más fuerte del poder político y militar del Reich, de lo que quizás antes era necesario. Por lo tanto, si después de la marcha del Mariscal von Blomberg decidí tomar el mando directo sobre las tres ramas de la defensa nacional y poner bajo mis órdenes directas, como Jefe supremo, al Ejército en general, es porque espero que con ello se logrará inmediatamente el robustecimiento de nuestra fuerza militar, para lo que las circunstancias generales actuales parecen las más oportunas. Una seguridad quiero dar en este día al pueblo alemán en mi calidad de Führer por él elegido.
Aseguramiento de la paz, mediante un ejército fuerte
Estamos pendientes tanto de la paz como del honor y de los derechos inalienables de nuestro pueblo. Tanto como yo mismo defiendo la paz, de la misma manera he de velar porque a nuestro pueblo no le sea jamás debilitado o incluso arrebatado, este instrumento que –tengo la firme convicción–, en una época tan turbulenta como la actual, es el único medio seguro de garantizar con éxito la paz.
Y así como puedo dar al mundo la seguridad de que el pueblo alemán siente un profundo y sincero amor por la paz, de la misma manera me interesa disipar toda duda de que este amor por la paz tenga algo que ver con una débil renuncia y todavía menos con una cobardía deshonrosa. Si alguna vez la difamación o las maniobras de envenenamiento internacional intentaran turbar la paz del Reich, el hierro y el acero protegería al pueblo alemán y a la patria alemana.
Y entonces, el mundo entero vería en un abrir y cerrar de ojos, hasta qué punto el Reich, el pueblo, el Partido y el Ejército, están animados por un espíritu único y fanatizados por una sola voluntad.
Periodistas extranjeros y Oficiales alemanes
Por otra parte, no es mi intención la de conceder una especial protección al honroso cuerpo de Oficiales alemanes contra las calumnias de una pandilla internacional de periodistas. Esto sería superfluo, ya que entre los periodistas hay dos clases de hombres: los que aman la verdad y los mentirosos, embusteros infames, estafadores del pueblo y agentes provocadores de la guerra. ¡Pero, en cambio, no hay más que una clase de Oficiales alemanes!
Posición económica de Alemania
Antes habéis visto, señores diputados, el cuadro del potente desenvolvimiento histórico que Alemania debe a la Revolución nacionalsocialista y a la dirección por el Partido. Pero la magnificencia de este resultado mismo, también nos obliga a tener en cuenta el futuro.
Ya conocéis el programa económico de este futuro. No hay para nosotros otro camino que el del máximo acrecentamiento de nuestro trabajo y con ello, el acrecentamiento de los rendimientos. El pueblo alemán es un pueblo con un nivel de vida muy elevado. Si el resto del mundo en vez de estar influenciado por periodistas, lo estuviera tan sólo por sus hombres de Estado más eminentes, tendría que estarnos agradecido, porque cuanto más elevado es el nivel cultural y de vida de un pueblo, tanto más anhela éste la paz. Sólo la paz da la posibilidad de realizar aquellas obras que permiten satisfacer las necesidades de un nivel de vida tan elevado.
Nuestra situación económica es difícil. Y esto, no porque el Nacionalsocialismo esté en el Poder, sino porque viven 140 habitantes por kilómetro cuadrado, porque a nosotros, a diferencia de otros países, la Providencia nos ha negado las grandes riquezas naturales y los tesoros del suelo y, sobre todo, porque nosotros carecemos de un territorio fértil. Si la Gran Bretaña se descompusiera hoy de repente, e Inglaterra tuviera que vivir tan sólo de su propio suelo, es posible que entonces, inmediatamente, comprendiera mejor la dificultad de los problemas económicos que a nosotros nos han sido asignados. El que Alemania resolviese estos problemas y la manera cómo los resolvió, constituye un milagro del que verdaderamente podemos estar orgullosos. Cuando un pueblo que no dispone ni de reservas de oro, ni de divisas, y ello no porque el Nacionalsocialismo esté en el Poder, sino porque el Estado no nacionalsocialista, el Estado democrático-parlamentario que estuvo durante quince años en el Poder, fue desvalijado por un mundo de ambiciosos, cuando un pueblo tiene que alimentar a 140 habitantes por kilómetro cuadrado sin poseer ningún complemento colonial y si este pueblo carece de numerosas materias primas y ni quiere ni desea llevar una existencia precaria por medio de créditos, si un pueblo tal, en cinco años reduce a cero el número de parados, y no sólo mantiene su nivel de vida, sino que lo mejora y todo ello por sus propias fuerzas, si un pueblo consigue realizar tal milagro, entonces al menos, deberían callarse todos aquellos, que a pesar de disponer de condiciones económicas mucho más ventajosas, apenas llegan a resolver su propio problema del paro.
Sin embargo, en el futuro será nuestra misión la de preservar al pueblo alemán de toda ilusión. Y la peor ilusión de todas, es aquella por la que se cree poder disfrutar de un bien que no haya sido creado o producido de antemano por el trabajo. En otros términos: en el futuro, será también nuestro deber el hacer comprender a cada alemán, tanto de la ciudad como del campo, que el valor de su trabajo ha de ser siempre igual a su jornal.
Es decir, que el labrador no podrá recibir por los productos de su suelo, más que lo que el habitante de las ciudades haya adquirido con su esfuerzo, y éste no obtendrá más que lo que el labrador haya producido y todos ellos no harán así más que cambiar entre sí lo que producen y de esta forma, el dinero no jugará otro papel que el de simple intermediario. El dinero no lleva en sí ninguna clase de valor utilizable. Todo nuevo Marco que se pague en Alemania, supone un nuevo trabajo por el valor de ese Marco. Aparte de esto, este Marco no es más que un insignificante trozo de papel sin valor adquisitivo alguno. Pero nosotros queremos que nuestro Marco alemán permanezca como un papel honroso, que sea un honroso crédito para la compra de un producto del trabajo realizado por otro de la misma honrada manera.
Esta es la única cobertura de una moneda verdadera y real. Así es como nos ha sido posible, sin oro y sin divisas, mantener el valor del Marco alemán, habiendo garantizado también el valor de los fondos depositados en las Cajas de Ahorros, en una época en la que aquellos países rebosantes de oro y de divisas se han visto obligados a desvalorizar su moneda.
Aunque no sea más que por el aumento de la natalidad nos veremos obligados a asegurar, mediante un aumento de nuestra producción, las necesidades crecientes de la totalidad de la población. Durante los años 1933-34 nos vimos forzados a emplear la mano de obra alemana, corrientemente en su forma más primitiva, con el solo fin de hacerla efectiva. En estos años los instrumentos de trabajo de muchos cientos de miles de alemanes fueron el pico y la pala. Con el mejoramiento creciente de nuestra vida económica, nuestros métodos de trabajo sufrieron también una lenta transformación. Hoy Alemania padece la falta de obreros especializados. El paro forzoso, como tal, ha desaparecido. Ahora entramos en una nueva fase de nuestra producción nacional, en la cual se nos impone la tarea de ir sustituyendo paulatinamente los métodos primitivos de trabajo, por otros más perfeccionados y, sobre todo, técnicamente perfeccionados. Nuestra misión debe ser la de apartar al trabajador alemán intensamente especializado, de los trabajos primitivos y proporcionarle una ocupación de más alto rango. En cuanto al trabajo más primitivo, se lo dejaremos a las máquinas, las cuales están creadas precisamente por un trabajo de superior calidad. Pero con todo, es necesario cuidar de que nuestras llanuras, en las que esta mecanización no es posible más que bajo ciertas condiciones y de manera paulatina, no se queden desprovistas de sus trabajadores. Esto sólo podrá conseguirse mejorando y perfeccionando nuestros métodos de trabajo en general, solucionando así de una manera natural la falta de brazos, de tal modo que disminuya el éxodo de los trabajadores de tipo más primitivo de nuestras llanuras.
He aquí en pocas palabras, un programa cuya realización, sin embargo, requiere muchos años, pero que, como todos los proyectos nacionalsocialistas, será realizado algún día.
Las reivindicaciones coloniales alemanas
Pero cualquiera que sea el resultado que consigamos con tal incremento de la producción alemana, éste no podrá bastar para compensar la insuficiencia del territorio de que disponemos. Ésta es la razón por la cual, año tras año se hace más apremiante nuestra exigencia de que nos sea devuelto nuestro dominio colonial, que Alemania no arrebató a ninguna otra potencia y el cual, hoy no tiene para ellas casi valor práctico alguno y en cambio son indispensables para nuestro pueblo.
En este momento quiero destruir la pretensión de que tal reivindicación pueda ser compensada con la concesión de créditos. No deseamos créditos, sino una base de existencia que nos permita asegurar por nuestro trabajo la vida del país. Sobre todo, no deseamos que se nos hagan promesas pueriles, según las cuales nos sería permitido el comprar lo que necesitamos. De una vez para siempre rechazamos tales proposiciones, que el país entero considera como deshonrosas. No existo fórmula alguna de economía mundial, capaz de ofrecer una compensación a las posibilidades de una economía intensa en el interior del propio dominio monetario.
La Sociedad de Naciones: ¿justicia o fuerza?
Nadie podrá oír de mi, señores diputados, el que yo tomo partido a favor de los distintos proyectos internacionales, que parecen influir más o menos directamente en los diferentes Gobiernos. Son demasiado inciertos y confusos, para que yo pueda hablar de ellos. Pero ante todo, no dudéis de mi desconfianza –desconfianza profundamente arraigada–, frente a todas esas llamadas conferencias, que es posible que proporcionen a los que en ellas participan, algunas horas de amena charla, pero las más de las veces, para la humanidad esperanzada, no traen más que desengaños.
Vosotros me concederéis, que si mi programa de 1933 hubiera consistido en esperar hasta que una conferencia económica internacional hubiera venido en nuestra ayuda, sería lo más probable que Alemania tuviera hoy quince millones de parados, a menos que no hubiéramos ya sucumbido en el caos bolchevique.
Tampoco puedo consentir el que ciertas exigencias naturales estén ligadas con asuntos políticos que no tienen nada que ver con ellas. En estos últimos tiempos no dejan de difundirse noticias, según las cuales Alemania está dispuesta a revisar su punto de vista referente a una eventual reincorporación a la Sociedad de Naciones. Aún corriendo el peligro de que a partir de mañana mismo ya lo haya olvidado el periodismo indolente e ignorante de la democracia universal, quiero, una vez más, dejar bien sentado lo siguiente: en 1919 fue impuesto un Tratado de Paz a diferentes países, cuyo Tratado llevaba en sí las más violentas injerencias que hasta entonces se habían podido concebir, en las comunidades nacionales y en los derechos posesorios. Este acto de violación contra los destinos tanto nacionales como económicos y contra las comunidades espirituales de estos pueblos, tuvo lugar en medio de una atmósfera infectada de frases moralizadoras, apropiadas sin duda, para tranquilizar la turbia conciencia de los culpables, pero las cuales no significaban aún para las víctimas más que una broma de mal gusto.
Jamás volverá Alemania a la Sociedad de Naciones
Después de haber transformado tan profunda como radicalmente por un acto de fuerza el mapa del mundo, tanto en su aspecto territorial como demográfico, se ser procedió a la creación de la Sociedad de Naciones, cuya tarea debía ser la de dar forma definitiva a estos actos irracionales y ridículos, así como la conclusión final del desenvolvimiento político y económico de los pueblos, estableciendo estos resultados como constitutivos de las bases eternas e inmutables de la vida y de las fronteras de las comunidades humanas de nuestro planeta. En lo sucesivo debiera estar prohibido modificar por la fuerza, lo que en el pasado había sido creado por la fuerza. Pero para suavizar en algo el carácter de esta inicua expoliación que se hacía a la humanidad, se dejó una posibilidad de llevar a cabo en el futuro ciertas modificaciones a este estado de cosas surgido por la fuerza de los siglos y que permite que estas modificaciones se realicen por medios legales, es decir, de la razón.
Esta dificultosa tarea fue confiada como misión accesoria a la Sociedad de Naciones.
En primer lugar, Alemania misma no tenía absolutamente ningún derecho a entrar en esta augusta comunidad, fundada para la defensa moral contra los actos de violencia anteriores, sino que ella recibió este benévolo permiso durante la época del inolvidable Canciller del Reich, Gustavo Stresemann. Todos sabéis, señores diputados, hasta qué punto ha fracasado esta institución. Ella no fue ni una Sociedad de Naciones, puesto que desde sus comienzos la abandonaron dos de las mayores potencias mundiales, ni una institución de Derecho, o como hoy con desfachatez se pretende, de los principios del Derecho; ella no fue más que una institución para el mantenimiento de un estado de cosas resultante de una injusticia milenaria. En efecto: o bien la fuerza es el Derecho, o bien la fuerza es lo contrario al Derecho, es decir, la injusticia.
Derecho de autodeterminación de los indígenas coloniales
Pero si la violencia es hoy día injusta, también lo fue en otro tiempo. Si como es indudable, la configuración mundial hasta el presente es la consecuencia de actos de fuerza, entonces aquella será una configuración creada por la injusticia. De donde se deduce que la Sociedad de Naciones no defiende en manera alguna una situación de Derecho, sino una situación nacida al calor de la injusticia milenaria. Oímos por doquier que todo esto tiene que cambiar. Frecuentemente oímos decir, por ejemplo, que políticos ingleses verían con satisfacción el que se nos devolvieran nuestras colonias, si al mismo tiempo no sufrieran tanto ante la idea de la injusticia y de la violencia que con este acto se cometería con los indígenas. En 1918, cuando la Sociedad de Naciones aún no existía, entonces sí se podía someter a estos territorios prácticamente a la voluntad de los nuevos dueños y esto, sin consultar la opinión de los indígenas, para luego consagrar moralmente esta apropiación por la Sociedad de Naciones. De todas formas, si se quisiera aplicar el noble principio, según el cual una colonia sólo puede pertenecer a un país cualquiera si sus indígenas han expresado su deseo formal de estar conformes con la adquisición colonial del pasado, de la época de las conquistas coloniales, es seguro que estas posesiones coloniales de las potencias mundiales se reducirían de una manera inquietante. Todos estos imperios coloniales se han constituido, no precisamente por medio del sufragio popular y menos aún por votaciones democráticas de los indígenas de estos territorios, sino por la fuerza brutal, pura y simplemente. Ellos son hoy día, por supuesto, partes integrantes de los países en cuestión y como tales, representan un sector de la ordenación mundial, que especialmente los políticos democráticos designan siempre como la «ordenación universal del Derecho». De este Derecho que la Sociedad de Naciones es precisamente la encargada de defender. Perfectamente comprendo que los interesados en esta ordenación jurídica vean en la Sociedad de Naciones un agradable foro moral para el mantenimiento y, si es posible, para la defensa de sus posesiones adquiridas por la fuerza. Pero lo que no comprendo de ninguna manera, es que aquél al que se le acaba de despojar por un acto de fuerza, forme parte de tan ilustre Sociedad.
Por qué no pertenece Alemania a la Sociedad de Naciones
Y he de protestar de las conclusiones que de esto se deducen, según las cuales no estamos dispuestos a defender los principios del Derecho, puesto que no pertenecemos a la Sociedad de Naciones. Todo lo contrario: no perteneceremos a la Sociedad de Naciones porque creemos que ella no es una institución de Derecho, sino una organización defensora de la injusticia del Tratado de Versalles.
A esto hay que añadir además, toda una serie de consideraciones prácticas:
1.° Nos retiramos de la Sociedad de Naciones porque, fiel a los principios que inspiraron su nacimiento y sus compromisos, nos negó el derecho a la igualdad de armamentos y, por consiguiente, de defensa.
2.° No volveremos jamás a su seno, porque no tenemos la intención de dejar enajenar nuestra libertad de acción y defender la injusticia en cualquier lugar del mundo, por deseo de la mayoría de la Sociedad de Naciones.
3.° Creemos con ello hacer un favor a todos aquellos pueblos que su desgracia les indujo a confiarse en la Sociedad de Naciones, creyendo en ella como en un factor capaz de una ayuda verdadera.
Porque a nosotros nos hubiera parecido más justo, cuando la guerra de Abisinia, por ejemplo, primeramente haber comprendido mejor las necesidades de la vida italiana y en segundo lugar, haber dado menos esperanzas y sobre todo haber hecho menos promesas a los abisinios. Esto habría sido sin duda una solución mucho más sencilla y mucho más razonable de todo el problema.
4.° Sobre todo, no pensamos de ninguna manera, en caso de una situación grave, dejar que la nación alemana se mezcle en conflictos en los que no tiene interés alguno. No tenemos la intención de intervenir en favor de los intereses territoriales o económicos de otros, si en ello no hay el menor provecho para Alemania. Por lo demás, nosotros no esperamos de los otros pueblos un tal apoyo. Alemania está decidida a imponerse una sabia restricción en sus intereses y en sus exigencias. Pero si por cualquier circunstancia los intereses alemanes se encontraran en una situación difícil, no esperaríamos la ayuda de la Sociedad de Naciones, sino que desde un principio nos dispondríamos a resolver los problemas que resultasen de este hecho. Y es conveniente el irse formando una idea clara sobre esto, porque ello impondrá a nuestros deseos y a nuestras esperanzas aquella moderación que desgraciadamente nos parece que falta en los países que se encuentran colectivamente protegidos.
5.° Finalmente, no tenemos la intención en el futuro, de dejarnos prescribir por cualquier institución internacional, una actitud que, excluyendo el reconocimiento oficial de hechos indiscutibles, ofrezca menos analogía con los actos de persona solvente, que con las costumbres de cierta ave bien conocida. Si la Sociedad de Naciones existiera durante un siglo, la situación internacional llegaría a ser cómica, porque esta institución es manifiestamente incapaz de comprender las necesidades históricas o económicas y de llenar las exigencias resultantes de éstas, sino que, por el contrario, los intereses de los pueblos tienen, en último término y en cuanto se trata para ellos de la cuestión de ser o no ser, más fuerza que toda consideración de pura forma. Podría ocurrir por tanto muy fácilmente, que en el año 2036 se hubieran formado nuevos Estados y que otros hubieran desaparecido sin que se hubiera podido proceder a registrar en Ginebra esta nueva situación.
Reconocimiento del Manchukuo
Alemania, cuando era miembro de la Sociedad de Naciones, tuvo que tomar parte una vez en tales insensatos manejos, pero a Dios gracias, su salida de tal institución la permitió, en un segundo caso de caracteres amenazadores, obrar conforme a razón y justicia. Señores diputados, en este momento quiero anunciaros que desde ahora estoy resuelto, para en el primer caso que se presente, llevar a cabo las rectificaciones históricas que las circunstancias exigen.
Alemania reconocerá el Manchukuo.
Si me he decidido a tomar tal resolución, es con el fin de establecer una separación definitiva entre una política de fantástica incomprensión y el respeto objetivo de las puras realidades.
Alemania está dispuesta a la colaboración con otras potencias
En resumen, una vez más declaro, que Alemania, y sobre todo después de la retirada de Italia de la Sociedad de Naciones, no piensa de ninguna manera volver a dicha institución.
Esto no significa que nos neguemos a colaborar con las demás potencias. Todo lo contrario, esto significa tan sólo, la renuncia a compromisos imposibles de preveer y que, en la mayoría de los casos, no pueden ser cumplidos.
Respecto a la colaboración con otras potencias, Alemania –creemos sinceramente–, ha dado patentes pruebas y contribuido con generosidad. No se puede pretender decir que actualmente el Reich está económica y políticamente aislado, sino que por el contrario, desde el momento en que me hice cargo del Poder, me he esforzado en mantener las mejores relaciones posibles con la mayoría de los Estados. Solamente hay uno con el cual no hemos pretendido establecer contacto de ninguna clase, con el que no deseamos relacionarnos, que es la Rusia soviética.
Postura ante el comunismo
Más que nunca vemos en el bolchevismo la encarnación del instinto humano de destrucción. Pero nosotros no hacemos al pueblo ruso, en manera alguna, responsable de esta terrible ideología destructora. Bien sabemos que es tan sólo una mezquina lacra superficial judía o intelectual la que ha precipitado al gran pueblo ruso en esta locura. Si esta doctrina se limitara tan sólo al territorio ruso, en definitiva no podría decirse nada contra ello, pues Alemania no tiene la intención de imponer al pueblo ruso nuestras concepciones de vida.
Pero, desgraciadamente, el comunismo internacional judío, intenta, desde la incubadora de la central soviética, socavar a todos los pueblos del universo, destruir en todas partes el orden social y establecer el caos en el lugar de la cultura.
No es que busquemos establecer contacto con el comunismo, sino que es él el que continuamente intenta corromper el resto de la humanidad con su ideología, para así hundir al mundo en un insondable abismo de desdichas. Y en esto somos sus enemigos implacables. Así como nosotros en el interior de Alemania hemos sofocado los intentos del comunismo moscovita, de la misma forma no toleraremos que se destruya a Alemania desde fuera, por la fuerza brutal del comunismo.
Y si por boca de los gobernantes responsables de la Gran Bretaña, se proclama a menudo que ella está interesada en el mantenimiento del statu quo en el mundo, tal afirmación debiera valer también para este caso concreto. Toda implantación del comunismo en un país europeo constituye un desequilibrio de esta situación. Porque estos países en los que se implanta el comunismo, dejan automáticamente de ser Estados soberanos con vida nacional independiente, para convertirse en sucursales de la central revolucionaria de Moscú. Ya sé que Mr. Eden no comparte esta opinión. Pero en cambio Stalin sí que la comparte y así lo confiesa abiertamente; y a mi modo de ver, Stalin en persona, es, hoy en día, un conocedor y un intérprete de las concepciones e intenciones del comunismo mucho más autorizado que cualquier ministro británico. Por eso nosotros nos apartamos con horror de toda tentativa de expansión del comunismo en cualquier lugar que éste se manifieste y adoptamos para con él una actitud de hostilidad, allí donde esta tentativa constituye una amenaza para nosotros.
Japón y el Extremo Oriente
Esto explica nuestras relaciones con respecto al Japón. Me es imposible compartir la opinión de aquellos políticos que creen prestar un servicio a Europa perjudicando al Japón. Mucho me temo, que un desastre japonés en el Extremo Oriente, no favorecería ni a Europa ni a América, sino tan sólo a la Rusia soviética. Yo no creo que China sea lo suficientemente fuerte, ni en el terreno moral ni en el material, para poder resistir por sus propios medios un asalto del comunismo. Por el contrario, yo creo que aún la más resonante victoria que pueda alcanzar el Japón, será infinitamente menos peligrosa para la cultura y para la paz general del mundo, que lo que significaría la victoria del comunismo. Alemania ha concluido con el Japón un pacto para luchar contra el Komintern. Con China hemos mantenido siempre relaciones amistosas. Yo creo, que la mejor manera de juzgar nuestra actitud a este respecto, es el vernos como espectadores meramente neutrales de este drama. No necesito afirmar que nosotros deseamos y hemos deseado desde un principio, que entre ambos grandes pueblos del Extremo Oriente vuelva a reinar la tranquilidad y que, finalmente, se logre la paz. Nosotros creemos, que quizás haría ya tiempo que se habría logrado aquélla, si ciertas influencias de la misma índole que las que se dejaron sentir en el caso de Abisinia, no hubieran, en el Extremo Oriente, hecho inclinarse la balanza en provecho de una de las dos partes por los pesos de sus consejos y es posible también, que con los de la promesa de una ayuda moral. Esta actitud –tal como están las cosas– no podía tener más que un valor puramente platónico. Aquel que se ahoga, se agarra a cualquier tabla de salvación. ¡Cuánto mejor hubiera sido haber hecho conocer a China toda la gravedad de su situación en lugar de llevarla, como tantas otras veces, ante la Sociedad de Naciones como ante un seguro garante de la paz y de la seguridad!
Cualquiera que sea el momento o la forma en que los acontecimientos del Extremo Oriente encuentren su solución definitiva, Alemania, en guardia contra el comunismo, siempre considerará y apreciará en el Japón un elemento de seguridad y verá en este país un garantizador de la cultura humana. Pues para nosotros no hay duda alguna, de que incluso la mayor victoria japonesa no perjudicaría en lo más mínimo a la civilización de la raza blanca y, por el contrario, tampoco nos cabe duda alguna, de que el triunfo del comunismo significaría el fin de la cultura milenaria de esta raza.
En este momento, protesto de la manera más enérgica contra los burdos ataques que reprochan a Alemania el que proceda en contra de los intereses de la raza blanca, con respecto a su actitud en el conflicto del Asia Oriental. El estar obligado a leer tales cosas en los periódicos franceses o ingleses, nos llena de sorpresa.
Que sea precisamente Estado nacionalsocialista, tan violentamente combatido a causa de su punto de vista frente al problema racial, al que súbitamente le ha cabido el honor de ser invitado a romper una lanza por el ideal racista, o, mejor dicho, por los intereses racistas, hay que tomarlo como una broma de la historia universal. Alemania no tiene en el Asia Oriental absolutamente ningún interés territorial, sino tan sólo el comprensible deseo de llevar allí su comercio y su industria, y esto no nos obliga a tomar partido por uno o por el otro bando; pero tenemos que reconocer que una victoria del comunismo echaría por tierra las últimas posibilidades.
Por lo demás, en otro tiempo Alemania tuvo también posesiones en el Asia Oriental, lo cual no impidió a ciertas potencias el expulsar de allí al Reich alemán por medio de una coalición de pueblos de raza blanca y amarilla. ¡En realidad, hoy ya no deseamos ser invitados a volver al Asia Oriental!
La guerra de España, amenaza europea
Igualmente, Alemania no tiene interés territorial alguno que pueda tener relación con la espantosa guerra civil que actualmente asola a España. Allí, la situación es análoga a aquella que nosotros mismos vivimos un día en Alemania. El ataque inspirado y realizado por Moscú, tanto desde el punto de vista personal como material, contra un Estado nacional independiente, trae consigo la resistencia del pueblo que no consiente en dejarse aniquilar. Y exactamente como éste, fue el caso de Alemania, en donde la democracia internacional se alistó en el bando de los incendiarios bolcheviques. El Gobierno alemán vería, en el caso de caer España bajo la acción del comunismo, no solamente un elemento de inquietud para Europa, sino una perturbación del equilibrio europeo, pues tan pronto como este país se convirtiera en una sucursal de la central de Moscú, el peligro de ver extenderse más cada vez esta epidemia de destrucción y desolación, con aquellas consecuencias ante las cuales no podríamos permanecer indiferentes, sería inminente.
Las relaciones germano-italianas
Es por esto por lo que estamos satisfechos al ver que nuestra posición anticomunista la comparte un tercer Estado. Las relaciones germano-italianas están basadas en convicciones comunes referentes a la manera de vivir y de gobernar, así como sobre una defensa común contra los peligros internacionales que nos amenazan. El arrebatador entusiasmo con el que el creador del Estado fascista ha sido recibido en Alemania, es una prueba contundente de hasta qué punto ha arraigado este sentimiento en el pueblo alemán. Todos los hombres de Estado de Europa deberían tener la plena convicción, de que si en 1922 Mussolini no hubiera conquistado a Italia por la victoria de su movimiento fascista, este país habría sido presa del comunismo.
Las consecuencias de tal catástrofe para la civilización occidental habrían sido inimaginables. Tan sólo la mera idea de una tal posibilidad, sería suficiente para llenar de espanto a todo hombre con visión histórica y con el sentido de la responsabilidad que ésta lleva consigo. La simpatía de que goza Benito Mussolini en Alemania es una manifestación de proporciones seculares.
La situación en la que se encuentra Italia, es, desde distintos puntos de vista, muy semejante a la nuestra. En esta situación era natural que nosotros, que igualmente sufrimos de un exceso de población, comprendiésemos la actitud de un hombre y de un régimen que no estaban dispuestos a permitir que sucumbiera un pueblo por los descabellados ideales de la Sociedad de Naciones, sino que, por el contrario, estaban decididos a salvarlo. Y esto tanto más, en cuanto que los aparentes ideales de la Sociedad de Naciones coinciden plenamente con los intereses extraordinariamente realistas de las principales potencias la integran.
Asimismo, en el conflicto español, Alemania e Italia mantienen idéntico punto de vista y, por lo tanto, sus actitudes son las mismas. El objetivo es garantizar una España nacional completamente independiente. La amistad germano-italiana, por razones especiales, se ha convertido poco a poco en un elemento estabilizador de la paz europea. La unión de ambos Estados con el Japón, representa la más fuerte barrera contra todo ulterior avance del vendaval ruso-bolchevique.
Las relaciones con Francia e Inglaterra
Durante estos últimos años se ha hablado mucho y aún se ha escrito más, a propósito de ciertas divergencias entre Francia e Inglaterra de una parte y Alemania de la otra. Pero, sin embargo, no puedo comprender exactamente en qué pueden consistir estas divergencias. Como más de una vez he afirmado, Alemania, en Europa, no mantiene ninguna reivindicación territorial con respecto a Francia, ya que, con la reincorporación del territorio del Sarre, el período de discusiones territoriales franco-germánicas, esperamos que se habrá cerrado definitivamente.
Con respecto a Inglaterra, Alemania tampoco tiene motivo alguno de disputa, si se hace abstracción de nuestras reivindicaciones coloniales. Pero el fundamento para un posible conflicto ha desaparecido por completo.
Las provocaciones de prensa internacional amenazan la paz
Lo único que envenena la armonía entre estos dos Estados y pesa abrumadoramente sobre ellos, es una campaña verdaderamente insoportable de una prensa que en estos países pretende actuar según el principio de «libertad completa en la expresión de la opinión general». Me es imposible comprender, cuando oigo a los hombres de Estado y diplomáticos extranjeros, asegurar reiteradamente, que en sus países no existe ninguna posibilidad legal para poner coto a la mentira y a la calumnia, pues aquí no se trata de asuntos de naturaleza privada, sino de problemas que se refieren a la vida de los pueblos y de los Estados. Y a la larga, no estamos dispuestos a tomar estos incidentes a la ligera. No podemos tampoco cerrar los ojos ante las consecuencias de tal campaña de agitación, porque fácilmente podría ocurrir, que en ciertos países estos miserables fabricantes internacionales de mentiras, llegaran a desencadenar un odio tal contra nuestro país, que poco a poco podría transformarse en una actitud de abierta hostilidad, a la cual no se podría oponer por parte de Alemania la fuerza de resistencia necesaria, porque la faltarían, merced a nuestra política de prensa, todo sentimiento de hostilidad para con estos países. Y esto es un peligro; un gran peligro para la paz. Es por ello por lo que no estoy dispuesto a tolerar por más tiempo sin dar la debida respuesta, al desenfreno con que se desprestigia y se insulta constantemente a nuestro país y a nuestro pueblo. De ahora en adelante contestaremos y, naturalmente, a la manera eficaz con que el Nacionalsocialismo actúa.
Falsedades leídas en la prensa extranjera de las últimas semanas
Lo que tan sólo en las últimas semanas, se ha publicado contra Alemania, haciendo afirmaciones verdaderamente estúpidas, insensatas y descaradas, es de todo punto inaudito.
¿Y qué es lo que puede decirse a todo esto? ¡Si la agencia Reuter inventa atentados contra mi vida, si en los periódicos ingleses se habla de escandalosas detenciones en Alemania, del cierre de las fronteras suiza, belga, francesa, &c., si otros periódicos dicen que el Kronprinz ha huido de Alemania, que ha tenido lugar una sublevación militar en nuestro país, que se ha detenido y encarcelado a generales alemanes y que, por otra parte, los generales alemanes a la cabeza de sus regimientos han hecho demostraciones ante la Cancillería del Reich, que entre Himmler y Goering ha surgido una disputa con motivo del problema judío, a causa de la cual yo mismo me encuentro en una difícil situación, o también, que un general alemán se ha puesto en contacto con Daladier por intermedio de personas de confianza, que en Stolp se ha sublevado un regimiento, que 2.000 oficiales han sido expulsados del ejército, que toda la industria alemana acaba de recibir orden de ser movilizada para la guerra, que entre el Gobierno y la industria privada existen grandes rozamientos, que veinte oficiales y trece generales han huido a Salzburgo, que catorce generales han huido a Praga llevando el cadáver de Ludendorff y que yo he perdido la voz, por lo cual nuestro astuto Goebels se ha puesto a buscar un hombre que tenga mi mismo timbre de voz para hacerme hablar en el futuro por medio del gramófono! Mucho me temo, que este mismo periodista ponga mañana en duda la identidad de mi persona aquí y afirme que yo no he hecho más que gesticular, mientras detrás de mí, el gramófono reemplazaba mi voz, etcétera, &c.
En un discurso pronunciado hace poco tiempo por M. Eden, éste ha elogiado con entusiasmo las diferentes libertades de que se goza en su país. Tan sólo se le ha olvidado hablar de una: de aquélla que permite a los periodistas ingleses el insultar y calumniar impunemente y sin la menor reserva a los demás pueblos, a sus instituciones, a sus hombres y a sus Gobiernos. Es cierto que se podría decir que todo esto es demasiado pueril para ser tomado en serio, pues al fin y al cabo, millones de extranjeros pueden ver por sus propios ojos en Alemania, que en todo esto no hay ni una palabra de verdad. A diferencia de la Rusia soviética, miembro de la Sociedad de Naciones, que aleja a todo extranjero de su país y llega hasta cerrar los consulados, en Alemania todo el mundo puede, con entera libertad, hacer sus observaciones sobre el terreno. Sin embargo, a la larga, todo esto constituye un pesado lastre para las buenas relaciones internacionales. No obstante, me es grato reconocer que un sector de la prensa extranjera no ha tomado parte alguna en estos infames ataques contra el honor de otros pueblos. Poro, aparte de éstos, el daño que se origina con una tal campaña de excitación es tan grande, que desde ahora en adelante, estamos decididos a no tolerarla por más tiempo sin formular nuestra más enérgica protesta. Este crimen reviste unos caracteres particularmente odiosos, ya que la finalidad del mismo está visiblemente encaminada a azuzar a los pueblos a la guerra. Tan sólo voy a mencionar aquí un par de hechos.
Ejemplos de provocación a la guerra
Recordad, señores diputados, que en el curso del pasado año, repentinamente se lanzó la mentira de que Alemania había desembarcado 20.000 hombres en el Marruecos español. Por fortuna, esta infame falsedad pudo ser desmentida inmediatamente. Pero, ¿qué habría sucedido si en una ocasión cualquiera tal refutación no se pudiera hacer con la necesaria rapidez?
En esta serie de crímenes afrentosos, se pueden incluir también los falsos rumores de que Alemania e Italia se habían puesto de acuerdo para repartirse a España, como también otra infame falsedad muy reciente, según la cual Alemania y Japón habían convenido en repartirse las posesiones coloniales holandesas. ¿Se puede todavía hablar en estos casos de una profesión honrada o de una libertad que permite a tales criminales internacionales mantener al mundo en tal zozobra? ¿No son tales individuos provocadores e instigadores de una guerra de la más ruin condición? El Gobierno británico reclama una limitación en los armamentos o una prohibición de los bombardeos aéreos. Esto mismo lo propuse yo en cierta ocasión, pero entonces propuse también, como lo más importante, el que se evitase el envenenamiento de la opinión pública mundial con infames artículos periodísticos.
Lo que ha aumentado –si esto fuera posible– nuestra simpatía por Italia, es que en este país el Gobierno y el criterio de la prensa siguen un mismo camino. El que allí no ocurre, que el Gobierno hable de armonía y comprensión, mientras la prensa hace campaña en sentido opuesto.
Miembros de la Cámara de los Comunes escriben al Führer
A este mismo capítulo de perturbaciones de las relaciones internacionales, pertenece también el atrevimiento de escribir cartas a un Jefe de Estado extranjero, requiriéndole informaciones sobre sentencias judiciales. Yo recomiendo a los diputados de la Cámara de los Comunes, que se ocupen de las sentencias dictadas por los consejos de guerra británicos de Jerusalén y no de las sentencias de los Tribunales Populares alemanes. Aunque llegáramos a comprender el interés que despiertan los traidores alemanes a su Patria, en verdad que esto no contribuye en modo alguno, a mejorar las relaciones entre Inglaterra y Alemania.
Por otra parte, nadie podrá imaginarse que por medio de tan burdas intromisiones se pueda ejercer influencia alguna sobre los juicios de los tribunales alemanes o sobre la ejecución de sus penas. En todo caso, yo no permitiría nunca que los diputados del Reichstag alemán se mezclasen en los asuntos de la justicia inglesa. Los intereses del Imperio británico son seguramente muy grandes y nosotros los reconocemos como tales. Pero en lo que concierne a los intereses del pueblo y del Reich alemán, decide el Reichstag y yo como representante del mismo y no una delegación de ingleses sin más misión en el mundo que la de redactar cartas.
Creo que se haría una gran obra, si se llegara a un acuerdo internacional, no sólo para impedir los bombardeos con gases, materias tóxicas y explosivos sobre las poblaciones, sino sobre todo para llegar a la prohibición de que circulen periódicos que para las relaciones entre los Estados son más funestos que las bombas de cualquier clase que sean.
Fortalecimiento del Ejército alemán
Como estas campañas internacionales de Prensa no pueden ser consideradas como un elemento de tranquilidad, sino por el contrario, como el elemento más adecuado para poner en peligro la paz entre los pueblos, me he decidido a reforzar los efectivos del Ejército alemán, en la medida suficiente para que podamos tener la seguridad de que estas feroces amenazas de guerra contra Alemania, no se convertirán un día en un sangriento atropello. Estas medidas han comenzado a ser puestas en práctica el día 4 de febrero del corriente año y se realizarán urgente e íntegramente.
Pero Alemania, en todo caso, está animada del más profundo deseo de entablar las relaciones más sinceras, tanto con las grandes potencias europeas, como con todos los demás Estados. Si no se logran estos propósitos, ello no dependerá de nosotros.
Métodos diplomáticos
De todas formas, creemos que en la actitud en que está colocada la prensa, poco puede esperarse, en estos momentos, de conferencias ni de negociaciones bilaterales entre los Estados. Porque no es posible hacerse ilusiones sobre el hecho siguiente: esta campaña de la prensa internacional contra la paz, saboteará inmediatamente toda tentativa de mutua inteligencia entre los pueblos, falseando inmediatamente cada negociación o reproduciéndolas impregnadas de un sentido contrario. Falseará al instante todo convenio y en tales circunstancias, no puede comprenderse qué ventajas pueden obtenerse de esas conversaciones o reuniones, mientras los Gobiernos en general sean incapaces de tomar medidas decisivas sin tener en cuenta la opinión pública del país.
Por eso creemos que, por el momento, el único camino posible se reduce al intercambio normal de notas diplomáticas, para al menos quitar todo fundamento a las más burdas falsedades de esta prensa internacional.
Relaciones con los estados fronterizos
Si Alemania se afana en delimitar sus propios intereses, esto no quiere decir que nos vayamos a desinteresar por todo cuanto pasa en nuestro derredor. Nos sentimos felices al poder mantener relaciones normales y en parte amistosas, con la mayor parte de los países lindantes con Alemania. Tenemos la impresión de que por todas partes se va levantando una sensación de alivio y bienestar. Se aspira a una verdadera neutralidad, síntoma que hemos podido observar en una serie de Estados europeos y que nos ha llenado de la más profunda y sincera satisfacción. En ello creemos ver un elemento de tranquilidad creciente y, por lo tanto, de una seguridad cada vez más firme. Por el contrario, igualmente vemos las dolorosas consecuencias de la confusión llevada al mapa de Europa, tanto respecto a la situación económica, como a la distribución de los núcleos nacionales, por la locura de Versalles.
El Reich protegerá a las minorías alemanas
Sólo dos de los Estados con nosotros fronterizos encierran una población de diez millones de alemanes. Son aquéllos que hasta 1866 estuvieron unidos al pueblo alemán en una Confederación y que en 1918 aún combatieron junto a los soldados alemanes del Reich. Contra su propia voluntad se les ha impedido por los Tratados de paz el unirse al Reich. Esto en sí es ya bastante doloroso. Pero hay una cosa que no nos ofrece la más mínima duda; la separación política del Reich no puede tener por consecuencia el privar por completo a un pueblo de sus derechos nacionales, es decir, que el derecho absoluto de libre disposición de los pueblos, que, por si fuera poco nos fue solemnemente prometido en los catorce puntos de Wilson como base del armisticio, no puede quedar ignorado simplemente por tratarse de Alemania. A la larga, resulta insoportable para una potencia mundial consciente de su valor, el sentir a su lado a compatriotas condenados a sufrir cruelmente y sin cesar, a causa de sus simpatías o su vinculación al pueblo común, a sus creencias y a su suerte.
Sabemos perfectamente, que apenas existe una frontera en Europa que satisfaga a todo el mundo. Por lo tanto, lo más acertado sería el evitar inútiles persecuciones a las minorías nacionales, a fin de no añadir al dolor de la separación política el tormento de la persecución por el hecho de pertenecer a determinada nacionalidad. Está demostrado, que con buena voluntad es posible encontrar medios de conciliación en este sentido, o por lo menos mitigar la dureza de la situación. Pero aquél que pretenda impedir por la fuerza un compromiso que aporte a Europa una tal conciliación, desencadenaría de nuevo la violencia entre los pueblos, pues no puede negarse, que mientras Alemania estaba indefensa e impotente, tenía que soportar simplemente la perpetua persecución de los alemanes en nuestras mismas fronteras; pero así como Inglaterra defiende sus intereses en el mundo entero así también la Alemania de hoy día sabrá representar y defender los suyos, aunque éstos sean mucho más limitados. Y entre estos intereses del Reich, hay que contar también la protección de aquellos compatriotas que viven fuera de nuestras fronteras y que no están en condiciones de asegurarse por sí mismos sus derechos de libertad humana, política e ideológica.
Polonia
Con gran satisfacción podemos afirmar, que en el quinto año transcurrido desde el primer gran acuerdo internacional concerniente a la política exterior del Reich, nuestras relaciones con aquel Estado con el que teníamos tal vez los más graves rozamientos, no sólo han mejorado notablemente, sino que en el curso de estos años ha tenido lugar una aproximación cada vez más amistosa. Sé perfectamente que esto se debe, en primer lugar, a la circunstancia de que entonces no existía en Varsovia un parlamentarismo occidental, sino un Mariscal de Polonia, que, como hombre de inteligencia preclara, comprendió la gran importancia que para Europa tenía una tal armonía en las relaciones germano-polacas. Esta obra, de cuyo éxito tanto se dudó entonces, ha salido airosa en la prueba y con razón puedo decir, que desde que la Sociedad de Naciones ha desistido por fin a sus eternas tentativas de perturbación en Danzig y ha nombrado como nuevo Comisario a una alta personalidad, esta ciudad –el lugar más peligroso y amenazador para la paz de Europa–, ha perdido por completo su osca fisonomía.
El Estado polaco respeta las peculiaridades nacionales en Danzig, y tanto esta ciudad como Alemania, respetan los derechos polacos. Así se ha logrado allanar el camino para un arreglo que, iniciado por Danzig, ha logrado desintoxicar definitivamente las relaciones entre Alemania y Polonia y establecer una mutua colaboración de verdadera amistad, a pesar de las tentativas de ciertos agentes provocadores.
Austria
En estos momentos, señores diputados, tengo la gran felicidad de poder comunicaros, que en estos últimos días se ha llevado a cabo un amplio acuerdo con un país, que, por muchos motivos, está especialmente próximo a nosotros. Aquello que une a Alemania con Austria, no es tan sólo el hecho de que pertenezcamos a la misma raza, sino que es, ante todo, el hecho de que una larga y común historia y una misma cultura, nos unen.
Las dificultades que se observaron en la ejecución del Tratado de 11 de julio, nos obligaron a hacer intentos para lograr que desaparecieran errores y obstáculos que impedían una reconciliación definitiva. Era evidente, que una tal situación, ya se había convertido en insostenible, voluntaria o involuntariamente hubiera llegado la premisa de una tremenda catástrofe. Y entonces, por lo general, la voluntad humana es incapaz de detener el desarrollo de los acontecimientos que han empezado a originarse por negligencia o por estupidez.
Es para mí una gran felicidad el poder comunicaros, que el Canciller austriaco, a quien invité para que me visitara, abunda en esta misma opinión. Nuestro pensamiento y nuestra intención, era el llegar a un mejoramiento en nuestras relaciones, concediendo –aunque dentro del marco de la legislación vigente–, a la parte de la población de la Austria alemana que, por sus concepciones e ideología debe ser considerada como nacionalsocialista, los mismos derechos de que gozan el resto de los ciudadanos. Además, por medio de una amnistía general, así como por una inteligencia más estrecha entre los dos países, se ha intentado iniciar una amplia acción pacificadora que se fundará sobre las más íntimas y amigables relaciones en los diferentes aspectos de una posible colaboración tanto política, como personal y económica. Todo ello es un complemento del acuerdo de 11 de julio y, por lo tanto, caerá dentro del marco del mismo.
Aquí, ante el pueblo alemán, quiero expresar al Canciller de Austria mi más profundo agradecimiento por la amplia comprensión y calurosa solicitud con que aceptó mi invitación y por el esfuerzo realizado, juntamente conmigo, para encontrar un medio que en la misma medida sirva a los intereses de ambos países, como a los intereses del pueblo alemán, de este pueblo alemán del que todos somos hijos, cualquiera que sea el lugar donde se haya nacido.
Yo creo que, con ello, hemos contribuido a la paz de Europa.
La prueba más evidente de la exactitud de esta suposición, nos la proporciona la rabia incontenida de aquellos cosmopolitas democráticos que, sin cesar de hablar de paz, no dejan escapar ocasión alguna de azuzar la guerra y ellos están furiosos y coléricos con esta obra de mutua inteligencia. Y es por esto, por lo que podemos suponer con razón que ella es justa.
Es posible, que este ejemplo contribuya a acentuar la progresiva reconciliación de Europa. Sea como sea, Alemania, apelando a sus amistades, no omitirá medio alguno para lograr este gran bien, que constituye por sí solo la base de todos los esfuerzos que nos proponemos realizar en el futuro y que es la paz.
Nuestras relaciones con las demás potencias
En este momento, camaradas, os puedo asegurar que nuestras relaciones con los demás países europeos y con los de fuera de Europa, son, o bien buenas y normales, o bien amistosas.
Sólo me limitaré a mencionar la cordial amistad que nos une con Hungría, con Bulgaria, con Yugoeslavia y con muchos otros Estados. En cuanto a las proporciones de nuestra colaboración económica con los otros pueblos, el saldo de nuestro comercio exterior ya os habrá dado un cuadro impresionante.
Pero, sobre todo, hay que señalar nuestra colaboración con aquellas dos grandes potencias, que como Alemania, han reconocido que el comunismo representa un peligro mundial y en su consecuencia han resuelto oponerse de común acuerdo al Komintern.
Trabajamos para la paz
Mi deseo más sincero es que esta colaboración con Italia y Japón sea cada vez más intensa. Por lo demás, nos produce gran satisfacción cada vez que tenemos la ocasión de comprobar cualquier mejoría en la situación política general. Porque por grandes que sean los esfuerzos realizados por nuestro pueblo, no podemos abrigar la menor duda de que los resultados para el bienestar general serían aún mucho mayores, si pudiera intensificarse la cooperación internacional.
El pueblo alemán no es por su carácter un pueblo guerrero, sino un pueblo de soldados. Es decir, que no desea la guerra, pero que tampoco la teme. Ama la paz, pero la ama en la misma medida que a su honor y a su libertad. Los quince años terribles que quedan tras de nosotros, son una advertencia y una enseñanza, que creo que la nación alemana tendrá por siempre grabadas en el corazón y que jamás olvidará.
El pueblo alemán
¡Camaradas! ¡Diputados del Reichstag! A vosotros los que al votar la ley que me confiere el poder supremo, me habéis dado la posibilidad de realizar mi obra, os he rendido cuentas de la labor de estos cinco años históricos del pueblo alemán. Ahora, no puedo terminar, sin aseguraros cuán grande es mi fe en el porvenir de nuestro pueblo y de nuestro Reich, para todos vosotros tan ardientemente amados. Lo que me impulsó en otro tiempo, cuando era anónimo soldado, a comenzar la lucha por la reconstrucción del pueblo alemán, fue, en el fondo, la fe en él. No la fe en sus instituciones, no en su orden social, no en sus clases sociales, no en sus partidos, no en sus medios políticos y administrativos, sino la fe en los eternos valores morales de este pueblo.
Y ante todo, la fe en estos millones de hombres y mujeres que son, como yo lo fui en otra ocasión, los portadores anónimos de nuestra comunidad vital y ética. Sólo por ello me he afanado en edificar este nuevo Reich, el cual no pertenece a ninguna clase, a ninguna categoría social, sino solamente al pueblo alemán en sí. El nuevo Reich le allanará el camino y le mejorará sus condiciones de existencia. Todo cuanto he creado en este tiempo no tiene la pretensión de ser un fin en sí mismo. Todo es efímero. Pero lo que para nosotros permanecerá eterno es esta substancia de carne y de sangre que se llama el pueblo alemán. Partido, Estado, Ejército, Economía, son instituciones y funciones que no tienen otro valor que en tanto que son medios que conducen a un fin. Todos ellos serán juzgados por la Historia según los servicios que hayan prestado a ese fin. Pero el fin, ese fin, siempre ha de ser el pueblo.
Todas estas instituciones no son otra cosa que instituciones pasajeras frente a la única que tiene la categoría de eterna. Y servir a ese pueblo con todas mis fuerzas, fue y es la dicha que me deparó la vida. Es para mí un agradable deber, el dar las gracias a mis numerosos y eminentes colaboradores, sin los cuales no habría podido realizar esta obra. Y en este instante yo quisiera elevar mi súplica a Dios, para que en los años venideros otorgue su bendición a nuestro trabajo, a nuestra actividad, a nuestras peticiones y a nuestra fuerza de voluntad, para que nos proteja contra todo falso orgullo, así como contra todo cobarde servilismo, para que nos ayude a encontrar el camino recto que su Providencia ha destinado al pueblo alemán y para que nos dé siempre el valor suficiente para servir a la Justicia sin vacilar, ni retroceder jamás ante ninguna fuerza ni ante ningún peligro.
¡Viva Alemania!
¡Viva el pueblo alemán!
Discurso del Führer-Canciller ante el Reichstag el día 18 de Marzo de 1938
Señores diputados:
Os he convocado a esta breve reunión de hoy para daros cuenta con el corazón profundamente emocionado, de acontecimientos cuya importancia podréis apreciar.
Además de ello, tengo que poner en vuestro conocimiento algunas decisiones que afectan al pueblo alemán y al propio Reichstag.
Cuando hace unas semanas me dirigía a vosotros, conocisteis el balance de cinco años de trabajo del Estado Nacionalsocialista, que en sus resultados conjuntos debe considerarse como algo sin precedentes.
En el tiempo más breve posible, y partiendo de un estado de humillación moral y política de los más profundos, de una miseria económica y de un desgarramiento social, ha conocido nuestro pueblo un resurgimiento de tales proporciones y rapidez, que incluso los más entusiastas de nuestros partidarios juzgaban inverosímil, y que parecía sencillamente imposible a nuestros enemigos.
En ese balance al que me refiero, y al tratar de los problemas políticos, me ocupé de una cuestión, cuya gravedad sólo podría ser desdeñada por ciertos ignorantes europeos.
Se lleva a cabo el programa de las nacionalidades
Ya en el siglo pasado, en el lugar de una concepción del Estado y de una estructuración de los pueblos, reducidas a consideraciones de linaje, confesionalmente condicionadas o dinásticamente establecidas, tenía representación un nuevo ideal que dominaba fuertemente a los hombres.
El principio de las nacionalidades impuso su misión en esta época de nuestra historia moderna.
Este principio, desdeñando las condiciones antes expuestas, y de acuerdo con el nuevo ideal, derriba las formas políticas existentes y crea los estados nacionales europeos. Y a fines del siglo pasado, había logrado dar a una serie de pueblos la unidad nacional y su correspondiente expresión política. Otros pueblos conservaron ese ideal como un impulso determinante de su acción, a través de la guerra más fuerte de todos los tiempos, hasta su cumplimiento final.
El único pueblo de Europa, a quien se negó bien pronto ese derecho natural a sus destinos, que debido a los nuevos acontecimientos debía de ser definitivamente impugnado, fue el alemán.
Diferencias de linaje, desgarramientos confesionales y egoísmos dinásticos, habían impedido hasta ahora, que el pueblo alemán lograse la unidad política por la que suspiraba desde hacía varias generaciones. La Gran Guerra y su liquidación, aumentaron el desconcierto alemán y añadieron a otras desgracias el dolor de eternizar la separación de la madre Patria, de elementos valiosísimos de la Nación. En lugar de el derecho wilsoniano de los pueblos a disponer libremente de sus destinos, que debíamos lograr gracias al armisticio, se impuso la violación más brutal de la conciencia nacional de varios millones de compatriotas alemanes. Los derechos que como cosa natural se conceden a las tribus coloniales más primitivas, fueron regateados a una vieja nación civilizada, basándose en razones tan insostenibles como ofensivas.
Ya expuse en mi discurso del 20 de febrero, que apenas podría darse en Europa una regulación pacífica en todos sentidos de las relaciones nacionales y territoriales, es decir, que nuestro punto de vista no es que el fin de una política nacional, ha de ser la realización, contra viento y marea, bien por medio de protestas o de actos, de demandas territoriales, que aunque motivadas por necesidades nacionales, no pueden conducir al fin, al establecimiento de una justicia nacional para todos. Los incontables enclaves étnicos que existen en Europa, hacen en parte imposible el hallar una fijación de fronteras, en la que los intereses de pueblo y estado sean reconocidos de un modo justo y por igual.
La coacción sobre el derecho a disponer de sus destinos de millones de alemanes
Solamente existen construcciones políticas, con tan marcado carácter de agravio nacional consciente y querido, que sólo es posible mantener la duración de su sostenimiento por la fuerza brutal. Así fue, por ejemplo, la formación del nuevo Estado incompleto austriaco, una medida condicionada a la coacción de los derechos de seis millones y medio de alemanes a vincularse en un pueblo. Esta coacción se hizo con una publicidad cínica. Pues para el conocido inventor del derecho de los pueblos a disponer de sus destinos, de su independencia y de su libertad, así como para los píos gobernantes del mundo que por todo su interesan y que pretenden ocuparse tanto de la justicia, no significaba nada la libre voluntad de seis millones y medio de hombres, simplemente estrangulados por los llamados Tratados de paz. Y tampoco tuvieron el menor escrúpulo en obligarles por la violencia a aceptar el que se les arrebatase su derecho de autodeterminación y que se vieran reducidos a esta artificiosa separación de la gran patria común.
Pero cuando en otro tiempo, no obstante, se decidió en Austria someter a plebiscito la cuestión del Anschluss –y quisiera recordar especialmente a los demócratas de Londres y París que aquello ocurrió en un tiempo en que ni en Austria ni en Alemania existía el Nacionalsocialismo– y este plebiscito arrojó un resultado de más del 95 por ciento de los votos a favor de la unión, los apóstoles del nuevo Derecho de gentes, decidieron impedir, sencillamente por la fuerza bruta, que se expresase la pacífica demostración de la voluntad sincera de aquellos infelices seres desgajados de su pueblo. Y en esto consistía la tragedia: que el Estado austriaco presentaba el aspecto de un pueblo completamente muerto.
La miseria económica era por tanto horrible; la mortandad aumentaba de año en año de una manera alarmante. Tan sólo en una ciudad como Viena, tuvieron lugar en el último año, sólo 10.000 nacimientos y en cambio, 24.000 defunciones. Y esto no lo digo con la intención de impresionar a esos infelices demócratas cosmopolitas, pues bien sé que tales cosas no conmueven sus corazones y pueden contemplar tranquilos que en Europa se haya asesinado a más de medio millón de seres humanos, sin experimentar por ello la más mínima conmoción. Pero en cambio pueden, sin avergonzarse, fingir la más profunda indignación, cuando en Berlín o en Viena se le despoja del negocio a un agente provocador judío.
Solamente menciono todo esto, con el fin de demostrar fríamente, como, por medio del acto de fuerza de un Tratado de paz, se dictó la sentencia de muerte que paulatinamente se iba cumpliendo, contra millones de seres, simplemente por el hecho de haber creado un Estado sin vitalidad alguna.
El hecho de que después encontraran cómplices en el interior, que, mediante su ayuda personal estaban dispuestos a favorecer a un tal Estado, desde fuera aparentemente soberano, para asegurarse así una posición política a costa de su desgraciado pueblo, no ha de extrañar a aquél que haya observado la deficiencia espiritual y moral del ser humano. Igualmente no debe maravillarnos, el que poco a poco se fuera levantando en la masa, entre la que había muchos hombres animados de ideas nacionales, una profunda exasperación y que naciera una fanática decisión de acabar algún día con tal perverso e indignante ultraje y en lugar de la presión del pueblo, falsamente democrática, establecer la sagrada justicia de la eterna existencia del pueblo.
Pero mientras estos hombres oprimidos intentaban variar este destino que les había sido impuesto por la fuerza, se extendía un creciente terror en contra de ellos. Pues solamente mediante el régimen de terror pueden ser doblegados sentimientos y esperanzas tan naturales y humanas. Claro está, que un tal estado de cosas había de producir una constante oscilación entre sublevaciones y actos de opresión. Y para todo aquél que tenga una ligera idea de la historia, no le cabrá duda alguna de que a la larga terminan por ser más potentes las tenaces fuerzas que mantienen al pueblo, que toda acción de opresión.
La justicia ha de cumplirse aun cuando se trate de alemanes
A todo esto hay que añadir el hecho incontestable, aun para el más recalcitrante, de que no se puede hablar de Derecho cuando se cometen actos de una tan terrible como palpable injusticia. Sobre todo, no puede defenderse que sea justo un proceder, cuando sólo conviene a determinados intereses y que aunque a veces parezca un justo fundamento para la vida de los pueblos, otros, sin embargo, se muestran como el más endemoniado intento de perturbar la paz nacional. Un plebiscito internacionalmente controlado, demostró que el territorio del Sarre está exclusivamente poblado por alemanes, a excepción de unas dos mil personas que son de nacionalidad francesa. El hecho de que bastase ese exiguo porcentaje del dos por ciento, para que se obligase a aquel territorio a aceptar un plebiscito antes de reincorporarse al Reich, contrasta de la manera más patente con la actitud que se adopta internacionalmente cuando se trata de millones y millones de alemanes.
En este segundo caso, en el que se trata de cumplir el deseo de volver a la Patria, las democracias lo consideran inoportuno y lo rechazan. Simplemente el hecho de que una tal esperanza sea más o menos patente, es ya calificado de crimen. Pero a la larga, un tal estado de violencia, no puede encubrirse con las fórmulas de determinadas instituciones internacionales, de dudosa moralidad. La justicia ha de ser justa en todo momento, aun cuando se trate de alemanes y, por lo tanto, ¿quién puede extrañarse de que esos pueblos a quienes constantemente se les priva de todo derecho no vayan un día a tomarse la justicia por su mano? Las naciones han sido creadas por la voluntad de Dios y por lo tanto son eternas: la Sociedad de Naciones, sin embargo, es a lo sumo una dudosa construcción sujeta a las deficiencias humanas y destinada a satisfacer la codicia y los bajos instintos de los hombres.
Y una cosa es verdaderamente cierta: que lo mismo que las naciones han existido durante miles de años sin que hubiera una Sociedad Naciones, así también en lo futuro seguirán existiendo durante milenios, aun cuando haya desaparecido la institución ginebrina. Por lo tanto, esta institución sólo tendría razón de ser, si estuviera animada por un espíritu que lograse identificarla con ese más alto ideal que responde a una justicia mejor e igual para todos.
Por la violencia se quería impedir la unidad de la Patria
Por la violencia se pretendió impedir, que un simulacro de Estado como era Austria, también creado por la violencia, se uniese a la Patria común, pero claro está que esto tenía que producir la muerte económica de aquel Estado, el cual, además, tan sólo mediante la violencia podía ser mantenido en contra de los verdaderos deseos de su pueblo.
Mientras Alemania misma estuvo hundida en la mayor de las miserias, fue escasa su fuerza de atracción sobre los millones de alemanes que vivían allende de nuestras fronteras, a pesar de que éstos deseaban la unión no obstante la ruina. Pero, naturalmente, a medida que el Reich alemán se iba reconstruyendo, a medida que el pueblo iba sabiendo de una nueva creencia popular y que una nueva convicción se abría camino, nuestros oprimidos camaradas que sufrían más allá de las fronteras, ansiosamente y cada vez con mayor anhelo, iban volviendo sus ojos hacia la Patria y cuando al fin también lograba Alemania ir asegurando de año en año su reconstrucción económica, fue propagándose cada vez más entre aquéllos la idea de unirse a un Estado que, a pesar de todas las dificultades, iba venciendo también la miseria económica. Por otra parte, y aun dentro del mismo Reich, iba en aumento progresivo la indignación del pueblo al conocer la persecución ininterrumpida de que eran víctimas los alemanes que vivían fuera de nuestras fronteras.
Pero, ahora, Alemania ha vuelto a ser una potencia mundial, y ¿qué otra potencia en el mundo hubiera tolerado durante tiempo y tiempo que a sus mismas puertas fueran sacrificados en masa millones de hombres de la misma raza que los de su comunidad estatal? Hay un momento en el que una nación consciente de sí misma no puede seguir contemplando tranquilamente hechos semejantes.
La entrevista de Berchtesgaden
Por estas razones he decidido hablares también de la entrevista que celebré en Berchtesgaden con el entonces Canciller federal austriaco señor Schuschnigg, y que ya conocéis.
Con toda honradez y seriedad hice saber en aquel momento al señor Schuschnigg, que un régimen absolutamente ilegal y que en último término sólo gobierna mediante la fuerza, tarde o temprano abocaría en un serio conflicto, ya que además sus tendencias eran diametralmente opuestas a la voluntad del pueblo.
Hice todo cuanto pude por demostrarle que debía encauzar esta evolución, que de una parte implicaba una cada vez más aguda recusación y de otra, una cada vez más fuerte violencia. Pero que precisamente, teniendo en cuenta el resurgimiento de la gran potencia del Reich alemán, con el tiempo no sería nada imposible que tuviera lugar un levantamiento revolucionario. Y en esta circunstancia, las consecuencias podrían ser un mayor recrudecimiento del terror. Pero, a lo último, se llegaría a una situación –intolerable para una gran potencia con sentimiento del honor nacional–, de contemplar esto pacientemente o de desinteresarse de ello. He demostrado al señor Schuschnigg que no existe ni un solo austriaco de sangre alemana, con decoro y sentimiento del honor nacional, que en lo más profundo de su corazón no lleve el anhelo y el ansia de la unión con el pueblo alemán. Le supliqué que evitara a Austria, a Alemania y a sí mismo, una situación que pronto o tarde conduciría a la más seria enemistad. En este sentido le ofrecí un camino a seguir, que hubiera podido conducir a un paulatino mejoramiento de la situación y, por consiguiente, a una lenta reconciliación, no sólo entre las personas en Austria mismo, sino también entre ambos estados alemanes.
Pero recalqué bien claro al señor Schuschnigg, que ese sería el último intento por mi parte y que estaba decidido, en caso de que éste fracasase, a hacer valer en mi Patria el derecho del pueblo alemán con aquellos medios que en este mundo siempre nos han quedado como únicos posibles cuando la comprensión humana se opone a los preceptos de la justicia. Pues hasta ahora, no se ha dado el caso de que haya muerto ningún pueblo digno, por entregarse a formalidades democráticas. Por lo demás, piénsese al menos en aquellas democracias, en la mayor parte de las cuales no se hace más que hablar.
El 20 de febrero, ante vosotros, señores diputados, he tendido la mano al entonces Canciller Schuschnigg. Pero él, como primera respuesta, ha rechazado mi ofrecimiento.
Y mientras vacilaba en poner en práctica las obligaciones a que se había comprometido, otros determinados Estados propagaban abiertamente una actitud negativa. Pero en contra de esto estamos hoy en día en situación de poder afirmar, que parte de la gran campaña de mentiras hechas contra Alemania, estaba directamente inspirada por la oficina de prensa del señor Schuschnigg. No podía caber ya duda alguna de que el señor Schuschnigg, que no podía basar su poder en ningún fundamento legal, y que por lo demás, apoyándose en el terror tenía oprimida a la desaparecida minoría que constituía la Austria alemana, estaba decidido a romper este Tratado.
El plebiscito de Schuschnigg; un atentado contra la mayoría del pueblo alemán
El martes 8 de marzo, llegaron los primeros informes sobre la preparación de un plebiscito hecho a propósito. Parecían tan fantásticos e increíbles que fueron tenidos por simples rumores. El miércoles por la noche, después de un discurso verdaderamente extraño, supimos que se preparaba un atentado, no sólo contra los compromisos con nosotros adquiridos, sino sobre todo, contra la mayoría del pueblo austriaco. En un país, en el que desde hace muchos años no ha tenido lugar elección alguna, en el que no existen ni registro ni listas electorales, se dispuso la celebración de un plebiscito, que tendría lugar a los tres días justos de su convocatoria. La consulta electoral estaba de tal modo formulada, que una negativa era motivo de castigo según las leyes entonces vigentes en Austria. No había censo de votantes, un examen de tales listas era desde luego imposible, las reclamaciones estaban excluidas, el secreto del sufragio ni garantizado ni deseado, los que votaran que no, eran de antemano censurados, y a los que votaran que sí, se les daba ciertas garantías para el caso de una falsificación electoral. En otras palabras: el señor Schuschnigg, sabía muy bien, que tras él sólo estaba la minoría del pueblo austriaco, y con una ficción electoral sin ejemplo, intentó proporcionarse una justificación moral de la violación descarada de las obligaciones o compromisos por él contraídos. Quería un mandato que le permitiera continuar una opresión más brutal aún, de la abrumadora mayoría del pueblo alemán de Austria.
Este perjurio y estas medidas sólo podían conducir a una revolución. Solamente un obcecado frenético se atrevería a creer que con esto podía sencillamente tapar la boca a la mayoría del pueblo, para consolidar así un régimen de ilegalidad, presentándolo ante el mundo con una base jurídica. Pero esta revolución, de cuyo estallido no podía dudarse, y cuyos primeros síntomas ya se anunciaban, hubiese conducido a un nuevo derramamiento de sangre más terrible aún en esta ocasión. Pues una vez que el fuego de las pasiones comienza a inflamarse, en vista de la pervivencia de la injusticia, sólo puede extinguirse con sangre, según enseña la experiencia. Así lo confirman de manera suficiente numerosos ejemplos históricos.
Entonces me decidí a poner fin a esta continuada opresión de mi Patria. Para ello, tomé rápidamente ciertas medidas necesarias, las más apropiadas para evitar a Austria un destino análogo al de España.
El ultimátum, de que el mundo comenzó de pronto a quejarse, no era otra cosa que la seguridad concreta de que Alemania no toleraría que continuara la opresión de los alemanes austriacos, y llamando al mismo tiempo la atención, de que si se seguía por ese camino se llegaría, de un modo inevitable, a un derramamiento de sangre.
Que esta postura era justa, lo demostró el hecho, de que al llevar a cabo una intervención que se había hecho necesaria, toda la Patria salió a mi encuentro en el plazo de tres días, sin que sonara un solo tiro, ni cayera una sola víctima, a mi parecer, muy a pesar de nuestros pacifistas internacionales. Si yo no hubiese correspondido a los deseos del pueblo austriaco y a los de su nuevo Gobierno nacionalsocialista, con toda seguridad habrían surgido situaciones tales, que hubiesen hecho necesaria más tarde nuestra intervención. Yo quería evitar a esta hermosa tierra, una desgracia y un dolor interminables, pues cuando el odio comienza a inflamarse, la razón se oscurece y entonces no hay lugar para una ponderación justa entre la culpa y la expiación. El encono nacional, los rencores personales y los más bajos instintos del egoísmo, empuñan la tea incendiaria, y en su furor buscan las víctimas sin preguntar la causa ni pensar en las consecuencias.
La ejecución del mayor cometido histórico
El señor Schusschnigg, no ha creído tal vez posible, que yo pudiese decidirme a intervenir. Él y sus partidarios pueden dar las gracias a Dios por ello. Pues solamente mi energía ha salvado su vida y la de otros diez mil, una vida que hace mucho que no merecen, por su complicidad en la muerte de numerosas víctimas austriacas del movimiento, pero que el Estado nacionalsocialista como dueño y vencedor les regala. Por lo demás estoy satisfecho, y más aún por haber sido el ejecutor de este hecho histórico, el más importante de todos. ¡Qué mayor satisfacción puede haber en este mundo para un hombre, que el haber conducido a sus compatriotas a esta gran comunidad de pueblos! Y vosotros todos apreciáis lo profundo de mi alegría porque no he precisado conquistar el Reich alemán con muertos y con ruinas, sino que quise ofrendarlo un país intacto, con hombres felices.
He obrado de tal manera, que sólo como alemán puedo ser responsable ante la historia de nuestro pueblo, ante los testimonios pasados y presentes de nuestra comunidad étnica, ante el bendito Reich alemán y ante mi querida Patria. Pero tras esta decisión mía ya realizada, hay ahora setenta y cinco millones de personas y ante ellas está desde hoy el Ejército alemán.
Es casi trágico que un proceso que en el fondo sólo alejaba una tensión centroeuropea que se había hecho insoportable por su duración, haya mantenido precisamente a nuestras democracias en un estado de incomprensión realmente inexplicable. Sus reacciones eran de parte incomprensibles y en parte ofensivas. Una serie de Estados se habían manifestado realmente desinteresados de la cuestión desde un principio, o expresaron también su asentimiento entusiasta. Estos no son sólo la mayoría de los pequeños países europeos, sino también un gran número de grandes potencias. Sólo hago mención entre ellos de la actitud noble y comprensiva de Polonia, del asentimiento amistoso y cordial de Hungría, de las explicaciones dadas por Yugoeslavia, así como de las seguridades de una sincera neutralidad por parte de un gran número de otras naciones. Pero yo no puedo terminar la enumeración de estas voces amigas, sin hacer mención especial de la actitud de la Italia fascista. Me he considerado obligado a explicar personalmente en una carta al Duce del gran Estado fascista, con quien nos une una gran amistad, las razones de mi intervención, asegurándole de un modo expreso que la posición de Alemania respecto a Italia después de estos acontecimientos, no sólo no cambiará en nada, sino que lo mismo que con Francia, Alemania considera como fijas las fronteras existentes.
Y desde este lugar quisiera expresar al gran estadista italiano, en nombre del pueblo alemán y en el mío propio, nuestro sincero agradecimiento. Sabemos muy bien lo que ha significado para Alemania la actitud de Mussolini en estos momentos. Y si fuese posible una consolidación mayor de las relaciones entre Italia y Alemania, habría llegado el momento de ello. Partiendo de una comunidad nacida del modo de ver las cosas y de unos intereses análogos, se ha llegado para los alemanes a una amistad indestructible. La tierra y las fronteras de este país amigo son para nosotros inviolables. Repito una vez más, que nunca olvidaré esta actitud de Mussolini. Pero el pueblo italiano debe de saber, además, que detrás de mis palabras está la nación alemana.
Así también esta vez el eje que une a nuestros dos pueblos, ha prestado el mejor servicio para la paz del mundo. Pues Alemania sólo desea la paz. No quiere irrogar perjuicio alguno a los demás pueblos. Pero tampoco puede permitir bajo ningún concepto ofensa alguna, y ante todo, está dispuesta a llegar hasta el fin en la defensa de su honor y de su existencia. Que nadie crea que se trata sólo de una frase, y que se entienda también que un gran pueblo dotado del sentido del honor, no puede permanecer ocioso ante la persistencia de una opresión reiterada de grandes masas humanas que tienen su propia sangre.
El plebiscito del 10 de abril
Señores diputados:
Creo que en este gran momento histórico, en que gracias a la fuerza del ideal nacionalsocialista y al fortalecimiento del Reich que ella le ha deparado, se ha convertido en realidad el viejo sueño de los alemanes, ni una sola parte de nuestro pueblo puede dejar de ser llamada, para prestar su asentimiento al gran hecho de la fundación de un gran Reich alemán. El día 10 de abril, millones de alemanes-austriacos expresarán su opinión ante la historia, sobre la gran comunidad alemana de sus pueblos y de sus destinos. Ya en estos primeros pasos comunes del nuevo Reich alemán, sus elementos no pueden permanecer separados.
A partir de ahora, toda Alemania los acompañará. Pues desde el 13 de marzo de este año, su camino es el mismo de todos los hombres y todas las mujeres de nuestro pueblo. Para ello, el día 10 de abril, por vez primera en la historia, la totalidad de la nación alemana hará acto de presencia para emitir su voto, tal como se halla en el actual Reich. No se consultará a seis millones y medio de habitantes, sino a setenta y cinco millones.
Y, en segundo lugar: disuelvo al mismo tiempo el Parlamento del viejo Reich alemán, y dispongo la elección de los representantes de la gran Alemania. Como plazo para ello señalo también el 10 de abril.
Convoco a casi cincuenta millones de electores de nuestro pueblo, a los que pido me ofrezcan un Parlamento, con el cual, y con la ayuda de Dios, sea posible llevar a cabo la gran tarea nueva. El pueblo alemán tendrá ocasión de examinar una vez más en estos días, lo que mis colaboradores y yo hemos hecho en estos cinco años, desde la primera elección del Reichstag en marzo de 1933. Tendrán que comprobar un resultado único en la historia.
Espero de mi pueblo que, unánime en la intención y en la fuerza, llegue a una decisión tan digna y acorde.
Así como en 1933, a la vista del trabajo monstruoso que teníamos por delante, pedí al pueblo alemán la concesión de cuatro años de plazo para el cumplimiento de la gran labor, ahora por segunda vez le pido lo siguiente:
Pueblo alemán, concédeme de nuevo cuatro años para que pueda realizar la feliz unión de todos en el exterior y en lo íntimo. Después del transcurso de este tiempo, el nuevo Reich alemán se convertirá en una unidad indestructible, afirmada en la voluntad del pueblo, gobernado políticamente por el Partido nacionalsocialista, protegido por sus jóvenes y por su ejército nacionalsocialista y rico en la savia de su vida económica.
Cuando hoy vemos cómo se han cumplido los sueños audaces de tantas generaciones, sentimos un agradecimiento sin límites hacia todos aquellos que con su esfuerzo y sobre todo con sus víctimas, han colaborado en el logro de esta gran finalidad. Todo linaje alemán e incluso su paisaje, han realizado una dolorosa aportación para la consecución de esta obra. Pero como últimas víctimas de la unidad alemana, deben estar presentes ante nosotros en este momento, los numerosos luchadores, que en la vieja Marca Oriental, en Austria, ahora más que nunca vuelta al Reich, fueron los heraldos creyentes de la unidad ya conseguida y que, como mártires, con el último aliento de su voz, aún pudieron pronunciar las palabras que para todos nosotros deben ser las más sagradas: ¡Un pueblo! ¡Un Reich! ¡Una Alemania!