Zeferino González (1831-1894) |
Historia de la Filosofía La Filosofía de los pueblos orientales |
Entre los fenómenos más notables que distinguen y caracterizan al pueblo sínico, ocupa lugar preferente su aislamiento completo, tenaz y perseverante, con respecto a los demás pueblos y naciones. Un pueblo de trescientos millones de almas, que a través de guerras, conquistas, revoluciones y cambios de dinastías, se conserva al cabo de muchos siglos de existencia en [51] completo aislamiento de las razas y pueblos que le rodean, constituye uno de los fenómenos históricos más extraordinarios. Nuestra civilización y nuestras razas, cuyas primeras raíces buscamos en la región de los Aryas y en la India, tan próximas a la China, nada deben a ésta. Si se exceptúa la invasión búdhica, que apenas se dejó sentir más que en las capas sociales inferiores, limitándose su acción aun sobre éstas a la introducción de ciertas fórmulas y prácticas religiosas, el pueblo chino se mantiene desde la más remota antigüedad en completo apartamiento, sin que sean parte a sacarle de este estado, ni su contacto con los hijos de Ormuzd y de Brahma, ni siquiera sus relaciones religiosas y comerciales con los pueblos europeos, a contar desde el siglo XVI. Sin alianzas con los extranjeros, sin ejercer atracción ni expansión sobre sus vecinos, viviendo su propia vida y concentrado en su propia acción, este vasto y antiguo imperio forma o representa una especie de episodio en el cuadro viviente y armónico de la historia universal.
De su Filosofía puede decirse que se halla en relación con este aislamiento nacional; pues, lejos de responder a la antigüedad y grandeza de la nación, es de escaso valor intrínseco. Confucio mismo, «el filósofo y el sabio por excelencia», como le apellidan sus compatriotas; «el preceptor más grande de los pueblos que vieron jamás los siglos», en expresión de los mismos, que suelen apellidarle también el colmo de la santidad y la cima del género humano, no pasa de ser un moralista mediano, y apenas merece el nombre de filósofo en el sentido propio de la palabra. Hegel observa, con razón, que la filosofía tan decantada de Confucio se [52] reduce a una moral que no entraña mérito especial, y que no pasa de ser un conjunto de máximas vulgares. Los deístas e incrédulos del siglo de Rousseau y de Voltaire ensalzaban hasta las nubes la moral confuciana, bien así como los racionalistas de nuestros días preconizan la moral búdhica, llevados unos y otros del afanoso deseo de equiparar y hasta de sobreponer aquellas teorías a la moral de Jesucristo. Semejantes exageraciones hoy sólo pueden hallar eco entre personas que ignoren por completo el contenido de los libros atribuidos al filósofo chino, o, mejor dicho, redactados por sus discípulos; porque la verdad es que los que tengan conocimientos de estos libros, no pueden negar que la moral enseñada por Confucio se halla a inmensa distancia, no ya sólo de la moral cristiana, sino de la enseñada por algunas escuelas filosóficas del paganismo. La moral contenida en el libro De Officiis de Cicerón es más pura y más completa que la contenida en los Sse-chou, o libros clásicos de la moral confuciana. Excusado parece añadir que la teoría ética del Pórtico y las máximas morales de Epicteto y Séneca valían mucho más que la moral profesada y enseñada por los filósofos de la China.
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Historia de la Filosofía (2ª ed.) 1886, tomo 1, páginas 50-52 |