Zeferino González (1831-1894) |
Historia de la Filosofía La Filosofía de los pueblos orientales |
No existió entre los hebreos, como tampoco existió entre los egipcios, ni entre los secuaces del mazdeísmo, la Filosofía racional y científica, la Filosofía propiamente dicha o sistematizada, si se exceptúan los últimos siglos de su historia nacional, en que aparecen algunos ensayos más o menos sistemáticos. En [85] cambio, y gracias a la revelación divina, el pueblo hebreo conoció y poseyó un conjunto de verdades teológicas, metafísicas, morales y político-sociales, que constituyen una Filosofía y una ciencia, muy superiores, en cuanto a verdad y pureza de doctrina, a todas las ciencias y a todos los sistemas filosóficos de las antiguas naciones y civilizaciones, sin excluir las de Grecia y Roma. Para convencerse de ello, bastará exponer sumariamente ese conjunto de verdades, comparándolas de paso con las ideas, máximas y práctica de otras naciones y pueblos.
a) Enfrente del panteísmo indio, del dualismo iránico, del ateísmo búdhico y sínico, y del politeísmo egipcio y greco-romano, el pueblo hebreo, enseñado por la palabra divina, afirma la existencia de un Dios único, personal, vivo, eterno, trascendente, distinto y superior al mundo, inteligente, libre, omnipotente, infinitamente santo, justo y misericordioso para con el hombre.
b) El dios del brahmanismo saca al hombre de su propia substancia, o, mejor dicho, el mundo y los seres son fenómenos y evoluciones de la substancia divina. El dios de Zoroastro y de la Filosofía griega, o sustituye el dualismo a la unidad, o degenera en naturalismo, y, en todo caso, o apenas vislumbra, o desconoce por completo y niega la creación ex nihilo. Sólo el pueblo hebreo, iluminado por Dios, sabe y afirma que el mundo y los seres que lo constituyen fueron producidos y sacados de la nada en cuanto a toda su substancia, mediante la acción omnipotente, libre e infinita de Dios.
c) Dios, pues, es principio y causa del mundo y [86] de todos los seres, no sólo en cuanto a su forma, distinción y orden, sino también en cuanto a la materia, y, por consiguiente, es causa, principio y razón suficiente de todo lo que constituye el Universo-mundo, sin que por eso el mundo sea parte de su substancia, ni Dios dependa en nada ni para nada del mundo, sin el cual existió desde la eternidad. Hasta los nombres mismos y las definiciones que la Escritura atribuye a Dios –Qui est –Ego sum qui sum–, entrañan y revelan altísimo y superior concepto de la divinidad sobre todos los demás pueblos, aun los más civilizados.
d) Dios es autor, creador y padre común de todos los hombres, los cuales, todos, sin distinción de razas, pueblos ni personas, son iguales entre sí, porque son hechos a imagen y semejanza de Dios (faciamus hominem ad imaginem et similitudinem nostram – Ad imaginem quippe Dei factus est homo); son hermanos e iguales, porque son hijos del mismo padre terreno y celestial, llevan impreso el sello divino, y están destinados todos a la vida eterna en Dios. Excusado es llamar la atención acerca de la inmensa superioridad de esta doctrina, sobre la doctrina, las teorías y máximas de los demás pueblos contemporáneos del hebreo, en los cuales, aparte de la esclavitud, dominaba el régimen de castas bajo una forma u otra.
e) La inmortalidad del alma y el premio o castigo de ésta después de la muerte, y hasta la resurrección del cuerpo, son verdades que, además de desprenderse e inferirse lógicamente de otros dogmas, principios y sentencias de la Biblia hebrea, se hallan consignadas terminantemente en varios pasajes de la misma, bastando recordar y citar al efecto, lo que se lee en el [87] Eclesiástico, en el libro de Job y en el de los Macabeos, principalmente al narrar en los últimos el martirio de los siete hermanos.
f) Para Manú, y en general para el panteísmo, el mal trae su origen de Dios; Zoroastro busca su origen en un segundo dios opuesto al Dios del bien. Moisés enseña que el mal trae su origen de la voluntad finita y creada, o sea del abuso de la libertad concedida a los ángeles y al hombre, única teoría que es dable conciliar con la bondad infinita y creadora de Dios, la existencia y el origen del mal moral.
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Historia de la Filosofía (2ª ed.) 1886, tomo 1, páginas 84-87 |