Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González

Historia de la Filosofía
Segundo periodo de la filosofía griega

§ 68

Moral y política de Platón

«De los bienes y males decía (Platón), escribe Diógenes Laercio, que el fin del hombre es la semejanza con Dios; que la virtud es bastante por sí sola para la felicidad; pero necesita de los bienes del cuerpo como instrumentos y auxiliares, por ejemplo, la fortaleza, la salud; y que también necesita de los bienes externos, como son las riquezas, la nobleza, la gloria; pero aunque falten estas cosas, el hombre sabio o virtuoso será, no obstante, feliz.»

Este pensamiento de hacer consistir la perfección moral del hombre en la imitación de Dios; la importancia que concede a la virtud, al considerarla como el mayor de los bienes humanos; sus ideas acerca de la providencia que Dios tiene de los hombres, juntamente con su teoría acerca de las cuatro virtudes principales [252] como medios de perfección moral para el individuo y la sociedad, acreditan la excelencia de la moral platónica, considerada por parte de sus principios y máximas generales.

Y decimos por parte de sus principios generales porque si, abandonando el terreno de estos principios y máximas generales de la ética platónica, descendemos a puntos particulares y a sus aplicaciones concretas, especialmente en el terreno político-social, tropezaremos al instante con el hombre del paganismo, con el filósofo que carece de las luces y seguridad que en estas materias suministran la moral del Evangelio y la concepción cristiana. Veremos, en fin, al divino Platón enseñar que la vida doméstica debe desaparecer; que la esclavitud es una institución basada y legitimada en la misma naturaleza y en la inferioridad de ciertos individuos; que las mujeres deben ser comunes; que deben ser abandonados, o, lo que es lo mismo, entregados a la muerte, los niños contrahechos y enfermizos; que a un hombre enfermo e imposibilitado no deben suministrársele alimentos ni asistencia, toda vez que no puede ser útil ni a sí mismo, ni a los otros hombres {82}, [253] y que en la educación de los hijos no deben intervenir los padres.

Afortunadamente, el valor científico y el alcance práctico de máximas tan horribles y absurdas, se hallan como desvirtuados y contrabalanceados por máximas y doctrinas de la más alta moralidad; y, sobre todo, por la general tendencia ética, por el sentido religioso que domina y sobresale en sus escritos. Porque no es raro ver que Platón, inspirándose en la tradición socrática, concede importancia preferente a la perfección moral del hombre, subordinando a ésta en cierto modo la perfección científica y especulativa {83}, y hasta la Filosofía misma y las artes.

Platón enseña y afirma igualmente: a) que la virtud debe anteponerse a las riquezas y placeres, que ni siquiera merecen el nombre de bienes en comparación de aquélla; b) que no solamente debemos honrar a Dios y pedirle auxilio, sino que debe ser el principio y como el inspirador de nuestras palabras (a Diis enim necesse est omnium et dictorum et consiliorum initia [254] proficisci) así como de nuestros consejos y resoluciones; c) que el hombre debe abstenerse de hacer mal a otro hombre, aun en el caso de haber recibido injurias y daños graves (etiam graves injurias et acerbas fraudes) de su prójimo; y d) finalmente, que Dios tiene lugar o hace veces de ley para los sabios, es decir, para los hombres virtuosos, así como los necios o viciosos no tienen más ley que el deleite: Deus enim sapientibus est lex, stultis autem voluptas.

Este gran pensamiento, más propio de un filósofo cristiano que de un filósofo gentil, es digno corolario de otro gran pensamiento no menos profundo ni menos propio de un escritor cristiano, que le sirve de premisa; pensamiento, según el cual, la servidumbre y la libertad inmoderadas o excesivas son cosas detestables, así como son cosas excelentes la servidumbre y la libertad moderadas; pero la servidumbre y la libertad entonces serán moderadas y legítimas cuando se hallen informadas y vivificadas por el principio divino, y no por voluntad del hombre; cuando la ley que las fija o regula, el motivo que las inspira, y el fin e intención del sujeto sean la ley eterna, la voluntad santa y justa de Dios y no la voluntad arbitraria del hombre. Cuando Dios es el principio y el fin de la servidumbre, ésta será moderada y no envilecerá al hombre; pero no sucederá lo mismo si el principio y el término de esa servidumbre es el hombre, es la voluntad humana: Servitus enim ac libertas immoderata quidem pessima res est, moderata vero res optima. Moderata autem servitus est, cum Deo servitur: immoderata, cum homibus: Deus enim sapientibus est lex, stultis autem voluptas. [255]

Según la teoría político-social de Platón, la misión del Estado es realizar la justicia, dando a cada ciudadano lo suyo, es decir haciendo y procurando que las funciones ejercidas por cada miembro de la sociedad se hallen en relación y armonía con sus condiciones, facultades y fuerzas individuales. De aquí

El organismo social y político excogitado por nuestro filósofo, según el cual el Estado debe contener tres elementos o clases fundamentales:

a) Los filósofos o sabios, que representan la cabeza y la inteligencia en el Estado:

b) Los guerreros, que representan el corazón del Estado:

c) El pueblo o clase inferior, en el cual entran los artesanos, comerciantes, agricultores y sirvientes o esclavos, los cuales representan la parte inferior y animal del hombre.

A los primeros pertenece y debe confiarse el poder legislativo y ejecutivo, o sea el gobierno del Estado: a los segundos pertenece y debe confiarse la defensa del Estado por medio de la guerra: a los terceros pertenece y debe confiarse el cuidado de la parte económica de la sociedad, o sea la producción de las cosas necesarias para la manutención de los ciudadanos y consiguiente conservación del Estado. Todos los bienes y males del ciudadano, todos sus intereses, todas sus aptitudes y afecciones, dependen en absoluto del Estado y desaparecen ante el interés y ante la voluntad omnipotente del Estado. Nacimiento y educación, vida y muerte, matrimonio y familia, libertad y esclavitud, artes y ciencias, religión y culto, todo debe amoldarse a las exigencias del Estado, todo debe [256] ceder y cambiar ante el imperio de su voluntad.

Por lo que hace a las formas políticas de gobierno, después de enumerar las tres o cuatro fundamentales, y después de indicar la naturaleza y condiciones de la tiranía en que puede degenerar cada una de ellas, Platón, sin conceder preferencia absoluta a ninguna de aquellas formas, concede, sin embargo, a la monarquía y al gobierno de muy pocos (recta illa civitatis administratio vel apud unum, vel apud paucissimos certe est quaerenda) cierta preferencia relativa.

A juzgar por algunos textos de sus escritos, Platón hace consistir la legitimidad y bondad del gobierno del Estado en la bondad, justicia y rectitud de fines por parte del imperante, de manera que la recta constitución del Estado y la bondad o perfección de un gobierno se refunden en una especie de absolutismo subjetivo y personal. Si el imperante es sabio, justo y prudente, y trabaja por mejorar la condición de sus súbditos, el gobierno será bueno y recto, sin que importe nada para esto que la sujeción sea voluntaria o involuntaria por parte de los súbditos, ni que el imperante proceda en conformidad y siguiendo las leyes escritas, o prescindiendo de éstas (qui arte quadam imperant, volentibus an nolentibus, secundum scripta an absque scriptis institutisque et legibus nihil refert), y hasta de las instituciones patrias: si los magistrados saben gobernar bien, entonces solamente diremos que la república o Estado es lo que debe ser {84}, [257] y que su gobierno es verdaderamente recto y legítimo. Los gobernantes o príncipes no comenten falta o pecado, cualquiera que sea la cosa que hagan (quidquid prudentes principes agant, nunquam delinquunt), con tal que atiendan al bien de sus súbditos, y será hasta ridículo vituperarlos cuando obligan a éstos a ejecutar lo que consideran justo y honesto, aunque sea contrario a las leyes y costumbres patrias: Cum aliqui coguntur praeter patrias leges moresque facere quae justiora, meliora, honestioraque sunt, ridiculosissimus omnium erit quisquis vim eam vituperabit.

Doctrina es esta que abre el camino para que la tiranía y la arbitrariedad del gobernante ocupen la plaza del derecho y la justicia, y doctrina también que parece más propia del amigo comensal de Dionisio de Siracusa que del discípulo de Sócrates. Afortunadamente, en otros lugares de sus obras reprueba la tiranía y la arbitrariedad; reconoce la necesidad de leyes que sirvan de norma común y general a los ciudadanos (quod communius est, quodque et pluribus et plurimumm conducere putant instituendum), y hasta confiesa y afirma que, no solamente los ciudadanos particulares, sino también los reyes, deben estar sujetos al imperio de las leyes: Cum leges imperent non solum civibus aliis, sed etiam regibus ipsis.

Como reminiscencia y corolario de la importancia excepcional que a las dotes y condiciones personales del imperante concedía Platón, puede considerarse [258] aquella afirmación o sentencia, consignada en varios lugares {85}, según la cual la Filosofía o la ciencia superior es necesaria para que las sociedades políticas sean bien gobernadas.


{82} El que quiera ver con qué serenidad y sangre fría consigna Platón tan horribles doctrinas, no tiene más que leer sus libros De Republica y De legibus, en donde tropezará a cada paso con máximas de este género, fruto en parte de su concepción socialista y comunista a la vez del Estado. Entre otros, es notable el siguiente pasaje, que condensa el pensamiento de Platón y resume su ideal político-social: «Prima igitur civitas est respublica legesque optimae, ubi quam maxime per universam civitatem priscam illud proverbium locum habet, quo fertur vere, amicorum omnia esse communia. Certe, in hoc praecipue virtutis erit terminus, quo nullus poni rectior poterit, si alicubi, videlicet, aut fit istud, aut unquam fiet, ut communes [253] mulieres sint, comunes et liberi, communis quoque omnis pecunia, omnique studio quod proprium dicitur, undique e vita remotum sit; usque adeo ut ea etiam quae propria singulis natura sunt, communia quodammodo fiant... Talem utique civitatem, sive Dii alicubi, sive Deorum filii una plures habitent, ita viventes eamque servantes, omni referti gaudio vivunt. Qua propter reipublicae exemplar non alibi considerare oportet, sed hac inspecta, talem maxime pro viribus quaerere.» Op. Plat., edic. cit., pag. 901.

{83} Así es que afirma con frecuencia que la verdadera Filosofía consiste en la práctica de la virtud, y en una de sus cartas, después de ensalzar a Aristodoro porque había buscado y procurado perfeccionar en la Filosofía sus costumbres, añade: «Etenim constantiam, fidem, integritatem, veram philosophiam esse judico; caeteras autem et alio spectantes scientias et artes, elegantiam quandam et venustatem si dixero, recte me dicere arbitrabor.»

{84} «Necesse est igitur eam maxime a solam rectam existimare rempublicam in qua qui magistratibus funguntur, revera gubernare sciunt, sive legibus, seu absque legibus dominentur, sive volentibus sive invitis. Quatenus enim scientia et justitia freti ex deteriori [257] meliorem pro viribus civitatem efficiunt atque servant, eatenus rectam appellari rempublicam volumus, et in eo ipso duntaxat definitionem rectae gubernationis consistere: caeteras vero omnes, neque legitimas nec veras dici putandum.» Oper., pag. 215.

{85} Uno de los más explícitos y terminantes es el siguiente, tomado de una de sus Cartas: «Qua propter veram synceramque philosophiam celebrans adductus coactusque sum, ut praedicarem, hominum generi nullum miseriarum modum, malorumque finem prius futurum, quam aut recte vereque philosophantium hominum genus ad civiles magistratus et publicos accessisset, aut hi penes quos civitatum principatus essent, singulari aliquo deorum immortalium beneficio vere sancteque philosopharentur.»

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Zeferino González
historias de la filosofía

Historia de la Filosofía (2ª ed.)
1886, tomo 1, páginas 251-258