Mundo Gráfico
Madrid, miércoles 25 de agosto de 1915
 
año V, número 200
página 4

Miguel de Unamuno

Mis paradojas de antaño

A Félix Méndez,
en el otro mundo.

¿Se acuerda usted, amigo Méndez, lo que me preguntaba al final de un artículo, que me dedicó en el Mundo Gráfico a primeros del mes de Febrero de 1913, año y medio antes de estallar la actual guerra europea? Pues me decía esto: «Cuando me explique usted por qué escribe Kultura con K, porque yo no lo sé, le explicaré a usted por qué escribo herudito con hache, porque usted no lo sabe». Y yo no sólo le expliqué a usted –en el número del 26 de Febrero de 1913, en el mismo Mundo Gráfico– por qué escribía Kultura con K mayúscula, para distinguirla de la cultura con c minúscula –o sea de la civilización– sino que expliqué más tarde la diferencia que había de erudito sin hache, a herudito con hache muda y hherudito con hache aspirada. Pero hoy, querido amigo, a nadie que lea un poco se le ocurrirá preguntar qué es eso de escribir Kultura con K mayúscula. Mi paradoja de entonces es hoy ya una vulgaridad, y no sólo en España, sino en todo el mundo civilizado. ¿Lo ve usted?

El hablar con muertos, y con muertos queridos, como usted, da una gran libertad al espíritu. Pierde uno la vergüenza. Aunque en este sentido no ha sido nunca muy excesiva la mía.

¡Cómo recuerdo aquellos artículos que cambiamos por entonces, a principios de 1913! ¡Cómo recuerdo lo que le dije a usted entonces, y al público que nos leía, de la Kultura y la cultura, de Kant y del cant, y de la maravillosa lengua alemana –la única de veras viva, según el formidable Honston Stewart Chamberlain– en que el sol es femenino, la luna masculina y la señorita y el caballo neutros! ¡Y lo que se me indignaron por aquella humorada algunos de los que hoy combaten al lado mío! ¿Y cómo he de olvidar, tampoco, lo que más tarde, el 11 de Marzo de 1914, publiqué sobre la fantástica obra Die hentige Spanien, poniendo Die en vez de Das y eso que tengo en mi librería una obra con este título? (Es de un tal Rasch, segunda edición, de 1871). Por cierto que este artículo humorístico me valió otro en que cierto señor alemán –nada humorista, claro está!– se ocupaba en mi ilustre persona, en un periódico de Berlín. Y el artículo se titulaba: «Germanófobos (así, en plural) de Salamanca». Me ví, pues, pluralizado en la doctísima prensa germánica y unido a esta Salamanca, a la que lord Byron hizo rimar con Sancho Panca al final de la estrofa 37 del canto II de su Don Juan.

De quien era, o mejor dicho de quien es este Sancho Panca, que rima con Salamanca, y que descubrió ya lord Byron, le hablaré a usted, mi querido amigo, otra vez, para distraer así sus soledades de ultratumba. Si es que está solo, que no lo sé.

Sí, amigo mío, cómo recuerdo aquellas nuestras conversaciones y una carta de usted, que guardo, como oro en paño, entre mis cartas de muertos, que empiezan a ser ya ¡ay! más que mis cartas de vivos. Y cómo recuerdo lo que le decía del alma ingenua del público en aquel artículo del día 5 de Febrero de 1913, en que le presenté a usted, por primera vez, la Kultura! Si yo supiese como pueden mandarse libros certificados a donde usted está, sin temor de que se pierdan o los roben por el camino o eche a pique, con submarino, la barca de Caronte, le enviaría mi última novela Niebla, dedicada a la ingenuidad pública.

Pues bien, como le decía, parece como que el dirigirse a uno que dejó de vivir entre los vivos quita al otro, al que se dirige a él, cierta vergüenza. Aunque yo no la he tenido nunca para afirmar que eso que los ingenuos –empleo esta palabra por eufemismo– llamaban mis salidas de tono o boutades, o extravagancias, acabarían por hacerse corrientes. Pero no crea usted, ¡no!, que voy a darme ahora pisto con eso de haber echado a rodar la Kultura hace más de dos años. Nada de eso. Son tantas ya las cosas que oí motejar de paradojas cuando las presenté –aunque no todas fuesen originariamente mías, ni mucho menos– en España, y que hoy son ya en ésta, en nuestra comunísima España, lugares comunes!

Dicho está que las paradojas de hoy serán los lugares comunes de mañana. Y cabe añadir que lugares comunes de hoy serán mañana paradojas. Como que quien quiera pasar por original no tiene sino apacentarse en los clásicos griegos y romanos. Y en cuanto a novedad, me río yo de todos los aeroplanos y los zepelines y los cañones de 420 si apareciesen por las estepas siberianas un mamut o un mastodonte vivos!

Recuerdo que, refiriéndose a aquello de que en la misteriosa lengua alemana el sol sea femenino, la luna masculina y el caballo y la señorita –así como España– neutros, me decía un ingeniosísimo autor cómico madrileñista: «pero qué cosas se le ocurren a usted, D. Miguel!» Y como yo le replicase que eso no se me había ocurrido, sino que es así, objetivamente –¿no se dice también esto en el otro mundo, o es que ahí se acaba lo de objetivo y subjetivo?– me contestó: «dispénseme, pero como yo sé tan poco… ¡De alemán ni pizca, y gracias que sepa castellano!» Al fin este simpático sainetero y escritor de chulerías es modesto. ¡Pero hay cada lector…!

Porque sí, amigo mío, la desgracia que a uno le persigue –este caso soy yo– es saber bastantes cosas, donde la mayoría de los que leen no saben apenas nada. Pero no por eso me he de tener por sabio: ¡Dios me libre! Usted sabe bien lo que me molesta este feo mote de doble filo. Porque sabio no quiere decir el que sabe algo. Hay que desconfiar de las etimologías.

Sí, hay que desconfiar de las etimologías. Hace poco le oí a un maestro, opositor a escuelas, decir que injuria es nombre sustantivo, porque expresa una sustancia. Según lo cual accidente expresará una sustancia, porque es también sustantivo. Verdad es que ese pobre maestro tiene envenenada la inteligencia con una hórrida droga, mezcla de puerilidades, vaciedades y desatinos, a que llaman análisis gramatical.

¡El escándalo que produjo en algunos pedagogos y eruditos, el que, en 1892, en cierto Congreso Pedagógico, con motivo del descubrimiento de América, sostuviese yo la urgencia de suprimir de las escuelas primarias el estudio de la gramática, para estudiar la lengua! «¡Cómo se puede estudiar la lengua patria sin eso del pluscuamperfecto y de las oraciones segundas de activa!», se decían. Ya ve usted si es locura y afán de paradojizar el sostener que para enseñarle a uno que se dice haya y no haiga no hace falta llamar a esta forma tercera persona del presente de subjuntivo! Pero hoy, ¡gracias a Dios!, hasta en nuestra lenta España se empieza a comprender esa verdad de buen sentido propio. No digo de sentido común, porque éste es, entre nosotros, lo más absurdo y ramplón que puede ser. Como que no es sino la incomprensión de la paradoja.

Voy a acabar, pero no sin decirle y decir a nuestro público –nuestro, el que nos leía cuando conversábamos– que de nada servirá derrotar a la Kultura, redondeándole ese caballo de frisa de la K hasta reducirlo a c minúscula, si no suprimimos el análisis gramatical.

Miguel de Unamuno

 

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